Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
¡Hola!
¡Mil gracias sus comentarios y por seguirme acompañando por aqui en esta historia!
Les traigo un nuevo capitulo de este fic ¡espero que lo disfruten!
Capitulo Siete
Serena salió de Somerset House al lado de Seiya y con la sensación de que no podría ser más feliz. Sólo en el escenario sentía algo semejante.
Cierto que no había convencido a Seiya de que confiara en ella, pero él la había tuteado. Y había estado a punto de besarla. Eso bastaba para hacerla feliz.
Dentro de Somerset House, Seiya había dibujado rápidamente un grabado tras otro de arte egipcio. Tan absorto había estado en eso que era como si los otros tres fueran invisibles. A Serena no le importaba. Simplemente observar su trabajo le resultaba fascinante.
Ahora que la visita a Somerset House había terminado, no podía resignarse a que terminara su día con Seiya.
Volvieron paseando a Adam Street, hablando de los grabados egipcios.
—No me ha gustado todo lo que he visto —dijo ella, que caminaba entre Seiya y su hermana—. Las mujeres parecían muy raras —se estremeció al recordar el grabado de un bajorrelieve donde había una reina de pecho desnudo amamantando a un chico casi tan alto como ella.
Haruka le sonrió.
—¿Quiere decir que no desea que la pinten de perfil con símbolos extraños encima de la cabeza?
—Quiero parecer majestuosa y exótica —ella miró a Seiya, sumido de nuevo en el silencio—. ¿Qué dice usted? ¿Tengo que salir de perfil?
—No necesariamente —él parecía escuchar sólo a medias.
—En la Academia practicamos dibujando arquitectura clásica —prosiguió Haruka—, pero se espera que creemos edificios adecuados para el uso moderno. Seiya puede usar los mismos principios.
—¿Lo que significa que no tengo que salir de perfil? —Serena enarcó una ceja.
Seiya le sonrió al fin.
—No. Cleopatra será tan exótica y majestuosa como usted desee.
Su sonrisa calentó a Serena por dentro. Corría peligro de enamorarse completamente de él.
—Yo me alegro de que las damas egipcias llevaran el pelo suelto —señaló Michiru, pragmática—. Tiene un pelo tan adorable que quedará muy bien.
Serena le sonrió.
—Muchas gracias, señorita Kou. ¡Qué cumplido tan bonito!
Le gustaba la hermana de Seiya, desenfadada, joven y llena de esperanza, exactamente como el retrato que le había pintado Seiya. Y era obvio que Haruka compartía su opinión de Michiru y algo más.
Miró a Seiya.
—¿No podría acompañarme al teatro a buscar trajes y accesorios dignos de nuestra reina egipcia?
—Es una idea excelente —asintió Haruka.
—¡Qué divertido revolver entre trajes del teatro! —exclamó Michiru—. Deberías hacerlo.
Seiya miró a Serena.
—Si usted lo quiere…
A ella le dio un vuelco el corazón.
Cuando llegaron a Adam Street, Michiru tiró de Haruka.
—Mamá se preguntará qué ha sido de nosotros. Es casi hora de cenar.
Evidentemente, Haruka estaba invitado a la cena.
Se despidieron los dos y se alejaron. Serena se quedó a solas con Seiya.
—¿Me acompañas a casa? —preguntó.
—Por supuesto —repuso él sin vacilar.
Aquello hizo que a ella le rebosara el corazón.
—Hoy me lo he pasado muy bien.
Él no contestó.
Ella le apretó el brazo.
—Vamos, vamos, Seiya. No tiene nada de malo que digas que también has disfrutado.
Él la miró y sus labios formaron una sonrisa.
—He disfrutado.
Serena pensó que se estaba enamorando de él.
Cuando cruzaron Maiden Lane, tuvo que reprimirse para no bailar de alegría. ¿Qué daño podía hacer que abriera su corazón a Seiya? Ya no era la chica ingenua que había sido a los diecinueve años.
Cuando llegaron a su puerta, le tomó la mano.
—Entra un rato.
Él no lo pensó mucho.
—Sólo un rato.
Ella abrió la puerta, reteniendo todavía la mano de él, aturdida por la alegría.
Molly salió al vestíbulo transportando una cesta de ropa.
—Señorita Tsukino, hay un caballero que la espera.
—¿Un caballero? —Serena miró a Seiya, que ya parecía distanciarse de ella—. ¿Quién es?
—Lord algo.
Sus entrañas se convirtieron en plomo.
— BlackMoon —dijo Jack.
—No lo sé, señor —respondió la doncella—. Yo no le he abierto la puerta. Pero lleva aquí más de una hora.
—¿Está en el salón? —preguntó Serena.
—Sí —repuso la chica, que se alejó escaleras arriba.
Seiya se movió hacia la puerta.
—Buenas tardes, señorita Tsukino.
Ella retenía todavía su mano.
—No, sube conmigo sólo un rato.
Él miró la puerta cerrada del salón.
—Tienes visita.
Parecía que de pronto hubieran erigido una pared de piedra entre ellos.
—Que espere —le suplicó ella.
—No podemos hacer eso, Serena.
—Haré que se marche —insistió ella.
Él negó con la cabeza.
—Pero vendrás mañana conmigo a mirar trajes, ¿verdad?
Él volvió a mirar la puerta del salón.
—Oh, no te niegues, Seiya. Por favor —susurró ella.
Él puso una mano en el picaporte.
—Elige cualquier traje que te guste y tráelo al estudio.
Ella le cubrió la mano con la suya.
—Por favor, Seiya.
Él la miró a los ojos.
—Los dos nos jugamos mucho. Tú misma lo has dicho. Es mejor que esto siga siendo una relación de trabajo.
Ella movió la cabeza.
—Yo puedo lidiar con él.
La expresión de Seiya se endureció.
—No subestimes lo que puede hacer ese hombre.
Giró el picaporte y ella le soltó de mala gana la mano.
—Ven a mi estudio mañana por la tarde cuando te venga bien —se volvió y se marchó.
Serena cerró la puerta con la garganta oprimida. Se quitó la capa y los guantes y los dejó en una silla cercana. Paseó unos minutos por el vestíbulo, intentando calmarse lo suficiente para afrontar a BlackMoon.
Seiya se equivocaba con él. Lord BlackMoon era sólo un hombre pagado de sí mismo y gobernado por el deseo carnal en lugar de por una valoración racional de su atracción por una mujer a la que doblaba la edad. Ella podía controlar a un hombre así.
Enderezó los hombros y entró en el salón.
BlackMoon estaba sentado en una silla con las piernas extendidas y la cabeza caída sobre el pecho.
Ella carraspeó.
Él abrió los ojos y se puso en pie.
—Señorita Tsukino.
Ella permaneció en el umbral y habló con su voz más fría:
—Lord BlackMoon.
Él dio un paso al frente.
—Querida mía, ¿dónde ha estado?
Ella enarcó una ceja, pero no contestó.
Él se detuvo.
—Me preocupaba que le hubiera ocurrido algo.
Ella movió la cabeza.
—¿Por qué?
—Pasé por el estudio de Seiya y no hubo respuesta. Naturalmente, pensé que habría venido a casa, así que decidí visitarla.
—¿Ha pasado por el estudio? —ella estaba sorprendida—. Le pedí que no lo hiciera.
—Oh, ya le había dado tiempo de sobra. Y se me ocurrió que podía ver a Seiya.
A Serena se le aceleró la respiración.
—¿Me habia dado tiempo de sobra? No sabía que mi tiempo fuera suyo para dármelo.
Él soltó una carcajada.
—Me entendió mal. Simplemente estaba cerca y quería ver qué progresos había hecho Seiya.
—Estaba cerca —repitió ella.
—En verdad —al fin él parecía darse cuenta de que ella no se sentía complacida—. ¿Dónde estaba? ¿Adónde ha ido?
Serena se acercó a la ventana y apretó los labios para no decir algo que luego pudiera lamentar.
—¿Espera que le rinda cuentas de adónde voy y lo que hago? —su voz sonaba crispada.
—En absoluto —la voz de él sonaba ahora animosa—. Sólo quería saberlo.
Ella se volvió a mirarlo. Aquel hombre se merecía la mayor lección que pudiera darle.
La voz de su madre y la de Seiya sonaron en su cabeza, advirtiéndole que no lo convirtiera en un enemigo.
Aun así, tenía que dejarle claro que no la había comprado con el retrato. Los caballeros asumían que las actrices, cantantes y bailarinas eran como joyas en una tienda que esperaban un comprador. La madre de Serena había sido un adorno de alto precio, pero los caballeros la dejaban a un lado en cuanto aparecía un adorno más brillante.
Serena no quería nada de eso. Sólo quería actuar.
Se volvió hacia BlackMoon.
—Señor, siéntese.
Él obedeció.
Ella se acomodó en otra silla bastante apartada.
—Estoy preocupada.
—¿Preocupada? —él se echó hacia delante en la silla, inmediatamente solícito.
Ella sonrió con paciencia.
—Creo que quizá lo interpreté mal —siempre era mejor hacer como si la culpa estuviera en su lado y no en el del caballero—. Pensé que había dicho que este retrato no me obligaba a nada.
—Y así es, se lo aseguro —dijo él.
Ella lo silenció con una mano.
—Y pensé que había accedido a no venir al estudio.
Él se enderezó.
—Accedí a no interrumpirlos en el estudio mientras posaba para el retrato, y le aseguro que no tenía intención de hacerlo.
Ella echó la cabeza a un lado como si ponderara algo que escapaba a su comprensión.
—Y si hubiera estado allí cuando llamo, ¿eso no habría sido una interrupción?
Él se sonrojó, pero Serena temió que no fuera de vergüenza sino de furia.
—Pero no estaba.
Debía ir con cuidado.
—La cuestión, señor, es que, o yo lo interpreté mal o usted no es hombre de palabra —sonrió de nuevo—. Y no puedo creer que no sea hombre de palabra.
A él le llameaban los ojos.
—Por supuesto que soy hombre de palabra.
Ella se levantó.
—Excelente.
Él se puso en pie a su vez.
—En ese caso, podré seguir posando para el retrato —Serena volvió a sonreír—, sin que usted asuma que ha comprado mis atenciones…
A él casi se le salían los ojos de las órbitas.
—¡Comprado sus atenciones!
—¿Y tengo su palabra de que no vendrá a buscarme al estudio ni se entrometerá en lo que yo considero un proyecto muy serio? —un proyecto que ella quería convertir en algo muy íntimo.
A él no le quedó más remedio que asentir con la cabeza, aunque era evidente que no le gustaba.
Ella dio unos pasos hacia la puerta y se hizo a un lado.
Él la miró como si no pudiera creer que esperara que se fuera. No se marchó contrito como ella había esperado, sino que se acercó a ella con los ojos duros como pedernales, le tomó la mano y se la llevó a los labios.
—Querida mía —dijo con voz suave—, siento una gran estima por usted. Todo lo que he hecho ha sido intentando satisfacer todos sus deseos.
Todavía no se creía que ella hablaba en serio.
Serena hizo una reverencia y apartó la mano con gentileza.
—Me siento halagada, señor, pero debo hablar claramente. Mis afectos no se guían por los favores que me hacen los caballeros. Si usted espera alguna compensación de mí a cambio, debo rehusar el retrato.
Aquello era una apuesta fuerte. Si él retiraba el retrato, ella perdería aquella valiosa publicidad para su carrera y Seiya perdería el encargo.
BlackMoon parecía ofendido. Ella lo había herido en su vanidad y los hombres con la vanidad herida eran muy propensos a vengarse.
Serena se dijo que debía aplacarlo. No podía echar a perder la oportunidad de Seiya.
Le tocó el brazo.
—No es usted, señor. Es sólo que me valoro demasiado para vender mis atenciones a todo el mundo. Usted sabe cómo es el teatro. Cómo son los caballeros. En mi opinión, me denigra entregar mi corazón al mejor postor —hablaba con sinceridad—. Nunca acepto un regalo si lleva unida una obligación.
Él arrugó la frente como si ponderara lo que para él debía ser una afirmación misteriosa. ¿Una actriz que no estaba dispuesta a venderse al mejor postor? ¿Aquello era posible?
—Puede seguir posando para el retrato.
—Gracias, señor —ella sonrió, sinceramente agradecida de no haber perdido la apuesta. Le tendió la mano—. Estoy deseando verlo en el teatro —quizá él captaría el mensaje de que las visitas a su residencia eran tan poco bienvenidas como las visitas al estudio—. Y estaré encantada de conversar con usted allí.
Él le estrechó la mano con fuerza.
—Le deseo buenas noches.
—Buenas noches, señor.
Él se inclinó y salió sin añadir nada más.
Al fin se había librado de él. Serena habría estado contenta de no ser porque BlackMoon ya había alejado a Seiya.
¡Mil gracias sus comentarios y por seguirme acompañando por aqui en esta historia!
Les traigo un nuevo capitulo de este fic ¡espero que lo disfruten!
Capitulo Siete
Serena salió de Somerset House al lado de Seiya y con la sensación de que no podría ser más feliz. Sólo en el escenario sentía algo semejante.
Cierto que no había convencido a Seiya de que confiara en ella, pero él la había tuteado. Y había estado a punto de besarla. Eso bastaba para hacerla feliz.
Dentro de Somerset House, Seiya había dibujado rápidamente un grabado tras otro de arte egipcio. Tan absorto había estado en eso que era como si los otros tres fueran invisibles. A Serena no le importaba. Simplemente observar su trabajo le resultaba fascinante.
Ahora que la visita a Somerset House había terminado, no podía resignarse a que terminara su día con Seiya.
Volvieron paseando a Adam Street, hablando de los grabados egipcios.
—No me ha gustado todo lo que he visto —dijo ella, que caminaba entre Seiya y su hermana—. Las mujeres parecían muy raras —se estremeció al recordar el grabado de un bajorrelieve donde había una reina de pecho desnudo amamantando a un chico casi tan alto como ella.
Haruka le sonrió.
—¿Quiere decir que no desea que la pinten de perfil con símbolos extraños encima de la cabeza?
—Quiero parecer majestuosa y exótica —ella miró a Seiya, sumido de nuevo en el silencio—. ¿Qué dice usted? ¿Tengo que salir de perfil?
—No necesariamente —él parecía escuchar sólo a medias.
—En la Academia practicamos dibujando arquitectura clásica —prosiguió Haruka—, pero se espera que creemos edificios adecuados para el uso moderno. Seiya puede usar los mismos principios.
—¿Lo que significa que no tengo que salir de perfil? —Serena enarcó una ceja.
Seiya le sonrió al fin.
—No. Cleopatra será tan exótica y majestuosa como usted desee.
Su sonrisa calentó a Serena por dentro. Corría peligro de enamorarse completamente de él.
—Yo me alegro de que las damas egipcias llevaran el pelo suelto —señaló Michiru, pragmática—. Tiene un pelo tan adorable que quedará muy bien.
Serena le sonrió.
—Muchas gracias, señorita Kou. ¡Qué cumplido tan bonito!
Le gustaba la hermana de Seiya, desenfadada, joven y llena de esperanza, exactamente como el retrato que le había pintado Seiya. Y era obvio que Haruka compartía su opinión de Michiru y algo más.
Miró a Seiya.
—¿No podría acompañarme al teatro a buscar trajes y accesorios dignos de nuestra reina egipcia?
—Es una idea excelente —asintió Haruka.
—¡Qué divertido revolver entre trajes del teatro! —exclamó Michiru—. Deberías hacerlo.
Seiya miró a Serena.
—Si usted lo quiere…
A ella le dio un vuelco el corazón.
Cuando llegaron a Adam Street, Michiru tiró de Haruka.
—Mamá se preguntará qué ha sido de nosotros. Es casi hora de cenar.
Evidentemente, Haruka estaba invitado a la cena.
Se despidieron los dos y se alejaron. Serena se quedó a solas con Seiya.
—¿Me acompañas a casa? —preguntó.
—Por supuesto —repuso él sin vacilar.
Aquello hizo que a ella le rebosara el corazón.
—Hoy me lo he pasado muy bien.
Él no contestó.
Ella le apretó el brazo.
—Vamos, vamos, Seiya. No tiene nada de malo que digas que también has disfrutado.
Él la miró y sus labios formaron una sonrisa.
—He disfrutado.
Serena pensó que se estaba enamorando de él.
Cuando cruzaron Maiden Lane, tuvo que reprimirse para no bailar de alegría. ¿Qué daño podía hacer que abriera su corazón a Seiya? Ya no era la chica ingenua que había sido a los diecinueve años.
Cuando llegaron a su puerta, le tomó la mano.
—Entra un rato.
Él no lo pensó mucho.
—Sólo un rato.
Ella abrió la puerta, reteniendo todavía la mano de él, aturdida por la alegría.
Molly salió al vestíbulo transportando una cesta de ropa.
—Señorita Tsukino, hay un caballero que la espera.
—¿Un caballero? —Serena miró a Seiya, que ya parecía distanciarse de ella—. ¿Quién es?
—Lord algo.
Sus entrañas se convirtieron en plomo.
— BlackMoon —dijo Jack.
—No lo sé, señor —respondió la doncella—. Yo no le he abierto la puerta. Pero lleva aquí más de una hora.
—¿Está en el salón? —preguntó Serena.
—Sí —repuso la chica, que se alejó escaleras arriba.
Seiya se movió hacia la puerta.
—Buenas tardes, señorita Tsukino.
Ella retenía todavía su mano.
—No, sube conmigo sólo un rato.
Él miró la puerta cerrada del salón.
—Tienes visita.
Parecía que de pronto hubieran erigido una pared de piedra entre ellos.
—Que espere —le suplicó ella.
—No podemos hacer eso, Serena.
—Haré que se marche —insistió ella.
Él negó con la cabeza.
—Pero vendrás mañana conmigo a mirar trajes, ¿verdad?
Él volvió a mirar la puerta del salón.
—Oh, no te niegues, Seiya. Por favor —susurró ella.
Él puso una mano en el picaporte.
—Elige cualquier traje que te guste y tráelo al estudio.
Ella le cubrió la mano con la suya.
—Por favor, Seiya.
Él la miró a los ojos.
—Los dos nos jugamos mucho. Tú misma lo has dicho. Es mejor que esto siga siendo una relación de trabajo.
Ella movió la cabeza.
—Yo puedo lidiar con él.
La expresión de Seiya se endureció.
—No subestimes lo que puede hacer ese hombre.
Giró el picaporte y ella le soltó de mala gana la mano.
—Ven a mi estudio mañana por la tarde cuando te venga bien —se volvió y se marchó.
Serena cerró la puerta con la garganta oprimida. Se quitó la capa y los guantes y los dejó en una silla cercana. Paseó unos minutos por el vestíbulo, intentando calmarse lo suficiente para afrontar a BlackMoon.
Seiya se equivocaba con él. Lord BlackMoon era sólo un hombre pagado de sí mismo y gobernado por el deseo carnal en lugar de por una valoración racional de su atracción por una mujer a la que doblaba la edad. Ella podía controlar a un hombre así.
Enderezó los hombros y entró en el salón.
BlackMoon estaba sentado en una silla con las piernas extendidas y la cabeza caída sobre el pecho.
Ella carraspeó.
Él abrió los ojos y se puso en pie.
—Señorita Tsukino.
Ella permaneció en el umbral y habló con su voz más fría:
—Lord BlackMoon.
Él dio un paso al frente.
—Querida mía, ¿dónde ha estado?
Ella enarcó una ceja, pero no contestó.
Él se detuvo.
—Me preocupaba que le hubiera ocurrido algo.
Ella movió la cabeza.
—¿Por qué?
—Pasé por el estudio de Seiya y no hubo respuesta. Naturalmente, pensé que habría venido a casa, así que decidí visitarla.
—¿Ha pasado por el estudio? —ella estaba sorprendida—. Le pedí que no lo hiciera.
—Oh, ya le había dado tiempo de sobra. Y se me ocurrió que podía ver a Seiya.
A Serena se le aceleró la respiración.
—¿Me habia dado tiempo de sobra? No sabía que mi tiempo fuera suyo para dármelo.
Él soltó una carcajada.
—Me entendió mal. Simplemente estaba cerca y quería ver qué progresos había hecho Seiya.
—Estaba cerca —repitió ella.
—En verdad —al fin él parecía darse cuenta de que ella no se sentía complacida—. ¿Dónde estaba? ¿Adónde ha ido?
Serena se acercó a la ventana y apretó los labios para no decir algo que luego pudiera lamentar.
—¿Espera que le rinda cuentas de adónde voy y lo que hago? —su voz sonaba crispada.
—En absoluto —la voz de él sonaba ahora animosa—. Sólo quería saberlo.
Ella se volvió a mirarlo. Aquel hombre se merecía la mayor lección que pudiera darle.
La voz de su madre y la de Seiya sonaron en su cabeza, advirtiéndole que no lo convirtiera en un enemigo.
Aun así, tenía que dejarle claro que no la había comprado con el retrato. Los caballeros asumían que las actrices, cantantes y bailarinas eran como joyas en una tienda que esperaban un comprador. La madre de Serena había sido un adorno de alto precio, pero los caballeros la dejaban a un lado en cuanto aparecía un adorno más brillante.
Serena no quería nada de eso. Sólo quería actuar.
Se volvió hacia BlackMoon.
—Señor, siéntese.
Él obedeció.
Ella se acomodó en otra silla bastante apartada.
—Estoy preocupada.
—¿Preocupada? —él se echó hacia delante en la silla, inmediatamente solícito.
Ella sonrió con paciencia.
—Creo que quizá lo interpreté mal —siempre era mejor hacer como si la culpa estuviera en su lado y no en el del caballero—. Pensé que había dicho que este retrato no me obligaba a nada.
—Y así es, se lo aseguro —dijo él.
Ella lo silenció con una mano.
—Y pensé que había accedido a no venir al estudio.
Él se enderezó.
—Accedí a no interrumpirlos en el estudio mientras posaba para el retrato, y le aseguro que no tenía intención de hacerlo.
Ella echó la cabeza a un lado como si ponderara algo que escapaba a su comprensión.
—Y si hubiera estado allí cuando llamo, ¿eso no habría sido una interrupción?
Él se sonrojó, pero Serena temió que no fuera de vergüenza sino de furia.
—Pero no estaba.
Debía ir con cuidado.
—La cuestión, señor, es que, o yo lo interpreté mal o usted no es hombre de palabra —sonrió de nuevo—. Y no puedo creer que no sea hombre de palabra.
A él le llameaban los ojos.
—Por supuesto que soy hombre de palabra.
Ella se levantó.
—Excelente.
Él se puso en pie a su vez.
—En ese caso, podré seguir posando para el retrato —Serena volvió a sonreír—, sin que usted asuma que ha comprado mis atenciones…
A él casi se le salían los ojos de las órbitas.
—¡Comprado sus atenciones!
—¿Y tengo su palabra de que no vendrá a buscarme al estudio ni se entrometerá en lo que yo considero un proyecto muy serio? —un proyecto que ella quería convertir en algo muy íntimo.
A él no le quedó más remedio que asentir con la cabeza, aunque era evidente que no le gustaba.
Ella dio unos pasos hacia la puerta y se hizo a un lado.
Él la miró como si no pudiera creer que esperara que se fuera. No se marchó contrito como ella había esperado, sino que se acercó a ella con los ojos duros como pedernales, le tomó la mano y se la llevó a los labios.
—Querida mía —dijo con voz suave—, siento una gran estima por usted. Todo lo que he hecho ha sido intentando satisfacer todos sus deseos.
Todavía no se creía que ella hablaba en serio.
Serena hizo una reverencia y apartó la mano con gentileza.
—Me siento halagada, señor, pero debo hablar claramente. Mis afectos no se guían por los favores que me hacen los caballeros. Si usted espera alguna compensación de mí a cambio, debo rehusar el retrato.
Aquello era una apuesta fuerte. Si él retiraba el retrato, ella perdería aquella valiosa publicidad para su carrera y Seiya perdería el encargo.
BlackMoon parecía ofendido. Ella lo había herido en su vanidad y los hombres con la vanidad herida eran muy propensos a vengarse.
Serena se dijo que debía aplacarlo. No podía echar a perder la oportunidad de Seiya.
Le tocó el brazo.
—No es usted, señor. Es sólo que me valoro demasiado para vender mis atenciones a todo el mundo. Usted sabe cómo es el teatro. Cómo son los caballeros. En mi opinión, me denigra entregar mi corazón al mejor postor —hablaba con sinceridad—. Nunca acepto un regalo si lleva unida una obligación.
Él arrugó la frente como si ponderara lo que para él debía ser una afirmación misteriosa. ¿Una actriz que no estaba dispuesta a venderse al mejor postor? ¿Aquello era posible?
—Puede seguir posando para el retrato.
—Gracias, señor —ella sonrió, sinceramente agradecida de no haber perdido la apuesta. Le tendió la mano—. Estoy deseando verlo en el teatro —quizá él captaría el mensaje de que las visitas a su residencia eran tan poco bienvenidas como las visitas al estudio—. Y estaré encantada de conversar con usted allí.
Él le estrechó la mano con fuerza.
—Le deseo buenas noches.
—Buenas noches, señor.
Él se inclinó y salió sin añadir nada más.
Al fin se había librado de él. Serena habría estado contenta de no ser porque BlackMoon ya había alejado a Seiya.
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Aquella noche, BlackMoon bajó la escalera estrecha que llevaba al camerino de Ikuko Tsukino, una habitación que él pensaba tenían que haberle dado a su hija, la protagonista femenina.
Al pensar en Serena, se detuvo a respirar hondo. ¡Qué belleza! Era como un día fresco de primavera. Se sentía joven de nuevo con sólo mirarla, y ella le calentaba la sangre como no se la había calentado ninguna mujer desde que pusiera por primera vez los ojos en la joven Esmeralda Kou.
Era afortunado de que Esmeralda estuviera cerca. Ella había asegurado la cooperación de Seiya, pero, sobre todo, había calmado sus necesidades. De otro modo, se habría visto obligado a visitar un burdel. El comportamiento coqueto de Serena hacia él lo tenía en un estado de frustración constante. La chica lo volvía loco. Tenía que hacerla suya, no había otra opción.
Ikuko Tsukino seguro que tenía influencia sobre su hija. Era una mujer que conocía el valor de las atenciones de un caballero.
Llamó a la puerta y una doncella le hizo pasar.
Ikuko Tsukino estaba sentada en un sofá de brocado rojo, envuelta en una bata de seda decorada con pavos reales.
—Siéntese, BlackMoon. Estoy encantada de verlo.
Se inclinó un poco hacia delante y la parte superior de la bata se abrió lo suficiente para mostrar un escote bastante impresionante. Su hija se parecía a ella en ese aspecto, pero con el pecho joven y firme.
—Siempre es un placer verla, Ikuko, querida —tomó una silla de madera cercana, le dio la vuelta y se sentó a horcajadas para apoyar los brazos en el respaldo—. Vengo a pedirle ayuda.
Ella se movió de nuevo y mostró un trozo de tobillo desnudo.
—¿Ayuda?
—Con Serena.
—Serena —ella se echó hacia atrás y apretó la bata—. ¿Qué ha hecho ahora?
BlackMoon bajó la voz.
—Actúa como si pensara desdeñarme.
Ella apartó la vista.
—¿Desdeñarlo?
Él se echó a reír.
—Dice que se valora demasiado.
Ikuko frunció el ceño.
—Chica tonta.
—Hable con ella —él se inclinó hacia delante, pero hablaba como si diera órdenes a sus soldados.
Ikuko suspiró y golpeó con una uña larga la mesa de madera que tenía al lado.
—¡Qué tonta! Está jugando con usted, señor.
Él arrugó la frente.
—Detesto los juegos.
A ella le llamearon los ojos.
—Oh, sospecho que se cree muy lista. Me atrevo a decir que vendrá corriendo si piensa que ha perdido interés.
—No he perdido interés, estoy más decidido que nunca. Dígale que le compraré joyas, algo de Rundle and Bridge. Dígame qué piedra puede tentarla.
Ikuko movió la cabeza.
—Es demasiado complaciente, señor —se quedó pensativa—. Tiene que darle una lección. Aléjese de ella.
Él empezó a levantarse.
—De eso nada. Estoy casi decidido a… —se interrumpió.
Ella le tomó el brazo.
—Le estoy diciendo lo que funcionará con ella. Dele celos. Regale joyas a otra mujer —su expresión se volvió astuta—. A mí, si quiere. Deje que piense que se interesa por mí. Ella quiere mis papeles en las obras; lo querrá también a usted.
Él se quedó pensativo. La chica era ambiciosa. Él podía ayudarla mucho si ella se lo permitía. Ya lo había hecho.
Ikuko cruzó los brazos sobre el pecho.
—Vino a Londres a ocupar mi lugar en el teatro. Sin ella aquí, yo podría haber interpretado a Julieta. Podría haber tenido el papel de Cleopatra.
Ikuko había luchado ante el señor Garayan por el papel que había ido a parar a su hija.
BlackMoon se enderezó.
—Ayúdeme y la ayudaré yo.
Ella pareció pensativa.
—Estaría en deuda con usted —sonrió él—. Si hace que se cumplan mis deseos, la próxima obra será suya —siempre que su hija no quisiera también el papel, claro.
Ella tardó un momento en contestar.
—Lo ayudaré, pero tiene que seguir mi consejo. Deje que piense que lo ha perdido.
Hubo una llamada a la puerta.
—Diez minutos, señorita Tsukino.
BlackMoon se puso en pie.
—Tenemos un trato, querida. No me quedaré a la obra esta noche.
Ella le tendió la mano.
—Excelente, señor. Tenga paciencia. Todo saldrá bien.
Él le tomó la mano y se la llevó a los labios.
—Gracias, señora —cuando le soltó la mano, endureció la voz—. Estoy decidido a tener a su hija, pero no permitiré que jueguen conmigo. Ella verá que soy un benefactor generoso, pero también un formidable enemigo.
Ikuko le devolvió una mirada igual de dura y decidida.
—Yo también tengo mis influencias, señor, si se mete conmigo.
BlackMoon la entendía. Eran parecidos, acostumbrados ambos a salirse con la suya.
Se despidió de ella y corrió escaleras arriba. Como no deseaba encontrarse a Serena, se escabulló entre bastidores, donde la gente iba de acá para allá preparándose para que se levantara el telón. No quería verse desairado públicamente por aquella niña tonta.
Dejaría que pensara que había sucumbido a sus deseos no yendo esa noche a la obra. Romeo y Julieta se acabaría pronto. Luego Serena empezaría a prepararse para el estreno de Marco Antonio y Cleopatra en abril y Seiya terminaría su retrato. Cuando éste estuviera acabado y se convirtiera en su regalo para ella, actuaría.
Para mostrarle su amabilidad, endulzaría el trato con diamantes o esmeraldas, diamantes para deslumbrarla y esmeraldas para que hicieran juego con sus ojos.
Caminó hasta su carruaje. Su frustración era tal, que necesitaba alivio.
—A Adam Street —dijo al cochero.
Al pensar en Serena, se detuvo a respirar hondo. ¡Qué belleza! Era como un día fresco de primavera. Se sentía joven de nuevo con sólo mirarla, y ella le calentaba la sangre como no se la había calentado ninguna mujer desde que pusiera por primera vez los ojos en la joven Esmeralda Kou.
Era afortunado de que Esmeralda estuviera cerca. Ella había asegurado la cooperación de Seiya, pero, sobre todo, había calmado sus necesidades. De otro modo, se habría visto obligado a visitar un burdel. El comportamiento coqueto de Serena hacia él lo tenía en un estado de frustración constante. La chica lo volvía loco. Tenía que hacerla suya, no había otra opción.
Ikuko Tsukino seguro que tenía influencia sobre su hija. Era una mujer que conocía el valor de las atenciones de un caballero.
Llamó a la puerta y una doncella le hizo pasar.
Ikuko Tsukino estaba sentada en un sofá de brocado rojo, envuelta en una bata de seda decorada con pavos reales.
—Siéntese, BlackMoon. Estoy encantada de verlo.
Se inclinó un poco hacia delante y la parte superior de la bata se abrió lo suficiente para mostrar un escote bastante impresionante. Su hija se parecía a ella en ese aspecto, pero con el pecho joven y firme.
—Siempre es un placer verla, Ikuko, querida —tomó una silla de madera cercana, le dio la vuelta y se sentó a horcajadas para apoyar los brazos en el respaldo—. Vengo a pedirle ayuda.
Ella se movió de nuevo y mostró un trozo de tobillo desnudo.
—¿Ayuda?
—Con Serena.
—Serena —ella se echó hacia atrás y apretó la bata—. ¿Qué ha hecho ahora?
BlackMoon bajó la voz.
—Actúa como si pensara desdeñarme.
Ella apartó la vista.
—¿Desdeñarlo?
Él se echó a reír.
—Dice que se valora demasiado.
Ikuko frunció el ceño.
—Chica tonta.
—Hable con ella —él se inclinó hacia delante, pero hablaba como si diera órdenes a sus soldados.
Ikuko suspiró y golpeó con una uña larga la mesa de madera que tenía al lado.
—¡Qué tonta! Está jugando con usted, señor.
Él arrugó la frente.
—Detesto los juegos.
A ella le llamearon los ojos.
—Oh, sospecho que se cree muy lista. Me atrevo a decir que vendrá corriendo si piensa que ha perdido interés.
—No he perdido interés, estoy más decidido que nunca. Dígale que le compraré joyas, algo de Rundle and Bridge. Dígame qué piedra puede tentarla.
Ikuko movió la cabeza.
—Es demasiado complaciente, señor —se quedó pensativa—. Tiene que darle una lección. Aléjese de ella.
Él empezó a levantarse.
—De eso nada. Estoy casi decidido a… —se interrumpió.
Ella le tomó el brazo.
—Le estoy diciendo lo que funcionará con ella. Dele celos. Regale joyas a otra mujer —su expresión se volvió astuta—. A mí, si quiere. Deje que piense que se interesa por mí. Ella quiere mis papeles en las obras; lo querrá también a usted.
Él se quedó pensativo. La chica era ambiciosa. Él podía ayudarla mucho si ella se lo permitía. Ya lo había hecho.
Ikuko cruzó los brazos sobre el pecho.
—Vino a Londres a ocupar mi lugar en el teatro. Sin ella aquí, yo podría haber interpretado a Julieta. Podría haber tenido el papel de Cleopatra.
Ikuko había luchado ante el señor Garayan por el papel que había ido a parar a su hija.
BlackMoon se enderezó.
—Ayúdeme y la ayudaré yo.
Ella pareció pensativa.
—Estaría en deuda con usted —sonrió él—. Si hace que se cumplan mis deseos, la próxima obra será suya —siempre que su hija no quisiera también el papel, claro.
Ella tardó un momento en contestar.
—Lo ayudaré, pero tiene que seguir mi consejo. Deje que piense que lo ha perdido.
Hubo una llamada a la puerta.
—Diez minutos, señorita Tsukino.
BlackMoon se puso en pie.
—Tenemos un trato, querida. No me quedaré a la obra esta noche.
Ella le tendió la mano.
—Excelente, señor. Tenga paciencia. Todo saldrá bien.
Él le tomó la mano y se la llevó a los labios.
—Gracias, señora —cuando le soltó la mano, endureció la voz—. Estoy decidido a tener a su hija, pero no permitiré que jueguen conmigo. Ella verá que soy un benefactor generoso, pero también un formidable enemigo.
Ikuko le devolvió una mirada igual de dura y decidida.
—Yo también tengo mis influencias, señor, si se mete conmigo.
BlackMoon la entendía. Eran parecidos, acostumbrados ambos a salirse con la suya.
Se despidió de ella y corrió escaleras arriba. Como no deseaba encontrarse a Serena, se escabulló entre bastidores, donde la gente iba de acá para allá preparándose para que se levantara el telón. No quería verse desairado públicamente por aquella niña tonta.
Dejaría que pensara que había sucumbido a sus deseos no yendo esa noche a la obra. Romeo y Julieta se acabaría pronto. Luego Serena empezaría a prepararse para el estreno de Marco Antonio y Cleopatra en abril y Seiya terminaría su retrato. Cuando éste estuviera acabado y se convirtiera en su regalo para ella, actuaría.
Para mostrarle su amabilidad, endulzaría el trato con diamantes o esmeraldas, diamantes para deslumbrarla y esmeraldas para que hicieran juego con sus ojos.
Caminó hasta su carruaje. Su frustración era tal, que necesitaba alivio.
—A Adam Street —dijo al cochero.
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Al día siguiente, Seiya llevó el retrato del señor Slayton al banco de éste en Fleet Street y volvió andando para ahorrarse la tarifa del coche. Cuando giró en Adam Street desde el Strand, vio un coche de alquiler que paraba delante de su edificio.
Salió Serena sola con dos cajas grandes en las manos. Las dejó en la acera y dio unas monedas al cochero. Seiya vio que volvía a tomar las cajas y se dirigía a la puerta. Apretó el paso.
El rostro de ella se iluminó al verlo.
—Hola, Seiya—levantó las cajas—. He saqueado el vestuario.
Él se las quitó.
—Ya veo.
Ella lo siguió al interior, se desabrochó la capa y la colgó en el perchero. Cuando se quitaba los guantes y el gorro, preguntó:
—¿Quieres ver los trajes?
Parecía decidida a fingir que no había pasado nada entre ellos. Ni atracción, ni la invitación a su cuarto, ni la intrusión de BlackMoon.
—Sí —él también podía fingir. Llevó las cajas a la chaise longue antes de quitarse el sobretodo.
Ella abrió una de las cajas.
—Esta tiene los vestidos.
Sacó tres vestidos y los extendió en la chaise longue. Estaban hechos de tela tan fina que flotaron hasta que quedaron formando graciosos pliegues. Uno de los vestidos era de seda amarilla, los otros dos de muselina blanca.
Serena señaló el amarillo.
—He pensado que éste parecía casi de oro. Una tela de oro iría bien con una reina como Cleopatra —colocó las faldas de los otros dos—. Y éstos me han parecido vestidos clásicos.
El primero no parecía vestido en absoluto, sino más bien una camisola hecha de un tejido ligero que podía pegarse al cuerpo. Si Cleopatra llevaba aquel vestido sin nada debajo, la muselina mostraría el rubor de su piel desnuda y el rosa profundo de los pezones. Aquella idea se alojó en su mente y el artista que había en él anheló el reto de pintar tales transparencias. El hombre que había en él haría bien en no pensar esas cosas de ella.
Miró la otra caja para distraerse.
—¿Qué hay ahí?
Serena la abrió y sacó un collar dorado, colgantes largos con cadenas doradas, dos coronas con joyas y una serie de chales de colores. Las cadenas y coronas estaban bañadas en oro y las joyas eran sólo cristales.
—He pensado que éste tenía un aire egipcio —colocó el collar encima de uno de los vestidos blancos para crear el tipo de collar circular que adornaba la ropa en los grabados egipcios—. O quizá Cleopatra podría llevar muchas joyas —puso las cadenas doradas encima del otro vestido de muselina.
Parecía concentrar su atención en los vestidos, sin apenas mirarlo, manteniendo la relación de trabajo que él le había pedido. Aquello debería haberlo tranquilizado, pero no fue así.
Si hubiera ido con ella al teatro Drury Lane y rebuscado en los baúles de ropa, habría visto brillar sus ojos ante cada descubrimiento. Quizá habría sido testigo de su entusiasmo al encontrar el collar de oro. Tal vez ella habría sostenido las coronas de joyas dejando que sus gemas de cristal brillaran a la luz que hubiera en la sala del vestuario. Quizá habrían debatido qué vestidos elegir. Tal vez incluso habrían reído juntos.
Se había perdido esa oportunidad.
Ella se apartó y observó los vestidos.
—¿Qué te parecen?
Serena ocultó su reacción.
—Cualquiera de ellos servirá.
Serena hizo una mueca.
—¿Cualquiera? Yo esperaba que me dijeras cuál es el mejor —tocó de nuevo la tela amarilla—. Confieso que no he podido decidirme.
—No lo sé.
Sí lo sabía, pero su elección era escandalosa. Sólo uno de los vestidos convencía al artista y al hombre.
—¿Estás dispuesta a probártelos? —preguntó.
La actitud impersonal de ella vaciló un poco cuando le devolvió la mirada.
—Desde luego.
Tomó los vestidos y él le abrió la puerta de su dormitorio. Ella entró y colocó los vestidos en la cama. Miró por encima del hombro.
—Me temo que tendré que pedirte que me ayudes.
Si se lo hubiera dicho con algún asomo de seducción, él se habría negado, pero ella hablaba como si él fuera su doncella.
Seiya se acercó y buscó los corchetes en la parte de atrás de su vestido azul. Mientras los abría, rozó la piel suave de su cuello. Ella se movía bajo sus dedos como un gato al que acariciaran. Cuando le desató las cintas, ella inclinó la cabeza sobre el hombro.
Aquella reacción a sus dedos hizo que lo invadiera el deseo por ella. También provocó una sensación de placer que no debería haberse permitido sentir.
Ella se apartó en cuanto hubo terminado.
—Muchas gracias —dijo.
Seiya salió de la estancia y paseó por el estudio hasta que ella salió con el vestido amarillo.
—Necesito tu ayuda otra vez —le mostró la espalda.
Él ató las cintas con dedos que ahora temblaban un poco.
Ella se apartó y dio una vuelta completa delante de él.
—¿Y bien? —la seda amarilla se movía a su alrededor creando bonitos dibujos de luz y oscuridad.
Él respiró hondo.
—Prueba el collar y las joyas.
Acercó el espejo de cuerpo entero que usaba a veces, cuando tenía que dibujar una imagen reflejada. Ella probó primero el collar y después las demás joyas y se miró al espejo con cada una de ellas.
Repitieron la operación con el vestido de muselina, que seducía a Seiya más de lo que estaba dispuesto a admitir, aunque bajo él se veían el corsé y la camisa y no la piel rosa que había anhelado ver, no la imagen que tenía alojada de tal modo en su cerebro que lo excitaba.
Serena se mostraba impersonal, lo que le permitía mantener el control.
El segundo vestido de muselina era poco más que dos trozos de tela unidos en los hombros y atados con un cordón sencillo en la cintura. Cuando caminaba con él, la muselina se movía como nubes alrededor de sus piernas.
—Me encanta la sensación de este vestido —ella bailó delante de él—. Quedaría perfecto en el escenario.
Lo vio observándola y se detuvo con un asomo de sonrisa en el rostro.
Él apartó la vista.
—Pruébalo con el collar.
Ella tomó el collar y lo llevó al espejo.
—Tengo una idea —bajó más el escote del vestido de modo que los hombros quedaran desnudos y abrochó el collar encima. Cuando terminó, se miró en el espejo antes de alzar la vista al reflejo de él detrás de ella. Esperó su reacción.
Seiya asintió.
—Me gusta —formaba un traje perfectamente aceptable.
—A mí también —ella desató el cordón de la cintura y lo reemplazó con las cadenas doradas. Alzó la vista para ver si Seiya lo aprobaba.
Él asintió con la cabeza.
Ella sonrió y alzó las manos para quitarse las horquillas del pelo. Sus rizos rubios cayeron hasta la mitad de la espalda.
Seiya contuvo el aliento.
Ella recogió el pelo en sus manos.
—Creo que puedo curvarlo hacia abajo para que parezca más egipcio.
La luz atrapaba sus rizos, creando mechas doradas que rivalizaban con el tono del collar y las cadenas. A Seiya le cosquilleaban los dedos por las ganas de hundirse en los rizos.
—Déjalo suelto —murmuró.
Ella lo miró en el espejo y él sintió la pasión palpitar entre ellos.
Respiró hondo.
—Sólo necesita una corona.
Le tendió la corona más sencilla de las dos, la que formaba un punto único delante. Tres joyas rojas la decoraban, una en la cima y dos más bajas; juntas resaltaban la forma triangular del dorado.
Él le puso la corona en la cabeza y ambos examinaron el resultado en el espejo. Seiya apoyó las manos en sus hombros desnudos y sus miradas se encontraron a través del espejo.
—¿Seiya? —susurró ella.
Aquel contacto breve suplicaba algo más. La atracción entre ellos no se podía negar, sólo resistir.
Seiya apartó las manos de mala gana y retrocedió un paso.
—Tenemos a Cleopatra.
La expresión de ella mostró primero decepción, pero enseguida asumió una sonrisa decidida.
—Lo apruebas. ¿Y ahora qué?
Él cerró los ojos, pues podía lidiar mejor con la imagen de Serena en el lienzo que con la mujer de carne y hueso. La imaginó blanco sobre blanco. Lino blanco cubriendo la chaise longue, con paredes de mármol blanco detrás de ella y una ventana que mostraba edificios blancos en la distancia. Los jeroglíficos que decorarían la pared proporcionarían algún contraste, pero los tonos serían blanco, gris y negro, excepto por Serena, que brillaría como el oro de su collar y su corona.
—Posa en la chaise longue —acercó su mesa de dibujar—. Quiero esbozar una idea.
Ella se colocó en la pose que Seiya había dibujado dos días antes. Él sacó un trozo de carboncillo y empezó a dibujar.
Pasaron varios minutos antes de que ella hablara.
—¿ BlackMoon te ha visitado hoy?
Otra vez BlackMoon. La mera mención de su nombre bastó para romper la concentración de Seiya.
—No.
—Bien.
Guardaron silencio de nuevo y Seiya volvió a concentrarse en su dibujo.
—Le dije que no se entrometiera —dijo ella después de un rato.
Seiya la miró.
—¿Le dijiste? — BlackMoon no aceptaba bien que le dijeran nada.
—Le recordé que había aceptado este retrato porque me había dicho que eso no me obligaba a nada con él —explicó ella—. Le recordé que mis afectos no se venden.
Seiya la miró, sin creer del todo lo que había oído.
—No todas las actrices queremos la atención de los caballeros en el Salón Verde.
Él asintió, aunque dudaba de que ninguna actriz pudiera esquivar dichas atenciones.
—¿Cuál fue la reacción de BlackMoon?
Ella se encogió de hombros.
—¿Qué podía decir? Me había dado su palabra. Sólo tenía que convencerlo de que pensaba hacérsela cumplir. Le dije que no debe interferir y estoy encantada de que esta vez parezca haberme escuchado.
Seiya entrecerró los ojos.
—Serena, él no es hombre que renuncie a lo que quiere.
Ella volvió a encogerse de hombros.
—Es un hombre.
—Un hombre despiadado.
Serena lo miró.
—¿Cómo sabes eso? —levantó una mano—. Espera, no creo que me lo vayas a decir, ¿verdad? ¿Qué relación tienes tú con BlackMoon?
Seiya no contestó de inmediato.
—Está relacionado con mi familia.
—Él me dijo que es amigo de tu madre.
Seiya frunció el ceño.
—¿Te dijo eso? ¿Amigo?
—Sí.
—Un amigo es un modo de decirlo —repuso Seiya—. O al menos lo fue una vez. Ahora puedes comprender su relación conmigo.
Ella asintió.
—Pero hay más, ¿verdad?
Él volvió a su dibujo antes de hablar.
—En la Península se mostró despiadado en su ambición. Le importaba más lo que lo beneficiara a él que lo que les pasara a sus hombres.
—¿Era militar? —ella parecía sorprendida.
—General de brigada. Antes de heredar el título.
—¿General? —rió ella.
Seiya no comprendía qué era lo que le parecía tan divertido.
A ella le brillaban los ojos.
—Perdona, pero me parece una tontería que un general se convierta de pronto en un patrón tan entusiasta de las artes —rió—. Sospecho que le interesan más las actrices que preservar la importancia cultural del teatro.
Seiya no pudo evitar sonreír. No por su valoración del carácter de BlackMoon, sino por lo encantadora que estaba cuando reía.
Ella lo miró.
—Eso es muy agradable.
—¿Qué? —preguntó él, serio de nuevo.
—Has sonreído.
Seiya volvió al dibujo; usó pasteles para añadir color a su piel y al oro.
Serena lo miraba mientras trabajaba. Su concentración era tan intensa como en Somerset House. Esa vez parecía haberse retirado de nuevo a aquel lugar al que ella no podía llegar, aquel lugar relacionado de algún modo con BlackMoon. Eso la frustraba y entristecía.
Se estaba enamorando de aquel artista de humor cambiante, que guardaba tanto dentro y sin embargo mostraba tanto en su arte. Quería desentrañar su misterio, compartir confidencias con él y también aventurillas como la excursión del día anterior a Somerset House.
—Seiya, deberíamos ir al Egyptian Hall. ¿Has estado allí? —era un edificio en Piccadilly que tenía una fachada de estilo egipcio. Sería un regalo explorarlo con él.
Él vaciló.
—No he estado allí.
—Deberíamos intentar verlo, ¿no te parece? Para completar nuestra investigación.
Seiya siguió dibujando, usando el pulgar para extender algo por el papel.
Ella volvió a probar.
—Quizá tu hermana y Haruka quieran venir también.
Él dejó de dibujar.
—Mi hermana sale poco. Le gustaría.
Serena sonrió.
—Entonces di que sí.
Seiya tardó un rato en mirarla a los ojos.
—Sí.
Ella se sintió feliz por dentro. Sonrió.
—Espléndido. ¿Lo organizas tú? Yo tengo los días libres. Planea nuestra salida. Estoy segura de que yo no tendré nada que lo impida —dijo.
Seiya dejó el carboncillo en la mesa y se apartó para mirarlos a ella y al cuadro.
—Ven a verlo —dijo al fin.
Ella se acercó.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó.
En el dibujo, él había transformado la habitación en un palacio egipcio, con una vista también egipcia desde la ventana. Ella estaba en la parte delantera. El único color en el papel era el de su piel y rasgos y el de los adornos dorados que llevaba. Como resultado, él la había mostrado de un modo increíble. Y sin embargo…
—Sólo es un boceto —dijo él con aire de disculpa.
—Es bueno —ella lo miró de nuevo con la frente arrugada—. Para un boceto.
Él volvió a examinarlo.
—Habla claramente, Serena.
Ella retrocedió y volvió la cabeza hacia él.
—No tiene emoción.
Él volvió a mirarlo.
—Sólo es un boceto.
—Lo convertirás en un cuadro maravilloso, eso seguro —sólo le faltaba la vida que él podía darle.
Ella le apretó el brazo y, para sorpresa suya, él la rodeó con ese brazo y permanecieron juntos un momento. El reloj de la chimenea dio las seis. Serena sabía que él diría que era hora de irse.
—Ya he empezado a preparar el lienzo —dijo él—. Se tiene que secar, así que no es necesario que vengas mañana.
Ella se sintió amargamente decepcionada, pues no quería que pasara ni un día sin verlo. Apartó la vista para que él no la viera.
—A menos —prosiguió él— que Michiru quiera ver el Egyptian Hall mañana. Sería un buen día para ir, ya que no puedo trabajar.
Serena lo miró, intentando no mostrar lo feliz que la hacía aquella idea.
—Eso sería muy agradable, ¿verdad?
—Si puedes esperar, iré a preguntárselo. Sólo tardo unos minutos.
—¿Voy contigo? —estaba más que dispuesta a convencer a Michiru de ser necesario.
—No —repuso él, cortante—. No —añadió con voz más suave—. Mi madre… es mejor que vaya yo solo. Puedo buscarte un carruaje al volver.
Ella asintió y se preguntó si la madre de Seiya conocería el interés de BlackMoon por ella. De ser así, sin duda no querría conocerla. La madre de Serena sentía resentimiento por todos los hombres que la habían dejado y todas las mujeres que la habían reemplazado, sobre todo si eran mujeres más jóvenes.
Se esforzó por sonreír.
—Me pondré mi vestido. ¿Te importa abrochármelo antes de irte?
Los ojos de él se oscurecieron.
—Claro que no.
Ella corrió al dormitorio, se quitó la corona y el traje. Se puso su vestido de antes y regresó al estudio. Seiya estaba en la ventana con los brazos cruzados. Se acercó a ella, ató las cintas y abrochó los corchetes.
Cuando hubo terminado, tomó su sobretodo de la percha.
—Regreso enseguida.
Parecía tener prisa. Ella sonrió.
—Tarda lo que quieras.
Cuando él se marchó, ella se recogió el pelo y fue a ordenar el dormitorio, donde había dejado los trajes. Tomó las cajas y las llevó consigo.
Alisó la tela lo mejor que pudo, dobló los vestidos y los colocó en la caja. Volvió a guardar las coronas y cadenas en la otra. No había necesidad de devolverlos al teatro hasta que el retrato estuviera terminado. Después de cerrar las cajas, se sentó en la cama y tocó la burda manta que tapaba a Seiya cuando dormía.
Lo imaginó en la cama. Sería maravilloso yacer a su lado, sentir su piel cálida en la de ella y dormirse en sus brazos. Siempre había pensado que ésa era una de las mejores partes de estar con un hombre. Si el hombre no era un villano, claro.
Se levantó rápidamente. No debía pensar así, sobre todo porque las cosas entre Jack y ella eran muy frágiles y tenues. Mejor alegrarse simplemente de que estuviera dispuesto a ir al Egyptian Hall con ella.
Miró la habitación, que tenía pocos muebles. Una cama sencilla, una cómoda con una jarra y una palangana encima. Había también un baúl en un rincón y varios cuadros apoyados en la pared. Dejó las cajas al lado y no pudo resistirse a echar un vistazo.
Todos los cuadros eran de guerra. No de la gloria de la victoria, como el que había visto en la Real Academia, sino cuadros de soldados luchando. Les dio la vuelta y colocó tres, uno al lado del otro.
No eran bonitos. Las caras de los hombres estaban distorsionadas por miedo, violencia y dolor. Se apuñalaban unos a otros con espadas y bayonetas. La sangre fluía por todas partes. Pero Seiya había incluido también en cada cuadro algo que contrastaba con el horror. Uno mostraba una hermosa iglesia al fondo. En otro había campos verdes con ovejas. En un tercero, edificios de estuco blancos en una hermosa calle de pueblo. La calle estaba manchada con charcos de sangre, pero retenía parte de su belleza.
Le dolió el corazón por él. ¡Qué horrible debía haber sido la guerra!
Se acuclilló para examinar mejor la pericia con la que había creado las imágenes. Desde luego, en esos cuadros había sentimiento, sentimientos complicados. Uno incluía el rostro aterrorizado de un niño asomado a una de las ventanas del pueblo.
—¿Qué haces?
Alzó la vista y vio a Seiya en el umbral con expresión sombría.
No lo había oído volver, pero ni siquiera se le ocurrió contestar a su pregunta.
—Son maravillosos, Seiya. Estoy admirada. ¿Por qué están contra la pared? Deberías enseñarlos.
Él se cruzó de brazos.
—No los pinté para mostrarlos —dijo con voz tensa.
¿Por qué le perturbaba aquello?
—¿Por qué los pintaste? —preguntó ella, casi en un susurro.
Él apartó la vista de ella antes de acercarse.
—Es difícil de explicar.
Ella no vaciló.
—Soy capaz de entender cosas difíciles.
Él agarró el cuadro que tenía la iglesia pintada y lo volvió contra la pared.
—Cuando volví de la guerra, no podía librarme de lo que había visto. Por eso lo pinté.
—Pintaste lo que sentías —ella pensó que se le iba a partir el corazón por lo que había tenido que sufrir él.
—Esto no muestra ni la mitad —repuso él—. Tengo bocetos… —movió una mano en el aire—. Olvídalo.
—Me gustaría verlos —murmuró ella.
Él negó con la cabeza y regresó a la puerta.
—Debemos irnos. El coche de alquiler espera fuera.
Ella lo siguió. Seiya le echó la capa por los hombros.
Serena se la abrochó. Deseaba borrar el humor sombrío que había creado mirando su trabajo.
—¿Estaba Michiru en casa? ¿Ha aceptado salir?
Seiya apenas la miró.
—Ha aceptado y preguntará esta noche a Haruka si puede unirse a nosotros.
Ella se sintió más animada. No se perdería un día con Seiya.
—Nos veremos en la puerta de tu residencia a las once, si te parece aceptable.
Serena se ató las cintas del sombrero debajo de la barbilla.
—¿En mi residencia?
Él parecía confuso.
—¿No deberíamos?
Ella no sabía cómo contestar a eso.
—¿A tu madre no le importa que Michiru venga a una casa donde viven actores?
—Todavía no comprendo.
Serena pensaba que era evidente.
—Los actores y actrices no somos respetables.
Seiya soltó una risa seca.
—Los Kou tampoco.
Le abrió la puerta y esperó a que ella saliera.
Serena se volvió y lo miró a los ojos.
—No deseo que termine nuestro día juntos.
Los ojos de él se oscurecieron.
—Ven conmigo, Seiya —murmuró ella, procurando no mostrar hasta qué punto anhelaba que él aceptara—. Pasa la velada conmigo. Ven al teatro. Sé mi invitado.
Él miro en dirección a la puerta de su madre.
—No me esperan en otra parte.
Ella sonrió y le tocó la mejilla.
—Entonces ven conmigo.
Seiya tardó un rato en contestar:
—Dame un momento para que cierre la puerta.
Hay avances en el cuadro de Serena, y también en su relación con Seiya ¿Como será la noche para ellos ahora que compartan una velada juntos?
Eso lo sabremos en el siguiente capitulo
Me despido de ustedes por ahora. Como siempre, no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Nos vemos en el proximo capitulo
XOXO
Serenity
P.d. ¡No se pierdan el nuevo capitulo de Sombras del Destino!
Salió Serena sola con dos cajas grandes en las manos. Las dejó en la acera y dio unas monedas al cochero. Seiya vio que volvía a tomar las cajas y se dirigía a la puerta. Apretó el paso.
El rostro de ella se iluminó al verlo.
—Hola, Seiya—levantó las cajas—. He saqueado el vestuario.
Él se las quitó.
—Ya veo.
Ella lo siguió al interior, se desabrochó la capa y la colgó en el perchero. Cuando se quitaba los guantes y el gorro, preguntó:
—¿Quieres ver los trajes?
Parecía decidida a fingir que no había pasado nada entre ellos. Ni atracción, ni la invitación a su cuarto, ni la intrusión de BlackMoon.
—Sí —él también podía fingir. Llevó las cajas a la chaise longue antes de quitarse el sobretodo.
Ella abrió una de las cajas.
—Esta tiene los vestidos.
Sacó tres vestidos y los extendió en la chaise longue. Estaban hechos de tela tan fina que flotaron hasta que quedaron formando graciosos pliegues. Uno de los vestidos era de seda amarilla, los otros dos de muselina blanca.
Serena señaló el amarillo.
—He pensado que éste parecía casi de oro. Una tela de oro iría bien con una reina como Cleopatra —colocó las faldas de los otros dos—. Y éstos me han parecido vestidos clásicos.
El primero no parecía vestido en absoluto, sino más bien una camisola hecha de un tejido ligero que podía pegarse al cuerpo. Si Cleopatra llevaba aquel vestido sin nada debajo, la muselina mostraría el rubor de su piel desnuda y el rosa profundo de los pezones. Aquella idea se alojó en su mente y el artista que había en él anheló el reto de pintar tales transparencias. El hombre que había en él haría bien en no pensar esas cosas de ella.
Miró la otra caja para distraerse.
—¿Qué hay ahí?
Serena la abrió y sacó un collar dorado, colgantes largos con cadenas doradas, dos coronas con joyas y una serie de chales de colores. Las cadenas y coronas estaban bañadas en oro y las joyas eran sólo cristales.
—He pensado que éste tenía un aire egipcio —colocó el collar encima de uno de los vestidos blancos para crear el tipo de collar circular que adornaba la ropa en los grabados egipcios—. O quizá Cleopatra podría llevar muchas joyas —puso las cadenas doradas encima del otro vestido de muselina.
Parecía concentrar su atención en los vestidos, sin apenas mirarlo, manteniendo la relación de trabajo que él le había pedido. Aquello debería haberlo tranquilizado, pero no fue así.
Si hubiera ido con ella al teatro Drury Lane y rebuscado en los baúles de ropa, habría visto brillar sus ojos ante cada descubrimiento. Quizá habría sido testigo de su entusiasmo al encontrar el collar de oro. Tal vez ella habría sostenido las coronas de joyas dejando que sus gemas de cristal brillaran a la luz que hubiera en la sala del vestuario. Quizá habrían debatido qué vestidos elegir. Tal vez incluso habrían reído juntos.
Se había perdido esa oportunidad.
Ella se apartó y observó los vestidos.
—¿Qué te parecen?
Serena ocultó su reacción.
—Cualquiera de ellos servirá.
Serena hizo una mueca.
—¿Cualquiera? Yo esperaba que me dijeras cuál es el mejor —tocó de nuevo la tela amarilla—. Confieso que no he podido decidirme.
—No lo sé.
Sí lo sabía, pero su elección era escandalosa. Sólo uno de los vestidos convencía al artista y al hombre.
—¿Estás dispuesta a probártelos? —preguntó.
La actitud impersonal de ella vaciló un poco cuando le devolvió la mirada.
—Desde luego.
Tomó los vestidos y él le abrió la puerta de su dormitorio. Ella entró y colocó los vestidos en la cama. Miró por encima del hombro.
—Me temo que tendré que pedirte que me ayudes.
Si se lo hubiera dicho con algún asomo de seducción, él se habría negado, pero ella hablaba como si él fuera su doncella.
Seiya se acercó y buscó los corchetes en la parte de atrás de su vestido azul. Mientras los abría, rozó la piel suave de su cuello. Ella se movía bajo sus dedos como un gato al que acariciaran. Cuando le desató las cintas, ella inclinó la cabeza sobre el hombro.
Aquella reacción a sus dedos hizo que lo invadiera el deseo por ella. También provocó una sensación de placer que no debería haberse permitido sentir.
Ella se apartó en cuanto hubo terminado.
—Muchas gracias —dijo.
Seiya salió de la estancia y paseó por el estudio hasta que ella salió con el vestido amarillo.
—Necesito tu ayuda otra vez —le mostró la espalda.
Él ató las cintas con dedos que ahora temblaban un poco.
Ella se apartó y dio una vuelta completa delante de él.
—¿Y bien? —la seda amarilla se movía a su alrededor creando bonitos dibujos de luz y oscuridad.
Él respiró hondo.
—Prueba el collar y las joyas.
Acercó el espejo de cuerpo entero que usaba a veces, cuando tenía que dibujar una imagen reflejada. Ella probó primero el collar y después las demás joyas y se miró al espejo con cada una de ellas.
Repitieron la operación con el vestido de muselina, que seducía a Seiya más de lo que estaba dispuesto a admitir, aunque bajo él se veían el corsé y la camisa y no la piel rosa que había anhelado ver, no la imagen que tenía alojada de tal modo en su cerebro que lo excitaba.
Serena se mostraba impersonal, lo que le permitía mantener el control.
El segundo vestido de muselina era poco más que dos trozos de tela unidos en los hombros y atados con un cordón sencillo en la cintura. Cuando caminaba con él, la muselina se movía como nubes alrededor de sus piernas.
—Me encanta la sensación de este vestido —ella bailó delante de él—. Quedaría perfecto en el escenario.
Lo vio observándola y se detuvo con un asomo de sonrisa en el rostro.
Él apartó la vista.
—Pruébalo con el collar.
Ella tomó el collar y lo llevó al espejo.
—Tengo una idea —bajó más el escote del vestido de modo que los hombros quedaran desnudos y abrochó el collar encima. Cuando terminó, se miró en el espejo antes de alzar la vista al reflejo de él detrás de ella. Esperó su reacción.
Seiya asintió.
—Me gusta —formaba un traje perfectamente aceptable.
—A mí también —ella desató el cordón de la cintura y lo reemplazó con las cadenas doradas. Alzó la vista para ver si Seiya lo aprobaba.
Él asintió con la cabeza.
Ella sonrió y alzó las manos para quitarse las horquillas del pelo. Sus rizos rubios cayeron hasta la mitad de la espalda.
Seiya contuvo el aliento.
Ella recogió el pelo en sus manos.
—Creo que puedo curvarlo hacia abajo para que parezca más egipcio.
La luz atrapaba sus rizos, creando mechas doradas que rivalizaban con el tono del collar y las cadenas. A Seiya le cosquilleaban los dedos por las ganas de hundirse en los rizos.
—Déjalo suelto —murmuró.
Ella lo miró en el espejo y él sintió la pasión palpitar entre ellos.
Respiró hondo.
—Sólo necesita una corona.
Le tendió la corona más sencilla de las dos, la que formaba un punto único delante. Tres joyas rojas la decoraban, una en la cima y dos más bajas; juntas resaltaban la forma triangular del dorado.
Él le puso la corona en la cabeza y ambos examinaron el resultado en el espejo. Seiya apoyó las manos en sus hombros desnudos y sus miradas se encontraron a través del espejo.
—¿Seiya? —susurró ella.
Aquel contacto breve suplicaba algo más. La atracción entre ellos no se podía negar, sólo resistir.
Seiya apartó las manos de mala gana y retrocedió un paso.
—Tenemos a Cleopatra.
La expresión de ella mostró primero decepción, pero enseguida asumió una sonrisa decidida.
—Lo apruebas. ¿Y ahora qué?
Él cerró los ojos, pues podía lidiar mejor con la imagen de Serena en el lienzo que con la mujer de carne y hueso. La imaginó blanco sobre blanco. Lino blanco cubriendo la chaise longue, con paredes de mármol blanco detrás de ella y una ventana que mostraba edificios blancos en la distancia. Los jeroglíficos que decorarían la pared proporcionarían algún contraste, pero los tonos serían blanco, gris y negro, excepto por Serena, que brillaría como el oro de su collar y su corona.
—Posa en la chaise longue —acercó su mesa de dibujar—. Quiero esbozar una idea.
Ella se colocó en la pose que Seiya había dibujado dos días antes. Él sacó un trozo de carboncillo y empezó a dibujar.
Pasaron varios minutos antes de que ella hablara.
—¿ BlackMoon te ha visitado hoy?
Otra vez BlackMoon. La mera mención de su nombre bastó para romper la concentración de Seiya.
—No.
—Bien.
Guardaron silencio de nuevo y Seiya volvió a concentrarse en su dibujo.
—Le dije que no se entrometiera —dijo ella después de un rato.
Seiya la miró.
—¿Le dijiste? — BlackMoon no aceptaba bien que le dijeran nada.
—Le recordé que había aceptado este retrato porque me había dicho que eso no me obligaba a nada con él —explicó ella—. Le recordé que mis afectos no se venden.
Seiya la miró, sin creer del todo lo que había oído.
—No todas las actrices queremos la atención de los caballeros en el Salón Verde.
Él asintió, aunque dudaba de que ninguna actriz pudiera esquivar dichas atenciones.
—¿Cuál fue la reacción de BlackMoon?
Ella se encogió de hombros.
—¿Qué podía decir? Me había dado su palabra. Sólo tenía que convencerlo de que pensaba hacérsela cumplir. Le dije que no debe interferir y estoy encantada de que esta vez parezca haberme escuchado.
Seiya entrecerró los ojos.
—Serena, él no es hombre que renuncie a lo que quiere.
Ella volvió a encogerse de hombros.
—Es un hombre.
—Un hombre despiadado.
Serena lo miró.
—¿Cómo sabes eso? —levantó una mano—. Espera, no creo que me lo vayas a decir, ¿verdad? ¿Qué relación tienes tú con BlackMoon?
Seiya no contestó de inmediato.
—Está relacionado con mi familia.
—Él me dijo que es amigo de tu madre.
Seiya frunció el ceño.
—¿Te dijo eso? ¿Amigo?
—Sí.
—Un amigo es un modo de decirlo —repuso Seiya—. O al menos lo fue una vez. Ahora puedes comprender su relación conmigo.
Ella asintió.
—Pero hay más, ¿verdad?
Él volvió a su dibujo antes de hablar.
—En la Península se mostró despiadado en su ambición. Le importaba más lo que lo beneficiara a él que lo que les pasara a sus hombres.
—¿Era militar? —ella parecía sorprendida.
—General de brigada. Antes de heredar el título.
—¿General? —rió ella.
Seiya no comprendía qué era lo que le parecía tan divertido.
A ella le brillaban los ojos.
—Perdona, pero me parece una tontería que un general se convierta de pronto en un patrón tan entusiasta de las artes —rió—. Sospecho que le interesan más las actrices que preservar la importancia cultural del teatro.
Seiya no pudo evitar sonreír. No por su valoración del carácter de BlackMoon, sino por lo encantadora que estaba cuando reía.
Ella lo miró.
—Eso es muy agradable.
—¿Qué? —preguntó él, serio de nuevo.
—Has sonreído.
Seiya volvió al dibujo; usó pasteles para añadir color a su piel y al oro.
Serena lo miraba mientras trabajaba. Su concentración era tan intensa como en Somerset House. Esa vez parecía haberse retirado de nuevo a aquel lugar al que ella no podía llegar, aquel lugar relacionado de algún modo con BlackMoon. Eso la frustraba y entristecía.
Se estaba enamorando de aquel artista de humor cambiante, que guardaba tanto dentro y sin embargo mostraba tanto en su arte. Quería desentrañar su misterio, compartir confidencias con él y también aventurillas como la excursión del día anterior a Somerset House.
—Seiya, deberíamos ir al Egyptian Hall. ¿Has estado allí? —era un edificio en Piccadilly que tenía una fachada de estilo egipcio. Sería un regalo explorarlo con él.
Él vaciló.
—No he estado allí.
—Deberíamos intentar verlo, ¿no te parece? Para completar nuestra investigación.
Seiya siguió dibujando, usando el pulgar para extender algo por el papel.
Ella volvió a probar.
—Quizá tu hermana y Haruka quieran venir también.
Él dejó de dibujar.
—Mi hermana sale poco. Le gustaría.
Serena sonrió.
—Entonces di que sí.
Seiya tardó un rato en mirarla a los ojos.
—Sí.
Ella se sintió feliz por dentro. Sonrió.
—Espléndido. ¿Lo organizas tú? Yo tengo los días libres. Planea nuestra salida. Estoy segura de que yo no tendré nada que lo impida —dijo.
Seiya dejó el carboncillo en la mesa y se apartó para mirarlos a ella y al cuadro.
—Ven a verlo —dijo al fin.
Ella se acercó.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó.
En el dibujo, él había transformado la habitación en un palacio egipcio, con una vista también egipcia desde la ventana. Ella estaba en la parte delantera. El único color en el papel era el de su piel y rasgos y el de los adornos dorados que llevaba. Como resultado, él la había mostrado de un modo increíble. Y sin embargo…
—Sólo es un boceto —dijo él con aire de disculpa.
—Es bueno —ella lo miró de nuevo con la frente arrugada—. Para un boceto.
Él volvió a examinarlo.
—Habla claramente, Serena.
Ella retrocedió y volvió la cabeza hacia él.
—No tiene emoción.
Él volvió a mirarlo.
—Sólo es un boceto.
—Lo convertirás en un cuadro maravilloso, eso seguro —sólo le faltaba la vida que él podía darle.
Ella le apretó el brazo y, para sorpresa suya, él la rodeó con ese brazo y permanecieron juntos un momento. El reloj de la chimenea dio las seis. Serena sabía que él diría que era hora de irse.
—Ya he empezado a preparar el lienzo —dijo él—. Se tiene que secar, así que no es necesario que vengas mañana.
Ella se sintió amargamente decepcionada, pues no quería que pasara ni un día sin verlo. Apartó la vista para que él no la viera.
—A menos —prosiguió él— que Michiru quiera ver el Egyptian Hall mañana. Sería un buen día para ir, ya que no puedo trabajar.
Serena lo miró, intentando no mostrar lo feliz que la hacía aquella idea.
—Eso sería muy agradable, ¿verdad?
—Si puedes esperar, iré a preguntárselo. Sólo tardo unos minutos.
—¿Voy contigo? —estaba más que dispuesta a convencer a Michiru de ser necesario.
—No —repuso él, cortante—. No —añadió con voz más suave—. Mi madre… es mejor que vaya yo solo. Puedo buscarte un carruaje al volver.
Ella asintió y se preguntó si la madre de Seiya conocería el interés de BlackMoon por ella. De ser así, sin duda no querría conocerla. La madre de Serena sentía resentimiento por todos los hombres que la habían dejado y todas las mujeres que la habían reemplazado, sobre todo si eran mujeres más jóvenes.
Se esforzó por sonreír.
—Me pondré mi vestido. ¿Te importa abrochármelo antes de irte?
Los ojos de él se oscurecieron.
—Claro que no.
Ella corrió al dormitorio, se quitó la corona y el traje. Se puso su vestido de antes y regresó al estudio. Seiya estaba en la ventana con los brazos cruzados. Se acercó a ella, ató las cintas y abrochó los corchetes.
Cuando hubo terminado, tomó su sobretodo de la percha.
—Regreso enseguida.
Parecía tener prisa. Ella sonrió.
—Tarda lo que quieras.
Cuando él se marchó, ella se recogió el pelo y fue a ordenar el dormitorio, donde había dejado los trajes. Tomó las cajas y las llevó consigo.
Alisó la tela lo mejor que pudo, dobló los vestidos y los colocó en la caja. Volvió a guardar las coronas y cadenas en la otra. No había necesidad de devolverlos al teatro hasta que el retrato estuviera terminado. Después de cerrar las cajas, se sentó en la cama y tocó la burda manta que tapaba a Seiya cuando dormía.
Lo imaginó en la cama. Sería maravilloso yacer a su lado, sentir su piel cálida en la de ella y dormirse en sus brazos. Siempre había pensado que ésa era una de las mejores partes de estar con un hombre. Si el hombre no era un villano, claro.
Se levantó rápidamente. No debía pensar así, sobre todo porque las cosas entre Jack y ella eran muy frágiles y tenues. Mejor alegrarse simplemente de que estuviera dispuesto a ir al Egyptian Hall con ella.
Miró la habitación, que tenía pocos muebles. Una cama sencilla, una cómoda con una jarra y una palangana encima. Había también un baúl en un rincón y varios cuadros apoyados en la pared. Dejó las cajas al lado y no pudo resistirse a echar un vistazo.
Todos los cuadros eran de guerra. No de la gloria de la victoria, como el que había visto en la Real Academia, sino cuadros de soldados luchando. Les dio la vuelta y colocó tres, uno al lado del otro.
No eran bonitos. Las caras de los hombres estaban distorsionadas por miedo, violencia y dolor. Se apuñalaban unos a otros con espadas y bayonetas. La sangre fluía por todas partes. Pero Seiya había incluido también en cada cuadro algo que contrastaba con el horror. Uno mostraba una hermosa iglesia al fondo. En otro había campos verdes con ovejas. En un tercero, edificios de estuco blancos en una hermosa calle de pueblo. La calle estaba manchada con charcos de sangre, pero retenía parte de su belleza.
Le dolió el corazón por él. ¡Qué horrible debía haber sido la guerra!
Se acuclilló para examinar mejor la pericia con la que había creado las imágenes. Desde luego, en esos cuadros había sentimiento, sentimientos complicados. Uno incluía el rostro aterrorizado de un niño asomado a una de las ventanas del pueblo.
—¿Qué haces?
Alzó la vista y vio a Seiya en el umbral con expresión sombría.
No lo había oído volver, pero ni siquiera se le ocurrió contestar a su pregunta.
—Son maravillosos, Seiya. Estoy admirada. ¿Por qué están contra la pared? Deberías enseñarlos.
Él se cruzó de brazos.
—No los pinté para mostrarlos —dijo con voz tensa.
¿Por qué le perturbaba aquello?
—¿Por qué los pintaste? —preguntó ella, casi en un susurro.
Él apartó la vista de ella antes de acercarse.
—Es difícil de explicar.
Ella no vaciló.
—Soy capaz de entender cosas difíciles.
Él agarró el cuadro que tenía la iglesia pintada y lo volvió contra la pared.
—Cuando volví de la guerra, no podía librarme de lo que había visto. Por eso lo pinté.
—Pintaste lo que sentías —ella pensó que se le iba a partir el corazón por lo que había tenido que sufrir él.
—Esto no muestra ni la mitad —repuso él—. Tengo bocetos… —movió una mano en el aire—. Olvídalo.
—Me gustaría verlos —murmuró ella.
Él negó con la cabeza y regresó a la puerta.
—Debemos irnos. El coche de alquiler espera fuera.
Ella lo siguió. Seiya le echó la capa por los hombros.
Serena se la abrochó. Deseaba borrar el humor sombrío que había creado mirando su trabajo.
—¿Estaba Michiru en casa? ¿Ha aceptado salir?
Seiya apenas la miró.
—Ha aceptado y preguntará esta noche a Haruka si puede unirse a nosotros.
Ella se sintió más animada. No se perdería un día con Seiya.
—Nos veremos en la puerta de tu residencia a las once, si te parece aceptable.
Serena se ató las cintas del sombrero debajo de la barbilla.
—¿En mi residencia?
Él parecía confuso.
—¿No deberíamos?
Ella no sabía cómo contestar a eso.
—¿A tu madre no le importa que Michiru venga a una casa donde viven actores?
—Todavía no comprendo.
Serena pensaba que era evidente.
—Los actores y actrices no somos respetables.
Seiya soltó una risa seca.
—Los Kou tampoco.
Le abrió la puerta y esperó a que ella saliera.
Serena se volvió y lo miró a los ojos.
—No deseo que termine nuestro día juntos.
Los ojos de él se oscurecieron.
—Ven conmigo, Seiya —murmuró ella, procurando no mostrar hasta qué punto anhelaba que él aceptara—. Pasa la velada conmigo. Ven al teatro. Sé mi invitado.
Él miro en dirección a la puerta de su madre.
—No me esperan en otra parte.
Ella sonrió y le tocó la mejilla.
—Entonces ven conmigo.
Seiya tardó un rato en contestar:
—Dame un momento para que cierre la puerta.
Hay avances en el cuadro de Serena, y también en su relación con Seiya ¿Como será la noche para ellos ahora que compartan una velada juntos?
Eso lo sabremos en el siguiente capitulo
Me despido de ustedes por ahora. Como siempre, no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Nos vemos en el proximo capitulo
XOXO
Serenity
P.d. ¡No se pierdan el nuevo capitulo de Sombras del Destino!
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Muy buen fic! me leei todos los que me faltaban leer!! Sigue actualizando!!
Michiru200- Neo Reina Serena
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
huyyy que emocion por fin hay un pequeño acercamiento entre seiya y serena y bueno con la basura esa de blackmoon y ikuko quien sabe que pase ahora como buen macho no acepto la negativa de serena y ahora que pasara mmmm espero actualices pronto ok besos
Usagi13- Princesa Fireball
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
HOLA! MUY INTERESANTE EL CAPITULO!
COMO DICES YA HAY UN AVANCE ENTRE LA RELACION DE SEIYA Y SERENA, QUE EMOCION YA QUIERO SABER QUE MAS VA A PASAR!!!
SALUDOS!
COMO DICES YA HAY UN AVANCE ENTRE LA RELACION DE SEIYA Y SERENA, QUE EMOCION YA QUIERO SABER QUE MAS VA A PASAR!!!
SALUDOS!
caterine- Sailor Scout
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Amiga que maravilla..!!! Me encanta que seiya haya aceptado salir con serena... Y ahora que blackmoon cuenta con el apoyo de ikuko... Que pasara..???
sailory- Princesa Serena
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
me gusto mucho la actualizacion de Mujer Prohibida, ese asomo de beso, fue de los mas emocionante y para que decir cuando serena se probaba el vestuario de cleopatra, imagino a seiya con sudor en la frente, tratando de refrenar sus emociones jajja pero encuentro que a él le falta esa chispa de juventud, que lo destaca, a veces es muy hosco, por favor no me malinterpretes, entiendo a la perfeccion el dolor y sufrimiento de seiya, obviamente no va a sonreir a cada momento... es solo que me gustaria ver mas pasion en el con respecto de serena, parece frio y distante... ojala mas adelante...
con respecto a blackmoon (sucio, asqueroso viejo de mie... ) imagino que si ella no accede a sus deseos planea obligarla o algo peor, maldito, que dura era la vida antes y mas encima meterse con la vida de michiru, eso si es insolito... bueno querida serenity, que puedo decirte... me gustan mucho tus fics... besos...
actualiza prontoooo... [SERRISA]
con respecto a blackmoon (sucio, asqueroso viejo de mie... ) imagino que si ella no accede a sus deseos planea obligarla o algo peor, maldito, que dura era la vida antes y mas encima meterse con la vida de michiru, eso si es insolito... bueno querida serenity, que puedo decirte... me gustan mucho tus fics... besos...
actualiza prontoooo... [SERRISA]
Aysha Bakhovik B.- Sailor Outer Scout
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Hola!!! Ahí cielos me preocupa ikuko y el mentado señor ese, que se cree!!! Bueno que serena tiene su caracter y yo digo que ikuko solo quiere que le presten atencion...
Me encantaron esos momentos entre serena y seiya! Es como una montaña rusa, en especial si aparece el señor mugre!!
Ahora van a tener una salida aunque sea de "trabajo" vaya serena usando a michiru de agarre para "obligar" a seiya...
Me intriga Que va a pasar!!??
Excelente actualización!
Saludos
Me encantaron esos momentos entre serena y seiya! Es como una montaña rusa, en especial si aparece el señor mugre!!
Ahora van a tener una salida aunque sea de "trabajo" vaya serena usando a michiru de agarre para "obligar" a seiya...
Me intriga Que va a pasar!!??
Excelente actualización!
Saludos
stgrani- Reina Serenity
- Mensajes : 1790
Edad : 42
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
kiaaaaaaaaaaaaaaaaaa
que puedo decir me encanta
este fic esta lleno de emociones
intrigas y te imaginas como es
que en aquella epoca hicieron
para superar esa estapa donde
solo los hombres mandaban donde
eran los mas importantes y a los que
se les tenía mayor consideración sin
importar que a veces se salieran de sus
modales con dinero todo era "bueno"
asta en los moticonos porque ahora ya estan estos tambien :[JUMSERE]: :[SEREJEM]: :[GOTITA]:
soy una sailor que lucha contra la tristeza
y defiende a las mujeres como al anime
con gran entusiasmo XD"
¸.•)´
(.•´
`*.*´¨)
¸.•´¸.•*´¨) ¸.•*¨)
(¸.•´ (¸.•`
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___...::¨`•.¸ *ºSAILORINUº†* ¸.•`¨::..____
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
querida sailorinu para superar esa etapa fue necesario mucho esfuerzo de las mijeres jajaja, querida amix serenity otro grandiosos capitulo, felicidades amiga este fic´s esta que arde, simplemente me encanta, ese mugre de diamante uf lo odio, la mama de serena mmm que fea jajaja, seiya mi amado seiya esta sufriendo, pero la llegada de serena a su vida sera un gran alivio claro siempre y cuando logren salir de las dificultades que les esperan, sigue adelante y espero tu proxima actualizacion y tambien sobre la actualizaciones de los otros fic´s.
wendykou- Sailor Outer Scout
- Mensajes : 382
Edad : 38
Sexo :
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
¡Hola!
¡Mil gracias sus comentarios y por seguirme acompañando por aqui en esta historia!
Les traigo un nuevo capitulo de este fic ¡espero que lo disfruten!
Capitulo Ocho
Seiya giró la llave en la cerradura y volvió a la calle donde esperaba Serena. Ella sonrió como una niña que recibiera un juguete muy deseado.
Dudaba que su compañía mereciera tanta celebración, pero quería seguir con ella todo el tiempo que pudiera. Esa había sido su motivación para aceptar la visita al Egyptian Hall. Había incluido a Michiru como dama de compañía. Para él.
Se le ocurrió que en el estudio no tenían dama de compañía y que él la ayudaba a desabrocharse la ropa. Pero en el estudio tenía su trabajo. La dama de compañía era su arte.
BlackMoon había ido de nuevo a casa de su madre, que se mostraba encantada con su compañía. Eso ponía enfermo a Seiya, pero le había ayudado a tomar la decisión de pasar la velada con Serena. Si permanecía con ella, no estaría pensando en su madre.
La ayudó a subir al carruaje y se instaló a su lado.
—Le he dicho al cochero que nos lleve a Henrietta Street.
—Perfecto —ella se colgó de su brazo—. Podemos cenar allí e ir luego al teatro.
BlackMoon había anunciado que no asistiría esa noche al teatro. Serena y Seiya estarían libres de él.
Seiya se sentía sorprendentemente cómodo sentado cerca de Serena durante el breve trayecto hasta Henrietta Street. Después de pagar al cochero, ella lo tomó de nuevo del brazo y caminaron hasta la puerta. La luz de la tarde bañaba sus rasgos en gris, pero resultaba igual de adorable que a la luz del sol. Seiya se preguntó cómo sería pintarla con muchas luces diferentes.
—Me alegro de que hayas venido —dijo ella cuando entraron en la casa—. Sube a mi habitación. Allí podremos quitarnos los abrigos y estar cómodos hasta que sirvan la cena.
Le dio la mano cuando subían las escaleras y, una vez en su habitación, cerró la puerta. Lo soltó para quitarse la capa y el sombrero, que dejó en una silla cercana.
Se volvió a ayudarle con el sobretodo.
—Seré tu ayuda de cámara, puesto que antes me has hecho tú de doncella.
Seiya quedó paralizado; sólo deseaba tomarla en sus brazos y revolcarse con ella en la cama cercana. No podía haber nada más arriesgado que dejarse llevar por su atracción. Aunque hubiera rechazado a BlackMoon, éste había expresado su interés por ella y se vengaría si Serena lo elegía a él en su lugar. A Seiya no le importaba enfrentarse a él, pero no quería arriesgarse a que se vengara en Serena o en su madre.
La joven dejó el sobretodo en la cama, libre al parecer de preocupaciones. Dejó también allí el sombrero y los guantes de él. Era una chica lista. Acababa de informarlo de que la cama haría de momento de perchero, no de lugar para el placer.
Llamaron a la puerta.
—Serena —dijo una voz masculina—. Estamos tomando algo en el salón. Han regalado una botella de Madeira a una de las chicas.
—Maravilloso —ella miró a Seiya—. ¿Quieres un vaso de Madeira antes de la cena? Los demás residentes son muy amistosos.
—Haré lo que tú quieras.
Ella lo miró a los ojos.
—Yo quiero muchas cosas, Seiya.
Él frunció el ceño.
—Madeira, creo —sonrió ella.
Seiya la deseaba con todos los músculos y venas de su cuerpo, con todo el anhelo de su alma, aunque sabía que, con el interés de BlackMoon por ella, aquel deseo no podía llevar a nada bueno. Aun así, ella era lozana, vibrante y llena de vida, y él estaba harto de guerra y muerte.
Respiró hondo y contuvo el aliento un momento antes de señalar la puerta.
Bajaron las escaleras del brazo y entraron en el salón. La primera persona a la que vio Seiya fue al actor con el que había entablado amistad en la taberna.
—Hola, Seiya —el hombre se acercó con la mano tendida—. ¿Qué diablos haces aquí? —miró a otro hombre, otro actor que había estado con ellos la noche de la obra—. Mira, Nicolás, es Seiya.
Sus saludos eran tan amistosos como si fueran amigos de mucho tiempo. Se tutearon todos. Le presentaron inmediatamente a dos actrices que había allí, Rei, de la edad de Serena, y Setsuna, algo mayor.
—Andrew, Seiya, ¿de dónde se conocen? —preguntó Serena.
—Seiya y yo somos compañeros de bebida —repuso Andrew—. O al menos lo fuimos la otra noche —miró a Seiya—. Tú, mi querido amigo, no nos dijiste que podías entrar en el dormitorio de Serena; de hecho, eres el primer hombre invitado allí, al menos que yo sepa.
¿Era el primero?
—¿Seiya no te ha dicho que me está pintando? Es el artista que me está retratando como Cleopatra.
El actor le dio una palmada en el hombro.
—Villano, no me dijiste ni una palabra, ni siquiera cuando estábamos en el teatro.
—¿Estuviste en el teatro? —preguntó Serena.
Andrew lo llevó a una mesita lateral.
—Ven. Te serviré un vaso de este excelente Madeira.
Tanto el Madeira como la conversación fluyeron libremente hasta que anunciaron la cena y se retiraron al comedor. En la mesa sirvieron más vino y hablaron de teatro, de quién había conseguido qué papel y cómo se las había arreglado para hacerlo.
Andrew se volvió a Serena.
—Lo que yo quiero saber es cómo conseguiste convencer a BlackMoon BlackMoon de que te diera el papel de Cleopatra sin acostarte con él.
Serena bajó los ojos.
—¿Por mis méritos de actriz, tal vez?
Andrew se echó a reír.
—Tu madre juró como un marinero cuando se enteró de que el papel no era suyo.
Serena miró a Seiya.
—Mi madre tiene una vena celosa.
Andrew puso los ojos en blanco.
—Y que lo digas. Pero es una buena actriz, tan buena como Sarah Siddons —sirvió más vino a Seiya—. BlackMoon pagó también mucho dinero por conseguir a Chiba —guiñó un ojo a Seiya—. Pero al contratar a un pintor, ese tonto contrató a un rival.
— BlackMoon es un viejo lascivo, como la mayoría de los caballeros que vienen al Salón Verde —dijo Serena.
Las otras actrices se mostraron de acuerdo con ella.
Seiya intentó olvidar a BlackMoon y disfrutar simplemente de la manera libre de hablar de aquella gente, un gran contraste con lo que sucedía en su familia, donde muchas cosas quedaban sin decir.
—Pero BlackMoon tiene dinero —señaló Setsuna—. Es un pez al que vale la pena pescar.
Serena asintió.
—Es más del tipo de mi madre, diría yo —miró a Seiya—. ¿Sabías que ha financiado la obra?
A él no le resultaba fácil hablar con claridad. Vaciló.
—Dijo que para beneficiar al teatro, pero está claro qué beneficio le interesa más.
Ella agitó una mano en el aire.
—Al menos he conseguido que pinten mi retrato —dijo.
El buen ambiente de la habitación era contagioso y Seiya casi consiguió relajarse.
¡Mil gracias sus comentarios y por seguirme acompañando por aqui en esta historia!
Les traigo un nuevo capitulo de este fic ¡espero que lo disfruten!
Capitulo Ocho
Seiya giró la llave en la cerradura y volvió a la calle donde esperaba Serena. Ella sonrió como una niña que recibiera un juguete muy deseado.
Dudaba que su compañía mereciera tanta celebración, pero quería seguir con ella todo el tiempo que pudiera. Esa había sido su motivación para aceptar la visita al Egyptian Hall. Había incluido a Michiru como dama de compañía. Para él.
Se le ocurrió que en el estudio no tenían dama de compañía y que él la ayudaba a desabrocharse la ropa. Pero en el estudio tenía su trabajo. La dama de compañía era su arte.
BlackMoon había ido de nuevo a casa de su madre, que se mostraba encantada con su compañía. Eso ponía enfermo a Seiya, pero le había ayudado a tomar la decisión de pasar la velada con Serena. Si permanecía con ella, no estaría pensando en su madre.
La ayudó a subir al carruaje y se instaló a su lado.
—Le he dicho al cochero que nos lleve a Henrietta Street.
—Perfecto —ella se colgó de su brazo—. Podemos cenar allí e ir luego al teatro.
BlackMoon había anunciado que no asistiría esa noche al teatro. Serena y Seiya estarían libres de él.
Seiya se sentía sorprendentemente cómodo sentado cerca de Serena durante el breve trayecto hasta Henrietta Street. Después de pagar al cochero, ella lo tomó de nuevo del brazo y caminaron hasta la puerta. La luz de la tarde bañaba sus rasgos en gris, pero resultaba igual de adorable que a la luz del sol. Seiya se preguntó cómo sería pintarla con muchas luces diferentes.
—Me alegro de que hayas venido —dijo ella cuando entraron en la casa—. Sube a mi habitación. Allí podremos quitarnos los abrigos y estar cómodos hasta que sirvan la cena.
Le dio la mano cuando subían las escaleras y, una vez en su habitación, cerró la puerta. Lo soltó para quitarse la capa y el sombrero, que dejó en una silla cercana.
Se volvió a ayudarle con el sobretodo.
—Seré tu ayuda de cámara, puesto que antes me has hecho tú de doncella.
Seiya quedó paralizado; sólo deseaba tomarla en sus brazos y revolcarse con ella en la cama cercana. No podía haber nada más arriesgado que dejarse llevar por su atracción. Aunque hubiera rechazado a BlackMoon, éste había expresado su interés por ella y se vengaría si Serena lo elegía a él en su lugar. A Seiya no le importaba enfrentarse a él, pero no quería arriesgarse a que se vengara en Serena o en su madre.
La joven dejó el sobretodo en la cama, libre al parecer de preocupaciones. Dejó también allí el sombrero y los guantes de él. Era una chica lista. Acababa de informarlo de que la cama haría de momento de perchero, no de lugar para el placer.
Llamaron a la puerta.
—Serena —dijo una voz masculina—. Estamos tomando algo en el salón. Han regalado una botella de Madeira a una de las chicas.
—Maravilloso —ella miró a Seiya—. ¿Quieres un vaso de Madeira antes de la cena? Los demás residentes son muy amistosos.
—Haré lo que tú quieras.
Ella lo miró a los ojos.
—Yo quiero muchas cosas, Seiya.
Él frunció el ceño.
—Madeira, creo —sonrió ella.
Seiya la deseaba con todos los músculos y venas de su cuerpo, con todo el anhelo de su alma, aunque sabía que, con el interés de BlackMoon por ella, aquel deseo no podía llevar a nada bueno. Aun así, ella era lozana, vibrante y llena de vida, y él estaba harto de guerra y muerte.
Respiró hondo y contuvo el aliento un momento antes de señalar la puerta.
Bajaron las escaleras del brazo y entraron en el salón. La primera persona a la que vio Seiya fue al actor con el que había entablado amistad en la taberna.
—Hola, Seiya —el hombre se acercó con la mano tendida—. ¿Qué diablos haces aquí? —miró a otro hombre, otro actor que había estado con ellos la noche de la obra—. Mira, Nicolás, es Seiya.
Sus saludos eran tan amistosos como si fueran amigos de mucho tiempo. Se tutearon todos. Le presentaron inmediatamente a dos actrices que había allí, Rei, de la edad de Serena, y Setsuna, algo mayor.
—Andrew, Seiya, ¿de dónde se conocen? —preguntó Serena.
—Seiya y yo somos compañeros de bebida —repuso Andrew—. O al menos lo fuimos la otra noche —miró a Seiya—. Tú, mi querido amigo, no nos dijiste que podías entrar en el dormitorio de Serena; de hecho, eres el primer hombre invitado allí, al menos que yo sepa.
¿Era el primero?
—¿Seiya no te ha dicho que me está pintando? Es el artista que me está retratando como Cleopatra.
El actor le dio una palmada en el hombro.
—Villano, no me dijiste ni una palabra, ni siquiera cuando estábamos en el teatro.
—¿Estuviste en el teatro? —preguntó Serena.
Andrew lo llevó a una mesita lateral.
—Ven. Te serviré un vaso de este excelente Madeira.
Tanto el Madeira como la conversación fluyeron libremente hasta que anunciaron la cena y se retiraron al comedor. En la mesa sirvieron más vino y hablaron de teatro, de quién había conseguido qué papel y cómo se las había arreglado para hacerlo.
Andrew se volvió a Serena.
—Lo que yo quiero saber es cómo conseguiste convencer a BlackMoon BlackMoon de que te diera el papel de Cleopatra sin acostarte con él.
Serena bajó los ojos.
—¿Por mis méritos de actriz, tal vez?
Andrew se echó a reír.
—Tu madre juró como un marinero cuando se enteró de que el papel no era suyo.
Serena miró a Seiya.
—Mi madre tiene una vena celosa.
Andrew puso los ojos en blanco.
—Y que lo digas. Pero es una buena actriz, tan buena como Sarah Siddons —sirvió más vino a Seiya—. BlackMoon pagó también mucho dinero por conseguir a Chiba —guiñó un ojo a Seiya—. Pero al contratar a un pintor, ese tonto contrató a un rival.
— BlackMoon es un viejo lascivo, como la mayoría de los caballeros que vienen al Salón Verde —dijo Serena.
Las otras actrices se mostraron de acuerdo con ella.
Seiya intentó olvidar a BlackMoon y disfrutar simplemente de la manera libre de hablar de aquella gente, un gran contraste con lo que sucedía en su familia, donde muchas cosas quedaban sin decir.
—Pero BlackMoon tiene dinero —señaló Setsuna—. Es un pez al que vale la pena pescar.
Serena asintió.
—Es más del tipo de mi madre, diría yo —miró a Seiya—. ¿Sabías que ha financiado la obra?
A él no le resultaba fácil hablar con claridad. Vaciló.
—Dijo que para beneficiar al teatro, pero está claro qué beneficio le interesa más.
Ella agitó una mano en el aire.
—Al menos he conseguido que pinten mi retrato —dijo.
El buen ambiente de la habitación era contagioso y Seiya casi consiguió relajarse.
Última edición por Serenity el Mar Ago 30, 2011 5:00 pm, editado 1 vez
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Después de la cena caminaron todos juntos hasta el teatro, con sus risas formando nubecillas de condensación en el aire frío. De nuevo Seiya fue admitido entre bastidores. Serena se lo presentó al señor Garayan, quien pareció complacido de que estuviera pintando el retrato y comentó que habría más encargos si el retrato ayudaba a mejorar las ventas de entradas. Seiya también fue presentado al señor Chiba, que al parecer había bebido lo suyo.
Serena lo dejó para vestirse para el papel y Seiya se sentó en una silla desde la que se veía el escenario. Andrew le sacó una botella de vino y un vaso. Él tomó el vino e intentó memorizar el caos y confusión que había tras el escenario para dibujarlo luego. Se imaginó dibujando la escena al estilo de un grabado de Rowlandson, llena de actividad, de gente colorida y de humor.
Una mujer hermosa vestida para actuar se acercó a él.
Ikuko Tsukino.
—Es el retratista de mi hija, ¿verdad? —preguntó, sin molestarse en saludarlo antes.
Seiya se puso en pie.
—Así es. Seiya Kou a su servicio —hizo una inclinación de cabeza.
Ella le tendió la mano.
—Ikuko Tsukino.
—Su fama la precede, señorita Tsukino. La he reconocido inmediatamente —le estrechó la mano, que encontró fría y rígida.
La sonrisa de ella era igual de fría. Lo miró de arriba abajo.
—Ahora empiezo a entenderlo —movió la cabeza—. Aun así, mi hija es una boba al preferirlo a… —vaciló—. A otros caballeros.
—Yo no soy más que el artista que pinta su retrato.
Ella enarcó las cejas.
—Bien —volvió a mirarlo—. Espero que haga un retrato espléndido.
—Lo intentaré. Es una gran oportunidad para mí pintar a su hija.
Ella asintió con la cabeza.
Seiya se estremeció. ¿Cómo habría sido para Serena tener una madre así?
La obra empezó poco después. Aunque Seiya la veía por tercera vez, aquélla era la primera vez que se sentía libre para simplemente disfrutar de la representación. Serena se convertía en Julieta pero retenía también algo de ella. Cuando no estaba en escena o cambiándose de traje, se quedaba a su lado, no ya como Julieta sino simplemente Serena. Los demás compañeros de la cena le hacían también compañía al tiempo que le pasaban algún que otro cotilleo, que parecía ser su conversación preferida.
Cuando terminó la obra, Andrew sugirió que Seiya y Serena fueran a la taberna donde Seiya y él se habían conocido.
Serena negó con la cabeza.
—Yo no puedo. El señor Garayan quiere que salude a algunos espectadores en el Salón Verde —miró a Seiya—. Ven conmigo. Te presentaré como mi retratista.
Seiya consiguió al fin entrar en el Salón Verde, y como invitado de la actriz principal, nada menos. BlackMoon no estaba allí para prohibirle la entrada. Una vez allí, habló con todos los hombres ricos que pudo por si en el futuro les interesaba un encargo. Serena no tenía escasez de caballeros que quisieran hablar con ella. No todos ellos eran como BlackMoon ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que conociera a uno digno de ella?
Seiya movió la cabeza para desprenderse de esos pensamientos.
Ella se acercó a él.
—He encontrado un caballero interesado en un cuadro de historia.
Le presentó a un hombre que tendría más o menos la edad de BlackMoon.
—¿Pinta batallas y retratos? Casi me dan ganas de pedirle que me pinte con mi antiguo uniforme de la Guardia Montada.
—Mi padre estuvo en la Guardia Montada —dijo Seiya.
El hombre lo miró fijamente, pero él estaba distraído. Acababa de ver a Zafiro, el hijo de BlackMoon, entre la multitud.
La antigua rabia rugió en su interior.
—¿Su nombre es Kou? —dijo el hombre—. En mis tiempos había un Jedite Kou en la Guardia Montada.
Seiya apenas si podía prestarle atención.
—Mi padre, señor.
Normalmente, le habría complacido mucho encontrar a alguien que había conocido a su padre, pero la vista de Zafiro y las cicatrices de su cara lo devolvieron a aquella noche en Badajoz.
Zafiro se tambaleó por efecto de la bebida cuando intentó tocar a una bailarina de ballet que pasaba cerca.
—No diga más —el antiguo camarada de su padre guardó silencio un momento—. Ahora comprendo la conexión —dijo de pronto—. BlackMoon le paga por pintar a esa actriz, ¿no es así?
Seiya BlackMoon lo miró.
—Así es —repuso con voz tensa.
Zafiro se acercó a una de las actrices de la posada de Serena, a Rei, la más joven.
Seiya hizo una inclinación de cabeza al oficial de la Guardia Montada.
—Debo retirarme, señor.
El hombre pareció aliviado. Le dio una palmada en el hombro a modo de despedida.
Seiya cruzó la estancia hasta donde Zafiro jugaba con una cinta larga de la manga del vestido de Rei.
Frotó la cinta contra su cicatriz.
—Esto me lo hice en el sitio de Badajoz —abrió mucho los ojos al ver acercarse a Seiya.
Este no lo saludó.
—Quiero hablar contigo, Rei.
Ella alzó la vista hacia Zafiro y movió las pestañas.
—En un momento.
—Ahora.
Zafiro pareció recobrarse de la sorpresa.
—No esperaba encontrarte aquí, Seiya. Confiaba en que te hubieran enviado a las Indias Occidentales o algún lugar por el estilo.
A un destino donde los soldados morían de fiebres.
—No es tu día de suerte —repuso Seiya entre dientes.
—Vaya, vaya, me has descubierto. Ni siquiera mi padre sabe aún que estoy en Londres. Estaba en París, ¿sabes?
A Rei le brillaron los ojos.
—¡París! —exclamó.
Seiya la miró.
—Ven conmigo, Rei.
Ella pasó la vista de un hombre al otro, pero no se movió.
Zafiro le dedicó una sonrisa.
—La señorita y yo sosteníamos una conversación muy agradable. Ahora le iba a hablar de París.
Zafiro embriagado era demasiado peligroso para confiar en él.
Seiya agarró a Rei del brazo.
—Pues debo interrumpirlos.
—Vamos, Seiya —ella intentó soltarse.
En aquel momento apareció Serena.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó con voz animosa.
Seiya la miró.
—Necesito hablar con Rei ahora mismo.
Serena sonrió.
—Pues claro que sí. Yo entretendré a este caballero mientras hablan.
Zafiro miró a Seiya un instante, pero enseguida volvió la vista a Serena.
—Muy bien.
A Seiya no le gustaba dejar a Serena con él, pero sabía que ella no se marcharía con Zafiro y Rei quizá sí.
A ésta última no le gustó que la apartara de allí. Seiya la llevó a un rincón.
—No te acerques a ese hombre. No es alguien a quien te gustaría conocer.
Ella se soltó.
—Es hijo de BlackMoon. Tendrá dinero.
—No vale la pena. Créeme.
Ella puso los brazos en jarras.
—¿Y por qué voy a creerte?
Seiya se inclinó hacia ella.
—Porque sé que es cruel con las mujeres.
Ella dejó caer los brazos a los costados.
—¿Cómo que cruel?
—Violento —Seiya no podía decir más—. Confía en mí, Rei.
Ella se mordió el labio inferior como si calculara su decisión.
—Preséntame a otros caballeros y dejaré en paz a ése.
Él la presentó al antiguo oficial de la Guardia Montada, quien se mostró encantado de conocerla.
Seiya maniobró apresuradamente entre la multitud para regresar con Serena y apartarla de Zafiro. Mientras andaba, el rumor de voces a su alrededor empezó a convertirse en el rugido de las llamas que devastaban edificios. Una voz de hombre sonaba igual que el fuego de los mosquetes. Una risa de mujer se convirtió en un grito. No podía moverse.
Serena llegó a su lado.
—¿Qué ocurre, Seiya? Pareces enfermo.
Los recuerdos de Badajoz estaban a punto de envolverlo de nuevo.
—Debo irme.
Ella lo tomó del brazo.
—Voy contigo.
Lo llevó a su camerino, donde la doncella la ayudó a quitarse la ropa del teatro y ponerse la suya. Desde detrás de un biombo le preguntó por Zafiro. Él sólo pudo repetir lo que le había dicho a Rei. Los sonidos de su cabeza no remitían.
Salieron al exterior y caminaron hacia la residencia de ella, pero los sonidos seguían presentes en su cabeza. Había llovido. Las calles brillaban con el agua y sus pasos resonaban en el aire todavía húmedo. El sonido reverberaba en la cabeza de Seiya como fantasmas que le gritaran. Tenía los músculos tensos, preparados para la lucha. Todas las sombras le parecían soldados embriagados. El aire olía a madera quemada.
Serena miró detrás de ellos.
—Mira, Seiya. Hay un fuego.
Él se volvió. El olor a humo había sido real. El fuego estaba a cierta distancia, quizá en un almacén del río, pero el brillo naranja resultaba visible en el cielo y el viento transportaba el olor a humo. Cerca de allí se oyó un golpe fuerte; quizá había volcado un carro esparciendo su contenido.
De pronto estaba ya completamente de regreso en Badajoz.
Tiró de ella con un grito hasta la pared de un edificio, la aplastó contra la superficie de ladrillo y la protegió con su cuerpo.
Ella dio un respingo.
—¿Qué sucede, Seiya?
—Tenemos que escondernos.
—¿Qué ocurre?
Él no podía hablar, no podía explicarse.
Serena lo abrazó. Y él se aferró a ella con fuerza.
—Estás a salvo —murmuró Serena—. Estás a salvo. No hay necesidad de esconderse.
Pareció que pasaba un periodo de tiempo interminable atrapado en aquella pesadilla viva. Ella siguió abrazándolo hasta que volvió la realidad.
Seiya la soltó y se apartó.
—Debo de estar loco.
—Dime qué ha pasado —ella parecía asustada.
Seiya se quitó el sombrero y se pasó una mano temblorosa por el pelo.
—Estaba de vuelta en Badajoz.
Ella le tocó el brazo.
—¿Has tenido una visión?
Él negó con la cabeza.
—Supongo que podríamos llamarlo visión. ¿Recuerdas los cuadros de la guerra en mi habitación? Es como si cobraran vida y yo estuviera dentro de ellos.
Ella se acercó más y lo tomó del brazo.
—No estás allí —dijo con voz tranquilizadora—. Estás en Londres conmigo.
Él echó a andar… e intentó no correr.
—Ha ocurrido otras veces. Creo que debo de estar loco.
Ella no aflojó el paso.
—Desde luego, estabas asustado. Supongo que si yo hubiera visto una guerra como la que has mostrado en tus cuadros, los recuerdos me abrumarían a veces. Pero ya ha pasado.
Llegaron a una calle que había que cruzar. Seiya ni siquiera sabía qué calle era. La zona le resultaba extraña, aunque seguramente habían recorrido la misma ruta para llegar al teatro.
—Ya casi estamos en casa —dijo ella cuando cruzaban.
Los sonidos de Badajoz se oían todavía a cada paso. Seiya pensó que, si conseguía llegar a la puerta de ella y darle las buenas noches, podría correr rápidamente a su estudio y confiar en llegar allí antes de que la visión lo envolviera de nuevo.
Llegaron a la puerta y ella sacó una llave del bolso, pero le tomó la mano antes de abrir.
—Tú vas a entrar conmigo.
—No debería —los sonidos rugían más fuertes.
Serena le apretó la mano.
—Hasta que te tranquilices. Sólo un minuto.
—Serena. No debería entrar contigo.
—A nadie le importará, créeme —ella abrió la puerta y tiró de él.
Seiya la siguió. La casa parecía extraña, iluminada sólo por una lámpara de aceite en una mesa en el vestíbulo. En su mente se colaron retazos de la casa de la mujer francesa en Badajoz. Vio de nuevo los muebles rotos, los papeles esparcidos, los ojos atormentados del hijo de la mujer.
Ella lo llevó escaleras arriba hasta su cuarto y después cerró la puerta con llave.
—¿Ves? Aquí estaremos seguros.
Se quitó la capa y los guantes y prendió una tea en un carbón que resplandecía en la chimenea. Con ella encendió todas las lámparas de la estancia. Seiya se lo agradeció interiormente. Cuanta más luz hubiera, mejor se sentiría.
Ella le ayudó a quitarse el sobretodo, pero esa vez no dejó el sombrero y los guantes en la cama sino en la silla. Después se acercó a un armario que había en el rincón.
Sacó una botella de brandy y dos vasos.
—A veces necesito esto para calmarme después de la actuación y poder dormir.
Sirvió los vasos y le pasó uno.
Con el suyo en una mano y la botella en la otra, se quitó los zapatos con los pies y subió a la cama, donde se sentó con las piernas cruzadas.
—Siéntate conmigo —dijo.
Seiya se quitó los zapatos y se reunió con ella. Tomó un buen trago de brandy.
—¿Quieres hablarme de Badajoz? —preguntó ella.
Él negó con la cabeza, incapaz de hablar.
Ella no lo presionó, sino que se limitó a servirle más brandy cuando lo terminó. El licor parecía tranquilizarlo y pudo volver a respirar con normalidad. El corazón ya no le latía como el tambor de un regimiento.
—No puedo hablar de ello —murmuró él, exhausto de pronto—. Y hay cuadros que no puedo enseñar. Pero debería darte las buenas noches y retirarme.
—Dentro de un rato —murmuró ella—. Antes debes descansar. Quítate la levita y el chaleco para que puedas tumbarte un rato.
Él le permitió que le quitara las prendas y le aflojara la corbata.
—Y deberías quitarte también los pantalones —dijo ella, mientras él yacía con la cabeza sobre la almohada.
El brandy y el agotamiento nublaban su mente. No debería permitir que le quitaran los pantalones.
—Debería regresar al estudio.
—Cuando descanses un poco —insistió ella—. Te despertaré en diez minutos.
—Diez minutos —la cama resultaba cálida y confortable. Quizá no estaría mal descansar diez minutos.
Serena lo dejó para vestirse para el papel y Seiya se sentó en una silla desde la que se veía el escenario. Andrew le sacó una botella de vino y un vaso. Él tomó el vino e intentó memorizar el caos y confusión que había tras el escenario para dibujarlo luego. Se imaginó dibujando la escena al estilo de un grabado de Rowlandson, llena de actividad, de gente colorida y de humor.
Una mujer hermosa vestida para actuar se acercó a él.
Ikuko Tsukino.
—Es el retratista de mi hija, ¿verdad? —preguntó, sin molestarse en saludarlo antes.
Seiya se puso en pie.
—Así es. Seiya Kou a su servicio —hizo una inclinación de cabeza.
Ella le tendió la mano.
—Ikuko Tsukino.
—Su fama la precede, señorita Tsukino. La he reconocido inmediatamente —le estrechó la mano, que encontró fría y rígida.
La sonrisa de ella era igual de fría. Lo miró de arriba abajo.
—Ahora empiezo a entenderlo —movió la cabeza—. Aun así, mi hija es una boba al preferirlo a… —vaciló—. A otros caballeros.
—Yo no soy más que el artista que pinta su retrato.
Ella enarcó las cejas.
—Bien —volvió a mirarlo—. Espero que haga un retrato espléndido.
—Lo intentaré. Es una gran oportunidad para mí pintar a su hija.
Ella asintió con la cabeza.
Seiya se estremeció. ¿Cómo habría sido para Serena tener una madre así?
La obra empezó poco después. Aunque Seiya la veía por tercera vez, aquélla era la primera vez que se sentía libre para simplemente disfrutar de la representación. Serena se convertía en Julieta pero retenía también algo de ella. Cuando no estaba en escena o cambiándose de traje, se quedaba a su lado, no ya como Julieta sino simplemente Serena. Los demás compañeros de la cena le hacían también compañía al tiempo que le pasaban algún que otro cotilleo, que parecía ser su conversación preferida.
Cuando terminó la obra, Andrew sugirió que Seiya y Serena fueran a la taberna donde Seiya y él se habían conocido.
Serena negó con la cabeza.
—Yo no puedo. El señor Garayan quiere que salude a algunos espectadores en el Salón Verde —miró a Seiya—. Ven conmigo. Te presentaré como mi retratista.
Seiya consiguió al fin entrar en el Salón Verde, y como invitado de la actriz principal, nada menos. BlackMoon no estaba allí para prohibirle la entrada. Una vez allí, habló con todos los hombres ricos que pudo por si en el futuro les interesaba un encargo. Serena no tenía escasez de caballeros que quisieran hablar con ella. No todos ellos eran como BlackMoon ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que conociera a uno digno de ella?
Seiya movió la cabeza para desprenderse de esos pensamientos.
Ella se acercó a él.
—He encontrado un caballero interesado en un cuadro de historia.
Le presentó a un hombre que tendría más o menos la edad de BlackMoon.
—¿Pinta batallas y retratos? Casi me dan ganas de pedirle que me pinte con mi antiguo uniforme de la Guardia Montada.
—Mi padre estuvo en la Guardia Montada —dijo Seiya.
El hombre lo miró fijamente, pero él estaba distraído. Acababa de ver a Zafiro, el hijo de BlackMoon, entre la multitud.
La antigua rabia rugió en su interior.
—¿Su nombre es Kou? —dijo el hombre—. En mis tiempos había un Jedite Kou en la Guardia Montada.
Seiya apenas si podía prestarle atención.
—Mi padre, señor.
Normalmente, le habría complacido mucho encontrar a alguien que había conocido a su padre, pero la vista de Zafiro y las cicatrices de su cara lo devolvieron a aquella noche en Badajoz.
Zafiro se tambaleó por efecto de la bebida cuando intentó tocar a una bailarina de ballet que pasaba cerca.
—No diga más —el antiguo camarada de su padre guardó silencio un momento—. Ahora comprendo la conexión —dijo de pronto—. BlackMoon le paga por pintar a esa actriz, ¿no es así?
Seiya BlackMoon lo miró.
—Así es —repuso con voz tensa.
Zafiro se acercó a una de las actrices de la posada de Serena, a Rei, la más joven.
Seiya hizo una inclinación de cabeza al oficial de la Guardia Montada.
—Debo retirarme, señor.
El hombre pareció aliviado. Le dio una palmada en el hombro a modo de despedida.
Seiya cruzó la estancia hasta donde Zafiro jugaba con una cinta larga de la manga del vestido de Rei.
Frotó la cinta contra su cicatriz.
—Esto me lo hice en el sitio de Badajoz —abrió mucho los ojos al ver acercarse a Seiya.
Este no lo saludó.
—Quiero hablar contigo, Rei.
Ella alzó la vista hacia Zafiro y movió las pestañas.
—En un momento.
—Ahora.
Zafiro pareció recobrarse de la sorpresa.
—No esperaba encontrarte aquí, Seiya. Confiaba en que te hubieran enviado a las Indias Occidentales o algún lugar por el estilo.
A un destino donde los soldados morían de fiebres.
—No es tu día de suerte —repuso Seiya entre dientes.
—Vaya, vaya, me has descubierto. Ni siquiera mi padre sabe aún que estoy en Londres. Estaba en París, ¿sabes?
A Rei le brillaron los ojos.
—¡París! —exclamó.
Seiya la miró.
—Ven conmigo, Rei.
Ella pasó la vista de un hombre al otro, pero no se movió.
Zafiro le dedicó una sonrisa.
—La señorita y yo sosteníamos una conversación muy agradable. Ahora le iba a hablar de París.
Zafiro embriagado era demasiado peligroso para confiar en él.
Seiya agarró a Rei del brazo.
—Pues debo interrumpirlos.
—Vamos, Seiya —ella intentó soltarse.
En aquel momento apareció Serena.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó con voz animosa.
Seiya la miró.
—Necesito hablar con Rei ahora mismo.
Serena sonrió.
—Pues claro que sí. Yo entretendré a este caballero mientras hablan.
Zafiro miró a Seiya un instante, pero enseguida volvió la vista a Serena.
—Muy bien.
A Seiya no le gustaba dejar a Serena con él, pero sabía que ella no se marcharía con Zafiro y Rei quizá sí.
A ésta última no le gustó que la apartara de allí. Seiya la llevó a un rincón.
—No te acerques a ese hombre. No es alguien a quien te gustaría conocer.
Ella se soltó.
—Es hijo de BlackMoon. Tendrá dinero.
—No vale la pena. Créeme.
Ella puso los brazos en jarras.
—¿Y por qué voy a creerte?
Seiya se inclinó hacia ella.
—Porque sé que es cruel con las mujeres.
Ella dejó caer los brazos a los costados.
—¿Cómo que cruel?
—Violento —Seiya no podía decir más—. Confía en mí, Rei.
Ella se mordió el labio inferior como si calculara su decisión.
—Preséntame a otros caballeros y dejaré en paz a ése.
Él la presentó al antiguo oficial de la Guardia Montada, quien se mostró encantado de conocerla.
Seiya maniobró apresuradamente entre la multitud para regresar con Serena y apartarla de Zafiro. Mientras andaba, el rumor de voces a su alrededor empezó a convertirse en el rugido de las llamas que devastaban edificios. Una voz de hombre sonaba igual que el fuego de los mosquetes. Una risa de mujer se convirtió en un grito. No podía moverse.
Serena llegó a su lado.
—¿Qué ocurre, Seiya? Pareces enfermo.
Los recuerdos de Badajoz estaban a punto de envolverlo de nuevo.
—Debo irme.
Ella lo tomó del brazo.
—Voy contigo.
Lo llevó a su camerino, donde la doncella la ayudó a quitarse la ropa del teatro y ponerse la suya. Desde detrás de un biombo le preguntó por Zafiro. Él sólo pudo repetir lo que le había dicho a Rei. Los sonidos de su cabeza no remitían.
Salieron al exterior y caminaron hacia la residencia de ella, pero los sonidos seguían presentes en su cabeza. Había llovido. Las calles brillaban con el agua y sus pasos resonaban en el aire todavía húmedo. El sonido reverberaba en la cabeza de Seiya como fantasmas que le gritaran. Tenía los músculos tensos, preparados para la lucha. Todas las sombras le parecían soldados embriagados. El aire olía a madera quemada.
Serena miró detrás de ellos.
—Mira, Seiya. Hay un fuego.
Él se volvió. El olor a humo había sido real. El fuego estaba a cierta distancia, quizá en un almacén del río, pero el brillo naranja resultaba visible en el cielo y el viento transportaba el olor a humo. Cerca de allí se oyó un golpe fuerte; quizá había volcado un carro esparciendo su contenido.
De pronto estaba ya completamente de regreso en Badajoz.
Tiró de ella con un grito hasta la pared de un edificio, la aplastó contra la superficie de ladrillo y la protegió con su cuerpo.
Ella dio un respingo.
—¿Qué sucede, Seiya?
—Tenemos que escondernos.
—¿Qué ocurre?
Él no podía hablar, no podía explicarse.
Serena lo abrazó. Y él se aferró a ella con fuerza.
—Estás a salvo —murmuró Serena—. Estás a salvo. No hay necesidad de esconderse.
Pareció que pasaba un periodo de tiempo interminable atrapado en aquella pesadilla viva. Ella siguió abrazándolo hasta que volvió la realidad.
Seiya la soltó y se apartó.
—Debo de estar loco.
—Dime qué ha pasado —ella parecía asustada.
Seiya se quitó el sombrero y se pasó una mano temblorosa por el pelo.
—Estaba de vuelta en Badajoz.
Ella le tocó el brazo.
—¿Has tenido una visión?
Él negó con la cabeza.
—Supongo que podríamos llamarlo visión. ¿Recuerdas los cuadros de la guerra en mi habitación? Es como si cobraran vida y yo estuviera dentro de ellos.
Ella se acercó más y lo tomó del brazo.
—No estás allí —dijo con voz tranquilizadora—. Estás en Londres conmigo.
Él echó a andar… e intentó no correr.
—Ha ocurrido otras veces. Creo que debo de estar loco.
Ella no aflojó el paso.
—Desde luego, estabas asustado. Supongo que si yo hubiera visto una guerra como la que has mostrado en tus cuadros, los recuerdos me abrumarían a veces. Pero ya ha pasado.
Llegaron a una calle que había que cruzar. Seiya ni siquiera sabía qué calle era. La zona le resultaba extraña, aunque seguramente habían recorrido la misma ruta para llegar al teatro.
—Ya casi estamos en casa —dijo ella cuando cruzaban.
Los sonidos de Badajoz se oían todavía a cada paso. Seiya pensó que, si conseguía llegar a la puerta de ella y darle las buenas noches, podría correr rápidamente a su estudio y confiar en llegar allí antes de que la visión lo envolviera de nuevo.
Llegaron a la puerta y ella sacó una llave del bolso, pero le tomó la mano antes de abrir.
—Tú vas a entrar conmigo.
—No debería —los sonidos rugían más fuertes.
Serena le apretó la mano.
—Hasta que te tranquilices. Sólo un minuto.
—Serena. No debería entrar contigo.
—A nadie le importará, créeme —ella abrió la puerta y tiró de él.
Seiya la siguió. La casa parecía extraña, iluminada sólo por una lámpara de aceite en una mesa en el vestíbulo. En su mente se colaron retazos de la casa de la mujer francesa en Badajoz. Vio de nuevo los muebles rotos, los papeles esparcidos, los ojos atormentados del hijo de la mujer.
Ella lo llevó escaleras arriba hasta su cuarto y después cerró la puerta con llave.
—¿Ves? Aquí estaremos seguros.
Se quitó la capa y los guantes y prendió una tea en un carbón que resplandecía en la chimenea. Con ella encendió todas las lámparas de la estancia. Seiya se lo agradeció interiormente. Cuanta más luz hubiera, mejor se sentiría.
Ella le ayudó a quitarse el sobretodo, pero esa vez no dejó el sombrero y los guantes en la cama sino en la silla. Después se acercó a un armario que había en el rincón.
Sacó una botella de brandy y dos vasos.
—A veces necesito esto para calmarme después de la actuación y poder dormir.
Sirvió los vasos y le pasó uno.
Con el suyo en una mano y la botella en la otra, se quitó los zapatos con los pies y subió a la cama, donde se sentó con las piernas cruzadas.
—Siéntate conmigo —dijo.
Seiya se quitó los zapatos y se reunió con ella. Tomó un buen trago de brandy.
—¿Quieres hablarme de Badajoz? —preguntó ella.
Él negó con la cabeza, incapaz de hablar.
Ella no lo presionó, sino que se limitó a servirle más brandy cuando lo terminó. El licor parecía tranquilizarlo y pudo volver a respirar con normalidad. El corazón ya no le latía como el tambor de un regimiento.
—No puedo hablar de ello —murmuró él, exhausto de pronto—. Y hay cuadros que no puedo enseñar. Pero debería darte las buenas noches y retirarme.
—Dentro de un rato —murmuró ella—. Antes debes descansar. Quítate la levita y el chaleco para que puedas tumbarte un rato.
Él le permitió que le quitara las prendas y le aflojara la corbata.
—Y deberías quitarte también los pantalones —dijo ella, mientras él yacía con la cabeza sobre la almohada.
El brandy y el agotamiento nublaban su mente. No debería permitir que le quitaran los pantalones.
—Debería regresar al estudio.
—Cuando descanses un poco —insistió ella—. Te despertaré en diez minutos.
—Diez minutos —la cama resultaba cálida y confortable. Quizá no estaría mal descansar diez minutos.
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Serena le acarició el pelo y miró su rostro atractivo. Como había anticipado, él sólo tardó un minuto en quedarse dormido profundamente como un niño.
La visión, o lo que quiera que fuera que se había apoderado de él, la había asustado. Él actuaba como si estuviera en otro tiempo y lugar, como si viera y oyera cosas que ella no captaba. Sabía muy poco de locura, pero no podía creerlo loco. Prefería pensar que el fuego había suscitado un recuerdo muy vivido.
Badajoz. Intentó recordar lo que sabía de eso. La batalla había tenido lugar unos tres años atrás, poco después de que ella dejara el colegio para unirse a la compañía de teatro. En aquellos tiempos sólo pensaba en actuar en el escenario. Aun así, sabía que habían muerto muchos soldados en Badajoz. ¿No era allí donde los soldados ingleses se habían sublevado y saqueado la ciudad? No conseguía recordarlo.
Pasó los dedos por la frente de Seiya y pensó en sus cuadros apoyados en la pared del dormitorio. Si el verdadero horror de la guerra era peor que eso, no podía imaginar lo que había tenido que soportar él. ¡Y pensar que ella había estado sumida en la frivolidad del teatro al mismo tiempo que él vivía una pesadilla de la que todavía no había podido desprenderse!
Le complacía que él durmiera pacíficamente.
Salió de su habitación y subió las escaleras hasta la de la doncella, donde despertó a la pobre chica para que la ayudara a desatarse las cintas y el corsé.
—Gracias, Molly —le susurró.
La chica ya había vuelto a dormirse.
Serena volvió a su cuarto y abrió la puerta con cuidado. Seiya tenía los ojos cerrados y la respiración regular. Ella se quitó el vestido y el corsé. Sentada delante del tocador, se quitó las horquillas del pelo, lo cepilló con esmero y se hizo una trenza. Sin molestarse en ponerse el camisón, avivó el fuego, apagó las velas y se subió a la cama al lado de Seiya, vestida sólo con la camisola.
Adoraba estar cerca de él. Seiya se volvió hacia ella y Serena pudo ver sus rasgos a la luz tenue de la chimenea. Le pesaban los ojos, pero no quería dormir. Sólo quería mirarlo, tan pacífico ahora cuando un rato antes había estado aterrorizado.
Desde la primera vez que lo viera había sospechado que era un hombre complicado. Esa noche lo había visto controlando bien sus emociones durante un momento y completamente a su merced al siguiente, perdido en una visión que lo aterrorizaba.
Lo último que pensó justo antes de quedarse dormida fue que se estaba apegando mucho a aquel soldado artista.
Un grito despertó a Serena.
—¡Suéltala! —Seiya se agitaba en la cama como si peleara con alguien—. ¡Basta!
Ella se sentó en la cama e intentó abrazarlo, pero él movió el brazo con tal fuerza que volvió a tumbarla.
Con el corazón golpeándole con fuerza por miedo a que acabara haciendo daño a uno de ellos, ella le agarró el brazo con fuerza.
—Seiya, despierta. Estás soñando —la camisola se le subió hasta la cintura y el pelo se soltó de la trenza.
—¡Fuego! El edificio está en llamas.
Iba a despertar a toda la casa. Serena consiguió subírsele encima, aunque sabía que no podía competir en fuerza con él. Le tapó la boca con la mano.
—No hay fuego. Despierta.
Él se sentó y la agarró por los antebrazos.
—¡Despierta! —ella estaba de rodillas, a horcajadas sobre las piernas de él, pero no había mucho que pudiera hacer contra la fuerza de él.
Él abrió los ojos, confusos y aterrorizados.
—Era un sueño, Seiya —intentó hacer que la viera—. Un sueño.
Él parpadeó y al fin enfocó la mirada.
—¿Serena? —la abrazó con fuerza contra su pecho.
Ella le acarició el cuello.
—¡Chist! Ya ha pasado. Sólo era un sueño —ella también necesitaba tranquilizarse.
—Serena —él enterró los dedos en su pelo y la besó en los labios.
Fue un beso desesperado, como si ella fuera su último vínculo con la cordura. Serena abrió la boca y él profundizó el beso, uniendo su lengua con la de ella.
La única aventura breve que había conocido ella no podía compararse con aquello. El deseo la embargó y le devolvió el beso.
Seiya la rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí.
—No debería haber hecho eso —dijo con voz baja y dura.
Ella lo besó.
—No digas eso. Sé que te ha gustado tanto como a mí.
Seiya levantó la cara de ella y le dio un beso largo.
—Me ha gustado mucho.
Ella rió y se colocó encima de él.
—Ha sido maravilloso.
Él le acarició la espalda.
—No deberíamos hacernos amantes, Serena.
Ella le besó la frente, la nariz, la barbilla…
—¿Por qué no? ¿Por qué privarnos de disfrutar de esto mientras podamos? Además... ya es demasiado tarde.
Él lanzó un gemido y volvió a hacerle el amor.
¡Por fin se nos hizo con Serena y Seiya! Sin duda ya nos hacia falta algo de emoción entre ellos.
Y como siempre, ya saben, quien desee que le envie el lemon, no dude en pedirmelo y con mucho gusto se lo hare llegar
Me despido de ustedes por ahora. Como siempre, no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Nos vemos en el proximo capitulo
XOXO
Serenity
P.d. ¡No se pierdan el nuevo capitulo de Sr & Sra Kou!
La visión, o lo que quiera que fuera que se había apoderado de él, la había asustado. Él actuaba como si estuviera en otro tiempo y lugar, como si viera y oyera cosas que ella no captaba. Sabía muy poco de locura, pero no podía creerlo loco. Prefería pensar que el fuego había suscitado un recuerdo muy vivido.
Badajoz. Intentó recordar lo que sabía de eso. La batalla había tenido lugar unos tres años atrás, poco después de que ella dejara el colegio para unirse a la compañía de teatro. En aquellos tiempos sólo pensaba en actuar en el escenario. Aun así, sabía que habían muerto muchos soldados en Badajoz. ¿No era allí donde los soldados ingleses se habían sublevado y saqueado la ciudad? No conseguía recordarlo.
Pasó los dedos por la frente de Seiya y pensó en sus cuadros apoyados en la pared del dormitorio. Si el verdadero horror de la guerra era peor que eso, no podía imaginar lo que había tenido que soportar él. ¡Y pensar que ella había estado sumida en la frivolidad del teatro al mismo tiempo que él vivía una pesadilla de la que todavía no había podido desprenderse!
Le complacía que él durmiera pacíficamente.
Salió de su habitación y subió las escaleras hasta la de la doncella, donde despertó a la pobre chica para que la ayudara a desatarse las cintas y el corsé.
—Gracias, Molly —le susurró.
La chica ya había vuelto a dormirse.
Serena volvió a su cuarto y abrió la puerta con cuidado. Seiya tenía los ojos cerrados y la respiración regular. Ella se quitó el vestido y el corsé. Sentada delante del tocador, se quitó las horquillas del pelo, lo cepilló con esmero y se hizo una trenza. Sin molestarse en ponerse el camisón, avivó el fuego, apagó las velas y se subió a la cama al lado de Seiya, vestida sólo con la camisola.
Adoraba estar cerca de él. Seiya se volvió hacia ella y Serena pudo ver sus rasgos a la luz tenue de la chimenea. Le pesaban los ojos, pero no quería dormir. Sólo quería mirarlo, tan pacífico ahora cuando un rato antes había estado aterrorizado.
Desde la primera vez que lo viera había sospechado que era un hombre complicado. Esa noche lo había visto controlando bien sus emociones durante un momento y completamente a su merced al siguiente, perdido en una visión que lo aterrorizaba.
Lo último que pensó justo antes de quedarse dormida fue que se estaba apegando mucho a aquel soldado artista.
OoOoO
Un grito despertó a Serena.
—¡Suéltala! —Seiya se agitaba en la cama como si peleara con alguien—. ¡Basta!
Ella se sentó en la cama e intentó abrazarlo, pero él movió el brazo con tal fuerza que volvió a tumbarla.
Con el corazón golpeándole con fuerza por miedo a que acabara haciendo daño a uno de ellos, ella le agarró el brazo con fuerza.
—Seiya, despierta. Estás soñando —la camisola se le subió hasta la cintura y el pelo se soltó de la trenza.
—¡Fuego! El edificio está en llamas.
Iba a despertar a toda la casa. Serena consiguió subírsele encima, aunque sabía que no podía competir en fuerza con él. Le tapó la boca con la mano.
—No hay fuego. Despierta.
Él se sentó y la agarró por los antebrazos.
—¡Despierta! —ella estaba de rodillas, a horcajadas sobre las piernas de él, pero no había mucho que pudiera hacer contra la fuerza de él.
Él abrió los ojos, confusos y aterrorizados.
—Era un sueño, Seiya —intentó hacer que la viera—. Un sueño.
Él parpadeó y al fin enfocó la mirada.
—¿Serena? —la abrazó con fuerza contra su pecho.
Ella le acarició el cuello.
—¡Chist! Ya ha pasado. Sólo era un sueño —ella también necesitaba tranquilizarse.
—Serena —él enterró los dedos en su pelo y la besó en los labios.
Fue un beso desesperado, como si ella fuera su último vínculo con la cordura. Serena abrió la boca y él profundizó el beso, uniendo su lengua con la de ella.
La única aventura breve que había conocido ella no podía compararse con aquello. El deseo la embargó y le devolvió el beso.
CENSURADO
Seiya la rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí.
—No debería haber hecho eso —dijo con voz baja y dura.
Ella lo besó.
—No digas eso. Sé que te ha gustado tanto como a mí.
Seiya levantó la cara de ella y le dio un beso largo.
—Me ha gustado mucho.
Ella rió y se colocó encima de él.
—Ha sido maravilloso.
Él le acarició la espalda.
—No deberíamos hacernos amantes, Serena.
Ella le besó la frente, la nariz, la barbilla…
—¿Por qué no? ¿Por qué privarnos de disfrutar de esto mientras podamos? Además... ya es demasiado tarde.
Él lanzó un gemido y volvió a hacerle el amor.
¡Por fin se nos hizo con Serena y Seiya! Sin duda ya nos hacia falta algo de emoción entre ellos.
Y como siempre, ya saben, quien desee que le envie el lemon, no dude en pedirmelo y con mucho gusto se lo hare llegar
Me despido de ustedes por ahora. Como siempre, no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Nos vemos en el proximo capitulo
XOXO
Serenity
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
hola!! oh por todos los cielos que seiya mas atormentado por sus recuerdos, pero bien que le trajeron algo positivo a su vida, serena
que lindos momentos comparti a pesar de que se menciono al mugre señor, con los del teatro, conocio mas gente y nooo vio al zafiro esto si que es lo pero, vaya que serena lo comprendio y logro alejar a rei de ahi
me encanto el capitulo, creo que seiya debe decirle la verdad de ese mugre señor en su vida y pues si luchar, no es un super hombre para hacerle lavida dificil....
me apunto para el lemon
saludos
un gran exito
que lindos momentos comparti a pesar de que se menciono al mugre señor, con los del teatro, conocio mas gente y nooo vio al zafiro esto si que es lo pero, vaya que serena lo comprendio y logro alejar a rei de ahi
me encanto el capitulo, creo que seiya debe decirle la verdad de ese mugre señor en su vida y pues si luchar, no es un super hombre para hacerle lavida dificil....
me apunto para el lemon
saludos
un gran exito
stgrani- Reina Serenity
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
lemon lemon lemon!!!! jajajajajajaj cuando aparecen esas partes censuradas queda uno a medias jajajaj en fin me encanto el capitulo pobre seiya con sus tormentos pero apesar de todo se que serena le ayudara a cambiar eso y bueno por fin se dio algo lindo e intimo entre ellos aunque al principio seiya no queria pero bueno todo se da por algo ojala blackmoon no se de cuenta por ahora porque le haria la vid infeliz tanto a seiya como serena y la mama de seiya es complicado en fin espero el siguiente con ansias y por favor NO OLVIDES ENVIARME EL LEMON OK BESOS BYEEE
Usagi13- Princesa Fireball
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Estuvo muy emocionante ese capitulo.. .... espero que sepan manejar las cosas cuando Blackmoon los descubra... y que va a pasar con la mamá de seiya?? Actualiza pronto .. ah y por favor envíame el lemon
Jecapoca- Sailor Scout
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
QUE CAPITULO, me da mucha tristeza ver por todo lo que está pasando seiya, los recuerdos horribles de la guerra, aunque ya han pasado tres años, aun lo atormentan. ¿que tramara el malvado de zafiro? y el viejo asqueroso está llevando a cabo el plan que hizo con la 'adorable' madre de serena... pero sabes, me gustó que seiya por fin encontró a otras personas con quien charlar y distraerse.
Bueno y hablando de la parte de la nochecita en la habitacion de serena, ufff que puedo decirte... sin el lemon fue muy breve... aunque era lo que mas esperaba, que por fin ellos pudieran estar juntos... imagino que el camino que les espera va a ser muy complicado... (uno siempre espera un final feliz, ojala éste sea el caso)
Me gusta mucho como escribes y tambien me apunto para el lemon (que imagino sera estupendo como todos los que he leido que has escrito)
besos
Bueno y hablando de la parte de la nochecita en la habitacion de serena, ufff que puedo decirte... sin el lemon fue muy breve... aunque era lo que mas esperaba, que por fin ellos pudieran estar juntos... imagino que el camino que les espera va a ser muy complicado... (uno siempre espera un final feliz, ojala éste sea el caso)
Me gusta mucho como escribes y tambien me apunto para el lemon (que imagino sera estupendo como todos los que he leido que has escrito)
besos
Aysha Bakhovik B.- Sailor Outer Scout
- Mensajes : 264
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
A MI ME ENCANTO TU HISTORIA ASI COMO ESTA GRACIAS POR NO PONER EL LEMON SEGUIDITO PORQUE YO LA VERDAD ASI LO PREFIERO A PESAR DE MI EDAD PREFIERO QUE SEA ASÍ ME ENCANTA VER COMO ES SEIYA CON SERENA Y
COMO POCO A POCO ESTÁN ROMPIENDO ESE MURO Y YA QUIERO SABER QUE HARÁN PARA SALIR DE ESTE NUEVO LÍO QUE ES SU AMOR Y COMO LOGRARÁN QUEDARSE JUNTOS O AL MENOS ESO ESPERO
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"soy una sailor que lucha contra la tristeza y
defiende al anime con gran entusiasmo XD"
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COMO POCO A POCO ESTÁN ROMPIENDO ESE MURO Y YA QUIERO SABER QUE HARÁN PARA SALIR DE ESTE NUEVO LÍO QUE ES SU AMOR Y COMO LOGRARÁN QUEDARSE JUNTOS O AL MENOS ESO ESPERO
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"soy una sailor que lucha contra la tristeza y
defiende al anime con gran entusiasmo XD"
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
wow que emocionante amix, hoy si me has hecho comerme las uñas hasta los nudillos jajajaja, mugre diamante como lo idio, la mama de serena si que es dura mmm no me da buena espina, zafiro infeliz que pasara con ese hombre mugre, que bueno querei se alejo de ese tipo, wow amix, no imagino estar en una guerra, pero conoci al abuelo de mi padre y estuvo en la guerrilla, wow eso es horrible, pobre mi amado seiya, pero bueno ahora serena y seiya han hecho el amor y yo quiero el lemon jajaja
wendykou- Sailor Outer Scout
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
solo puedo decir una cosa...
LEMON LEMON LEMON LEMON LEMON LEMON LEMON LEMON!!!!!!!
LEMON LEMON LEMON LEMON LEMON LEMON LEMON LEMON!!!!!!!
pandita- Sailor Outer Scout
- Mensajes : 427
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Este fic esta muy bueno de verdad, me encanta que sea de epoca ] los peronajes el vesturio me los imagino asi y Serena se debe ver hermosa... Yo quiero el lemon. gracias.
Akane- Sailor Inner Scout
- Mensajes : 171
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Holaaa amiga..!!! Que bueno que actualizaste... Que buena estuvo la salida de estos dos... Me encanta que seiya se haya relajado un poco y que pudiera disfrutar un rato agradable con serena y sus amigos del teatro... Exceptuando claro los terribles recuerdos de seiya, imagino que la presencia de zafiro y el incendio, los hicieron mas fuertes... Que bueno que serena logro que se calmara... Y ahora son amantes..!!! Oh my god..!!! Yo tambien quiero leer el lemon sere..!!! Estuvo muy buena la actualizacion..!!!
sailory- Princesa Serena
- Mensajes : 835
Edad : 34
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
¡Hola!
¡Mil gracias sus comentarios y por seguirme acompañando por aqui en esta historia!
Chicas, si alguien me falto para enviarle el lemon, avisenme para que se los haga llegar.
Bueno, ahora si les dejo un nuevo capitulo de esta historia ¡espero que lo disfruten!
Capitulo Nueve
Seiya despertó en una habitación fría, con el cuerpo cálido y desnudo de Serena al lado del suyo. Miró su rostro, tan hermoso que se preguntó si alguna vez podría captar aquella belleza en su retrato.
No debería estar tumbado a su lado, aunque allí era donde más deseaba estar. Al despertarse del sueño la había necesitado y su determinación de resistir lo había abandonado.
Miró hacia la ventana. La tenue luz del amanecer asomaba entre las cortinas. Había pasado toda la noche con ella.
Se soltó muy despacio. Serena murmuró algo y él quedó inmóvil. Ella se dio la vuelta y él esperó hasta que oyó su respiración regular y salió con cuidado de la cama. El suelo de madera estaba frío bajo sus pies. Tapó mejor a Serena, se acercó a la chimenea y echó más carbón a las ascuas. Al menos ella despertaría en una habitación caliente.
Encontró su ropa doblada en una silla, todo menos la camisa, que estaba en el suelo debajo de la camisola de ella. Se vistió rápidamente y sin hacer ruido y se acercó a la puerta en calcetines y con los zapatos en la mano.
La ropa de la cama se movió.
—¿Te vas? —murmuró ella, con voz pesada por el sueño.
Seiya se volvió.
—No quería despertarte.
Ella se sentó en la cama; su pelo era una masa de rizos.
—¿Por qué te vas? Hoy no pintas y no iremos al Egyptian Hall hasta más tarde.
Seiya miró la puerta.
—La casa está en silencio. Ahora no me verán.
Ella hizo una mueca.
—Aquí no le importará a nadie que hayas pasado la noche conmigo.
A Seiya no le preocupaba lo que pensaran de él.
—Tus amigos de aquí hablan con mucha franqueza. Una cosa es que hablen de mí como tu invitado en la cena y otra que mencionen que he pasado la noche. Es mejor que no lo sepa nadie.
Ella lo miró fijamente.
—¿Te preocupa que se entere BlackMoon?
Seiya asintió.
—Exactamente —se acercó a la cama y le apartó el pelo de la cara—. Nos vemos luego, cuando vengamos Michiru y yo a recogerte.
Serena le agarró la mano y se la llevó a los labios.
—Hasta luego.
A él le costó trabajo no volver a besarla en los labios, quitarse la ropa y regresar a las delicias del lecho, las delicias que desvanecían sus demonios, al menos durante un rato. No le importaba nada que BlackMoon se enfadara con él, pero eso podía hacer daño a la gente que más quería. Su madre y Serena.
Por ellas debía ir con cuidado con BlackMoon. Tenía que limitar su trato con Serena al estudio. Era preciso que continuaran siendo sólo artista y modelo.
Salió de la habitación con esa determinación y bajó las escaleras sin hacer ruido. Una vez fuera, se puso los zapatos y echó a andar por Adam Street. La ciudad despertaba a la vida con carros, carruajes y trabajadores yendo de acá para allá. Los vendedores callejeros empezaban a anunciar su mercancía de empanadas o galletas.
Seiya compró un bizcocho de jengibre, lo envolvió en su pañuelo y lo guardó en el bolsillo de la levita para comerlo con el té de la mañana. Le ahorraría la molestia de ir a desayunar a la mesa de su madre y correr el riesgo de volver a encontrarse allí con BlackMoon.
El aire de la mañana le llenaba los pulmones y sus oídos estaban libres de los ruidos de Badajoz. Casi podía decir que era feliz.
Pero cuando cruzó el Strand hacia Adam Street, su humor cambió. BlackMoon salió por la puerta de su madre y giró en dirección a él.
—Has madrugado, ¿no, Seiya?
—Y usted también —Seiya intentó hablar con indiferencia.
BlackMoon sonrió un momento.
—En casa de tu madre siguen en la cama.
Seiya apretó los dientes.
BlackMoon rió con suavidad, consciente sin duda de haberlo enojado. De pronto retrocedió como si lo viera por primera vez.
—Tienes aire de haber dormido con la ropa puesta. ¿Dónde has estado?
Seiya lo miró a los ojos.
—Si he dormido con la ropa puesta, señor, puede estar seguro de que soy demasiado caballero para contárselo.
BlackMoon soltó una carcajada estentórea.
—Has estado con una mujer, ¿eh?
Seiya no contestó.
BlackMoon lo miró de hito en hito.
—Espero que esa mujer tuya no te impida trabajar en el retrato. Quiero ver los progresos que has hecho.
—No hay nada que ver.
—¿Qué? — BlackMoon arrugó la frente—. ¿No has hecho nada? El tiempo es importante, ¿sabes? Estamos casi en marzo y la obra se estrena en abril.
—Soy muy consciente del tiempo —repuso Seiya.
BlackMoon lo apuntó con un dedo.
—Pues no te retrases. Quiero saber el instante en que esté terminado, el instante en el que pueda ver el producto final. Y más vale que sea pronto.
Seiya asintió con brusquedad.
—Lo tendré informado. Prepare el resto de mi paga para entonces.
—Haz lo que quiero cuando lo quiero y te pagaré — BlackMoon empezó a alejarse, pero se volvió—. De hecho, quiero que hagas dos retratos. Uno es mi regalo para la señorita Tsukino, el otro es para mí.
A Seiya no le gustaba la idea de que BlackMoon tuviera una imagen de Serena.
—En ese caso, la tarifa es doble —replicó. BlackMoon sería un tonto si aceptaba aquellos términos.
—¿Doble? —resopló el otro—. No tardaras el doble de tiempo.
Seiya inclinó la cabeza don desdén.
—Me retrasará en aceptar otros encargos. Lo toma o lo deja.
BlackMoon entornó los ojos con aire amenazador.
—Espero la mitad de la suma mañana o tendré que aceptar otro encargo —continuó Seiya.
No tenía otro encargo, pero eso BlackMoon no lo sabía.
BlackMoon frunció el ceño, pero acabó moviendo una mano en el aire.
—A mí no me importa el dinero. Pagaré esa cantidad.
Seiya decidió que era tonto.
—No puedo perder más tiempo contigo — BlackMoon se alejó apresuradamente.
Seiya lo vio doblar la esquina en el Strand.
—Que te lleve el diablo —murmuró.
¡Mil gracias sus comentarios y por seguirme acompañando por aqui en esta historia!
Chicas, si alguien me falto para enviarle el lemon, avisenme para que se los haga llegar.
Bueno, ahora si les dejo un nuevo capitulo de esta historia ¡espero que lo disfruten!
Capitulo Nueve
Seiya despertó en una habitación fría, con el cuerpo cálido y desnudo de Serena al lado del suyo. Miró su rostro, tan hermoso que se preguntó si alguna vez podría captar aquella belleza en su retrato.
No debería estar tumbado a su lado, aunque allí era donde más deseaba estar. Al despertarse del sueño la había necesitado y su determinación de resistir lo había abandonado.
Miró hacia la ventana. La tenue luz del amanecer asomaba entre las cortinas. Había pasado toda la noche con ella.
Se soltó muy despacio. Serena murmuró algo y él quedó inmóvil. Ella se dio la vuelta y él esperó hasta que oyó su respiración regular y salió con cuidado de la cama. El suelo de madera estaba frío bajo sus pies. Tapó mejor a Serena, se acercó a la chimenea y echó más carbón a las ascuas. Al menos ella despertaría en una habitación caliente.
Encontró su ropa doblada en una silla, todo menos la camisa, que estaba en el suelo debajo de la camisola de ella. Se vistió rápidamente y sin hacer ruido y se acercó a la puerta en calcetines y con los zapatos en la mano.
La ropa de la cama se movió.
—¿Te vas? —murmuró ella, con voz pesada por el sueño.
Seiya se volvió.
—No quería despertarte.
Ella se sentó en la cama; su pelo era una masa de rizos.
—¿Por qué te vas? Hoy no pintas y no iremos al Egyptian Hall hasta más tarde.
Seiya miró la puerta.
—La casa está en silencio. Ahora no me verán.
Ella hizo una mueca.
—Aquí no le importará a nadie que hayas pasado la noche conmigo.
A Seiya no le preocupaba lo que pensaran de él.
—Tus amigos de aquí hablan con mucha franqueza. Una cosa es que hablen de mí como tu invitado en la cena y otra que mencionen que he pasado la noche. Es mejor que no lo sepa nadie.
Ella lo miró fijamente.
—¿Te preocupa que se entere BlackMoon?
Seiya asintió.
—Exactamente —se acercó a la cama y le apartó el pelo de la cara—. Nos vemos luego, cuando vengamos Michiru y yo a recogerte.
Serena le agarró la mano y se la llevó a los labios.
—Hasta luego.
A él le costó trabajo no volver a besarla en los labios, quitarse la ropa y regresar a las delicias del lecho, las delicias que desvanecían sus demonios, al menos durante un rato. No le importaba nada que BlackMoon se enfadara con él, pero eso podía hacer daño a la gente que más quería. Su madre y Serena.
Por ellas debía ir con cuidado con BlackMoon. Tenía que limitar su trato con Serena al estudio. Era preciso que continuaran siendo sólo artista y modelo.
Salió de la habitación con esa determinación y bajó las escaleras sin hacer ruido. Una vez fuera, se puso los zapatos y echó a andar por Adam Street. La ciudad despertaba a la vida con carros, carruajes y trabajadores yendo de acá para allá. Los vendedores callejeros empezaban a anunciar su mercancía de empanadas o galletas.
Seiya compró un bizcocho de jengibre, lo envolvió en su pañuelo y lo guardó en el bolsillo de la levita para comerlo con el té de la mañana. Le ahorraría la molestia de ir a desayunar a la mesa de su madre y correr el riesgo de volver a encontrarse allí con BlackMoon.
El aire de la mañana le llenaba los pulmones y sus oídos estaban libres de los ruidos de Badajoz. Casi podía decir que era feliz.
Pero cuando cruzó el Strand hacia Adam Street, su humor cambió. BlackMoon salió por la puerta de su madre y giró en dirección a él.
—Has madrugado, ¿no, Seiya?
—Y usted también —Seiya intentó hablar con indiferencia.
BlackMoon sonrió un momento.
—En casa de tu madre siguen en la cama.
Seiya apretó los dientes.
BlackMoon rió con suavidad, consciente sin duda de haberlo enojado. De pronto retrocedió como si lo viera por primera vez.
—Tienes aire de haber dormido con la ropa puesta. ¿Dónde has estado?
Seiya lo miró a los ojos.
—Si he dormido con la ropa puesta, señor, puede estar seguro de que soy demasiado caballero para contárselo.
BlackMoon soltó una carcajada estentórea.
—Has estado con una mujer, ¿eh?
Seiya no contestó.
BlackMoon lo miró de hito en hito.
—Espero que esa mujer tuya no te impida trabajar en el retrato. Quiero ver los progresos que has hecho.
—No hay nada que ver.
—¿Qué? — BlackMoon arrugó la frente—. ¿No has hecho nada? El tiempo es importante, ¿sabes? Estamos casi en marzo y la obra se estrena en abril.
—Soy muy consciente del tiempo —repuso Seiya.
BlackMoon lo apuntó con un dedo.
—Pues no te retrases. Quiero saber el instante en que esté terminado, el instante en el que pueda ver el producto final. Y más vale que sea pronto.
Seiya asintió con brusquedad.
—Lo tendré informado. Prepare el resto de mi paga para entonces.
—Haz lo que quiero cuando lo quiero y te pagaré — BlackMoon empezó a alejarse, pero se volvió—. De hecho, quiero que hagas dos retratos. Uno es mi regalo para la señorita Tsukino, el otro es para mí.
A Seiya no le gustaba la idea de que BlackMoon tuviera una imagen de Serena.
—En ese caso, la tarifa es doble —replicó. BlackMoon sería un tonto si aceptaba aquellos términos.
—¿Doble? —resopló el otro—. No tardaras el doble de tiempo.
Seiya inclinó la cabeza don desdén.
—Me retrasará en aceptar otros encargos. Lo toma o lo deja.
BlackMoon entornó los ojos con aire amenazador.
—Espero la mitad de la suma mañana o tendré que aceptar otro encargo —continuó Seiya.
No tenía otro encargo, pero eso BlackMoon no lo sabía.
BlackMoon frunció el ceño, pero acabó moviendo una mano en el aire.
—A mí no me importa el dinero. Pagaré esa cantidad.
Seiya decidió que era tonto.
—No puedo perder más tiempo contigo — BlackMoon se alejó apresuradamente.
Seiya lo vio doblar la esquina en el Strand.
—Que te lleve el diablo —murmuró.
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Serena miró de nuevo por la ventana para ver si Seiya y su hermana habían llegado ya. Esa vez tuvo suerte y los vio acercándose a la puerta.
Corrió al pasillo y llamó a la doncella.
—Molly, mis invitados están en la puerta. Diles que bajo en un minuto. Pueden esperar en el vestíbulo.
—Sí, señorita —contestó Molly desde abajo.
Serena volvió a su cuarto y se puso un abrigo verde de frunces que acababa de llegar del fabricante de Mantua. Un gorro y guantes también verdes completaban su atuendo. Se miró al espejo y confió en gustarle a Seiya.
Salió al pasillo de nuevo y vio que Seiya la miraba desde el pie de las escaleras. Su hermana estaba a su lado.
—Estoy lista —sonrió a Michiru—. Es un placer volver a verla, señorita Kou.
Michiru hizo una reverencia.
—Para mí también.
Serena le sonrió.
—¿Su Haruka no nos acompaña?
—Tenía clase.
—¡Qué lástima! —Serena habría querido que Michiru y Haruka tuvieran también una salida juntos.
Miró a Seiya.
—Señor Kou, gracias por sugerir esta excursión.
Michiru parecía confusa.
—Seiya me ha dicho que fue idea suya.
Serena sonrió.
—Lo fue.
Seiya abrió la puerta y salieron al exterior.
—Si no les importa andar, sospecho que no hay más de una milla hasta Piccadilly.
—Caminaremos —repuso Michiru.
Seiya miró a Serena.
—¿Señorita Tsukino?
Ella se agarró de su brazo.
—Caminaremos, pues.
Michiru parecía más apagada que en su primer encuentro, pero Serena sospechaba que se debía a que Haruka no estaba con ella. Envidiaba el amor joven de la chica. Debía de ser agradable ser cortejada por un joven respetable y esperar una vida convencional y predecible.
Ella, por su parte, había elegido otra cosa y debía contentarse con lo que le ofreciera la vida. La excitación del teatro. La libertad de hacer lo que quisiera. Nadie esperaba que una actriz fuera casta. Podía elegir compartir su lecho con Seiya si así lo deseaba. Y lo deseaba.
Corrió al pasillo y llamó a la doncella.
—Molly, mis invitados están en la puerta. Diles que bajo en un minuto. Pueden esperar en el vestíbulo.
—Sí, señorita —contestó Molly desde abajo.
Serena volvió a su cuarto y se puso un abrigo verde de frunces que acababa de llegar del fabricante de Mantua. Un gorro y guantes también verdes completaban su atuendo. Se miró al espejo y confió en gustarle a Seiya.
Salió al pasillo de nuevo y vio que Seiya la miraba desde el pie de las escaleras. Su hermana estaba a su lado.
—Estoy lista —sonrió a Michiru—. Es un placer volver a verla, señorita Kou.
Michiru hizo una reverencia.
—Para mí también.
Serena le sonrió.
—¿Su Haruka no nos acompaña?
—Tenía clase.
—¡Qué lástima! —Serena habría querido que Michiru y Haruka tuvieran también una salida juntos.
Miró a Seiya.
—Señor Kou, gracias por sugerir esta excursión.
Michiru parecía confusa.
—Seiya me ha dicho que fue idea suya.
Serena sonrió.
—Lo fue.
Seiya abrió la puerta y salieron al exterior.
—Si no les importa andar, sospecho que no hay más de una milla hasta Piccadilly.
—Caminaremos —repuso Michiru.
Seiya miró a Serena.
—¿Señorita Tsukino?
Ella se agarró de su brazo.
—Caminaremos, pues.
Michiru parecía más apagada que en su primer encuentro, pero Serena sospechaba que se debía a que Haruka no estaba con ella. Envidiaba el amor joven de la chica. Debía de ser agradable ser cortejada por un joven respetable y esperar una vida convencional y predecible.
Ella, por su parte, había elegido otra cosa y debía contentarse con lo que le ofreciera la vida. La excitación del teatro. La libertad de hacer lo que quisiera. Nadie esperaba que una actriz fuera casta. Podía elegir compartir su lecho con Seiya si así lo deseaba. Y lo deseaba.
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