Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Por todos los cielos!!! Bien decia seiya que ese mugre no traia buenas intenciones y serena no le creia capaz, como hasta ahora mostro sus horribles intenciones, debio hablar con seiya de su plan!
Michiru ojalá esto lo tomaras con mas valor! Huye de algo se puede vivir ese no es todo poderoso y luego podrías cazarte con haruka como debió de ser!!! Y pues que bien que pudo saber lo que era un beso real!
Las cosas se ponen color de hormiga!!!
Momento!!! Ya se viene el final!!! Noooo!!
Saludos!!!
Me ha encantado!!
Michiru ojalá esto lo tomaras con mas valor! Huye de algo se puede vivir ese no es todo poderoso y luego podrías cazarte con haruka como debió de ser!!! Y pues que bien que pudo saber lo que era un beso real!
Las cosas se ponen color de hormiga!!!
Momento!!! Ya se viene el final!!! Noooo!!
Saludos!!!
Me ha encantado!!
stgrani- Reina Serenity
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Que triste pobres parejas, cuanto dolor debe haber en sus corazones y Serena debe estar a punto de un colapso tener estar con Blackmoon debia ser tan asqueroso y la amenaza aun peor como duele el corazon de solo pensar por lo q la pareja puede estar pasando. que situacion tan horrible
Akane- Sailor Inner Scout
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
oh dios q esta pasando!!!
como q ya va a llegar a su fin??
enviame el lemon amiga porfa!!!!!!!!!!!!
como q ya va a llegar a su fin??
enviame el lemon amiga porfa!!!!!!!!!!!!
pandita- Sailor Outer Scout
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
¡Hola!
¡Mil gracias sus comentarios y por continuar acompañandome en esta historia!
Penultimo capitulo de esta historia...
Tranquilas que esto aun no se termina, aqui les dejo este capitulo ¡Espero que lo disfruten!
Capitulo 13
Serena estaba sentada en el palco del teatro acompañada por BlackMoon, que se mostraba triunfante, y por el hijo de éste. Ella los despreciaba a los dos.
—Esto es una crueldad, señor —le susurró—. Me hicieron creer que sentía afecto por la señora Kou.
Él pareció sorprendido.
—Le tengo afecto. Un gran afecto. Por eso los he incluido en la invitación.
A ella le costaba trabajo creer lo que oía.
—¿No cree que le resultará doloroso verse obligada a estar en mi compañía?
Él seguía pareciendo confuso.
—No veo por qué. Esmeralda comprende que debo casarme —agitó una mano en el aire—. Esmeralda es my buena. Siempre me ha comprendido.
Serena movió la cabeza.
—¿Y usted recompensaría esa bondad retirándole los fondos y enviándola al asilo de pobres?
La expresión de él había perdido toda afabilidad.
—Eso estaría en sus manos, querida. Las suyas y las de Seiya. Usted dos decidiran ese asunto.
—No comprendo por qué debemos sentarnos con ninguno de los Kou —protestó Zafiro.
Serena apartó la vista.
Se abrió la puerta del palco. Michiru fue la primera en entrar, seguida de una mujer muy atractiva que Serena adivinó enseguida que debía ser su madre.
—Maldición, ahí llegan —murmuró Zafiro BlackMoon.
Lord Rubeus entró detrás de las damas.
—Será una velada encantadora —exclamó—. Un grupo en el teatro.
Michiru llevó a su madre hasta Serena y ésta vio que Seiya entraba en el palco y permanecía al lado de la puerta.
—Madre —dijo Michiru—. Quiero presentarte…
BlackMoon tomó a Serena del brazo y la acercó a él.
—Mi querida Serena, permíteme presentarte a la señora Kou, a la que tengo entendido que no conoces —miró a la madre de Seiya—. Esmeralda, ésta es Serena Tsukino, mi futura esposa.
Serena se sonrojó de furia por la madre de Seiya. Hizo una reverencia.
—Señora Kou, es a mí a quien deberían presentarme a usted —miró a BlackMoon de hito en hito—. Y lord BlackMoon la engaña. No he aceptado su proposición.
—Me aceptará, Esmeralda, tengo confianza en eso.
La pobre señora Kou estaba muy pálida.
—Encantada de conocerla.
Serena comprendió demasiado tarde que le había infligido un golpe adicional. Debía ser mucho peor verse sustituida por una mujer que rechazaba a BlackMoon que por una que lo aceptaba.
BlackMoon no se percató del malestar de la señora Kou. Señaló una mesa en la parte de atrás del palco.
—Seiya, sírvenos champán. Convertiremos esta velada en una celebración.
Seiya lo miró con furia. Serena veía que todos los músculos de su cuerpo se revelaban ante la idea de hacer algo que le pidiera BlackMoon.
La señora Kou empezó a sentarse en uno de los asientos de atrás.
—Por favor, siéntese delante, señora —le dijo Serena—. Tendra mucha mejor vista del escenario, cosa que yo no necesito, se lo aseguro —lo menos que podía hacer por la pobre mujer era evitarle que tuviera que ver a BlackMoon tonteando con ella.
Rubeus instaló a Michiru en otra silla delante.
—Puedes sentarte entre tu madre y yo, querida mía. ¿Te gusta así?
—Gracias —repuso Michiru.
Seiya pasó las copas de champán en silencio.
BlackMoon alzó la suya.
—Propongo un brindis por nuestros prometidos. Para que siempre tengan felicidad —miró a Seiya—. Por el hermoso retrato de Serena —a continuación alzó el vaso ante Serena—. Por la modelo del retrato y por el futuro que estoy seguro de que conocerá.
Zafiro soltó una risita seca.
—Todos necesitamos beber después de ese brindis —vació el contenido de la copa de un trago.
Serena tomó un sorbo minúsculo. Nunca una bebida le había sabido tan amarga, aunque era champán francés bueno. Miró a Seiya, que no acercó la copa a los labios
Fue un alivio que empezara la obra. Aunque Seiya se sentó detrás de ella, Serena era muy consciente de cada cambio de postura de él, de su respiración. Él no había abierto la boca, pero era el único con el que ella deseaba hablar, aunque con BlackMoon a su lado había muy pocas probabilidades de eso.
Michiru permanecía rígida e inmóvil en su asiento. Recordaba a Serena a una muñeca de porcelana de ojos vacíos y rostro inexpresivo. Era un fuerte contraste con la chica que antes reía con Haruka y con ella. Aquella Michiru había sido la belleza joven que Seiya había pintado en el retrato que le había dado a ella la excusa para hablar por primera vez con él.
Le parecía que hacía mucho tiempo de eso. Tocó la pulsera de diamantes y zafiros que BlackMoon había insistido en que llevara. Estaba tan fría y sin vida como la pobre Michiru.
Mirar a la señora Kou resultaba también doloroso. Si Michiru era una muñeca hecha de porcelana, su madre era una muñeca de trapo. Parecía sorprendente que la pobre mujer consiguiera mantenerse erguida.
Con el pretexto de colocarse mejor el chal, Serena se volvió a Seiya y vio que no miraba el escenario sino a ella. Si hubiera podido decirle algo, se habría sentido mejor, pero el mejor modo de protegerlos a todos era tratarlo como si no importara en lo más mínimo.
Todos soportaron como pudieron la primera mitad de la obra, que irónicamente era una comedia. Cuando llegó el entreacto, Rubeus se llevó a Michiru fuera a mostrarla a sus conocidos. Zafiro se bebió una botella entera de champán. Seiya se sentó al lado de su madre y BlackMoon los obligó a todos a oírle pontificar sobre el teatro, un tema en el que se consideraba un experto.
Seiya tomó la mano de su madre y la sostuvo durante todo el soliloquio de BlackMoon. La ternura de su gesto hizo que Serena sintiera ganas de llorar.
Llamaron a la puerta y entró un sirviente con una bandeja con queso, fruta y pastas. Rubeus y Michiru regresaron y BlackMoon animó a todos a comer.
Rubeus se llevó a BlackMoon a un lado.
—He oído noticias de altercados…
Serena aprovechó para acercarse a Michiru.
—Utiliza esto para ser feliz —susurró. Se desabrochó la pulsera y se la puso en la mano—. No cometas un error estúpido, Michiru. Te lo suplico.
Michiru miró su mano y después a Serena. Al menos había alguna expresión en su rostro, aunque fuera sorpresa. Se apresuró a guardar la pulsera en el bolso.
Serena se sirvió un plato de comida para que pareciera que ése había sido su motivo para levantarse de la silla. Había dado a Michiru los medios de estar con su Haruka. Andrew había dicho que la pulsera podía mantener a alguien dos años. Ellos no necesitarían más tiempo.
Seiya apareció de pronto detrás de ella. Serena lo sintió antes de volverse.
—Disculpe —dijo él con voz tensa.
—Seiya —ella no podía disimular el anhelo de su voz.
Él esquivó su mirada.
—Estoy aquí por mi madre. No quería que ni mi hermana ni ella soportaran esto solas. Por favor, apartese para que pueda servir a mi madre.
Ella alzó la vista y vio que BlackMoon seguía ocupado con Rubeus.
—Seiya, por favor, perdóname…
La expresión de él se endureció aún más y Serena se apartó.
BlackMoon se acercaba a ella.
—Dame un plato, querida. Rubeus nos ha invitado a todos a su casa a cenar después de la obra, pero tengo hambre ahora.
Ella estuvo a punto de gritar de frustración. Quería hablar con Seiya, explicarle lo ocurrido. BlackMoon se lo impedía y contribuía así a acrecentar la agonía de esa noche. ¿Cuánto más quería que soportaran?
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Penultimo capitulo de esta historia...
Tranquilas que esto aun no se termina, aqui les dejo este capitulo ¡Espero que lo disfruten!
Capitulo 13
Serena estaba sentada en el palco del teatro acompañada por BlackMoon, que se mostraba triunfante, y por el hijo de éste. Ella los despreciaba a los dos.
—Esto es una crueldad, señor —le susurró—. Me hicieron creer que sentía afecto por la señora Kou.
Él pareció sorprendido.
—Le tengo afecto. Un gran afecto. Por eso los he incluido en la invitación.
A ella le costaba trabajo creer lo que oía.
—¿No cree que le resultará doloroso verse obligada a estar en mi compañía?
Él seguía pareciendo confuso.
—No veo por qué. Esmeralda comprende que debo casarme —agitó una mano en el aire—. Esmeralda es my buena. Siempre me ha comprendido.
Serena movió la cabeza.
—¿Y usted recompensaría esa bondad retirándole los fondos y enviándola al asilo de pobres?
La expresión de él había perdido toda afabilidad.
—Eso estaría en sus manos, querida. Las suyas y las de Seiya. Usted dos decidiran ese asunto.
—No comprendo por qué debemos sentarnos con ninguno de los Kou —protestó Zafiro.
Serena apartó la vista.
Se abrió la puerta del palco. Michiru fue la primera en entrar, seguida de una mujer muy atractiva que Serena adivinó enseguida que debía ser su madre.
—Maldición, ahí llegan —murmuró Zafiro BlackMoon.
Lord Rubeus entró detrás de las damas.
—Será una velada encantadora —exclamó—. Un grupo en el teatro.
Michiru llevó a su madre hasta Serena y ésta vio que Seiya entraba en el palco y permanecía al lado de la puerta.
—Madre —dijo Michiru—. Quiero presentarte…
BlackMoon tomó a Serena del brazo y la acercó a él.
—Mi querida Serena, permíteme presentarte a la señora Kou, a la que tengo entendido que no conoces —miró a la madre de Seiya—. Esmeralda, ésta es Serena Tsukino, mi futura esposa.
Serena se sonrojó de furia por la madre de Seiya. Hizo una reverencia.
—Señora Kou, es a mí a quien deberían presentarme a usted —miró a BlackMoon de hito en hito—. Y lord BlackMoon la engaña. No he aceptado su proposición.
—Me aceptará, Esmeralda, tengo confianza en eso.
La pobre señora Kou estaba muy pálida.
—Encantada de conocerla.
Serena comprendió demasiado tarde que le había infligido un golpe adicional. Debía ser mucho peor verse sustituida por una mujer que rechazaba a BlackMoon que por una que lo aceptaba.
BlackMoon no se percató del malestar de la señora Kou. Señaló una mesa en la parte de atrás del palco.
—Seiya, sírvenos champán. Convertiremos esta velada en una celebración.
Seiya lo miró con furia. Serena veía que todos los músculos de su cuerpo se revelaban ante la idea de hacer algo que le pidiera BlackMoon.
La señora Kou empezó a sentarse en uno de los asientos de atrás.
—Por favor, siéntese delante, señora —le dijo Serena—. Tendra mucha mejor vista del escenario, cosa que yo no necesito, se lo aseguro —lo menos que podía hacer por la pobre mujer era evitarle que tuviera que ver a BlackMoon tonteando con ella.
Rubeus instaló a Michiru en otra silla delante.
—Puedes sentarte entre tu madre y yo, querida mía. ¿Te gusta así?
—Gracias —repuso Michiru.
Seiya pasó las copas de champán en silencio.
BlackMoon alzó la suya.
—Propongo un brindis por nuestros prometidos. Para que siempre tengan felicidad —miró a Seiya—. Por el hermoso retrato de Serena —a continuación alzó el vaso ante Serena—. Por la modelo del retrato y por el futuro que estoy seguro de que conocerá.
Zafiro soltó una risita seca.
—Todos necesitamos beber después de ese brindis —vació el contenido de la copa de un trago.
Serena tomó un sorbo minúsculo. Nunca una bebida le había sabido tan amarga, aunque era champán francés bueno. Miró a Seiya, que no acercó la copa a los labios
Fue un alivio que empezara la obra. Aunque Seiya se sentó detrás de ella, Serena era muy consciente de cada cambio de postura de él, de su respiración. Él no había abierto la boca, pero era el único con el que ella deseaba hablar, aunque con BlackMoon a su lado había muy pocas probabilidades de eso.
Michiru permanecía rígida e inmóvil en su asiento. Recordaba a Serena a una muñeca de porcelana de ojos vacíos y rostro inexpresivo. Era un fuerte contraste con la chica que antes reía con Haruka y con ella. Aquella Michiru había sido la belleza joven que Seiya había pintado en el retrato que le había dado a ella la excusa para hablar por primera vez con él.
Le parecía que hacía mucho tiempo de eso. Tocó la pulsera de diamantes y zafiros que BlackMoon había insistido en que llevara. Estaba tan fría y sin vida como la pobre Michiru.
Mirar a la señora Kou resultaba también doloroso. Si Michiru era una muñeca hecha de porcelana, su madre era una muñeca de trapo. Parecía sorprendente que la pobre mujer consiguiera mantenerse erguida.
Con el pretexto de colocarse mejor el chal, Serena se volvió a Seiya y vio que no miraba el escenario sino a ella. Si hubiera podido decirle algo, se habría sentido mejor, pero el mejor modo de protegerlos a todos era tratarlo como si no importara en lo más mínimo.
Todos soportaron como pudieron la primera mitad de la obra, que irónicamente era una comedia. Cuando llegó el entreacto, Rubeus se llevó a Michiru fuera a mostrarla a sus conocidos. Zafiro se bebió una botella entera de champán. Seiya se sentó al lado de su madre y BlackMoon los obligó a todos a oírle pontificar sobre el teatro, un tema en el que se consideraba un experto.
Seiya tomó la mano de su madre y la sostuvo durante todo el soliloquio de BlackMoon. La ternura de su gesto hizo que Serena sintiera ganas de llorar.
Llamaron a la puerta y entró un sirviente con una bandeja con queso, fruta y pastas. Rubeus y Michiru regresaron y BlackMoon animó a todos a comer.
Rubeus se llevó a BlackMoon a un lado.
—He oído noticias de altercados…
Serena aprovechó para acercarse a Michiru.
—Utiliza esto para ser feliz —susurró. Se desabrochó la pulsera y se la puso en la mano—. No cometas un error estúpido, Michiru. Te lo suplico.
Michiru miró su mano y después a Serena. Al menos había alguna expresión en su rostro, aunque fuera sorpresa. Se apresuró a guardar la pulsera en el bolso.
Serena se sirvió un plato de comida para que pareciera que ése había sido su motivo para levantarse de la silla. Había dado a Michiru los medios de estar con su Haruka. Andrew había dicho que la pulsera podía mantener a alguien dos años. Ellos no necesitarían más tiempo.
Seiya apareció de pronto detrás de ella. Serena lo sintió antes de volverse.
—Disculpe —dijo él con voz tensa.
—Seiya —ella no podía disimular el anhelo de su voz.
Él esquivó su mirada.
—Estoy aquí por mi madre. No quería que ni mi hermana ni ella soportaran esto solas. Por favor, apartese para que pueda servir a mi madre.
Ella alzó la vista y vio que BlackMoon seguía ocupado con Rubeus.
—Seiya, por favor, perdóname…
La expresión de él se endureció aún más y Serena se apartó.
BlackMoon se acercaba a ella.
—Dame un plato, querida. Rubeus nos ha invitado a todos a su casa a cenar después de la obra, pero tengo hambre ahora.
Ella estuvo a punto de gritar de frustración. Quería hablar con Seiya, explicarle lo ocurrido. BlackMoon se lo impedía y contribuía así a acrecentar la agonía de esa noche. ¿Cuánto más quería que soportaran?
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
De camino a casa de Rubeus, Seiya miró por la ventanilla del carruaje e inmediatamente captó algo distinto en el aire, una energía rara en las calles. El pelo de la nuca se le erizó y los sonidos de Badajoz resonaron en sus oídos.
—Esta noche debemos estar vigilantes —señaló Rubeus—. He oído rumores de bandas enfurecidas por la Ley del Maíz. BlackMoon me asegura que todo quedará en nada, pero yo no lo tengo tan claro.
El carruaje de BlackMoon había salido delante de ellos con Serena dentro.
Cruzaron Princess Street en dirección a Piccadilly. Seiya se mantenía vigilante en la ventanilla. Aquí y allá se veían grupos de hombres. Se enderezó en el asiento.
—Se están fraguando problemas.
Rubeus se llevó las manos al pecho.
—¡Santo cielo!
El carruaje continuó por Mayfair, donde los grupos de hombres eran más numerosos. En el interior de la cabeza de Seiya se mezclaban los gritos y tiros de Badajoz con el rumor de aquellos hombres en la calle.
—¿Estamos seguros, Seiya? —preguntó Michiru con nerviosismo.
Él la miró.
—Yo te protegeré.
El cochero detuvo el carruaje de pronto. Seiya abrió la ranura del pescante para hablar con él.
—¿Qué sucede?
—Están atacando el carruaje de delante —dijo el cochero—. No me atrevo a seguir.
Seiya abrió la puerta y se asomó fuera. Varios hombres rodeaban el carruaje de BlackMoon.
Se quitó el sobretodo y el sombrero.
—Llévelas a casa ahora mismo —ordenó a Rubeus.
Saltó al suelo.
—¡Seiya, vuelve! —gritó su madre.
—Conduce hasta Adam Street y no pares por ningún motivo —dijo Seiya al cochero.
—Sí, señor —el cochero giró el carruaje hacia una calle lateral que los llevaría de vuelta a Piccadilly, apartándolos de los asaltantes.
Seiya corrió hacia el carruaje de BlackMoon. Una docena de hombres lo habían rodeado y lo sacudían adelante y atrás. El cochero intentaba apartarlos con el látigo y controlar los caballos al mismo tiempo.
Seiya oyó que gritaban: «Abajo la Ley del Maíz» y «Necesitamos pan», pero las palabras se confundieron de pronto en sus oídos. Alguien debió agarrarlo por el cuello y arrojarlo a un lado, pues chocó contra una verja de hierro delante de una casa. Y de pronto ya no estaba en Mayfair, sino en la ciudad de Badajoz y los hombres que gritaban en la calle eran soldados de casaca roja.
—Esto no es Badajoz —dijo en voz alta. Se llevó las manos a los oídos.
—¡Basta! —oyó gritar a Serena—. ¡Déjennos!
Al oír su voz, se apartó de la valla y avanzó contra los atacantes lanzando un grito de guerra celta que en otro tiempo hacía huir a los franceses.
Algunos atacantes se alejaron, pero uno de ellos se volvió y quiso golpearle con un palo en la cabeza. Seiya se agachó y el palo golpeó el carruaje con fuerza. Seiya agarró la muñeca del hombre y la torció hasta que él soltó el palo. Otro hombre lo agarró a él por detrás y lo sujetó para que el primero lo golpeara con los puños. Seiya se retorció, intentando soltarse. Tiró el sombrero del hombre al suelo, pero no pudo hacer otra cosa que intentar bloquear los puñetazos del primero.
—¡Seiya! —Serena apareció en la ventanilla.
—¡Atrás! —gritó él.
Ella no hizo caso. Se inclinó por la ventanilla y agarró al hombre del pelo. Él intentó apartarse y casi consiguió sacarla completamente del carruaje.
—¡BlackMoon! —gritó Seiya—. ¡Sujétela! —veía a BlackMoon intentando repeler a los atacantes en el otro lado del carruaje.
Cuando BlackMoon tiró de ella hacia dentro, Serena seguía agarrando el pelo del hombre. Este perdió el equilibrio y soltó a Seiya.
Seiya se lanzó sobre el otro. Le dio un puñetazo en la mandíbula y retrocedió tambaleándose. Un tercer hombre se acercó a él y el primero buscó su palo. Seiya lo agarró primero.
—¡Acaben con él, muchachos! —gritó el hombre.
Los pocos hombres que quedaban fueron por Seiya.
Este gritó al cochero:
—¡Vete! ¡Rápido!
—¡No! —gritó Serena cuando los caballos empezaron a moverse.
Seiya movió el palo como había movido en otro tiempo la espada, golpeando con tal ferocidad que sus atacantes retrocedieron. En cuanto lo hicieron, él se volvió y corrió hacia el carruaje.
—¡Se escapa!
Seiya los sentía en los talones; oía cerca su respiración agitada. Uno intentó agarrarle la levita. Él saltó hacia la ventanilla abierta del carruaje y se agarró.
—¡Fuera! ¡Fuera! —gritó BlackMoon pensando que era un nuevo atacante, mientras golpeaba los brazos de Seiya con su bastón.
Serena le quitó el bastón.
—¡Es Seiya, idiota! —grito ella saltando por encima de BlackMoon y agarró a Seiya—. No te sueltes.
El carruaje se tambaleaba mientras Seiya buscaba un punto de apoyo. Consiguió meter los dedos del pie en la ranura que había entre el escalón plegado y el cuerpo del carruaje.
El coche no frenó la marcha hasta que llegaron a la calle iluminada de Pall Mall.
—¿Adónde voy? —le preguntó el cochero.
—A Henrietta Street —contestó Seiya—. Lleva a la señorita Tsukino a casa.
Entró en el carruaje, donde Serena le echó los brazos al cuello.
—Creía que te iban a matar.
—No es tan fácil matarme —repuso él.
Saltó por encima de Zafiro, que estaba en el suelo del carruaje protegiéndose la cabeza con las manos.
—¡Maldito cobarde! —gritó BlackMoon a su hijo. Lo golpeó con el bastón—. Me avergüenzo de ti.
No prestaba atención a Seiya y Serena. Seiya se sentó enfrente de ella, que iba al lado de BlackMoon.
—Siéntate, asqueroso gallina — BlackMoon tiró del cuello de la levita de Zafiro.
Éste se sentó al lado de Seiya.
—Déjame en paz —gruñó.
Pero su padre le dirigió una ristra de insultos, hasta que se percató plenamente de la presencia de Seiya. Entonces se alisó la ropa y se limitó a mirar a su hijo de hito en hito.
—¿Adónde vamos? —preguntó.
—A llevar a la señorita Tsukino a casa —respondió Seiya.
El carruaje aceleró y la respiración de Seiya se fue tranquilizando. Serena sacó un pañuelo con borde de encaje del bolso y se lo acercó al ojo.
—Estás sangrando.
BlackMoon le agarró la muñeca.
—¿Dónde está la pulsera?
Ella tardó unos segundos en contestar.
—No lo sé.
—Han debido arrancártela esos rufianes —resopló BlackMoon. Miró a su hijo—. ¿Ves? Mientras tú lloriqueabas como una chica, esos villanos le robaban la pulsera. Y costó una fortuna, te lo aseguro.
Serena se miró la muñeca vacía.
—Espero que la utilicen bien —se relajó contra los cojines y Seiya creyó verle una sonrisa.
El carruaje se detuvo delante del edifico de ella y Seiya saltó a colocar los escalones. Dio la mano a Serena para ayudarla a bajar.
—¡Fuera de mi camino! —gritó BlackMoon a Zafiro—. Tengo que acompañar a la señorita Tsukino a la casa.
Seiya cerró la puerta del carruaje.
—Yo lo haré —miró al cochero—. Date prisa. Oigo que se acercan más rufianes.
—¡No! —gritó Zafiro—. ¡Vámonos de aquí!
El cochero sonrió.
—Sí, señor —hizo restallar el látigo sobre las cabezas de los caballos y se alejaron antes de que BlackMoon pudiera protestar.
Serena no esperó a que el carruaje se perdiera de vista para abrazar a Seiya.
—Gracias a Dios que estás bien.
Él la estrechó con fuerza.
—He pasado por cosas peores —tomó el rostro de ella en sus manos—. Pero tú has sido una tonta al correr ese peligro.
Ella lo miró.
—No podía quedarme parada sin hacer nada.
Seiya se echó a reír.
—Pues parece que Zafiro no tenía ese problema —la abrazó contra sí.
En la distancia se oían gritos y ruido de cristales rotos.
Seiya la soltó.
—No debes permanecer en la calle.
Ella le agarró la mano.
—Entra conmigo. No camines solo por las calles oscuras esta noche.
Él había hecho que se desvanecieran los fantasmas de Badajoz.
—Ya no tengo miedo.
Serena tiró de su levita.
—Entra de todos modos.
Seiya la siguió hasta su habitación. Ella se quitó el chal y encendió unas velas. Le ayudó a quitarse la levita.
—La han roto —metió los dedos por una costura para demostrárselo.
—No tiene importancia —a él no le importaba nada la levita; estaba consumido por el deseo de tenerla en sus brazos.
Ella le tomó la mano y lo llevó a la cama. Empezó a desabrocharle el chaleco.
—Déjame ver lo que te han hecho.
Seiya sintió una punzada de dolor cuando se quitó el chaleco.
Serena alzó la camisa por encima de su cabeza y dio un respingo.
—¡Oh Seiya!
Él se miró el pecho y vio múltiples marcas rojas. Sabía por experiencia que al día siguiente se volverían azules y púrpura. Ella tocó una y él hizo una mueca.
—Están un poco tiernas —dijo, aunque la verdad era que le dolían mucho—. Pero no creo que haya ninguna costilla rota.
—¿Qué puedo hacer por ti?
Él le tomó la mano y se la acercó a los labios.
—¿Tienes brandy?
Serena se apartó de la cama.
—Excelente idea.
Tardó menos de un minuto en volver con una botella y dos vasos. Se subió a la cama con ellos y sirvió un vaso para él.
El brandy le sentó muy bien. Seiya la miró mientras lo tomaban. Sus ojos se encontraron y él apuró su vaso.
—Lo siento muchísimo —dijo ella.
Él parpadeó sorprendido.
—¿El qué?
Serena se pasó una mano por la frente.
—Todo el dolor que le he causado a tu familia y a ti. Sólo he conseguido empeorar las cosas en todo momento.
Él dejó el vaso y tendió los brazos. Ella se dejó abrazar de buena gana.
—La culpa es de BlackMoon. Hasta podemos echarle la culpa de haberte puesto en peligro esta noche. Ha ignorado todas las advertencias de disturbios.
Ella suspiró contra su pecho.
—Lo desprecio. Nunca me casaré con él, ¿pero cómo voy a impedir que los empobrezca a todos y te envíe a las Indias Occidentales? No lo sé.
—¿Ése es el poder que tiene sobre ti? —preguntó Seiya.
Serena asintió.
Él no podía por menos de culpar a su madre por una parte de aquello. De no ser por la promesa que ella le había exigido, haría tiempo que se habría librado de BlackMoon.
Había llegado el momento de romper su promesa.
Quitó las horquillas del pelo de Serena y lo peinó con los dedos. Ella suspiró satisfecha.
—Encontraré el modo de salir de esto, Seiya, te lo juro —murmuró—. Estaba esperando una oportunidad. Como con tu hermana… —cerró la boca.
Él se colocó de modo que pudiera verle la cara.
—¿Qué pasa con mi hermana?
—Nada.
—Dímelo —dijo él con voz firme.
Ella se apoyó de nuevo en su pecho.
—He encontrado el modo de ayudarla; si ella quiere, claro —levantó la muñeca.
Seiya la miró.
—Le has dado la pulsera.
Ella abrió mucho los ojos.
— BlackMoon ha dicho que la habían robado los rufianes.
Seiya se echó a reír y la abrazó de nuevo. Ella se sentó a horcajadas sobre él, le enterró los dedos en el pelo y le besó los labios, el cuello y las orejas.
Un momento antes, él estaba dolorido e incómodo, pero ahora no quedaba otra cosa que la sensación erótica de los labios de ella en la piel y el cuerpo impaciente de ella pidiendo unirse con el suyo. Terminaron de desnudarse y volvieron a abrazarse.
Su encuentro de amor fue un festín salvaje, como si ambos hubieran estado días y días sin comida y de pronto les dieran un banquete.
Necesitaba tocarla por todas partes, saborearla, disfrutar de su contacto, de su olor, de los sonidos que hacía cuando su pasión mutua se volvía cada vez más intensa. Todo el rato su mente estaba llena de imágenes de ella. La Cleopatra seductora del cuadro, la Julieta inocente pero apasionada del escenario, la chica sonriente que convertía un paseo a la Real Academia en una juerga, la luchadora valiente que había acudido en su ayuda esa noche. La joven hermosa, inteligente, segura de sí misma que se había colocado a su lado a mirar un retrato en la Exposición de Verano y le había hablado de él.
Quería pintar todas aquellas imágenes y descubrir otras que pintar en el futuro. Quería pintarla un día con un hijo de él en los brazos.
Aquel fue su último pensamiento coherente antes de que las sensaciones lo embargaran y devoraran juntos hasta la última gota de placer. Se movían al unísono y su pasión fue creciendo hasta que explotó dentro de ellos como un resplandor intenso suspendido en el tiempo.
Seiya supo que conocerían aquella pasión una y otra vez. Él derrotaría a sus enemigos, ayudaría a familia y amigos y llevaría una vida feliz.
Con Serena.
La besó para sellar así su resolución, aunque no dijo nada de eso en voz alta. Sólo pronunció dos palabras.
—Te amo.
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas. Se aferró a él.
—Yo también te amo, Seiya —se le quebró la voz—. Te amaré siempre.
Él la apretó con fuerza contra sí.
La respiración de ella adquirió la regularidad y cadencia del sueño, pero a Seiya le quedaba un dolor, el dolor físico causado por los golpes del palo y los puños.
Permaneció despierto, sufriendo, aprovechando la vela para pensar cómo terminar con sus problemas. Todos los planes que concebían llevaban al mismo punto.
Tenía que lidiar con BlackMoon de una vez por todas.
—Esta noche debemos estar vigilantes —señaló Rubeus—. He oído rumores de bandas enfurecidas por la Ley del Maíz. BlackMoon me asegura que todo quedará en nada, pero yo no lo tengo tan claro.
El carruaje de BlackMoon había salido delante de ellos con Serena dentro.
Cruzaron Princess Street en dirección a Piccadilly. Seiya se mantenía vigilante en la ventanilla. Aquí y allá se veían grupos de hombres. Se enderezó en el asiento.
—Se están fraguando problemas.
Rubeus se llevó las manos al pecho.
—¡Santo cielo!
El carruaje continuó por Mayfair, donde los grupos de hombres eran más numerosos. En el interior de la cabeza de Seiya se mezclaban los gritos y tiros de Badajoz con el rumor de aquellos hombres en la calle.
—¿Estamos seguros, Seiya? —preguntó Michiru con nerviosismo.
Él la miró.
—Yo te protegeré.
El cochero detuvo el carruaje de pronto. Seiya abrió la ranura del pescante para hablar con él.
—¿Qué sucede?
—Están atacando el carruaje de delante —dijo el cochero—. No me atrevo a seguir.
Seiya abrió la puerta y se asomó fuera. Varios hombres rodeaban el carruaje de BlackMoon.
Se quitó el sobretodo y el sombrero.
—Llévelas a casa ahora mismo —ordenó a Rubeus.
Saltó al suelo.
—¡Seiya, vuelve! —gritó su madre.
—Conduce hasta Adam Street y no pares por ningún motivo —dijo Seiya al cochero.
—Sí, señor —el cochero giró el carruaje hacia una calle lateral que los llevaría de vuelta a Piccadilly, apartándolos de los asaltantes.
Seiya corrió hacia el carruaje de BlackMoon. Una docena de hombres lo habían rodeado y lo sacudían adelante y atrás. El cochero intentaba apartarlos con el látigo y controlar los caballos al mismo tiempo.
Seiya oyó que gritaban: «Abajo la Ley del Maíz» y «Necesitamos pan», pero las palabras se confundieron de pronto en sus oídos. Alguien debió agarrarlo por el cuello y arrojarlo a un lado, pues chocó contra una verja de hierro delante de una casa. Y de pronto ya no estaba en Mayfair, sino en la ciudad de Badajoz y los hombres que gritaban en la calle eran soldados de casaca roja.
—Esto no es Badajoz —dijo en voz alta. Se llevó las manos a los oídos.
—¡Basta! —oyó gritar a Serena—. ¡Déjennos!
Al oír su voz, se apartó de la valla y avanzó contra los atacantes lanzando un grito de guerra celta que en otro tiempo hacía huir a los franceses.
Algunos atacantes se alejaron, pero uno de ellos se volvió y quiso golpearle con un palo en la cabeza. Seiya se agachó y el palo golpeó el carruaje con fuerza. Seiya agarró la muñeca del hombre y la torció hasta que él soltó el palo. Otro hombre lo agarró a él por detrás y lo sujetó para que el primero lo golpeara con los puños. Seiya se retorció, intentando soltarse. Tiró el sombrero del hombre al suelo, pero no pudo hacer otra cosa que intentar bloquear los puñetazos del primero.
—¡Seiya! —Serena apareció en la ventanilla.
—¡Atrás! —gritó él.
Ella no hizo caso. Se inclinó por la ventanilla y agarró al hombre del pelo. Él intentó apartarse y casi consiguió sacarla completamente del carruaje.
—¡BlackMoon! —gritó Seiya—. ¡Sujétela! —veía a BlackMoon intentando repeler a los atacantes en el otro lado del carruaje.
Cuando BlackMoon tiró de ella hacia dentro, Serena seguía agarrando el pelo del hombre. Este perdió el equilibrio y soltó a Seiya.
Seiya se lanzó sobre el otro. Le dio un puñetazo en la mandíbula y retrocedió tambaleándose. Un tercer hombre se acercó a él y el primero buscó su palo. Seiya lo agarró primero.
—¡Acaben con él, muchachos! —gritó el hombre.
Los pocos hombres que quedaban fueron por Seiya.
Este gritó al cochero:
—¡Vete! ¡Rápido!
—¡No! —gritó Serena cuando los caballos empezaron a moverse.
Seiya movió el palo como había movido en otro tiempo la espada, golpeando con tal ferocidad que sus atacantes retrocedieron. En cuanto lo hicieron, él se volvió y corrió hacia el carruaje.
—¡Se escapa!
Seiya los sentía en los talones; oía cerca su respiración agitada. Uno intentó agarrarle la levita. Él saltó hacia la ventanilla abierta del carruaje y se agarró.
—¡Fuera! ¡Fuera! —gritó BlackMoon pensando que era un nuevo atacante, mientras golpeaba los brazos de Seiya con su bastón.
Serena le quitó el bastón.
—¡Es Seiya, idiota! —grito ella saltando por encima de BlackMoon y agarró a Seiya—. No te sueltes.
El carruaje se tambaleaba mientras Seiya buscaba un punto de apoyo. Consiguió meter los dedos del pie en la ranura que había entre el escalón plegado y el cuerpo del carruaje.
El coche no frenó la marcha hasta que llegaron a la calle iluminada de Pall Mall.
—¿Adónde voy? —le preguntó el cochero.
—A Henrietta Street —contestó Seiya—. Lleva a la señorita Tsukino a casa.
Entró en el carruaje, donde Serena le echó los brazos al cuello.
—Creía que te iban a matar.
—No es tan fácil matarme —repuso él.
Saltó por encima de Zafiro, que estaba en el suelo del carruaje protegiéndose la cabeza con las manos.
—¡Maldito cobarde! —gritó BlackMoon a su hijo. Lo golpeó con el bastón—. Me avergüenzo de ti.
No prestaba atención a Seiya y Serena. Seiya se sentó enfrente de ella, que iba al lado de BlackMoon.
—Siéntate, asqueroso gallina — BlackMoon tiró del cuello de la levita de Zafiro.
Éste se sentó al lado de Seiya.
—Déjame en paz —gruñó.
Pero su padre le dirigió una ristra de insultos, hasta que se percató plenamente de la presencia de Seiya. Entonces se alisó la ropa y se limitó a mirar a su hijo de hito en hito.
—¿Adónde vamos? —preguntó.
—A llevar a la señorita Tsukino a casa —respondió Seiya.
El carruaje aceleró y la respiración de Seiya se fue tranquilizando. Serena sacó un pañuelo con borde de encaje del bolso y se lo acercó al ojo.
—Estás sangrando.
BlackMoon le agarró la muñeca.
—¿Dónde está la pulsera?
Ella tardó unos segundos en contestar.
—No lo sé.
—Han debido arrancártela esos rufianes —resopló BlackMoon. Miró a su hijo—. ¿Ves? Mientras tú lloriqueabas como una chica, esos villanos le robaban la pulsera. Y costó una fortuna, te lo aseguro.
Serena se miró la muñeca vacía.
—Espero que la utilicen bien —se relajó contra los cojines y Seiya creyó verle una sonrisa.
El carruaje se detuvo delante del edifico de ella y Seiya saltó a colocar los escalones. Dio la mano a Serena para ayudarla a bajar.
—¡Fuera de mi camino! —gritó BlackMoon a Zafiro—. Tengo que acompañar a la señorita Tsukino a la casa.
Seiya cerró la puerta del carruaje.
—Yo lo haré —miró al cochero—. Date prisa. Oigo que se acercan más rufianes.
—¡No! —gritó Zafiro—. ¡Vámonos de aquí!
El cochero sonrió.
—Sí, señor —hizo restallar el látigo sobre las cabezas de los caballos y se alejaron antes de que BlackMoon pudiera protestar.
Serena no esperó a que el carruaje se perdiera de vista para abrazar a Seiya.
—Gracias a Dios que estás bien.
Él la estrechó con fuerza.
—He pasado por cosas peores —tomó el rostro de ella en sus manos—. Pero tú has sido una tonta al correr ese peligro.
Ella lo miró.
—No podía quedarme parada sin hacer nada.
Seiya se echó a reír.
—Pues parece que Zafiro no tenía ese problema —la abrazó contra sí.
En la distancia se oían gritos y ruido de cristales rotos.
Seiya la soltó.
—No debes permanecer en la calle.
Ella le agarró la mano.
—Entra conmigo. No camines solo por las calles oscuras esta noche.
Él había hecho que se desvanecieran los fantasmas de Badajoz.
—Ya no tengo miedo.
Serena tiró de su levita.
—Entra de todos modos.
Seiya la siguió hasta su habitación. Ella se quitó el chal y encendió unas velas. Le ayudó a quitarse la levita.
—La han roto —metió los dedos por una costura para demostrárselo.
—No tiene importancia —a él no le importaba nada la levita; estaba consumido por el deseo de tenerla en sus brazos.
Ella le tomó la mano y lo llevó a la cama. Empezó a desabrocharle el chaleco.
—Déjame ver lo que te han hecho.
Seiya sintió una punzada de dolor cuando se quitó el chaleco.
Serena alzó la camisa por encima de su cabeza y dio un respingo.
—¡Oh Seiya!
Él se miró el pecho y vio múltiples marcas rojas. Sabía por experiencia que al día siguiente se volverían azules y púrpura. Ella tocó una y él hizo una mueca.
—Están un poco tiernas —dijo, aunque la verdad era que le dolían mucho—. Pero no creo que haya ninguna costilla rota.
—¿Qué puedo hacer por ti?
Él le tomó la mano y se la acercó a los labios.
—¿Tienes brandy?
Serena se apartó de la cama.
—Excelente idea.
Tardó menos de un minuto en volver con una botella y dos vasos. Se subió a la cama con ellos y sirvió un vaso para él.
El brandy le sentó muy bien. Seiya la miró mientras lo tomaban. Sus ojos se encontraron y él apuró su vaso.
—Lo siento muchísimo —dijo ella.
Él parpadeó sorprendido.
—¿El qué?
Serena se pasó una mano por la frente.
—Todo el dolor que le he causado a tu familia y a ti. Sólo he conseguido empeorar las cosas en todo momento.
Él dejó el vaso y tendió los brazos. Ella se dejó abrazar de buena gana.
—La culpa es de BlackMoon. Hasta podemos echarle la culpa de haberte puesto en peligro esta noche. Ha ignorado todas las advertencias de disturbios.
Ella suspiró contra su pecho.
—Lo desprecio. Nunca me casaré con él, ¿pero cómo voy a impedir que los empobrezca a todos y te envíe a las Indias Occidentales? No lo sé.
—¿Ése es el poder que tiene sobre ti? —preguntó Seiya.
Serena asintió.
Él no podía por menos de culpar a su madre por una parte de aquello. De no ser por la promesa que ella le había exigido, haría tiempo que se habría librado de BlackMoon.
Había llegado el momento de romper su promesa.
Quitó las horquillas del pelo de Serena y lo peinó con los dedos. Ella suspiró satisfecha.
—Encontraré el modo de salir de esto, Seiya, te lo juro —murmuró—. Estaba esperando una oportunidad. Como con tu hermana… —cerró la boca.
Él se colocó de modo que pudiera verle la cara.
—¿Qué pasa con mi hermana?
—Nada.
—Dímelo —dijo él con voz firme.
Ella se apoyó de nuevo en su pecho.
—He encontrado el modo de ayudarla; si ella quiere, claro —levantó la muñeca.
Seiya la miró.
—Le has dado la pulsera.
Ella abrió mucho los ojos.
— BlackMoon ha dicho que la habían robado los rufianes.
Seiya se echó a reír y la abrazó de nuevo. Ella se sentó a horcajadas sobre él, le enterró los dedos en el pelo y le besó los labios, el cuello y las orejas.
Un momento antes, él estaba dolorido e incómodo, pero ahora no quedaba otra cosa que la sensación erótica de los labios de ella en la piel y el cuerpo impaciente de ella pidiendo unirse con el suyo. Terminaron de desnudarse y volvieron a abrazarse.
Su encuentro de amor fue un festín salvaje, como si ambos hubieran estado días y días sin comida y de pronto les dieran un banquete.
Necesitaba tocarla por todas partes, saborearla, disfrutar de su contacto, de su olor, de los sonidos que hacía cuando su pasión mutua se volvía cada vez más intensa. Todo el rato su mente estaba llena de imágenes de ella. La Cleopatra seductora del cuadro, la Julieta inocente pero apasionada del escenario, la chica sonriente que convertía un paseo a la Real Academia en una juerga, la luchadora valiente que había acudido en su ayuda esa noche. La joven hermosa, inteligente, segura de sí misma que se había colocado a su lado a mirar un retrato en la Exposición de Verano y le había hablado de él.
Quería pintar todas aquellas imágenes y descubrir otras que pintar en el futuro. Quería pintarla un día con un hijo de él en los brazos.
Aquel fue su último pensamiento coherente antes de que las sensaciones lo embargaran y devoraran juntos hasta la última gota de placer. Se movían al unísono y su pasión fue creciendo hasta que explotó dentro de ellos como un resplandor intenso suspendido en el tiempo.
Seiya supo que conocerían aquella pasión una y otra vez. Él derrotaría a sus enemigos, ayudaría a familia y amigos y llevaría una vida feliz.
Con Serena.
La besó para sellar así su resolución, aunque no dijo nada de eso en voz alta. Sólo pronunció dos palabras.
—Te amo.
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas. Se aferró a él.
—Yo también te amo, Seiya —se le quebró la voz—. Te amaré siempre.
Él la apretó con fuerza contra sí.
La respiración de ella adquirió la regularidad y cadencia del sueño, pero a Seiya le quedaba un dolor, el dolor físico causado por los golpes del palo y los puños.
Permaneció despierto, sufriendo, aprovechando la vela para pensar cómo terminar con sus problemas. Todos los planes que concebían llevaban al mismo punto.
Tenía que lidiar con BlackMoon de una vez por todas.
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
A la mañana siguiente, Seiya se esforzó por ponerse el chaleco sin hacer ruidos que indicaran a Serena que cada uno de sus movimientos era una agonía. No lo consiguió.
Ella corrió hacia él.
—Todavía te duele. Déjame ayudarte —le ayudó a meter los brazos por las mangas. Él empezó a abrocharse, pero Serena lo detuvo.
—Yo lo haré.
—No estoy tan débil que no pueda abrocharme el chaleco —protestó él, pero le gustaba que ella lo cuidara.
—No me importa ayudarte —Serena tomó la corbata.
Seiya se quedó inmóvil mientras se la ponía. Cuando terminó, le dio una palmada en el pecho.
—Ya está. Ahora dame un momento y terminaré de coser tu levita.
Seiya se sentó en una silla cerca de la de ella y disfrutó de la imagen doméstica de ella cosiendo.
Allí había otra Serena a la que quería pintar.
Cuando terminó, ella lo ayudó con la levita.
—Me gustaría que me dejaras ir contigo —dijo.
Seiya la abrazó y apoyó la frente en la de ella.
—Es mejor que vea a BlackMoon solo.
Serena frunció el ceño.
—Sé que he empeorado las cosas. No me extraña que no quieras que esté presente.
Él le alzó la barbilla y la miró a los ojos.
—Si no hay nadie conmigo, no tendrá miedo de verse humillado delante de otros. Estaremos él y yo solos.
Ella suspiró.
—Muy bien.
—Vendré a verte después, lo prometo —la besó en los labios.
Ella le echó los brazos al cuello y le devolvió el beso con tal ímpetu que él casi olvidó su tarea con BlackMoon y el dolor de sus músculos.
—Por lo menos podría ir al estudio contigo y ayudarte a cambiarte de ropa —dijo ella luego.
Seiya negó con la cabeza.
—Tengo que pasar por casa de mi madre para que vea que estoy entero. Me las arreglaré.
Sabía que ella no querría imponer su presencia a su madre.
Seiya pensó que toda felicidad tenía un precio. Si quería arreglar las cosas para Serena, para Michiru, para su madre y para sí mismo, tenía que romper su promesa y enfrentarse a BlackMoon de una vez por todas. También tenía que informar a su madre de que estaba enamorado de Serena.
Ella lo abrazó.
—Tengo que irme —murmuró él.
Bajar las escaleras le produjo dolores nuevos, que intentó ignorar. Serena lo acompañó a la puerta y le dio un último beso.
Cuando estaba a punto de salir, ella lo retuvo.
—Seiya, tengo un mal presentimiento con esto.
Él volvió a besarla y la abrazó un momento.
—Di que las cosas se arreglarán de algún modo.
Ella sonrió.
—Las cosas se arreglarán de algún modo.
Seiya salió y echó a andar. El ejercicio tuvo la virtud de aflojar su rigidez y hacer el dolor más soportable.
Ella corrió hacia él.
—Todavía te duele. Déjame ayudarte —le ayudó a meter los brazos por las mangas. Él empezó a abrocharse, pero Serena lo detuvo.
—Yo lo haré.
—No estoy tan débil que no pueda abrocharme el chaleco —protestó él, pero le gustaba que ella lo cuidara.
—No me importa ayudarte —Serena tomó la corbata.
Seiya se quedó inmóvil mientras se la ponía. Cuando terminó, le dio una palmada en el pecho.
—Ya está. Ahora dame un momento y terminaré de coser tu levita.
Seiya se sentó en una silla cerca de la de ella y disfrutó de la imagen doméstica de ella cosiendo.
Allí había otra Serena a la que quería pintar.
Cuando terminó, ella lo ayudó con la levita.
—Me gustaría que me dejaras ir contigo —dijo.
Seiya la abrazó y apoyó la frente en la de ella.
—Es mejor que vea a BlackMoon solo.
Serena frunció el ceño.
—Sé que he empeorado las cosas. No me extraña que no quieras que esté presente.
Él le alzó la barbilla y la miró a los ojos.
—Si no hay nadie conmigo, no tendrá miedo de verse humillado delante de otros. Estaremos él y yo solos.
Ella suspiró.
—Muy bien.
—Vendré a verte después, lo prometo —la besó en los labios.
Ella le echó los brazos al cuello y le devolvió el beso con tal ímpetu que él casi olvidó su tarea con BlackMoon y el dolor de sus músculos.
—Por lo menos podría ir al estudio contigo y ayudarte a cambiarte de ropa —dijo ella luego.
Seiya negó con la cabeza.
—Tengo que pasar por casa de mi madre para que vea que estoy entero. Me las arreglaré.
Sabía que ella no querría imponer su presencia a su madre.
Seiya pensó que toda felicidad tenía un precio. Si quería arreglar las cosas para Serena, para Michiru, para su madre y para sí mismo, tenía que romper su promesa y enfrentarse a BlackMoon de una vez por todas. También tenía que informar a su madre de que estaba enamorado de Serena.
Ella lo abrazó.
—Tengo que irme —murmuró él.
Bajar las escaleras le produjo dolores nuevos, que intentó ignorar. Serena lo acompañó a la puerta y le dio un último beso.
Cuando estaba a punto de salir, ella lo retuvo.
—Seiya, tengo un mal presentimiento con esto.
Él volvió a besarla y la abrazó un momento.
—Di que las cosas se arreglarán de algún modo.
Ella sonrió.
—Las cosas se arreglarán de algún modo.
Seiya salió y echó a andar. El ejercicio tuvo la virtud de aflojar su rigidez y hacer el dolor más soportable.
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Wilson le abrió la puerta de su madre.
—Señor Kou, está ileso.
Seiya sonrió.
—Veo que está al tanto de mi aventura. He venido a tranquilizar a mi madre. ¿Está levantada?
—En el comedor —repuso el mayordomo, que parecía preocupado.
Seiya entró en el comedor.
En la mesa, con su madre, estaba BlackMoon.
Seiya se quedó atónito. ¿Qué diablos…?
Su madre se levantó y lo abrazó.
—Estaba muy preocupada por ti.
—Sí, sabía que lo estarías —la besó en la mejilla y le susurró al oído—. ¿Qué hace aquí?
Ella lo acompañó a una silla.
—Diamante vino aquí anoche.
Seiya lo miró fijamente.
—¿Ha pasado la noche aquí?
BlackMoon lo miró con incredulidad.
—Pues claro que sí. No podía volver a Mayfair con todos esos disturbios.
—¿Y Zafiro?
BlackMoon frunció el ceño.
—Lo envié con el cochero.
Seiya miró a su madre.
—¿Tú le permitiste quedarse después de todo lo que ha pasado?
Ella se ruborizó, pero fue BlackMoon el que contestó.
—Tu madre es una mujer excelente.
Seiya, consternado por el comportamiento de su madre, pensó que era una tonta.
—Ven a desayunar —dijo ella.
Él negó con la cabeza.
—Sólo he venido a hacerte saber que me encuentro bien.
Su madre miró a BlackMoon.
—Diamante me dijo que no estabas malherido.
—Me alegro de que te ahorrara esa preocupación —repuso Seiya con voz tensa. Miró a BlackMoon —. Necesito hablar con usted. No aquí. Diga una hora e iré a visitarlo.
BlackMoon se limpió la boca con una servilleta.
—No es necesario. Iré a verte yo cuando termine de comer.
Seiya asintió.
—Lo espero pronto.
Su madre no lo miró cuando salió de la habitación.
Wilson le salió al encuentro en el vestíbulo con expresión ansiosa.
—Digame lo que tengo que hacer. Su hermana se ha ido.
—¿Ido?
—La doncella creyó que estaba en la cama cuando entró antes a avivar el fuego, pero, cuando se ha asomado hace un momento, se ha dado cuenta de que la cama estaba rellenada con almohadas —tendió un papel a Seiya—. Ha dejado esta nota para su madre.
Seiya lo miró.
—¿Ha leído una nota dirigida a mi madre?
Wilson bajó la cabeza.
—No estaba sellada. Yo sólo he pensado en proteger a su madre y a su hermana.
Seiya desdobló el papel.
Querida madre,
Me he fugado. No intentes encontrarme y no te preocupes. Estaré sana y salva. Perdóname, pero no puedo casarme con lord Rubeus. Pero tú no serás pobre, pues siempre tendrás un hogar conmigo. Te escribiré muy pronto.
Tu cariñosa hija,
Michiru.
Seiya pensó que su hermana no había perdido el tiempo. Volvió a doblar el papel.
—¿Se lo enseño a su madre? —preguntó Wilson.
—Enséñaselo cuando se haya ido lord BlackMoon —le dijo Seiya—. Y dile que volveré para hablar de esto con ella —dio una palmada a Wilson en el hombro—. No temas, esto son buenas noticias.
El mayordomo pareció aliviado.
—Si me permite, no creía que la señorita Michiru fuera feliz con su compromiso.
Seiya le sonrió.
—Estoy de acuerdo —señaló la nota—. Pero ahora será feliz.
Wilson le ayudó a ponerse el abrigo.
Seiya volvió a su estudio y descorrió las cortinas para dejar entrar la luz. Se acercó al caballete, donde seguía todavía el cuadro de Serena. Lo puso a la luz y lo examinó mientras esperaba a que llegara BlackMoon.
—Señor Kou, está ileso.
Seiya sonrió.
—Veo que está al tanto de mi aventura. He venido a tranquilizar a mi madre. ¿Está levantada?
—En el comedor —repuso el mayordomo, que parecía preocupado.
Seiya entró en el comedor.
En la mesa, con su madre, estaba BlackMoon.
Seiya se quedó atónito. ¿Qué diablos…?
Su madre se levantó y lo abrazó.
—Estaba muy preocupada por ti.
—Sí, sabía que lo estarías —la besó en la mejilla y le susurró al oído—. ¿Qué hace aquí?
Ella lo acompañó a una silla.
—Diamante vino aquí anoche.
Seiya lo miró fijamente.
—¿Ha pasado la noche aquí?
BlackMoon lo miró con incredulidad.
—Pues claro que sí. No podía volver a Mayfair con todos esos disturbios.
—¿Y Zafiro?
BlackMoon frunció el ceño.
—Lo envié con el cochero.
Seiya miró a su madre.
—¿Tú le permitiste quedarse después de todo lo que ha pasado?
Ella se ruborizó, pero fue BlackMoon el que contestó.
—Tu madre es una mujer excelente.
Seiya, consternado por el comportamiento de su madre, pensó que era una tonta.
—Ven a desayunar —dijo ella.
Él negó con la cabeza.
—Sólo he venido a hacerte saber que me encuentro bien.
Su madre miró a BlackMoon.
—Diamante me dijo que no estabas malherido.
—Me alegro de que te ahorrara esa preocupación —repuso Seiya con voz tensa. Miró a BlackMoon —. Necesito hablar con usted. No aquí. Diga una hora e iré a visitarlo.
BlackMoon se limpió la boca con una servilleta.
—No es necesario. Iré a verte yo cuando termine de comer.
Seiya asintió.
—Lo espero pronto.
Su madre no lo miró cuando salió de la habitación.
Wilson le salió al encuentro en el vestíbulo con expresión ansiosa.
—Digame lo que tengo que hacer. Su hermana se ha ido.
—¿Ido?
—La doncella creyó que estaba en la cama cuando entró antes a avivar el fuego, pero, cuando se ha asomado hace un momento, se ha dado cuenta de que la cama estaba rellenada con almohadas —tendió un papel a Seiya—. Ha dejado esta nota para su madre.
Seiya lo miró.
—¿Ha leído una nota dirigida a mi madre?
Wilson bajó la cabeza.
—No estaba sellada. Yo sólo he pensado en proteger a su madre y a su hermana.
Seiya desdobló el papel.
Querida madre,
Me he fugado. No intentes encontrarme y no te preocupes. Estaré sana y salva. Perdóname, pero no puedo casarme con lord Rubeus. Pero tú no serás pobre, pues siempre tendrás un hogar conmigo. Te escribiré muy pronto.
Tu cariñosa hija,
Michiru.
Seiya pensó que su hermana no había perdido el tiempo. Volvió a doblar el papel.
—¿Se lo enseño a su madre? —preguntó Wilson.
—Enséñaselo cuando se haya ido lord BlackMoon —le dijo Seiya—. Y dile que volveré para hablar de esto con ella —dio una palmada a Wilson en el hombro—. No temas, esto son buenas noticias.
El mayordomo pareció aliviado.
—Si me permite, no creía que la señorita Michiru fuera feliz con su compromiso.
Seiya le sonrió.
—Estoy de acuerdo —señaló la nota—. Pero ahora será feliz.
Wilson le ayudó a ponerse el abrigo.
Seiya volvió a su estudio y descorrió las cortinas para dejar entrar la luz. Se acercó al caballete, donde seguía todavía el cuadro de Serena. Lo puso a la luz y lo examinó mientras esperaba a que llegara BlackMoon.
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Serena paseaba por su habitación y miraba por la ventana a cada momento para ver si volvía Seiya. Le disgustaba mucho no saber lo que ocurría.
Llamaron a la puerta.
—Preguntan por usted, señorita —dijo Molly.
Serena dio un respingo. ¿Cómo no lo había visto llegar?
Abrió la puerta y corrió escaleras abajo.
—Gracias, Molly —dijo por el camino.
El vestíbulo estaba vacío.
Corrió al salón, dispuesta a echase en brazos de Seiya.
Al entrar se detuvo.
Haruka y Michiru, tomados de la mano, la miraban.
Michiru se acercó a ella.
—Sé que es imperdonable que vengamos tan temprano, pero no tenemos mucho tiempo antes de que parta nuestro carruaje.
Haruka se colocó a su lado y le tomó la mano a Serena.
—No sé cómo darle las gracias…
Serena los miró sorprendida.
—¿Pero qué hacen aquí?
—Darle las gracias —repuso Haruka.
—Y convencerte de que no cometas el mismo error que estuve a punto de cometer yo —Michiru miró a Haruka con adoración—. Creo que habría renunciado a la felicidad de no ser por tu regalo.
Serena sonrió.
—¿La pulsera?
Era una buena manera de vengarse de BlackMoon darle la pulsera a Michiru.
—Pero les sugiero que no la vendan en Londres —les dijo—. BlackMoon descubrió su falta y pensó que los rufianes me la ha habían arrancado anoche del brazo. Sospecho que esperará que la vendan aquí.
—Oiremos su consejo y la venderemos más adelante —le aseguró Haruka. Miró a Michiru con ternura—. Tengo fondos suficientes para que lleguemos hasta Gretna Green.
Serena asumió que su carruaje se dirigía allí.
—Pero tienes que prometerme algo —dijo Michiru con voz suplicante—. Prométeme que no te casarás con lord BlackMoon.
Serena se echó a reír.
—Eso te lo prometo encantada.
—Tienes que casarte con Seiya —prosiguió Michiru.
Serena se puso seria y miró la alfombra.
—Eso no puedo prometértelo, pero te aseguro que amo a Seiya con todo mi corazón.
—Entonces debes casarte con él —insistió Michiru.
Haruka le pasó un brazo por los hombros.
—Vamos a conformarnos con que no se case con BlackMoon. Seiya y ella solucionarán el resto.
Michiru parpadeó.
—Eres muy listo, Haruka.
Serena pensó que eran una pareja encantadora. Y muy joven.
—Pase lo que pase, no se preocupen —dijo—. Sean felices.
—Lo seremos —le aseguró Michiru. Se mordió el labio interior—. Quizá no debas decirle a Seiya adonde hemos ido.
Serena la abrazó.
—No temas. Él no los detendrá. Los quiere a los dos.
Michiru suspiró.
—No quiero que mi hermano se enfade conmigo por esto.
—No se enfadará.
Haruka miró el reloj de la chimenea.
—Tenemos que darnos prisa.
Serena abrazó a los dos y les deseó felicidad. Los vio partir con lágrimas en los ojos.
Llamaron a la puerta.
—Preguntan por usted, señorita —dijo Molly.
Serena dio un respingo. ¿Cómo no lo había visto llegar?
Abrió la puerta y corrió escaleras abajo.
—Gracias, Molly —dijo por el camino.
El vestíbulo estaba vacío.
Corrió al salón, dispuesta a echase en brazos de Seiya.
Al entrar se detuvo.
Haruka y Michiru, tomados de la mano, la miraban.
Michiru se acercó a ella.
—Sé que es imperdonable que vengamos tan temprano, pero no tenemos mucho tiempo antes de que parta nuestro carruaje.
Haruka se colocó a su lado y le tomó la mano a Serena.
—No sé cómo darle las gracias…
Serena los miró sorprendida.
—¿Pero qué hacen aquí?
—Darle las gracias —repuso Haruka.
—Y convencerte de que no cometas el mismo error que estuve a punto de cometer yo —Michiru miró a Haruka con adoración—. Creo que habría renunciado a la felicidad de no ser por tu regalo.
Serena sonrió.
—¿La pulsera?
Era una buena manera de vengarse de BlackMoon darle la pulsera a Michiru.
—Pero les sugiero que no la vendan en Londres —les dijo—. BlackMoon descubrió su falta y pensó que los rufianes me la ha habían arrancado anoche del brazo. Sospecho que esperará que la vendan aquí.
—Oiremos su consejo y la venderemos más adelante —le aseguró Haruka. Miró a Michiru con ternura—. Tengo fondos suficientes para que lleguemos hasta Gretna Green.
Serena asumió que su carruaje se dirigía allí.
—Pero tienes que prometerme algo —dijo Michiru con voz suplicante—. Prométeme que no te casarás con lord BlackMoon.
Serena se echó a reír.
—Eso te lo prometo encantada.
—Tienes que casarte con Seiya —prosiguió Michiru.
Serena se puso seria y miró la alfombra.
—Eso no puedo prometértelo, pero te aseguro que amo a Seiya con todo mi corazón.
—Entonces debes casarte con él —insistió Michiru.
Haruka le pasó un brazo por los hombros.
—Vamos a conformarnos con que no se case con BlackMoon. Seiya y ella solucionarán el resto.
Michiru parpadeó.
—Eres muy listo, Haruka.
Serena pensó que eran una pareja encantadora. Y muy joven.
—Pase lo que pase, no se preocupen —dijo—. Sean felices.
—Lo seremos —le aseguró Michiru. Se mordió el labio interior—. Quizá no debas decirle a Seiya adonde hemos ido.
Serena la abrazó.
—No temas. Él no los detendrá. Los quiere a los dos.
Michiru suspiró.
—No quiero que mi hermano se enfade conmigo por esto.
—No se enfadará.
Haruka miró el reloj de la chimenea.
—Tenemos que darnos prisa.
Serena abrazó a los dos y les deseó felicidad. Los vio partir con lágrimas en los ojos.
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Cuando BlackMoon llamó a la puerta, Seiya estaba sentado en una silla de madera con las manos cruzadas delante de los labios.
Estaba preparado.
Se levantó, fue despacio a la puerta y la abrió.
BlackMoon entró apresuradamente, quitándose ya el sombrero y el sobretodo.
—Oye, Seiya, tengo que hablar contigo de Zafiro.
—¿Zafiro?
BlackMoon le lanzó una mirada suplicante.
—Nadie debe enterarse de su cobardía. Es una vergüenza terrible para nuestra familia.
Seiya se volvió. ¿Sería posible que BlackMoon le estuviera dando los medios de librarlos a todos de él de una vez por todas?
—¿Quieres más dinero por los retratos? — BlackMoon parecía desesperado—. Te daré más dinero.
—No quiero dinero —Seiya calculaba hasta dónde podía llegar.
BlackMoon se sentó en una silla y enterró el rostro en las manos. Cuando volvió a alzarlo, lo miró con resentimiento.
—Tú siempre eras el que se lucía y hacía que Zafiro pareciera un cobarde. Incluso de niños.
—Yo no convertí a Zafiro en un cobarde —señaló Seiya—. Lo crio usted, no yo. Pero usted no volverá a hablarme así nunca más. Se han terminado sus abusos y los de Zafiro. ¿Quiere que el mundo conozca hasta dónde llega su cobardía? Yo estaré encantado de decírselo.
—¡No! — BlackMoon parecía sorprendido—. Seré el hazmerreír de todos. Yo, un general. Tener un hijo así —agitó el puño—. Fue obra de su madre. Ella lo convirtió en un gallina.
«¿Y quién era responsable de la infelicidad de aquella pobre mujer?», pensó Seiya.
—Muy bien. Guardaré silencio —lo miró de hito en hito—. A cambio, lo quiero fuera de las vidas de mi familia. Quiero que ponga una suma a nombre de mi madre que le rinda en intereses lo que le paga trimestralmente. Quiero que renuncie a su maldito comité del teatro y no vuelva a intentar ver a la señorita Tsukino. No se entrometerá más en mi vida, en la vida de mi madre, en la de mi hermana, ni en la de la señorita Tsukino. ¿Me entiende?
BlackMoon se puso rojo de furia.
—Has sobrepasado tus límites con mucho —se levantó—. Ningún inferior me dice a quién puedo ver y a quién no. Adelante, dile al mundo que mi hijo es un cobarde. ¿Quién te va a creer?
—¡Espere! —dijo Seiya.
BlackMoon se detuvo.
—Tengo pruebas.
BlackMoon lo miró con desdén.
—¿Pruebas de qué?
—De la cobardía de Zafiro —hizo una pausa—. De más que cobardía.
BlackMoon pareció preocupado.
—Espere un momento y se las mostraré —Seiya fue a buscar un paquete en su baúl. Había roto la promesa a su madre y estaba a punto de incumplir la palabra que había dado. Volvió con BlackMoon.
—¿Qué tonterías son ésas? —dijo éste.
—Badajoz.
Abrió el paquete y puso los papeles en serie en el suelo. Juntos contaban la historia de Badajoz.
BlackMoon los miró.
—Ese parece…
—Zafiro —Seiya siguió colocando papeles.
Había dibujado su recuerdo del incidente, a Zafiro intentando violar a la mujer, ahogando al niño, y a Zafiro acuchillado en la cara por la madre del niño.
BlackMoon retrocedió un paso.
—Esto es invención suya.
Seiya lo miró a los ojos.
—Sucedió. Zafiro estaba demasiado borracho para saber que yo estaba allí —colocó los dos últimos papeles, donde aparecían los dos oficiales que habían presenciado también parte de la escena. Seiya no había dibujado sus rostros ni mostrado sus uniformes—. Como puede ver, yo no era el único que estaba presente.
BlackMoon esparció los papeles de una patada.
—Invenciones.
Seiya tomó uno de los papeles y le enseñó a BlackMoon la parte de atrás, una carta en francés fechada un mes antes del sitio.
BlackMoon lo arrojó a un lado.
—A Zafiro le cortaron la cara atacando el muro de la fortaleza.
—Usted y yo sabemos que Zafiro se escondió en el suelo —dijo Seiya con suavidad—. Yo lo vi escondiéndose entre los muertos.
—¡Mientes! — BlackMoon lo empujó y lo tiró al suelo, esparciendo los papeles.
Le sujetó con fuerza el cuello e intentó estrangularlo. Seiya le clavó los dedos en los ojos y BlackMoon tuvo que soltarlo. Seiya se puso en pie, pero el otro lo agarró por los tobillos y volvió a derribarlo. Rodaron los dos por el suelo, golpeándose con los puños. Golpearon el caballete y el retrato de Serena cayó encima de ellos. Seiya lo apartó a un lado. Se levantó, agarró a BlackMoon por la levita y lo lanzó contra la pared.
—¡Basta! —gritó—. No puede ganar. Es hora de rendirse.
Pero BlackMoon tenía los ojos rojos e intentó golpear a Seiya de nuevo. Este se apartó y BlackMoon cayó contra una mesa, que se hizo pedazos.
Volvió a incorporarse.
—¡Te mataré!
Seiya sintió cierto placer cuando su puño chocó con la mandíbula de BlackMoon, pero la pelea no resolvería nada.
BlackMoon agarró una pata de la mesa e intentó darle con ella, pero Seiya se agachó y consiguió agarrar el arma. Los dos hombres se pelearon por ella. A Seiya le temblaban los músculos por el esfuerzo, pero ganó en el empeño y la pata de la mesa quedó en sus manos.
BlackMoon retrocedió.
En aquel momento llamaron a la puerta.
Seiya miró al otro, que se agarraba los costados intentando recuperar el aliento.
—¡Basta! —Seiya tiró al suelo la pata de la mesa—. Acabemos con esto.
Fue a abrir la puerta.
En el umbral apareció un oficial del ejército con el uniforme de los Dragones Escoceses.
—¿El general lord BlackMoon?
Seiya señaló a BlackMoon, que estaba apoyado en la pared y se secaba con el pañuelo la sangre de la comisura de la boca.
—¿Qué quiere?
El oficial miraba la escena sorprendido.
—Señor, he ido a su casa y me han enviado a casa de la señora Kou, quien me ha remitido aquí.
BlackMoon agitó una mano en el aire.
—Sí. Sí. ¿Para qué?
—Tengo que informarle de que tiene que volver a servir a su país. Es mi deber informarle de que el emperador Napoleón ha escapado de Elba y está ahora en Francia levantando un ejército.
BlackMoon consiguió quedar erguido.
—¿Napoleón ha escapado?
El oficial chocó los talones.
—Requieren inmediatamente su presencia en el Cuartel General.
BlackMoon intentó colocarse la ropa.
—Iré con usted enseguida —cuando pasó al lado de Seiya, murmuró—: Esto no acaba aquí.
Siguió al oficial hasta un carruaje que esperaba.
Seiya se apoyó en el marco de la puerta. Sólo una cosa había quedado decidida como resultado de aquel altercado.
Él iba a volver a la guerra.
Seiya se ira a la guerra ¡Qué dolor! ¡Que dolor! ¡Qué pena!...
Esperen ¿qué esa no es una canción? [SERRISA]
Bueno, como sea, Seiya vuelve al ejercito y aunque ya se solucionaron las cosas para Haruka y Michiru, falta ver que va a pasar con BlackMoon... :[SEROMG]: ¡Y con Serena! ¿Qué pasara con su relación ahora que él se ira?
Eso lo descubriremos en el ultimo capitulo
Me despido de ustedes por ahora. Como siempre, no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Nos vemos en el proximo capitulo
XOXO
Serenity
Estaba preparado.
Se levantó, fue despacio a la puerta y la abrió.
BlackMoon entró apresuradamente, quitándose ya el sombrero y el sobretodo.
—Oye, Seiya, tengo que hablar contigo de Zafiro.
—¿Zafiro?
BlackMoon le lanzó una mirada suplicante.
—Nadie debe enterarse de su cobardía. Es una vergüenza terrible para nuestra familia.
Seiya se volvió. ¿Sería posible que BlackMoon le estuviera dando los medios de librarlos a todos de él de una vez por todas?
—¿Quieres más dinero por los retratos? — BlackMoon parecía desesperado—. Te daré más dinero.
—No quiero dinero —Seiya calculaba hasta dónde podía llegar.
BlackMoon se sentó en una silla y enterró el rostro en las manos. Cuando volvió a alzarlo, lo miró con resentimiento.
—Tú siempre eras el que se lucía y hacía que Zafiro pareciera un cobarde. Incluso de niños.
—Yo no convertí a Zafiro en un cobarde —señaló Seiya—. Lo crio usted, no yo. Pero usted no volverá a hablarme así nunca más. Se han terminado sus abusos y los de Zafiro. ¿Quiere que el mundo conozca hasta dónde llega su cobardía? Yo estaré encantado de decírselo.
—¡No! — BlackMoon parecía sorprendido—. Seré el hazmerreír de todos. Yo, un general. Tener un hijo así —agitó el puño—. Fue obra de su madre. Ella lo convirtió en un gallina.
«¿Y quién era responsable de la infelicidad de aquella pobre mujer?», pensó Seiya.
—Muy bien. Guardaré silencio —lo miró de hito en hito—. A cambio, lo quiero fuera de las vidas de mi familia. Quiero que ponga una suma a nombre de mi madre que le rinda en intereses lo que le paga trimestralmente. Quiero que renuncie a su maldito comité del teatro y no vuelva a intentar ver a la señorita Tsukino. No se entrometerá más en mi vida, en la vida de mi madre, en la de mi hermana, ni en la de la señorita Tsukino. ¿Me entiende?
BlackMoon se puso rojo de furia.
—Has sobrepasado tus límites con mucho —se levantó—. Ningún inferior me dice a quién puedo ver y a quién no. Adelante, dile al mundo que mi hijo es un cobarde. ¿Quién te va a creer?
—¡Espere! —dijo Seiya.
BlackMoon se detuvo.
—Tengo pruebas.
BlackMoon lo miró con desdén.
—¿Pruebas de qué?
—De la cobardía de Zafiro —hizo una pausa—. De más que cobardía.
BlackMoon pareció preocupado.
—Espere un momento y se las mostraré —Seiya fue a buscar un paquete en su baúl. Había roto la promesa a su madre y estaba a punto de incumplir la palabra que había dado. Volvió con BlackMoon.
—¿Qué tonterías son ésas? —dijo éste.
—Badajoz.
Abrió el paquete y puso los papeles en serie en el suelo. Juntos contaban la historia de Badajoz.
BlackMoon los miró.
—Ese parece…
—Zafiro —Seiya siguió colocando papeles.
Había dibujado su recuerdo del incidente, a Zafiro intentando violar a la mujer, ahogando al niño, y a Zafiro acuchillado en la cara por la madre del niño.
BlackMoon retrocedió un paso.
—Esto es invención suya.
Seiya lo miró a los ojos.
—Sucedió. Zafiro estaba demasiado borracho para saber que yo estaba allí —colocó los dos últimos papeles, donde aparecían los dos oficiales que habían presenciado también parte de la escena. Seiya no había dibujado sus rostros ni mostrado sus uniformes—. Como puede ver, yo no era el único que estaba presente.
BlackMoon esparció los papeles de una patada.
—Invenciones.
Seiya tomó uno de los papeles y le enseñó a BlackMoon la parte de atrás, una carta en francés fechada un mes antes del sitio.
BlackMoon lo arrojó a un lado.
—A Zafiro le cortaron la cara atacando el muro de la fortaleza.
—Usted y yo sabemos que Zafiro se escondió en el suelo —dijo Seiya con suavidad—. Yo lo vi escondiéndose entre los muertos.
—¡Mientes! — BlackMoon lo empujó y lo tiró al suelo, esparciendo los papeles.
Le sujetó con fuerza el cuello e intentó estrangularlo. Seiya le clavó los dedos en los ojos y BlackMoon tuvo que soltarlo. Seiya se puso en pie, pero el otro lo agarró por los tobillos y volvió a derribarlo. Rodaron los dos por el suelo, golpeándose con los puños. Golpearon el caballete y el retrato de Serena cayó encima de ellos. Seiya lo apartó a un lado. Se levantó, agarró a BlackMoon por la levita y lo lanzó contra la pared.
—¡Basta! —gritó—. No puede ganar. Es hora de rendirse.
Pero BlackMoon tenía los ojos rojos e intentó golpear a Seiya de nuevo. Este se apartó y BlackMoon cayó contra una mesa, que se hizo pedazos.
Volvió a incorporarse.
—¡Te mataré!
Seiya sintió cierto placer cuando su puño chocó con la mandíbula de BlackMoon, pero la pelea no resolvería nada.
BlackMoon agarró una pata de la mesa e intentó darle con ella, pero Seiya se agachó y consiguió agarrar el arma. Los dos hombres se pelearon por ella. A Seiya le temblaban los músculos por el esfuerzo, pero ganó en el empeño y la pata de la mesa quedó en sus manos.
BlackMoon retrocedió.
En aquel momento llamaron a la puerta.
Seiya miró al otro, que se agarraba los costados intentando recuperar el aliento.
—¡Basta! —Seiya tiró al suelo la pata de la mesa—. Acabemos con esto.
Fue a abrir la puerta.
En el umbral apareció un oficial del ejército con el uniforme de los Dragones Escoceses.
—¿El general lord BlackMoon?
Seiya señaló a BlackMoon, que estaba apoyado en la pared y se secaba con el pañuelo la sangre de la comisura de la boca.
—¿Qué quiere?
El oficial miraba la escena sorprendido.
—Señor, he ido a su casa y me han enviado a casa de la señora Kou, quien me ha remitido aquí.
BlackMoon agitó una mano en el aire.
—Sí. Sí. ¿Para qué?
—Tengo que informarle de que tiene que volver a servir a su país. Es mi deber informarle de que el emperador Napoleón ha escapado de Elba y está ahora en Francia levantando un ejército.
BlackMoon consiguió quedar erguido.
—¿Napoleón ha escapado?
El oficial chocó los talones.
—Requieren inmediatamente su presencia en el Cuartel General.
BlackMoon intentó colocarse la ropa.
—Iré con usted enseguida —cuando pasó al lado de Seiya, murmuró—: Esto no acaba aquí.
Siguió al oficial hasta un carruaje que esperaba.
Seiya se apoyó en el marco de la puerta. Sólo una cosa había quedado decidida como resultado de aquel altercado.
Él iba a volver a la guerra.
Seiya se ira a la guerra ¡Qué dolor! ¡Que dolor! ¡Qué pena!...
Esperen ¿qué esa no es una canción? [SERRISA]
Bueno, como sea, Seiya vuelve al ejercito y aunque ya se solucionaron las cosas para Haruka y Michiru, falta ver que va a pasar con BlackMoon... :[SEROMG]: ¡Y con Serena! ¿Qué pasara con su relación ahora que él se ira?
Eso lo descubriremos en el ultimo capitulo
Me despido de ustedes por ahora. Como siempre, no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Nos vemos en el proximo capitulo
XOXO
Serenity
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Este capitulo ha estado estresante!!! que descaro por parte del maldito de blackmoon, compartir el palco con esmeralda y serena ahi mismo. que inteligente por parte de serena entregarle la pulsera a michiru y menos mal que ella pensó rapido y decidio fugarse con haruka. me gustó mucho el ataque al carruaje, zafiro probó que era un cobarde y SERENA defendiendo a seiya, (no me gusto mucho eso de que lo golpearon, pobre, yo le hago nanai) pero me alegre mucho ver que seiya se dio cuenta de que la necesitaba y dejo de ser pesadito con ella, y que gran reencuentro Ufff. y la pelea entre seiya y blackmoon jajja me imagino al viejete cayendo al suelo, ajja. y bueno lo de la guerra no me gusto mucho, ojala no le pase algo malo a seiya, por culpa de blackmoon... estuvo muy bueno este capitulo, ya queda poquito... muy poquito jajaj besos...
Aysha Bakhovik B.- Sailor Outer Scout
- Mensajes : 264
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Hola!!! Ahí no puede ser!!! Por un lado que felicidad que serena encontro la manera de ayudar a haruka y michiru... Que bueno que como dice seiya no perdió el tiempo... Que bueno!
Eso no lo esperaba! Es cobarde el zafiro! Nombre ni ese calificativo se merece!
Vaya peticion la de seiya, aunque muy certera en la realidad!
Y luego pelea!! Jajajaja viejo lleva la de perder!
Pero son interrumpidos por esa noticia, que!! Tambien seiya!! Noooooo no me parece y mas que ya viene el final!
Pero pues ni modo todo tiene un final...
Saludos!!!
Eso no lo esperaba! Es cobarde el zafiro! Nombre ni ese calificativo se merece!
Vaya peticion la de seiya, aunque muy certera en la realidad!
Y luego pelea!! Jajajaja viejo lleva la de perder!
Pero son interrumpidos por esa noticia, que!! Tambien seiya!! Noooooo no me parece y mas que ya viene el final!
Pero pues ni modo todo tiene un final...
Saludos!!!
stgrani- Reina Serenity
- Mensajes : 1790
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
o por dios maldito blackmoon espero que lomaten por alla que buen golpe que ñle dio seiya aunque el otro no se quedo atras solo espero que las cosas entre seiya y serena mejoren y que haruka y michiru sean felices y bueno esmeralda pobre ella espero que sea feliz tambien espero el siguiente con ansias besos
Usagi13- Princesa Fireball
- Mensajes : 1323
Edad : 42
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Muchas gracias por avisarme de tu actualización
El capitulo estuvo fenomenal.... hubo de todo
que bonito que Sere ayudo a Michiru
Y espero que el desgraciado de Blackmoon no se lleve a Seiya con él para la guerra y que se pudra por alla
En fin.... espero tu nuevo capitulo con mucha emoción
El capitulo estuvo fenomenal.... hubo de todo
que bonito que Sere ayudo a Michiru
Y espero que el desgraciado de Blackmoon no se lleve a Seiya con él para la guerra y que se pudra por alla
En fin.... espero tu nuevo capitulo con mucha emoción
Jecapoca- Sailor Scout
- Mensajes : 51
Edad : 36
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
noooooooooooooooooooooooooooooooooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! que feo esta todo esto, es viejo casca rabias uf lo odio, y mira que pobre la esmeralda ah pero eso le pasa por tonta jajaja, esa serena si que me gusta mira que darle el brasalete a michiru y la otra que no perdio tiempo, que buen capitulo amix, ufff no quiero que termine pero que pasara ahora ese zafiro es un cobarde, espero que actualices pronto, esta y las demas tambien jajaja, ya quiero leer mas y mas por fis, cuidate y bye.
wendykou- Sailor Outer Scout
- Mensajes : 382
Edad : 38
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
que capitulo tan mas emocionanate!!!
t admiro.....el fic estuvo muy compacto en comparacion con el libro...al menos eso m imagino...
ya espero el final!!!
por cierto me encanto el lemon
t admiro.....el fic estuvo muy compacto en comparacion con el libro...al menos eso m imagino...
ya espero el final!!!
por cierto me encanto el lemon
pandita- Sailor Outer Scout
- Mensajes : 427
Edad : 38
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Que terrible Seiya en la guerra, todo lo que sufrio el alla y mas aun el odio que siente Blackmoon por el lo va a poner al frente..... al menos Michiru se fugo con su amor. ojala Serena y Seiya tambien puedan ser felices!!!
Akane- Sailor Inner Scout
- Mensajes : 171
Edad : 37
Sexo :
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
¡Hola!
¡Mil gracias sus comentarios y por continuar acompañandome en esta historia!
Por fin llegamos a lo que es el ultimo capitulo de esta historia pero descuiden que el tambien el dia de hoy les traigo el epilogo de este fic.
¡Espero que los disfruten!
Capitulo Catorce
Quatre Bras, 16 de junio de 1815
Seiya buscó la protección del centro del cuadrado. El regimiento de East Essex se puso rápidamente en formación, pues los lanceros franceses empezaban a atacar. El regimiento había soportado ya el fuego de la artillería y le tocaba ahora la carga terrorífica de los caballos y hombres con penachos de plumas altas y lanzas puntiagudas.
—Preparados —gritó el teniente coronel Hamerton cuando los caballos de los lanceros corrían directamente hacia ellos.
Los soldados tenían ya los dedos en el gatillo de los mosquetes.
—Esperen —avisó Seiya.
Napoleón había salido de París antes de lo que nadie había predicho. Las fuerzas de Blücher estaban todavía a cierta distancia y sumidas en otra batalla. Si el ejército francés salía victorioso allí en Quatre Bras, tal vez no podrían parar a Napoleón.
La vista de los soldados, el olor de los hombres que habían caminado desde la medianoche, el golpeteo de las armas y el ruido de los cascos de los caballos le resultaban más reales que su vida de artista. Tal vez había soñado las enseñanzas de sir Artemis, la exposición en Somerset House y el retrato de Serena. Su modo de hacer el amor.
Se había despedido de ella negándose a cargarla con promesas. Si Marco Antonio y Cleopatra era un éxito, ¿quién sabía adónde podría llevarla ese éxito? Ni siquiera BlackMoon podría detenerla entonces.
—¡Apunten! —gritó Hamerton. Los lanceros estaban tan cerca que Seiya podía ver los pelos de sus bigotes.
Los hombres apuntaron.
—¡Fuego!
Los mosquetes explotaron en el aire de verano.
—¡Recarguen! —gritó Seiya entre el humo.
Pero los hombres que tenía cerca no necesitaban que se lo recordara. Después de recargar, la primera línea disparó y se dejó caer al suelo para que la segunda línea pudiera disparar. Los hombres se movían con un ritmo estable y metódico, con una fila disparando y otra recargando, mientras los lanceros se acercaban a ellos gritando y empalando. Cuando pasó la prima ola, llegó más caballería; el ataque parecía interminable.
Algunas de sus lanzas daban en el blanco y caían hombres. Eran arrastrados rápidamente hasta el centro del cuadrado y otros cerraban inmediatamente las filas. Su fuego nunca cesaba. Seiya se movía alentando a los hombres, atento a los puntos débiles, disparando su pistola.
¡Resultaba todo tan automático, tan familiar!
El tiempo se congeló un segundo en su mente y vio la escena que tenía ante sí como si fuera un cuadro. Cielo azul y nubes como de algodón blanco, centeno alto, verde todavía y agitándose al viento. Bosques espesos a los lejos. La violencia, muerte y destrucción marraban su belleza.
Un hombre gritó y le salió un chorro de sangre del ojo. Cayó hacia atrás, uniéndose al creciente número de muertos y heridos. Un lancero francés aprovechó el hueco y cruzó el cuadrado directo hacia Seiya. Este levantó la pistola y disparó. El francés cayó y su aturdido caballo se alejó a galope. Arrojaron su cuerpo fuera del cuadrado.
La caballería siguió llegando, frenada sólo por los montones de sus muertos, hasta agotar por completo al regimiento de East Essex. El cuadrado, que se hacía cada vez más pequeño a medida que crecía el número de muertos y heridos, no podría mantenerse eternamente. Los rostros cansados de los soldados se teñían de desesperación.
—¡Miren, hombres! —gritó Hamerton—. ¡Los Escoceses!
Apareció el regimiento de Dragones Escoceses, que formó rápidamente un cuadrado y se unió a la lucha. Seiya divisó a BlackMoon entre ellos y enseguida revivió toda su rabia contra él.
Después de que BlackMoon se marchara de su estudio el día del altercado, había enviado una misiva a Seiya informándole de que no había abandonado sus planes de arruinarlos a él, a su familia y a Serena. Su destrucción simplemente se retrasaría hasta que Seiya y él volvieran de Bélgica.
Si volvían.
Un tiro rozó la oreja de Seiya y éste levantó la mano como si pretendiera parar así otro. Que se condenara si iba a permitir que la muerte lo alcanzara en ese momento. Su familia dependía de que él saliera vivo.
Y quería, como mínimo, ver a Serena una vez más.
Serena temía haber entrado en una pesadilla. Cuatro días antes, la madre de Seiya, su doncella, el mayordomo Wilson y ella habían subido a un barco y viajado, primero por mar y ahora por tierra, en dirección a Bruselas.
Serena había ido para ver a Seiya y pasar con él el tiempo que pudiera antes de la batalla.
Había llegado tarde. La batalla con Napoleón había empezado.
El ruido de los cañones los había alcanzado esa tarde y se volvía cada vez más fuerte a medida que se acercaban a Bruselas.
Serena le había suplicado a Seiya acompañarlo a Bélgica, para poder ocuparse de sus necesidades y cuidar sus heridas, o lo que sea que hicieran las mujeres que seguían a las tropas. Si ocurría lo impensable, quería tenerlo en sus brazos una última vez.
Seiya se había negado.
Había insistido en que ella actuara en Marco Antonio y Cleopatra y se convirtiera en la sensación en los escenarios que ella había deseado tanto ser en otro tiempo. Le había dicho que su éxito era su mejor protección contra BlackMoon y, lo peor de todo. Al despedirse, la había dejado libre.
Pero Serena no deseaba estar libre. En su mente estaba ya unida a él.
Actuó en la obra y utilizó el segundo retrato de Cleopatra, el del casi desnudo, para anunciar su papel en ella. El cuadro se mostraba en el vestíbulo del teatro y su imagen aparecía en folletos, tiendas de grabados y en revistas. El escándalo que causó llenó el teatro.
Pero no tardó en olvidarse. El regreso de Napoleón borró todo lo demás de la mente de la gente.
En cuanto dejaron de representar la obra, Serena rechazó otros papeles e inició sus planes para viajar a Bruselas. La mitad de Londres viajaba allí. ¿Por qué no ella? Al menos en Bruselas tendría ocasión de pasar más tiempo con Seiya, aunque sólo fuera una hora o un día a la semana.
O eso había creído.
La madre de Seiya había insistido en acompañarla y Serena había sido incapaz de negárselo después de haberle causado tanto dolor. Las dos mujeres iban ahora sentadas una enfrente de la otra. Por encima del ruido del carruaje, se oía también el sonido de los cañones.
La batalla había empezado y Seiya muy probablemente estaría en ella. Tendría que soportar el tipo de horror que Serena había visto en sus cuadros.
La señora Kou se cubrió la boca con la mano.
El mayor Wylie, un ayudante de campo de Wellington, que viajaba en el carruaje con ellas, le dio una palmadita en el brazo.
—No tema, señora. Los cañones están al menos a diez o veinte millas de distancia.
Serena se asomó por la ventanilla del carruaje. Llevaban todo el día viendo grupos de personas que viajaban en dirección opuesta, alejándose de Bruselas. Ahora esos viajeros eran más numerosos.
—Mayor, si no hay nada que temer, ¿por qué abandona Bruselas toda esa gente? —preguntó.
—Interrogué a algunos en la última parada —sonrió él—. Simplemente lo hacen por cautela. Hay muchos que han permanecido en la ciudad. Creo que la duquesa de Richmond dio un baile anoche y asistió Wellington. Él no parecía preocupado, ¿verdad?
Serena no estaba convencida, pero poco después entraban en las calles de Bruselas.
—Ya no hay vuelta atrás —murmuró.
El carruaje subió una colina, pasó delante de casas grandes, de tiendas con carteles en francés y de una catedral majestuosa. La cima de la colina era la mejor zona de la ciudad, donde estaba el Parque de Bruselas, rodeado por el Palacio del Príncipe de Orange y por otros edificios públicos extraordinarios.
El mayor Wylie se ofreció ayudarlas a buscarles habitaciones en el Hotel de Flandes, adyacente al parque. Cuando el carruaje se detuvo delante del hotel y el mayor saltó al suelo, oyeron más cañonazos. El mayor arrugó la frente con preocupación, pero las acompañó dentro y les fue a encargar habitaciones. El conserje les dijo que el hotel había estado lleno, pero muchos huéspedes se habían marchado esa mañana y tenían buenas habitaciones disponibles.
Wylie las dejó para ir a presentarse al Palacio Real y Wilson lo acompañó, con la esperanza de volver con noticias fiables. Serena estaba demasiado nerviosa para quedarse sentada esperando su regreso.
—Vamos, señora Kou —dijo—. Vamos a dar un paseo y explorar el parque.
La señora Kou asintió.
El parque era aún más hermoso de lo que esperaba Serena, tan grande que los de Londres palidecían en comparación. Muchos caminos cruzaban su vasta extensión de hierba, en la que había también árboles que daban sombra, fuentes y estatuas. Lo rodeaban edificios magníficos, como si fueran un marco decorativo. Pero había pocas personas, aunque a Serena no le costaba nada imaginarlo lleno de soldados y damas paseando en el clima veraniego.
Como habrían podido hacer Seiya y ella.
—Dijeron que faltaban semanas para la batalla —comentó la señora Kou, más para sí que para Serena.
La mujer había sido una compañera de viaje triste y silenciosa, que sólo hablaba con Serena cuando era absolutamente necesario. La joven no podía culparla por ello. Después de todo, ella le había causado mucha tristeza.
—Es cierto —respondió, más para sí que para la madre de Seiya.
Un cañonazo repentino las sobresaltó y la señora Kou perdió pie. Serena la ayudó a recuperar el equilibrio.
La mujer se apartó enseguida.
—¡Qué torpe por mi parte!
—Está fatigada —Serena retiró las manos—. ¿Regresamos a ver si están preparadas nuestras habitaciones? Podrá descansar un poco. Podemos cenar y retirarnos temprano.
—Como desee.
Serena suspiró interiormente.
Volvieron hacia el hotel. La joven procuró distraerse mirando la arquitectura.
—A Haruka le gustaría ver todos estos edificios, ¿verdad? —comentó.
—Supongo —respondió la mujer.
Haruka y Michiru habían vuelto apresuradamente desde Gretna Green cuando les llegó la noticia de la fuga de Napoleón. En ese momento estaban en la residencia de la señora Kou en Adam Street, convertidos ya en marido y mujer.
—Esto es encantador —Serena miró a la señora Kou.
La mujer tenía lágrimas en los ojos.
Serena le tocó la mano.
—No sufra. Seiya saldrá con bien de esto.
—Seiya —la voz de la señora Kou era casi tan suave como la brisa—. No podemos saber lo que ocurrirá.
Serena la rodeó con su brazo.
—Rezaremos por él.
Los cañones dispararon de nuevo y Serena volvió la cabeza como si esperará ver a los soldados franceses cargando por los caminos del parque.
El que se acercaba era Wilson, y ellas le salieron al encuentro.
—¿Qué noticias hay? —preguntó la señora Kou—. ¿Qué ha averiguado?
—Hay una batalla no muy lejos de aquí —el mayordomo hizo una pausa para recuperar el aliento—. A quince o veinte millas de aquí, en un lugar llamado Quatre Bras.
—¿Seiya está en ella? —preguntó Serena.
Wilson tragó saliva.
—Debemos asumir que sí. Su regimiento, el East Essex, lo está.
—¿Y lord BlackMoon? —la señora Kou alzó la voz.
—¡Lord BlackMoon! —Serena no podía creer lo que oía.
Wilson miró a la señora Kou con gran comprensión.
—También debe estar en la batalla. Está ayudando al general Pack con la Novena Brigada.
La madre de Seiya palideció.
—Quiero regresar al hotel —se alejó con paso brusco.
Serena miró a Wilson.
—No me puedo creer esto.
La señora Kou había hecho aquel viaje por causa de BlackMoon.
Wilson parecía sombrío.
—El regimiento de East Essex está en la Novena Brigada, señorita Tsukino. Puede que se encuentren.
Serena asintió.
Un encuentro con BlackMoon no sería bueno para Seiya.
¡Mil gracias sus comentarios y por continuar acompañandome en esta historia!
Por fin llegamos a lo que es el ultimo capitulo de esta historia pero descuiden que el tambien el dia de hoy les traigo el epilogo de este fic.
¡Espero que los disfruten!
Capitulo Catorce
Quatre Bras, 16 de junio de 1815
Seiya buscó la protección del centro del cuadrado. El regimiento de East Essex se puso rápidamente en formación, pues los lanceros franceses empezaban a atacar. El regimiento había soportado ya el fuego de la artillería y le tocaba ahora la carga terrorífica de los caballos y hombres con penachos de plumas altas y lanzas puntiagudas.
—Preparados —gritó el teniente coronel Hamerton cuando los caballos de los lanceros corrían directamente hacia ellos.
Los soldados tenían ya los dedos en el gatillo de los mosquetes.
—Esperen —avisó Seiya.
Napoleón había salido de París antes de lo que nadie había predicho. Las fuerzas de Blücher estaban todavía a cierta distancia y sumidas en otra batalla. Si el ejército francés salía victorioso allí en Quatre Bras, tal vez no podrían parar a Napoleón.
La vista de los soldados, el olor de los hombres que habían caminado desde la medianoche, el golpeteo de las armas y el ruido de los cascos de los caballos le resultaban más reales que su vida de artista. Tal vez había soñado las enseñanzas de sir Artemis, la exposición en Somerset House y el retrato de Serena. Su modo de hacer el amor.
Se había despedido de ella negándose a cargarla con promesas. Si Marco Antonio y Cleopatra era un éxito, ¿quién sabía adónde podría llevarla ese éxito? Ni siquiera BlackMoon podría detenerla entonces.
—¡Apunten! —gritó Hamerton. Los lanceros estaban tan cerca que Seiya podía ver los pelos de sus bigotes.
Los hombres apuntaron.
—¡Fuego!
Los mosquetes explotaron en el aire de verano.
—¡Recarguen! —gritó Seiya entre el humo.
Pero los hombres que tenía cerca no necesitaban que se lo recordara. Después de recargar, la primera línea disparó y se dejó caer al suelo para que la segunda línea pudiera disparar. Los hombres se movían con un ritmo estable y metódico, con una fila disparando y otra recargando, mientras los lanceros se acercaban a ellos gritando y empalando. Cuando pasó la prima ola, llegó más caballería; el ataque parecía interminable.
Algunas de sus lanzas daban en el blanco y caían hombres. Eran arrastrados rápidamente hasta el centro del cuadrado y otros cerraban inmediatamente las filas. Su fuego nunca cesaba. Seiya se movía alentando a los hombres, atento a los puntos débiles, disparando su pistola.
¡Resultaba todo tan automático, tan familiar!
El tiempo se congeló un segundo en su mente y vio la escena que tenía ante sí como si fuera un cuadro. Cielo azul y nubes como de algodón blanco, centeno alto, verde todavía y agitándose al viento. Bosques espesos a los lejos. La violencia, muerte y destrucción marraban su belleza.
Un hombre gritó y le salió un chorro de sangre del ojo. Cayó hacia atrás, uniéndose al creciente número de muertos y heridos. Un lancero francés aprovechó el hueco y cruzó el cuadrado directo hacia Seiya. Este levantó la pistola y disparó. El francés cayó y su aturdido caballo se alejó a galope. Arrojaron su cuerpo fuera del cuadrado.
La caballería siguió llegando, frenada sólo por los montones de sus muertos, hasta agotar por completo al regimiento de East Essex. El cuadrado, que se hacía cada vez más pequeño a medida que crecía el número de muertos y heridos, no podría mantenerse eternamente. Los rostros cansados de los soldados se teñían de desesperación.
—¡Miren, hombres! —gritó Hamerton—. ¡Los Escoceses!
Apareció el regimiento de Dragones Escoceses, que formó rápidamente un cuadrado y se unió a la lucha. Seiya divisó a BlackMoon entre ellos y enseguida revivió toda su rabia contra él.
Después de que BlackMoon se marchara de su estudio el día del altercado, había enviado una misiva a Seiya informándole de que no había abandonado sus planes de arruinarlos a él, a su familia y a Serena. Su destrucción simplemente se retrasaría hasta que Seiya y él volvieran de Bélgica.
Si volvían.
Un tiro rozó la oreja de Seiya y éste levantó la mano como si pretendiera parar así otro. Que se condenara si iba a permitir que la muerte lo alcanzara en ese momento. Su familia dependía de que él saliera vivo.
Y quería, como mínimo, ver a Serena una vez más.
OoOoO
Serena temía haber entrado en una pesadilla. Cuatro días antes, la madre de Seiya, su doncella, el mayordomo Wilson y ella habían subido a un barco y viajado, primero por mar y ahora por tierra, en dirección a Bruselas.
Serena había ido para ver a Seiya y pasar con él el tiempo que pudiera antes de la batalla.
Había llegado tarde. La batalla con Napoleón había empezado.
El ruido de los cañones los había alcanzado esa tarde y se volvía cada vez más fuerte a medida que se acercaban a Bruselas.
Serena le había suplicado a Seiya acompañarlo a Bélgica, para poder ocuparse de sus necesidades y cuidar sus heridas, o lo que sea que hicieran las mujeres que seguían a las tropas. Si ocurría lo impensable, quería tenerlo en sus brazos una última vez.
Seiya se había negado.
Había insistido en que ella actuara en Marco Antonio y Cleopatra y se convirtiera en la sensación en los escenarios que ella había deseado tanto ser en otro tiempo. Le había dicho que su éxito era su mejor protección contra BlackMoon y, lo peor de todo. Al despedirse, la había dejado libre.
Pero Serena no deseaba estar libre. En su mente estaba ya unida a él.
Actuó en la obra y utilizó el segundo retrato de Cleopatra, el del casi desnudo, para anunciar su papel en ella. El cuadro se mostraba en el vestíbulo del teatro y su imagen aparecía en folletos, tiendas de grabados y en revistas. El escándalo que causó llenó el teatro.
Pero no tardó en olvidarse. El regreso de Napoleón borró todo lo demás de la mente de la gente.
En cuanto dejaron de representar la obra, Serena rechazó otros papeles e inició sus planes para viajar a Bruselas. La mitad de Londres viajaba allí. ¿Por qué no ella? Al menos en Bruselas tendría ocasión de pasar más tiempo con Seiya, aunque sólo fuera una hora o un día a la semana.
O eso había creído.
La madre de Seiya había insistido en acompañarla y Serena había sido incapaz de negárselo después de haberle causado tanto dolor. Las dos mujeres iban ahora sentadas una enfrente de la otra. Por encima del ruido del carruaje, se oía también el sonido de los cañones.
La batalla había empezado y Seiya muy probablemente estaría en ella. Tendría que soportar el tipo de horror que Serena había visto en sus cuadros.
La señora Kou se cubrió la boca con la mano.
El mayor Wylie, un ayudante de campo de Wellington, que viajaba en el carruaje con ellas, le dio una palmadita en el brazo.
—No tema, señora. Los cañones están al menos a diez o veinte millas de distancia.
Serena se asomó por la ventanilla del carruaje. Llevaban todo el día viendo grupos de personas que viajaban en dirección opuesta, alejándose de Bruselas. Ahora esos viajeros eran más numerosos.
—Mayor, si no hay nada que temer, ¿por qué abandona Bruselas toda esa gente? —preguntó.
—Interrogué a algunos en la última parada —sonrió él—. Simplemente lo hacen por cautela. Hay muchos que han permanecido en la ciudad. Creo que la duquesa de Richmond dio un baile anoche y asistió Wellington. Él no parecía preocupado, ¿verdad?
Serena no estaba convencida, pero poco después entraban en las calles de Bruselas.
—Ya no hay vuelta atrás —murmuró.
El carruaje subió una colina, pasó delante de casas grandes, de tiendas con carteles en francés y de una catedral majestuosa. La cima de la colina era la mejor zona de la ciudad, donde estaba el Parque de Bruselas, rodeado por el Palacio del Príncipe de Orange y por otros edificios públicos extraordinarios.
El mayor Wylie se ofreció ayudarlas a buscarles habitaciones en el Hotel de Flandes, adyacente al parque. Cuando el carruaje se detuvo delante del hotel y el mayor saltó al suelo, oyeron más cañonazos. El mayor arrugó la frente con preocupación, pero las acompañó dentro y les fue a encargar habitaciones. El conserje les dijo que el hotel había estado lleno, pero muchos huéspedes se habían marchado esa mañana y tenían buenas habitaciones disponibles.
Wylie las dejó para ir a presentarse al Palacio Real y Wilson lo acompañó, con la esperanza de volver con noticias fiables. Serena estaba demasiado nerviosa para quedarse sentada esperando su regreso.
—Vamos, señora Kou —dijo—. Vamos a dar un paseo y explorar el parque.
La señora Kou asintió.
El parque era aún más hermoso de lo que esperaba Serena, tan grande que los de Londres palidecían en comparación. Muchos caminos cruzaban su vasta extensión de hierba, en la que había también árboles que daban sombra, fuentes y estatuas. Lo rodeaban edificios magníficos, como si fueran un marco decorativo. Pero había pocas personas, aunque a Serena no le costaba nada imaginarlo lleno de soldados y damas paseando en el clima veraniego.
Como habrían podido hacer Seiya y ella.
—Dijeron que faltaban semanas para la batalla —comentó la señora Kou, más para sí que para Serena.
La mujer había sido una compañera de viaje triste y silenciosa, que sólo hablaba con Serena cuando era absolutamente necesario. La joven no podía culparla por ello. Después de todo, ella le había causado mucha tristeza.
—Es cierto —respondió, más para sí que para la madre de Seiya.
Un cañonazo repentino las sobresaltó y la señora Kou perdió pie. Serena la ayudó a recuperar el equilibrio.
La mujer se apartó enseguida.
—¡Qué torpe por mi parte!
—Está fatigada —Serena retiró las manos—. ¿Regresamos a ver si están preparadas nuestras habitaciones? Podrá descansar un poco. Podemos cenar y retirarnos temprano.
—Como desee.
Serena suspiró interiormente.
Volvieron hacia el hotel. La joven procuró distraerse mirando la arquitectura.
—A Haruka le gustaría ver todos estos edificios, ¿verdad? —comentó.
—Supongo —respondió la mujer.
Haruka y Michiru habían vuelto apresuradamente desde Gretna Green cuando les llegó la noticia de la fuga de Napoleón. En ese momento estaban en la residencia de la señora Kou en Adam Street, convertidos ya en marido y mujer.
—Esto es encantador —Serena miró a la señora Kou.
La mujer tenía lágrimas en los ojos.
Serena le tocó la mano.
—No sufra. Seiya saldrá con bien de esto.
—Seiya —la voz de la señora Kou era casi tan suave como la brisa—. No podemos saber lo que ocurrirá.
Serena la rodeó con su brazo.
—Rezaremos por él.
Los cañones dispararon de nuevo y Serena volvió la cabeza como si esperará ver a los soldados franceses cargando por los caminos del parque.
El que se acercaba era Wilson, y ellas le salieron al encuentro.
—¿Qué noticias hay? —preguntó la señora Kou—. ¿Qué ha averiguado?
—Hay una batalla no muy lejos de aquí —el mayordomo hizo una pausa para recuperar el aliento—. A quince o veinte millas de aquí, en un lugar llamado Quatre Bras.
—¿Seiya está en ella? —preguntó Serena.
Wilson tragó saliva.
—Debemos asumir que sí. Su regimiento, el East Essex, lo está.
—¿Y lord BlackMoon? —la señora Kou alzó la voz.
—¡Lord BlackMoon! —Serena no podía creer lo que oía.
Wilson miró a la señora Kou con gran comprensión.
—También debe estar en la batalla. Está ayudando al general Pack con la Novena Brigada.
La madre de Seiya palideció.
—Quiero regresar al hotel —se alejó con paso brusco.
Serena miró a Wilson.
—No me puedo creer esto.
La señora Kou había hecho aquel viaje por causa de BlackMoon.
Wilson parecía sombrío.
—El regimiento de East Essex está en la Novena Brigada, señorita Tsukino. Puede que se encuentren.
Serena asintió.
Un encuentro con BlackMoon no sería bueno para Seiya.
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
A la mañana siguiente, Serena descubrió que la ciudad había sucumbido al pánico. Soldados belgas que pasaban al galope había anunciado que los franceses les pisaban los talones, pero otros informes decían que aquello no era verdad. Serena caminó hacia el Palacio Real en busca de alguien que pudiera darle información fiable. Tropezó con el mayor Wylie, quien le dijo que la batalla del día anterior había sido un empate como mucho. Las fuerzas inglesas habían mantenido el tipo y Wellington preparaba otra batalla aún mayor.
Mientras mucha gente seguía abandonando la ciudad en cualquier vehículo que pudiera encontrar, llegaban carros llenos de heridos, con los ojos fatigados de dolor y los uniformes manchados de sangre. Serena sufría al verlos.
—¿Son de la batalla de ayer? —preguntó a un hombre que contemplaba también el triste desfile.
—De Quatre Bras, sí.
Pasó un carro tras otro, todos llenos de soldados. Serena estaba clavada al sitio, temiendo que el siguiente carro transportara a Seiya. Al fin pasó un carro lleno de soldados cuyo uniforme se parecía al de él.
Corrió hacia ellos.
—¿Son del East Essex?
—Lo somos —repuso uno de los hombres con cansancio.
—¿Conocen al teniente Kou? ¿Saben cómo le ha ido?
—La última vez que lo vi estaba sano y salvo —le dijo el hombre.
«Sano y salvo». El corazón le saltó de alegría.
—¿Conocen al general lord BlackMoon?
No lo conocían.
Preguntó a un carro tras otro si eran de la Novena Brigada y si sabían algo de BlackMoon.
Debió preguntar a unos doce carros hasta que un soldado le dijo:
—Soy de los Dragones Escoceses. Estamos en la Novena Brigada.
—¿Conoce el destino del general BlackMoon? —preguntó ella.
El hombre rió con desdén.
—Oh, está tan bien como siempre.
—¿Entonces no está herido?
—No, señorita —repuso el hombre—. Y es una gran lástima.
Serena corrió de vuelta al hotel a llevar sus noticias. La señora Kou, su doncella y Wilson la esperaban en una salita.
Se acercó a la silla de la señora Kou y la miró a los ojos.
—Me he enterado de que Seiya y lord BlackMoon están ilesos.
La señora Kou cerró los ojos.
—¡Gracias a Dios!
Wilson le tocó el hombro.
—He conseguido espacio para nosotros en un carruaje, pero debemos partir ahora.
—Ustedes tres deben partir —Serena se puso en pie—. Yo me quedo.
—¿Se queda? ¿Por qué? —la señora Kou se inclinó hacia delante en la silla.
—Habrá otra batalla —repuso Serena con resolución—. Si Seiya resulta herido en ella, probablemente lo traerán aquí —se le oprimió la garganta por la emoción—. Y yo estaré aquí para cuidarlo.
—Entonces yo también me quedaré —repuso la señora Kou.
—Yo debo permanecer con usted, señora —intervino Wilson.
La doncella los miraba a unos y otros.
—Bueno, yo no me voy a ir sola.
El hotel no tardó en llenarse de heridos y todos ayudaron a su cuidado, mientras esperaban la próxima batalla y las noticias que traería.
Mientras mucha gente seguía abandonando la ciudad en cualquier vehículo que pudiera encontrar, llegaban carros llenos de heridos, con los ojos fatigados de dolor y los uniformes manchados de sangre. Serena sufría al verlos.
—¿Son de la batalla de ayer? —preguntó a un hombre que contemplaba también el triste desfile.
—De Quatre Bras, sí.
Pasó un carro tras otro, todos llenos de soldados. Serena estaba clavada al sitio, temiendo que el siguiente carro transportara a Seiya. Al fin pasó un carro lleno de soldados cuyo uniforme se parecía al de él.
Corrió hacia ellos.
—¿Son del East Essex?
—Lo somos —repuso uno de los hombres con cansancio.
—¿Conocen al teniente Kou? ¿Saben cómo le ha ido?
—La última vez que lo vi estaba sano y salvo —le dijo el hombre.
«Sano y salvo». El corazón le saltó de alegría.
—¿Conocen al general lord BlackMoon?
No lo conocían.
Preguntó a un carro tras otro si eran de la Novena Brigada y si sabían algo de BlackMoon.
Debió preguntar a unos doce carros hasta que un soldado le dijo:
—Soy de los Dragones Escoceses. Estamos en la Novena Brigada.
—¿Conoce el destino del general BlackMoon? —preguntó ella.
El hombre rió con desdén.
—Oh, está tan bien como siempre.
—¿Entonces no está herido?
—No, señorita —repuso el hombre—. Y es una gran lástima.
Serena corrió de vuelta al hotel a llevar sus noticias. La señora Kou, su doncella y Wilson la esperaban en una salita.
Se acercó a la silla de la señora Kou y la miró a los ojos.
—Me he enterado de que Seiya y lord BlackMoon están ilesos.
La señora Kou cerró los ojos.
—¡Gracias a Dios!
Wilson le tocó el hombro.
—He conseguido espacio para nosotros en un carruaje, pero debemos partir ahora.
—Ustedes tres deben partir —Serena se puso en pie—. Yo me quedo.
—¿Se queda? ¿Por qué? —la señora Kou se inclinó hacia delante en la silla.
—Habrá otra batalla —repuso Serena con resolución—. Si Seiya resulta herido en ella, probablemente lo traerán aquí —se le oprimió la garganta por la emoción—. Y yo estaré aquí para cuidarlo.
—Entonces yo también me quedaré —repuso la señora Kou.
—Yo debo permanecer con usted, señora —intervino Wilson.
La doncella los miraba a unos y otros.
—Bueno, yo no me voy a ir sola.
El hotel no tardó en llenarse de heridos y todos ayudaron a su cuidado, mientras esperaban la próxima batalla y las noticias que traería.
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Aquella noche llovió como si los cielos se hubieran abierto. BlackMoon miró en derredor suyo en la cabaña de campesinos donde estaba e hizo una mueca de disgusto. Su alojamiento para esa noche consistía en una sola habitación con un colchón de paja y una mesa y sillas de madera rústica raídas por generaciones de uso. Miró el techo. Al menos estaba seco y la chimenea bien provista de leña.
Tenía muchas órdenes para los oficiales, la mayoría de los cuales tenía que admitir que se habían portado bien el día anterior.
Miró a los hombres de hito en hito.
—No toleraré vacilaciones, ¿me oyen? Digan a sus hombres que estén alerta o tendrán que responder ante mí.
—Sí, señor —repuso un teniente joven.
El capitán Taiki se limitó a poner rostro inexpresivo. BlackMoon detestaba eso. Nunca podía saber lo que pensaba. El capitán Yaten asintió simplemente con la cabeza.
—Yaten, quiero que esta noche busque a Picton a ver si tiene un mensaje para mí.
Yaten miró la ventana pequeña, cuyas contraventanas de madera resonaban con el viento y la lluvia.
—Sí, señor.
—Y mañana este cerca de mí. Puede que lo necesite durante la batalla.
—Sí, señor.
Yaten era un buen tipo. Conocía su deber. Resultado de una buena educación, sin duda. Yaten procedía de una buena familia, no de una de clase media como Taiki, que había llegado a capitán en el ejército. Eso era rango suficiente en opinión de BlackMoon, que se había encargado de que Taiki no ascendiera más. Lástima que Yaten eligiera ser amigo suyo.
Habría sido mejor que Yaten se hiciera amigo de Zafiro. Yaten y Zafiro merecían sus ascensos a capitán. A BlackMoon le hubiera gustado subir a Zafiro todavía más de rango, pero no había estado en sus manos.
Miró a su hijo, que estaba sentado en un taburete cerca de la puerta y bebía brandy de una petaca que llevaba consigo. Sí, en verdad Yaten sería una buena influencia para él.
Llamaron a la puerta y BlackMoon hizo señas a Zafiro de que la abriera. Este así lo hizo.
—¡Oh, santo cielo! —se hizo a un lado.
Seiya Kou estaba en el umbral y le sacaba media cabeza a Zafiro.
—Cuidado con las botas, Kou —dijo BlackMoon—. El suelo ya está bastante sucio sin que lo llenes de barro.
Seiya se limpió el barro en la jamba de la puerta.
—Date prisa —ordenó BlackMoon—. Estás dejando entrar la lluvia.
Seiya se quitó la capa y sacudió su humedad antes de entrar por fin, con el sobretodo escurriendo en el suelo. BlackMoon estaba a punto de reñirle por ello, pero lo distrajo un gesto del capitán Taiki, que dio a Yaten con el codo e inclinó la cabeza en dirección a Seiya. ¿Qué diablos pasaba allí?
Seiya intercambió una mirada con los dos oficiales antes de volverse a BlackMoon, al que no miró a los ojos. Se puso firme.
—Un mensaje del teniente coronel Hamerton, señor.
BlackMoon le arrebató el mensaje de la mano. Lanzó a Seiya la mirada más desagradable de que fue capaz, abrió el papel con calma y lo leyó. Volvió a doblarlo.
—Espera mi respuesta.
Si los demás se preguntaban por qué no le decía que podía descansar, que lo hicieran. Seiya sabía por qué. Aquélla era una buena oportunidad para recordarle que había asuntos pendientes entre ellos. La ruina de Seiya, de su familia y de su… actriz.
Nadie creería aquellos cuadros tontos de Seiya. Los había inventado. Zafiro podía ser un cobarde, pero ningún BlackMoon atacaría a una mujer y un niño aunque fueran españoles papistas.
Además, Zafiro había demostrado que no era un cobarde. En Quatre Bras había permanecido donde debía estar. Al lado de su padre. No era estar en pleno combate, como había estado Seiya, pero estaban dentro de un cuadrado, expuestos al fuego de la artillería y las balas de los mosquetes.
BlackMoon extendió el brazo y escribió lo más despacio que pudo, deteniéndose en cada palabra como si tuviera que pensar lo que iba a escribir. Cuando terminó, dobló el papel e hizo señas a Seiya de que se acercara.
—Una palabra con usted, Kou.
Seiya se vio obligado a inclinarse hacia él. BlackMooon le soltó el aire en el oído.
—Ya puedes esperar que te atraviese un francés. De no ser así, cuando volvamos a Inglaterra, tu familia y tú desearán que estuvieras muerto.
Seiya se enderezó. En su mandíbula se movía un músculo.
—Márchate ya —BlackMoon fingió que volvía a leer la carta de Hamerton.
—Con su permiso, yo me retiro también ya —dijo Yaten.
—Adelante.
Seiya salió por la puerta, seguido por Yaten.
—¿Me necesita? —preguntó Taiki.
—Por supuesto que no —repuso BlackMoon—. Retírense todos.
Taiki y los demás salieron. El último no cerró la puerta y Zafiro se vio obligado a levantarse de su taburete para cerrarla.
BlackMoon lo apuntó con un dedo.
—Ya puedes portarte bien en la batalla de mañana. Mostrar algo de coraje para variar.
Zafiro palideció y tomó un trago largo de su petaca.
Una vez fuera de la cabaña de BlackMoon, Yaten y Taiki hicieron un apartado con Seiya.
—¿Tiene tiempo para un té?
Seiya asintió con agradecimiento. La lluvia, que caía todavía con fuerza, lo había empapado y tenía frío. Lo llevaron a un pequeño edificio almacén, que era su refugio para esa noche. En la entrada habían hecho un fuego pequeño con trozos de leña. En las ascuas hervía agua. Cuando entraron, Seiya vio a otro oficial envuelto en una manta roncando en un rincón.
Mientras tomaban el té, contó a los otros dos por qué había roto la palabra que les diera.
—Están a salvo —les aseguró—. No mostré suficiente para identificarlos, ni siquiera los uniformes.
Taiki se frotó la cara.
—Espero que algún francés le meta un balazo en la cabeza.
—Vigila tu lengua, Yaten —le advirtió Taiki.
Seiya se puso en pie.
—Tengo que llevar el mensaje.
Les estrechó la mano y les deseó que ambos sobrevivieran al día siguiente.
Antes de marcharse, miró a Taiki.
—¿Puso a salvo a la mujer y a su hijo?
—Sí. De hecho, la he visto en Bruselas. Vive aquí.
Yaten se enderezó.
—Eso no me lo habías dicho.
—¿Y el hijo? —preguntó Seiya.
Taiki miró a los otros dos.
—En el ejército.
Seiya movió la cabeza. El chico no podía tener más de dieciséis años, demasiado joven para el combate. Algunas de las fuerzas belgas habían huido de Quatre Bras. Quizá el chico estuviera con ellas y estaría a salvo de la batalla del día siguiente.
Pidió en su interior que todos ellos estuvieran a salvo.
Tenía muchas órdenes para los oficiales, la mayoría de los cuales tenía que admitir que se habían portado bien el día anterior.
Miró a los hombres de hito en hito.
—No toleraré vacilaciones, ¿me oyen? Digan a sus hombres que estén alerta o tendrán que responder ante mí.
—Sí, señor —repuso un teniente joven.
El capitán Taiki se limitó a poner rostro inexpresivo. BlackMoon detestaba eso. Nunca podía saber lo que pensaba. El capitán Yaten asintió simplemente con la cabeza.
—Yaten, quiero que esta noche busque a Picton a ver si tiene un mensaje para mí.
Yaten miró la ventana pequeña, cuyas contraventanas de madera resonaban con el viento y la lluvia.
—Sí, señor.
—Y mañana este cerca de mí. Puede que lo necesite durante la batalla.
—Sí, señor.
Yaten era un buen tipo. Conocía su deber. Resultado de una buena educación, sin duda. Yaten procedía de una buena familia, no de una de clase media como Taiki, que había llegado a capitán en el ejército. Eso era rango suficiente en opinión de BlackMoon, que se había encargado de que Taiki no ascendiera más. Lástima que Yaten eligiera ser amigo suyo.
Habría sido mejor que Yaten se hiciera amigo de Zafiro. Yaten y Zafiro merecían sus ascensos a capitán. A BlackMoon le hubiera gustado subir a Zafiro todavía más de rango, pero no había estado en sus manos.
Miró a su hijo, que estaba sentado en un taburete cerca de la puerta y bebía brandy de una petaca que llevaba consigo. Sí, en verdad Yaten sería una buena influencia para él.
Llamaron a la puerta y BlackMoon hizo señas a Zafiro de que la abriera. Este así lo hizo.
—¡Oh, santo cielo! —se hizo a un lado.
Seiya Kou estaba en el umbral y le sacaba media cabeza a Zafiro.
—Cuidado con las botas, Kou —dijo BlackMoon—. El suelo ya está bastante sucio sin que lo llenes de barro.
Seiya se limpió el barro en la jamba de la puerta.
—Date prisa —ordenó BlackMoon—. Estás dejando entrar la lluvia.
Seiya se quitó la capa y sacudió su humedad antes de entrar por fin, con el sobretodo escurriendo en el suelo. BlackMoon estaba a punto de reñirle por ello, pero lo distrajo un gesto del capitán Taiki, que dio a Yaten con el codo e inclinó la cabeza en dirección a Seiya. ¿Qué diablos pasaba allí?
Seiya intercambió una mirada con los dos oficiales antes de volverse a BlackMoon, al que no miró a los ojos. Se puso firme.
—Un mensaje del teniente coronel Hamerton, señor.
BlackMoon le arrebató el mensaje de la mano. Lanzó a Seiya la mirada más desagradable de que fue capaz, abrió el papel con calma y lo leyó. Volvió a doblarlo.
—Espera mi respuesta.
Si los demás se preguntaban por qué no le decía que podía descansar, que lo hicieran. Seiya sabía por qué. Aquélla era una buena oportunidad para recordarle que había asuntos pendientes entre ellos. La ruina de Seiya, de su familia y de su… actriz.
Nadie creería aquellos cuadros tontos de Seiya. Los había inventado. Zafiro podía ser un cobarde, pero ningún BlackMoon atacaría a una mujer y un niño aunque fueran españoles papistas.
Además, Zafiro había demostrado que no era un cobarde. En Quatre Bras había permanecido donde debía estar. Al lado de su padre. No era estar en pleno combate, como había estado Seiya, pero estaban dentro de un cuadrado, expuestos al fuego de la artillería y las balas de los mosquetes.
BlackMoon extendió el brazo y escribió lo más despacio que pudo, deteniéndose en cada palabra como si tuviera que pensar lo que iba a escribir. Cuando terminó, dobló el papel e hizo señas a Seiya de que se acercara.
—Una palabra con usted, Kou.
Seiya se vio obligado a inclinarse hacia él. BlackMooon le soltó el aire en el oído.
—Ya puedes esperar que te atraviese un francés. De no ser así, cuando volvamos a Inglaterra, tu familia y tú desearán que estuvieras muerto.
Seiya se enderezó. En su mandíbula se movía un músculo.
—Márchate ya —BlackMoon fingió que volvía a leer la carta de Hamerton.
—Con su permiso, yo me retiro también ya —dijo Yaten.
—Adelante.
Seiya salió por la puerta, seguido por Yaten.
—¿Me necesita? —preguntó Taiki.
—Por supuesto que no —repuso BlackMoon—. Retírense todos.
Taiki y los demás salieron. El último no cerró la puerta y Zafiro se vio obligado a levantarse de su taburete para cerrarla.
BlackMoon lo apuntó con un dedo.
—Ya puedes portarte bien en la batalla de mañana. Mostrar algo de coraje para variar.
Zafiro palideció y tomó un trago largo de su petaca.
OoOoO
Una vez fuera de la cabaña de BlackMoon, Yaten y Taiki hicieron un apartado con Seiya.
—¿Tiene tiempo para un té?
Seiya asintió con agradecimiento. La lluvia, que caía todavía con fuerza, lo había empapado y tenía frío. Lo llevaron a un pequeño edificio almacén, que era su refugio para esa noche. En la entrada habían hecho un fuego pequeño con trozos de leña. En las ascuas hervía agua. Cuando entraron, Seiya vio a otro oficial envuelto en una manta roncando en un rincón.
Mientras tomaban el té, contó a los otros dos por qué había roto la palabra que les diera.
—Están a salvo —les aseguró—. No mostré suficiente para identificarlos, ni siquiera los uniformes.
Taiki se frotó la cara.
—Espero que algún francés le meta un balazo en la cabeza.
—Vigila tu lengua, Yaten —le advirtió Taiki.
Seiya se puso en pie.
—Tengo que llevar el mensaje.
Les estrechó la mano y les deseó que ambos sobrevivieran al día siguiente.
Antes de marcharse, miró a Taiki.
—¿Puso a salvo a la mujer y a su hijo?
—Sí. De hecho, la he visto en Bruselas. Vive aquí.
Yaten se enderezó.
—Eso no me lo habías dicho.
—¿Y el hijo? —preguntó Seiya.
Taiki miró a los otros dos.
—En el ejército.
Seiya movió la cabeza. El chico no podía tener más de dieciséis años, demasiado joven para el combate. Algunas de las fuerzas belgas habían huido de Quatre Bras. Quizá el chico estuviera con ellas y estaría a salvo de la batalla del día siguiente.
Pidió en su interior que todos ellos estuvieran a salvo.
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Al día siguiente era casi mediodía cuando empezaron de nuevo los cañones, más ruidosos y más cercanos.
Serena y la señora Kou seguían ayudando a cuidar de los heridos, llevando agua y vendas limpias e intentando consolarlos lo mejor que podían. Unos cuantos soldados procedían del regimiento de Seiya y ella había preguntado a todos si sabía lo que había sido de él. Todos le habían dicho que la última vez que lo habían visto estaba sano y salvo.
Los ruidos de la batalla continuaban a lo lejos. Serena pensaba en Seiya cada vez que oía un cañonazo. Salía tan a menudo como podía a buscar noticias de la batalla.
A la ciudad llegaron más hombres heridos; unos decían que todo estaba perdido y otros que iban ganando. Nadie sabía lo que sucedía en realidad.
Aquella noche, ya muy tarde, les llegó la noticia de que los franceses estaban en retirada. Los Aliados habían ganado la batalla de Waterloo pero a un costo inmenso. Decían que el campo de batalla estaba sembrado de cadáveres y moribundos. Serena rezó para que Seiya no estuviera entre ellos.
Por la mañana llegaban todavía grupos de heridos. Los hospitales, casas y hoteles estaban llenos y había heridos hasta en las calles.
La señora Kou insistió en ir personalmente al Palacio Real para averiguar algo de lord BlackMoon. Como era general, ella estaba segura de que alguien sabría si estaba vivo, herido o muerto. Serena confió en que tuvieran también noticias de Seiya.
Los oficiales del Palacio Real estaban demasiado ocupados para hablar con ellas. Cuando salían, vieron a un oficial joven que se acercaba al edificio.
Zafiro BlackMoon.
—¡Es Zafiro! —la señora Kou corrió hacia él.
—¡Santo cielo! —exclamó él con voz llena de desdén—. Es usted.
Ella no hizo caso de su grosería.
—Su padre. ¿Qué sabe de él? ¿Está…?
Zafiro se frotó la cicatriz de la cara.
—Cayó —repuso—. Cayó en la batalla, en los setos cercanos al camino hundido. Nuestros hombres lo vieron caer. Yo… yo no pude estar en la batalla. Tiene que entenderlo, mi caballo se quedó cojo. Me vi obligado a quedarme atrás —miró hacia el cielo—. ¡Ojalá hubiera estado allí!
La señora Kou se puso blanca.
—Zafiro. No me diga que está muerto. No lo diga.
Él se encogió de hombros.
—No regresó del campo de batalla. Eso significa que está muerto o lo estará pronto.
Ella le agarró la manga.
—¿Puede estar vivo todavía y usted lo ha dejado allí?
Él le apartó la mano.
—Señora, el campo de batalla es un lugar muy peligroso después de una batalla. A los saqueadores no les importa a quién maten.
Ella volvió a agarrarle la manga.
—Dígame exactamente dónde lo vieron caer los hombres. Dónde exactamente.
Él se lo dijo, aunque Serena no entendió gran cosa de su descripción. La señora Kou lo soltó y Zafiro echó a andar.
Serena lo detuvo.
—¿Y qué sabe de Seiya?
Él hizo una mueca de disgusto.
—La última vez que lo vi estaba en pie, pero la esperanza es lo último que se pierde.
Ella lo abofeteó con fuerza.
Él levantó el brazo y ella esperaba que le devolviera el golpe, pero pasó un general y Zafiro se limitó a mirarla con cara de pocos amigos.
La señora Kou se acercó a ella.
—Voy a buscar a Diamante —alzó la barbilla con determinación.
—No hará nada semejante. Está a diez millas de aquí.
—No me importa —la mujer echó a andar hacia el hotel—. Jamás me lo perdonaré si no lo intento —después de los rigores del viaje y el trabajo agotador de cuidar de los heridos, la señora Kou parecía a punto de caer al suelo.
—No puede hacer eso —le gritó Serena.
—Debo hacerlo. No puedo soportar pensar que pueda morir en un campo —le temblaba todo el cuerpo.
Serena la sujetó por los hombros y respiró hondo.
—Iré yo. Lo encontraré —y mientras buscaba a BlackMoon, buscaría a Seiya.
Confió en no encontrarlo entre los muertos.
Serena y la señora Kou seguían ayudando a cuidar de los heridos, llevando agua y vendas limpias e intentando consolarlos lo mejor que podían. Unos cuantos soldados procedían del regimiento de Seiya y ella había preguntado a todos si sabía lo que había sido de él. Todos le habían dicho que la última vez que lo habían visto estaba sano y salvo.
Los ruidos de la batalla continuaban a lo lejos. Serena pensaba en Seiya cada vez que oía un cañonazo. Salía tan a menudo como podía a buscar noticias de la batalla.
A la ciudad llegaron más hombres heridos; unos decían que todo estaba perdido y otros que iban ganando. Nadie sabía lo que sucedía en realidad.
Aquella noche, ya muy tarde, les llegó la noticia de que los franceses estaban en retirada. Los Aliados habían ganado la batalla de Waterloo pero a un costo inmenso. Decían que el campo de batalla estaba sembrado de cadáveres y moribundos. Serena rezó para que Seiya no estuviera entre ellos.
Por la mañana llegaban todavía grupos de heridos. Los hospitales, casas y hoteles estaban llenos y había heridos hasta en las calles.
La señora Kou insistió en ir personalmente al Palacio Real para averiguar algo de lord BlackMoon. Como era general, ella estaba segura de que alguien sabría si estaba vivo, herido o muerto. Serena confió en que tuvieran también noticias de Seiya.
Los oficiales del Palacio Real estaban demasiado ocupados para hablar con ellas. Cuando salían, vieron a un oficial joven que se acercaba al edificio.
Zafiro BlackMoon.
—¡Es Zafiro! —la señora Kou corrió hacia él.
—¡Santo cielo! —exclamó él con voz llena de desdén—. Es usted.
Ella no hizo caso de su grosería.
—Su padre. ¿Qué sabe de él? ¿Está…?
Zafiro se frotó la cicatriz de la cara.
—Cayó —repuso—. Cayó en la batalla, en los setos cercanos al camino hundido. Nuestros hombres lo vieron caer. Yo… yo no pude estar en la batalla. Tiene que entenderlo, mi caballo se quedó cojo. Me vi obligado a quedarme atrás —miró hacia el cielo—. ¡Ojalá hubiera estado allí!
La señora Kou se puso blanca.
—Zafiro. No me diga que está muerto. No lo diga.
Él se encogió de hombros.
—No regresó del campo de batalla. Eso significa que está muerto o lo estará pronto.
Ella le agarró la manga.
—¿Puede estar vivo todavía y usted lo ha dejado allí?
Él le apartó la mano.
—Señora, el campo de batalla es un lugar muy peligroso después de una batalla. A los saqueadores no les importa a quién maten.
Ella volvió a agarrarle la manga.
—Dígame exactamente dónde lo vieron caer los hombres. Dónde exactamente.
Él se lo dijo, aunque Serena no entendió gran cosa de su descripción. La señora Kou lo soltó y Zafiro echó a andar.
Serena lo detuvo.
—¿Y qué sabe de Seiya?
Él hizo una mueca de disgusto.
—La última vez que lo vi estaba en pie, pero la esperanza es lo último que se pierde.
Ella lo abofeteó con fuerza.
Él levantó el brazo y ella esperaba que le devolviera el golpe, pero pasó un general y Zafiro se limitó a mirarla con cara de pocos amigos.
La señora Kou se acercó a ella.
—Voy a buscar a Diamante —alzó la barbilla con determinación.
—No hará nada semejante. Está a diez millas de aquí.
—No me importa —la mujer echó a andar hacia el hotel—. Jamás me lo perdonaré si no lo intento —después de los rigores del viaje y el trabajo agotador de cuidar de los heridos, la señora Kou parecía a punto de caer al suelo.
—No puede hacer eso —le gritó Serena.
—Debo hacerlo. No puedo soportar pensar que pueda morir en un campo —le temblaba todo el cuerpo.
Serena la sujetó por los hombros y respiró hondo.
—Iré yo. Lo encontraré —y mientras buscaba a BlackMoon, buscaría a Seiya.
Confió en no encontrarlo entre los muertos.
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Seiya se acomodó mejor el peso en el hombro y se dijo que sólo tenía que dar un paso más y después otro y otro. El sol calentaba y él tenía sed, pero no se atrevía a parar.
Su carga gimió.
—Este quieto, BlackMoon —Seiya casi perdió pie.
—Debería ir andando —la voz de BlackMoon sonaba rota por el dolor.
—Es más rápido así.
BlackMoon no podía andar. Tenía la pierna rota y la herida del costado empezaría a sangrar de nuevo si intentaba ir a la pata coja. Lo único que podían hacer era que Seiya lo llevara a cuestas.
Había visto caer a BlackMoon en el combate fiero del primer ataque de la infantería. Después de la batalla, había oído que lo habían dejado en el campo. Nadie podía verificar si estaba muerto y, como empezaba a oscurecer, nadie sentía deseos de ir en su busca.
Era el fin de BlackMoon y de sus amenazas. Seiya debería haber sentido… algo. ¿Triunfo? ¿Alivio? No lo sabía.
Sólo sentía hambre y sed. Comió y bebió y eso le despejó la mente.
Lo que sentía era pena… por su madre. La muerte de BlackMoon le partiría el corazón.
Independientemente de lo que él sintiera, su madre había amado a aquel hombre durante más de veinte años. ¿Cómo iba a poder mirarla a los ojos si no intentaba encontrarlo?
Se cubrió la boca y la nariz con un pañuelo, volvió al campo de batalla y se abrió paso entre los muertos hasta donde había visto caer a BlackMoon.
Lo encontró vivo.
Después de una noche infernal oyendo los aullidos de los moribundos y espantando a los saqueadores que peinaban los campos y desnudaban a los muertos, Seiya sacó a BlackMoon de allí y se unió a los grupos de soldados heridos que andaban por el camino a Bruselas.
Se acomodó mejor el peso y siguió andando. Intentaba dejar la mente en blanco, pero la vista, los sonidos y los olores de la batalla se colaban en ella y volvía a ver el destello de la bala que había abatido a su caballo y la sorpresa en los rostros de la Guardia Imperial cuando los cuadrados británicos rehusaban romperse. Vio de nuevo a sus hombres lanceados, oyó sus gritos y olió a sangre, excrementos, pólvora y sudor.
Seiya movió la cabeza. Le dolía la espalda y se tambaleaba bajo el peso de BlackMoon. Se detuvo de nuevo para equilibrarlo mejor y le alivió ver que BlackMoon había perdido el conocimiento. Así sería más fácil fingir que transportaba un saco de patatas y no el hombre al que había detestado casi toda su vida.
Seiya fingió que, si seguía andando, volvería a ver a Serena. Un paso y después otro. El truco funcionó, aceleró la marcha. Deseó que se le hubiera ocurrido pintar una miniatura de ella. Los días de combate habían nublado la imagen de ella en su mente. Después de Quatre Bras había intentado dibujarla, pero la lluvia había empapado el papel y borrado su imagen.
Tal vez pasaran meses o un año hasta que pudiera dejar su regimiento, y para entonces quién sabía los cambios que habrían ocurrido en la vida de ella.
En la distancia, en dirección contraria, Seiya vio un caballo guiado por un hombre y una mujer. Miro al animal. Daría lo que fuera por tenerlo.
Mantuvo la vista fija en él todo lo que pudo, pero a veces se perdía en el camino. Se preguntó si BlackMoon llevaría dinero suficiente en los bolsillos para comprar el caballo.
De pronto fue como si los hombres que había delante de él se abrieran como las aguas del Mar Rojo para dejarle ver claramente el caballo y a la mujer que lo guiaba.
No le veía la cara pero había algo en ella que le dificultaba la respiración. Ella se detuvo y lo miró fijamente.
Él no se atrevió a creerlo.
—¡Seiya! —ella corrió hacia él.
La voz de él no fue más que un susurro.
—Serena.
Ella fue a abrazarlo, pero se detuvo al ver el peso que transportaba.
—¡Oh, vaya! —se limitó a tocarle la cara.
Sus manos eran muy gentiles, muy reales.
Los hombres que los rodeaban gritaron su aprobación y su acompañante llevó el caballo hasta donde estaban. Seiya parpadeó. El caballo lo llevaba Wilson, el mayordomo de su madre.
—Señor Kou —al hombre se le quebró la voz—. Yo lo ayudaré.
Serena sujetó rápidamente la cabeza del caballo mientras Wilson liberaba a Seiya de BlackMoon, que gimió cuando cambió de posición y despertó un instante al colocarlo Wilson sobre el caballo.
Serena abrazó a Seiya. Permanecieron inmóviles, simplemente abrazados.
Él inhalaba el aroma de su pelo y la abrazaba. Tenía la garganta tan constreñida por la emoción que no podía hablar.
—Te dije que no me despediría de ti —dijo ella—. No lo haré nunca —se aferró a él y después se apartó de pronto y le tocó la cara, los brazos y el pecho —¿Estás herido?
Él negó con la cabeza, aunque lo cierto era que no conseguía acordarse.
—Ven —ella pasó el brazo de él por sus hombros para soportar parte de su peso—. Te hablaré de Bruselas.
No le preguntó nada, sino que llenó el largo paseo con detalles de su viaje y descripciones de lo que habían hecho en Bruselas.
Cuando por fin llegaron al hotel, lo llevó directamente a su habitación. Seiya cayó sobre la cama y se sumió en un sueño profundo.
Su carga gimió.
—Este quieto, BlackMoon —Seiya casi perdió pie.
—Debería ir andando —la voz de BlackMoon sonaba rota por el dolor.
—Es más rápido así.
BlackMoon no podía andar. Tenía la pierna rota y la herida del costado empezaría a sangrar de nuevo si intentaba ir a la pata coja. Lo único que podían hacer era que Seiya lo llevara a cuestas.
Había visto caer a BlackMoon en el combate fiero del primer ataque de la infantería. Después de la batalla, había oído que lo habían dejado en el campo. Nadie podía verificar si estaba muerto y, como empezaba a oscurecer, nadie sentía deseos de ir en su busca.
Era el fin de BlackMoon y de sus amenazas. Seiya debería haber sentido… algo. ¿Triunfo? ¿Alivio? No lo sabía.
Sólo sentía hambre y sed. Comió y bebió y eso le despejó la mente.
Lo que sentía era pena… por su madre. La muerte de BlackMoon le partiría el corazón.
Independientemente de lo que él sintiera, su madre había amado a aquel hombre durante más de veinte años. ¿Cómo iba a poder mirarla a los ojos si no intentaba encontrarlo?
Se cubrió la boca y la nariz con un pañuelo, volvió al campo de batalla y se abrió paso entre los muertos hasta donde había visto caer a BlackMoon.
Lo encontró vivo.
Después de una noche infernal oyendo los aullidos de los moribundos y espantando a los saqueadores que peinaban los campos y desnudaban a los muertos, Seiya sacó a BlackMoon de allí y se unió a los grupos de soldados heridos que andaban por el camino a Bruselas.
Se acomodó mejor el peso y siguió andando. Intentaba dejar la mente en blanco, pero la vista, los sonidos y los olores de la batalla se colaban en ella y volvía a ver el destello de la bala que había abatido a su caballo y la sorpresa en los rostros de la Guardia Imperial cuando los cuadrados británicos rehusaban romperse. Vio de nuevo a sus hombres lanceados, oyó sus gritos y olió a sangre, excrementos, pólvora y sudor.
Seiya movió la cabeza. Le dolía la espalda y se tambaleaba bajo el peso de BlackMoon. Se detuvo de nuevo para equilibrarlo mejor y le alivió ver que BlackMoon había perdido el conocimiento. Así sería más fácil fingir que transportaba un saco de patatas y no el hombre al que había detestado casi toda su vida.
Seiya fingió que, si seguía andando, volvería a ver a Serena. Un paso y después otro. El truco funcionó, aceleró la marcha. Deseó que se le hubiera ocurrido pintar una miniatura de ella. Los días de combate habían nublado la imagen de ella en su mente. Después de Quatre Bras había intentado dibujarla, pero la lluvia había empapado el papel y borrado su imagen.
Tal vez pasaran meses o un año hasta que pudiera dejar su regimiento, y para entonces quién sabía los cambios que habrían ocurrido en la vida de ella.
En la distancia, en dirección contraria, Seiya vio un caballo guiado por un hombre y una mujer. Miro al animal. Daría lo que fuera por tenerlo.
Mantuvo la vista fija en él todo lo que pudo, pero a veces se perdía en el camino. Se preguntó si BlackMoon llevaría dinero suficiente en los bolsillos para comprar el caballo.
De pronto fue como si los hombres que había delante de él se abrieran como las aguas del Mar Rojo para dejarle ver claramente el caballo y a la mujer que lo guiaba.
No le veía la cara pero había algo en ella que le dificultaba la respiración. Ella se detuvo y lo miró fijamente.
Él no se atrevió a creerlo.
—¡Seiya! —ella corrió hacia él.
La voz de él no fue más que un susurro.
—Serena.
Ella fue a abrazarlo, pero se detuvo al ver el peso que transportaba.
—¡Oh, vaya! —se limitó a tocarle la cara.
Sus manos eran muy gentiles, muy reales.
Los hombres que los rodeaban gritaron su aprobación y su acompañante llevó el caballo hasta donde estaban. Seiya parpadeó. El caballo lo llevaba Wilson, el mayordomo de su madre.
—Señor Kou —al hombre se le quebró la voz—. Yo lo ayudaré.
Serena sujetó rápidamente la cabeza del caballo mientras Wilson liberaba a Seiya de BlackMoon, que gimió cuando cambió de posición y despertó un instante al colocarlo Wilson sobre el caballo.
Serena abrazó a Seiya. Permanecieron inmóviles, simplemente abrazados.
Él inhalaba el aroma de su pelo y la abrazaba. Tenía la garganta tan constreñida por la emoción que no podía hablar.
—Te dije que no me despediría de ti —dijo ella—. No lo haré nunca —se aferró a él y después se apartó de pronto y le tocó la cara, los brazos y el pecho —¿Estás herido?
Él negó con la cabeza, aunque lo cierto era que no conseguía acordarse.
—Ven —ella pasó el brazo de él por sus hombros para soportar parte de su peso—. Te hablaré de Bruselas.
No le preguntó nada, sino que llenó el largo paseo con detalles de su viaje y descripciones de lo que habían hecho en Bruselas.
Cuando por fin llegaron al hotel, lo llevó directamente a su habitación. Seiya cayó sobre la cama y se sumió en un sueño profundo.
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Despertó con la luz del sol entrando por la ventana y el aroma a té caliente y a gachas de avena.
Serena estaba cerca con ropa doblada en las manos.
—Por fin has despertado.
Él se incorporó en la cama.
—¿Cuánto tiempo he dormido?
—Quince o dieciséis horas —ella sonrió—. Es martes por la mañana.
Él buscó su ropa con la vista.
—Tengo que presentarme en mi regimiento.
Serena se la tendió.
—Wilson te ha encontrado camisa y medias limpias. Ha limpiado y remendado tu uniforme de modo que parece casi nuevo y ha sacado brillo a las botas.
Seiya le tomó la mano, tiró de ella hacia abajo y la besó en los labios.
—Temo que todo esto sea una visión. Temo que desaparezca la comida, la ropa y tú —sacudió la cabeza—. ¿Cómo está BlackMoon?
—Mucho mejor. Wilson encontró un médico que le arreglara la pierna y tú madre está con él —se abrazó a él y lo besó a su vez—. No tienes que preocuparte por presentarte en tu regimiento —murmuró—. Wilson contó a alguien que salvaste a lord BlackMoon. No tienes que darte prisa en volver.
Él respiró hondo, demasiado agradecido para poder expresarlo con palabras.
—Wilson ha estado muy ocupado.
Ella se puso en pie.
—Tómate el desayuno y vístete. En el hotel hoy sólo han podido darnos gachas de avena.
Las gachas de avena le parecían ambrosía en aquel momento.
Serena acercó una mesa a la cama y dejó encima la bandeja del desayuno.
—Vuelvo enseguida.
Seiya la miró alarmado.
—No te vayas.
Ella sonrió.
—No tardaré.
Él no quería perderla de vista ni por un segundo, pero el hambre pudo más que él. Devoró las gachas de avena y bebió todo el té.
Cuando se estaba abrochando la levita, ella regresó con algo envuelto en papel marrón y atado con una cinta.
—Esto es para ti —lo dejó en la mesa y retiró los platos del desayuno.
Él desató el lazo y retiró el papel marrón. Miró el contenido.
Serena le había llevado una caja de carboncillo y otra de acuarelas, así como un montón de papel de dibujo protegido entre dos cartones.
La miró, incapaz de creer lo que veía.
—¿Cómo? ¿Dónde?
La cara de ella expresaba tanto amor que casi le resultaba doloroso mirarla.
—Una tienda en Bruselas. Sé que tienes que dibujar.
Él tenía la sensación de haber estado prisionero en una mazmorra oscura y que alguien le hubiera dado una llave que lo devolvía a la luz. No podía hablar. Sólo sabía una cosa de cierto: nunca volvería a despedirse de ella.
Serena echó a andar hacia la puerta.
—Necesitas tiempo para dibujar. Volveré luego.
—No. Espera —él levantó la cabeza—. Quédate un momento. Primero tengo que dibujarte a ti.
Ella volvió con él y le pasó los dedos por el pelo.
—Muy bien, pero no hay prisa. Tendrás muchas oportunidades de dibujarme —de nuevo volvía a expresar tanto amor que él ansiaba capturarla en el papel—. Porque pienso amarte siempre.
—¿Como mi esposa? —preguntó él.
—Como tu esposa —repuso ella.
Seiya rió de alegría. La abrazó y cayó con ella sobre la cama.
—Hay algo que debo hacer antes de llenar estos papeles con dibujos.
Ella rió con él.
—¿Para ti hacerme el amor está antes que dibujar?
Seiya la miró a los ojos.
—Para mí amarte está por delante de todo.
Serena estaba cerca con ropa doblada en las manos.
—Por fin has despertado.
Él se incorporó en la cama.
—¿Cuánto tiempo he dormido?
—Quince o dieciséis horas —ella sonrió—. Es martes por la mañana.
Él buscó su ropa con la vista.
—Tengo que presentarme en mi regimiento.
Serena se la tendió.
—Wilson te ha encontrado camisa y medias limpias. Ha limpiado y remendado tu uniforme de modo que parece casi nuevo y ha sacado brillo a las botas.
Seiya le tomó la mano, tiró de ella hacia abajo y la besó en los labios.
—Temo que todo esto sea una visión. Temo que desaparezca la comida, la ropa y tú —sacudió la cabeza—. ¿Cómo está BlackMoon?
—Mucho mejor. Wilson encontró un médico que le arreglara la pierna y tú madre está con él —se abrazó a él y lo besó a su vez—. No tienes que preocuparte por presentarte en tu regimiento —murmuró—. Wilson contó a alguien que salvaste a lord BlackMoon. No tienes que darte prisa en volver.
Él respiró hondo, demasiado agradecido para poder expresarlo con palabras.
—Wilson ha estado muy ocupado.
Ella se puso en pie.
—Tómate el desayuno y vístete. En el hotel hoy sólo han podido darnos gachas de avena.
Las gachas de avena le parecían ambrosía en aquel momento.
Serena acercó una mesa a la cama y dejó encima la bandeja del desayuno.
—Vuelvo enseguida.
Seiya la miró alarmado.
—No te vayas.
Ella sonrió.
—No tardaré.
Él no quería perderla de vista ni por un segundo, pero el hambre pudo más que él. Devoró las gachas de avena y bebió todo el té.
Cuando se estaba abrochando la levita, ella regresó con algo envuelto en papel marrón y atado con una cinta.
—Esto es para ti —lo dejó en la mesa y retiró los platos del desayuno.
Él desató el lazo y retiró el papel marrón. Miró el contenido.
Serena le había llevado una caja de carboncillo y otra de acuarelas, así como un montón de papel de dibujo protegido entre dos cartones.
La miró, incapaz de creer lo que veía.
—¿Cómo? ¿Dónde?
La cara de ella expresaba tanto amor que casi le resultaba doloroso mirarla.
—Una tienda en Bruselas. Sé que tienes que dibujar.
Él tenía la sensación de haber estado prisionero en una mazmorra oscura y que alguien le hubiera dado una llave que lo devolvía a la luz. No podía hablar. Sólo sabía una cosa de cierto: nunca volvería a despedirse de ella.
Serena echó a andar hacia la puerta.
—Necesitas tiempo para dibujar. Volveré luego.
—No. Espera —él levantó la cabeza—. Quédate un momento. Primero tengo que dibujarte a ti.
Ella volvió con él y le pasó los dedos por el pelo.
—Muy bien, pero no hay prisa. Tendrás muchas oportunidades de dibujarme —de nuevo volvía a expresar tanto amor que él ansiaba capturarla en el papel—. Porque pienso amarte siempre.
—¿Como mi esposa? —preguntó él.
—Como tu esposa —repuso ella.
Seiya rió de alegría. La abrazó y cayó con ella sobre la cama.
—Hay algo que debo hacer antes de llenar estos papeles con dibujos.
Ella rió con él.
—¿Para ti hacerme el amor está antes que dibujar?
Seiya la miró a los ojos.
—Para mí amarte está por delante de todo.
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Epílogo
Londres, junio de 1817
Las paredes de la sala de exposiciones de Somerset House volvían a estar llenas de cuadros, pero ese año, con la visita del escultor Canova y el entusiasmo por los mármoles de Elgin, la escultura atraía más interés.
Seiya estaba casi solo en la sala mirando su cuadro, que estaba colgado en una posición ligeramente más ventajosa que los de tres años antes.
—Vamos progresando —sonrió para sí.
Se había hecho famoso desde que regresara del ejército. Su cuadro de Cleopatra, aunque él no lo sabía, le había conseguido una reputación. Había avanzado mucho desde que estuviera en aquella misma sala esforzándose por conservar la cordura.
Miró su cuadro y recordó aquel día.
—¿Qué cuadro lo complace tanto? —preguntó una voz baja, musical y divertida.
Seiya se volvió y miró a una mujer encantadora, que parecía que hubiera salido de uno de los lienzos.
La saludó con un beso en los labios, una libertad que podía permitirse gracias a que la sala estaba casi vacía.
Ella sonrió.
—Creo que es el retrato de la madre y la niña —ella señaló su cuadro.
—¿Te gusta? —preguntó él.
—Pues sí —ella se puso de puntillas y lo besó a su vez—. Está pintado con amor.
—Desde luego —murmuró él.
El cuadro mostraba a Serena sentada en un jardín, sonriendo a una niña de pelo caoba rizado y ojos azules. Chibi Chibi era la viva imagen de su madre.
Miembros de la Real Academia habían descrito el cuadro como una Madonna moderna. Decían que rebosaba sentimiento y captaba muy bien el amor maternal.
Su esposa y él seguían mirándolo tomados del brazo.
Seiya tardó un momento en hablar.
—¿Dónde están mi madre y Michiru?
—Están mirando las esculturas con el resto de la gente, pero Michiru ha dicho que la despida de ti. Está algo fatigada. Ya sabes que eso ocurre en los primeros meses. Haruka la llevará a casa.
Michiru esperaba su segundo hijo. El primero había nacido más de un año atrás y era un niño encantador al que tanto Michiru como Haruka mimaban sin cesar.
Seiya los entendía perfectamente. La pequeña Chibi Chibi sólo tenía que sonreír y él se derretía por dentro como si fuera de cera.
—¿Y mi madre? ¿Está también fatigada?
—Puede que sí, pero ya sabes que no dirá nada de irse si cree que BlackMoon desea quedarse.
BlackMoon.
Seiya no había conseguido separar a su familia del lord. Su madre se había casado con él. BlackMoon se lo había pedido después de que ella lo cuidara durante las fiebres que tuvo después de sus heridas. Acabó por recuperarse y también se le curó la pierna rota, gracias a los cuidados de ella. Durante esos meses, BlackMoon se volvió bastante dependiente de ella y la madre de Seiya, como era de esperar, olvidó todo lo que había pasado.
Seiya contrató abogados que se aseguraran de que ella tuviera un acuerdo matrimonial excelente y una suma de dinero que BlackMoon no pudiera tocar bajo ninguna circunstancia.
Este actuaba como si el episodio con la familia de Seiya y con Serena, incluido su rescate, no hubiera tenido lugar. Seiya no era tan olvidadizo, pero toleraba a BlackMoon por amor a su madre, como había hecho siempre.
Seiya y Serena no los veían mucho. Al parecer, la buena sociedad había perdonado a la madre de Seiya en cuanto se convirtió en lady BlackMoon y sus vidas se movían en círculos sociales diferentes.
Al menos Seiya no tenía que soportar la compañía de Zafiro. Este no era bien recibido en casa de su padre y no había más lugares donde Seiya pudiera encontrárselo. BlackMoon le pasaba dinero, pero hablaba raramente de él. Al parecer, podía olvidar a su hijo con la misma facilidad que los problemas que había causado en tantas vidas.
—Te has puesto serio —dijo Serena.
Él le sonrió.
—Bueno, has mencionado a BlackMoon.
—No dejes que te estropee esto —miró el retrato con un suspiro—. ¿De verdad es tan perfecta nuestra hija?
—Es igual que su madre.
Serena se pegó más a él.
—Sigue hablando así y puede que te deje que me pintes como Katharine.
Estaba ensayando ese papel de la obra Katharine y Petruchio, de David Garrick.
—Sería un placer —Seiya miró a su alrededor y vio que estaban solos—. Esta sala siempre me recordará un momento en el que mi vida cambió para siempre.
Ella sonrió.
—¿Cuando eligieron tus primeros cuadros para la exposición?
Seiya negó con la cabeza.
—La primera vez que te vi —le puso una mano en la mejilla y la miró a los ojos—. Hay algo que quise hacer entonces pero no pude.
—¿Qué?
—Esto —él la tomó en sus bazos y le dio un beso más escandaloso que su retrato de Cleopatra.
¡Finalmente esta historia termino!
No me queda más que agradecerles enormemente a todas ustedes por apoyarme por aqui con cada una de sus hermosas palabras en sus comentarios Ya saben que esto no es un adios, sino un hasta luego porque yo continuare con las historias que aun sigo escribiendo y las que vengan en un futuro no muy lejano.
¡Hasta la siguiente aventura, chicas!
XOXO
Serenity
Londres, junio de 1817
Las paredes de la sala de exposiciones de Somerset House volvían a estar llenas de cuadros, pero ese año, con la visita del escultor Canova y el entusiasmo por los mármoles de Elgin, la escultura atraía más interés.
Seiya estaba casi solo en la sala mirando su cuadro, que estaba colgado en una posición ligeramente más ventajosa que los de tres años antes.
—Vamos progresando —sonrió para sí.
Se había hecho famoso desde que regresara del ejército. Su cuadro de Cleopatra, aunque él no lo sabía, le había conseguido una reputación. Había avanzado mucho desde que estuviera en aquella misma sala esforzándose por conservar la cordura.
Miró su cuadro y recordó aquel día.
—¿Qué cuadro lo complace tanto? —preguntó una voz baja, musical y divertida.
Seiya se volvió y miró a una mujer encantadora, que parecía que hubiera salido de uno de los lienzos.
La saludó con un beso en los labios, una libertad que podía permitirse gracias a que la sala estaba casi vacía.
Ella sonrió.
—Creo que es el retrato de la madre y la niña —ella señaló su cuadro.
—¿Te gusta? —preguntó él.
—Pues sí —ella se puso de puntillas y lo besó a su vez—. Está pintado con amor.
—Desde luego —murmuró él.
El cuadro mostraba a Serena sentada en un jardín, sonriendo a una niña de pelo caoba rizado y ojos azules. Chibi Chibi era la viva imagen de su madre.
Miembros de la Real Academia habían descrito el cuadro como una Madonna moderna. Decían que rebosaba sentimiento y captaba muy bien el amor maternal.
Su esposa y él seguían mirándolo tomados del brazo.
Seiya tardó un momento en hablar.
—¿Dónde están mi madre y Michiru?
—Están mirando las esculturas con el resto de la gente, pero Michiru ha dicho que la despida de ti. Está algo fatigada. Ya sabes que eso ocurre en los primeros meses. Haruka la llevará a casa.
Michiru esperaba su segundo hijo. El primero había nacido más de un año atrás y era un niño encantador al que tanto Michiru como Haruka mimaban sin cesar.
Seiya los entendía perfectamente. La pequeña Chibi Chibi sólo tenía que sonreír y él se derretía por dentro como si fuera de cera.
—¿Y mi madre? ¿Está también fatigada?
—Puede que sí, pero ya sabes que no dirá nada de irse si cree que BlackMoon desea quedarse.
BlackMoon.
Seiya no había conseguido separar a su familia del lord. Su madre se había casado con él. BlackMoon se lo había pedido después de que ella lo cuidara durante las fiebres que tuvo después de sus heridas. Acabó por recuperarse y también se le curó la pierna rota, gracias a los cuidados de ella. Durante esos meses, BlackMoon se volvió bastante dependiente de ella y la madre de Seiya, como era de esperar, olvidó todo lo que había pasado.
Seiya contrató abogados que se aseguraran de que ella tuviera un acuerdo matrimonial excelente y una suma de dinero que BlackMoon no pudiera tocar bajo ninguna circunstancia.
Este actuaba como si el episodio con la familia de Seiya y con Serena, incluido su rescate, no hubiera tenido lugar. Seiya no era tan olvidadizo, pero toleraba a BlackMoon por amor a su madre, como había hecho siempre.
Seiya y Serena no los veían mucho. Al parecer, la buena sociedad había perdonado a la madre de Seiya en cuanto se convirtió en lady BlackMoon y sus vidas se movían en círculos sociales diferentes.
Al menos Seiya no tenía que soportar la compañía de Zafiro. Este no era bien recibido en casa de su padre y no había más lugares donde Seiya pudiera encontrárselo. BlackMoon le pasaba dinero, pero hablaba raramente de él. Al parecer, podía olvidar a su hijo con la misma facilidad que los problemas que había causado en tantas vidas.
—Te has puesto serio —dijo Serena.
Él le sonrió.
—Bueno, has mencionado a BlackMoon.
—No dejes que te estropee esto —miró el retrato con un suspiro—. ¿De verdad es tan perfecta nuestra hija?
—Es igual que su madre.
Serena se pegó más a él.
—Sigue hablando así y puede que te deje que me pintes como Katharine.
Estaba ensayando ese papel de la obra Katharine y Petruchio, de David Garrick.
—Sería un placer —Seiya miró a su alrededor y vio que estaban solos—. Esta sala siempre me recordará un momento en el que mi vida cambió para siempre.
Ella sonrió.
—¿Cuando eligieron tus primeros cuadros para la exposición?
Seiya negó con la cabeza.
—La primera vez que te vi —le puso una mano en la mejilla y la miró a los ojos—. Hay algo que quise hacer entonces pero no pude.
—¿Qué?
—Esto —él la tomó en sus bazos y le dio un beso más escandaloso que su retrato de Cleopatra.
-FIN-
¡Finalmente esta historia termino!
No me queda más que agradecerles enormemente a todas ustedes por apoyarme por aqui con cada una de sus hermosas palabras en sus comentarios Ya saben que esto no es un adios, sino un hasta luego porque yo continuare con las historias que aun sigo escribiendo y las que vengan en un futuro no muy lejano.
¡Hasta la siguiente aventura, chicas!
XOXO
Serenity
Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
Ufffff que final me fascino
aunque es una lastima que se terminara :[JUMSERE]:
te agradezco por los buenos momentos que tuve junto a la lectura de tu fic... igual aun hay más por leer de tan gran escritora
aunque es una lastima que se terminara :[JUMSERE]:
te agradezco por los buenos momentos que tuve junto a la lectura de tu fic... igual aun hay más por leer de tan gran escritora
Jecapoca- Sailor Scout
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Re: Mujer Prohibida [S/S] UA - Terminado
que gran final, perfecto... crei por un momento que todo acabaria en la guerra. me encanto como describes todo, el campo de batalla, los hombres heridos... las calles de la ciudad, los heridos... ufff... y el amor de serena para arriesgar su propia vida cerca del campo de batalla, y bueno por un momento pense en matar a la mama de seiya, pero cuando hay amor se demuestra en los momentos mas dificiles. que noble por parte de seiya salvar la vida de blackmoon, aunque haya sido por amor a su madre, pero el final que romantico acabaron donde habian comenzado, y con la pequeña chibi chibi y michiru y haruka ya con dos hijos.. un buen final feliz... te felicito y claro que nos leeremos en tu proxima historia, porque adoro como escribes... (para que te digo de los lemons jjajajja)
Aysha Bakhovik B.- Sailor Outer Scout
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