El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
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El Elixir Del Amor [S/S] UA
¡Hola!
Aquí les traigo está adaptación de la novela "Doing Ireland" de Kate Hoffmann, misma autora de una historia que seguramente muchas de ustedes han leido y les ha gustado mucho: Legalmente Suya. Así que si les gusto ese fic, esta historia les fascinara tal como a mi.
¡Espero que disfruten de este primer capitulo!
El Elixir Del Amor
Por Serenity
Capitulo 1
El barco se deslizaba por un mar picado, de aguas grises, salpicando el rostro de Serena Tsukino con un delicado rocío. Serena se apartó un mechón de pelo de los ojos y fijó la mirada en una isla que en la distancia parecía poco más que una protuberancia neblinosa sobre el mar.
La isla de Trall. Había salido de Chicago veinticuatro horas atrás, estaba a punto de llegar a su destino y comenzaba a darse cuenta de que aquélla era una misión imposible.
—Debo de estar loca —musitó para sí.
—¿Qué ocurre, muchacha?
Serena miró hacia Artemis Boyle, el capitán del barco correo y forzó una sonrisa.
—Nada —respondió.
—Si te metes dentro, te mojarás menos.
—Estoy bien aquí —respondió Serena.
Quizá el frío y la humedad fueran exactamente lo que necesitaba para sacudirse aquella sensación. Habían pasado tantas cosas durante los últimos dos días que apenas había tenido tiempo de pensar. Se había quedado sin novio, sin trabajo y sin casa en sólo seis horas. Por eso había emprendido la búsqueda de las tres cosas en un acto de desesperación, un acto que la estaba llevando a una isla diminuta de la costa oeste de Irlanda.
—No suelen viajar muchas personas solas a Trall —dijo el capitán Artemis—. Casi siempre llevamos a parejas. Es un destino muy romántico, ¿sabe?
Su abuela, Luna Tsukino, le había hablado de aquella isla y de su leyenda, pero Serena quería oírla de los labios de alguien más joven.
—¿Y eso por qué? —preguntó.
—Las parejas vienen esperando encontrar el manantial del Druida. Sale en todas las guías turísticas. Se dice que, si una pareja bebe de sus aguas, permanecerá unida de por vida. Pero si quiere saber mi opinión, creo que son tonterías.
—¿Usted sabe dónde está ese manantial?
—No, y debería haberlo buscado. He tenido tres esposas y ahora mismo no cuento con ninguna de ellas para calentarme la cama.
Serena volvió a prestar atención a la isla. Ella imaginaba que la ubicación del manantial aparecería indicada en todas las carreteras de la isla, que quizá incluso hasta hubiera un centro turístico. ¡Su abuela no le había dicho nada de que hubiera que buscarlo!
—¿Y alguien a quien usted conozca sabe dónde está?
El capitán Artemis pareció pensarse la respuesta y después se encogió de hombros.
—Supongo que Mina Aino debería saberlo. Es una sacerdotisa druida. Sí, así es como se llama a sí misma. La verdad es que yo creo que está un poco chiflada. Pero le gusta considerarse la guardiana de la magia de la isla. Puede preguntárselo a ella, pero le cobrará un buen precio por sus servicios.
—¿Sus servicios?
—Adivinaciones, conjuros, hechizos, hace de todo. Yo compré una maldición el año pasado. Me costó cincuenta euros. Había un estúpido de Dingle que estaba intentando conseguir el contrato del barco de correo ofreciendo un precio más bajo que el mío, Mina maldijo su barco y se hundió en el puerto al día siguiente.
—¿Y no se le ha ocurrido pensar que a lo mejor hizo un agujero en el casco y que por eso se hundió?
—No me importa lo que hiciera. El caso es que ese imbécil no se está encargando de llevar el correo a Trall, ¿no?
—Supongo que tiene razón —contestó Serena con una sonrisa. Se arrebujó en la cazadora de pana mientras veía cómo iba creciendo poco a poco la isla en el horizonte—. ¿Y puede recomendarme algún alojamiento en Trall?
—En la parte norte del pueblo hay una posada muy agradable. Se llama Kinmoku. En esta época del año seguro que tiene habitaciones vacías. La lleva Seiya Kou. Su familia ha vivido durante generaciones y generaciones en la isla. Y él es un hombre famoso.
—¿Famoso? ¿Famoso por qué?
—En Trall no nos gusta chismear sobre nuestros vecinos —Artemis frunció el ceño—. Aunque quizá esto no sea chismear. Hace unos cuantos años, fue elegido el soltero más codiciado de Irlanda. Publicaron una fotografía suya en una revista.
—Interesante —comentó Serena.
—Su bisabuelo montó la posada. En aquella época era una mansión en la que venían a veranear británicos de dinero. Seiya dejó la isla para ir a estudiar a la universidad y pensamos que no lo volveríamos a ver. Pero hace tres años, regresó a Trall. Sus padres, Mick y Maeve Kou, querían estar cerca de su hija y de sus nietos, así que se mudaron a Dublín. Y a Seiya parece gustarle la vida en la isla.
—A lo mejor debería haber llamado para reservar habitación.
—Hace tres días que no traigo turistas a la isla —dijo el capitán—, así que no creo que tenga ningún problema. Aunque a finales de semana, vendrá más gente para la celebración de Samhain.
—Para entonces ya me habré ido —contestó Serena—. Sólo pretendo quedarme un par de noches como mucho.
—Si no encuentra a Seiya en la posada, hay una llave en un macetero, al lado de la puerta.
—Si todo el mundo sabe dónde está esa llave, ¿por qué cierra con llave?
—Por culpa de Dickie O'Malley. Se ha comprado una granja en el sur del pueblo y no tiene agua caliente. Así que se dedica a ir buscando lugares en los que pueda darse un baño caliente y lo deja todo hecho un desastre. Además, antes de marcharse, procura beberse hasta la última gola de whisky que encuentra. Supongo que podría decirse que ésa es su tarjeta de visita. Y esto tampoco es un chisme, muchacha, sólo es un hecho.
Hicieron el resto del viaje en silencio. Serena sentada en la popa del barco, intentando distinguir detalles de la isla a medida que se acercaban. De pronto, sus razones para ir a Trall le parecían ridículas. Se había desplazado hasta allí con el fin de encontrar el manantial que le devolviera el amor de su novio.
La secuencia de acontecimientos que la habían llevado hasta Irlanda había quedado grabada de manera indeleble en su cerebro. El día anterior, se había levantando pensando que era un día como cualquier otro. Darién se había ido temprano a la oficina y, en vez de irse con él, Serena había decidido dormir un poco más e ir en tren. Pero a los pocos segundos de levantarse, había encontrado una nota en el espejo del cuarto de baño.
Lo nuestro ha terminado, lo siento. Adiós.
Darién había estado un tanto taciturno durante el mes anterior, pero Serena pensaba que era porque estaba a punto de hacerle una propuesta de matrimonio, no de dar por terminada su relación, y menos después de haber encontrado un recibo de uno de los mejores joyeros de Chicago por valor de nueve mil dólares.
Se había vestido rápidamente, decidida a hablar con él en cuanto llegara a la oficina. Llevaban cuatro años trabajando en la misma agencia de publicidad y hacía tres que estaban juntos. Lo de la ruptura no podía ir en serio, se había dicho.
Pero al llegar al trabajo, se había encontrado un caos en la oficina. Al parecer, habían llamado a primera hora de la mañana para decir que una agencia de publicidad mayor había comprado la empresa, la mitad de los empleados se quedarían sin trabajo. No habían tardado en pedirle que se acercara al despacho del director creativo, donde la habían despedido oficialmente. Había sido entonces cuando se había enterado de que Darién había firmado la renuncia el día anterior. No quedaba un solo objeto personal en su despacho y nadie sabía dónde estaba.
Y cuando ya pensaba que las cosas no podían ir peor, al llegar a casa había encontrado un sobre en la puerta de su apartamento. En el interior había una carta en la que le comunicaban que iban a reformar el edificio y poner los pisos en venta y le ofrecían comprarlo a un precio inasequible para una publicista en paro.
Serena siempre había planificado minuciosamente su vida: había encontrado al hombre que creía perfecto para ella, tenía trabajo en la mejor agencia de publicidad de la ciudad y vivía en un apartamento situado en uno de los barrios más modernos de Chicago. Cuidaba su dieta y hacía ejercicio religiosamente cuatro días a la semana. Incluso realizaba trabajo voluntario en una escuela un día a la semana. ¿Cómo era posible entonces que su vida hubiera llegado al lamentable estado en el que se encontraba en tan poco tiempo?
"Las desgracias nunca vienen solas", le había dicho su abuela, y le había ofrecido la que parecía una solución sencilla. Lo primero que tenía que hacer era recuperar el amor de su novio. El resto iría resolviéndose poco a poco. Y cuando Serena le había preguntado por la manera de hacerlo, Luna ya tenía la respuesta: un viaje a la isla de Trall resolvería sus problemas.
—Y aquí estoy —musitó para sí.
El capitán maniobró con destreza en un muelle vacío. Cuando chocó contra los pilotes de madera, saltó del barco y aseguró las cuerdas. A continuación, ayudó a Serena a sallar al muelle. Unos segundos después, Serena tenía el equipaje a sus pies.
—El barco sale el lunes y el viernes a las doce. Puede regresar conmigo o hacerlo en el ferry, que hace tres viajes al día.
—¿Por dónde se va a la posada? —le preguntó Serena.
—Está a una milla de aquí por la carretera —le indicó Artemis, señalando hacia el norte. Alzó la mirada hacia el cielo—. Y será mejor que se dé prisa. Parece que va a llover.
—¿No encontraré ningún taxi?
En aquella ocasión, Artemis miró el reloj.
—Bueno, cuando se espera que llegue algún huésped, suele haber taxis esperando. Pero usted no ha anunciado su llegada, ¿verdad? Dougal Fraser es el taxista de la isla, pero ya son casi las cuatro. Me temo que a estas alturas se estará tomando la segunda pinta en el pub. El pub está justo allí, se llama Jolly Farmer.
—¿Y no podría llevarme usted?
—No, no, no. Eso sería meterme en el terreno de Dougal y a él no le haría ninguna gracia. Además, yo siempre dejo el coche en la península. En esta isla no hay ningún lugar a donde ir.
—¿Entonces tengo que recorrer una milla con el equipaje?
—Oh, estoy seguro de que en seguida aparecerá alguien y se ofrecerá a llevarla. Lo único que tiene que hacer es hacer algún gesto cuando vea pasar un coche. Vamos, le enseñaré el camino —se acercaron hasta el final del muelle y Artemis señaló una casa blanca situada en una esquina de una calle empedrada—. Vaya por allí recto y pregunte por Dougal en el pub. Y corra, no se vaya a mojar.
La que en un principio era solamente una lluvia ligera comenzó a hacerse más fuerte cuando Serena llegó a la puerta del pub. Una vez allí, se secó los ojos y entró. Tardó algunos segundos en acostumbrarse a la penumbra del interior, pero cuando lo hizo, vio a un camarero y a dos clientes mirándola con curiosidad.
—Estoy buscando a Dougal Fraser —les explicó Serena.
Aquí les traigo está adaptación de la novela "Doing Ireland" de Kate Hoffmann, misma autora de una historia que seguramente muchas de ustedes han leido y les ha gustado mucho: Legalmente Suya. Así que si les gusto ese fic, esta historia les fascinara tal como a mi.
¡Espero que disfruten de este primer capitulo!
El Elixir Del Amor
Por Serenity
Capitulo 1
El barco se deslizaba por un mar picado, de aguas grises, salpicando el rostro de Serena Tsukino con un delicado rocío. Serena se apartó un mechón de pelo de los ojos y fijó la mirada en una isla que en la distancia parecía poco más que una protuberancia neblinosa sobre el mar.
La isla de Trall. Había salido de Chicago veinticuatro horas atrás, estaba a punto de llegar a su destino y comenzaba a darse cuenta de que aquélla era una misión imposible.
—Debo de estar loca —musitó para sí.
—¿Qué ocurre, muchacha?
Serena miró hacia Artemis Boyle, el capitán del barco correo y forzó una sonrisa.
—Nada —respondió.
—Si te metes dentro, te mojarás menos.
—Estoy bien aquí —respondió Serena.
Quizá el frío y la humedad fueran exactamente lo que necesitaba para sacudirse aquella sensación. Habían pasado tantas cosas durante los últimos dos días que apenas había tenido tiempo de pensar. Se había quedado sin novio, sin trabajo y sin casa en sólo seis horas. Por eso había emprendido la búsqueda de las tres cosas en un acto de desesperación, un acto que la estaba llevando a una isla diminuta de la costa oeste de Irlanda.
—No suelen viajar muchas personas solas a Trall —dijo el capitán Artemis—. Casi siempre llevamos a parejas. Es un destino muy romántico, ¿sabe?
Su abuela, Luna Tsukino, le había hablado de aquella isla y de su leyenda, pero Serena quería oírla de los labios de alguien más joven.
—¿Y eso por qué? —preguntó.
—Las parejas vienen esperando encontrar el manantial del Druida. Sale en todas las guías turísticas. Se dice que, si una pareja bebe de sus aguas, permanecerá unida de por vida. Pero si quiere saber mi opinión, creo que son tonterías.
—¿Usted sabe dónde está ese manantial?
—No, y debería haberlo buscado. He tenido tres esposas y ahora mismo no cuento con ninguna de ellas para calentarme la cama.
Serena volvió a prestar atención a la isla. Ella imaginaba que la ubicación del manantial aparecería indicada en todas las carreteras de la isla, que quizá incluso hasta hubiera un centro turístico. ¡Su abuela no le había dicho nada de que hubiera que buscarlo!
—¿Y alguien a quien usted conozca sabe dónde está?
El capitán Artemis pareció pensarse la respuesta y después se encogió de hombros.
—Supongo que Mina Aino debería saberlo. Es una sacerdotisa druida. Sí, así es como se llama a sí misma. La verdad es que yo creo que está un poco chiflada. Pero le gusta considerarse la guardiana de la magia de la isla. Puede preguntárselo a ella, pero le cobrará un buen precio por sus servicios.
—¿Sus servicios?
—Adivinaciones, conjuros, hechizos, hace de todo. Yo compré una maldición el año pasado. Me costó cincuenta euros. Había un estúpido de Dingle que estaba intentando conseguir el contrato del barco de correo ofreciendo un precio más bajo que el mío, Mina maldijo su barco y se hundió en el puerto al día siguiente.
—¿Y no se le ha ocurrido pensar que a lo mejor hizo un agujero en el casco y que por eso se hundió?
—No me importa lo que hiciera. El caso es que ese imbécil no se está encargando de llevar el correo a Trall, ¿no?
—Supongo que tiene razón —contestó Serena con una sonrisa. Se arrebujó en la cazadora de pana mientras veía cómo iba creciendo poco a poco la isla en el horizonte—. ¿Y puede recomendarme algún alojamiento en Trall?
—En la parte norte del pueblo hay una posada muy agradable. Se llama Kinmoku. En esta época del año seguro que tiene habitaciones vacías. La lleva Seiya Kou. Su familia ha vivido durante generaciones y generaciones en la isla. Y él es un hombre famoso.
—¿Famoso? ¿Famoso por qué?
—En Trall no nos gusta chismear sobre nuestros vecinos —Artemis frunció el ceño—. Aunque quizá esto no sea chismear. Hace unos cuantos años, fue elegido el soltero más codiciado de Irlanda. Publicaron una fotografía suya en una revista.
—Interesante —comentó Serena.
—Su bisabuelo montó la posada. En aquella época era una mansión en la que venían a veranear británicos de dinero. Seiya dejó la isla para ir a estudiar a la universidad y pensamos que no lo volveríamos a ver. Pero hace tres años, regresó a Trall. Sus padres, Mick y Maeve Kou, querían estar cerca de su hija y de sus nietos, así que se mudaron a Dublín. Y a Seiya parece gustarle la vida en la isla.
—A lo mejor debería haber llamado para reservar habitación.
—Hace tres días que no traigo turistas a la isla —dijo el capitán—, así que no creo que tenga ningún problema. Aunque a finales de semana, vendrá más gente para la celebración de Samhain.
—Para entonces ya me habré ido —contestó Serena—. Sólo pretendo quedarme un par de noches como mucho.
—Si no encuentra a Seiya en la posada, hay una llave en un macetero, al lado de la puerta.
—Si todo el mundo sabe dónde está esa llave, ¿por qué cierra con llave?
—Por culpa de Dickie O'Malley. Se ha comprado una granja en el sur del pueblo y no tiene agua caliente. Así que se dedica a ir buscando lugares en los que pueda darse un baño caliente y lo deja todo hecho un desastre. Además, antes de marcharse, procura beberse hasta la última gola de whisky que encuentra. Supongo que podría decirse que ésa es su tarjeta de visita. Y esto tampoco es un chisme, muchacha, sólo es un hecho.
Hicieron el resto del viaje en silencio. Serena sentada en la popa del barco, intentando distinguir detalles de la isla a medida que se acercaban. De pronto, sus razones para ir a Trall le parecían ridículas. Se había desplazado hasta allí con el fin de encontrar el manantial que le devolviera el amor de su novio.
La secuencia de acontecimientos que la habían llevado hasta Irlanda había quedado grabada de manera indeleble en su cerebro. El día anterior, se había levantando pensando que era un día como cualquier otro. Darién se había ido temprano a la oficina y, en vez de irse con él, Serena había decidido dormir un poco más e ir en tren. Pero a los pocos segundos de levantarse, había encontrado una nota en el espejo del cuarto de baño.
Lo nuestro ha terminado, lo siento. Adiós.
Darién había estado un tanto taciturno durante el mes anterior, pero Serena pensaba que era porque estaba a punto de hacerle una propuesta de matrimonio, no de dar por terminada su relación, y menos después de haber encontrado un recibo de uno de los mejores joyeros de Chicago por valor de nueve mil dólares.
Se había vestido rápidamente, decidida a hablar con él en cuanto llegara a la oficina. Llevaban cuatro años trabajando en la misma agencia de publicidad y hacía tres que estaban juntos. Lo de la ruptura no podía ir en serio, se había dicho.
Pero al llegar al trabajo, se había encontrado un caos en la oficina. Al parecer, habían llamado a primera hora de la mañana para decir que una agencia de publicidad mayor había comprado la empresa, la mitad de los empleados se quedarían sin trabajo. No habían tardado en pedirle que se acercara al despacho del director creativo, donde la habían despedido oficialmente. Había sido entonces cuando se había enterado de que Darién había firmado la renuncia el día anterior. No quedaba un solo objeto personal en su despacho y nadie sabía dónde estaba.
Y cuando ya pensaba que las cosas no podían ir peor, al llegar a casa había encontrado un sobre en la puerta de su apartamento. En el interior había una carta en la que le comunicaban que iban a reformar el edificio y poner los pisos en venta y le ofrecían comprarlo a un precio inasequible para una publicista en paro.
Serena siempre había planificado minuciosamente su vida: había encontrado al hombre que creía perfecto para ella, tenía trabajo en la mejor agencia de publicidad de la ciudad y vivía en un apartamento situado en uno de los barrios más modernos de Chicago. Cuidaba su dieta y hacía ejercicio religiosamente cuatro días a la semana. Incluso realizaba trabajo voluntario en una escuela un día a la semana. ¿Cómo era posible entonces que su vida hubiera llegado al lamentable estado en el que se encontraba en tan poco tiempo?
"Las desgracias nunca vienen solas", le había dicho su abuela, y le había ofrecido la que parecía una solución sencilla. Lo primero que tenía que hacer era recuperar el amor de su novio. El resto iría resolviéndose poco a poco. Y cuando Serena le había preguntado por la manera de hacerlo, Luna ya tenía la respuesta: un viaje a la isla de Trall resolvería sus problemas.
—Y aquí estoy —musitó para sí.
El capitán maniobró con destreza en un muelle vacío. Cuando chocó contra los pilotes de madera, saltó del barco y aseguró las cuerdas. A continuación, ayudó a Serena a sallar al muelle. Unos segundos después, Serena tenía el equipaje a sus pies.
—El barco sale el lunes y el viernes a las doce. Puede regresar conmigo o hacerlo en el ferry, que hace tres viajes al día.
—¿Por dónde se va a la posada? —le preguntó Serena.
—Está a una milla de aquí por la carretera —le indicó Artemis, señalando hacia el norte. Alzó la mirada hacia el cielo—. Y será mejor que se dé prisa. Parece que va a llover.
—¿No encontraré ningún taxi?
En aquella ocasión, Artemis miró el reloj.
—Bueno, cuando se espera que llegue algún huésped, suele haber taxis esperando. Pero usted no ha anunciado su llegada, ¿verdad? Dougal Fraser es el taxista de la isla, pero ya son casi las cuatro. Me temo que a estas alturas se estará tomando la segunda pinta en el pub. El pub está justo allí, se llama Jolly Farmer.
—¿Y no podría llevarme usted?
—No, no, no. Eso sería meterme en el terreno de Dougal y a él no le haría ninguna gracia. Además, yo siempre dejo el coche en la península. En esta isla no hay ningún lugar a donde ir.
—¿Entonces tengo que recorrer una milla con el equipaje?
—Oh, estoy seguro de que en seguida aparecerá alguien y se ofrecerá a llevarla. Lo único que tiene que hacer es hacer algún gesto cuando vea pasar un coche. Vamos, le enseñaré el camino —se acercaron hasta el final del muelle y Artemis señaló una casa blanca situada en una esquina de una calle empedrada—. Vaya por allí recto y pregunte por Dougal en el pub. Y corra, no se vaya a mojar.
La que en un principio era solamente una lluvia ligera comenzó a hacerse más fuerte cuando Serena llegó a la puerta del pub. Una vez allí, se secó los ojos y entró. Tardó algunos segundos en acostumbrarse a la penumbra del interior, pero cuando lo hizo, vio a un camarero y a dos clientes mirándola con curiosidad.
—Estoy buscando a Dougal Fraser —les explicó Serena.
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
Seiya Kou echó otro montón de carbón en la chimenea del salón de la posada y fijó la mirada en las llamas. El carbón prendió, enviando una bienvenida ráfaga de calor al salón.
—Ponme otro whisky —musitó Mina, mirándole fijamente a través de su melena rubia.
Seiya miró por encima del hombro y la vio acurrucada en el sofá, alargando hacia él un vaso de cristal y curvando los labios en una sonrisa que conocía demasiado bien. Era la misma sonrisa que había utilizado con gran éxito con muchos hombres: conseguía hechizarlos hasta dejarlos absolutamente indefensos ante sus encantos, Seiya ya se había convertido en su presa cuando había vuelto a la isla, tres años atrás. Durante aquel verano, se había entregado a una breve, pero apasionada aventura con Mina.
Aunque tras seis tempestuosos meses de relación, habían llegado a la conclusión de que eran mejores amigos que amantes. Sin embargo, hasta el año anterior, Mina continuaba estando convencida de que Seiya era el único hombre posible para ella. Incluso había utilizado todos sus poderes de druida para intentar convertir su vida en un infierno. De hecho, todavía pendían sobre Seiya dos de sus maldiciones.
—¿Por qué voy a tener que servirte un whisky? —preguntó Seiya mientras se sentaba en una butaca, en frente del sofá.
—Porque tú eres el anfitrión y yo la invitada.
—Te has invitado tú misma a cenar —le recordó Seiya.
—Por favor, ponme un whisky —lloriqueó Mina—, o te lanzaré una maldición.
Seiya agarró el vaso y se acercó a la mesita sobre la que tenía la licorera. Sirvió un par de dedos de whisky y regresó al sofá. Pero cuando Mina alargó la mano hacia el vaso, él lo apartó.
—Te daré el whisky si me haces un favor a cambio.
Mina se apartó el pelo de los ojos.
—Esto parece interesante. ¿Qué ha pasado? ¿Hace demasiado tiempo que no estás con nadie?
—No vamos a volver por ahí, Mina. Ya lo probamos y la cosa no funcionó.
—Lo sé, pero esta vez lo único que haremos será acostarnos. No tenemos por qué intentar sacar adelante ningún tipo de relación.
—Seamos honestos. Tú eres una devora hombres. Quieres que los hombres te idolatren y te satisfagan hasta convertirse en unos absolutos estúpidos. Y después los abandonas para ir a buscar a otro.
—¿Cómo puedes decir eso? Yo adoro a los hombres.
—Sí, a lo mejor hasta demasiado —dijo Seiya.
—Si vas a comenzar a insultarme, dame el whisky.
—No hasta que no hagas algo por mí.
—¿Qué es lo que quieres? Evidentemente, no mi cuerpo. Supongo que debería sentirme humillada, pero no es así. He llegado a considerarte como una especie de… ¿cómo lo diría? ¿De hermano? Probablemente me sentiría culpable si volviera a acostarme contigo.
—Quiero que me quites la maldición.
Mina sonrió satisfecha.
—Pensaba que no creías en mis poderes.
—Y no creo en ellos.
—¿Cuál de ellas? —preguntó Mina.
Seiya gimió.
—¿Cuántas tengo?
—Dos, no tres… No, espera, cuando me ayudaste a arreglar el coche te quité una.
—¿Y cuáles son las que me quedan?
—Bueno, una que te condena a no conocer a ninguna otra mujer tan guapa y tan sexy como yo. Y la segunda tiene que ver con tu… con tus capacidades amatorias en el dormitorio —alzó lentamente el dedo índice.
Seiya frunció el ceño. Desde que habían terminado su relación, no había tenido mucha suerte con las mujeres, pero había sido capaz de actuar cuando había hecho falta. Había tenido tres relaciones serias en los últimos tres años y todas ellas habían terminado al cabo de unos meses. Entre relación y relación, había tenido algún encuentro ocasional con algunas amigas de Londres o Dublín. Viviendo en una isla, no eran muchas las oportunidades que se tenían de disfrutar del sexo sin ataduras.
—Por el espíritu de la amistad —dijo Seiya—, me gustaría que revocaras las dos maldiciones. Ahora mismo, y delante de mí.
Mina suspiró y le quitó el whisky de la mano.
—Muy bien.
Se bebió el whisky de un solo trago, se enderezó, cerró los ojos y se inclinó hacia delante, de manera que la melena cayera como una cortina sobre su rostro. Comenzó a balancearse lentamente, musitando una ristra de palabras en gaélico. Aunque Seiya tenía algunas nociones sobre aquella lengua, no comprendió lo que estaba diciendo. De pronto, Mina abrió los ojos.
—Estoy hambrienta —dijo—. Tengo que nutrirme para este trabajo —cerró los ojos y continuó recitando.
Seiya se acercó a la cocina y agarró una bolsa de patatas fritas. Cuando regresó al salón, Mina estaba tumbada en el sofá. Le tendió la bolsa y ella la abrió inmediatamente y se metió una patata en la boca.
—Dios mío, que hambre tengo —musitó—. ¿Tienes algo de chocolate?
—Vamos a cenar dentro de una hora. ¿Ya has terminado?
Mina se metió otro par de patatas en la boca y asintió.
—Sí, acabo de liberarte completamente de la maldición —se interrumpió—. Bueno, no del todo. En realidad, he intentado contrarrestarla con otro hechizo, sólo algo que pueda permitimos seguir siendo buenos amigos.
—Mina…
—Éste es un buen hechizo. La próxima mujer que conozcas, te deseará locamente y tendrán un apasionado encuentro.
Una impaciente llamada a la puerta quebró el silencio del salón, Mina se echó a reír.
—¡Ah! El hechizo ha funcionado. ¡Es ella! Me pregunto quién podrá ser. Mmm, supongo que Eveleen Dooly no estará nada mal. Y también está Mary Carlisle. No es joven, pero conserva el espíritu.
—Por lo menos Eveleen no me maldeciría —musitó Seiya—. Mientras abro la puerta, tú dedícate a quitarme el hechizo.
—De acuerdo, pero no vayas muy deprisa. Me llevará algún tiempo.
Seiya se dirigió a grandes zancadas hasta el vestíbulo y esperó unos segundos antes de abrir la puerta. Cuando lo hizo, se encontró a una mujer empapada por la lluvia y con los pies llenos de barro.
—Ya era hora —musitó, con el pelo pegado a la cara—. Me he empapado hasta los huesos. Y no podía encontrar la llave. Se suponía que estaba debajo del macetero.
—Lo siento —respondió Seiya, alargando la mano hacia su equipaje—. Mina debe haber utilizado… Bueno, no importa. Pase, por favor, y bienvenida.
Serena pasó al interior de la posada, dejando un rastro de barro sobre el parqué. Al mirar hacia atrás, se dio cuenta de lo que estaba haciendo, maldijo suavemente y se quitó los zapatos.
—No he podido encontrar un taxi. Se suponía que el taxista estaba en el pub, pero no, no estaba allí. Un granjero se ha ofrecido a traerme a caballo. Un buen ofrecimiento, porque, al parecer, las millas irlandesas son bastante más largas que las estadounidenses. He tardado una eternidad en llegar hasta aquí —recogió los zapatos. La ropa mojada comenzaba a hacer un charco a su alrededor—. Necesito una habitación.
Seiya la estudió con atención mientras se metía detrás del mostrador. Resultaba difícil describir el aspecto de aquella mujer. Se había puesto un pañuelo en la cabeza para protegerse de la lluvia y el pelo caía empapado y revuelto sobre sus ojos. Tenía una mejilla manchada de barro y la otra con restos de máscara de ojos.
Los vaqueros eran tan anchos y estaban tan mojados que resultaba difícil adivinar la forma de su silueta. Pero tenía unos pies bonitos, se dijo Seiya, y llevaba las uñas pintadas de color rosa intenso. Parecía joven, probablemente no tendría más de veinticinco o veintiséis años, Seiya la observó rebuscar en el bolso.
—¿Es usted estadounidense?
La joven se echó el pelo hacia atrás y Seiya pudo mirarla a los ojos por primera vez. Tenía gotitas de agua en las pestañas y cuando parpadeó, cayeron sobre sus mejillas sonrosadas.
—Perdone, ¿qué me ha preguntado?
—Que si es usted estadounidense —repitió Seiya suavemente, clavando la mirada en sus labios.
—Sí, ¿algún un problema?
Cuando alzó la mirada, Seiya se encontró frente a un par de chispeantes ojos celestes. Ella le tendió una tarjeta de crédito.
—No, no, en absoluto —respondió mientras tomaba la tarjeta—. Era simple curiosidad. Me ha parecido que tenía acento… norteamericano.
A los labios de la recién llegada asomó una sonrisa.
—Probablemente porque lo soy —se estremeció y se frotó los brazos—. Bueno, ¿va a poder darme una habitación? Estoy deseando quitarme toda esta ropa y…
—Sí, por supuesto —dijo Seiya—. A mí también me gustaría quitarle… bueno, quiero decir, que estoy seguro de que estará mucho más cómoda si se quita esa ropa de encima —agarró la llave de la habitación más bonita del segundo piso—. Habitación número siete —le dijo.
Le tomó la mano y le plantó la llave en la palma. Tenía la piel húmeda y fría. Sin saber por qué, Seiya prolongó aquel contacto.
—La encontrará al final de las escaleras a la izquierda, al final del pasillo. Todas las habitaciones tienen cuarto de baño. ¿Por qué no sube y ya me encargo yo de llevarle los zapatos y el equipaje cuando estén secos?
—De acuerdo —contestó Serena y comenzó a subir las escaleras.
—¿Cómo se llama? —le preguntó Seiya.
—¿Qué? —preguntó ella, volviéndose.
—Necesito su nombre para registrarla.
—Está en la tarjeta —contestó—. Tsukino. Serena Tsukino, de Chicago.
—Bienvenida a la posada Kinmoku, señorita Tsukino. Yo soy Seiya Kou.
Ella asintió y continuó subiendo lentamente las escaleras, con la ropa goteando a medida que avanzaba.
Cuando se volvió para ocuparse de su equipaje, Seiya descubrió a Mina apoyada contra el marco de la puerta del salón, con la bolsa de patatas fritas a la altura del pecho y masticando con expresión pensativa.
—Una estadounidense. Y bastante atractiva —musitó—. He oído decir que son muy sexys.
—No me dedico a seducir a mis huéspedes. ¿No tienes ninguna poción que preparar? Vete a casa, Mina.
—Ha sido una pena lo de la maldición —musitó Mina—. Me temo que has abierto la puerta demasiado rápido. No he tenido oportunidad de quitarte el hechizo —sonrió y se metió una patata frita en la boca—. Y, definitivamente, merece la pena estar con una chica como ésa, Seiya. Bueno, creo que ahora me voy —se acercó a Seiya y le arregló el pelo y el cuello de la camisa—. Acuérdate de usar preservativo. Apuesta siempre por el sexo seguro.
—Fuera —le ordenó Seiya.
Mina agarró el impermeable que había dejado colgando en el perchero del vestíbulo y se lo puso.
—Que te diviertas, Seiya. Ya me darás las gracias más adelante.
Seiya se metió a la cocina para buscar unos trapos y limpió después el barro que Serena Tsukino había dejado en el vestíbulo. Los zapatos estaban destrozados, pero le secaría las maletas y se las llevaría a su habitación.
Al subir, vio que la puerta estaba ligeramente entreabierta y llamó suavemente.
—¿Señorita Tsukino?
Nadie respondió. Seiya se asomó al interior y encontró la habitación vacía. Dejó las maletas al lado de la cama y se volvió de nuevo hacia la puerta. Y en el proceso, miró hacia el interior del cuarto de baño. Se quedó sin respiración. La puerta estaba suficientemente abierta como para permitirle ver a Serena tumbada en la bañera.
Lo último que él pretendía era violar su intimidad. Pero vio que se había quedado dormida con la cabeza apoyada en el borde de la bañera.
Se había apartado el pelo de la cara y a Seiya le impresionó la delicadeza de aquel perfil de nariz respingona y labios generosos. Se fijó en las pequeñas pecas que cubrían sus mejillas. Y su mirada descendió hacia sus pechos que sobresalían en el agua de la bañera.
El deseo elevó la temperatura de su cuerpo y tuvo que luchar contra el impulso de acercarse. Como propietario de la posada, tenía ciertas normas éticas que mantener y espiar a una huésped mientras estaba en la bañera no entraba dentro de lo aceptable. Pero, ¿y si Mina tenía razón? ¿Qué ocurriría en el caso de que aquella mujer estuviera destinada a ser suya?
La chica se movió ligeramente, suspiró y se hundió un poco más en la bañera. Seiya retrocedió y agarró las maletas para dejarlas más cerca de la puerta. Cuando llegó al pasillo, tomó aire y se apoyó contra la pared. Si el agua desbordaba la bañera, tendría una razón para volver, pero de momento, se quedaría en el pasillo.
La imagen del cuerpo desnudo de Serena Tsukino continuaba dándole vueltas en la cabeza. Por supuesto, había pasado mucho tiempo desde la última vez que había estado con alguien. Y, de vez en cuando, se deleitaba imaginando que llegaba una huésped atractiva y sin inhibiciones e intentaba seducirle. Pero jamás había pensado en hacer realidad aquella fantasía.
Quizá Serena sólo se quedara una noche. O a lo mejor su novio o su prometido iba a reunirse al día siguiente con ella. Además, no creía que Mina Aino tuviera ni un ápice de poder. De modo que se limitaría a ser educado y hospitalario con Serena Tsukino. Y nada más.
—Ponme otro whisky —musitó Mina, mirándole fijamente a través de su melena rubia.
Seiya miró por encima del hombro y la vio acurrucada en el sofá, alargando hacia él un vaso de cristal y curvando los labios en una sonrisa que conocía demasiado bien. Era la misma sonrisa que había utilizado con gran éxito con muchos hombres: conseguía hechizarlos hasta dejarlos absolutamente indefensos ante sus encantos, Seiya ya se había convertido en su presa cuando había vuelto a la isla, tres años atrás. Durante aquel verano, se había entregado a una breve, pero apasionada aventura con Mina.
Aunque tras seis tempestuosos meses de relación, habían llegado a la conclusión de que eran mejores amigos que amantes. Sin embargo, hasta el año anterior, Mina continuaba estando convencida de que Seiya era el único hombre posible para ella. Incluso había utilizado todos sus poderes de druida para intentar convertir su vida en un infierno. De hecho, todavía pendían sobre Seiya dos de sus maldiciones.
—¿Por qué voy a tener que servirte un whisky? —preguntó Seiya mientras se sentaba en una butaca, en frente del sofá.
—Porque tú eres el anfitrión y yo la invitada.
—Te has invitado tú misma a cenar —le recordó Seiya.
—Por favor, ponme un whisky —lloriqueó Mina—, o te lanzaré una maldición.
Seiya agarró el vaso y se acercó a la mesita sobre la que tenía la licorera. Sirvió un par de dedos de whisky y regresó al sofá. Pero cuando Mina alargó la mano hacia el vaso, él lo apartó.
—Te daré el whisky si me haces un favor a cambio.
Mina se apartó el pelo de los ojos.
—Esto parece interesante. ¿Qué ha pasado? ¿Hace demasiado tiempo que no estás con nadie?
—No vamos a volver por ahí, Mina. Ya lo probamos y la cosa no funcionó.
—Lo sé, pero esta vez lo único que haremos será acostarnos. No tenemos por qué intentar sacar adelante ningún tipo de relación.
—Seamos honestos. Tú eres una devora hombres. Quieres que los hombres te idolatren y te satisfagan hasta convertirse en unos absolutos estúpidos. Y después los abandonas para ir a buscar a otro.
—¿Cómo puedes decir eso? Yo adoro a los hombres.
—Sí, a lo mejor hasta demasiado —dijo Seiya.
—Si vas a comenzar a insultarme, dame el whisky.
—No hasta que no hagas algo por mí.
—¿Qué es lo que quieres? Evidentemente, no mi cuerpo. Supongo que debería sentirme humillada, pero no es así. He llegado a considerarte como una especie de… ¿cómo lo diría? ¿De hermano? Probablemente me sentiría culpable si volviera a acostarme contigo.
—Quiero que me quites la maldición.
Mina sonrió satisfecha.
—Pensaba que no creías en mis poderes.
—Y no creo en ellos.
—¿Cuál de ellas? —preguntó Mina.
Seiya gimió.
—¿Cuántas tengo?
—Dos, no tres… No, espera, cuando me ayudaste a arreglar el coche te quité una.
—¿Y cuáles son las que me quedan?
—Bueno, una que te condena a no conocer a ninguna otra mujer tan guapa y tan sexy como yo. Y la segunda tiene que ver con tu… con tus capacidades amatorias en el dormitorio —alzó lentamente el dedo índice.
Seiya frunció el ceño. Desde que habían terminado su relación, no había tenido mucha suerte con las mujeres, pero había sido capaz de actuar cuando había hecho falta. Había tenido tres relaciones serias en los últimos tres años y todas ellas habían terminado al cabo de unos meses. Entre relación y relación, había tenido algún encuentro ocasional con algunas amigas de Londres o Dublín. Viviendo en una isla, no eran muchas las oportunidades que se tenían de disfrutar del sexo sin ataduras.
—Por el espíritu de la amistad —dijo Seiya—, me gustaría que revocaras las dos maldiciones. Ahora mismo, y delante de mí.
Mina suspiró y le quitó el whisky de la mano.
—Muy bien.
Se bebió el whisky de un solo trago, se enderezó, cerró los ojos y se inclinó hacia delante, de manera que la melena cayera como una cortina sobre su rostro. Comenzó a balancearse lentamente, musitando una ristra de palabras en gaélico. Aunque Seiya tenía algunas nociones sobre aquella lengua, no comprendió lo que estaba diciendo. De pronto, Mina abrió los ojos.
—Estoy hambrienta —dijo—. Tengo que nutrirme para este trabajo —cerró los ojos y continuó recitando.
Seiya se acercó a la cocina y agarró una bolsa de patatas fritas. Cuando regresó al salón, Mina estaba tumbada en el sofá. Le tendió la bolsa y ella la abrió inmediatamente y se metió una patata en la boca.
—Dios mío, que hambre tengo —musitó—. ¿Tienes algo de chocolate?
—Vamos a cenar dentro de una hora. ¿Ya has terminado?
Mina se metió otro par de patatas en la boca y asintió.
—Sí, acabo de liberarte completamente de la maldición —se interrumpió—. Bueno, no del todo. En realidad, he intentado contrarrestarla con otro hechizo, sólo algo que pueda permitimos seguir siendo buenos amigos.
—Mina…
—Éste es un buen hechizo. La próxima mujer que conozcas, te deseará locamente y tendrán un apasionado encuentro.
Una impaciente llamada a la puerta quebró el silencio del salón, Mina se echó a reír.
—¡Ah! El hechizo ha funcionado. ¡Es ella! Me pregunto quién podrá ser. Mmm, supongo que Eveleen Dooly no estará nada mal. Y también está Mary Carlisle. No es joven, pero conserva el espíritu.
—Por lo menos Eveleen no me maldeciría —musitó Seiya—. Mientras abro la puerta, tú dedícate a quitarme el hechizo.
—De acuerdo, pero no vayas muy deprisa. Me llevará algún tiempo.
Seiya se dirigió a grandes zancadas hasta el vestíbulo y esperó unos segundos antes de abrir la puerta. Cuando lo hizo, se encontró a una mujer empapada por la lluvia y con los pies llenos de barro.
—Ya era hora —musitó, con el pelo pegado a la cara—. Me he empapado hasta los huesos. Y no podía encontrar la llave. Se suponía que estaba debajo del macetero.
—Lo siento —respondió Seiya, alargando la mano hacia su equipaje—. Mina debe haber utilizado… Bueno, no importa. Pase, por favor, y bienvenida.
Serena pasó al interior de la posada, dejando un rastro de barro sobre el parqué. Al mirar hacia atrás, se dio cuenta de lo que estaba haciendo, maldijo suavemente y se quitó los zapatos.
—No he podido encontrar un taxi. Se suponía que el taxista estaba en el pub, pero no, no estaba allí. Un granjero se ha ofrecido a traerme a caballo. Un buen ofrecimiento, porque, al parecer, las millas irlandesas son bastante más largas que las estadounidenses. He tardado una eternidad en llegar hasta aquí —recogió los zapatos. La ropa mojada comenzaba a hacer un charco a su alrededor—. Necesito una habitación.
Seiya la estudió con atención mientras se metía detrás del mostrador. Resultaba difícil describir el aspecto de aquella mujer. Se había puesto un pañuelo en la cabeza para protegerse de la lluvia y el pelo caía empapado y revuelto sobre sus ojos. Tenía una mejilla manchada de barro y la otra con restos de máscara de ojos.
Los vaqueros eran tan anchos y estaban tan mojados que resultaba difícil adivinar la forma de su silueta. Pero tenía unos pies bonitos, se dijo Seiya, y llevaba las uñas pintadas de color rosa intenso. Parecía joven, probablemente no tendría más de veinticinco o veintiséis años, Seiya la observó rebuscar en el bolso.
—¿Es usted estadounidense?
La joven se echó el pelo hacia atrás y Seiya pudo mirarla a los ojos por primera vez. Tenía gotitas de agua en las pestañas y cuando parpadeó, cayeron sobre sus mejillas sonrosadas.
—Perdone, ¿qué me ha preguntado?
—Que si es usted estadounidense —repitió Seiya suavemente, clavando la mirada en sus labios.
—Sí, ¿algún un problema?
Cuando alzó la mirada, Seiya se encontró frente a un par de chispeantes ojos celestes. Ella le tendió una tarjeta de crédito.
—No, no, en absoluto —respondió mientras tomaba la tarjeta—. Era simple curiosidad. Me ha parecido que tenía acento… norteamericano.
A los labios de la recién llegada asomó una sonrisa.
—Probablemente porque lo soy —se estremeció y se frotó los brazos—. Bueno, ¿va a poder darme una habitación? Estoy deseando quitarme toda esta ropa y…
—Sí, por supuesto —dijo Seiya—. A mí también me gustaría quitarle… bueno, quiero decir, que estoy seguro de que estará mucho más cómoda si se quita esa ropa de encima —agarró la llave de la habitación más bonita del segundo piso—. Habitación número siete —le dijo.
Le tomó la mano y le plantó la llave en la palma. Tenía la piel húmeda y fría. Sin saber por qué, Seiya prolongó aquel contacto.
—La encontrará al final de las escaleras a la izquierda, al final del pasillo. Todas las habitaciones tienen cuarto de baño. ¿Por qué no sube y ya me encargo yo de llevarle los zapatos y el equipaje cuando estén secos?
—De acuerdo —contestó Serena y comenzó a subir las escaleras.
—¿Cómo se llama? —le preguntó Seiya.
—¿Qué? —preguntó ella, volviéndose.
—Necesito su nombre para registrarla.
—Está en la tarjeta —contestó—. Tsukino. Serena Tsukino, de Chicago.
—Bienvenida a la posada Kinmoku, señorita Tsukino. Yo soy Seiya Kou.
Ella asintió y continuó subiendo lentamente las escaleras, con la ropa goteando a medida que avanzaba.
Cuando se volvió para ocuparse de su equipaje, Seiya descubrió a Mina apoyada contra el marco de la puerta del salón, con la bolsa de patatas fritas a la altura del pecho y masticando con expresión pensativa.
—Una estadounidense. Y bastante atractiva —musitó—. He oído decir que son muy sexys.
—No me dedico a seducir a mis huéspedes. ¿No tienes ninguna poción que preparar? Vete a casa, Mina.
—Ha sido una pena lo de la maldición —musitó Mina—. Me temo que has abierto la puerta demasiado rápido. No he tenido oportunidad de quitarte el hechizo —sonrió y se metió una patata frita en la boca—. Y, definitivamente, merece la pena estar con una chica como ésa, Seiya. Bueno, creo que ahora me voy —se acercó a Seiya y le arregló el pelo y el cuello de la camisa—. Acuérdate de usar preservativo. Apuesta siempre por el sexo seguro.
—Fuera —le ordenó Seiya.
Mina agarró el impermeable que había dejado colgando en el perchero del vestíbulo y se lo puso.
—Que te diviertas, Seiya. Ya me darás las gracias más adelante.
Seiya se metió a la cocina para buscar unos trapos y limpió después el barro que Serena Tsukino había dejado en el vestíbulo. Los zapatos estaban destrozados, pero le secaría las maletas y se las llevaría a su habitación.
Al subir, vio que la puerta estaba ligeramente entreabierta y llamó suavemente.
—¿Señorita Tsukino?
Nadie respondió. Seiya se asomó al interior y encontró la habitación vacía. Dejó las maletas al lado de la cama y se volvió de nuevo hacia la puerta. Y en el proceso, miró hacia el interior del cuarto de baño. Se quedó sin respiración. La puerta estaba suficientemente abierta como para permitirle ver a Serena tumbada en la bañera.
Lo último que él pretendía era violar su intimidad. Pero vio que se había quedado dormida con la cabeza apoyada en el borde de la bañera.
Se había apartado el pelo de la cara y a Seiya le impresionó la delicadeza de aquel perfil de nariz respingona y labios generosos. Se fijó en las pequeñas pecas que cubrían sus mejillas. Y su mirada descendió hacia sus pechos que sobresalían en el agua de la bañera.
El deseo elevó la temperatura de su cuerpo y tuvo que luchar contra el impulso de acercarse. Como propietario de la posada, tenía ciertas normas éticas que mantener y espiar a una huésped mientras estaba en la bañera no entraba dentro de lo aceptable. Pero, ¿y si Mina tenía razón? ¿Qué ocurriría en el caso de que aquella mujer estuviera destinada a ser suya?
La chica se movió ligeramente, suspiró y se hundió un poco más en la bañera. Seiya retrocedió y agarró las maletas para dejarlas más cerca de la puerta. Cuando llegó al pasillo, tomó aire y se apoyó contra la pared. Si el agua desbordaba la bañera, tendría una razón para volver, pero de momento, se quedaría en el pasillo.
La imagen del cuerpo desnudo de Serena Tsukino continuaba dándole vueltas en la cabeza. Por supuesto, había pasado mucho tiempo desde la última vez que había estado con alguien. Y, de vez en cuando, se deleitaba imaginando que llegaba una huésped atractiva y sin inhibiciones e intentaba seducirle. Pero jamás había pensado en hacer realidad aquella fantasía.
Quizá Serena sólo se quedara una noche. O a lo mejor su novio o su prometido iba a reunirse al día siguiente con ella. Además, no creía que Mina Aino tuviera ni un ápice de poder. De modo que se limitaría a ser educado y hospitalario con Serena Tsukino. Y nada más.
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
El agua de la bañera se había quedado tibia para cuando Serena salió. Se envolvió en una toalla de algodón y entró en el dormitorio. Le habían dejado las maletas al lado de la puerta y, por un instante, se preguntó cómo habría entrado Seiya Kou en su habitación sin que ella se diera cuenta.
Reprodujo mentalmente la imagen de aquel hombre y recordó cómo había reaccionado al mirarlo a los ojos. Por supuesto, había hombres atractivos en todo el planeta, pero, de alguna manera, el destino parecía haber bendecido la isla de Trall con un ejemplar particularmente notable. ¿Pero qué hacía uno de los solteros más codiciados de Irlanda viviendo allí?
Sonrió mientras se sentaba en el borde de la cama, envuelta en la toalla. En su trabajo, había estudiado miles de fotografías de hombres intentando averiguar qué era lo que hacía que un hombre apenas resultara atractivo y otro fuera devastadoramente sexy.
Seiya pertenecía a la última categoría. Sus facciones estaban perfectamente equilibradas. No, no era un hombre guapo, era un hombre maravilloso. Y no solamente por la nariz recta, la boca expresiva o aquellos ojos azul zafiro. Era también su manera de vestir, aquel aspecto ligeramente desaliñado que hacía que no pareciera consciente del efecto que tenía en las mujeres.
No se había afeitado desde hacía dos o tres días y, en lo referente a peinarse, parecía preferir sus propias manos a un buen peine.
Serena sacó un frasco de loción hidratante de la maleta y apoyó el pie en el borde de la cama para empezar a aplicarse el producto en las piernas. Si se hubiera tratado de cualquier otro hombre, ni siquiera habría pensado en él. Al fin y al cabo, hacía sólo un día que su relación con Darién había terminado. Y ella había volado hasta allí para intentar salvar aquella relación.
Estaba en un país extranjero y, por supuesto, eso favorecía el que encontrara interesante a un tipo como Seiya Kou. Quizá incluso un poco exótico. Aquel acento, el sonido de su nombre en los labios, la forma en la que había fijado la mirada en su boca y en sus ojos… Pero desear a otro hombre en aquel momento sería una pérdida de tiempo. Había ido hasta allí para salvar su relación con Darién. Al fin y al cabo, Darién y ella estaban hechos el uno para el otro.
Serena lo había sabido desde el primer momento. Durante toda su vida, había estado esperando que llegara el hombre perfecto. Incluso había hecho una lista de todos los atributos que debería encontrar en un hombre, y Darién cumplía hasta el último requisito.
La planificación y las listas detalladas habían sido una de las especialidades de Serena desde que era adolescente. Probablemente, cualquier psicólogo le diría que aquélla había sido su manera de enfrentarse a su caótica infancia. Habla crecido en una casa diminuta con cinco hermanos mayores y unos padres que apenas controlaban a los chicos.
De modo que Serena buscaba refugio muchas veces en casa de su abuela, en la que todo estaba limpio y ordenado. Una casa en la que era posible hablar de asuntos importantes, como los planes que tenía para su vida. Su abuela la había animado a escribir un diario.
—Sólo cuando las escribes, las cosas se hacen realidad —le había dicho su abuela.
Más adelante, a medida que hablan ido realizándose cada uno de sus sueños. Serena había ido poniéndoles una marca en el diario, indicando que ya estaban cumplidos.
Dejó el frasco de loción en la cama y se puso a deshacer el equipaje. Encontró las píldoras anticonceptivas en el bolsillo de unos pantalones y se metió una en la boca. Darién y ella volverían a estar juntos. No podía perder la fe en ello.
Al pasar por los ventanales de una de las paredes, la corriente la hizo estremecerse. Tomó una cerilla de la repisa de la chimenea y prendió el papel arrugado que habían dejado preparado bajo los troncos. El calor del fuego comenzó a caldear su piel y un intenso olor a madera quemada se extendió en el aire. Pero, al mismo tiempo, la habitación comenzó a llenarse de humo. Serena comprendió que no había abierto el tiro de la chimenea y buscó rápidamente un tirador o una palanca.
No encontró nada en la parte exterior de la chimenea y era imposible verla por dentro por culpa del humo. Corrió a la ventana, la abrió y se quitó la toalla en la que estaba envuelta para comenzar a ventilar la habitación.
Pero continuaba saliendo humo de la chimenea, así que comenzó a golpear el fuego con la toalla húmeda. Y ya casi había conseguido apagarlo cuando se activó la alarma.
Un segundo después, Seiya Kou entraba en la habitación con un extintor en la mano. Serena soltó un grito mientras intentaba ocultar su cuerpo desnudo detrás de la toalla achicharrada.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —con tres grandes zancadas, Seiya se acercó hasta la chimenea y apagó los restos del fuego con el extintor. Se volvió preocupado hacia ella—. ¿Está usted bien?
—Sí —contestó Serena—. Pero… ¿cómo se les ha ocurrido dejar la chimenea preparada sin abrir el tiro?
Seiya la miró fijamente, y comenzó a deslizar la mirada por su cuerpo. Serena apretó la toalla con fuerza contra su pecho.
—¿Cómo se le ocurre a alguien encender una chimenea sin comprobar antes si estaba el tiro abierto?
—Hacía… mucho frío —replicó ella.
—La ventana está abierta.
Cruzó la habitación y la cerró. Serena fue correteando hasta la pared más cercana para apoyarse contra ella. Seiya agarró la colcha de la cama y se la tendió. Vacilante, Serena dio un paso al frente. Seiya la cubrió con la colcha.
—Supongo que tendré que darle otra habitación —musitó mientras le frotaba delicadamente los brazos—. No puede dormir aquí.
—Lo siento —contestó ella, arriesgándose a mirarle.
Las lágrimas de frustración que habían comenzado a acumularse en sus ojos amenazaban con desbordarse. Estaba cansada, tenía frío, su vida se había convertido en un auténtico desastre y lo único que de verdad le apetecía era arrastrarse hasta la cama y pasarse dos días llorando.
Seiya bajó la mirada y sus ojos se encontraron. Serena abrió la boca para hablar, para disculparse por
su estado emocional, pero de pronto, era incapaz de recordar lo que pretendía decir. Se oyó tomar aire mientras la mirada de Seiya descendía hasta sus labios. Supo lo que estaba a punto de pasar y, sencillamente, se limitó a esperar.
—¿Está segura de que está bien? —preguntó Seiya, inclinándose hacia ella.
A Serena comenzó a latirle violentamente el corazón. Cerró los ojos, intentando mantener la compostura. Pero Seiya interpretó su reacción como un gesto de aliento y, casi inmediatamente, cubrió sus labios. No fue el típico primer beso, torpe y un poco vacilante, sino que la besó como si llevara años haciéndolo. Se apoderó de su boca como si siempre le hubiera pertenecido, acariciándole la lengua con la suya e invitándola a responder.
El beso pareció prolongarse durante una eternidad. Iba haciéndose más apasionado y más profundo a medida que continuaba. Serena no podía recordar la última vez que la habían besado de aquella manera, con tan temerario abandono y desinhibida intensidad. Sintió sus manos deslizándose por sus hombros y caderas y gimió mientras presionaba las caderas contra él. Seiya enmarcó su rostro con las manos. Ella no quería que aquello terminara, no quería que el placer que brotaba de lo más profundo de su cuerpo se detuviera, pero, al mismo tiempo, sabía que besar a un desconocido llevando solamente una colcha encima era un error.
Cuando por fin se apartó, tragó saliva, tomó aire y abrió los ojos. Descubrió a Seiya mirándola fijamente, con expresión de absoluta perplejidad.
—Dios mío —musitó. Retrocedió y se pasó la mano por el pelo—. Qué demonios…
Serena tragó saliva y sujetó con fuerza la colcha contra ella.
—¿Por… por qué ha hecho eso?
—No lo sé —contestó—. Sólo… —maldijo suavemente—. No lo sé. ¿No quería que lo hiciera? Porque tenía la sensación de que sí. ¿O acaso me he equivocado?
—No —respondió Serena—. Quiero decir, sí. Solamente me ha sorprendido, eso es todo. No… no me lo esperaba.
—¿Pero le ha gustado? Por favor, dígame si le ha gustado.
Serena pensó durante unos segundos la respuesta. ¿Debería decirle la verdad?
—Sí —dijo por fin.
—Estupendo —una sonrisa curvó sus labios—. Supongo que tendré que dejar que se vista —miró a su alrededor—. No va a volver a encender ningún fuego, ¿verdad, señorita Tsukino?
Serena negó con la cabeza.
—No, ahora no. Y no me llame señorita Tsukino. Porque teniendo en cuenta que acaba de… bueno, ya sabe. Llámame Serena —le tuteó.
—De acuerdo. Bueno, deja el fuego para más tarde, Serena —le dijo y asintió—. Si tienes hambre, tengo preparada la cena. Y después te daré otra habitación. Más caliente —arrugó la nariz—. Y que no huela a humo.
—Gracias —contestó Serena.
Seiya retrocedió, pero antes alargó la mano para retirarle un mechón de pelo de los ojos. Cuando la puerta se cerró tras él. Serena se dejó caer en la cama. La habitación continuaba oliendo a humo y, por un instante, se preguntó si lo que había pasado no habría sido una mala pasada de su fantasía.
Se llevó la mano a los labios y los encontró húmedos. ¿Cómo se suponía que tenía que reaccionar ante aquel inquietante giro de los acontecimientos? No se sentía indignada ni ofendida. Y tampoco culpable o avergonzada. La verdad era que había experimentado una sensación muy agradable, una sensación que llevaba mucho tiempo sin experimentar.
Definitivamente, había una fuerte atracción entre ellos. ¿Pero qué mujer no se sentiría atraída por un hombre como él? Seiya Kou era innegablemente atractivo. Y muy distinto de…. bueno, de Darién.
Su relación con Darién no había sido del todo perfecta. La verdad era que últimamente era una relación bastante rutinaria. Hacía meses que no se le aceleraba el corazón al verle, hacía meses que no la besaba con aquella pasión. Y de pronto, un irlandés desconocido conseguía las dos cosas en sólo unos minutos.
Serena se levantó de la cama y buscó en la maleta algo bonito que ponerse. No había anticipado ninguna experiencia de aquel tipo en aquel viaje, de modo que sólo se había llevado pantalones, camisetas y jerséis. Se decidió al final por un par de pantalones negros y una blusa blanca casi transparente. Para añadir un toque de interés, se puso un sujetador negro debajo. Sacó el secador y se metió en el baño para prepararse.
Media hora después, se miraba con ojo crítico en el espejo y suspiraba ante la imagen que éste le devolvía. ¿Qué demonios estaba esperando? ¡Aquello era una locura! ¿Pretendía seducir a ese hombre durante la cena? Agarró un pañuelo, se limpió el lápiz de labios y se recogió el pelo con un pañuelo de seda.
—Estás enamorada de Darién —se recordó—. Y él todavía te quiere, aunque no lo sepa.
La posada estaba en completo silencio mientras bajaba las escaleras. El fuego crepitaba en la chimenea del salón, que cruzó buscando el comedor. Pero cuando lo encontró, lo descubrió vacío y a oscuras.
—He pensado que podríamos comer en la cocina. Hace más calor que aquí.
Serena alzó la mirada y descubrió una silueta en sombras en el marco de la puerta. El corazón se le aceleró en el pecho y maldijo para sí por aquella reacción. Muy bien, reconoció, definitivamente, había chispa entre ellos. Pero eso no quería decir que hubiera que provocar un incendio.
—Por supuesto. Y gracias.
—¿Gracias por qué?
—Por haberme invitado a cenar.
—Todavía no has probado mi comida —contestó él riendo.
A diferencia del resto de la casa, la cocina era una habitación luminosa y moderna, con encimeras de granito y electrodomésticos de acero. Pero una antigua chimenea de piedra albergaba un fuego resplandeciente alimentado con turba. Serena se acercó hasta la chimenea y extendió las manos.
—¿Por qué hace tanto frío aquí? Los inviernos de Chicago son terribles, pero nunca he pasado tanto frío.
—Vivimos rodeados de mar. Es la humedad —le explicó Seiya. Sacó un taburete de debajo de la mesa que ocupaba el centro de la cocina e hizo un gesto con la cabeza—. Siéntate.
Serena se sentó en el taburete y miró a Seiya, que comenzó a moverse por la cocina. Se alegró de ver que se había limitado a preparar unos sándwiches.
—¿Siempre cocinas para los huéspedes? —le preguntó.
Seiya negó con la cabeza.
—Nunca. Cuando tenemos huéspedes, Lita Kino se encarga de preparar los desayunos. No servimos más comidas.
Serena apoyó la barbilla en la mano.
—¿Entonces por qué lo estás haciendo ahora?
Seiya alzó la mirada hacia ella y le dirigió una sonrisa devastadora.
—Después de todo lo que has pasado hoy, imaginaba que lo necesitabas. Y la única alternativa que tenías era ir al Jolly Farmer, un pub ruidoso, cargado de humo y lleno de tipos que no han visto a una mujer tan guapa como tú desde hace años.
Serena se sonrojó intensamente. Estaba tan poco acostumbrada a los cumplidos, que no supo cómo tomarse aquél.
—¿Qué te ha traído por aquí? —le preguntó Seiya.
Serena vaciló un instante. No quería decirle la verdad.
—Una historia familiar —le respondió rápidamente—. Mi abuela, Luna Tsukino, vino a la isla hace muchos años. Me habló de ella y decidí venir a conocerla.
—En realidad, no hay mucho que ver —contestó Seiya—. Hay algunas tiendas en el pueblo y un círculo de piedras en el oeste de la isla. Pero la mayor parte de la gente viene por el manantial del Druida.
—Sí, mi abuela también me habló de él —alzó la mirada y le descubrió mirándola fijamente.
—Más allá del círculo de piedras, es lo único que le da alguna fama a Trall.
—Tenía entendido que también tú eras famoso. Por lo menos eso es lo que me dijo el capitán Artemis.
—Eso son tonterías —replicó Seiya—. En cuanto a lo de manantial, es una leyenda estúpida que trae turistas a la isla. Por eso nadie la discute.
—Pero todo el mundo la conoce.
—Supongo que sí —dijo Seiya—. Todo el mundo saca algún beneficio de ella. No somos muchos habitantes en la isla, así que agradecemos las visitas. Ahora mismo sólo viven aquí unas quinientas personas. Somos como una gran familia. Una familia un tanto disfuncional, pero familia al fin y al cabo —le tendió un plato con un sándwich y una taza de sopa—. ¿Te gusta la cerveza? También tengo vino, o agua.
—Prefiero una cerveza —contestó Serena.
Seiya abrió una botella y se la colocó delante, después abrió otra, y bebió un largo trago. Tenía unas manos bonitas. Serena siempre había pensado que las manos aportaban mucha información sobre un hombre. Tenía los dedos largos, la clase de dedos capaces de acariciar a una mujer.
—¿Has dicho que eras de Chicago?
Serena tragó saliva.
—Eh… sí.
—La ciudad del viento.
—Exacto. ¿Has estado alguna vez en Chicago?
—Sí —contestó Seiya—. Y me acuerdo del lago. Un lago enorme. Tan grande, que no se podía ver el otro lado ni siquiera desde lo alto de un edificio.
—Sí, es el lago Michigan —dijo Serena antes de darle un mordisco a su sándwich—. ¿Y qué hacías tú en Chicago?
—Fue un viaje de trabajo —musitó él. Fijó la mirada en la etiqueta de la botella y comenzó a rascarla con el dedo—. Me pareció un lugar muy excitante.
Serena se aclaró la garganta, decidida a cambiar el rumbo de la conversación.
—Cuéntame algo más de ese manantial.
—Dicen que el agua está bendecida por los druidas —le explicó—, aunque ahora mismo sólo tenemos una druida en la isla y yo tengo serias dudas sobre sus poderes. Dicen que, si dos personas beben esa agua de la misma copa, se amarán eternamente.
—¿De verdad?
Seiya asintió.
—Las parejas suelen venir aquí antes de acudir a un consejero matrimonial. Y también vienen algunas de luna de miel.
—¿Y tú sabes dónde está el manantial? —preguntó Serena.
—En realidad, hay manantiales por toda la isla —la miró de reojo—. Ese manantial no existe. Es sólo una leyenda.
Serena bebió un sorbo de cerveza.
—Pero si no existe, ¿por qué sigue viniendo la gente?
—Si tuvieras oportunidad de conseguir el amor eterno, ¿no intentarías buscarlo? —rió suavemente.
—Así que, en realidad, nadie sabe dónde está.
—Oh, estoy convencido de que hay personas que creen haberlo encontrado. Pero yo no he visto nunca ninguna prueba de que el agua de esta isla sirva para algo más que para saciar la sed.
Sonrió y a Serena le dio un vuelco el corazón. La isla estaba comenzando a operar su magia sobre ella. Se sentía de pronto viva y desinhibida, como si fuera posible cualquier cosa. Quería levantarse de un salto y volver a besar a Seiya Kou. Los dedos le dolían de las ganas de acariciar su pelo revuelto y su cuerpo anhelaba su calor. Sencillamente, había demasiadas cosas en aquel hombre que le resultaban atractivas.
—¿Cómo está el sándwich? —le preguntó Seiya.
—Muy bueno —contestó, con la firme convicción de que las cosas todavía podían mejorar mucho antes de que la noche terminara.
Reprodujo mentalmente la imagen de aquel hombre y recordó cómo había reaccionado al mirarlo a los ojos. Por supuesto, había hombres atractivos en todo el planeta, pero, de alguna manera, el destino parecía haber bendecido la isla de Trall con un ejemplar particularmente notable. ¿Pero qué hacía uno de los solteros más codiciados de Irlanda viviendo allí?
Sonrió mientras se sentaba en el borde de la cama, envuelta en la toalla. En su trabajo, había estudiado miles de fotografías de hombres intentando averiguar qué era lo que hacía que un hombre apenas resultara atractivo y otro fuera devastadoramente sexy.
Seiya pertenecía a la última categoría. Sus facciones estaban perfectamente equilibradas. No, no era un hombre guapo, era un hombre maravilloso. Y no solamente por la nariz recta, la boca expresiva o aquellos ojos azul zafiro. Era también su manera de vestir, aquel aspecto ligeramente desaliñado que hacía que no pareciera consciente del efecto que tenía en las mujeres.
No se había afeitado desde hacía dos o tres días y, en lo referente a peinarse, parecía preferir sus propias manos a un buen peine.
Serena sacó un frasco de loción hidratante de la maleta y apoyó el pie en el borde de la cama para empezar a aplicarse el producto en las piernas. Si se hubiera tratado de cualquier otro hombre, ni siquiera habría pensado en él. Al fin y al cabo, hacía sólo un día que su relación con Darién había terminado. Y ella había volado hasta allí para intentar salvar aquella relación.
Estaba en un país extranjero y, por supuesto, eso favorecía el que encontrara interesante a un tipo como Seiya Kou. Quizá incluso un poco exótico. Aquel acento, el sonido de su nombre en los labios, la forma en la que había fijado la mirada en su boca y en sus ojos… Pero desear a otro hombre en aquel momento sería una pérdida de tiempo. Había ido hasta allí para salvar su relación con Darién. Al fin y al cabo, Darién y ella estaban hechos el uno para el otro.
Serena lo había sabido desde el primer momento. Durante toda su vida, había estado esperando que llegara el hombre perfecto. Incluso había hecho una lista de todos los atributos que debería encontrar en un hombre, y Darién cumplía hasta el último requisito.
La planificación y las listas detalladas habían sido una de las especialidades de Serena desde que era adolescente. Probablemente, cualquier psicólogo le diría que aquélla había sido su manera de enfrentarse a su caótica infancia. Habla crecido en una casa diminuta con cinco hermanos mayores y unos padres que apenas controlaban a los chicos.
De modo que Serena buscaba refugio muchas veces en casa de su abuela, en la que todo estaba limpio y ordenado. Una casa en la que era posible hablar de asuntos importantes, como los planes que tenía para su vida. Su abuela la había animado a escribir un diario.
—Sólo cuando las escribes, las cosas se hacen realidad —le había dicho su abuela.
Más adelante, a medida que hablan ido realizándose cada uno de sus sueños. Serena había ido poniéndoles una marca en el diario, indicando que ya estaban cumplidos.
Dejó el frasco de loción en la cama y se puso a deshacer el equipaje. Encontró las píldoras anticonceptivas en el bolsillo de unos pantalones y se metió una en la boca. Darién y ella volverían a estar juntos. No podía perder la fe en ello.
Al pasar por los ventanales de una de las paredes, la corriente la hizo estremecerse. Tomó una cerilla de la repisa de la chimenea y prendió el papel arrugado que habían dejado preparado bajo los troncos. El calor del fuego comenzó a caldear su piel y un intenso olor a madera quemada se extendió en el aire. Pero, al mismo tiempo, la habitación comenzó a llenarse de humo. Serena comprendió que no había abierto el tiro de la chimenea y buscó rápidamente un tirador o una palanca.
No encontró nada en la parte exterior de la chimenea y era imposible verla por dentro por culpa del humo. Corrió a la ventana, la abrió y se quitó la toalla en la que estaba envuelta para comenzar a ventilar la habitación.
Pero continuaba saliendo humo de la chimenea, así que comenzó a golpear el fuego con la toalla húmeda. Y ya casi había conseguido apagarlo cuando se activó la alarma.
Un segundo después, Seiya Kou entraba en la habitación con un extintor en la mano. Serena soltó un grito mientras intentaba ocultar su cuerpo desnudo detrás de la toalla achicharrada.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —con tres grandes zancadas, Seiya se acercó hasta la chimenea y apagó los restos del fuego con el extintor. Se volvió preocupado hacia ella—. ¿Está usted bien?
—Sí —contestó Serena—. Pero… ¿cómo se les ha ocurrido dejar la chimenea preparada sin abrir el tiro?
Seiya la miró fijamente, y comenzó a deslizar la mirada por su cuerpo. Serena apretó la toalla con fuerza contra su pecho.
—¿Cómo se le ocurre a alguien encender una chimenea sin comprobar antes si estaba el tiro abierto?
—Hacía… mucho frío —replicó ella.
—La ventana está abierta.
Cruzó la habitación y la cerró. Serena fue correteando hasta la pared más cercana para apoyarse contra ella. Seiya agarró la colcha de la cama y se la tendió. Vacilante, Serena dio un paso al frente. Seiya la cubrió con la colcha.
—Supongo que tendré que darle otra habitación —musitó mientras le frotaba delicadamente los brazos—. No puede dormir aquí.
—Lo siento —contestó ella, arriesgándose a mirarle.
Las lágrimas de frustración que habían comenzado a acumularse en sus ojos amenazaban con desbordarse. Estaba cansada, tenía frío, su vida se había convertido en un auténtico desastre y lo único que de verdad le apetecía era arrastrarse hasta la cama y pasarse dos días llorando.
Seiya bajó la mirada y sus ojos se encontraron. Serena abrió la boca para hablar, para disculparse por
su estado emocional, pero de pronto, era incapaz de recordar lo que pretendía decir. Se oyó tomar aire mientras la mirada de Seiya descendía hasta sus labios. Supo lo que estaba a punto de pasar y, sencillamente, se limitó a esperar.
—¿Está segura de que está bien? —preguntó Seiya, inclinándose hacia ella.
A Serena comenzó a latirle violentamente el corazón. Cerró los ojos, intentando mantener la compostura. Pero Seiya interpretó su reacción como un gesto de aliento y, casi inmediatamente, cubrió sus labios. No fue el típico primer beso, torpe y un poco vacilante, sino que la besó como si llevara años haciéndolo. Se apoderó de su boca como si siempre le hubiera pertenecido, acariciándole la lengua con la suya e invitándola a responder.
El beso pareció prolongarse durante una eternidad. Iba haciéndose más apasionado y más profundo a medida que continuaba. Serena no podía recordar la última vez que la habían besado de aquella manera, con tan temerario abandono y desinhibida intensidad. Sintió sus manos deslizándose por sus hombros y caderas y gimió mientras presionaba las caderas contra él. Seiya enmarcó su rostro con las manos. Ella no quería que aquello terminara, no quería que el placer que brotaba de lo más profundo de su cuerpo se detuviera, pero, al mismo tiempo, sabía que besar a un desconocido llevando solamente una colcha encima era un error.
Cuando por fin se apartó, tragó saliva, tomó aire y abrió los ojos. Descubrió a Seiya mirándola fijamente, con expresión de absoluta perplejidad.
—Dios mío —musitó. Retrocedió y se pasó la mano por el pelo—. Qué demonios…
Serena tragó saliva y sujetó con fuerza la colcha contra ella.
—¿Por… por qué ha hecho eso?
—No lo sé —contestó—. Sólo… —maldijo suavemente—. No lo sé. ¿No quería que lo hiciera? Porque tenía la sensación de que sí. ¿O acaso me he equivocado?
—No —respondió Serena—. Quiero decir, sí. Solamente me ha sorprendido, eso es todo. No… no me lo esperaba.
—¿Pero le ha gustado? Por favor, dígame si le ha gustado.
Serena pensó durante unos segundos la respuesta. ¿Debería decirle la verdad?
—Sí —dijo por fin.
—Estupendo —una sonrisa curvó sus labios—. Supongo que tendré que dejar que se vista —miró a su alrededor—. No va a volver a encender ningún fuego, ¿verdad, señorita Tsukino?
Serena negó con la cabeza.
—No, ahora no. Y no me llame señorita Tsukino. Porque teniendo en cuenta que acaba de… bueno, ya sabe. Llámame Serena —le tuteó.
—De acuerdo. Bueno, deja el fuego para más tarde, Serena —le dijo y asintió—. Si tienes hambre, tengo preparada la cena. Y después te daré otra habitación. Más caliente —arrugó la nariz—. Y que no huela a humo.
—Gracias —contestó Serena.
Seiya retrocedió, pero antes alargó la mano para retirarle un mechón de pelo de los ojos. Cuando la puerta se cerró tras él. Serena se dejó caer en la cama. La habitación continuaba oliendo a humo y, por un instante, se preguntó si lo que había pasado no habría sido una mala pasada de su fantasía.
Se llevó la mano a los labios y los encontró húmedos. ¿Cómo se suponía que tenía que reaccionar ante aquel inquietante giro de los acontecimientos? No se sentía indignada ni ofendida. Y tampoco culpable o avergonzada. La verdad era que había experimentado una sensación muy agradable, una sensación que llevaba mucho tiempo sin experimentar.
Definitivamente, había una fuerte atracción entre ellos. ¿Pero qué mujer no se sentiría atraída por un hombre como él? Seiya Kou era innegablemente atractivo. Y muy distinto de…. bueno, de Darién.
Su relación con Darién no había sido del todo perfecta. La verdad era que últimamente era una relación bastante rutinaria. Hacía meses que no se le aceleraba el corazón al verle, hacía meses que no la besaba con aquella pasión. Y de pronto, un irlandés desconocido conseguía las dos cosas en sólo unos minutos.
Serena se levantó de la cama y buscó en la maleta algo bonito que ponerse. No había anticipado ninguna experiencia de aquel tipo en aquel viaje, de modo que sólo se había llevado pantalones, camisetas y jerséis. Se decidió al final por un par de pantalones negros y una blusa blanca casi transparente. Para añadir un toque de interés, se puso un sujetador negro debajo. Sacó el secador y se metió en el baño para prepararse.
Media hora después, se miraba con ojo crítico en el espejo y suspiraba ante la imagen que éste le devolvía. ¿Qué demonios estaba esperando? ¡Aquello era una locura! ¿Pretendía seducir a ese hombre durante la cena? Agarró un pañuelo, se limpió el lápiz de labios y se recogió el pelo con un pañuelo de seda.
—Estás enamorada de Darién —se recordó—. Y él todavía te quiere, aunque no lo sepa.
La posada estaba en completo silencio mientras bajaba las escaleras. El fuego crepitaba en la chimenea del salón, que cruzó buscando el comedor. Pero cuando lo encontró, lo descubrió vacío y a oscuras.
—He pensado que podríamos comer en la cocina. Hace más calor que aquí.
Serena alzó la mirada y descubrió una silueta en sombras en el marco de la puerta. El corazón se le aceleró en el pecho y maldijo para sí por aquella reacción. Muy bien, reconoció, definitivamente, había chispa entre ellos. Pero eso no quería decir que hubiera que provocar un incendio.
—Por supuesto. Y gracias.
—¿Gracias por qué?
—Por haberme invitado a cenar.
—Todavía no has probado mi comida —contestó él riendo.
A diferencia del resto de la casa, la cocina era una habitación luminosa y moderna, con encimeras de granito y electrodomésticos de acero. Pero una antigua chimenea de piedra albergaba un fuego resplandeciente alimentado con turba. Serena se acercó hasta la chimenea y extendió las manos.
—¿Por qué hace tanto frío aquí? Los inviernos de Chicago son terribles, pero nunca he pasado tanto frío.
—Vivimos rodeados de mar. Es la humedad —le explicó Seiya. Sacó un taburete de debajo de la mesa que ocupaba el centro de la cocina e hizo un gesto con la cabeza—. Siéntate.
Serena se sentó en el taburete y miró a Seiya, que comenzó a moverse por la cocina. Se alegró de ver que se había limitado a preparar unos sándwiches.
—¿Siempre cocinas para los huéspedes? —le preguntó.
Seiya negó con la cabeza.
—Nunca. Cuando tenemos huéspedes, Lita Kino se encarga de preparar los desayunos. No servimos más comidas.
Serena apoyó la barbilla en la mano.
—¿Entonces por qué lo estás haciendo ahora?
Seiya alzó la mirada hacia ella y le dirigió una sonrisa devastadora.
—Después de todo lo que has pasado hoy, imaginaba que lo necesitabas. Y la única alternativa que tenías era ir al Jolly Farmer, un pub ruidoso, cargado de humo y lleno de tipos que no han visto a una mujer tan guapa como tú desde hace años.
Serena se sonrojó intensamente. Estaba tan poco acostumbrada a los cumplidos, que no supo cómo tomarse aquél.
—¿Qué te ha traído por aquí? —le preguntó Seiya.
Serena vaciló un instante. No quería decirle la verdad.
—Una historia familiar —le respondió rápidamente—. Mi abuela, Luna Tsukino, vino a la isla hace muchos años. Me habló de ella y decidí venir a conocerla.
—En realidad, no hay mucho que ver —contestó Seiya—. Hay algunas tiendas en el pueblo y un círculo de piedras en el oeste de la isla. Pero la mayor parte de la gente viene por el manantial del Druida.
—Sí, mi abuela también me habló de él —alzó la mirada y le descubrió mirándola fijamente.
—Más allá del círculo de piedras, es lo único que le da alguna fama a Trall.
—Tenía entendido que también tú eras famoso. Por lo menos eso es lo que me dijo el capitán Artemis.
—Eso son tonterías —replicó Seiya—. En cuanto a lo de manantial, es una leyenda estúpida que trae turistas a la isla. Por eso nadie la discute.
—Pero todo el mundo la conoce.
—Supongo que sí —dijo Seiya—. Todo el mundo saca algún beneficio de ella. No somos muchos habitantes en la isla, así que agradecemos las visitas. Ahora mismo sólo viven aquí unas quinientas personas. Somos como una gran familia. Una familia un tanto disfuncional, pero familia al fin y al cabo —le tendió un plato con un sándwich y una taza de sopa—. ¿Te gusta la cerveza? También tengo vino, o agua.
—Prefiero una cerveza —contestó Serena.
Seiya abrió una botella y se la colocó delante, después abrió otra, y bebió un largo trago. Tenía unas manos bonitas. Serena siempre había pensado que las manos aportaban mucha información sobre un hombre. Tenía los dedos largos, la clase de dedos capaces de acariciar a una mujer.
—¿Has dicho que eras de Chicago?
Serena tragó saliva.
—Eh… sí.
—La ciudad del viento.
—Exacto. ¿Has estado alguna vez en Chicago?
—Sí —contestó Seiya—. Y me acuerdo del lago. Un lago enorme. Tan grande, que no se podía ver el otro lado ni siquiera desde lo alto de un edificio.
—Sí, es el lago Michigan —dijo Serena antes de darle un mordisco a su sándwich—. ¿Y qué hacías tú en Chicago?
—Fue un viaje de trabajo —musitó él. Fijó la mirada en la etiqueta de la botella y comenzó a rascarla con el dedo—. Me pareció un lugar muy excitante.
Serena se aclaró la garganta, decidida a cambiar el rumbo de la conversación.
—Cuéntame algo más de ese manantial.
—Dicen que el agua está bendecida por los druidas —le explicó—, aunque ahora mismo sólo tenemos una druida en la isla y yo tengo serias dudas sobre sus poderes. Dicen que, si dos personas beben esa agua de la misma copa, se amarán eternamente.
—¿De verdad?
Seiya asintió.
—Las parejas suelen venir aquí antes de acudir a un consejero matrimonial. Y también vienen algunas de luna de miel.
—¿Y tú sabes dónde está el manantial? —preguntó Serena.
—En realidad, hay manantiales por toda la isla —la miró de reojo—. Ese manantial no existe. Es sólo una leyenda.
Serena bebió un sorbo de cerveza.
—Pero si no existe, ¿por qué sigue viniendo la gente?
—Si tuvieras oportunidad de conseguir el amor eterno, ¿no intentarías buscarlo? —rió suavemente.
—Así que, en realidad, nadie sabe dónde está.
—Oh, estoy convencido de que hay personas que creen haberlo encontrado. Pero yo no he visto nunca ninguna prueba de que el agua de esta isla sirva para algo más que para saciar la sed.
Sonrió y a Serena le dio un vuelco el corazón. La isla estaba comenzando a operar su magia sobre ella. Se sentía de pronto viva y desinhibida, como si fuera posible cualquier cosa. Quería levantarse de un salto y volver a besar a Seiya Kou. Los dedos le dolían de las ganas de acariciar su pelo revuelto y su cuerpo anhelaba su calor. Sencillamente, había demasiadas cosas en aquel hombre que le resultaban atractivas.
—¿Cómo está el sándwich? —le preguntó Seiya.
—Muy bueno —contestó, con la firme convicción de que las cosas todavía podían mejorar mucho antes de que la noche terminara.
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
Capitulo 2
Era preciosa. Quizá la mujer más guapa que había conocido nunca. Seiya la observó beber un sorbo de vino y se recostó contra el sofá en el que estaba sentado.
Después de cenar, se habían trasladado al salón. Seiya había abierto una botella de cabernet y había reavivado el fuego de la chimenea, agradeciendo no tener otros huéspedes a los que atender. En aquel momento, quería concentrar toda su atención en Serena.
No se parecía a ninguna de las mujeres que había conocido. Después de toda la publicidad que había seguido a su elección como uno de los hombres más codiciados de Irlanda, le había costado conocer a mujeres que estuvieran realmente interesadas en él y no en su dinero.
De hecho, cuando tenía una cita, gastaba toda su energía intentando discernir los verdaderos motivos de la mujer en cuestión para salir con él.
Había conseguido mantener una relación seria con una mujer con la que había llegado a pensar que podría casarse. Pero en el momento en el que había descubierto que Seiya estaba pensando vender su negocio y trasladarse a Trall, ella le había dejado por un jugador de fútbol.
Para Serena, él sólo era el dueño de una posada, y eso le gustaba.
—¿Cuánto tiempo piensas quedarte aquí?
Serena bebió un sorbo de vino y respiró profundamente.
—Un día o dos. Quiero conocer la isla.
—Estoy seguro de que te sentirás bien en este lugar.
—Sí, yo también lo creo —se tapó la boca para disimular un bostezo y le miró con expresión de disculpa—. Lo siento. No soy capaz de mantener los ojos abiertos. Creo que debería irme a dormir.
Seiya no estaba ansioso por poner fin a la velada, pero sentía curiosidad por saber cómo terminaría. ¿Le permitiría darle otro beso? Se levantó y le tendió la mano.
—Vamos entonces. Te ayudaré a trasladar tu equipaje.
Seiya tomó su mano y la ayudó a levantarse. Serena se meció ligeramente. Seiya no estaba seguro de si por el cansancio o por el vino. La ayudó a mantener el equilibro y ella se inclinó contra él, apoyando la cabeza en su pecho.
—Estás caliente —musitó ella—. A lo mejor debería llevarte a mi habitación y olvidarme de la chimenea.
Seiya la abrazó y le acarició la espalda. Notó que la respiración de Serena iba haciéndose más queda, más lenta, y comprendió que se estaba quedando dormida de pie. Cuando advirtió que comenzaban a doblársele las rodillas, la levantó en brazos.
Serena abrió los ojos de repente y preguntó sorprendida:
—¿Qué haces?
—Te estoy llevando a tu habitación —dijo Seiya, comenzando a subir las escaleras—. Estás casi dormida y no sé si podrás subir por tu propio pie.
Con un suspiro. Serena se acurrucó en su abrazo.
—Creo que el servicio del hotel es realmente maravilloso —dijo, apoyando la cabeza en su hombro—. Voy a recomendárselo a todas mis amigas.
Seiya la llevó a una habitación situada en el otro extremo del pasillo y abrió la puerta con el pie. Había colocado un radiador en una esquina y había encendido la chimenea, de modo que la habitación estaba caliente cuando entraron. En cualquier caso, esperaba que Serena no lo notara y repitiera la invitación que le había hecho antes.
La dejó al lado de la cama, pero Serena continuaba aferrándose a su cuello. Y cuando alzó el rostro hacia él, Seiya hizo lo que había estado deseando hacer durante toda la noche. Cubrió su boca con los labios y disfrutó de su sabor. Serena respondió sin vacilar, deslizando la lengua en su boca y ofreciéndole en silencio mucho más que un beso.
La atracción que había entre ellos era innegable, pero Seiya no estaba seguro de cómo manejarla. Con cualquier otra mujer, se habría metido inmediatamente en la cama y habría hecho el amor durante toda la noche. ¡Pero Serena Tsukino era su huésped! Y estaba también el hechizo de Mina. Si tenía algo que ver con aquella atracción, no sabía de qué manera podía estar afectándole al juicio.
Aun así, no fue capaz de resistirse a la tentación de disfrutar con ella unos segundos más. Posó las manos sobre su cuerpo y las deslizó por debajo de la blusa de seda para acariciar su piel. Ella se inclinó hacia delante, invitándole a continuar su exploración.
Seiya le desabrochó lentamente los botones de la blusa, fue abriéndolos uno a uno e inclinándose para besar cada centímetro de piel desnuda que dejaba al descubierto. Se sentó en la cama y la colocó entre sus piernas. Buscó su vientre cálido y suave con los labios y abarcó la cintura con sus manos mientras la besaba. Serena hundió las manos en su pelo y fue guiando su cabeza para que besara su piel. Echó la cabeza hacia atrás en el instante en el que los labios de Seiya llenaron de besos su cuerpo.
Un instante después, estaban los dos en la cama, hechos un nudo de piernas y brazos. Seiya se concentró completamente en aquel placer, en la maravilla de explorar aquel cuerpo con labios y manos, inhalando la esencia de Serena y deleitándose en los sonidos que escapaban de su boca con cada una de sus caricias.
Entrelazó los dedos con los suyos, le hizo alzar los brazos por encima de la cabeza y fijó la mirada en su rostro:
—¿Estás segura de que quieres que sigamos?
Serena no abrió los ojos: se limitó a sonreír.
—Sí.
—Mírame —le pidió Seiya. Serena obedeció y se quedaron mirándose fijamente los dos.
—¿Te gustaría dormir? —le preguntó.
—Sí —contestó ella.
Seiya dio media vuelta, se levantó y permaneció al lado de la cama. Si iba a disfrutar de una noche de pasión con Serena Tsukino, quería que fuera una noche que ambos recordaran, una noche que durara más que una hora o dos. Se inclinó hacia delante para arroparla.
—Mañana me darás las gracias —susurró mientras le quitaba los zapatos—. Y no te equivoques conmigo. Me gusta el sexo, pero soy capaz de controlar mis impulsos. Aunque mentiría si dijera que no me está matando tener que salir de este dormitorio —le abrochó con mucho cuidado la blusa—. Estoy seguro de que esta noche no voy a poder dormir.
Se inclinó y rozó sus labios con un beso.
—Lo dejaremos para otro momento.
—Sí, para otro momento —susurró ella con una sonrisa.
Seiya abandonó el dormitorio, cerró la puerta tras él y cruzó el pasillo hasta llegar a las escaleras. Al pasar por el salón, agarró la copa de vino y la botella vacía antes de dirigirse a la cocina.
Aunque era tarde, no estaba cansado y le extrañaría ser capaz de dormir. O de pasar toda la noche encerrado en su habitación, pensando en la preciosidad que tenía en el piso de arriba y sabiendo que, si quería, podría entrar en la habitación y meterse con ella en la cama.
—¿Ha resultado ser una mujer desenfrenada y salvaje?
Seiya giró sobre sus talones y descubrió a Mina en el marco de la puerta. Llevaba una túnica blanca atada con un cinturón y una corona de acebo en la cabeza.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí?
—Simple curiosidad —replicó. Cruzó la habitación y se colocó en frente de él—. Quería saber si mi hechizo había funcionado.
—No —mintió—. ¿De verdad esperabas que lo hiciera?
Mina frunció el ceño y lo miró fijamente, como si le estuviera intentado leer el pensamiento.
—¿Por qué no crees en mis poderes, Seiya? Son auténticos.
—Mina, es tarde y necesito dormir. Vete a tu casa.
—No puedo. Tengo que ir al círculo de piedras a hacer un conjuro. Maggie Foley quiere tener nietos y me está pagando para que haga rituales de la fertilidad durante una semana para sus tres hijas.
—Pero has preferido venir aquí a molestarme.
—Si no crees en la magia, es imposible que funcione —alargó la mano hacia su bolso, sacó una botella y la abrió—. Toma, es posible que te venga bien. Vas a necesitar toda la ayuda que puedas encontrar.
—¿Qué es esto?
—Agua del manantial del Druida. Utilízala. Si no encuentras pronto a una mujer, creo que terminarás volviéndote loco.
—Tanto tú como el resto de los habitantes de Trall son los culpables. Tú fuiste la que me propuso como candidato a Soltero más Codiciado. Pensaste que serviría para hacer publicidad de Trall, pero lo único que conseguisteis fue arruinar mi vida social.
—El agua podría cambiar eso —dijo Mina.
—No hay ningún manantial del Druida. Seguro que esa agua es del grifo de tu casa.
Vació la botella de agua en el fregadero y se la devolvió.
Mina se encogió de hombros.
—Muy bien, como tú quieras —se volvió hacia la puerta.
—¿Vas a revocar el hechizo? —le preguntó Seiya.
Mina se volvió lentamente hacia él con una sonrisa de satisfacción.
—Crees en mis poderes, pero no quieres admitirlo. Yo ya he hecho mi trabajo, el resto, depende de ti.
Y, sin más, se marchó. Seiya rió para así. Así que a lo mejor había algo de verdad en el hechizo de Mina. Dejaría que Serena descansara del viaje y se recuperara de los efectos del vino durante esa noche. Pero al día siguiente, pensaba llegar hasta el fondo de la intensa atracción que se había despertado entre ellos. Y después averiguaría si realmente los supuestos poderes de Mina tenían algún efecto en él.
Era preciosa. Quizá la mujer más guapa que había conocido nunca. Seiya la observó beber un sorbo de vino y se recostó contra el sofá en el que estaba sentado.
Después de cenar, se habían trasladado al salón. Seiya había abierto una botella de cabernet y había reavivado el fuego de la chimenea, agradeciendo no tener otros huéspedes a los que atender. En aquel momento, quería concentrar toda su atención en Serena.
No se parecía a ninguna de las mujeres que había conocido. Después de toda la publicidad que había seguido a su elección como uno de los hombres más codiciados de Irlanda, le había costado conocer a mujeres que estuvieran realmente interesadas en él y no en su dinero.
De hecho, cuando tenía una cita, gastaba toda su energía intentando discernir los verdaderos motivos de la mujer en cuestión para salir con él.
Había conseguido mantener una relación seria con una mujer con la que había llegado a pensar que podría casarse. Pero en el momento en el que había descubierto que Seiya estaba pensando vender su negocio y trasladarse a Trall, ella le había dejado por un jugador de fútbol.
Para Serena, él sólo era el dueño de una posada, y eso le gustaba.
—¿Cuánto tiempo piensas quedarte aquí?
Serena bebió un sorbo de vino y respiró profundamente.
—Un día o dos. Quiero conocer la isla.
—Estoy seguro de que te sentirás bien en este lugar.
—Sí, yo también lo creo —se tapó la boca para disimular un bostezo y le miró con expresión de disculpa—. Lo siento. No soy capaz de mantener los ojos abiertos. Creo que debería irme a dormir.
Seiya no estaba ansioso por poner fin a la velada, pero sentía curiosidad por saber cómo terminaría. ¿Le permitiría darle otro beso? Se levantó y le tendió la mano.
—Vamos entonces. Te ayudaré a trasladar tu equipaje.
Seiya tomó su mano y la ayudó a levantarse. Serena se meció ligeramente. Seiya no estaba seguro de si por el cansancio o por el vino. La ayudó a mantener el equilibro y ella se inclinó contra él, apoyando la cabeza en su pecho.
—Estás caliente —musitó ella—. A lo mejor debería llevarte a mi habitación y olvidarme de la chimenea.
Seiya la abrazó y le acarició la espalda. Notó que la respiración de Serena iba haciéndose más queda, más lenta, y comprendió que se estaba quedando dormida de pie. Cuando advirtió que comenzaban a doblársele las rodillas, la levantó en brazos.
Serena abrió los ojos de repente y preguntó sorprendida:
—¿Qué haces?
—Te estoy llevando a tu habitación —dijo Seiya, comenzando a subir las escaleras—. Estás casi dormida y no sé si podrás subir por tu propio pie.
Con un suspiro. Serena se acurrucó en su abrazo.
—Creo que el servicio del hotel es realmente maravilloso —dijo, apoyando la cabeza en su hombro—. Voy a recomendárselo a todas mis amigas.
Seiya la llevó a una habitación situada en el otro extremo del pasillo y abrió la puerta con el pie. Había colocado un radiador en una esquina y había encendido la chimenea, de modo que la habitación estaba caliente cuando entraron. En cualquier caso, esperaba que Serena no lo notara y repitiera la invitación que le había hecho antes.
La dejó al lado de la cama, pero Serena continuaba aferrándose a su cuello. Y cuando alzó el rostro hacia él, Seiya hizo lo que había estado deseando hacer durante toda la noche. Cubrió su boca con los labios y disfrutó de su sabor. Serena respondió sin vacilar, deslizando la lengua en su boca y ofreciéndole en silencio mucho más que un beso.
La atracción que había entre ellos era innegable, pero Seiya no estaba seguro de cómo manejarla. Con cualquier otra mujer, se habría metido inmediatamente en la cama y habría hecho el amor durante toda la noche. ¡Pero Serena Tsukino era su huésped! Y estaba también el hechizo de Mina. Si tenía algo que ver con aquella atracción, no sabía de qué manera podía estar afectándole al juicio.
Aun así, no fue capaz de resistirse a la tentación de disfrutar con ella unos segundos más. Posó las manos sobre su cuerpo y las deslizó por debajo de la blusa de seda para acariciar su piel. Ella se inclinó hacia delante, invitándole a continuar su exploración.
Seiya le desabrochó lentamente los botones de la blusa, fue abriéndolos uno a uno e inclinándose para besar cada centímetro de piel desnuda que dejaba al descubierto. Se sentó en la cama y la colocó entre sus piernas. Buscó su vientre cálido y suave con los labios y abarcó la cintura con sus manos mientras la besaba. Serena hundió las manos en su pelo y fue guiando su cabeza para que besara su piel. Echó la cabeza hacia atrás en el instante en el que los labios de Seiya llenaron de besos su cuerpo.
Un instante después, estaban los dos en la cama, hechos un nudo de piernas y brazos. Seiya se concentró completamente en aquel placer, en la maravilla de explorar aquel cuerpo con labios y manos, inhalando la esencia de Serena y deleitándose en los sonidos que escapaban de su boca con cada una de sus caricias.
Entrelazó los dedos con los suyos, le hizo alzar los brazos por encima de la cabeza y fijó la mirada en su rostro:
—¿Estás segura de que quieres que sigamos?
Serena no abrió los ojos: se limitó a sonreír.
—Sí.
—Mírame —le pidió Seiya. Serena obedeció y se quedaron mirándose fijamente los dos.
—¿Te gustaría dormir? —le preguntó.
—Sí —contestó ella.
Seiya dio media vuelta, se levantó y permaneció al lado de la cama. Si iba a disfrutar de una noche de pasión con Serena Tsukino, quería que fuera una noche que ambos recordaran, una noche que durara más que una hora o dos. Se inclinó hacia delante para arroparla.
—Mañana me darás las gracias —susurró mientras le quitaba los zapatos—. Y no te equivoques conmigo. Me gusta el sexo, pero soy capaz de controlar mis impulsos. Aunque mentiría si dijera que no me está matando tener que salir de este dormitorio —le abrochó con mucho cuidado la blusa—. Estoy seguro de que esta noche no voy a poder dormir.
Se inclinó y rozó sus labios con un beso.
—Lo dejaremos para otro momento.
—Sí, para otro momento —susurró ella con una sonrisa.
Seiya abandonó el dormitorio, cerró la puerta tras él y cruzó el pasillo hasta llegar a las escaleras. Al pasar por el salón, agarró la copa de vino y la botella vacía antes de dirigirse a la cocina.
Aunque era tarde, no estaba cansado y le extrañaría ser capaz de dormir. O de pasar toda la noche encerrado en su habitación, pensando en la preciosidad que tenía en el piso de arriba y sabiendo que, si quería, podría entrar en la habitación y meterse con ella en la cama.
—¿Ha resultado ser una mujer desenfrenada y salvaje?
Seiya giró sobre sus talones y descubrió a Mina en el marco de la puerta. Llevaba una túnica blanca atada con un cinturón y una corona de acebo en la cabeza.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí?
—Simple curiosidad —replicó. Cruzó la habitación y se colocó en frente de él—. Quería saber si mi hechizo había funcionado.
—No —mintió—. ¿De verdad esperabas que lo hiciera?
Mina frunció el ceño y lo miró fijamente, como si le estuviera intentado leer el pensamiento.
—¿Por qué no crees en mis poderes, Seiya? Son auténticos.
—Mina, es tarde y necesito dormir. Vete a tu casa.
—No puedo. Tengo que ir al círculo de piedras a hacer un conjuro. Maggie Foley quiere tener nietos y me está pagando para que haga rituales de la fertilidad durante una semana para sus tres hijas.
—Pero has preferido venir aquí a molestarme.
—Si no crees en la magia, es imposible que funcione —alargó la mano hacia su bolso, sacó una botella y la abrió—. Toma, es posible que te venga bien. Vas a necesitar toda la ayuda que puedas encontrar.
—¿Qué es esto?
—Agua del manantial del Druida. Utilízala. Si no encuentras pronto a una mujer, creo que terminarás volviéndote loco.
—Tanto tú como el resto de los habitantes de Trall son los culpables. Tú fuiste la que me propuso como candidato a Soltero más Codiciado. Pensaste que serviría para hacer publicidad de Trall, pero lo único que conseguisteis fue arruinar mi vida social.
—El agua podría cambiar eso —dijo Mina.
—No hay ningún manantial del Druida. Seguro que esa agua es del grifo de tu casa.
Vació la botella de agua en el fregadero y se la devolvió.
Mina se encogió de hombros.
—Muy bien, como tú quieras —se volvió hacia la puerta.
—¿Vas a revocar el hechizo? —le preguntó Seiya.
Mina se volvió lentamente hacia él con una sonrisa de satisfacción.
—Crees en mis poderes, pero no quieres admitirlo. Yo ya he hecho mi trabajo, el resto, depende de ti.
Y, sin más, se marchó. Seiya rió para así. Así que a lo mejor había algo de verdad en el hechizo de Mina. Dejaría que Serena descansara del viaje y se recuperara de los efectos del vino durante esa noche. Pero al día siguiente, pensaba llegar hasta el fondo de la intensa atracción que se había despertado entre ellos. Y después averiguaría si realmente los supuestos poderes de Mina tenían algún efecto en él.
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
Serena se despertó lentamente y abrió los ojos en una habitación iluminada por el sol de la mañana. Al principio, no estaba segura de dónde estaba. Volvió a cerrar los ojos, convencida de que estaba soñando, pero se dio cuenta de que no estaba dormida. Apoyándose sobre un codo, miró a su alrededor. No, no estaba en su dormitorio. Estaba en Irlanda. Pero aquélla no era la habitación que le habían asignado. Tampoco veía su equipaje por ninguna parte… Poco a poco, fue recordando lo ocurrido la noche anterior.
—Oh, no —musitó.
¿Sería aquel el dormitorio de Seiya? ¿Había pasado la noche en su cama? Miró bajo las sábanas y suspiró aliviada. Todavía estaba vestida, aunque tenía la blusa mal abrochada.
—Así que no hice ninguna estupidez —frunció el ceño—. ¿Y por qué no hice ninguna estupidez?
Llamaron a la puerta y Serena se levantó inmediatamente de la cama. Intentó alisar las arrugas de la blusa y se pasó la mano por el pelo antes de abrir y descubrir a Seiya al otro lado, con una bandeja.
—Te he preparado un café —le dijo—. He pensado que podrías necesitarlo.
Serena se frotó la sien, repentinamente consciente de que le dolía.
—¿Qué hora es?
—Las doce. Las seis de la mañana en Chicago. Pero si lo prefieres, puedo traerte el café más tarde. Te he dejado las maletas en el pasillo.
Serena hizo un gesto, invitándole a pasar, y se sentó al borde de la cama. Seiya colocó la bandeja en una mesita y se la acercó. Le sirvió café en la taza.
—Tienes leche y azúcar —dijo, señalando la bandeja.
—Lo prefiero solo —bebió un sorbo, mirándole por encima del borde de la taza—. ¿Qué pasó anoche?
—¿No te acuerdas?
—Vagamente. Pero no bebí tanto. Sólo un par de copas de vino.
—Creo que estabas más cansada que bebida —dijo Seiya—. Te quedaste dormida, te traje a esta habitación y…
—¿Y?
—Y te metí en la cama.
—¿Y eso fue todo?
—Sí. Bueno, no del todo. Estuvimos tonteando un poco antes de que te quedaras dormida.
—Define "tontear". No quiero que haya malentendidos.
Seiya le tomó la mano y jugueteó con sus dedos mientras hablaba.
—Nos besamos, nos acariciamos y allí acabo todo. Tú me invitaste a pasar la noche contigo, pero no quise aprovecharme.
—Qué noble por tu parte.
—No, no tan noble. Créeme, consideré seriamente la posibilidad de aceptar tu ofrecimiento. Y me he pasado la noche deseando abofetearme por no haberlo hecho. Vivo en una maldita isla. No se ven mujeres tan guapas por aquí todos los días.
—Lo siento —dijo Serena.
—¿Qué es lo que sientes?
—Haberte alentado. La verdad es que no he venido aquí para… Bueno, aunque te encuentro muy… —Serena bebió rápidamente otro sorbo de café.
¿Por qué le costaba tanto decirle que no le deseaba?, gimió Serena para sí. ¿Quizá porque deseaba a Seiya Kou más de lo que jamás había deseado a un hombre en su vida?
—Has venido a la isla a pasar unas vacaciones —dijo Seiya. Se levantó lentamente—. Si quieres, puedo llevarte hoy a recorrerla.
—Gracias, pero pensaba ir al pueblo dando un paseo y hacer algunas compras.
—Procura abrigarte. Hace mucho frío.
Serena le observó atentamente mientras salía de la habitación, cerrando la puerta tras él. Soltó entonces la respiración. La verdad era que le habría encantado pasar el día entero con Seiya, acurrucada frente a la chimenea, bebiendo vino y aprendiendo a conocerse… más íntimamente. Pero había viajado hasta Trall con intención de encontrar el manantial del Druida. Y si quería lograr su objetivo, tendría que realizar algún trabajo de investigación. La primera persona a la que debería ver era la sacerdotisa druida que el capitán Artemis había mencionado.
Cuando terminó el café, deshizo el equipaje. Siguiendo el consejo de Seiya, se puso un jersey y unos pantalones de pana. A continuación, se lavó los dientes, se peinó y decidió prescindir del maquillaje. No tenía sentido arreglarse para parecerle a Seiya más atractiva.
Al bajar, lo encontró sentado a la mesa del comedor, con un montón de documentos frente a él. Le miró desde el marco de la puerta del comedor, admirando sus atractivas facciones, la firmeza de su mandíbula y la sensualidad de su boca.
Tenía el pelo negro y muy largo. Serena apretó las manos al recordar su tacto. Su perfil era casi aristocrático. Tenía una nariz perfecta, la frente alta y la barbilla fuerte. Serena siempre había pensado que Darién era el hombre más atractivo que había conocido nunca, pero, comparado con Seiya, le resultaba casi corriente.
¿Cómo era posible que un hombre como Seiya continuara soltero? Tenía una personalidad encantadora, era atractivo, educado e incluso tenía un cierto aire de chico malo. Y había estado a punto de seducir a una completa desconocida sin ni siquiera intentarlo.
Serena se aclaró la garganta al adentrarse en la habitación. Seiya alzó la mirada lentamente.
—Hola —le saludó.
—Siento interrumpirte —dijo Serena—. Esperaba que pudieras darme alguna información.
—¿Sobre?
—El capitán del barco del correo me habló de una sacerdotisa druida que vive en la isla. Me gustaría conocerla —dijo Serena.
—¿Quieres conocer a Mina? ¿Por qué?
—No sé. Cuando el capitán me habló de ella, me pareció… interesante. ¿Tiene alguna tienda en el pueblo?
—Sí, se llama El Corazón del Dragón. Vende bisutería y baratijas relacionadas con los druidas. La verdad es que Mina es un poco… —se interrumpió—, excéntrica, tiene tendencia a prometer más de lo que puede conseguir. Si quieres conocerla, puedo acompañarte.
—No, no te preocupes. ¿Qué otras visitas podrías sugerirme? Me gustaría verlo todo antes de marcharme.
Seiya se echó a reír.
—No te hará falta hacer una lista. No hay muchas cosas que ver. Está la iglesia, que tiene algunas reliquias en el interior y unas cruces celtas en el cementerio. También hay un museo sobre la isla en la parte de atrás de la oficina de correos. Y en la calle Parsons tienes algunas tiendas de antigüedades y cosas por el estilo. También se puede hacer un recorrido de la isla en carro de caballos, empieza a las doce en la plaza del mercado. A la mayoría de los turistas les gusta.
—¿Y a ti qué te parece especialmente digno de ver?
—Está el círculo de piedras, por ejemplo —le informó Seiya—. No es muy grande, pero es interesante. Puedo llevarte si quieres. Ya he terminado con esto. Y después, podemos parar a almorzar en el pueblo.
Serena se lo pensó durante varios segundos y asintió. ¿Qué daño podía hacerle? A pesar de que pretendía guardar las distancias, pasar el día con Seiya sería infinitamente más interesante que pasear sola por la isla. Y a la luz del día le sería mucho más fácil controlar sus impulsos cuando estaba con él.
—De acuerdo —dijo.
Seiya le tendió la mano y ella se la tomó vacilante. Pero en el instante en el que se tocaron, Serena se arrepintió de haber aceptado su ofrecimiento. El tacto de sus dedos, cálidos y fuertes, le hizo imaginárselos deslizándose sobre su piel. Apartó la mano y comenzó a juguetear con los botones de la chaqueta.
—En cuanto agarre el abrigo podremos marcharnos —dijo Seiya.
Salieron por la puerta de la cocina. Seiya la ayudó a montarse en una camioneta, que después rodeó para ocupar el asiento del conductor. Cuando comenzó a conducir, Serena se arriesgó a mirarle y sonrió para sí. Estaba prohibido tocar, se dijo, pero mirar no le haría ningún daño.
Salieron del pueblo y llegaron hacia las colinas del centro de la isla. Una vez allí, tuvieron que parar y esperar a que un rebaño de ovejas cruzara por la carretera. Seiya le señaló las casas de piedra de la zona y los restos de un castillo, del que apenas quedaban un montón de piedras.
Llegaron a la cumbre de la colina y, unos segundos después, Serena pudo ver de nuevo el mar. Seiya detuvo entonces el coche.
—A partir de ahora, tendremos que ir andando. Pero no estamos lejos.
Serena abandonó el vehículo y se reunió con él en el inicio de un sendero estrecho. Durante la mayor parte del camino. Seiya le sostuvo la mano y cuando el camino se hizo más rocoso, se adelantó y se volvió para sujetarla por la cintura y ayudarle a subir los desvencijados escalones de piedra que permitían salvar los muros que separaban los prados. Llegaron a una pequeña elevación y de pronto apareció ante ellos una verde pradera sobre la que se alzaban orgullosos hacia el cielo unos pilares de piedra colocados en círculo.
Serena contuvo la respiración.
—Es precioso —musitó.
Seiya se volvió hacia ella y la miró a los ojos. Alargó la mano para acariciarle la mejilla y Serena se estremeció ante aquel contacto.
Y entonces, Seiya se inclinó hacia delante y la besó. Serena entreabrió los labios mientras él profundizaba su beso: su cuerpo comenzó a palpitar presa de las más deliciosas sensaciones. Pero el beso terminó tan rápidamente como había empezado.
Seiya miró hacia el cielo.
—Será mejor que nos demos prisa. Parece que va a llover.
Bajaron corriendo hasta el círculo de piedras. Era como una versión en miniatura de Stonehenge; las piedras no medían más de tres metros de alto y uno veinte de ancho. El diámetro del círculo era de unos quince metros.
Serena lo recorrió por fuera, acariciando cada pilar al pasar, sorprendida por la magia del lugar: podía sentirla vibrar en el aire, en la esencia del viento.
—Es un lugar con mucha fuerza. ¿Qué hacían aquí?
—Dicen que era como una especie de calendario. Los druidas celebraban diferentes épocas del año, como los solsticios y los equinoccios. Beltane y Samhain y un par de fechas más que no soy capaz de recordar. Si todavía estás para entonces aquí, Mina piensa celebrar el Samhain el viernes. Toda la isla viene a ver el ritual.
—¿Se hacen sacrificios?
—¿Te refieres a cosas como sacrificar vírgenes? —se echó a reír—. Cuando yo era adolescente, solía venir aquí con algunas chicas. Pensábamos que la magia nos daría suerte.
—¿Y funcionaba? —preguntó Serena.
—A veces.
—¿Y alguna vez has vuelto con una mujer siendo adulto?
—Ahora mismo estoy aquí contigo —respondió con una sonrisa maliciosa.
Serena se echó a reír.
—¿Y esperas tener suerte conmigo?
Seiya la agarró por la cintura, la hizo apoyarse en una de las piedras y la atrapó con sus brazos. Presionó los labios contra los suyos y la miró a los ojos.
—Los tiempos han cambiado. A lo mejor eres tú la que tienes suerte conmigo —la hizo volverse hasta que fue él el que quedó apoyado contra la piedra.
—¿Y me permitirás pasar de la primera base? —bromeó Serena.
Seiya frunció el ceño.
—¿De la primera base? ¿Estás hablando de béisbol?
—Sí —respondió Serena—. Ésa era una forma de decir hasta dónde estabas dispuesta a llegar con un chico cuando era más joven, la primera base es un beso, la segunda, meter las manos por debajo la blusa. En la tercera, ya pueden llegarse a las bragas y un home run es tener sexo completo.
—No me extraña que a los estadounidenses les guste tanto el béisbol. Es mucho más interesante que el criquet. Bueno, así que nosotros ya hemos llegado a la segunda base —dijo Seiya.
—¿Ah, sí?
—Sí, ayer por la noche —deslizó la mano bajo la blusa, entrando en contacto con su piel caliente.
Serena se estremeció ante aquel contacto, pero inmediatamente imitó el gesto. Deslizó la mano bajo el jersey de Seiya y la posó en su pecho.
—Sí, supongo que podría considerarse que estamos en la segunda base.
Serena suspiró suavemente, cerró los ojos y, un segundo después, sus labios se encontraron en un beso duro y demandante.
De pronto, Serena ya no era capaz de dejar de tocarle. Le empujó contra la piedra y le alzó el jersey, mostrando los músculos cincelados de su abdomen. Impaciente, Seiya se quitó la cazadora y se sacó después el jersey por la cabeza. El contacto con el viento le puso la carne de gallina. Al verle, Serena presionó los labios contra su pecho. Todavía estaba completamente vestida y Seiya no hacía ningún intento de desnudarla, aunque continuaba con las manos bajo su blusa.
Serena descendió hasta el cinturón de Seiya y siguió bajando. En otras circunstancias, habría vacilado. Pero aquel lugar mágico la hacía sentirse abierta y desinhibida, como si hubieran accedido a un mundo sin normas, regido solamente por impulsos y deseos.
Serena comenzó a desabrocharle el cinturón mientras Seiya se apoyaba contra el pilar de piedra. La observaba desabrocharle el cinturón con la respiración contenida, como si bastara aquel contacto para llevarle al límite. Serena ya se lo había desabrochado casi por completo cuando cayó la primera gola de lluvia.
Un segundo después, los cielos parecieron abrirse. Serena alzó la mirada y descubrió a Seiya mirándola, sonriendo y diciendo:
—Supongo que ésta es la respuesta de los dioses.
—¿Y crees que deberíamos escucharles?
—Sólo hasta que encontremos un lugar protegido de la lluvia —Seiya agarró la chaqueta y corrieron de nuevo hacia el camino.
Serena estaba empapada, pero no le importaba. Jamás había experimentado nada tan excitante. Había algo entre ellos, una fuerza de la naturaleza que era imposible negar.
¿Tendría que ver aquella sensación con la magia de aquella tierra? ¿De dónde procederían aquellos sentimientos? ¿Y por qué se sentía tan empujada a actuar conforme a ellos? Por un instante, pensó en detener a Seiya, en tumbarse sobre la hierba para hacer el amor en medio de la pradera y bajo de la lluvia.
Pero al final decidió que una cama caliente y una chimenea eran elementos mucho más propicios para el placer.
—Oh, no —musitó.
¿Sería aquel el dormitorio de Seiya? ¿Había pasado la noche en su cama? Miró bajo las sábanas y suspiró aliviada. Todavía estaba vestida, aunque tenía la blusa mal abrochada.
—Así que no hice ninguna estupidez —frunció el ceño—. ¿Y por qué no hice ninguna estupidez?
Llamaron a la puerta y Serena se levantó inmediatamente de la cama. Intentó alisar las arrugas de la blusa y se pasó la mano por el pelo antes de abrir y descubrir a Seiya al otro lado, con una bandeja.
—Te he preparado un café —le dijo—. He pensado que podrías necesitarlo.
Serena se frotó la sien, repentinamente consciente de que le dolía.
—¿Qué hora es?
—Las doce. Las seis de la mañana en Chicago. Pero si lo prefieres, puedo traerte el café más tarde. Te he dejado las maletas en el pasillo.
Serena hizo un gesto, invitándole a pasar, y se sentó al borde de la cama. Seiya colocó la bandeja en una mesita y se la acercó. Le sirvió café en la taza.
—Tienes leche y azúcar —dijo, señalando la bandeja.
—Lo prefiero solo —bebió un sorbo, mirándole por encima del borde de la taza—. ¿Qué pasó anoche?
—¿No te acuerdas?
—Vagamente. Pero no bebí tanto. Sólo un par de copas de vino.
—Creo que estabas más cansada que bebida —dijo Seiya—. Te quedaste dormida, te traje a esta habitación y…
—¿Y?
—Y te metí en la cama.
—¿Y eso fue todo?
—Sí. Bueno, no del todo. Estuvimos tonteando un poco antes de que te quedaras dormida.
—Define "tontear". No quiero que haya malentendidos.
Seiya le tomó la mano y jugueteó con sus dedos mientras hablaba.
—Nos besamos, nos acariciamos y allí acabo todo. Tú me invitaste a pasar la noche contigo, pero no quise aprovecharme.
—Qué noble por tu parte.
—No, no tan noble. Créeme, consideré seriamente la posibilidad de aceptar tu ofrecimiento. Y me he pasado la noche deseando abofetearme por no haberlo hecho. Vivo en una maldita isla. No se ven mujeres tan guapas por aquí todos los días.
—Lo siento —dijo Serena.
—¿Qué es lo que sientes?
—Haberte alentado. La verdad es que no he venido aquí para… Bueno, aunque te encuentro muy… —Serena bebió rápidamente otro sorbo de café.
¿Por qué le costaba tanto decirle que no le deseaba?, gimió Serena para sí. ¿Quizá porque deseaba a Seiya Kou más de lo que jamás había deseado a un hombre en su vida?
—Has venido a la isla a pasar unas vacaciones —dijo Seiya. Se levantó lentamente—. Si quieres, puedo llevarte hoy a recorrerla.
—Gracias, pero pensaba ir al pueblo dando un paseo y hacer algunas compras.
—Procura abrigarte. Hace mucho frío.
Serena le observó atentamente mientras salía de la habitación, cerrando la puerta tras él. Soltó entonces la respiración. La verdad era que le habría encantado pasar el día entero con Seiya, acurrucada frente a la chimenea, bebiendo vino y aprendiendo a conocerse… más íntimamente. Pero había viajado hasta Trall con intención de encontrar el manantial del Druida. Y si quería lograr su objetivo, tendría que realizar algún trabajo de investigación. La primera persona a la que debería ver era la sacerdotisa druida que el capitán Artemis había mencionado.
Cuando terminó el café, deshizo el equipaje. Siguiendo el consejo de Seiya, se puso un jersey y unos pantalones de pana. A continuación, se lavó los dientes, se peinó y decidió prescindir del maquillaje. No tenía sentido arreglarse para parecerle a Seiya más atractiva.
Al bajar, lo encontró sentado a la mesa del comedor, con un montón de documentos frente a él. Le miró desde el marco de la puerta del comedor, admirando sus atractivas facciones, la firmeza de su mandíbula y la sensualidad de su boca.
Tenía el pelo negro y muy largo. Serena apretó las manos al recordar su tacto. Su perfil era casi aristocrático. Tenía una nariz perfecta, la frente alta y la barbilla fuerte. Serena siempre había pensado que Darién era el hombre más atractivo que había conocido nunca, pero, comparado con Seiya, le resultaba casi corriente.
¿Cómo era posible que un hombre como Seiya continuara soltero? Tenía una personalidad encantadora, era atractivo, educado e incluso tenía un cierto aire de chico malo. Y había estado a punto de seducir a una completa desconocida sin ni siquiera intentarlo.
Serena se aclaró la garganta al adentrarse en la habitación. Seiya alzó la mirada lentamente.
—Hola —le saludó.
—Siento interrumpirte —dijo Serena—. Esperaba que pudieras darme alguna información.
—¿Sobre?
—El capitán del barco del correo me habló de una sacerdotisa druida que vive en la isla. Me gustaría conocerla —dijo Serena.
—¿Quieres conocer a Mina? ¿Por qué?
—No sé. Cuando el capitán me habló de ella, me pareció… interesante. ¿Tiene alguna tienda en el pueblo?
—Sí, se llama El Corazón del Dragón. Vende bisutería y baratijas relacionadas con los druidas. La verdad es que Mina es un poco… —se interrumpió—, excéntrica, tiene tendencia a prometer más de lo que puede conseguir. Si quieres conocerla, puedo acompañarte.
—No, no te preocupes. ¿Qué otras visitas podrías sugerirme? Me gustaría verlo todo antes de marcharme.
Seiya se echó a reír.
—No te hará falta hacer una lista. No hay muchas cosas que ver. Está la iglesia, que tiene algunas reliquias en el interior y unas cruces celtas en el cementerio. También hay un museo sobre la isla en la parte de atrás de la oficina de correos. Y en la calle Parsons tienes algunas tiendas de antigüedades y cosas por el estilo. También se puede hacer un recorrido de la isla en carro de caballos, empieza a las doce en la plaza del mercado. A la mayoría de los turistas les gusta.
—¿Y a ti qué te parece especialmente digno de ver?
—Está el círculo de piedras, por ejemplo —le informó Seiya—. No es muy grande, pero es interesante. Puedo llevarte si quieres. Ya he terminado con esto. Y después, podemos parar a almorzar en el pueblo.
Serena se lo pensó durante varios segundos y asintió. ¿Qué daño podía hacerle? A pesar de que pretendía guardar las distancias, pasar el día con Seiya sería infinitamente más interesante que pasear sola por la isla. Y a la luz del día le sería mucho más fácil controlar sus impulsos cuando estaba con él.
—De acuerdo —dijo.
Seiya le tendió la mano y ella se la tomó vacilante. Pero en el instante en el que se tocaron, Serena se arrepintió de haber aceptado su ofrecimiento. El tacto de sus dedos, cálidos y fuertes, le hizo imaginárselos deslizándose sobre su piel. Apartó la mano y comenzó a juguetear con los botones de la chaqueta.
—En cuanto agarre el abrigo podremos marcharnos —dijo Seiya.
Salieron por la puerta de la cocina. Seiya la ayudó a montarse en una camioneta, que después rodeó para ocupar el asiento del conductor. Cuando comenzó a conducir, Serena se arriesgó a mirarle y sonrió para sí. Estaba prohibido tocar, se dijo, pero mirar no le haría ningún daño.
Salieron del pueblo y llegaron hacia las colinas del centro de la isla. Una vez allí, tuvieron que parar y esperar a que un rebaño de ovejas cruzara por la carretera. Seiya le señaló las casas de piedra de la zona y los restos de un castillo, del que apenas quedaban un montón de piedras.
Llegaron a la cumbre de la colina y, unos segundos después, Serena pudo ver de nuevo el mar. Seiya detuvo entonces el coche.
—A partir de ahora, tendremos que ir andando. Pero no estamos lejos.
Serena abandonó el vehículo y se reunió con él en el inicio de un sendero estrecho. Durante la mayor parte del camino. Seiya le sostuvo la mano y cuando el camino se hizo más rocoso, se adelantó y se volvió para sujetarla por la cintura y ayudarle a subir los desvencijados escalones de piedra que permitían salvar los muros que separaban los prados. Llegaron a una pequeña elevación y de pronto apareció ante ellos una verde pradera sobre la que se alzaban orgullosos hacia el cielo unos pilares de piedra colocados en círculo.
Serena contuvo la respiración.
—Es precioso —musitó.
Seiya se volvió hacia ella y la miró a los ojos. Alargó la mano para acariciarle la mejilla y Serena se estremeció ante aquel contacto.
Y entonces, Seiya se inclinó hacia delante y la besó. Serena entreabrió los labios mientras él profundizaba su beso: su cuerpo comenzó a palpitar presa de las más deliciosas sensaciones. Pero el beso terminó tan rápidamente como había empezado.
Seiya miró hacia el cielo.
—Será mejor que nos demos prisa. Parece que va a llover.
Bajaron corriendo hasta el círculo de piedras. Era como una versión en miniatura de Stonehenge; las piedras no medían más de tres metros de alto y uno veinte de ancho. El diámetro del círculo era de unos quince metros.
Serena lo recorrió por fuera, acariciando cada pilar al pasar, sorprendida por la magia del lugar: podía sentirla vibrar en el aire, en la esencia del viento.
—Es un lugar con mucha fuerza. ¿Qué hacían aquí?
—Dicen que era como una especie de calendario. Los druidas celebraban diferentes épocas del año, como los solsticios y los equinoccios. Beltane y Samhain y un par de fechas más que no soy capaz de recordar. Si todavía estás para entonces aquí, Mina piensa celebrar el Samhain el viernes. Toda la isla viene a ver el ritual.
—¿Se hacen sacrificios?
—¿Te refieres a cosas como sacrificar vírgenes? —se echó a reír—. Cuando yo era adolescente, solía venir aquí con algunas chicas. Pensábamos que la magia nos daría suerte.
—¿Y funcionaba? —preguntó Serena.
—A veces.
—¿Y alguna vez has vuelto con una mujer siendo adulto?
—Ahora mismo estoy aquí contigo —respondió con una sonrisa maliciosa.
Serena se echó a reír.
—¿Y esperas tener suerte conmigo?
Seiya la agarró por la cintura, la hizo apoyarse en una de las piedras y la atrapó con sus brazos. Presionó los labios contra los suyos y la miró a los ojos.
—Los tiempos han cambiado. A lo mejor eres tú la que tienes suerte conmigo —la hizo volverse hasta que fue él el que quedó apoyado contra la piedra.
—¿Y me permitirás pasar de la primera base? —bromeó Serena.
Seiya frunció el ceño.
—¿De la primera base? ¿Estás hablando de béisbol?
—Sí —respondió Serena—. Ésa era una forma de decir hasta dónde estabas dispuesta a llegar con un chico cuando era más joven, la primera base es un beso, la segunda, meter las manos por debajo la blusa. En la tercera, ya pueden llegarse a las bragas y un home run es tener sexo completo.
—No me extraña que a los estadounidenses les guste tanto el béisbol. Es mucho más interesante que el criquet. Bueno, así que nosotros ya hemos llegado a la segunda base —dijo Seiya.
—¿Ah, sí?
—Sí, ayer por la noche —deslizó la mano bajo la blusa, entrando en contacto con su piel caliente.
Serena se estremeció ante aquel contacto, pero inmediatamente imitó el gesto. Deslizó la mano bajo el jersey de Seiya y la posó en su pecho.
—Sí, supongo que podría considerarse que estamos en la segunda base.
Serena suspiró suavemente, cerró los ojos y, un segundo después, sus labios se encontraron en un beso duro y demandante.
De pronto, Serena ya no era capaz de dejar de tocarle. Le empujó contra la piedra y le alzó el jersey, mostrando los músculos cincelados de su abdomen. Impaciente, Seiya se quitó la cazadora y se sacó después el jersey por la cabeza. El contacto con el viento le puso la carne de gallina. Al verle, Serena presionó los labios contra su pecho. Todavía estaba completamente vestida y Seiya no hacía ningún intento de desnudarla, aunque continuaba con las manos bajo su blusa.
Serena descendió hasta el cinturón de Seiya y siguió bajando. En otras circunstancias, habría vacilado. Pero aquel lugar mágico la hacía sentirse abierta y desinhibida, como si hubieran accedido a un mundo sin normas, regido solamente por impulsos y deseos.
Serena comenzó a desabrocharle el cinturón mientras Seiya se apoyaba contra el pilar de piedra. La observaba desabrocharle el cinturón con la respiración contenida, como si bastara aquel contacto para llevarle al límite. Serena ya se lo había desabrochado casi por completo cuando cayó la primera gola de lluvia.
Un segundo después, los cielos parecieron abrirse. Serena alzó la mirada y descubrió a Seiya mirándola, sonriendo y diciendo:
—Supongo que ésta es la respuesta de los dioses.
—¿Y crees que deberíamos escucharles?
—Sólo hasta que encontremos un lugar protegido de la lluvia —Seiya agarró la chaqueta y corrieron de nuevo hacia el camino.
Serena estaba empapada, pero no le importaba. Jamás había experimentado nada tan excitante. Había algo entre ellos, una fuerza de la naturaleza que era imposible negar.
¿Tendría que ver aquella sensación con la magia de aquella tierra? ¿De dónde procederían aquellos sentimientos? ¿Y por qué se sentía tan empujada a actuar conforme a ellos? Por un instante, pensó en detener a Seiya, en tumbarse sobre la hierba para hacer el amor en medio de la pradera y bajo de la lluvia.
Pero al final decidió que una cama caliente y una chimenea eran elementos mucho más propicios para el placer.
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
—No creo que se haya roto.
Seiya le subió delicadamente la manga de la chaqueta para examinarle la muñeca. De camino al coche, Serena había resbalado en una piedra cubierta de musgo y se había caído al suelo. En aquel momento permanecía sentada en el suelo, sobre el barro, con el pelo empapado y la ropa manchada.
—Mueve los dedos —Serena esbozó una mueca al hacerlo—. Vaya, es posible que sí esté rota.
—Probablemente sólo sea un esguince —insistió Serena—. De verdad. Ayúdame a levantarme. En cuanto le ponga un poco de hielo se me pasará el dolor.
Seiya se quitó el jersey para improvisar con él un cabestrillo. La ayudó a regresar al coche y, en cuanto la instaló en el asiento de pasajeros, se colocó tras el volante. La miró de reojo mientras conducía. Serena procuraba quitarle importancia a lo ocurrido, pero por la tensión de su barbilla, era evidente que el dolor era considerable.
Serena le miró y forzó una sonrisa.
—Ya me encuentro mejor —le aseguró.
Seiya fijó de nuevo la atención en la carretera, procurando esquivar baches y charcos lo mejor que podía, pero cada vez que el coche daba un bote, Serena soltaba un grito de dolor.
Al llegar a la carretera principal, Seiya giró hacia el pueblo.
—Hay una clínica en la isla —Serena abrió la boca para protestar, pero Seiya la interrumpió posando la mano en su boca—. Por favor, en esto no me lleves la contraria.
Alargó la mano hacia la chaqueta, sacó el teléfono móvil y llamó a Ami Aino que, además de ser la madre de Mina, era enfermera y atendía diariamente la consulta.
—El médico viene una vez a la semana —le explicó a Serena—. Si tenemos suerte, es posible que esté hoy allí.
Cinco minutos después, llegaban a una casa blanca situada al final del pueblo. Ami les estaba esperando en la puerta. Había sido la enfermera y la comadrona de la isla durante los últimos veinte años. Los pacientes a los que no estaba en condiciones de atender por la gravedad de sus heridas eran trasladados a tierra firme en helicóptero o en ferry.
—¿Cuál ha sido el problema? —pregunto mientras ayudaba a Serena a entrar en la consulta.
—Creo que sólo es un esguince —dijo Serena.
Ami miró a Seiya por encima del hombro mientras Serena se sentaba en la camilla.
—¿Y por qué están llenos de barro?
—La he llevado a ver el círculo de piedras —contestó Seiya—. Se ha resbalado en el camino y se ha caído al suelo.
Ami le miró con el ceño fruncido.
—Ya sabes cómo funcionan esas cosas. A los dioses no les gusta que profanen los lugares sagrados con determinados juegos de manos.
—Sólo hemos ido a ver el círculo de piedra.
Ami miró de nuevo hacia Serena.
—¿Eso es verdad? —al ver que Serena se sonrojaba, sacudió la cabeza—. Sí, ya veo. Te haremos una radiografía, ¿de acuerdo? Si está rota la muñeca, la entablillaremos y esperaremos a que venga el médico para enyesarte —miró a Seiya—. Jovencito, haz el favor de esperar fuera.
Seiya se sentó en una de las sillas de la sala de espera y estuvo hojeando distraídamente un ejemplar de una revista del corazón. Pero los chismes de los famosos no consiguieron despertar su interés, así que se levantó y comenzó a pasear. Jamás había creído las supersticiones que rodeaban el círculo de piedras, pero no podía evitar preguntarse si no habría sido castigado por haber intentado seducir a Serena.
Al fin y al cabo, era su huésped. Y aunque era evidente que ella estaba disfrutando tanto como él, había algo ligeramente perverso en su relación. Pero, diablos, había sido ella la que había dado el primer paso empezando al hablar de béisbol y de todas esas cosas, de modo que no tenía ningún motivo para sentirse culpable.
Pasaron cincuenta minutos antes de que Serena saliera de la consulta. Ami salía tras ella.
—Está bien —le dijo, tendiéndole a Seiya su jersey—. Por lo que yo he podido apreciar, no hay ningún hueso roto, pero tendré que consultar con el doctor Reilly mañana. Si él descubre algo, los llamará. Ponte hielo sobre la muñeca y procura no mover la mano.
—Gracias —dijo Serena—. ¿Me enviará la cuenta a la posada?
—Yo me encargaré de eso, no te preocupes —respondió Seiya.
Para cuando llegaron a la posada, Serena estaba notablemente molesta, advirtió Seiya. La llevó a su habitación y bajó de nuevo las escaleras para buscar algún analgésico. Cuando regresó de nuevo al dormitorio, la encontró delante de la chimenea, intentando quitarse la ropa sucia.
—No puedo quitármelos —musitó Serena, bajando la mirada hacia los pantalones manchados de barro.
—Tranquila, déjame ayudarte —dejó los frascos de analgésicos encima de la cama, cruzó la habitación y se colocó delante de ella.
Seiya no estaba muy seguro de cómo debería emprender la tarea, pero decidió intentar permanecer lo más imperturbable posible. Había desnudado a muchas mujeres a lo largo de su vida, y casi siempre había disfrutado al hacerlo. Pero el simple acto de ayudar a Serena a desnudarse, estaba cargado de una tensión que convertía en eléctrica cada una de sus caricias.
Se había olvidado de quitarle antes los zapatos y los calcetines, así que tuvo que agacharse y ocuparse de los cordones, agradeciendo el tener algo que hacer que le permitiera desviar la atención de aquellas piernas perfectas. Serena levantó un pie, perdió el equilibrio y se meció de manera que su vientre quedó presionado contra la barbilla de Seiya. Éste sofocó un gemido e intentó seguir con su labor.
Cuando por fin consiguió quitarle un zapato, se volvió hacia el otro. Pero cuando agarró a Serena el tobillo, ésta perdió el equilibrio por completo y se inclinó hacia delante. Seiya le rodeó la cintura con los brazos y amortiguó su caída con su cuerpo. A los pocos segundos, estaban hechos un nudo de brazos y piernas.
Serena miró a Seiya a los ojos. Su melena rubia acariciaba las mejillas de él. Tenía los pantalones enredados alrededor de los tobillos y Seiya era profundamente consciente de la enorme cercanía de sus cuerpos, más cuando Serena se movió ligeramente y se hizo más evidente la poca distancia que los separaba uno del otro.
A los labios de Serena asomó una sonrisa.
—¿Pero qué es todo esto? —susurró, colocándose un mechón de pelo tras la oreja.
—La verdad es que esperaba que tú me lo dijeras —respondió Seiya—. Eres tú la que lo ha provocado.
—¿Y yo soy la responsable de deshacerme de ello?
—Lo de "deshacerse de ello" resulta un poco duro —dijo Seiya—. A lo mejor, si continuamos un rato aquí tumbados, encontremos la manera de solucionarlo.
Serena le rodeó el cuello con el brazo bueno, le invitó a colocarse sobre ella y comenzaron a besarse a un ritmo tentador que no ayudaba en nada a aliviar la situación de Seiya.
Aquello era una locura, se dijo Seiya. Acababan de conocerse, pero había entre ellos una atracción, un deseo, que se multiplicaba cada vez que se tocaban. Se entregó a las sensaciones que fluían por su cuerpo. Se permitiría disfrutar de ellas un momento y después abandonaría sensatamente la habitación.
Hundió las manos en su pelo, pero el deseo fue agudizándose, casi con desesperación. Serena era tan atractiva, tan irresistible que jamás se saciaría de ella. Pero también era una completa desconocida, además de una huésped de su posada.
Tomó aire, se detuvo y se separó de ella. Se tapó los ojos con el brazo y gimió.
—Esto es una locura. Tenemos que detenerlo.
Todo era culpa de Mina, por haberle metido aquellas estúpidas ideas en la cabeza.
—Creo que voy a darme un baño —musitó Serena.
—¿Es que estás decidida a torturarme? —preguntó Seiya, alzando la mirada hacia ella.
Serena le estudió durante varios segundos y sacudió la cabeza.
—La verdad es que no tengo la menor idea de lo que estoy haciendo. Pero en cuanto lo averigüe, te lo haré saber.
Y, sin más, se metió en el cuarto de baño y cerró la puerta. Unos segundos después, Seiya oía el agua en la bañera. Cerró los ojos otra vez y la imaginó desprendiéndose del resto de su ropa y hundiéndose en la bañera.
En cuanto Serena se hubiera preparado para pasar la noche, decidió, iría directamente a ver a Mina e insistiría en que deshiciera los maleficios que quedaban pendientes. ¿Cómo demonios se suponía que iba a resistirse a aquella mujer cuando ella no hacía absolutamente nada para resistirse a él? Pero Mina lo arreglaría todo. Y después, estaba seguro de que sería completamente capaz de controlar aquel deseo desesperado de seducir a Serena Tsukino.
Seiya le subió delicadamente la manga de la chaqueta para examinarle la muñeca. De camino al coche, Serena había resbalado en una piedra cubierta de musgo y se había caído al suelo. En aquel momento permanecía sentada en el suelo, sobre el barro, con el pelo empapado y la ropa manchada.
—Mueve los dedos —Serena esbozó una mueca al hacerlo—. Vaya, es posible que sí esté rota.
—Probablemente sólo sea un esguince —insistió Serena—. De verdad. Ayúdame a levantarme. En cuanto le ponga un poco de hielo se me pasará el dolor.
Seiya se quitó el jersey para improvisar con él un cabestrillo. La ayudó a regresar al coche y, en cuanto la instaló en el asiento de pasajeros, se colocó tras el volante. La miró de reojo mientras conducía. Serena procuraba quitarle importancia a lo ocurrido, pero por la tensión de su barbilla, era evidente que el dolor era considerable.
Serena le miró y forzó una sonrisa.
—Ya me encuentro mejor —le aseguró.
Seiya fijó de nuevo la atención en la carretera, procurando esquivar baches y charcos lo mejor que podía, pero cada vez que el coche daba un bote, Serena soltaba un grito de dolor.
Al llegar a la carretera principal, Seiya giró hacia el pueblo.
—Hay una clínica en la isla —Serena abrió la boca para protestar, pero Seiya la interrumpió posando la mano en su boca—. Por favor, en esto no me lleves la contraria.
Alargó la mano hacia la chaqueta, sacó el teléfono móvil y llamó a Ami Aino que, además de ser la madre de Mina, era enfermera y atendía diariamente la consulta.
—El médico viene una vez a la semana —le explicó a Serena—. Si tenemos suerte, es posible que esté hoy allí.
Cinco minutos después, llegaban a una casa blanca situada al final del pueblo. Ami les estaba esperando en la puerta. Había sido la enfermera y la comadrona de la isla durante los últimos veinte años. Los pacientes a los que no estaba en condiciones de atender por la gravedad de sus heridas eran trasladados a tierra firme en helicóptero o en ferry.
—¿Cuál ha sido el problema? —pregunto mientras ayudaba a Serena a entrar en la consulta.
—Creo que sólo es un esguince —dijo Serena.
Ami miró a Seiya por encima del hombro mientras Serena se sentaba en la camilla.
—¿Y por qué están llenos de barro?
—La he llevado a ver el círculo de piedras —contestó Seiya—. Se ha resbalado en el camino y se ha caído al suelo.
Ami le miró con el ceño fruncido.
—Ya sabes cómo funcionan esas cosas. A los dioses no les gusta que profanen los lugares sagrados con determinados juegos de manos.
—Sólo hemos ido a ver el círculo de piedra.
Ami miró de nuevo hacia Serena.
—¿Eso es verdad? —al ver que Serena se sonrojaba, sacudió la cabeza—. Sí, ya veo. Te haremos una radiografía, ¿de acuerdo? Si está rota la muñeca, la entablillaremos y esperaremos a que venga el médico para enyesarte —miró a Seiya—. Jovencito, haz el favor de esperar fuera.
Seiya se sentó en una de las sillas de la sala de espera y estuvo hojeando distraídamente un ejemplar de una revista del corazón. Pero los chismes de los famosos no consiguieron despertar su interés, así que se levantó y comenzó a pasear. Jamás había creído las supersticiones que rodeaban el círculo de piedras, pero no podía evitar preguntarse si no habría sido castigado por haber intentado seducir a Serena.
Al fin y al cabo, era su huésped. Y aunque era evidente que ella estaba disfrutando tanto como él, había algo ligeramente perverso en su relación. Pero, diablos, había sido ella la que había dado el primer paso empezando al hablar de béisbol y de todas esas cosas, de modo que no tenía ningún motivo para sentirse culpable.
Pasaron cincuenta minutos antes de que Serena saliera de la consulta. Ami salía tras ella.
—Está bien —le dijo, tendiéndole a Seiya su jersey—. Por lo que yo he podido apreciar, no hay ningún hueso roto, pero tendré que consultar con el doctor Reilly mañana. Si él descubre algo, los llamará. Ponte hielo sobre la muñeca y procura no mover la mano.
—Gracias —dijo Serena—. ¿Me enviará la cuenta a la posada?
—Yo me encargaré de eso, no te preocupes —respondió Seiya.
Para cuando llegaron a la posada, Serena estaba notablemente molesta, advirtió Seiya. La llevó a su habitación y bajó de nuevo las escaleras para buscar algún analgésico. Cuando regresó de nuevo al dormitorio, la encontró delante de la chimenea, intentando quitarse la ropa sucia.
—No puedo quitármelos —musitó Serena, bajando la mirada hacia los pantalones manchados de barro.
—Tranquila, déjame ayudarte —dejó los frascos de analgésicos encima de la cama, cruzó la habitación y se colocó delante de ella.
Seiya no estaba muy seguro de cómo debería emprender la tarea, pero decidió intentar permanecer lo más imperturbable posible. Había desnudado a muchas mujeres a lo largo de su vida, y casi siempre había disfrutado al hacerlo. Pero el simple acto de ayudar a Serena a desnudarse, estaba cargado de una tensión que convertía en eléctrica cada una de sus caricias.
Se había olvidado de quitarle antes los zapatos y los calcetines, así que tuvo que agacharse y ocuparse de los cordones, agradeciendo el tener algo que hacer que le permitiera desviar la atención de aquellas piernas perfectas. Serena levantó un pie, perdió el equilibrio y se meció de manera que su vientre quedó presionado contra la barbilla de Seiya. Éste sofocó un gemido e intentó seguir con su labor.
Cuando por fin consiguió quitarle un zapato, se volvió hacia el otro. Pero cuando agarró a Serena el tobillo, ésta perdió el equilibrio por completo y se inclinó hacia delante. Seiya le rodeó la cintura con los brazos y amortiguó su caída con su cuerpo. A los pocos segundos, estaban hechos un nudo de brazos y piernas.
Serena miró a Seiya a los ojos. Su melena rubia acariciaba las mejillas de él. Tenía los pantalones enredados alrededor de los tobillos y Seiya era profundamente consciente de la enorme cercanía de sus cuerpos, más cuando Serena se movió ligeramente y se hizo más evidente la poca distancia que los separaba uno del otro.
A los labios de Serena asomó una sonrisa.
—¿Pero qué es todo esto? —susurró, colocándose un mechón de pelo tras la oreja.
—La verdad es que esperaba que tú me lo dijeras —respondió Seiya—. Eres tú la que lo ha provocado.
—¿Y yo soy la responsable de deshacerme de ello?
—Lo de "deshacerse de ello" resulta un poco duro —dijo Seiya—. A lo mejor, si continuamos un rato aquí tumbados, encontremos la manera de solucionarlo.
Serena le rodeó el cuello con el brazo bueno, le invitó a colocarse sobre ella y comenzaron a besarse a un ritmo tentador que no ayudaba en nada a aliviar la situación de Seiya.
Aquello era una locura, se dijo Seiya. Acababan de conocerse, pero había entre ellos una atracción, un deseo, que se multiplicaba cada vez que se tocaban. Se entregó a las sensaciones que fluían por su cuerpo. Se permitiría disfrutar de ellas un momento y después abandonaría sensatamente la habitación.
Hundió las manos en su pelo, pero el deseo fue agudizándose, casi con desesperación. Serena era tan atractiva, tan irresistible que jamás se saciaría de ella. Pero también era una completa desconocida, además de una huésped de su posada.
Tomó aire, se detuvo y se separó de ella. Se tapó los ojos con el brazo y gimió.
—Esto es una locura. Tenemos que detenerlo.
Todo era culpa de Mina, por haberle metido aquellas estúpidas ideas en la cabeza.
—Creo que voy a darme un baño —musitó Serena.
—¿Es que estás decidida a torturarme? —preguntó Seiya, alzando la mirada hacia ella.
Serena le estudió durante varios segundos y sacudió la cabeza.
—La verdad es que no tengo la menor idea de lo que estoy haciendo. Pero en cuanto lo averigüe, te lo haré saber.
Y, sin más, se metió en el cuarto de baño y cerró la puerta. Unos segundos después, Seiya oía el agua en la bañera. Cerró los ojos otra vez y la imaginó desprendiéndose del resto de su ropa y hundiéndose en la bañera.
En cuanto Serena se hubiera preparado para pasar la noche, decidió, iría directamente a ver a Mina e insistiría en que deshiciera los maleficios que quedaban pendientes. ¿Cómo demonios se suponía que iba a resistirse a aquella mujer cuando ella no hacía absolutamente nada para resistirse a él? Pero Mina lo arreglaría todo. Y después, estaba seguro de que sería completamente capaz de controlar aquel deseo desesperado de seducir a Serena Tsukino.
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
Excelente Serenity muchas gracias x subir de nuevo la historia, disculpa los inconvenientes y cualquier cosita estamos para ayudar, un saludito!!
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
¡Hola!
¡Mil gracias por todos sus comentarios! ¡Me alegra que les gustara el capitulo anterior de esta historia!
Sin duda las cosas se estan poniendo muy interesantes para Serena y Seiya, y se pondrán aun más en este capitulo ¡Espero que lo disfruten!
Capitulo 3
Cuando salió del cuarto de baño envuelta en la toalla, Serena encontró la chimenea encendida. Se acercó hasta ella y extendió las manos para recibir el calor del fuego. Afortunadamente, Seiya había decidido aprovechar que estaba en el baño para salir de la habitación.
Serena se pasó la mano por el pelo mojado, tomó la bata y se la puso. Desde que había llegado a la posada, no había hecho otra cosa que pensar en Seiya. Era como si se hubiera deslizado en un mundo de fantasía en el que los hombres y las mujeres se sentían atraídos de manera inmediata y se mostraban dispuestos a arrojarse a los brazos del otro sin pensárselo dos veces.
Pero ella siempre había pensado detenidamente cada uno de los pasos que daba en sus relaciones sentimentales. Era una mujer prudente. Y acostarse con un hombre al que conocía desde hacía menos de veinticuatro horas era el epítome de la…
—Estupidez —musitó para sí.
Sí, estaba en un país extranjero y todos sus problemas se encontraban a un océano de distancia. Y mirar a los ojos de Seiya Kou tenía un afecto amnésico sobre ella. Quedarse durante un mes en Irlanda para poder tener una aventura con Seiya Kou no era una opción. Darién era su futuro y ya era hora de ocuparse del asunto que la había llevado hasta allí, de encontrar el manantial del Druida, llenar una botella de agua y regresar a casa.
Abrió el cajón de la cómoda y sacó su viejo diario. Todavía escribía en él muy de vez en cuando y, cuando sentía que su mundo se tambaleaba, volvía a él para recordar los planes que había hecho para su vida. Hojeó sus páginas y encontró la lista dedicada a su futuro marido.
“Uno”, leyó, “tiene que ser atractivo. Dos, de pelo oscuro y ojos bonitos. Tres, tiene que gustarle Madonna”, en realidad, eso ya no importaba. “Cuatro, que sea un hombre de éxito y viva en Chicago. Y que le gusten los gatos”.
Serena continuó leyendo la lista, recordando el momento en el que se había dado cuenta de que Darién cumplía todos los requisitos, afición por Madonna, incluida. Serena incluso había recortado siendo adolescente una fotografía de una revista del marido soñado y la había pegado en su diario. Y Darién se parecía ligeramente al hombre de la fotografía.
Buscó en el diario y encontró la fotografía. En cuanto la miró, contuvo la respiración. Había algo familiar en aquellos ojos, algo que le recordaba a… Seiya Kou.
Rápidamente cerró el diario y volvió a guardarlo debajo de su ropa interior. Sí, quizá Seiya cumpliera algunos de los requisitos, pero ella había construido todos sus planes alrededor de Darién. Aunque entonces, ¿por qué se sentía tan atraída por Seiya?
Jamás en su vida había tenido una aventura puramente sexual: jamás había sentido aquel tipo de excitación. Y aunque su lado práctico estaba dispuesto a escuchar todas las campanas de advertencia, otra parte de ella estaba deseando arrojar la precaución al viento. Y si de verdad quería dejarse llevar, seguramente Seiya Kou fuera la persona más adecuada junto a la que hacerlo.
Al fin y al cabo, podía hacer realidad todas sus fantasías sexuales y después regresar a su vida de siempre sin arrepentimientos.
Llamaron entonces a la puerta de la habitación y Serena se pasó la mano por el pelo.
—Adelante —dijo, cerrándose la bata.
La puerta se abrió lentamente y apareció Seiya al otro lado.
—He preparado algo de cenar —dijo—. Está en la cocina, tengo que salir, pero volveré después. Si tienes hambre, sírvele tú misma.
Serena forzó una sonrisa e intentó ignorar el vuelco que le había dado el corazón al verle. ¿Cómo era posible que aquel hombre tuviera ese efecto sobre ella? ¿Era su forma de mirarla, siempre con aquella intensidad que le hacía sentirse como si estuviera desnudando su alma, además de su cuerpo? ¿O era aquel gesto de su boca, que parecía siempre a punto de besarla? Un escalofrío le recorrió la espalda mientras retrocedía y fijaba la mirada en el fuego.
—Gracias por encender la chimenea —le dijo—. Y por la cena, pero la verdad es que no tengo hambre.
—Si te apetece algo… de comer, quiero decir, la cocina está abierta —insistió Seiya.
—Ya sé lo que quieres decir —respondió Serena mirándole de nuevo.
—Entonces me voy. No tardaré.
Serena mantuvo la mirada fija en el fuego hasta que oyó que la puerta se cerraba. Entonces, gimió suavemente. Sujetándose la muñeca contra el pecho, se dejó caer en la cama, cerró los ojos e intentó dejar de pensar en Seiya Kou. A los pocos minutos, se levantó y se acercó a la ventana.
Corrió la cortina y desde allí vio a Seiya alejándose a toda velocidad en su coche.
Pasó la siguiente media hora en su habitación, intentando convencerse de que no había cometido un error al ir a Irlanda, aunque se hubiera gastado una buena parte de sus ahorros en comprar el billete de avión. Pero cuanto más pensaba en el manantial del Druida y en su ridícula leyenda, más comenzaba a sentirse como una estúpida.
Siempre había estado muy segura de lo que quería. Y en ese momento, por primera vez en su vida, había salido tras algo tan ridículo como un manantial mágico. Le sonó el estómago y cerró los ojos. No había comido nada desde la hora del almuerzo y ya eran casi las nueve. Sí, sería mejor que bajara a la cocina aprovechando que Seiya estaba fuera.
Salió de la habitación y bajó las escaleras sin molestarse en calzarse. Una vez en la cocina, vio una cazuela sobre los fuegos y una hogaza de pan en el mostrador. Agarró un vaso del escurreplatos, abrió la nevera y buscó algo de beber. Olfateó el cartón de leche, se sirvió un vaso y volvió a guardarlo en la nevera.
—Tú debes de ser la estadounidense.
La voz llegó hasta ella en medio de la oscuridad. Serena giró sobre sus talones bruscamente, derramando al hacerlo la mitad del vaso de leche. Una figura esbelta vestida con una túnica blanca emergió de entre las sombras, cerca de la puerta trasera de la cocina.
—Me has asustado —dijo Serena, llevándose la mano al pecho.
—Lo siento. Deberías probar el estofado. Seiya prepara un cordero riquísimo.
—Ahora no está aquí —dijo Serena—. Ha salido.
—Lo sé. Ha venido a buscarme. Pero le estoy evitando.
Serena sintió una ligera punzada de celos. ¿Sería aquella mujer la amante de Seiya? Desde luego, era una mujer atractiva.
—Sí, ya veo —dijo Serena, asintiendo lentamente.
—No, no es lo que piensas. Seiya y yo somos amigos. Supongo que podrías considerarme algo así como su consejera espiritual —le tendió la mano—. Soy Mina Aino.
—Oh, eres la sacerdotisa druida —Serena le estrechó la mano—. Yo soy Serena Tsukino, la estadounidense.
—Eres encantadora —dijo Mina, estudiándola con atención—. Y es una suerte, teniendo en cuenta el hechizo que le he hecho a Seiya. Fuimos amantes, ¿sabes? Pero ya no lo somos. Fue hace mucho tiempo, así que no te preocupes —Mina le quitó el vaso de leche y lo dejó en el mostrador—. ¿Y todavía no le has seducido? Es maravilloso en la cama. Muy… muy intenso.
Serena intentó disimular su sorpresa ante la audacia de aquella pregunta.
—¿Por qué crees que debería seducirle?
Mina se colocó tras ella, buscó en un bote y sacó una galleta que comenzó a mordisquear.
—No estás casada, ¿verdad?
—No.
—¿No estás comprometida?
Mina le tendió a Serena una galleta. Serena abrió la boca para contestar afirmativamente, pero se dio cuenta de que sería mentira.
—En realidad no, de momento.
—Bueno, entonces, ¿por qué no vas a acostarte con él? Deberías dejarte llevar por tus deseos más primarios. Yo sé todo sobre ese tipo de deseos. Si quieres, puedo echarle un hechizo. Por cien euros, podría conseguir que le resultaras irresistible —mordisqueó la galleta—. Acepto tarjetas de crédito. No me mires con esa cara de asombro. Una chica tiene que divertirse de vez en cuando, ¿no te parece?
Serena dejó la galleta en el mostrador, intentando encontrar las palabras adecuadas para formular su pregunta.
—¿Has oído hablar alguna vez del manantial del Druida? Mi abuela me contó que había un manantial con agua mágica en esta isla.
—Por supuesto. Y sé dónde está.
—¿Podrías enseñármelo? —le preguntó Serena.
Mina frunció el ceño.
—Es un secreto profesional. Lo primero que tienes que hacer es decirme por qué quieres el agua —le dijo Mina—. Y después, quizá me lo piense —se dirigió a la puerta de atrás—. Hablaremos en otra ocasión. Será mejor que me vaya antes de que regrese Seiya. Pasado mañana es Samhain, hasta que pase esa fecha, estaré muy ocupada. Pero podemos hablar al día siguiente. Si quieres, podemos quedar para comer. Puede ser divertido.
—Espera —le dijo Serena antes de que se marchara—, se supone que me voy mañana.
—No, no te irás mañana. Piensa en lo que te he dicho. Una oportunidad como ésta no se presenta todos los días —y salió.
Serena corrió hacia la puerta y la vio desaparecer en la oscuridad de la noche.
—Intenso —susurró para sí.
¿Cuándo había tenido una experiencia intensa relacionada con el sexo? Jamás.
—Lo que pase en Irlanda, se quedará en Irlanda —añadió, volviéndose hacia la puerta.
Al día siguiente, se prometió, iría al pueblo y haría todo lo que pudiera para localizar el manantial del Druida. Con un poco de suerte, conseguiría lo que había ido a buscar y podría volver a casa antes del fin de semana. Pero mientras se dirigía lentamente hacia las escaleras con un puñado de galletas y un vaso de leche, no pudo evitar preguntarse si no terminaría arrepintiéndose de salir de forma precipitada.
Al fin y al cabo, su relación con Darién había terminado. De modo que, ¿Por qué no disfrutar de la compañía de otro hombre? ¿Por qué no atreverse a hundir un pie en el estanque del deseo?
—¿Por qué? —musitó—. Porque nunca he sido una gran nadadora y podría terminar ahogándome.
En cualquier caso, ahogarse en un torbellino de deseo no era ni de lejos la peor forma de morir.
¡Mil gracias por todos sus comentarios! ¡Me alegra que les gustara el capitulo anterior de esta historia!
Sin duda las cosas se estan poniendo muy interesantes para Serena y Seiya, y se pondrán aun más en este capitulo ¡Espero que lo disfruten!
Capitulo 3
Cuando salió del cuarto de baño envuelta en la toalla, Serena encontró la chimenea encendida. Se acercó hasta ella y extendió las manos para recibir el calor del fuego. Afortunadamente, Seiya había decidido aprovechar que estaba en el baño para salir de la habitación.
Serena se pasó la mano por el pelo mojado, tomó la bata y se la puso. Desde que había llegado a la posada, no había hecho otra cosa que pensar en Seiya. Era como si se hubiera deslizado en un mundo de fantasía en el que los hombres y las mujeres se sentían atraídos de manera inmediata y se mostraban dispuestos a arrojarse a los brazos del otro sin pensárselo dos veces.
Pero ella siempre había pensado detenidamente cada uno de los pasos que daba en sus relaciones sentimentales. Era una mujer prudente. Y acostarse con un hombre al que conocía desde hacía menos de veinticuatro horas era el epítome de la…
—Estupidez —musitó para sí.
Sí, estaba en un país extranjero y todos sus problemas se encontraban a un océano de distancia. Y mirar a los ojos de Seiya Kou tenía un afecto amnésico sobre ella. Quedarse durante un mes en Irlanda para poder tener una aventura con Seiya Kou no era una opción. Darién era su futuro y ya era hora de ocuparse del asunto que la había llevado hasta allí, de encontrar el manantial del Druida, llenar una botella de agua y regresar a casa.
Abrió el cajón de la cómoda y sacó su viejo diario. Todavía escribía en él muy de vez en cuando y, cuando sentía que su mundo se tambaleaba, volvía a él para recordar los planes que había hecho para su vida. Hojeó sus páginas y encontró la lista dedicada a su futuro marido.
“Uno”, leyó, “tiene que ser atractivo. Dos, de pelo oscuro y ojos bonitos. Tres, tiene que gustarle Madonna”, en realidad, eso ya no importaba. “Cuatro, que sea un hombre de éxito y viva en Chicago. Y que le gusten los gatos”.
Serena continuó leyendo la lista, recordando el momento en el que se había dado cuenta de que Darién cumplía todos los requisitos, afición por Madonna, incluida. Serena incluso había recortado siendo adolescente una fotografía de una revista del marido soñado y la había pegado en su diario. Y Darién se parecía ligeramente al hombre de la fotografía.
Buscó en el diario y encontró la fotografía. En cuanto la miró, contuvo la respiración. Había algo familiar en aquellos ojos, algo que le recordaba a… Seiya Kou.
Rápidamente cerró el diario y volvió a guardarlo debajo de su ropa interior. Sí, quizá Seiya cumpliera algunos de los requisitos, pero ella había construido todos sus planes alrededor de Darién. Aunque entonces, ¿por qué se sentía tan atraída por Seiya?
Jamás en su vida había tenido una aventura puramente sexual: jamás había sentido aquel tipo de excitación. Y aunque su lado práctico estaba dispuesto a escuchar todas las campanas de advertencia, otra parte de ella estaba deseando arrojar la precaución al viento. Y si de verdad quería dejarse llevar, seguramente Seiya Kou fuera la persona más adecuada junto a la que hacerlo.
Al fin y al cabo, podía hacer realidad todas sus fantasías sexuales y después regresar a su vida de siempre sin arrepentimientos.
Llamaron entonces a la puerta de la habitación y Serena se pasó la mano por el pelo.
—Adelante —dijo, cerrándose la bata.
La puerta se abrió lentamente y apareció Seiya al otro lado.
—He preparado algo de cenar —dijo—. Está en la cocina, tengo que salir, pero volveré después. Si tienes hambre, sírvele tú misma.
Serena forzó una sonrisa e intentó ignorar el vuelco que le había dado el corazón al verle. ¿Cómo era posible que aquel hombre tuviera ese efecto sobre ella? ¿Era su forma de mirarla, siempre con aquella intensidad que le hacía sentirse como si estuviera desnudando su alma, además de su cuerpo? ¿O era aquel gesto de su boca, que parecía siempre a punto de besarla? Un escalofrío le recorrió la espalda mientras retrocedía y fijaba la mirada en el fuego.
—Gracias por encender la chimenea —le dijo—. Y por la cena, pero la verdad es que no tengo hambre.
—Si te apetece algo… de comer, quiero decir, la cocina está abierta —insistió Seiya.
—Ya sé lo que quieres decir —respondió Serena mirándole de nuevo.
—Entonces me voy. No tardaré.
Serena mantuvo la mirada fija en el fuego hasta que oyó que la puerta se cerraba. Entonces, gimió suavemente. Sujetándose la muñeca contra el pecho, se dejó caer en la cama, cerró los ojos e intentó dejar de pensar en Seiya Kou. A los pocos minutos, se levantó y se acercó a la ventana.
Corrió la cortina y desde allí vio a Seiya alejándose a toda velocidad en su coche.
Pasó la siguiente media hora en su habitación, intentando convencerse de que no había cometido un error al ir a Irlanda, aunque se hubiera gastado una buena parte de sus ahorros en comprar el billete de avión. Pero cuanto más pensaba en el manantial del Druida y en su ridícula leyenda, más comenzaba a sentirse como una estúpida.
Siempre había estado muy segura de lo que quería. Y en ese momento, por primera vez en su vida, había salido tras algo tan ridículo como un manantial mágico. Le sonó el estómago y cerró los ojos. No había comido nada desde la hora del almuerzo y ya eran casi las nueve. Sí, sería mejor que bajara a la cocina aprovechando que Seiya estaba fuera.
Salió de la habitación y bajó las escaleras sin molestarse en calzarse. Una vez en la cocina, vio una cazuela sobre los fuegos y una hogaza de pan en el mostrador. Agarró un vaso del escurreplatos, abrió la nevera y buscó algo de beber. Olfateó el cartón de leche, se sirvió un vaso y volvió a guardarlo en la nevera.
—Tú debes de ser la estadounidense.
La voz llegó hasta ella en medio de la oscuridad. Serena giró sobre sus talones bruscamente, derramando al hacerlo la mitad del vaso de leche. Una figura esbelta vestida con una túnica blanca emergió de entre las sombras, cerca de la puerta trasera de la cocina.
—Me has asustado —dijo Serena, llevándose la mano al pecho.
—Lo siento. Deberías probar el estofado. Seiya prepara un cordero riquísimo.
—Ahora no está aquí —dijo Serena—. Ha salido.
—Lo sé. Ha venido a buscarme. Pero le estoy evitando.
Serena sintió una ligera punzada de celos. ¿Sería aquella mujer la amante de Seiya? Desde luego, era una mujer atractiva.
—Sí, ya veo —dijo Serena, asintiendo lentamente.
—No, no es lo que piensas. Seiya y yo somos amigos. Supongo que podrías considerarme algo así como su consejera espiritual —le tendió la mano—. Soy Mina Aino.
—Oh, eres la sacerdotisa druida —Serena le estrechó la mano—. Yo soy Serena Tsukino, la estadounidense.
—Eres encantadora —dijo Mina, estudiándola con atención—. Y es una suerte, teniendo en cuenta el hechizo que le he hecho a Seiya. Fuimos amantes, ¿sabes? Pero ya no lo somos. Fue hace mucho tiempo, así que no te preocupes —Mina le quitó el vaso de leche y lo dejó en el mostrador—. ¿Y todavía no le has seducido? Es maravilloso en la cama. Muy… muy intenso.
Serena intentó disimular su sorpresa ante la audacia de aquella pregunta.
—¿Por qué crees que debería seducirle?
Mina se colocó tras ella, buscó en un bote y sacó una galleta que comenzó a mordisquear.
—No estás casada, ¿verdad?
—No.
—¿No estás comprometida?
Mina le tendió a Serena una galleta. Serena abrió la boca para contestar afirmativamente, pero se dio cuenta de que sería mentira.
—En realidad no, de momento.
—Bueno, entonces, ¿por qué no vas a acostarte con él? Deberías dejarte llevar por tus deseos más primarios. Yo sé todo sobre ese tipo de deseos. Si quieres, puedo echarle un hechizo. Por cien euros, podría conseguir que le resultaras irresistible —mordisqueó la galleta—. Acepto tarjetas de crédito. No me mires con esa cara de asombro. Una chica tiene que divertirse de vez en cuando, ¿no te parece?
Serena dejó la galleta en el mostrador, intentando encontrar las palabras adecuadas para formular su pregunta.
—¿Has oído hablar alguna vez del manantial del Druida? Mi abuela me contó que había un manantial con agua mágica en esta isla.
—Por supuesto. Y sé dónde está.
—¿Podrías enseñármelo? —le preguntó Serena.
Mina frunció el ceño.
—Es un secreto profesional. Lo primero que tienes que hacer es decirme por qué quieres el agua —le dijo Mina—. Y después, quizá me lo piense —se dirigió a la puerta de atrás—. Hablaremos en otra ocasión. Será mejor que me vaya antes de que regrese Seiya. Pasado mañana es Samhain, hasta que pase esa fecha, estaré muy ocupada. Pero podemos hablar al día siguiente. Si quieres, podemos quedar para comer. Puede ser divertido.
—Espera —le dijo Serena antes de que se marchara—, se supone que me voy mañana.
—No, no te irás mañana. Piensa en lo que te he dicho. Una oportunidad como ésta no se presenta todos los días —y salió.
Serena corrió hacia la puerta y la vio desaparecer en la oscuridad de la noche.
—Intenso —susurró para sí.
¿Cuándo había tenido una experiencia intensa relacionada con el sexo? Jamás.
—Lo que pase en Irlanda, se quedará en Irlanda —añadió, volviéndose hacia la puerta.
Al día siguiente, se prometió, iría al pueblo y haría todo lo que pudiera para localizar el manantial del Druida. Con un poco de suerte, conseguiría lo que había ido a buscar y podría volver a casa antes del fin de semana. Pero mientras se dirigía lentamente hacia las escaleras con un puñado de galletas y un vaso de leche, no pudo evitar preguntarse si no terminaría arrepintiéndose de salir de forma precipitada.
Al fin y al cabo, su relación con Darién había terminado. De modo que, ¿Por qué no disfrutar de la compañía de otro hombre? ¿Por qué no atreverse a hundir un pie en el estanque del deseo?
—¿Por qué? —musitó—. Porque nunca he sido una gran nadadora y podría terminar ahogándome.
En cualquier caso, ahogarse en un torbellino de deseo no era ni de lejos la peor forma de morir.
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
Seiya saludó al camarero con un gesto al entrar en el pub y se abrió paso entre las mesas.
—Estoy buscando a Mina —dijo, inclinándose sobre la barra para hablar con Dennis Fraser—. ¿La has visto?
Dennis señaló con la cabeza hacia la parte trasera del bar. A través del humo. Seiya vio a Mina sentada a la mesa con dos ancianos del pueblo. Caminó hasta allí y permaneció junto a la mesa hasta que Mina alzó la mirada.
—Te he estado buscando por toda la isla —le dijo—. Tenemos que hablar.
—Eso he oído. Pero ahora estoy en medio de una consulta. El señor Black quiere saber para cuándo se espera la próxima helada.
Seiya agarró a Mina de la mano y la obligó a levantarse.
—Caballeros, ahora mismo se la devuelvo —le dijo.
La arrastró hasta la puerta y salió con ella a la calle.
—¿A qué viene todo esto? —preguntó Mina.
—Quítame el hechizo. Ahora mismo. Si no me lo quitas, ya no seremos amigos.
—Eso suena como una amenaza. ¿Estás amenazándome, Seiya Kou?
—Tú quítame el hechizo, ¿está claro?
Mina hizo un puchero y asintió.
—No entiendo por qué. Es encantadora, Seiya, y no tengo ninguna duda de que no te costaría nada llevártela a la cama. Hemos estado hablando un rato y creo que está bastante abierta a…
—¿Has hablado con ella?
—Sí, he pasado por la posada. Había oído decir que estabas buscándome. Hemos tenido una conversación muy agradable y he alabado tu potencia sexual. Habrías estado orgulloso de mí.
Seiya apretó los dientes, intentando dominarse. Dios, lo peor de vivir en aquella isla era que todo el mundo se creía con derecho a meterse en su vida.
—Mina, hazlo ya. Esta noche.
Y, sin más, se volvió hacia su coche, maldiciendo entre dientes. Maldita fuera, él jamás había creído en aquella maldita magia, pero no había otra forma de explicar la atracción salvaje que sentía hacia Serena Tsukino.
Para cuando recorrió la poca distancia que le separaba de la posada, había conseguido calmar su enfado y su frustración. Era ya casi media noche y aquél había sido un día muy largo. Lo único que le apetecía era un whisky, una cama caliente y un sueño reparador. Al día siguiente se despertaría convertido en un hombre nuevo.
Pero en cuanto cruzó la puerta de la cocina, sus pensamientos volaron hacia la huésped que estaba en el piso de arriba. Su única huésped.
Cruzó la cocina, se quitó la chaqueta y la dejó en un taburete. Las luces del salón estaban encendidas y las apagó antes de dirigirse a su dormitorio, situado en la parte de atrás de la posada. Pero cuando pasó por delante de las escaleras, no pudo resistir la tentación de subir a ver a Serena.
Al rodear la esquina del pasillo, advirtió que salía luz por la rendija de su puerta. En un primer momento vaciló, diciéndose que era preferible dar media vuelta y volver a su dormitorio. Pero la curiosidad le venció y continuó avanzando. Se asomó a la puerta y vio a Serena acurrucada en una butaca en frente de la chimenea, con un libro en el regazo. Se miraron a los ojos.
—No esperaba encontrarte despierta —dijo Seiya suavemente.
—No podía dormir. Cada vez que lo intentaba, me tumbaba encima de la muñeca y me despertaba el dolor.
—¿Quieres que te traiga algo?
—Si no es mucha molestia, no me importaría tomar una taza de té.
—No es ninguna molestia.
Serena se levantó, dejando el libro en la butaca. La bata se pegaba a su cuerpo como una segunda piel y Seiya comprendió que no llevaba nada debajo. Clavó la mirada en el nudo del cinturón, preguntándose cuánto tardaría en deshacerlo y quitarle la bata.
—Yo… iré a buscarlo —dijo con voz atragantada.
—Pensaba acompañarte.
Serena se acercó a él y Seiya la tomó por la cintura. Y en el momento en el que la tocó, comprendió que estaba perdido. Ella se quedó paralizada, mirándole con los ojos abiertos de par en par. Un segundo después, Seiya capturó sus labios y cayeron los dos juntos en la cama, retomando su encuentro exactamente donde lo habían dejado.
Seiya estaba desesperado por volver a saborearla. Le tomó el rostro entre las manos y devoró su boca. Sin apenas respiración, trazó un camino de besos por su cuello, deslizó la bala por sus hombros y mordisqueó la suave curva de su cuello.
Serena olía al jabón de lavanda que proporcionaba la posada. En ella, aquel olor resultaba tan embriagador como una droga. Buscó de nuevo su boca y, aquella vez, la arrastró a un lento y lánguido beso, decidido a tomarse todo el tiempo que hiciera falla para estar con ella.
—¿De verdad tenías que hacer un recado? —le preguntó ella—. ¿O sólo estabas intentando alejarte de mí?
Seiya se quedó mirándola fijamente, sin saber qué contestar.
—Lo de mantenerme lejos de ti parece una causa perdida —le acarició la cara y deslizó el pulgar por su labio inferior—. ¿Quieres que me vaya?
Serena comenzó a desabrocharle la camisa, plantando un beso en cada centímetro de piel que dejaba al descubierto.
—No —musitó Serena.
—¿De verdad no te dejaba dormir el dolor de muñeca o estabas esperándome? —preguntó Seiya.
—No podía dormir —contestó mientras le quitaba la camisa—. Pero la muñeca va bastante bien.
Seiya rió suavemente. Siempre había odiado los trucos en las relaciones con las mujeres, las mentiras, los coqueteos absurdos… Con Serena todo era diferente. Ambos sabían lo que querían y no temían admitirlo.
—Quiero que sepas que no hago esto con todas las huéspedes de la posada.
—Me alegro de saberlo —respondió Serena. Se mordió el labio—. Aunque estoy segura de que, si ofrecieras tus servicios, tendrías más clientes en temporada baja.
—Déjame decirlo de otra manera: es la primera vez que hago esto con una de mis huéspedes.
—Supongo que siempre hay una primera vez para todo —respondió ella.
Seiya la estrechó contra él y le mordisqueó el cuello.
—¿Hasta dónde vas a dejarme llegar?
—Creo que el home run no estaría mal —dijo Serena.
Riendo suavemente, Seiya la tumbó hasta colocarla a su lado. Serena era suave, perfecta, y cada una de sus curvas parecía estar esperando el contacto de su mano.
Cuanto más se besaban, cuanto más se acariciaban, mayor era el deseo. Se sentía como un adolescente que acabara de descubrir las maravillas del cuerpo de una mujer. Con cada caricia, aprendía a interpretar sus deseos y, a cambio, Serena aprendía lo que él necesitaba de ella. Seiya no sentía ninguna urgencia y se deleitaba acariciándola, besando cada centímetro de su piel. Serena susurraba su nombre una y otra vez, disfrutando del placer que compartían juntos.
Cuando todo terminó, permanecieron tumbados el uno al lado del otro. Seiya no sabía qué decir. Jamás en su vida había experimentado nada igual. Pero ya se preocuparía al día siguiente de lo que tenía que decir. De momento, se limitarla a disfrutar de las secuelas del sexo. Serena se acurrucó contra él y enterró el rostro en su hombro. Seiya alargó el brazo, tomó la manta y la estiró, envolviéndolos a ambos con ella. Cerró los ojos y se durmió.
—Estoy buscando a Mina —dijo, inclinándose sobre la barra para hablar con Dennis Fraser—. ¿La has visto?
Dennis señaló con la cabeza hacia la parte trasera del bar. A través del humo. Seiya vio a Mina sentada a la mesa con dos ancianos del pueblo. Caminó hasta allí y permaneció junto a la mesa hasta que Mina alzó la mirada.
—Te he estado buscando por toda la isla —le dijo—. Tenemos que hablar.
—Eso he oído. Pero ahora estoy en medio de una consulta. El señor Black quiere saber para cuándo se espera la próxima helada.
Seiya agarró a Mina de la mano y la obligó a levantarse.
—Caballeros, ahora mismo se la devuelvo —le dijo.
La arrastró hasta la puerta y salió con ella a la calle.
—¿A qué viene todo esto? —preguntó Mina.
—Quítame el hechizo. Ahora mismo. Si no me lo quitas, ya no seremos amigos.
—Eso suena como una amenaza. ¿Estás amenazándome, Seiya Kou?
—Tú quítame el hechizo, ¿está claro?
Mina hizo un puchero y asintió.
—No entiendo por qué. Es encantadora, Seiya, y no tengo ninguna duda de que no te costaría nada llevártela a la cama. Hemos estado hablando un rato y creo que está bastante abierta a…
—¿Has hablado con ella?
—Sí, he pasado por la posada. Había oído decir que estabas buscándome. Hemos tenido una conversación muy agradable y he alabado tu potencia sexual. Habrías estado orgulloso de mí.
Seiya apretó los dientes, intentando dominarse. Dios, lo peor de vivir en aquella isla era que todo el mundo se creía con derecho a meterse en su vida.
—Mina, hazlo ya. Esta noche.
Y, sin más, se volvió hacia su coche, maldiciendo entre dientes. Maldita fuera, él jamás había creído en aquella maldita magia, pero no había otra forma de explicar la atracción salvaje que sentía hacia Serena Tsukino.
Para cuando recorrió la poca distancia que le separaba de la posada, había conseguido calmar su enfado y su frustración. Era ya casi media noche y aquél había sido un día muy largo. Lo único que le apetecía era un whisky, una cama caliente y un sueño reparador. Al día siguiente se despertaría convertido en un hombre nuevo.
Pero en cuanto cruzó la puerta de la cocina, sus pensamientos volaron hacia la huésped que estaba en el piso de arriba. Su única huésped.
Cruzó la cocina, se quitó la chaqueta y la dejó en un taburete. Las luces del salón estaban encendidas y las apagó antes de dirigirse a su dormitorio, situado en la parte de atrás de la posada. Pero cuando pasó por delante de las escaleras, no pudo resistir la tentación de subir a ver a Serena.
Al rodear la esquina del pasillo, advirtió que salía luz por la rendija de su puerta. En un primer momento vaciló, diciéndose que era preferible dar media vuelta y volver a su dormitorio. Pero la curiosidad le venció y continuó avanzando. Se asomó a la puerta y vio a Serena acurrucada en una butaca en frente de la chimenea, con un libro en el regazo. Se miraron a los ojos.
—No esperaba encontrarte despierta —dijo Seiya suavemente.
—No podía dormir. Cada vez que lo intentaba, me tumbaba encima de la muñeca y me despertaba el dolor.
—¿Quieres que te traiga algo?
—Si no es mucha molestia, no me importaría tomar una taza de té.
—No es ninguna molestia.
Serena se levantó, dejando el libro en la butaca. La bata se pegaba a su cuerpo como una segunda piel y Seiya comprendió que no llevaba nada debajo. Clavó la mirada en el nudo del cinturón, preguntándose cuánto tardaría en deshacerlo y quitarle la bata.
—Yo… iré a buscarlo —dijo con voz atragantada.
—Pensaba acompañarte.
Serena se acercó a él y Seiya la tomó por la cintura. Y en el momento en el que la tocó, comprendió que estaba perdido. Ella se quedó paralizada, mirándole con los ojos abiertos de par en par. Un segundo después, Seiya capturó sus labios y cayeron los dos juntos en la cama, retomando su encuentro exactamente donde lo habían dejado.
Seiya estaba desesperado por volver a saborearla. Le tomó el rostro entre las manos y devoró su boca. Sin apenas respiración, trazó un camino de besos por su cuello, deslizó la bala por sus hombros y mordisqueó la suave curva de su cuello.
Serena olía al jabón de lavanda que proporcionaba la posada. En ella, aquel olor resultaba tan embriagador como una droga. Buscó de nuevo su boca y, aquella vez, la arrastró a un lento y lánguido beso, decidido a tomarse todo el tiempo que hiciera falla para estar con ella.
—¿De verdad tenías que hacer un recado? —le preguntó ella—. ¿O sólo estabas intentando alejarte de mí?
Seiya se quedó mirándola fijamente, sin saber qué contestar.
—Lo de mantenerme lejos de ti parece una causa perdida —le acarició la cara y deslizó el pulgar por su labio inferior—. ¿Quieres que me vaya?
Serena comenzó a desabrocharle la camisa, plantando un beso en cada centímetro de piel que dejaba al descubierto.
—No —musitó Serena.
—¿De verdad no te dejaba dormir el dolor de muñeca o estabas esperándome? —preguntó Seiya.
—No podía dormir —contestó mientras le quitaba la camisa—. Pero la muñeca va bastante bien.
Seiya rió suavemente. Siempre había odiado los trucos en las relaciones con las mujeres, las mentiras, los coqueteos absurdos… Con Serena todo era diferente. Ambos sabían lo que querían y no temían admitirlo.
—Quiero que sepas que no hago esto con todas las huéspedes de la posada.
—Me alegro de saberlo —respondió Serena. Se mordió el labio—. Aunque estoy segura de que, si ofrecieras tus servicios, tendrías más clientes en temporada baja.
—Déjame decirlo de otra manera: es la primera vez que hago esto con una de mis huéspedes.
—Supongo que siempre hay una primera vez para todo —respondió ella.
Seiya la estrechó contra él y le mordisqueó el cuello.
—¿Hasta dónde vas a dejarme llegar?
—Creo que el home run no estaría mal —dijo Serena.
Riendo suavemente, Seiya la tumbó hasta colocarla a su lado. Serena era suave, perfecta, y cada una de sus curvas parecía estar esperando el contacto de su mano.
Cuanto más se besaban, cuanto más se acariciaban, mayor era el deseo. Se sentía como un adolescente que acabara de descubrir las maravillas del cuerpo de una mujer. Con cada caricia, aprendía a interpretar sus deseos y, a cambio, Serena aprendía lo que él necesitaba de ella. Seiya no sentía ninguna urgencia y se deleitaba acariciándola, besando cada centímetro de su piel. Serena susurraba su nombre una y otra vez, disfrutando del placer que compartían juntos.
Cuando todo terminó, permanecieron tumbados el uno al lado del otro. Seiya no sabía qué decir. Jamás en su vida había experimentado nada igual. Pero ya se preocuparía al día siguiente de lo que tenía que decir. De momento, se limitarla a disfrutar de las secuelas del sexo. Serena se acurrucó contra él y enterró el rostro en su hombro. Seiya alargó el brazo, tomó la manta y la estiró, envolviéndolos a ambos con ella. Cerró los ojos y se durmió.
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
El sol que entraba por las ventanas arrancó a Serena de las profundidades del sueño. Guiñó los ojos y los protegió con la mano mientras se acostumbraba a la luz del sol. Tenía los brazos enredados entre las sábanas y tuvo alguna dificultad para liberarlos.
A diferencia de la mañana anterior, sabía exactamente dónde estaba y qué había hecho la noche anterior. Asomó a sus labios una ligera sonrisa de satisfacción. Lo que había compartido con Seiya la noche anterior había sido realmente maravilloso.
—Intenso.
Se apoyó sobre un codo, observó el rostro de Seiya y alargó la mano para apartar un mechón de su frente.
¿Quién era realmente aquel hombre?, se preguntó, ¿y por qué se atraían con tanta fuerza?
—Abre los ojos —susurró.
Pero Seiya estaba profundamente dormido.
Con mucho cuidado, Serena se levantó de la cama y alargó la mano hacia la bata de seda. Y se dirigía hacia el cuarto de baño cuando oyó que alguien gritaba en la posada:
—¡Hola! ¿Hay alguien aquí? Queremos una habitación.
Miró hacia la cama y después hacia la puerta abierta. Cuando oyó pasos en la escalera, le entró el pánico. Se pasó la mano por el pelo, corrió al pasillo y cerró la puerta tras ella. Unos segundos después, vio aparecer a una pareja de ancianos por las escaleras.
—Hola —la saludó el hombre—, ¿no será usted la encargada de la posada?
—No —contestó Serena, cerrándose la bata—. ¿No está en el piso de abajo el encargado?
—No ha contestado nuestras llamadas. Acabamos de llegar en el ferry. ¿Lo ves, Glynis? Ya te he dicho que era demasiado pronto.
—Bueno, George, tampoco nos vendrá mal saber si hay o no habitaciones.
—Seguramente habrá ido a hacer algún recado —les aseguró Serena—. Si me dicen su nombre, le pasaré el recado.
—¿Sabe si hay habitaciones libres?
La primera idea de Serena fue decirles que no. Le gustaba tener a Seiya sólo para ella. Pero estaba intentando sacar adelante un negocio y no podía perjudicarle con su egoísmo.
—Yo… no estoy segura. Creo que comentó que esta tarde venía un grupo. Tendrán que preguntárselo a él.
—Humm —el hombre miró a su esposa y se encogió de hombros—. Bueno, supongo que volveremos más tarde. Vamos a dar una vuelta por la isla. Acabamos de llegar de Lincolnshire, queremos asistir a la celebración de Samhain mañana por la noche. Usted es estadounidense, ¿verdad?
—Sí, de Chicago.
—Bonita ciudad —dijo Glynis—. Estuvimos allí hace, ¿cuánto tiempo, George? ¿Tres o cuatro años?
—Creo que cinco. Subimos a las Torres Sears. Qué vista tan increíble… Bueno, ha sido un placer conocerla, querida.
Serena asintió y los vio alejarse por el pasillo.
En cuanto desaparecieron por las escaleras, regresó al dormitorio, se sentó en la cama y sacudió a Seiya para que se despertara.
—Seiya, despierta.
Seiya abrió los ojos y la miró con el ceño fruncido, pero aquella expresión fue sustituida gradualmente por una sonrisa.
—Buenos días.
—Ha venido una pareja buscando habitación. He estado hablando con ellos en el pasillo. Están buscándote.
Seiya se sentó inmediatamente y se pasó la mano por el pelo.
—¿Qué hora es?
—Las ocho o las nueve. Les he dicho… —se interrumpió—, les he dicho que seguramente habías salido a hacer algún recado.
Seiya la agarró por la cintura y la colocó encima de él.
—Bien hecho. En ese caso tenemos… una hora o dos por lo menos.
—También les he dicho que creía que tenías la posada llena para esta noche. Será mejor que bajes a decirles que estaba equivocada.
—¿Por qué voy a tener que bajar? —le preguntó—. Por mí, podemos cerrar la puerta y tirar la llave. Eres una huésped importante que requiere toda mi atención.
—Seiya, creo que será mejor que…
—Pasemos el resto del día juntos —respondió.
—La verdad es que estaba pensando en ir al pueblo. Ayer conocí a Mina y me apetece acercarme a ver su tienda.
—Sí, me comentó que había pasado por aquí —dijo Seiya con el ceño fruncido—. ¿Qué te dijo exactamente?
—Me dijo que habían sido amantes hace tiempo. Y que puede lanzar hechizos. En Chicago no tenemos druidas, ¿sabes?, por lo menos que yo sepa. Así que, ya que estoy aquí, me gustaría volver a verla.
—Es un fraude, ¿sabes? Mina finge tener poderes mágicos, pero en realidad es una forma de sacarles dinero a los turistas.
—Lo sé, pero estoy de vacaciones, y me gustaría contribuir a la economía local.
—No creo que la tienda esté abierta. Mina debe estar ocupada preparando el ritual de mañana por la noche. De todas formas, te llevaré al pueblo. Hay una cafetería cerca de la biblioteca en la que preparan unos bizcochos de pasas y mantequilla deliciosos. Podemos desayunar allí.
—Si no te importa, creo que me gustaría tener algún tiempo para mí. Voy a vestirme y, mientras tanto, tú podrías aprovechar para bajar a recepción a ver si puedes alcanzar a esa pareja de Lincolnshire.
Seiya la miró con cierto recelo.
—Muy bien, pero esta noche cenaremos juntos. Prométemelo.
—Sí —dijo Serena—. Esta noche cenaremos juntos.
Seiya se levantó de la cama, se abrochó los vaqueros y recorrió la habitación con la mirada, buscando su camisa. La encontró a los pies de la cama y se la puso.
—Ayer lo pasé maravillosamente —musitó mientras se la abrochaba con la mirada fija en su rostro.
—Yo también —contestó Serena sonrojada. Seiya pareció entonces satisfecho. Asintió antes de dirigirse hacia la puerta.
—¿Quieres desayunar?
—Creo que bajaré por una manzana y me iré.
Seiya buscó en el bolsillo de los vaqueros y le tendió unas llaves.
—Llévate la camioneta. Tengo otro coche. Dejaré el móvil en el asiento del conductor. Si te pierdes o tienes algún problema, busca en la agenda y llámame a la posada. Iré a buscarte inmediatamente.
—Estamos en una isla. No creo que sea fácil perderse.
—Bueno, en ese caso, llámame si necesitas… cualquier cosa —le dijo. Abrió la puerta para salir al pasillo, pero en el último momento retrocedió, la agarró por la cintura y la besó—. Estaré abajo.
Serena sonrió.
—Sí, lo sé.
Cuando por fin se quedó sola, Serena se sentó en el borde de la cama. Todo había sido demasiado rápido. Corría el riesgo de entregarse a aquella fantasía durante el resto de sus vacaciones, lo que haría terriblemente difícil su marcha. Pero Serena no se hacía ilusiones sobre su relación con Seiya Kou. Al fin y al cabo, él vivía en una isla que estaba a un océano de distancia de Chicago. Y además, ella tenía un prometido en los Estados Unidos.
Se vistió rápidamente y bajó. Seiya estaba en la cocina, concentrado en el periódico. Serena agarró una manzana de un frutero que había en el mostrador, le prometió a Seiya que volvería antes de la cena y se permitió un largo y apasionado beso de despedida. Él hizo todo lo posible para convencerla de que le dejara acompañarla, pero Serena se mostró tajante. Necesitaba encontrar ese manantial y no quería discutir con él.
Conducir un vehículo con el volante a la derecha no fue fácil al principio. Pero Serena se las arregló para llegar hasta el pueblo. Una vez allí, decidió aparcar en el primer hueco que encontró y continuar caminando.
No tuvo ningún problema para encontrar la tienda de Mina, con un dragón tallado en madera encima de la puerta. Aunque Seiya le había dicho que estaría cerrada, intentó abrir la puerta. Sí, estaba cerrada. Miró por la ventana, pero era imposible ver nada en el interior, que estaba completamente a oscuras.
—Está en el círculo de piedras —le dijo alguien.
Serena dio media vuelta y vio a la enfermera del pueblo, Ami Aino, que se acercaba con dos bolsas de la compra.
—¿La ayudo con las bolsas? —se ofreció Serena.
—No, no. Tengo el coche aquí al lado. ¿Cómo tienes la muñeca?
—Mucho mejor —contestó Serena, extendiendo la mano y moviendo los dedos—. Apenas me duele.
—Mina se está preparando para la celebración Samhain. Organiza un espectáculo en el círculo de piedras. Es mañana a las ocho, todo el mundo va. Se canta, se baila y se encienden hogueras.
—Quería ver su tienda.
—Seguro que viene antes de la cena —Ami se interrumpió—. ¿Cómo es que has decidido quedarte tanto tiempo? Supongo que Seiya te estará tratando bien.
—Sí, claro que sí.
—Es un hombre muy atractivo, ¿verdad?
Serena miró nerviosa a su alrededor. ¿Todo el mundo sabía lo que había pasado la noche anterior? ¿O serían imaginaciones suyas?
—Sí, es un hombre atractivo.
—Es un buen partido para cualquier jovencita. Yo llegué a pensar que haría una buena pareja con Mina. Pero mi hija es un poco… temperamental. Es un hombre muy rico, ¿sabes? Aunque no lo parezca —Ami se inclinó hacia ella—. No me gustan los chismes, pero en realidad esto no lo es, puesto que apareció en publicado en todos los periódicos. El caso es que Seiya es millonario.
—¿Seiya? ¿Se ha hecho millonario con la posada?
—Inventó un programa de ordenador. Tenía una empresa en Killarney y la vendió antes de volver a la isla. Creo que esto es como un escondite para él. Supongo que se cansó de tener a todas esas mujeres detrás de él.
Serena asintió, incómoda con el rumbo que estaba tomando la conversación. Si Seiya tenía tantas mujeres tras él, ¿qué estaba haciendo con ella? ¿Sería para él una muesca más en el cabecero de su cama? Serena desvió la mirada hacia la biblioteca del pueblo.
—Creo que pasaré por la tienda más tarde —se despidió de Ami y continuó avanzando hasta la biblioteca.
Una vez allí, entró. Pasó por delante de la zona de los libros de ficción y de autoayuda, pero tardó varios minutos en encontrar la sección que estaba buscando.
—Historia local —dijo mientras sacaba un libro de la estantería.
—¿Puedo ayudarte? —una mujer entró en aquel momento en la habitación, secándose las manos en un delantal—. Estaba preparándome una taza de té. ¿Le importaría…? Ah, eres la norteamericana. Te llamas Serena, ¿verdad? Yo soy Mónica Fraser.
—Sí, soy Serena Tsukino, la estadounidense. Y por lo visto han debido publicar mi llegada en el periódico del pueblo. Todo el mundo parece saber quién soy.
—Bueno, no es difícil reconocerte con ese acento tan marcado. Y, créeme, la llegada de una joven atractiva a la isla nunca pasa desapercibida. ¿Te han hecho ya alguna propuesta de matrimonio? Porque si te interesa quedarte en la isla, yo soy la casamentera del pueblo, además de la bibliotecaria.
—Estás de broma, ¿verdad?
—La población de Trall lleva treinta años reduciéndose, no bromeamos con ese tipo de cosas. Pero bueno, supongo que no te dejarás impresionar por ninguno de nuestros solteros, sobre todo después de haber visto a Seiya Kou. Es un hombre muy guapo, ¿verdad?
Serena se sonrojó violentamente. Necesitaba cambiar de tema cuanto antes.
—Estaba… estaba buscando una guía sobre la isla.
—Las guías están en la mesa de al lado de a puerta. Cuestan tres euros veinte.
Serena había hojeado la guía de la isla la noche anterior en la posada mientras esperaba a Seiya, y en ella no decían nada del manantial.
—En realidad, estaba buscando información sobre el manantial del Druida. Mi abuela me ha hablado de él. Estuvo en la isla hace cincuenta años y bebió agua de ese manantial.
—Ah, ese manantial es el principal atractivo para los turistas.
—Esperaba poder encontrarlo, pero nadie sabe dónde está.
—¿Y eso te sorprende? Aquellos que odian ver a los turistas por toda la isla preferirían que la leyenda se olvidara. Y los que dependen de la leyenda, prefieren mantener el misterio. Si todo el mundo supiera dónde está el manantial, irían hasta allí, llenarían sus cantimploras y se marcharían.
—Entonces, ¿no vas a decirme dónde está?
—Por supuesto que no. Pero en la biblioteca hay una gran colección de guías antiguas. También puedes consultar los libros de viaje —Mónica le guiñó el ojo—. Y ahora, creo que voy a tomarme ese té. ¿Quieres una taza?
—Sí —contestó Serena con una sonrisa—, me encantaría.
Una hora y dos tazas de té después. Serena tenía la respuesta o al menos, las pistas que podían llevarla hasta el manantial. Se guardó el mapa que había garabateado precipitadamente y volvió al coche. Llevaba consigo una botella por si encontraba el manantial. En cuanto hubiera conseguido llenarla, habría completado su misión.
Serena se sentó en el coche, aferrándose con fuerza al volante. Conseguiría lo que había ido a buscar y podría marcharse. Pero el caso era que no quería irse. Todavía no. Pensar en regresar a Chicago le hacía sentir un extraño vacío.
Gimió suavemente, se inclinó hacia delante y apoyó la cabeza en el volante. Las imágenes de Seiya Kou inundaban su mente e intentó apartarlas. Había ocurrido algo extraño entre ellos la noche anterior, una especie de conexión mágica que Serena todavía no estaba dispuesta a olvidar.
Suspiró. ¿De verdad había estado enamorada de Darién? Porque la verdad era que le había olvidado muy rápidamente. Le bastaba pensar en el atractivo irlandés al que había conocido para gemir de placer. Y si encontraba el manantial, ya no tendría ninguna excusa para quedarse y disfrutar de los placeres que Seiya le ofrecía.
Una llamada a la ventanilla del coche la sobresaltó. Serena se volvió en el asiento y descubrió a un joven que la saludaba y sonreía mostrando todos sus dientes. Serena pulsó el botón para bajar la ventanilla.
—Hola —le saludó.
—¿Tú eres la estadounidense?
—Sí.
—¿Te gustaría cenar conmigo esta noche?
—Yo… no te conozco.
El joven le tendió la mano a través de la ventanilla.
—Andrew. Soy Andrew Furuhata, el encargado de la gasolinera de la isla. Si necesitas que te arreglen el coche, yo soy tu hombre. Me gano bien la vida. Y te sería fiel.
Serena abrió los ojos como platos.
—Yo… agradezco la invitación, Andrew, pero… —tomó aire—, la verdad es que me iré de la isla dentro de unos días y no me gustaría… romperte el corazón.
—Oh, no me lo romperás. Tengo un corazón muy duro.
—Bueno, quizá podría cenar contigo, pero con una condición. ¿Sabes dónde está el manantial del Druida?
—Claro que sí, casi todo el mundo en la isla lo sabe. O dice que lo sabe.
—¿Y te importaría enseñármelo?
Andrew frunció el ceño.
—Bueno, yo… No estoy seguro de que deba. Es un secreto muy buen guardado. Y no me gustaría ser el primero en sacarlo a la luz.
—Y yo no tengo planes para esta noche —dijo Serena, suspirando con dramatismo.
—Bueno, supongo que no tiene por qué hacer ningún daño, siempre y cuando me prometas no decírselo a nadie.
Serena sonrió.
—Prometido.
Cenar con Andrew era un precio muy bajo a pagar a cambio de encontrar el manantial. Comería algo con él a primera hora y después volvería a la posada para cenar con Seiya. Y no se marcharía de Trall sin el agua.
¡Serena esta a punto de conseguir el agua del manantial! :[SEROMG]: ¿Y ahora que va a pasar? ¿Se ira de la isla una vez que la consiga? ¿Y Seiya?
:[Jujuju]:
¡Eso y más lo sabremos en el proximo capitulo!
Me despido por ahora esperando que les haya gustado el capítulo de hoy, como siempre, les pido que no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Muchos saludos para todos y ¡nos vemos en el proximo capitulo!
XOXO
Serenity
A diferencia de la mañana anterior, sabía exactamente dónde estaba y qué había hecho la noche anterior. Asomó a sus labios una ligera sonrisa de satisfacción. Lo que había compartido con Seiya la noche anterior había sido realmente maravilloso.
—Intenso.
Se apoyó sobre un codo, observó el rostro de Seiya y alargó la mano para apartar un mechón de su frente.
¿Quién era realmente aquel hombre?, se preguntó, ¿y por qué se atraían con tanta fuerza?
—Abre los ojos —susurró.
Pero Seiya estaba profundamente dormido.
Con mucho cuidado, Serena se levantó de la cama y alargó la mano hacia la bata de seda. Y se dirigía hacia el cuarto de baño cuando oyó que alguien gritaba en la posada:
—¡Hola! ¿Hay alguien aquí? Queremos una habitación.
Miró hacia la cama y después hacia la puerta abierta. Cuando oyó pasos en la escalera, le entró el pánico. Se pasó la mano por el pelo, corrió al pasillo y cerró la puerta tras ella. Unos segundos después, vio aparecer a una pareja de ancianos por las escaleras.
—Hola —la saludó el hombre—, ¿no será usted la encargada de la posada?
—No —contestó Serena, cerrándose la bata—. ¿No está en el piso de abajo el encargado?
—No ha contestado nuestras llamadas. Acabamos de llegar en el ferry. ¿Lo ves, Glynis? Ya te he dicho que era demasiado pronto.
—Bueno, George, tampoco nos vendrá mal saber si hay o no habitaciones.
—Seguramente habrá ido a hacer algún recado —les aseguró Serena—. Si me dicen su nombre, le pasaré el recado.
—¿Sabe si hay habitaciones libres?
La primera idea de Serena fue decirles que no. Le gustaba tener a Seiya sólo para ella. Pero estaba intentando sacar adelante un negocio y no podía perjudicarle con su egoísmo.
—Yo… no estoy segura. Creo que comentó que esta tarde venía un grupo. Tendrán que preguntárselo a él.
—Humm —el hombre miró a su esposa y se encogió de hombros—. Bueno, supongo que volveremos más tarde. Vamos a dar una vuelta por la isla. Acabamos de llegar de Lincolnshire, queremos asistir a la celebración de Samhain mañana por la noche. Usted es estadounidense, ¿verdad?
—Sí, de Chicago.
—Bonita ciudad —dijo Glynis—. Estuvimos allí hace, ¿cuánto tiempo, George? ¿Tres o cuatro años?
—Creo que cinco. Subimos a las Torres Sears. Qué vista tan increíble… Bueno, ha sido un placer conocerla, querida.
Serena asintió y los vio alejarse por el pasillo.
En cuanto desaparecieron por las escaleras, regresó al dormitorio, se sentó en la cama y sacudió a Seiya para que se despertara.
—Seiya, despierta.
Seiya abrió los ojos y la miró con el ceño fruncido, pero aquella expresión fue sustituida gradualmente por una sonrisa.
—Buenos días.
—Ha venido una pareja buscando habitación. He estado hablando con ellos en el pasillo. Están buscándote.
Seiya se sentó inmediatamente y se pasó la mano por el pelo.
—¿Qué hora es?
—Las ocho o las nueve. Les he dicho… —se interrumpió—, les he dicho que seguramente habías salido a hacer algún recado.
Seiya la agarró por la cintura y la colocó encima de él.
—Bien hecho. En ese caso tenemos… una hora o dos por lo menos.
—También les he dicho que creía que tenías la posada llena para esta noche. Será mejor que bajes a decirles que estaba equivocada.
—¿Por qué voy a tener que bajar? —le preguntó—. Por mí, podemos cerrar la puerta y tirar la llave. Eres una huésped importante que requiere toda mi atención.
—Seiya, creo que será mejor que…
—Pasemos el resto del día juntos —respondió.
—La verdad es que estaba pensando en ir al pueblo. Ayer conocí a Mina y me apetece acercarme a ver su tienda.
—Sí, me comentó que había pasado por aquí —dijo Seiya con el ceño fruncido—. ¿Qué te dijo exactamente?
—Me dijo que habían sido amantes hace tiempo. Y que puede lanzar hechizos. En Chicago no tenemos druidas, ¿sabes?, por lo menos que yo sepa. Así que, ya que estoy aquí, me gustaría volver a verla.
—Es un fraude, ¿sabes? Mina finge tener poderes mágicos, pero en realidad es una forma de sacarles dinero a los turistas.
—Lo sé, pero estoy de vacaciones, y me gustaría contribuir a la economía local.
—No creo que la tienda esté abierta. Mina debe estar ocupada preparando el ritual de mañana por la noche. De todas formas, te llevaré al pueblo. Hay una cafetería cerca de la biblioteca en la que preparan unos bizcochos de pasas y mantequilla deliciosos. Podemos desayunar allí.
—Si no te importa, creo que me gustaría tener algún tiempo para mí. Voy a vestirme y, mientras tanto, tú podrías aprovechar para bajar a recepción a ver si puedes alcanzar a esa pareja de Lincolnshire.
Seiya la miró con cierto recelo.
—Muy bien, pero esta noche cenaremos juntos. Prométemelo.
—Sí —dijo Serena—. Esta noche cenaremos juntos.
Seiya se levantó de la cama, se abrochó los vaqueros y recorrió la habitación con la mirada, buscando su camisa. La encontró a los pies de la cama y se la puso.
—Ayer lo pasé maravillosamente —musitó mientras se la abrochaba con la mirada fija en su rostro.
—Yo también —contestó Serena sonrojada. Seiya pareció entonces satisfecho. Asintió antes de dirigirse hacia la puerta.
—¿Quieres desayunar?
—Creo que bajaré por una manzana y me iré.
Seiya buscó en el bolsillo de los vaqueros y le tendió unas llaves.
—Llévate la camioneta. Tengo otro coche. Dejaré el móvil en el asiento del conductor. Si te pierdes o tienes algún problema, busca en la agenda y llámame a la posada. Iré a buscarte inmediatamente.
—Estamos en una isla. No creo que sea fácil perderse.
—Bueno, en ese caso, llámame si necesitas… cualquier cosa —le dijo. Abrió la puerta para salir al pasillo, pero en el último momento retrocedió, la agarró por la cintura y la besó—. Estaré abajo.
Serena sonrió.
—Sí, lo sé.
Cuando por fin se quedó sola, Serena se sentó en el borde de la cama. Todo había sido demasiado rápido. Corría el riesgo de entregarse a aquella fantasía durante el resto de sus vacaciones, lo que haría terriblemente difícil su marcha. Pero Serena no se hacía ilusiones sobre su relación con Seiya Kou. Al fin y al cabo, él vivía en una isla que estaba a un océano de distancia de Chicago. Y además, ella tenía un prometido en los Estados Unidos.
Se vistió rápidamente y bajó. Seiya estaba en la cocina, concentrado en el periódico. Serena agarró una manzana de un frutero que había en el mostrador, le prometió a Seiya que volvería antes de la cena y se permitió un largo y apasionado beso de despedida. Él hizo todo lo posible para convencerla de que le dejara acompañarla, pero Serena se mostró tajante. Necesitaba encontrar ese manantial y no quería discutir con él.
Conducir un vehículo con el volante a la derecha no fue fácil al principio. Pero Serena se las arregló para llegar hasta el pueblo. Una vez allí, decidió aparcar en el primer hueco que encontró y continuar caminando.
No tuvo ningún problema para encontrar la tienda de Mina, con un dragón tallado en madera encima de la puerta. Aunque Seiya le había dicho que estaría cerrada, intentó abrir la puerta. Sí, estaba cerrada. Miró por la ventana, pero era imposible ver nada en el interior, que estaba completamente a oscuras.
—Está en el círculo de piedras —le dijo alguien.
Serena dio media vuelta y vio a la enfermera del pueblo, Ami Aino, que se acercaba con dos bolsas de la compra.
—¿La ayudo con las bolsas? —se ofreció Serena.
—No, no. Tengo el coche aquí al lado. ¿Cómo tienes la muñeca?
—Mucho mejor —contestó Serena, extendiendo la mano y moviendo los dedos—. Apenas me duele.
—Mina se está preparando para la celebración Samhain. Organiza un espectáculo en el círculo de piedras. Es mañana a las ocho, todo el mundo va. Se canta, se baila y se encienden hogueras.
—Quería ver su tienda.
—Seguro que viene antes de la cena —Ami se interrumpió—. ¿Cómo es que has decidido quedarte tanto tiempo? Supongo que Seiya te estará tratando bien.
—Sí, claro que sí.
—Es un hombre muy atractivo, ¿verdad?
Serena miró nerviosa a su alrededor. ¿Todo el mundo sabía lo que había pasado la noche anterior? ¿O serían imaginaciones suyas?
—Sí, es un hombre atractivo.
—Es un buen partido para cualquier jovencita. Yo llegué a pensar que haría una buena pareja con Mina. Pero mi hija es un poco… temperamental. Es un hombre muy rico, ¿sabes? Aunque no lo parezca —Ami se inclinó hacia ella—. No me gustan los chismes, pero en realidad esto no lo es, puesto que apareció en publicado en todos los periódicos. El caso es que Seiya es millonario.
—¿Seiya? ¿Se ha hecho millonario con la posada?
—Inventó un programa de ordenador. Tenía una empresa en Killarney y la vendió antes de volver a la isla. Creo que esto es como un escondite para él. Supongo que se cansó de tener a todas esas mujeres detrás de él.
Serena asintió, incómoda con el rumbo que estaba tomando la conversación. Si Seiya tenía tantas mujeres tras él, ¿qué estaba haciendo con ella? ¿Sería para él una muesca más en el cabecero de su cama? Serena desvió la mirada hacia la biblioteca del pueblo.
—Creo que pasaré por la tienda más tarde —se despidió de Ami y continuó avanzando hasta la biblioteca.
Una vez allí, entró. Pasó por delante de la zona de los libros de ficción y de autoayuda, pero tardó varios minutos en encontrar la sección que estaba buscando.
—Historia local —dijo mientras sacaba un libro de la estantería.
—¿Puedo ayudarte? —una mujer entró en aquel momento en la habitación, secándose las manos en un delantal—. Estaba preparándome una taza de té. ¿Le importaría…? Ah, eres la norteamericana. Te llamas Serena, ¿verdad? Yo soy Mónica Fraser.
—Sí, soy Serena Tsukino, la estadounidense. Y por lo visto han debido publicar mi llegada en el periódico del pueblo. Todo el mundo parece saber quién soy.
—Bueno, no es difícil reconocerte con ese acento tan marcado. Y, créeme, la llegada de una joven atractiva a la isla nunca pasa desapercibida. ¿Te han hecho ya alguna propuesta de matrimonio? Porque si te interesa quedarte en la isla, yo soy la casamentera del pueblo, además de la bibliotecaria.
—Estás de broma, ¿verdad?
—La población de Trall lleva treinta años reduciéndose, no bromeamos con ese tipo de cosas. Pero bueno, supongo que no te dejarás impresionar por ninguno de nuestros solteros, sobre todo después de haber visto a Seiya Kou. Es un hombre muy guapo, ¿verdad?
Serena se sonrojó violentamente. Necesitaba cambiar de tema cuanto antes.
—Estaba… estaba buscando una guía sobre la isla.
—Las guías están en la mesa de al lado de a puerta. Cuestan tres euros veinte.
Serena había hojeado la guía de la isla la noche anterior en la posada mientras esperaba a Seiya, y en ella no decían nada del manantial.
—En realidad, estaba buscando información sobre el manantial del Druida. Mi abuela me ha hablado de él. Estuvo en la isla hace cincuenta años y bebió agua de ese manantial.
—Ah, ese manantial es el principal atractivo para los turistas.
—Esperaba poder encontrarlo, pero nadie sabe dónde está.
—¿Y eso te sorprende? Aquellos que odian ver a los turistas por toda la isla preferirían que la leyenda se olvidara. Y los que dependen de la leyenda, prefieren mantener el misterio. Si todo el mundo supiera dónde está el manantial, irían hasta allí, llenarían sus cantimploras y se marcharían.
—Entonces, ¿no vas a decirme dónde está?
—Por supuesto que no. Pero en la biblioteca hay una gran colección de guías antiguas. También puedes consultar los libros de viaje —Mónica le guiñó el ojo—. Y ahora, creo que voy a tomarme ese té. ¿Quieres una taza?
—Sí —contestó Serena con una sonrisa—, me encantaría.
Una hora y dos tazas de té después. Serena tenía la respuesta o al menos, las pistas que podían llevarla hasta el manantial. Se guardó el mapa que había garabateado precipitadamente y volvió al coche. Llevaba consigo una botella por si encontraba el manantial. En cuanto hubiera conseguido llenarla, habría completado su misión.
Serena se sentó en el coche, aferrándose con fuerza al volante. Conseguiría lo que había ido a buscar y podría marcharse. Pero el caso era que no quería irse. Todavía no. Pensar en regresar a Chicago le hacía sentir un extraño vacío.
Gimió suavemente, se inclinó hacia delante y apoyó la cabeza en el volante. Las imágenes de Seiya Kou inundaban su mente e intentó apartarlas. Había ocurrido algo extraño entre ellos la noche anterior, una especie de conexión mágica que Serena todavía no estaba dispuesta a olvidar.
Suspiró. ¿De verdad había estado enamorada de Darién? Porque la verdad era que le había olvidado muy rápidamente. Le bastaba pensar en el atractivo irlandés al que había conocido para gemir de placer. Y si encontraba el manantial, ya no tendría ninguna excusa para quedarse y disfrutar de los placeres que Seiya le ofrecía.
Una llamada a la ventanilla del coche la sobresaltó. Serena se volvió en el asiento y descubrió a un joven que la saludaba y sonreía mostrando todos sus dientes. Serena pulsó el botón para bajar la ventanilla.
—Hola —le saludó.
—¿Tú eres la estadounidense?
—Sí.
—¿Te gustaría cenar conmigo esta noche?
—Yo… no te conozco.
El joven le tendió la mano a través de la ventanilla.
—Andrew. Soy Andrew Furuhata, el encargado de la gasolinera de la isla. Si necesitas que te arreglen el coche, yo soy tu hombre. Me gano bien la vida. Y te sería fiel.
Serena abrió los ojos como platos.
—Yo… agradezco la invitación, Andrew, pero… —tomó aire—, la verdad es que me iré de la isla dentro de unos días y no me gustaría… romperte el corazón.
—Oh, no me lo romperás. Tengo un corazón muy duro.
—Bueno, quizá podría cenar contigo, pero con una condición. ¿Sabes dónde está el manantial del Druida?
—Claro que sí, casi todo el mundo en la isla lo sabe. O dice que lo sabe.
—¿Y te importaría enseñármelo?
Andrew frunció el ceño.
—Bueno, yo… No estoy seguro de que deba. Es un secreto muy buen guardado. Y no me gustaría ser el primero en sacarlo a la luz.
—Y yo no tengo planes para esta noche —dijo Serena, suspirando con dramatismo.
—Bueno, supongo que no tiene por qué hacer ningún daño, siempre y cuando me prometas no decírselo a nadie.
Serena sonrió.
—Prometido.
Cenar con Andrew era un precio muy bajo a pagar a cambio de encontrar el manantial. Comería algo con él a primera hora y después volvería a la posada para cenar con Seiya. Y no se marcharía de Trall sin el agua.
¡Serena esta a punto de conseguir el agua del manantial! :[SEROMG]: ¿Y ahora que va a pasar? ¿Se ira de la isla una vez que la consiga? ¿Y Seiya?
:[Jujuju]:
¡Eso y más lo sabremos en el proximo capitulo!
Me despido por ahora esperando que les haya gustado el capítulo de hoy, como siempre, les pido que no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Muchos saludos para todos y ¡nos vemos en el proximo capitulo!
XOXO
Serenity
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
No!!! Ojala no le salga mal el salir con Andrew jajaja me encanto su manera de presentarse practicamente se le ofrecio y me gusto, se me hizo simpatico, ojala no la vaya a estafar o pagara caro!!! Y vaya sorpresa Kou es millonario eso si me dejo sin habla, bueno pues Mina parece medio loquita jajaja pero me agrada mucho ojala logre convencerlos de que estan bajo un hechizo y se dejen llevar!!!! Me encanta esta historia espero con ansia el sig. capitulo, un saludito!!!
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
Quién no quisiera encontrarse a un Seiya así de guapo y dispuesto en una hostal. Me encanta! Quiero el siguiente ya!
natu_rw- Sailor Inner Scout
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Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
¡Hola!
¡Mil gracias por todos sus comentarios! ¡Me alegra que les gustara el capitulo anterior de esta historia!
Bueno, por fin vamos a saber que va a pasar con Serena, su cena con Andrew, y principalmente con Seiya ¡Espero que disfruten de este capitulo!
Capitulo 4
Seiya había estado esperando a Serena durante casi tres horas. Como no había vuelto tras la puesta del sol, había llamado al pub. Allí le habían dicho que llevaba una hora en el pub, tomando una copa con Mina, Andrew y un puñado de solteros de la isla.
Seiya había decidido continuar esperándola, pero a medida que avanzaba la noche, aumentaba su preocupación al imaginarla conduciendo por los estrechos caminos de la isla.
Así que al final, agarró unas llaves del mostrador de recepción y se dirigió a la parle posterior de la casa, donde tenía aparcado un Mercedes. Aquel coche era una de las pocas cosas que había conservado de su antigua vida: el coche, la cama y una casa a las afueras de Killarney.
Había habido una época en la que se había considerado a sí mismo el más afortunado de los hombres. Su interés por los ordenadores se había convertido en pasión por el desarrollo de nuevos programas: había conseguido elaborar un programa de reconocimiento facial y había creado una empresa que le había hecho millonario de un día para otro. Durante tres años, había sido el niño prodigio de los ordenadores en Irlanda. La gente había comenzado a llamarle el Bill Gates de Irlanda, una referencia que había llegado a odiar.
Y un buen día, había recibido una llamada de un gigante empresarial interesado en quedarse con su empresa. Cuando le habían ofrecido la cantidad que él consideraba suficiente, había vendido su empresa. En un primer momento, había pensado en fundar una nueva empresa, más grande y mejor que la primera. Pero tras pasar unos meses alejado de la responsabilidad de dirigir un negocio, había comenzado a darse cuenta de que no quería regresar a esa vida. Cuatro años después de la venta de la empresa, vivía en una tranquila isla, dirigiendo un negocio familiar y aceptando de vez en cuando algún contrato como asesor.
Tenía dinero suficiente para vivir, pero había dejado su vida en espera, aguardando a que sucediera algo interesante. Y de pronto, por primera vez desde hacía años, volvía a sentir algo… Aunque no estaba seguro de lo que era.
Encontró la camioneta aparcada cerca del pub. Entró y buscó con la mirada en aquel ambiente cargado de humo. No tardó en ver a Serena jugando a los dardos y rodeada de un grupo de hombres, Mina estaba cerca, bromeando con ella.
Seiya esperó un rato antes de abrirse paso entre la multitud que abarrotaba el pub para acercarse a Mina.
—¿La has emborrachado?
—¡Seiya! Así que has decidido venir a apoyar a Serena, Andrew está dispuesto a hacerte sudar tinta. Y no seas tonto. No la he emborrachado. Se ha emborrachado ella sola.
—Voy a llevármela ahora mismo a la posada.
Mina se encogió de hombros.
—Sí, probablemente sea lo mejor. Un martini más y tendrás que llevártela en brazos.
Seiya se acercó a Serena y le agarró la mano.
—Hora de marcharse.
—¿Ya? —preguntó Serena.
Los hombres gimieron disgustados mientras Seiya dejaba diez euros en la mesa.
Serena se volvió hacia Andrew y le dio un fuerte abrazo.
—Gracias por la cena —le dijo—. Y no te preocupes. Estoy segura de que encontrarás una chica encantadora con la que casarte.
Seiya la agarró de la mano y tiró de ella hacia la puerta. Serena se volvió para despedirse de sus nuevos amigos y, a los pocos segundos, estaban los dos de nuevo en la calle. Seiya la ayudó a sentarse en la camioneta y se colocó después tras el volante.
—Son encantadores —dijo Serena—. ¿Por qué no pueden ser todos los hombres tan encantadores como los de aquí? He recibido tres propuestas de matrimonio y Mónica Fraser ha dicho que podía conseguirme tres más —suspiró con dramatismo—. Cuánto me gustaría casarme algún día.
Seiya frunció el ceño mientras ponía el coche en marcha. Obviamente, el alcohol le había soltado la lengua. Y las emociones, pensó al ver el brillo de las lágrimas en sus ojos.
—¿Estás llorando?
—No —musitó.
—¿Qué te pasa? ¿Mina te ha dicho algo que te haya hecho daño?
—Me ha dicho que me merezco algo mejor —respondió Serena, secándose las lágrimas con la manga de la chaqueta.
—¿Mejor que yo?
—No. Mejor que él.
—¿Mejor que quién?
—Que Darién. Mi prometido.
—¿Estás comprometida? —había estado a punto de quedarse sin respiración.
—Sí. Quiero decir, no. Pensaba que lo estaba, pero… Oh. Dios mío, no me encuentro bien —abrió la puerta del coche y salió tambaleándose…
Seiya la vio inclinarse a un lado de la carretera y vomitar. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que él se había emborrachado y se preguntaba hasta qué punto sería Serena capaz de recordar su conversación al día siguiente.
Serena se apoyó en el coche, respiró el aire fresco de la noche y regresó de nuevo al interior.
—¿Te encuentras mejor?
—Mucho mejor.
Seiya volvió a poner el coche en marcha y salió a la carretera. Hicieron el resto del trayecto en silencio. Seiya iba pensando en lo que Serena acababa de contarle sobre su vida en Chicago. ¿Qué clase de estúpido habría dejado pasar a una mujer como aquélla? Tenía que estar loco. Serena era una mujer sexy, dulce e inteligente. No se encontraban mujeres como Serena Tsukino todos los días.
Cuando llegaron a la posada, dejó el coche en la puerta principal y ayudó a Serena a entrar. Serena avanzó tambaleante hacia las escaleras y en cuanto llegó a su habitación, comenzó a desnudarse.
—Ni siquiera sé por qué me he tomado la molestia de venir hasta aquí. ¿De verdad quiero volver con ese hombre? Pero si es evidente que ni siquiera me quiere.
Empezó a quitarse el jersey por la cabeza, pero se le quedó enganchado allí. Seiya se acercó a ayudarla a quitárselo. Al ver que le costaba mantener el equilibrio, la sujetó por la cintura y le quitó la camiseta.
—¿Todavía lo quieres? —le preguntó. Serena arrugó la nariz y pensó en la pregunta durante largo rato antes de mirarle.
—¿Has estado enamorado alguna vez?
—No —contestó Seiya.
—Pues considérate afortunado —musitó Serena, señalándole con el dedo —Darién y yo éramos perfectos el uno para el otro. Nos gustaban las mismas cosas. Compartíamos los mismos intereses. Teníamos todo el futuro planeado y de pronto… ¡plaf!
Abrió los brazos con un gesto dramático y comenzó a tambalearse. Si Seiya no la hubiera sujetado, habría terminado en el suelo.
—¿Y quieres volver con ese hombre?
—Por supuesto —dijo, caminando hacia el baño—. O eso creo —frunció ligeramente el ceño—. ¿Tú no querrías?
Seiya la observó lavarse los dientes. Y le resultó fascinante verla realizar aquella tarea tan rutinaria. Incluso dedicada a la higiene dental le resultaba sexy.
Serena se secó la boca con una toalla y regresó al dormitorio.
—Por eso he venido aquí.
—Por el agua… —musitó Seiya.
—Mi abuela me habló de ese manantial. Me dijo que podía utilizarlo para hacerle regresar a mi lado. Y hoy he descubierto el manantial. Andrew Furuhata me ha enseñado dónde estaba —se llevó la mano a la boca—. Vaya, se suponía que no tenía que decírselo a nadie.
Seiya estuvo a punto de decirle la verdad. Que el manantial del Druida sólo era un engaño inventado por su bisabuelo para atraer más turistas a la isla. Con los años, se había olvidado el origen de aquella leyenda.
—Tengo una botella de agua —Serena miró a su alrededor—. La he dejado en la camioneta.
—¿Y cómo es que has terminado en el pub?
—Después de cenar con Andrew, me he encontrado con Mina y nos ha invitado una copa. Y después hemos tomado otra, y otra. Hemos pasado la noche tomando martinis.
—¿Y estás borracha?
—No, no estoy borracha —dijo Serena, bajándose la cremallera de los vaqueros. Comenzó a quitárselos, pero de pronto, alzó la mirada hacia Seiya y le rodeó el cuello con los brazos—. ¿Vamos a pasarnos toda la noche hablando o vas a llevarme a la cama?
Seiya gimió para sí. Se había pasado el día pensando en la próxima vez que hiciera el amor con ella y en ese momento Serena se le estaba ofreciendo. El único problema era que ella no se acordaría de nada a la mañana siguiente. Así que el dilema era satisfacer sus deseos o comportarse como un caballero… otra vez. Seiya sabía cuál era la decisión final antes de planteárselo siquiera, pero eso no hacía que le resultara más fácil rechazarla.
—¿Por qué no te metes en la cama? Voy a bajar a buscarte algo que te ayude a asentar el estómago.
Serena obedeció, pero le agarró del brazo y tiró de él. Seiya fijó la mirada en su boca y no fue capaz de resistirse a besarla, sólo una vez. Serena entreabrió los labios y le acarició la lengua con la suya, invitándole a explorar su interior.
Continuaron besándose durante largo rato, disfrutando de aquel dulce placer. Seiya habría sido capaz de pasarse cuarenta y ocho horas besándola y aun así no se habría cansado de hacerlo. Eran muchas las cosas que no sabía sobre ella y Seiya quería aprenderlas todas, muy lentamente.
Serena alargó la mano hacia su pecho, descendiendo su mano lentamente por su cuerpo. Aquella acción basto para que Seiya deseara desprenderse de su ropa y hacerle el amor. ¿Retomaría el juego que habían comenzado la noche anterior? ¿O Serena se levantaría a la mañana siguiente, haría las maletas y regresaría con el hombre al que realmente quería?
Ningún hombre debería verse obligado a tomar una decisión como aquélla, se dijo Seiya mientras le mordisqueaba el cuello. Maldita Mina. Si no hubiera invitado a Serena al pub, habría pasado la noche con ella en la cama. Se apoyó en un codo y le apartó un mechón de pelo de los ojos.
—Voy a prepararte una taza de té —le dijo.
—No quiero té —protestó Serena.
—Con un poco de leche y azúcar, te asentará el estómago. Mañana me lo agradecerás.
—Pero prométeme que volverás. Porque el té no es lo único que te quiero agradecer mañana por la mañana —sonrió—. No sé si entiendes lo que quiero decir.
Seiya se echó a reír.
—Sí, claro que lo sé. Ahora mismo vuelvo —se levantó de la cama y la arropó—. Cierra los ojos y descansa.
Serena gimió suavemente y enterró la cara en la almohada. Seiya permaneció en la habitación hasta que la vio dormirse. Entonces, agarró el vaso de la mesilla de noche, lo llenó de agua en el cuarto de baño y lo dejó en la mesilla. En cuanto se aseguró de que Serena estaba profundamente dormida, se inclinó sobre ella y le dio un beso en la frente.
No sabía qué recordaría Serena al día siguiente, pero se aseguraría de que, cuando volvieran a disfrutar del sexo, el recuerdo quedara grabado para siempre en su memoria.
Cuando bajó al piso de abajo, en vez de meterse en la cama, tomó las llaves y salió por la puerta principal de la posada. El Mercedes estaba donde lo había dejado. Se metió en el coche, lo puso en marcha y regresó al pueblo.
Aparcó en frente de la camioneta, salió y se acercó hasta ella. Encontró la botella de agua del manantial en el asiento de pasajeros. La agarró, desenroscó el tapón y se dispuso a vaciarla… Si Serena tenía que regresar al manantial al día siguiente, no se iría de la isla y podría pasar otra noche con ella.
Pero antes de que hubiera comenzado a volcar la botella, decidió que podría darle un mejor uso al agua. Él nunca habla creído en la magia, pero no podía hacerle ningún daño intentarlo. Al día siguiente prepararía un té con esa agua, o un zumo de frutas. Esperaría a que Serena lo tomara y después se serviría él mismo una taza o un vaso. Y si el agua tenía algún componente mágico, él sería el primero en comprobarlo.
¡Mil gracias por todos sus comentarios! ¡Me alegra que les gustara el capitulo anterior de esta historia!
Bueno, por fin vamos a saber que va a pasar con Serena, su cena con Andrew, y principalmente con Seiya ¡Espero que disfruten de este capitulo!
Capitulo 4
Seiya había estado esperando a Serena durante casi tres horas. Como no había vuelto tras la puesta del sol, había llamado al pub. Allí le habían dicho que llevaba una hora en el pub, tomando una copa con Mina, Andrew y un puñado de solteros de la isla.
Seiya había decidido continuar esperándola, pero a medida que avanzaba la noche, aumentaba su preocupación al imaginarla conduciendo por los estrechos caminos de la isla.
Así que al final, agarró unas llaves del mostrador de recepción y se dirigió a la parle posterior de la casa, donde tenía aparcado un Mercedes. Aquel coche era una de las pocas cosas que había conservado de su antigua vida: el coche, la cama y una casa a las afueras de Killarney.
Había habido una época en la que se había considerado a sí mismo el más afortunado de los hombres. Su interés por los ordenadores se había convertido en pasión por el desarrollo de nuevos programas: había conseguido elaborar un programa de reconocimiento facial y había creado una empresa que le había hecho millonario de un día para otro. Durante tres años, había sido el niño prodigio de los ordenadores en Irlanda. La gente había comenzado a llamarle el Bill Gates de Irlanda, una referencia que había llegado a odiar.
Y un buen día, había recibido una llamada de un gigante empresarial interesado en quedarse con su empresa. Cuando le habían ofrecido la cantidad que él consideraba suficiente, había vendido su empresa. En un primer momento, había pensado en fundar una nueva empresa, más grande y mejor que la primera. Pero tras pasar unos meses alejado de la responsabilidad de dirigir un negocio, había comenzado a darse cuenta de que no quería regresar a esa vida. Cuatro años después de la venta de la empresa, vivía en una tranquila isla, dirigiendo un negocio familiar y aceptando de vez en cuando algún contrato como asesor.
Tenía dinero suficiente para vivir, pero había dejado su vida en espera, aguardando a que sucediera algo interesante. Y de pronto, por primera vez desde hacía años, volvía a sentir algo… Aunque no estaba seguro de lo que era.
Encontró la camioneta aparcada cerca del pub. Entró y buscó con la mirada en aquel ambiente cargado de humo. No tardó en ver a Serena jugando a los dardos y rodeada de un grupo de hombres, Mina estaba cerca, bromeando con ella.
Seiya esperó un rato antes de abrirse paso entre la multitud que abarrotaba el pub para acercarse a Mina.
—¿La has emborrachado?
—¡Seiya! Así que has decidido venir a apoyar a Serena, Andrew está dispuesto a hacerte sudar tinta. Y no seas tonto. No la he emborrachado. Se ha emborrachado ella sola.
—Voy a llevármela ahora mismo a la posada.
Mina se encogió de hombros.
—Sí, probablemente sea lo mejor. Un martini más y tendrás que llevártela en brazos.
Seiya se acercó a Serena y le agarró la mano.
—Hora de marcharse.
—¿Ya? —preguntó Serena.
Los hombres gimieron disgustados mientras Seiya dejaba diez euros en la mesa.
Serena se volvió hacia Andrew y le dio un fuerte abrazo.
—Gracias por la cena —le dijo—. Y no te preocupes. Estoy segura de que encontrarás una chica encantadora con la que casarte.
Seiya la agarró de la mano y tiró de ella hacia la puerta. Serena se volvió para despedirse de sus nuevos amigos y, a los pocos segundos, estaban los dos de nuevo en la calle. Seiya la ayudó a sentarse en la camioneta y se colocó después tras el volante.
—Son encantadores —dijo Serena—. ¿Por qué no pueden ser todos los hombres tan encantadores como los de aquí? He recibido tres propuestas de matrimonio y Mónica Fraser ha dicho que podía conseguirme tres más —suspiró con dramatismo—. Cuánto me gustaría casarme algún día.
Seiya frunció el ceño mientras ponía el coche en marcha. Obviamente, el alcohol le había soltado la lengua. Y las emociones, pensó al ver el brillo de las lágrimas en sus ojos.
—¿Estás llorando?
—No —musitó.
—¿Qué te pasa? ¿Mina te ha dicho algo que te haya hecho daño?
—Me ha dicho que me merezco algo mejor —respondió Serena, secándose las lágrimas con la manga de la chaqueta.
—¿Mejor que yo?
—No. Mejor que él.
—¿Mejor que quién?
—Que Darién. Mi prometido.
—¿Estás comprometida? —había estado a punto de quedarse sin respiración.
—Sí. Quiero decir, no. Pensaba que lo estaba, pero… Oh. Dios mío, no me encuentro bien —abrió la puerta del coche y salió tambaleándose…
Seiya la vio inclinarse a un lado de la carretera y vomitar. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que él se había emborrachado y se preguntaba hasta qué punto sería Serena capaz de recordar su conversación al día siguiente.
Serena se apoyó en el coche, respiró el aire fresco de la noche y regresó de nuevo al interior.
—¿Te encuentras mejor?
—Mucho mejor.
Seiya volvió a poner el coche en marcha y salió a la carretera. Hicieron el resto del trayecto en silencio. Seiya iba pensando en lo que Serena acababa de contarle sobre su vida en Chicago. ¿Qué clase de estúpido habría dejado pasar a una mujer como aquélla? Tenía que estar loco. Serena era una mujer sexy, dulce e inteligente. No se encontraban mujeres como Serena Tsukino todos los días.
Cuando llegaron a la posada, dejó el coche en la puerta principal y ayudó a Serena a entrar. Serena avanzó tambaleante hacia las escaleras y en cuanto llegó a su habitación, comenzó a desnudarse.
—Ni siquiera sé por qué me he tomado la molestia de venir hasta aquí. ¿De verdad quiero volver con ese hombre? Pero si es evidente que ni siquiera me quiere.
Empezó a quitarse el jersey por la cabeza, pero se le quedó enganchado allí. Seiya se acercó a ayudarla a quitárselo. Al ver que le costaba mantener el equilibrio, la sujetó por la cintura y le quitó la camiseta.
—¿Todavía lo quieres? —le preguntó. Serena arrugó la nariz y pensó en la pregunta durante largo rato antes de mirarle.
—¿Has estado enamorado alguna vez?
—No —contestó Seiya.
—Pues considérate afortunado —musitó Serena, señalándole con el dedo —Darién y yo éramos perfectos el uno para el otro. Nos gustaban las mismas cosas. Compartíamos los mismos intereses. Teníamos todo el futuro planeado y de pronto… ¡plaf!
Abrió los brazos con un gesto dramático y comenzó a tambalearse. Si Seiya no la hubiera sujetado, habría terminado en el suelo.
—¿Y quieres volver con ese hombre?
—Por supuesto —dijo, caminando hacia el baño—. O eso creo —frunció ligeramente el ceño—. ¿Tú no querrías?
Seiya la observó lavarse los dientes. Y le resultó fascinante verla realizar aquella tarea tan rutinaria. Incluso dedicada a la higiene dental le resultaba sexy.
Serena se secó la boca con una toalla y regresó al dormitorio.
—Por eso he venido aquí.
—Por el agua… —musitó Seiya.
—Mi abuela me habló de ese manantial. Me dijo que podía utilizarlo para hacerle regresar a mi lado. Y hoy he descubierto el manantial. Andrew Furuhata me ha enseñado dónde estaba —se llevó la mano a la boca—. Vaya, se suponía que no tenía que decírselo a nadie.
Seiya estuvo a punto de decirle la verdad. Que el manantial del Druida sólo era un engaño inventado por su bisabuelo para atraer más turistas a la isla. Con los años, se había olvidado el origen de aquella leyenda.
—Tengo una botella de agua —Serena miró a su alrededor—. La he dejado en la camioneta.
—¿Y cómo es que has terminado en el pub?
—Después de cenar con Andrew, me he encontrado con Mina y nos ha invitado una copa. Y después hemos tomado otra, y otra. Hemos pasado la noche tomando martinis.
—¿Y estás borracha?
—No, no estoy borracha —dijo Serena, bajándose la cremallera de los vaqueros. Comenzó a quitárselos, pero de pronto, alzó la mirada hacia Seiya y le rodeó el cuello con los brazos—. ¿Vamos a pasarnos toda la noche hablando o vas a llevarme a la cama?
Seiya gimió para sí. Se había pasado el día pensando en la próxima vez que hiciera el amor con ella y en ese momento Serena se le estaba ofreciendo. El único problema era que ella no se acordaría de nada a la mañana siguiente. Así que el dilema era satisfacer sus deseos o comportarse como un caballero… otra vez. Seiya sabía cuál era la decisión final antes de planteárselo siquiera, pero eso no hacía que le resultara más fácil rechazarla.
—¿Por qué no te metes en la cama? Voy a bajar a buscarte algo que te ayude a asentar el estómago.
Serena obedeció, pero le agarró del brazo y tiró de él. Seiya fijó la mirada en su boca y no fue capaz de resistirse a besarla, sólo una vez. Serena entreabrió los labios y le acarició la lengua con la suya, invitándole a explorar su interior.
Continuaron besándose durante largo rato, disfrutando de aquel dulce placer. Seiya habría sido capaz de pasarse cuarenta y ocho horas besándola y aun así no se habría cansado de hacerlo. Eran muchas las cosas que no sabía sobre ella y Seiya quería aprenderlas todas, muy lentamente.
Serena alargó la mano hacia su pecho, descendiendo su mano lentamente por su cuerpo. Aquella acción basto para que Seiya deseara desprenderse de su ropa y hacerle el amor. ¿Retomaría el juego que habían comenzado la noche anterior? ¿O Serena se levantaría a la mañana siguiente, haría las maletas y regresaría con el hombre al que realmente quería?
Ningún hombre debería verse obligado a tomar una decisión como aquélla, se dijo Seiya mientras le mordisqueaba el cuello. Maldita Mina. Si no hubiera invitado a Serena al pub, habría pasado la noche con ella en la cama. Se apoyó en un codo y le apartó un mechón de pelo de los ojos.
—Voy a prepararte una taza de té —le dijo.
—No quiero té —protestó Serena.
—Con un poco de leche y azúcar, te asentará el estómago. Mañana me lo agradecerás.
—Pero prométeme que volverás. Porque el té no es lo único que te quiero agradecer mañana por la mañana —sonrió—. No sé si entiendes lo que quiero decir.
Seiya se echó a reír.
—Sí, claro que lo sé. Ahora mismo vuelvo —se levantó de la cama y la arropó—. Cierra los ojos y descansa.
Serena gimió suavemente y enterró la cara en la almohada. Seiya permaneció en la habitación hasta que la vio dormirse. Entonces, agarró el vaso de la mesilla de noche, lo llenó de agua en el cuarto de baño y lo dejó en la mesilla. En cuanto se aseguró de que Serena estaba profundamente dormida, se inclinó sobre ella y le dio un beso en la frente.
No sabía qué recordaría Serena al día siguiente, pero se aseguraría de que, cuando volvieran a disfrutar del sexo, el recuerdo quedara grabado para siempre en su memoria.
Cuando bajó al piso de abajo, en vez de meterse en la cama, tomó las llaves y salió por la puerta principal de la posada. El Mercedes estaba donde lo había dejado. Se metió en el coche, lo puso en marcha y regresó al pueblo.
Aparcó en frente de la camioneta, salió y se acercó hasta ella. Encontró la botella de agua del manantial en el asiento de pasajeros. La agarró, desenroscó el tapón y se dispuso a vaciarla… Si Serena tenía que regresar al manantial al día siguiente, no se iría de la isla y podría pasar otra noche con ella.
Pero antes de que hubiera comenzado a volcar la botella, decidió que podría darle un mejor uso al agua. Él nunca habla creído en la magia, pero no podía hacerle ningún daño intentarlo. Al día siguiente prepararía un té con esa agua, o un zumo de frutas. Esperaría a que Serena lo tomara y después se serviría él mismo una taza o un vaso. Y si el agua tenía algún componente mágico, él sería el primero en comprobarlo.
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
Serena fijó la mirada en los ojos irritados que le mostraba el espejo del cuarto de baño. Desde que había llegado a Irlanda, no habla vuelto a ser ella misma. Apenas reconocía a la mujer que la miraba desde el espejo. Había cruzado un océano para buscar un manantial. Y se había enredado con el primer hombre que había encontrado en la isla. Después, se había emborrachado no una, sino dos veces, algo que no había hecho jamás en su vida.
Apenas se acordaba de lo ocurrido la noche anterior. Se recordaba vomitando a un lado de la carretera, subiendo después a la habitación con Seiya e intentando seducirle. Y también creía haber mencionado a su prometido, aunque no sabía si había nombrado a Darién en voz alta o si sólo había estado pensando en él.
Cuando bajó a la cocina, encontró a Seiya sentado a la mesa, con el periódico frente a él. Llevaba una camiseta vieja y unos vaqueros. Como siempre, tenía el pelo revuelto, pero se había afeitado y a Serena le sorprendió lo joven que parecía sin barba.
Entró en la cocina y le sonrió.
—Buenos días.
Él alzó la mirada y le devolvió la sonrisa.
—No tienes muy mal aspecto después de la velada del pub. ¿Cómo te encuentras?
—Todavía no estoy segura. ¿Cómo crees que debería sentirme?
—¿Cansada?
—¿Qué tal avergonzada?
—¿Quieres saber si hiciste algo de lo que debas avergonzarte?
—¿Lo hice? No recuerdo haber hecho nada humillante.
—No, no hiciste nada humillante, salvo vomitar en la carretera. Y el striptease del club. Pero yo no diría que fue humillante. A los hombres pareció gustarles.
Serena soltó una exclamación y Seiya alzó la mano.
—Sólo era una broma. Lo de vomitar no, lo del striptease.
—Martini —Serena sacudió la cabeza—. No es una gran opción, sobre todo después de una pinta de cerveza.
—Y después, por supuesto, intentaste seducirme.
Serena abrió los ojos como platos.
—¿Y lo conseguí?
—No. Pensé que era preferible dejarlo para cuando estuvieras sobria. Esta tarde tengo unas horas libres —bromeó—. Me encantaría que volvieras a intentarlo.
Serena se puso roja como la grana.
—Si me apetece, te lo haré saber —se frotó las sienes—. ¿Tienes aspirinas? Me duele terriblemente la cabeza.
—Tengo algo mejor. Imaginé que tendrías resaca esta mañana y te he preparado el remedio especial de Trall.
Abrió la nevera, buscó algo en su interior y se volvió hacia ella con una jarra en la mano. Dejó la jarra en el mostrador y le sirvió un vaso a continuación.
—Para que funcione, tienes que tomártelo todo ahora mismo.
Serena olió el contenido del vaso.
—¿Zumo de tomate y cerveza? Si llevara vodka, sería un Bloody Mary. ¿Quieres emborracharme otra vez?
—Los irlandeses tenemos grandes remedios para las resacas —respondió—. Además, esa bebida lleva otros ingrediente secretos que te ayudarán a sentirte mucho mejor.
Se sirvió un vaso y lo chocó con el de Serena antes de darle un largo sorbo. No muy convencida, Serena levantó su vaso y bebió. Por un instante, pensó que estaba a punto de vomitar otra vez. Pero pocos segundos después, experimentó una sensación extraña. El estómago dejó de darle vueltas y la cabeza de dolerle.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí. Vaya, realmente funciona. Me encuentro muy bien.
Seiya colocó una fuente de bizcochos de pasas y mantequilla delante de ella.
—¿Qué planes tienes para hoy?
—Pensaba dormir un rato —mordió un bizcocho—, pero ahora ya no estoy segura. Me gustaría ir a la celebración de Mina esta noche. Y quizá también acercarme a la península y dar una vuelta por allí antes de marcharme.
Sus ojos se encontraron durante unos instantes, pero Seiya desvió rápidamente la mirada.
—Le prometí a Mina que la ayudaría a llevar algunas de las cosas que necesita para la celebración de esta noche. Y a la una llegan unos huéspedes en el ferry. Pero podríamos ir mañana, o pasado mañana.
Serena continuó mordisqueando el dulce.
—¿Qué hace Mina en su ritual?
—Hay música, danzas. Y también sacrifican una virgen —respondió mientras doblaba el periódico.
—¿Una virgen?
—No tienes por qué preocuparle, tú estás a salvo, ¿verdad?
Le gustaba bromear con ella. Y la verdad era que también a Serena le gustaba que lo hiciera. Darién siempre había sido tan serio… No tenía sentido del humor. Curiosamente, aquélla no era una de las cualidades que había puesto en su lista y, sin embargo, empezaba a darse cuenta de lo importante que era.
—No estoy segura. Ayer, mientras recorría la isla, creo que conocí a todos los solteros de Trall, incluyendo algunos que podrían haber sido mis abuelos. ¿Cómo es posible que todo el mundo sepa de mi existencia?
—Si a Mina se le diera tan bien la brujería como los chismes, ahora mismo todos nosotros seríamos sapos y ella la reina de Inglaterra. Lo que pasa es que te has convertido en un tema interesante. Eres guapa, soltera y vienes sin pareja. No hay muchas mujeres solteras en Trall —la miró a los ojos—. Así que te encontramos fascinante.
—¿De verdad?
Seiya dio un paso hacia ella y le hizo apoyarse contra el mostrador mientras posaba las manos en su cintura.
—¿Ahora te encuentras mejor?
Serena asintió mientras recorría con la mirada sus facciones perfectas. Seiya le dio un beso en la sien y ella suspiró suavemente, disfrutando al sentir el calor de sus labios sobre su piel.
—Podría llegar a acostumbrarme a desayunar esto todos los días —dijo Seiya.
—Tú decides —bromeó ella—. O yo, o los bizcochos de pasas y mantequilla.
—Tú —respondió Seiya sin vacilar.
—¿Yo o un bizcocho recién salido del horno?
Aquella vez Seiya se lo pensó durante varios segundos.
—Es una elección difícil. ¿Has dicho recién salido del horno?
Serena le golpeó el hombro suavemente. ¿Cómo era posible que se sintiera tan cómoda con un hombre al que sólo hacía un par de días que conocía? ¿Sería porque no tenían ningún futuro del que preocuparse?
—Si eso es lo que has decidido, entonces te dejo con tus bizcochos.
Seiya tensó la mano sobre su cintura cuando Serena intentó alejarse. La alzó, la sentó en la encimera, se colocó entre sus piernas y comenzó a desabrochar lentamente los botones de la blusa.
—No puedo tomar una decisión sin haberte probado antes —dijo.
Posó los labios en la base del cuello y fue descendiendo a medida que iba desabrochándole la blusa. Cuando terminó, estrechó a Serena contra él.
—Te prefiero a ti —susurró.
—Me alegro de saberlo —respondió Serena.
—Ahora mismo, no se me ocurre nada que pueda gustarme más.
Con una risa ronca. Seiya la tumbó en la mesa y se tumbó encima de ella de manera que sus caderas quedaran en contacto.
Serena se olvidó inmediatamente del estómago revuelto y del dolor de cabeza. Aunque el remedio de Seiya había sido en gran parte responsable de su mejoría, aquel encuentro le devolvió el color a las mejillas.
Él posó las manos a ambos lados de su cabeza y se inclinó como si pretendiera besarla. Pero se limitó a deslizar la lengua a lo largo de sus labios y a retroceder. Todos los esfuerzos de Serena por capturar su boca en un beso fueron en vano, hasta que, desesperada, hundió la mano en su pelo y le obligó a acercar sus labios.
Seiya gimió mientras la besaba, la conexión entre ellos fue tan inmediata e intensa que Serena se quedó sin respiración. Sólo era capaz de pensar en acariciar a Seiya mientras anhelaba hacer el amor con él.
El hecho de que estuvieran en medio de la cocina añadía un peligro a la situación que Serena descubrió excitante.
Deslizó las manos bajo la camiseta de Seiya para acariciarle los músculos de la espalda. Pero para Seiya no fue suficiente y, rápidamente, se arrodilló y se quitó la camiseta.
Serena ya le había acariciado en otra ocasión, se había perdido en la belleza de su cuerpo y se preguntaba por lo que sentiría al rendirse por completo a su deseo.
Y surgió entonces una duda. ¿De verdad estaba preparada para aquello? Si hacían el amor, podría cambiar definitivamente su relación. Podría querer de Seiya algo más que una o dos noches de pasión. Serena decidió ignorar el primer pensamiento práctico que la había asaltado desde que había llegado a Irlanda. Deseaba a Seiya y en aquel momento no le importaba lo que pudiera ocurrir después.
—Tengo que reconocer —musitó Seiya— que cuando compré esta mesa no imaginaba que la usaría de este modo. Pero esto sí lo he imaginado —deslizó la mano hasta su vientre.
—¿Habías imaginado esto?
—Desde que te vi entrar empapada en la pensión.
—Demuéstrame cómo lo imaginabas.
Seiya se tumbó a su lado, apoyando la cabeza en la mano, y deslizó los dedos sobre su piel en una tentadora caricia. Volvió a besarla, se levantó de la mesa y le tendió la mano.
—Ven conmigo.
—¿Adónde vamos?
—A un lugar mucho más cómodo que esta mesa —la agarró de la cintura, la deslizó al borde de la mesa y la colocó de nuevo entre sus piernas.
Deslizó las manos por sus muslos, le hizo rodearle la cintura con las piernas y la levantó en brazos.
Se dirigió entonces hacia una puerta que había en la cocina con un letrero en el que decía "privado". La abrió de una patada y accedieron a un cómodo cuarto de estar, perfectamente amueblado, con un aparato de música y estanterías llenas de libros.
—Me preguntaba dónde vivirías —dijo Serena, mirando a su alrededor.
Seiya cruzó la habitación para acceder a otra ocupada en gran parte por una enorme cama.
—Esto fue lo que me imaginé. A ti en mi cama.
Serena enterró la cabeza en el cuello de Seiya. Estaba con Seiya y aquél era el lugar en el que él vivía. Allí pasaba las noches, solo en una enorme cama.
Una cama casi tan alta como la mesa de la cocina, de modo que cuando Serena se sentó en el borde del colchón, las piernas le quedaban a la altura del torso de Seiya.
Le rodeó el cuello con los brazos y él la besó nuevamente.
Aunque con el pulso acelerado, Serena se sentía envuelta en una agradable languidez. Era como si Seiya y ella estuvieran solos en la isla. Sabía que el mundo real se interpondría entre ellos en cuanto llegaran los huéspedes. Pero, de momento, lo tenía para ella sola.
Serena dejó que la sensación de las manos de él sobre su piel inundara sus sentidos. Seiya parecía fascinado con su cuerpo, dispuesto a memorizar cada centímetro de su piel. Sus labios seguían los caminos que abrían sus manos mientras se dejaban caer en la cama, desnudándose lentamente, disfrutando del momento de placer que estaban compartiendo.
Al principio, Serena ni siquiera era capaz de respirar. La intensidad de las sensaciones que sentía le robaba el aire de los pulmones. Mecida en las comentes de placer que atravesaban su cuerpo, alargó las manos para hundirlas en el pelo de Seiya.
Éste sabía exactamente lo que estaba haciendo, sabía cómo buscar el máximo efecto. Serena intentaba continuar aferrándose a la realidad, pero no tardó en descubrirse completamente pérdida en la niebla del deseo. Seiya controlaba su pulso y su respiración, sus estremecimientos y temblores. Serena jamás había sentido nada tan intenso como aquella lenta seducción.
Serena musitó su nombre, Seiya no se detuvo y la ayudó a llegar hasta al final, dejando que la arrastraran olas de intenso placer…
Momentos más tarde, Seiya se tumbó con ella en la cama y la estrechó contra él. Serena cerró los ojos, completamente saciada, adormilada casi por el placer. Seiya la había tocado de la manera más íntima, pero ella no había sentido inhibición alguna. De hecho, le había gustado que Seiya tomara de esa forma su cuerpo.
¿Tendría ella el mismo poder sobre él? Acababan de dar un paso más hacia un acto que en aquel momento parecía casi inevitable. Serena sabía que no podía permitirse el lujo de enamorarse de Seiya, y hacer el amor podría significar el final definitivo de su resolución.
No sabía si podía confiar en sí misma, en su capacidad para controlar su corazón. Ni si podía confiar en él. Ni lo que Seiya esperaba de ella. Suspiró suavemente cuando sintió sus brazos alrededor de la cintura. Era tan fácil olvidarse de Darién cuando estaba con Seiya, imaginar que podrían llegar a compartir un futuro.
A lo mejor había llegado el momento de regresar a casa, antes de que le resultara imposible marcharse de la isla. Serena hundió los dedos en el pelo de Seiya. Ya pensaría en ello al día siguiente. Aquel día, se entregaría completamente a él.
Apenas se acordaba de lo ocurrido la noche anterior. Se recordaba vomitando a un lado de la carretera, subiendo después a la habitación con Seiya e intentando seducirle. Y también creía haber mencionado a su prometido, aunque no sabía si había nombrado a Darién en voz alta o si sólo había estado pensando en él.
Cuando bajó a la cocina, encontró a Seiya sentado a la mesa, con el periódico frente a él. Llevaba una camiseta vieja y unos vaqueros. Como siempre, tenía el pelo revuelto, pero se había afeitado y a Serena le sorprendió lo joven que parecía sin barba.
Entró en la cocina y le sonrió.
—Buenos días.
Él alzó la mirada y le devolvió la sonrisa.
—No tienes muy mal aspecto después de la velada del pub. ¿Cómo te encuentras?
—Todavía no estoy segura. ¿Cómo crees que debería sentirme?
—¿Cansada?
—¿Qué tal avergonzada?
—¿Quieres saber si hiciste algo de lo que debas avergonzarte?
—¿Lo hice? No recuerdo haber hecho nada humillante.
—No, no hiciste nada humillante, salvo vomitar en la carretera. Y el striptease del club. Pero yo no diría que fue humillante. A los hombres pareció gustarles.
Serena soltó una exclamación y Seiya alzó la mano.
—Sólo era una broma. Lo de vomitar no, lo del striptease.
—Martini —Serena sacudió la cabeza—. No es una gran opción, sobre todo después de una pinta de cerveza.
—Y después, por supuesto, intentaste seducirme.
Serena abrió los ojos como platos.
—¿Y lo conseguí?
—No. Pensé que era preferible dejarlo para cuando estuvieras sobria. Esta tarde tengo unas horas libres —bromeó—. Me encantaría que volvieras a intentarlo.
Serena se puso roja como la grana.
—Si me apetece, te lo haré saber —se frotó las sienes—. ¿Tienes aspirinas? Me duele terriblemente la cabeza.
—Tengo algo mejor. Imaginé que tendrías resaca esta mañana y te he preparado el remedio especial de Trall.
Abrió la nevera, buscó algo en su interior y se volvió hacia ella con una jarra en la mano. Dejó la jarra en el mostrador y le sirvió un vaso a continuación.
—Para que funcione, tienes que tomártelo todo ahora mismo.
Serena olió el contenido del vaso.
—¿Zumo de tomate y cerveza? Si llevara vodka, sería un Bloody Mary. ¿Quieres emborracharme otra vez?
—Los irlandeses tenemos grandes remedios para las resacas —respondió—. Además, esa bebida lleva otros ingrediente secretos que te ayudarán a sentirte mucho mejor.
Se sirvió un vaso y lo chocó con el de Serena antes de darle un largo sorbo. No muy convencida, Serena levantó su vaso y bebió. Por un instante, pensó que estaba a punto de vomitar otra vez. Pero pocos segundos después, experimentó una sensación extraña. El estómago dejó de darle vueltas y la cabeza de dolerle.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí. Vaya, realmente funciona. Me encuentro muy bien.
Seiya colocó una fuente de bizcochos de pasas y mantequilla delante de ella.
—¿Qué planes tienes para hoy?
—Pensaba dormir un rato —mordió un bizcocho—, pero ahora ya no estoy segura. Me gustaría ir a la celebración de Mina esta noche. Y quizá también acercarme a la península y dar una vuelta por allí antes de marcharme.
Sus ojos se encontraron durante unos instantes, pero Seiya desvió rápidamente la mirada.
—Le prometí a Mina que la ayudaría a llevar algunas de las cosas que necesita para la celebración de esta noche. Y a la una llegan unos huéspedes en el ferry. Pero podríamos ir mañana, o pasado mañana.
Serena continuó mordisqueando el dulce.
—¿Qué hace Mina en su ritual?
—Hay música, danzas. Y también sacrifican una virgen —respondió mientras doblaba el periódico.
—¿Una virgen?
—No tienes por qué preocuparle, tú estás a salvo, ¿verdad?
Le gustaba bromear con ella. Y la verdad era que también a Serena le gustaba que lo hiciera. Darién siempre había sido tan serio… No tenía sentido del humor. Curiosamente, aquélla no era una de las cualidades que había puesto en su lista y, sin embargo, empezaba a darse cuenta de lo importante que era.
—No estoy segura. Ayer, mientras recorría la isla, creo que conocí a todos los solteros de Trall, incluyendo algunos que podrían haber sido mis abuelos. ¿Cómo es posible que todo el mundo sepa de mi existencia?
—Si a Mina se le diera tan bien la brujería como los chismes, ahora mismo todos nosotros seríamos sapos y ella la reina de Inglaterra. Lo que pasa es que te has convertido en un tema interesante. Eres guapa, soltera y vienes sin pareja. No hay muchas mujeres solteras en Trall —la miró a los ojos—. Así que te encontramos fascinante.
—¿De verdad?
Seiya dio un paso hacia ella y le hizo apoyarse contra el mostrador mientras posaba las manos en su cintura.
—¿Ahora te encuentras mejor?
Serena asintió mientras recorría con la mirada sus facciones perfectas. Seiya le dio un beso en la sien y ella suspiró suavemente, disfrutando al sentir el calor de sus labios sobre su piel.
—Podría llegar a acostumbrarme a desayunar esto todos los días —dijo Seiya.
—Tú decides —bromeó ella—. O yo, o los bizcochos de pasas y mantequilla.
—Tú —respondió Seiya sin vacilar.
—¿Yo o un bizcocho recién salido del horno?
Aquella vez Seiya se lo pensó durante varios segundos.
—Es una elección difícil. ¿Has dicho recién salido del horno?
Serena le golpeó el hombro suavemente. ¿Cómo era posible que se sintiera tan cómoda con un hombre al que sólo hacía un par de días que conocía? ¿Sería porque no tenían ningún futuro del que preocuparse?
—Si eso es lo que has decidido, entonces te dejo con tus bizcochos.
Seiya tensó la mano sobre su cintura cuando Serena intentó alejarse. La alzó, la sentó en la encimera, se colocó entre sus piernas y comenzó a desabrochar lentamente los botones de la blusa.
—No puedo tomar una decisión sin haberte probado antes —dijo.
Posó los labios en la base del cuello y fue descendiendo a medida que iba desabrochándole la blusa. Cuando terminó, estrechó a Serena contra él.
—Te prefiero a ti —susurró.
—Me alegro de saberlo —respondió Serena.
—Ahora mismo, no se me ocurre nada que pueda gustarme más.
Con una risa ronca. Seiya la tumbó en la mesa y se tumbó encima de ella de manera que sus caderas quedaran en contacto.
Serena se olvidó inmediatamente del estómago revuelto y del dolor de cabeza. Aunque el remedio de Seiya había sido en gran parte responsable de su mejoría, aquel encuentro le devolvió el color a las mejillas.
Él posó las manos a ambos lados de su cabeza y se inclinó como si pretendiera besarla. Pero se limitó a deslizar la lengua a lo largo de sus labios y a retroceder. Todos los esfuerzos de Serena por capturar su boca en un beso fueron en vano, hasta que, desesperada, hundió la mano en su pelo y le obligó a acercar sus labios.
Seiya gimió mientras la besaba, la conexión entre ellos fue tan inmediata e intensa que Serena se quedó sin respiración. Sólo era capaz de pensar en acariciar a Seiya mientras anhelaba hacer el amor con él.
El hecho de que estuvieran en medio de la cocina añadía un peligro a la situación que Serena descubrió excitante.
Deslizó las manos bajo la camiseta de Seiya para acariciarle los músculos de la espalda. Pero para Seiya no fue suficiente y, rápidamente, se arrodilló y se quitó la camiseta.
Serena ya le había acariciado en otra ocasión, se había perdido en la belleza de su cuerpo y se preguntaba por lo que sentiría al rendirse por completo a su deseo.
Y surgió entonces una duda. ¿De verdad estaba preparada para aquello? Si hacían el amor, podría cambiar definitivamente su relación. Podría querer de Seiya algo más que una o dos noches de pasión. Serena decidió ignorar el primer pensamiento práctico que la había asaltado desde que había llegado a Irlanda. Deseaba a Seiya y en aquel momento no le importaba lo que pudiera ocurrir después.
—Tengo que reconocer —musitó Seiya— que cuando compré esta mesa no imaginaba que la usaría de este modo. Pero esto sí lo he imaginado —deslizó la mano hasta su vientre.
—¿Habías imaginado esto?
—Desde que te vi entrar empapada en la pensión.
—Demuéstrame cómo lo imaginabas.
Seiya se tumbó a su lado, apoyando la cabeza en la mano, y deslizó los dedos sobre su piel en una tentadora caricia. Volvió a besarla, se levantó de la mesa y le tendió la mano.
—Ven conmigo.
—¿Adónde vamos?
—A un lugar mucho más cómodo que esta mesa —la agarró de la cintura, la deslizó al borde de la mesa y la colocó de nuevo entre sus piernas.
Deslizó las manos por sus muslos, le hizo rodearle la cintura con las piernas y la levantó en brazos.
Se dirigió entonces hacia una puerta que había en la cocina con un letrero en el que decía "privado". La abrió de una patada y accedieron a un cómodo cuarto de estar, perfectamente amueblado, con un aparato de música y estanterías llenas de libros.
—Me preguntaba dónde vivirías —dijo Serena, mirando a su alrededor.
Seiya cruzó la habitación para acceder a otra ocupada en gran parte por una enorme cama.
—Esto fue lo que me imaginé. A ti en mi cama.
Serena enterró la cabeza en el cuello de Seiya. Estaba con Seiya y aquél era el lugar en el que él vivía. Allí pasaba las noches, solo en una enorme cama.
Una cama casi tan alta como la mesa de la cocina, de modo que cuando Serena se sentó en el borde del colchón, las piernas le quedaban a la altura del torso de Seiya.
Le rodeó el cuello con los brazos y él la besó nuevamente.
Aunque con el pulso acelerado, Serena se sentía envuelta en una agradable languidez. Era como si Seiya y ella estuvieran solos en la isla. Sabía que el mundo real se interpondría entre ellos en cuanto llegaran los huéspedes. Pero, de momento, lo tenía para ella sola.
Serena dejó que la sensación de las manos de él sobre su piel inundara sus sentidos. Seiya parecía fascinado con su cuerpo, dispuesto a memorizar cada centímetro de su piel. Sus labios seguían los caminos que abrían sus manos mientras se dejaban caer en la cama, desnudándose lentamente, disfrutando del momento de placer que estaban compartiendo.
Al principio, Serena ni siquiera era capaz de respirar. La intensidad de las sensaciones que sentía le robaba el aire de los pulmones. Mecida en las comentes de placer que atravesaban su cuerpo, alargó las manos para hundirlas en el pelo de Seiya.
Éste sabía exactamente lo que estaba haciendo, sabía cómo buscar el máximo efecto. Serena intentaba continuar aferrándose a la realidad, pero no tardó en descubrirse completamente pérdida en la niebla del deseo. Seiya controlaba su pulso y su respiración, sus estremecimientos y temblores. Serena jamás había sentido nada tan intenso como aquella lenta seducción.
Serena musitó su nombre, Seiya no se detuvo y la ayudó a llegar hasta al final, dejando que la arrastraran olas de intenso placer…
Momentos más tarde, Seiya se tumbó con ella en la cama y la estrechó contra él. Serena cerró los ojos, completamente saciada, adormilada casi por el placer. Seiya la había tocado de la manera más íntima, pero ella no había sentido inhibición alguna. De hecho, le había gustado que Seiya tomara de esa forma su cuerpo.
¿Tendría ella el mismo poder sobre él? Acababan de dar un paso más hacia un acto que en aquel momento parecía casi inevitable. Serena sabía que no podía permitirse el lujo de enamorarse de Seiya, y hacer el amor podría significar el final definitivo de su resolución.
No sabía si podía confiar en sí misma, en su capacidad para controlar su corazón. Ni si podía confiar en él. Ni lo que Seiya esperaba de ella. Suspiró suavemente cuando sintió sus brazos alrededor de la cintura. Era tan fácil olvidarse de Darién cuando estaba con Seiya, imaginar que podrían llegar a compartir un futuro.
A lo mejor había llegado el momento de regresar a casa, antes de que le resultara imposible marcharse de la isla. Serena hundió los dedos en el pelo de Seiya. Ya pensaría en ello al día siguiente. Aquel día, se entregaría completamente a él.
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
Seiya miró el reloj de la mesilla de noche. Eran casi las doce y los huéspedes comenzarían a llegar en menos de una hora. Si se levantaba en aquel momento, tendría tiempo de ayudar a Mina y de regresar para recibir a los huéspedes.
Tomó aire y cerró los ojos. Cuando había mezclado el agua del manantial con el remedio para la resaca, no esperaba que funcionara. Había sido un experimento estúpido. Pero después de lo que había pasado entre Serena y él, estaba empezando a creer en la magia de Mina.
Maldijo para sí. No, era absurdo. Desde que Serena había llegado a la posada había habido química entre ellos. No era magia, sino pura y simple lujuria. Y Seiya no estaba seguro de que debieran seguir avanzando en su relación.
No había nada que deseara más que hacer el amor con ella. Pero no podía olvidarse del mundo real. Durante los últimos días, había estado viviendo una fantasía. Pero Serena se marcharía antes o después.
Era tan fácil desearla… Cuando le miraba, no veía en él dinero, poder, o la posibilidad de una vida cómoda. Le veía tal y como era. Con Serena, no tenía que cuestionarse sus intenciones y por eso le resultaba tan fácil estar a su lado.
Le apartó un mechón de pelo de la mejilla y la besó en la frente. Serena se estiró en la cama y abrió los ojos.
—Tengo que irme —susurró Seiya—. Si no me voy ahora, Mina me matará. Y quiero volver a tiempo para recibir a mis huéspedes.
Serena asintió y se levantó de la cama.
—Podría ayudarte —dijo mientras se ponía la camisa—. O ayudar a Mina, mejor dicho. ¿Cuánto tiempo nos ahorraríamos si fuera yo a ayudarla?
Seiya sonrió.
—Media hora, cuarenta y cinco minutos como mucho.
—Podemos hacer muchas cosas en cuarenta y cinco minutos.
Seiya gimió suavemente mientras la tumbaba de nuevo en la cama, emocionado ante la posibilidad de pasar varios minutos más besándola y acariciándola. Pero cuando Serena deslizó la mano desde su pecho hasta su vientre, sospechó que no bastaría con unos cuantos minutos.
—¿Qué haces? —preguntó Seiya.
—¿Necesito explicártelo? Después de todo lo que me has hecho, pensaba que tenías mucha experiencia con las mujeres.
—Nunca había estado con una mujer como tú.
—¿Con una estadounidense?
—No, no es eso. Lo que quiero decir, es que no había estado nunca con una mujer que me hiciera… —se interrumpió cuando Serena comenzó a acariciarle— que me hiciera sentir lo mismo que tú.
Serena se deslizó a lo largo de su cuerpo y comenzó a besarlo mientras continuaba con sus caricias por el cuerpo de él.
Seiya se estiró y se aferró a los postes del cabecero de la cama, dispuesto a disfrutar todo lo que pudiera. Pero, por alguna razón, en aquel momento no era en su placer en lo que pensaba. Estaba pensando en Serena, en su capacidad para ofrecerse, para pensar en sus deseos sin ocuparse de los suyos. Estaba decidida a complacerle, y no había nada que Seiya deseara más que demostrarle que lo estaba consiguiendo.
Aunque sabía que había otros hombres en su vida, incluso un prometido, continuaba creyendo que lo que compartían era único para los dos.
Y justo cuando Seiya estaba a punto de dejarse llevar, Serena se detuvo bruscamente. Seiya abrió los ojos y la miró.
—¿Has oído eso?
—¿Si he oído qué?
—Ha llegado alguien. Creo que George y Glynis han vuelto —era la pareja del día anterior.
—Diablos —musitó Seiya—. A lo mejor se van —esperaron en silencio, pero cuando Seiya oyó que le llamaban, soltó una maldición—. Supongo que no.
Serena sonrió y se levantó de la cama.
—Siempre podemos retomar esto más tarde.
—Para ti es fácil decirlo. Quédate aquí.
Se puso rápidamente los vaqueros y agarró una camiseta limpia. Serena parecía estar divirtiéndose con la situación.
—Lo retomaremos más tarde —le advirtió Seiya antes de marcharse.
Encontró a la pareja de ancianos esperándole en recepción.
—Lo siento —les dijo—, no les he oído llegar. ¿Qué puedo hacer por ustedes?
—Necesitamos un cubo y una pala —dijo George.
—Hemos estado en la playa y hemos visto esos cristales pulidos por el mar. Tengo un amigo que hace joyas con ellos —añadió Glynis.
—Bueno, pueden buscar en el garaje, seguro que allí encuentran todo lo que necesitan.
—De acuerdo, lo haremos.
Seiya los observó marcharse, corrió a la cocina y desde allí a su dormitorio. Encontró a Serena sentada en la cama, mirando una foto enmarcada.
—Es una chica muy guapa —dijo, enseñándole la foto.
—Es mi hermana —le explicó Seiya—. Rei.
Le hicieron esa foto antes de casarse. Ahora tiene tres hijos.
—¿Sólo tienes una hermana?
—Sí, ¿y tú?
—No tengo hermanas, aunque siempre deseé tener una. Pero tengo cinco hermanos.
—¿Cinco?
—Sí, cinco chicos —le tendió la foto—. ¿Tienes más fotografías de personas que para ti sean especiales?
—Espera.
Seiya se acercó al salón, regresó con la cámara digital, le hizo una fotografía y se la mostró.
—Mira.
—Yo no soy tu novia ni nada parecido, Seiya Kou.
—Ah, ¿quieres ver fotografías de mis antiguas amantes? Bueno, tengo un montón de cajas —bromeó.
La verdad era que no guardaba ningún recuerdo de sus relaciones anteriores. No creía que tuviera sentido una vez terminadas. Pero en aquel momento tenía una fotografía de Serena, algo que conservar cuando ella dejara Irlanda.
—¿Qué se supone que puedo hacer por Mina? —preguntó Serena.
—Vuelve a la cama —le pidió Seiya—. George y Glynis se han ido y tenemos cincuenta minutos para terminar lo que has empezado.
—No, eso puede esperar, dime qué hay que hacer.
Seiya gimió.
—Hay que llevarle a Mina unas cajas que están en el garaje. Pesan mucho, así que te ayudaré a cargarlas. Tienes que llevarlas hasta el círculo de piedras. Allí habrá gente que te ayudará a descargarlas.
Serena le tomó la mano.
—Y ahora, sigamos.
Seiya volvió con ella a la cama, la colocó a horcajadas sobre él y le rodeó la cintura con las manos.
—Dime una cosa —comenzó a decir—, ayer por la noche dijiste que tenías un prometido. ¿Es eso cierto?
Serena contuvo la respiración.
—Sí, lo tenía, y lo digo en pasado. Me dejó. La verdad es que no estábamos prometidos de manera oficial, pero yo estaba convencida de que iba a pedirme que me casara con él. Y me había comprado el anillo o, por lo menos, eso era lo que yo pensaba. Lo tenía todo planeado y de pronto… —se interrumpió.
—Así que eso forma parte del pasado —repitió Seiya aliviado—. Pero hay otra cosa que necesito saber.
—La respuesta es que no lo sé —dijo Serena.
—Todavía no te he hecho ninguna pregunta.
—Pero sé cuál va a ser. Vas a preguntarme si todavía le quiero. Y mi respuesta es que no lo sé.
—Lo que iba a preguntarte es cuánto tiempo piensas quedarte aquí —la contradijo Seiya.
—Vaya —se sonrojó ligeramente—. Según mi billete, tendría que marcharme hoy, pero me temo que eso no va a ser así.
Seiya sacudió la cabeza.
—Podrías quedarte todo el fin de semana.
—No lo sé…
—No te cobraré la habitación, siempre y cuando duermas conmigo —dijo con una sonrisa—. Y si tienes que pagar más dinero por cambiar la fecha de la vuelta, también me haré cargo de ello.
—Me he quedado sin trabajo, Seiya. Tengo que volver y empezar a buscar. Y quieren vender el bloque en el que tengo alquilado mi apartamento, así que tendré que buscar casa y…
—No te estoy pidiendo que te quedes a vivir aquí. Sólo unos cuantos días más. No te hará ningún daño prolongar tus vacaciones.
—De acuerdo —dijo Serena no muy convencida—. Pero pagaré mi habitación.
—Sólo si duermes sola.
—¿Y quién ha dicho que vaya a dormir contigo?
—Nunca se sabe lo que puede pasar.
Tenía tres noches más que, en aquel momento, le parecían una eternidad. Ninguno de los dos sabía lo que podría llegar pasar, y eso hacía que todo resultara mucho más excitante.
¡Por fin Serena y Seiya bebieron del agua del manantial! ¿Ustedes que opinan? ¿Realmente funcionara la magia del agua para que se queden juntos? :[Jujuju]: Bueno, por ahora Serena se quedara unos días más en la isla, así que todo puede pasar entre ellos...
Me despido por ahora esperando que les haya gustado el capítulo de hoy, como siempre, les pido que no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Muchos saludos para todos y ¡nos vemos en el proximo capitulo!
XOXO
Serenity
Tomó aire y cerró los ojos. Cuando había mezclado el agua del manantial con el remedio para la resaca, no esperaba que funcionara. Había sido un experimento estúpido. Pero después de lo que había pasado entre Serena y él, estaba empezando a creer en la magia de Mina.
Maldijo para sí. No, era absurdo. Desde que Serena había llegado a la posada había habido química entre ellos. No era magia, sino pura y simple lujuria. Y Seiya no estaba seguro de que debieran seguir avanzando en su relación.
No había nada que deseara más que hacer el amor con ella. Pero no podía olvidarse del mundo real. Durante los últimos días, había estado viviendo una fantasía. Pero Serena se marcharía antes o después.
Era tan fácil desearla… Cuando le miraba, no veía en él dinero, poder, o la posibilidad de una vida cómoda. Le veía tal y como era. Con Serena, no tenía que cuestionarse sus intenciones y por eso le resultaba tan fácil estar a su lado.
Le apartó un mechón de pelo de la mejilla y la besó en la frente. Serena se estiró en la cama y abrió los ojos.
—Tengo que irme —susurró Seiya—. Si no me voy ahora, Mina me matará. Y quiero volver a tiempo para recibir a mis huéspedes.
Serena asintió y se levantó de la cama.
—Podría ayudarte —dijo mientras se ponía la camisa—. O ayudar a Mina, mejor dicho. ¿Cuánto tiempo nos ahorraríamos si fuera yo a ayudarla?
Seiya sonrió.
—Media hora, cuarenta y cinco minutos como mucho.
—Podemos hacer muchas cosas en cuarenta y cinco minutos.
Seiya gimió suavemente mientras la tumbaba de nuevo en la cama, emocionado ante la posibilidad de pasar varios minutos más besándola y acariciándola. Pero cuando Serena deslizó la mano desde su pecho hasta su vientre, sospechó que no bastaría con unos cuantos minutos.
—¿Qué haces? —preguntó Seiya.
—¿Necesito explicártelo? Después de todo lo que me has hecho, pensaba que tenías mucha experiencia con las mujeres.
—Nunca había estado con una mujer como tú.
—¿Con una estadounidense?
—No, no es eso. Lo que quiero decir, es que no había estado nunca con una mujer que me hiciera… —se interrumpió cuando Serena comenzó a acariciarle— que me hiciera sentir lo mismo que tú.
Serena se deslizó a lo largo de su cuerpo y comenzó a besarlo mientras continuaba con sus caricias por el cuerpo de él.
Seiya se estiró y se aferró a los postes del cabecero de la cama, dispuesto a disfrutar todo lo que pudiera. Pero, por alguna razón, en aquel momento no era en su placer en lo que pensaba. Estaba pensando en Serena, en su capacidad para ofrecerse, para pensar en sus deseos sin ocuparse de los suyos. Estaba decidida a complacerle, y no había nada que Seiya deseara más que demostrarle que lo estaba consiguiendo.
Aunque sabía que había otros hombres en su vida, incluso un prometido, continuaba creyendo que lo que compartían era único para los dos.
Y justo cuando Seiya estaba a punto de dejarse llevar, Serena se detuvo bruscamente. Seiya abrió los ojos y la miró.
—¿Has oído eso?
—¿Si he oído qué?
—Ha llegado alguien. Creo que George y Glynis han vuelto —era la pareja del día anterior.
—Diablos —musitó Seiya—. A lo mejor se van —esperaron en silencio, pero cuando Seiya oyó que le llamaban, soltó una maldición—. Supongo que no.
Serena sonrió y se levantó de la cama.
—Siempre podemos retomar esto más tarde.
—Para ti es fácil decirlo. Quédate aquí.
Se puso rápidamente los vaqueros y agarró una camiseta limpia. Serena parecía estar divirtiéndose con la situación.
—Lo retomaremos más tarde —le advirtió Seiya antes de marcharse.
Encontró a la pareja de ancianos esperándole en recepción.
—Lo siento —les dijo—, no les he oído llegar. ¿Qué puedo hacer por ustedes?
—Necesitamos un cubo y una pala —dijo George.
—Hemos estado en la playa y hemos visto esos cristales pulidos por el mar. Tengo un amigo que hace joyas con ellos —añadió Glynis.
—Bueno, pueden buscar en el garaje, seguro que allí encuentran todo lo que necesitan.
—De acuerdo, lo haremos.
Seiya los observó marcharse, corrió a la cocina y desde allí a su dormitorio. Encontró a Serena sentada en la cama, mirando una foto enmarcada.
—Es una chica muy guapa —dijo, enseñándole la foto.
—Es mi hermana —le explicó Seiya—. Rei.
Le hicieron esa foto antes de casarse. Ahora tiene tres hijos.
—¿Sólo tienes una hermana?
—Sí, ¿y tú?
—No tengo hermanas, aunque siempre deseé tener una. Pero tengo cinco hermanos.
—¿Cinco?
—Sí, cinco chicos —le tendió la foto—. ¿Tienes más fotografías de personas que para ti sean especiales?
—Espera.
Seiya se acercó al salón, regresó con la cámara digital, le hizo una fotografía y se la mostró.
—Mira.
—Yo no soy tu novia ni nada parecido, Seiya Kou.
—Ah, ¿quieres ver fotografías de mis antiguas amantes? Bueno, tengo un montón de cajas —bromeó.
La verdad era que no guardaba ningún recuerdo de sus relaciones anteriores. No creía que tuviera sentido una vez terminadas. Pero en aquel momento tenía una fotografía de Serena, algo que conservar cuando ella dejara Irlanda.
—¿Qué se supone que puedo hacer por Mina? —preguntó Serena.
—Vuelve a la cama —le pidió Seiya—. George y Glynis se han ido y tenemos cincuenta minutos para terminar lo que has empezado.
—No, eso puede esperar, dime qué hay que hacer.
Seiya gimió.
—Hay que llevarle a Mina unas cajas que están en el garaje. Pesan mucho, así que te ayudaré a cargarlas. Tienes que llevarlas hasta el círculo de piedras. Allí habrá gente que te ayudará a descargarlas.
Serena le tomó la mano.
—Y ahora, sigamos.
Seiya volvió con ella a la cama, la colocó a horcajadas sobre él y le rodeó la cintura con las manos.
—Dime una cosa —comenzó a decir—, ayer por la noche dijiste que tenías un prometido. ¿Es eso cierto?
Serena contuvo la respiración.
—Sí, lo tenía, y lo digo en pasado. Me dejó. La verdad es que no estábamos prometidos de manera oficial, pero yo estaba convencida de que iba a pedirme que me casara con él. Y me había comprado el anillo o, por lo menos, eso era lo que yo pensaba. Lo tenía todo planeado y de pronto… —se interrumpió.
—Así que eso forma parte del pasado —repitió Seiya aliviado—. Pero hay otra cosa que necesito saber.
—La respuesta es que no lo sé —dijo Serena.
—Todavía no te he hecho ninguna pregunta.
—Pero sé cuál va a ser. Vas a preguntarme si todavía le quiero. Y mi respuesta es que no lo sé.
—Lo que iba a preguntarte es cuánto tiempo piensas quedarte aquí —la contradijo Seiya.
—Vaya —se sonrojó ligeramente—. Según mi billete, tendría que marcharme hoy, pero me temo que eso no va a ser así.
Seiya sacudió la cabeza.
—Podrías quedarte todo el fin de semana.
—No lo sé…
—No te cobraré la habitación, siempre y cuando duermas conmigo —dijo con una sonrisa—. Y si tienes que pagar más dinero por cambiar la fecha de la vuelta, también me haré cargo de ello.
—Me he quedado sin trabajo, Seiya. Tengo que volver y empezar a buscar. Y quieren vender el bloque en el que tengo alquilado mi apartamento, así que tendré que buscar casa y…
—No te estoy pidiendo que te quedes a vivir aquí. Sólo unos cuantos días más. No te hará ningún daño prolongar tus vacaciones.
—De acuerdo —dijo Serena no muy convencida—. Pero pagaré mi habitación.
—Sólo si duermes sola.
—¿Y quién ha dicho que vaya a dormir contigo?
—Nunca se sabe lo que puede pasar.
Tenía tres noches más que, en aquel momento, le parecían una eternidad. Ninguno de los dos sabía lo que podría llegar pasar, y eso hacía que todo resultara mucho más excitante.
¡Por fin Serena y Seiya bebieron del agua del manantial! ¿Ustedes que opinan? ¿Realmente funcionara la magia del agua para que se queden juntos? :[Jujuju]: Bueno, por ahora Serena se quedara unos días más en la isla, así que todo puede pasar entre ellos...
Me despido por ahora esperando que les haya gustado el capítulo de hoy, como siempre, les pido que no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Muchos saludos para todos y ¡nos vemos en el proximo capitulo!
XOXO
Serenity
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
Ay! parece que Serena ya le agarró el gustito.. a la isla o más bien a Seiya y quién no? Yo en su lugar ya pensaría en cómo decorar mi habitación jajaajaj.
natu_rw- Sailor Inner Scout
- Mensajes : 180
Edad : 34
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Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
Ay seiya me encanta que siempre dice no creer en la magia y siempre termina creyendo en lo que dice mina jajaja además según el no cree en el agua y para el no existe el manantial y aun así hizo que serena bebiera el agua jajaja a mi se me hace que está tan encandilado con ella que es capaz de hacer cualquier cosa con tal de que ella no se vaya, yo adoro todo este misticismo que se forma en torno a la isla, muy buen capítulo serenity esperare con ansia tu siguiente capítulo un saludito!!
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
ay tuvo bueno pero porque darien termino con serena y que va a pasa lo lei pero no entendi seiya ahora esta con serena y devueltra porque darien termino con serena que pasa con serena eee quiero sabes massa jaaaa
giuliana tuskino- New User
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Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
Me encantó, me encanta el sxs!!!!!!!!! soy fan...
Bella Swan~- Scout Aprendiz
- Mensajes : 23
Edad : 30
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Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
¡Hola!
¡Mil gracias por todos sus comentarios! ¡Me alegra que les gustara el capitulo anterior de esta historia!
Aquí les comparto un capitulo más de este fic ¡Espero que disfruten de este capitulo!
Capitulo 5
Las hogueras ardían por todo el perímetro del círculo de piedras, Serena jamás había visto ni oído nada igual: el incesante sonido de los tambores, los sonidos misteriosos de los silbatos de estaño y el remolino de melenas y túnicas blancas que seguía a Mina y a sus amigas mientras bailaban alrededor de un altar de piedra.
Seiya y ella habían llegado cuando ya había empezado la ceremonia. Él le había contado previamente que acudían todas las personas de la isla para no arriesgarse a convertirse en víctimas de la cólera de Mina.
Después de la primera ceremonia, pasaron un cesto que se llenó de monedas y billetes. Serena estaba asombrada por la capacidad de Mina para ganarse la vida con la magia, pero pronto le informaron de que el dinero que se sacaba con la fiesta de Samliain estaba destinado a comprar libros para la biblioteca.
—Esto es sorprendente —dijo Serena. Estaba sentada sobre una manta junto a Seiya—. Es una mezcla de Halloween y la Super Bowl.
—Es lo más parecido a un espectáculo que tenemos en Trall.
Las mujeres comenzaron a girar alrededor de las hogueras, tirando algo a las llamas desde unas cestas de mimbre.
—¿Qué hacen?
—Samhain marcaba tradicionalmente el final de un año y el principio del siguiente. Les están agradeciendo a los dioses la bonanza de las cosechas. Y Mina honra también a aquellos que han muerto durante el año.
—Es muy emocionante.
—Sí, y es bastante moderado comparado con lo que se hace en Beltane. En esa ceremonia, Mina y sus amigas tiran sus túnicas al fuego y bailan desnudas. No hace falta decir que vienen muchos más turistas.
—Debe de ser un espectáculo curioso.
—Deberías salir a bailar con ellas.
Serena lo miró estupefacta. Jamás se le había dado bien bailar.
—¿Yo?
—Sí, es parte de la diversión. Mina dice que se supone que el baile da poder a las mujeres sobre los hombres. Y si quieres experimentar todo lo que Trall puede ofrecerte, esto debería formar parte de ello.
Serena le miró de reojo y se echó a reír. Aquello era un desafío y, aunque normalmente ella era muy tímida, quería aceptarlo.
—¿Qué me darás si salgo a bailar?
—Dime tú el precio.
—No sé qué pedir.
—¿Quieres tener poder sobre los hombres? Porque si es por eso, estoy dispuesto a ser tu esclavo noche y día.
—¿Y eso qué significa? ¿Pondrás la lavadora y me harás la cama?
—Haré todo lo que quieras —respondió Seiya con una sonrisa traviesa.
Serena pensó en ello un momento. La oferta era demasiado buena para resistirla. Y tener a Seiya bajo su entero control durante veinticuatro horas sería como una fantasía hecha realidad.
—De acuerdo. Trato hecho.
Y sin más, se dirigió hacia las piedras. Unos segundos después, Seiya le daba alcance. La agarró de la mano y le advirtió:
—Quiero dejar una cosa clara: sólo tendrás poder sobre mí. No quiero saber nada de los otros tipos de Trall, ¿de acuerdo?
—Pero si bailo suficientemente bien, podría llegar a tener todo un harén de hombres para complacerme.
Seiya la hizo volverse hacia él y, un segundo después, la estaba besando. Cuando terminó, retrocedió y le dijo:
—Yo soy el único que va a complacerte, ¿entendido?
Serena contuvo la respiración ante la determinación de su mirada. Lo que había comenzado como un juego se había convertido de pronto en algo muy serio. Seiya ya había dejado claro lo mucho que la deseaba con cada uno de sus besos, con cada una de sus caricias, pero aquello era diferente. Era como si de pronto estuviera reclamando su cuerpo para él solo.
—¿Entonces prometes que vas a complacerme?
A los labios de Serena asomó una sonrisa.
—Te lo prometo.
Serena se volvió y corrió hacia el círculo de piedra. En cuanto entró en el círculo luminoso del fuego, Mina la vio y corrió hacia ella.
—¡Baila con nosotras! —gritó. Tomó una guirnalda de una de las bailarinas, se la colocó a Serena en la cabeza y le entregó un cesto lleno de cereales—. De vez en cuando, echa un puñado al fuego.
Serena alzó la mirada hacia la loma, pero era imposible distinguir a Seiya en la oscuridad. Aun así, sentía sus ojos sobre ella. Siguió a Mina y echó un puñado de granos a una hoguera. Estallaron inmediatamente, lanzando chispas al cielo.
Durante unos minutos, Serena se limitó a seguir a las mujeres mientras éstas rodeaban las hogueras y el altar. Pero pronto comenzó a dejarse llevar por la música. Se deshizo del gorro, la bufanda y la chaqueta y comenzó a moverse al ritmo de los tambores.
Era una sensación liberadora: cuanto más bailaba, más viva se sentía. Cerró los ojos, volvió el rostro hacia el cielo y giró. Poco a poco, fue olvidándose de todas sus inhibiciones y experimentando una maravillosa sensación de libertad, como si sus preocupaciones hubieran volado de pronto: Darién, el trabajo, su futuro. Ya nada importaba, salvo el presente, y el presente era maravilloso.
Cuando llegó a la parte de atrás del círculo, Serena se detuvo y se apoyó contra uno de los pilares de piedra, aprovechando aquel descanso para contemplar el espectáculo. Tenía las mejillas frías y su aliento se transformaba en vapor frente a su rostro. Cerró los ojos y rió ante aquella locura. De pronto, se sentía poderosa.
Serena se apartó de la piedra, dispuesta a unirse de nuevo a la danza, pero alguien la agarró de la mano y tiró de ella. El grito de Serena se fundió en el caos y, segundo después, alguien la hacía apoyarse en la parte de fuera de uno de los pilares protegidos por las sombras.
En cuanto percibió aquel aroma familiar, suspiró. Seiya la besó al tiempo que deslizaba las manos por su torso.
—¿Ya he cumplido mi parte del trato? —preguntó Serena mientras él le mordisqueaba el cuello.
Sin decir nada, Seiya deslizó las manos bajo el jersey. Serena contuvo la respiración al sentir sus dedos fríos contra su piel caliente. Aunque la actividad en las hogueras estaba alcanzando su punto álgido y los tambores tocaban cada vez más fuerte, estaban solos entre las sombras, escondidos tras las piedras, de manera que era imposible que pudieran verlos desde el otro lado del círculo.
Seiya volvió a besarla, en aquella ocasión con más delicadeza, entreabriendo sus labios con la lengua.
—No me cansaré nunca de ti.
Serena podría haber repelido sus palabras. También ella se sentía presa de una necesidad sobrecogedora de acariciarle.
Seiya susurró su nombre al oído, urgiéndola a continuar y mostrándole al mismo tiempo lo mucho que le gustaba que le tocara. Los sonidos de la ceremonia parecían fundirse en la distancia mientras la pasión les envolvía. Serena era consciente de que podrían verlos, pero la noche era oscura y estaban solos.
Serena estaba desesperada por sentir sus caricias, por sentir el calor de su boca en su piel. Enardecida, hundió las manos en su pelo y le pidió que no dejara de tocarla.
El pulso le latía al ritmo de los tambores mientras le hacía alzar la cabeza de nuevo hasta sus labios para fundirse en un profundo beso. Era todo tan primitivo como la música que estaban tocando; todo era instinto y placer. A Serena ya no le preocupaba que pudieran descubrirlos. Deseaba a Seiya, necesitaba sus manos, su boca. Necesitaba todo de él.
—Hagamos el amor —musitó—. Por favor, te necesito.
Seiya retrocedió, enmarcó su rostro entre las manos y la miró a los ojos.
—¿Estás segura?
—Sí —contestó.
Serena se desprendió entonces de su ropa y la de él. Seiya agarró la manta que había dejado en el suelo y se envolvió en ella junto a Serena, proporcionándole a ésta cierta cobertura en el caso de que los descubrieran.
Entonces, él le hizo apoyar la espalda en el pilar de piedra y colocar las piernas alrededor de su cintura. Se unieron en uno solo, entregándose mutuamente el uno al otro.
Todo terminó tan rápidamente como había empezado, pero para Serena, aquélla había sido la experiencia más apasionante que había vivido jamás. Las rodillas de Seiya parecieron ceder y éste la bajó lentamente al suelo, hasta dejarla sentada sobre los pantalones que Serena se había quitado minutos antes. Él se sentó a su lado, con la espalda apoyada contra uno de los pilares de piedra, y echó la manta encima de ellos.
—Increíble —dijo Serena, cerrando los ojos y sonriendo—. Jamás había hecho nada parecido.
—Yo tampoco —le pasó el brazo por los hombros y la estrechó contra él —Deberíamos irnos —sugirió Seiya—. Podemos continuar esto en mi cama.
—Se supone que hoy deberías ser mi esclavo.
Seiya se levantó, le dio la mano para ayudarla a levantarse y la sujetó mientras se vestía. Fueron a buscar la chaqueta, el gorro y la bufanda y, de la mano, llegaron hasta la camioneta de Seiya. Éste la ayudó a entrar, pero antes de ponerla en marcha, se inclinó hacia ella, le enmarcó el rostro entre las manos y volvió a besarla.
—Estabas preciosa bailando entre las hogueras. Jamás había visto a nadie tan adorable.
—Gracias —contestó Serena, sonrojada de placer.
Cuando entraron en la camioneta, Serena estiró las piernas y chocó contra la botella de agua que había rellenado en el manantial del Druida esa misma tarde. Cuando había ido a llevarle las cajas a Mina, se había dado cuenta de que estaba vacía, así que, de camino a la posada, había parado en el manantial para rellenarla.
Serena agarró la botella y miró a Seiya, que estaba concentrado en la carretera.
—¿Quieres beber? —le preguntó, tendiéndole la botella.
Seiya la miró y sonrió.
—Claro —tomó la botella—. Gracias.
Bebió un largo trago y se la devolvió. Serena bebió también y cerró la botella con los dedos ligeramente temblorosos. Si el agua funcionaba de verdad, acababa de tomar una decisión muy importante.
Había dejado de lado todas las razones que la habían llevado hasta Trall. Había olvidado todos sus sueños de futuro. Deseaba a Seiya y en aquel momento, lo de menos era que su deseo durara un día, una semana o toda una vida.
¡Mil gracias por todos sus comentarios! ¡Me alegra que les gustara el capitulo anterior de esta historia!
Aquí les comparto un capitulo más de este fic ¡Espero que disfruten de este capitulo!
Capitulo 5
Las hogueras ardían por todo el perímetro del círculo de piedras, Serena jamás había visto ni oído nada igual: el incesante sonido de los tambores, los sonidos misteriosos de los silbatos de estaño y el remolino de melenas y túnicas blancas que seguía a Mina y a sus amigas mientras bailaban alrededor de un altar de piedra.
Seiya y ella habían llegado cuando ya había empezado la ceremonia. Él le había contado previamente que acudían todas las personas de la isla para no arriesgarse a convertirse en víctimas de la cólera de Mina.
Después de la primera ceremonia, pasaron un cesto que se llenó de monedas y billetes. Serena estaba asombrada por la capacidad de Mina para ganarse la vida con la magia, pero pronto le informaron de que el dinero que se sacaba con la fiesta de Samliain estaba destinado a comprar libros para la biblioteca.
—Esto es sorprendente —dijo Serena. Estaba sentada sobre una manta junto a Seiya—. Es una mezcla de Halloween y la Super Bowl.
—Es lo más parecido a un espectáculo que tenemos en Trall.
Las mujeres comenzaron a girar alrededor de las hogueras, tirando algo a las llamas desde unas cestas de mimbre.
—¿Qué hacen?
—Samhain marcaba tradicionalmente el final de un año y el principio del siguiente. Les están agradeciendo a los dioses la bonanza de las cosechas. Y Mina honra también a aquellos que han muerto durante el año.
—Es muy emocionante.
—Sí, y es bastante moderado comparado con lo que se hace en Beltane. En esa ceremonia, Mina y sus amigas tiran sus túnicas al fuego y bailan desnudas. No hace falta decir que vienen muchos más turistas.
—Debe de ser un espectáculo curioso.
—Deberías salir a bailar con ellas.
Serena lo miró estupefacta. Jamás se le había dado bien bailar.
—¿Yo?
—Sí, es parte de la diversión. Mina dice que se supone que el baile da poder a las mujeres sobre los hombres. Y si quieres experimentar todo lo que Trall puede ofrecerte, esto debería formar parte de ello.
Serena le miró de reojo y se echó a reír. Aquello era un desafío y, aunque normalmente ella era muy tímida, quería aceptarlo.
—¿Qué me darás si salgo a bailar?
—Dime tú el precio.
—No sé qué pedir.
—¿Quieres tener poder sobre los hombres? Porque si es por eso, estoy dispuesto a ser tu esclavo noche y día.
—¿Y eso qué significa? ¿Pondrás la lavadora y me harás la cama?
—Haré todo lo que quieras —respondió Seiya con una sonrisa traviesa.
Serena pensó en ello un momento. La oferta era demasiado buena para resistirla. Y tener a Seiya bajo su entero control durante veinticuatro horas sería como una fantasía hecha realidad.
—De acuerdo. Trato hecho.
Y sin más, se dirigió hacia las piedras. Unos segundos después, Seiya le daba alcance. La agarró de la mano y le advirtió:
—Quiero dejar una cosa clara: sólo tendrás poder sobre mí. No quiero saber nada de los otros tipos de Trall, ¿de acuerdo?
—Pero si bailo suficientemente bien, podría llegar a tener todo un harén de hombres para complacerme.
Seiya la hizo volverse hacia él y, un segundo después, la estaba besando. Cuando terminó, retrocedió y le dijo:
—Yo soy el único que va a complacerte, ¿entendido?
Serena contuvo la respiración ante la determinación de su mirada. Lo que había comenzado como un juego se había convertido de pronto en algo muy serio. Seiya ya había dejado claro lo mucho que la deseaba con cada uno de sus besos, con cada una de sus caricias, pero aquello era diferente. Era como si de pronto estuviera reclamando su cuerpo para él solo.
—¿Entonces prometes que vas a complacerme?
A los labios de Serena asomó una sonrisa.
—Te lo prometo.
Serena se volvió y corrió hacia el círculo de piedra. En cuanto entró en el círculo luminoso del fuego, Mina la vio y corrió hacia ella.
—¡Baila con nosotras! —gritó. Tomó una guirnalda de una de las bailarinas, se la colocó a Serena en la cabeza y le entregó un cesto lleno de cereales—. De vez en cuando, echa un puñado al fuego.
Serena alzó la mirada hacia la loma, pero era imposible distinguir a Seiya en la oscuridad. Aun así, sentía sus ojos sobre ella. Siguió a Mina y echó un puñado de granos a una hoguera. Estallaron inmediatamente, lanzando chispas al cielo.
Durante unos minutos, Serena se limitó a seguir a las mujeres mientras éstas rodeaban las hogueras y el altar. Pero pronto comenzó a dejarse llevar por la música. Se deshizo del gorro, la bufanda y la chaqueta y comenzó a moverse al ritmo de los tambores.
Era una sensación liberadora: cuanto más bailaba, más viva se sentía. Cerró los ojos, volvió el rostro hacia el cielo y giró. Poco a poco, fue olvidándose de todas sus inhibiciones y experimentando una maravillosa sensación de libertad, como si sus preocupaciones hubieran volado de pronto: Darién, el trabajo, su futuro. Ya nada importaba, salvo el presente, y el presente era maravilloso.
Cuando llegó a la parte de atrás del círculo, Serena se detuvo y se apoyó contra uno de los pilares de piedra, aprovechando aquel descanso para contemplar el espectáculo. Tenía las mejillas frías y su aliento se transformaba en vapor frente a su rostro. Cerró los ojos y rió ante aquella locura. De pronto, se sentía poderosa.
Serena se apartó de la piedra, dispuesta a unirse de nuevo a la danza, pero alguien la agarró de la mano y tiró de ella. El grito de Serena se fundió en el caos y, segundo después, alguien la hacía apoyarse en la parte de fuera de uno de los pilares protegidos por las sombras.
En cuanto percibió aquel aroma familiar, suspiró. Seiya la besó al tiempo que deslizaba las manos por su torso.
—¿Ya he cumplido mi parte del trato? —preguntó Serena mientras él le mordisqueaba el cuello.
Sin decir nada, Seiya deslizó las manos bajo el jersey. Serena contuvo la respiración al sentir sus dedos fríos contra su piel caliente. Aunque la actividad en las hogueras estaba alcanzando su punto álgido y los tambores tocaban cada vez más fuerte, estaban solos entre las sombras, escondidos tras las piedras, de manera que era imposible que pudieran verlos desde el otro lado del círculo.
Seiya volvió a besarla, en aquella ocasión con más delicadeza, entreabriendo sus labios con la lengua.
—No me cansaré nunca de ti.
Serena podría haber repelido sus palabras. También ella se sentía presa de una necesidad sobrecogedora de acariciarle.
Seiya susurró su nombre al oído, urgiéndola a continuar y mostrándole al mismo tiempo lo mucho que le gustaba que le tocara. Los sonidos de la ceremonia parecían fundirse en la distancia mientras la pasión les envolvía. Serena era consciente de que podrían verlos, pero la noche era oscura y estaban solos.
Serena estaba desesperada por sentir sus caricias, por sentir el calor de su boca en su piel. Enardecida, hundió las manos en su pelo y le pidió que no dejara de tocarla.
El pulso le latía al ritmo de los tambores mientras le hacía alzar la cabeza de nuevo hasta sus labios para fundirse en un profundo beso. Era todo tan primitivo como la música que estaban tocando; todo era instinto y placer. A Serena ya no le preocupaba que pudieran descubrirlos. Deseaba a Seiya, necesitaba sus manos, su boca. Necesitaba todo de él.
—Hagamos el amor —musitó—. Por favor, te necesito.
Seiya retrocedió, enmarcó su rostro entre las manos y la miró a los ojos.
—¿Estás segura?
—Sí —contestó.
Serena se desprendió entonces de su ropa y la de él. Seiya agarró la manta que había dejado en el suelo y se envolvió en ella junto a Serena, proporcionándole a ésta cierta cobertura en el caso de que los descubrieran.
Entonces, él le hizo apoyar la espalda en el pilar de piedra y colocar las piernas alrededor de su cintura. Se unieron en uno solo, entregándose mutuamente el uno al otro.
Todo terminó tan rápidamente como había empezado, pero para Serena, aquélla había sido la experiencia más apasionante que había vivido jamás. Las rodillas de Seiya parecieron ceder y éste la bajó lentamente al suelo, hasta dejarla sentada sobre los pantalones que Serena se había quitado minutos antes. Él se sentó a su lado, con la espalda apoyada contra uno de los pilares de piedra, y echó la manta encima de ellos.
—Increíble —dijo Serena, cerrando los ojos y sonriendo—. Jamás había hecho nada parecido.
—Yo tampoco —le pasó el brazo por los hombros y la estrechó contra él —Deberíamos irnos —sugirió Seiya—. Podemos continuar esto en mi cama.
—Se supone que hoy deberías ser mi esclavo.
Seiya se levantó, le dio la mano para ayudarla a levantarse y la sujetó mientras se vestía. Fueron a buscar la chaqueta, el gorro y la bufanda y, de la mano, llegaron hasta la camioneta de Seiya. Éste la ayudó a entrar, pero antes de ponerla en marcha, se inclinó hacia ella, le enmarcó el rostro entre las manos y volvió a besarla.
—Estabas preciosa bailando entre las hogueras. Jamás había visto a nadie tan adorable.
—Gracias —contestó Serena, sonrojada de placer.
Cuando entraron en la camioneta, Serena estiró las piernas y chocó contra la botella de agua que había rellenado en el manantial del Druida esa misma tarde. Cuando había ido a llevarle las cajas a Mina, se había dado cuenta de que estaba vacía, así que, de camino a la posada, había parado en el manantial para rellenarla.
Serena agarró la botella y miró a Seiya, que estaba concentrado en la carretera.
—¿Quieres beber? —le preguntó, tendiéndole la botella.
Seiya la miró y sonrió.
—Claro —tomó la botella—. Gracias.
Bebió un largo trago y se la devolvió. Serena bebió también y cerró la botella con los dedos ligeramente temblorosos. Si el agua funcionaba de verdad, acababa de tomar una decisión muy importante.
Había dejado de lado todas las razones que la habían llevado hasta Trall. Había olvidado todos sus sueños de futuro. Deseaba a Seiya y en aquel momento, lo de menos era que su deseo durara un día, una semana o toda una vida.
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
Serena se acurrucó bajo el edredón de Seiya, escondiendo la cabeza para protegerse de la luz de la mañana. Seiya se había levantado al amanecer para ayudar a Lita a preparar el desayuno. Había prometido regresar en cuanto hubiera terminado de atender a los huéspedes, pero eran casi las diez de la mañana y todavía no había vuelto.
Serena se sentó en la cama y se apartó el pelo de los ojos. En cuanto habían llegado a la posada la noche anterior, se habían desnudado y se habían metido en la cama. Pero habían pasado la mayor parte de la noche hablando de sus familias, sus amantes, sus trabajos y sus recuerdos de la infancia. Una hora antes de que saliera el sol, habían vuelto a hacer el amor, muy lentamente, como si estuvieran saboreando todas y cada una de las sensaciones.
Impaciente por ver a Seiya, Serena se levantó de la cama, se vistió rápidamente y se dirigió a la cocina. Lo encontró en el fregadero, enjuagando platos. Se acercó de puntillas hasta él y le rodeó la cintura con los brazos.
Seiya se tensó ligeramente.
—Te has despertado.
Serena frunció el ceño ante la frialdad de su voz.
—Sí, pensaba que ibas a ir volver a la cama —lo rodeó y se apoyó contra la encimera, para poder mirarle a la cara.
Pero Seiya no la miraba, sino que continuaba concentrado en su tarea.
—Tenemos un nuevo huésped. He estado preparándole la habitación. Supongo que te interesará saber que es de Chicago. De hecho, hasta le conoces.
Serena tragó saliva.
—¿Es Darién?
—El mismo. Ahora mismo está desayunando y dispuesto a subir a tu habitación. Le he dicho que te habías ido a dar un paseo. Supongo que no te apetecía que te descubriera en mi cama.
—No quiero verlo. Dile que te has equivocado, que me he ido en el ferry esta misma mañana.
—Él ha venido en el ferry. Si te hubieras ido esta mañana, se habrían encontrado en el puerto.
—Rompimos con un post it.
—¿Qué?
—Sí, dejó uno de esos papelitos amarillos en el espejo de mi cuarto de baño.
—Qué cobarde —musitó Seiya.
—No quiero hablar con él. Nada de lo que diga puede hacerme volver a su lado.
—A lo mejor deberías decírselo a la cara.
—No, si lo ignoro, terminará yéndose.
—Piensa quedarse aquí. Ha pedido una habitación.
—¿Y se la has dado? —Serena le miró estupefacta—. ¿Cómo se te ha ocurrido hacer una cosa así?
—Porque me la ha pedido. Y no sabía quién demonios era hasta que no se registró y me preguntó por ti —Seiya se apartó del fregadero y se secó las manos con un trapo—. Ahora tengo que ir al mercado. Volveré dentro de una hora.
—Seiya, yo no le he pedido que venga. Y no me hace ninguna gracia que esté aquí —le tomó las manos y la miro a los ojos—. Me desharé de él, te lo prometo.
—No tienes por qué prometerme nada, Serena.
Serena se puso de puntillas y le rozó los labios. Al principio, pensó que allí acabaría todo. Pero entonces Seiya enterró las manos en su pelo y moldeó su boca, capturándola en un beso fiero y frenético. Cuando por fin terminó, sonrió, agarró la chaqueta y se marchó.
Serena cerró los ojos. La última persona del mundo que le apetecía ver en aquel momento era Darién. No tenía nada que decirle. Durante los últimos cuatro días, había conseguido olvidar completamente al hombre con el que había vivido durante tres años.
Se frotó los ojos. ¿Cómo era posible? Darién había sido su vida, su futuro y, de pronto, ni siquiera era capaz de recordar por qué se había enamorado de él. Quizá no fuera mala idea hablar con él, poner punto y final a su relación definitivamente.
De modo que cruzó el pasillo que comunicaba la cocina con el comedor y miró a través de la puerta. Darién estaba leyendo el periódico en una mesa situada junto a la ventana, de espaldas a ella. Serena se acercó silenciosamente hasta su mesa y se sentó frente a él.
—Serena —dijo Darién, bajando el periódico y en el mismo tono que habría empleado si se hubieran visto una hora antes.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Estás muy guapa.
—No intentes engatusarme. Contesta a mi pregunta. ¿Qué estás haciendo aquí?
—He venido para pedirte perdón.
—¿Has venido hasta Irlanda para pedirme perdón? Podrías haber escrito una carta. O mejor aún, un post it.
—La verdad es… que te necesito.
—Ya es un poco tarde para eso. Si crees que voy a acostarme contigo…
—No en ese sentido, sino profesionalmente. Acabo de empezar a trabajar con una agencia de Manhattan. El director artístico es un incompetente, y si no encuentro a alguien que le sustituya, estoy perdido. Necesito que vengas a Nueva York y trabajes de nuevo para mí.
Serena no podía dar crédito a lo que estaba oyendo.
—¿Entonces has venido hasta aquí para…?
—No voy a decirte que no he pensado en ti. Y quizá no haya hecho las cosas de la mejor manera… Fui un miserable, y tienes todo el derecho del mundo a odiarme. Pero quiero arreglar las cosas. La agencia te pagará el traslado a Nueva York, te pagarán el doble de lo que ganabas y te ayudaré a buscar un apartamento. Es un gran paso, Serena. Me juego muchas cosas en este proyecto. Y si hay malas vibraciones entre nosotros, no funcionará.
—¿Malas vibraciones? Eres un miserable y un cobarde, que no tuviste siquiera la decencia de ser sincero conmigo.
Darién tomó aire y asintió.
—Muy bien, respeto tu opinión. Pero, dejando los sentimientos a un lado, creo que podríamos trabajar juntos. Y quién sabe, a lo mejor podemos encauzar de nuevo nuestras vidas.
—¡No! —Serena se levantó de un salto y le dio un puñetazo en el hombro—. Márchate, Darién.
—Piensa en lo que te he dicho. Sería un paso enorme en tu carrera.
Serena retrocedió y repitió:
—Márchate, Darién.
—No lo haré hasta que no pienses en mi oferta. Tómate tu tiempo, tranquilízate y piensa en lo mucho que podría significar para ti.
Serena sacudió la cabeza y frunció el ceño.
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Me lo dijo tu abuela. La verdad es que me sorprendió. No entendía qué podías estar haciendo en Irlanda, en una isla que está en medio de la nada. ¿Sabes lo difícil que es llegar hasta aquí?
—Pobrecito. Tantas molestias para nada.
Y, sin más, giró sobre los talones y salió del comedor. Cuando llegó a las escaleras, comenzó a subirlas de dos en dos y, para cuando llegó a su habitación, tenía los ojos llenos de lágrimas.
¿Por qué tenía que haber ido Darién hasta allí? Lo había echado todo a perder. Seiya y ella apenas estaban empezando a conocerse y después de aquello tendría que explicarle todo. Se sentó al borde de la cama y se cubrió los ojos con las manos.
Aunque Darién no fuera en aquel momento su persona favorita, no podía negar que, gracias a él, había llegado hasta esa isla y había encontrado a Seiya Kou. El único hombre al que en aquel momento deseaba.
En secreto, se había permitido imaginarse a sí misma viviendo en la isla con Seiya. Ayudándole a llevar la posada y pintando durante el tiempo libre. Serena siempre había querido dedicarse a pintar y en Trall había muchos lugares hermosos que la inspiraban. Pero pensar en un futuro junto a Seiya era absurdo. Sólo hacía cuatro días que se conocían.
Y hasta ese momento, jamás había pensado en irse de Chicago. Tenía allí a toda su familia. Mudarse a Nueva York ya era una decisión difícil, pero ir a vivir a Irlanda sería como trasladarse a la luna. Además, había otros asuntos que considerar. Aunque Seiya despertara en ella una pasión increíble, la pasión no servía para pagar facturas. El trabajo que Darién le ofrecía era el futuro, la carrera profesional con la que siempre había soñado.
Podría encauzar de nuevo su vida, le había dicho Darién. ¿Pero para llegar a dónde? ¿A una existencia aburrida con un hombre que apenas tenía tiempo para ella? ¿O hacia una existencia llena de emoción, de pasión y felicidad con un hombre que hacía que se le acelerara el corazón cada vez que le veía?
Serena se sentó en la cama y se apartó el pelo de los ojos. En cuanto habían llegado a la posada la noche anterior, se habían desnudado y se habían metido en la cama. Pero habían pasado la mayor parte de la noche hablando de sus familias, sus amantes, sus trabajos y sus recuerdos de la infancia. Una hora antes de que saliera el sol, habían vuelto a hacer el amor, muy lentamente, como si estuvieran saboreando todas y cada una de las sensaciones.
Impaciente por ver a Seiya, Serena se levantó de la cama, se vistió rápidamente y se dirigió a la cocina. Lo encontró en el fregadero, enjuagando platos. Se acercó de puntillas hasta él y le rodeó la cintura con los brazos.
Seiya se tensó ligeramente.
—Te has despertado.
Serena frunció el ceño ante la frialdad de su voz.
—Sí, pensaba que ibas a ir volver a la cama —lo rodeó y se apoyó contra la encimera, para poder mirarle a la cara.
Pero Seiya no la miraba, sino que continuaba concentrado en su tarea.
—Tenemos un nuevo huésped. He estado preparándole la habitación. Supongo que te interesará saber que es de Chicago. De hecho, hasta le conoces.
Serena tragó saliva.
—¿Es Darién?
—El mismo. Ahora mismo está desayunando y dispuesto a subir a tu habitación. Le he dicho que te habías ido a dar un paseo. Supongo que no te apetecía que te descubriera en mi cama.
—No quiero verlo. Dile que te has equivocado, que me he ido en el ferry esta misma mañana.
—Él ha venido en el ferry. Si te hubieras ido esta mañana, se habrían encontrado en el puerto.
—Rompimos con un post it.
—¿Qué?
—Sí, dejó uno de esos papelitos amarillos en el espejo de mi cuarto de baño.
—Qué cobarde —musitó Seiya.
—No quiero hablar con él. Nada de lo que diga puede hacerme volver a su lado.
—A lo mejor deberías decírselo a la cara.
—No, si lo ignoro, terminará yéndose.
—Piensa quedarse aquí. Ha pedido una habitación.
—¿Y se la has dado? —Serena le miró estupefacta—. ¿Cómo se te ha ocurrido hacer una cosa así?
—Porque me la ha pedido. Y no sabía quién demonios era hasta que no se registró y me preguntó por ti —Seiya se apartó del fregadero y se secó las manos con un trapo—. Ahora tengo que ir al mercado. Volveré dentro de una hora.
—Seiya, yo no le he pedido que venga. Y no me hace ninguna gracia que esté aquí —le tomó las manos y la miro a los ojos—. Me desharé de él, te lo prometo.
—No tienes por qué prometerme nada, Serena.
Serena se puso de puntillas y le rozó los labios. Al principio, pensó que allí acabaría todo. Pero entonces Seiya enterró las manos en su pelo y moldeó su boca, capturándola en un beso fiero y frenético. Cuando por fin terminó, sonrió, agarró la chaqueta y se marchó.
Serena cerró los ojos. La última persona del mundo que le apetecía ver en aquel momento era Darién. No tenía nada que decirle. Durante los últimos cuatro días, había conseguido olvidar completamente al hombre con el que había vivido durante tres años.
Se frotó los ojos. ¿Cómo era posible? Darién había sido su vida, su futuro y, de pronto, ni siquiera era capaz de recordar por qué se había enamorado de él. Quizá no fuera mala idea hablar con él, poner punto y final a su relación definitivamente.
De modo que cruzó el pasillo que comunicaba la cocina con el comedor y miró a través de la puerta. Darién estaba leyendo el periódico en una mesa situada junto a la ventana, de espaldas a ella. Serena se acercó silenciosamente hasta su mesa y se sentó frente a él.
—Serena —dijo Darién, bajando el periódico y en el mismo tono que habría empleado si se hubieran visto una hora antes.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Estás muy guapa.
—No intentes engatusarme. Contesta a mi pregunta. ¿Qué estás haciendo aquí?
—He venido para pedirte perdón.
—¿Has venido hasta Irlanda para pedirme perdón? Podrías haber escrito una carta. O mejor aún, un post it.
—La verdad es… que te necesito.
—Ya es un poco tarde para eso. Si crees que voy a acostarme contigo…
—No en ese sentido, sino profesionalmente. Acabo de empezar a trabajar con una agencia de Manhattan. El director artístico es un incompetente, y si no encuentro a alguien que le sustituya, estoy perdido. Necesito que vengas a Nueva York y trabajes de nuevo para mí.
Serena no podía dar crédito a lo que estaba oyendo.
—¿Entonces has venido hasta aquí para…?
—No voy a decirte que no he pensado en ti. Y quizá no haya hecho las cosas de la mejor manera… Fui un miserable, y tienes todo el derecho del mundo a odiarme. Pero quiero arreglar las cosas. La agencia te pagará el traslado a Nueva York, te pagarán el doble de lo que ganabas y te ayudaré a buscar un apartamento. Es un gran paso, Serena. Me juego muchas cosas en este proyecto. Y si hay malas vibraciones entre nosotros, no funcionará.
—¿Malas vibraciones? Eres un miserable y un cobarde, que no tuviste siquiera la decencia de ser sincero conmigo.
Darién tomó aire y asintió.
—Muy bien, respeto tu opinión. Pero, dejando los sentimientos a un lado, creo que podríamos trabajar juntos. Y quién sabe, a lo mejor podemos encauzar de nuevo nuestras vidas.
—¡No! —Serena se levantó de un salto y le dio un puñetazo en el hombro—. Márchate, Darién.
—Piensa en lo que te he dicho. Sería un paso enorme en tu carrera.
Serena retrocedió y repitió:
—Márchate, Darién.
—No lo haré hasta que no pienses en mi oferta. Tómate tu tiempo, tranquilízate y piensa en lo mucho que podría significar para ti.
Serena sacudió la cabeza y frunció el ceño.
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Me lo dijo tu abuela. La verdad es que me sorprendió. No entendía qué podías estar haciendo en Irlanda, en una isla que está en medio de la nada. ¿Sabes lo difícil que es llegar hasta aquí?
—Pobrecito. Tantas molestias para nada.
Y, sin más, giró sobre los talones y salió del comedor. Cuando llegó a las escaleras, comenzó a subirlas de dos en dos y, para cuando llegó a su habitación, tenía los ojos llenos de lágrimas.
¿Por qué tenía que haber ido Darién hasta allí? Lo había echado todo a perder. Seiya y ella apenas estaban empezando a conocerse y después de aquello tendría que explicarle todo. Se sentó al borde de la cama y se cubrió los ojos con las manos.
Aunque Darién no fuera en aquel momento su persona favorita, no podía negar que, gracias a él, había llegado hasta esa isla y había encontrado a Seiya Kou. El único hombre al que en aquel momento deseaba.
En secreto, se había permitido imaginarse a sí misma viviendo en la isla con Seiya. Ayudándole a llevar la posada y pintando durante el tiempo libre. Serena siempre había querido dedicarse a pintar y en Trall había muchos lugares hermosos que la inspiraban. Pero pensar en un futuro junto a Seiya era absurdo. Sólo hacía cuatro días que se conocían.
Y hasta ese momento, jamás había pensado en irse de Chicago. Tenía allí a toda su familia. Mudarse a Nueva York ya era una decisión difícil, pero ir a vivir a Irlanda sería como trasladarse a la luna. Además, había otros asuntos que considerar. Aunque Seiya despertara en ella una pasión increíble, la pasión no servía para pagar facturas. El trabajo que Darién le ofrecía era el futuro, la carrera profesional con la que siempre había soñado.
Podría encauzar de nuevo su vida, le había dicho Darién. ¿Pero para llegar a dónde? ¿A una existencia aburrida con un hombre que apenas tenía tiempo para ella? ¿O hacia una existencia llena de emoción, de pasión y felicidad con un hombre que hacía que se le acelerara el corazón cada vez que le veía?
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
Seiya abrió la puerta de la tienda de Mina violentamente y entró.
—¡Mina! —gritó.
Un segundo después, su amiga salía de detrás de la cortina que separaba la trastienda. Tenía el pelo revuelto y parecía que no se había molestado en peinarse.
—Seiya, buenos días. Lo siento, ¿pero no ibas a traerme mis cosas esta tarde?
—Exacto, pero lo había olvidado. Bueno, pásate luego por la posada y te dejaré las llaves de la camioneta.
Mina le miró con el ceño fruncido.
—¿Te encuentras bien?
—Sí —musitó—. No, no me encuentro bien. Necesito ayuda.
—¿Qué clase de ayuda? —Mina parpadeó sorprendida.
—Necesito tu magia.
Una lenta sonrisa afloró a los labios de Mina.
—Oh, Seiya, esto sí que no me lo esperaba. Pero supongo que no debería sorprenderme. Es evidente que la norteamericana y tú están locos el uno por el otro. La besaste delante de todo Trall —Mina se sentó en un taburete de detrás del mostrador—. Y tengo que decir que me parece una mujer encantadora. Hacen muy buena pareja.
—Gracias.
—Y no sé si sería capaz de emplear mi magia con ella. Me agrada Serena y no quiero engañarla. Eliminé todos los hechizos, así que ahora todo depende de ti.
—No quiero que le hagas nada a ella. Necesito tu magia para su prometido. Su ex prometido, en realidad. Se ha presentado en la posada esta mañana y creo que quiere convencerla de que se vaya con él. Y yo quiero impedírselo.
—Estás verdaderamente loco por ella.
—Sí, es cierto, pero sólo hemos pasado juntos cuatro días y no tengo la menor idea de qué es lo que siente ella. Y si se va, nunca lo sabré.
Mina frunció el ceño.
—Bueno, podría aplicar diferentes hechizos, dependiendo de cuál quieres que sea el resultado.
—Estaba pensando más en tu propia magia. En el efecto que tienes en los hombres —Seiya se aclaró la garganta—. Es posible que te guste ese tipo. Es atractivo, un hombre de éxito, y parece amable. A lo mejor no te viene mal echarle un vistazo.
—¿Quieres que me acueste con él?
—Claro que no. Quiero que te ocupes de él. Coquetea con él, haz lo que sea. Lo que quiero es que le entretengas hasta que yo averigüe si Serena continúa enamorada de él —se frotó las manos—. Voy a pedirle a Serena que venga conmigo a tierra firme. Me inventaré alguna excusa para que pasemos allí la noche. Así tendrás tiempo de averiguar lo que se propone Darién.
—¿Y qué saco yo de todo esto?
—¿Qué quieres?
—Mmm, eres un hombre desesperado… y me estás poniendo en una encrucijada —permaneció varios segundos pensativa—. ¡Ya lo sé! ¡Quiero tu cama!
—¿Pero por qué? Nunca has dormido en ella.
—Pero me gusta. Me parece ideal para una sacerdotisa.
—De acuerdo, pero sólo si consigo convencer a Serena de que se quede en la isla.
—¿Para siempre? No, esa es una apuesta estúpida. ¿Por qué iba a querer quedarse en Trall?
—Durante un mes.
Mina consideró el trato, asintió y le tendió la mano.
—Trato hecho.
—Lita va a ocuparse de ese tipo mientras yo estoy fuera, pero quiero que te dejes caer por la posada para conocerlo. Puedes quedarte a pasar la noche allí, mi habitación estará vacía. Tienes cuarenta y ocho horas, Mina. Por favor, pon toda tu magia en funcionamiento.
Minutos después, Seiya se acercaba a la puerta de la posada a grandes zancadas, esperando encontrar a Serena y a su prometido en el salón, frente a la chimenea. Pero el salón estaba vacío. Se dirigió a la cocina, donde encontró a Lita fregando una sartén.
—¿Va todo bien? —le preguntó Seiya.
Lita asintió con una alegre sonrisa.
—El norteamericano está fuera, hablando por el móvil, y la señorita Tsukino en el piso de arriba. Las dos mujeres de Nottingham han ido a dar un paseo por la isla y la pareja de Escocia almorzará en el pueblo.
—Después del almuerzo, quiero ir a tierra firme. Necesito que te encargues de la posada durante un par de días. Si necesitas ayuda, llama a Mina. Se pasará por aquí esta noche. Mañana por la mañana se irá todo el mundo y nadie ha hecho ninguna reserva hasta el fin de semana.
—De todas formas, llévate el móvil por si surge algún problema.
Seiya asintió, le dio las gracias con una sonrisa y se dirigió hacia el vestíbulo. Una vez hubiera alejado a Serena de la isla y de su ex prometido, le resultaría más fácil averiguar lo que sentía por ella.
Pero mientras subía las escaleras a toda velocidad, no pudo evitar preguntarse si, en el fondo, no sabría ya lo que sentía, pero le daba miedo admitirlo.
Creo que no soy la unica en pensar lo inoportuna que fue la llegada de Darién a la isla cuando las cosas iban mejor que nunca entre Serena y Seiya. ¿Y ahora que pasara con ellos? :[Jujuju]: Ya lo sabremos el siguiente capitulo.
Me despido por ahora esperando que les haya gustado el capítulo de hoy, como siempre, les pido que no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Muchos saludos para todos y ¡nos vemos en el proximo capitulo!
XOXO
Serenity
—¡Mina! —gritó.
Un segundo después, su amiga salía de detrás de la cortina que separaba la trastienda. Tenía el pelo revuelto y parecía que no se había molestado en peinarse.
—Seiya, buenos días. Lo siento, ¿pero no ibas a traerme mis cosas esta tarde?
—Exacto, pero lo había olvidado. Bueno, pásate luego por la posada y te dejaré las llaves de la camioneta.
Mina le miró con el ceño fruncido.
—¿Te encuentras bien?
—Sí —musitó—. No, no me encuentro bien. Necesito ayuda.
—¿Qué clase de ayuda? —Mina parpadeó sorprendida.
—Necesito tu magia.
Una lenta sonrisa afloró a los labios de Mina.
—Oh, Seiya, esto sí que no me lo esperaba. Pero supongo que no debería sorprenderme. Es evidente que la norteamericana y tú están locos el uno por el otro. La besaste delante de todo Trall —Mina se sentó en un taburete de detrás del mostrador—. Y tengo que decir que me parece una mujer encantadora. Hacen muy buena pareja.
—Gracias.
—Y no sé si sería capaz de emplear mi magia con ella. Me agrada Serena y no quiero engañarla. Eliminé todos los hechizos, así que ahora todo depende de ti.
—No quiero que le hagas nada a ella. Necesito tu magia para su prometido. Su ex prometido, en realidad. Se ha presentado en la posada esta mañana y creo que quiere convencerla de que se vaya con él. Y yo quiero impedírselo.
—Estás verdaderamente loco por ella.
—Sí, es cierto, pero sólo hemos pasado juntos cuatro días y no tengo la menor idea de qué es lo que siente ella. Y si se va, nunca lo sabré.
Mina frunció el ceño.
—Bueno, podría aplicar diferentes hechizos, dependiendo de cuál quieres que sea el resultado.
—Estaba pensando más en tu propia magia. En el efecto que tienes en los hombres —Seiya se aclaró la garganta—. Es posible que te guste ese tipo. Es atractivo, un hombre de éxito, y parece amable. A lo mejor no te viene mal echarle un vistazo.
—¿Quieres que me acueste con él?
—Claro que no. Quiero que te ocupes de él. Coquetea con él, haz lo que sea. Lo que quiero es que le entretengas hasta que yo averigüe si Serena continúa enamorada de él —se frotó las manos—. Voy a pedirle a Serena que venga conmigo a tierra firme. Me inventaré alguna excusa para que pasemos allí la noche. Así tendrás tiempo de averiguar lo que se propone Darién.
—¿Y qué saco yo de todo esto?
—¿Qué quieres?
—Mmm, eres un hombre desesperado… y me estás poniendo en una encrucijada —permaneció varios segundos pensativa—. ¡Ya lo sé! ¡Quiero tu cama!
—¿Pero por qué? Nunca has dormido en ella.
—Pero me gusta. Me parece ideal para una sacerdotisa.
—De acuerdo, pero sólo si consigo convencer a Serena de que se quede en la isla.
—¿Para siempre? No, esa es una apuesta estúpida. ¿Por qué iba a querer quedarse en Trall?
—Durante un mes.
Mina consideró el trato, asintió y le tendió la mano.
—Trato hecho.
—Lita va a ocuparse de ese tipo mientras yo estoy fuera, pero quiero que te dejes caer por la posada para conocerlo. Puedes quedarte a pasar la noche allí, mi habitación estará vacía. Tienes cuarenta y ocho horas, Mina. Por favor, pon toda tu magia en funcionamiento.
Minutos después, Seiya se acercaba a la puerta de la posada a grandes zancadas, esperando encontrar a Serena y a su prometido en el salón, frente a la chimenea. Pero el salón estaba vacío. Se dirigió a la cocina, donde encontró a Lita fregando una sartén.
—¿Va todo bien? —le preguntó Seiya.
Lita asintió con una alegre sonrisa.
—El norteamericano está fuera, hablando por el móvil, y la señorita Tsukino en el piso de arriba. Las dos mujeres de Nottingham han ido a dar un paseo por la isla y la pareja de Escocia almorzará en el pueblo.
—Después del almuerzo, quiero ir a tierra firme. Necesito que te encargues de la posada durante un par de días. Si necesitas ayuda, llama a Mina. Se pasará por aquí esta noche. Mañana por la mañana se irá todo el mundo y nadie ha hecho ninguna reserva hasta el fin de semana.
—De todas formas, llévate el móvil por si surge algún problema.
Seiya asintió, le dio las gracias con una sonrisa y se dirigió hacia el vestíbulo. Una vez hubiera alejado a Serena de la isla y de su ex prometido, le resultaría más fácil averiguar lo que sentía por ella.
Pero mientras subía las escaleras a toda velocidad, no pudo evitar preguntarse si, en el fondo, no sabría ya lo que sentía, pero le daba miedo admitirlo.
Creo que no soy la unica en pensar lo inoportuna que fue la llegada de Darién a la isla cuando las cosas iban mejor que nunca entre Serena y Seiya. ¿Y ahora que pasara con ellos? :[Jujuju]: Ya lo sabremos el siguiente capitulo.
Me despido por ahora esperando que les haya gustado el capítulo de hoy, como siempre, les pido que no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Muchos saludos para todos y ¡nos vemos en el proximo capitulo!
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Serenity
Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
espera con quien se queda alfinal con darien os seiaya
:[GOTITA]:
:[GOTITA]:
giuliana tuskino- New User
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Edad : 36
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Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
Maldito Darien! Justo tenía que llegar en lo mejor. Al menos no viene en plan romántico. Serena, no sirve de nada ir a New York y tener dinero si no eres feliz. Quédate con Seiya!.
Espero el próximo cap.
Cariños!
Espero el próximo cap.
Cariños!
natu_rw- Sailor Inner Scout
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Re: El Elixir Del Amor [S/S] UA - Terminado
kyaaaaaaaaaaa yo quiero que se que de con Seiya por favor actualiza pronto quiero saber que pasa con esta linda pareja muchas gracias por tan lindo fic
HotaruSakurai- Neo Reina Serena
- Mensajes : 3130
Edad : 33
Sexo :
Página 1 de 3. • 1, 2, 3
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