Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
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Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
La Cosita Más Dulce era un local de dos plantas en la calle Bleecker, en el Village, donde había invertido todos sus ahorros. Aunque aún era demasiado pronto para decir nada, después de tan solo un par de semanas de negocio, parecía que el imperio del caramelo sería un éxito. Además, la elegante inauguración de La Cosita Más Dulce le había dado al negocio mucha publicidad. Ya había tenido que contratar a más empleados para poder atender la entrada constante de clientes.
Después de abrir la tienda, de poner en marcha las cajas registradoras y de charlar un momento con sus empleados nuevos, Serena subió la escalera de caracol hasta su despacho con vistas a la calle y se detuvo un momento a admirar el panorama.
Además de todas las clases posibles de caramelos, ofrecía una pequeña variedad de bebidas para poder tomar en las mesas fabricadas en plástico transparente de colores como el lima, el mandarina o el rojo.
Su despacho era el único lugar corriente de la tienda. Cuando había elegido los muebles, había pensado que agradecería poder abandonar los colores chillones y el cromo brillante y escapar a un despacho en tonos grises y con una sólida mesa de cerezo. Pero de pronto le pareció que había hecho mal.
Se sonrió. Con sólo saborear un poco la libertad su lado salvaje se había vuelto loco. O al menos quería hacerse notar.
Tenía que llamar a unos cuantos proveedores; la nueva línea de caramelos amargos había sido más popular de lo que habría esperado y necesitaba que le enviaran más. Pero lo primero era lo primero. Necesitaba hablar con alguien.
Mientras marcaba el número de Mina, Serena se quitó el saco y se quedó con una blusa de manga corta. Tenía los brazos muy blancos, y la temporada de playa estaba al caer. El estilista le había recomendado que se diera unas sesiones de rayos uva, pero lo cierto era que a ella eso no le llamaba mucho.
En Decadencia, el restaurante donde Mina trabajaba, le dijeron que su hermana había salido. De todos modos imaginó lo que le diría. Sin duda la animaría a hacer lo que le pidiera el cuerpo, a aprovechar la oportunidad.
Su problema era ser demasiado sensible. Había conseguido sobreponerse a la ruptura con Darién sólo porque sabía que no le había hecho daño ni a él ni a ella misma.
Pero con Seiya nada era negociable. Sobre todo no sus emociones.
¿Dónde estaría en ese momento? ¿Qué estaría haciendo? Empezó a preocuparse, pero inmediatamente se obligó a pensar en el trabajo. Así que se puso a trabajar durante media hora antes de descolgar el teléfono con la intención de marcar el número de su apartamento. Le extrañaba que Seiya contestara, pero no haría mal intentándolo.
Unos golpes a la puerta le impidieron hacer la llamada. ¿Sería él? El despacho tenía unas ventanas que daban a la tienda de la planta baja, pero no había estado prestando atención a las idas y venidas.
–Pasa –dijo, levantándose con expectación cuando un hombre entró en el despacho–. Ah, eres tú, Yaten.
–Hola, Serena. ¿Llego en mal momento? Parecías…
¿Una romántica esperanzada, tal vez?
–No, no –respondió ella sentándose de nuevo–. Me alegro de verte, Yaten. Por cierto, llamé a Mina hará una hora y no estaba en Decadencia.
–Está en una reunión para organizar un almuerzo con fines benéficos.
–Ah –Serena le hizo un gesto para que se sentara–. Se ha tomado su trabajo muy en serio, ¿verdad? Casi tendría que decir que se está volviendo muy responsable.
–Está haciendo un buen trabajo.
Yaten Aino era la última conquista de Mina, y de momento la más seria: Tal vez la única seria que había tenido. Era tremendamente guapo y de mirada nostálgica. Mina había conocido a Yaten en Decadencia e inmediatamente se había sentido atraída por él. Sin embargo, parte del pacto era que su hermana no podía estar con ningún hombre durante una temporada. Serena le había sugerido que consumiera chocolate cuando sintiera la tentación de estar con Yaten, pero eso no había funcionado demasiado tiempo.
El suficiente, aunque Mina no lo había reconocido, para que su hermana se enamorara antes de meterse en la cama con él.
Serena juntó las manos encima de la mesa.
–¿En qué puedo ayudarte, Yaten?
–Se trata de Mina –dijo con cierta timidez.
Serena pestañeó.
–¡No irás a dejarla!
–¡Ni hablar!
–Oh, Yaten. Ya sabes cómo es. Ahora que la he convencido para que se quede en un sitio, que la dejes es lo peor que podría pasarle. Sé que pasó hace mucho tiempo, pero le afectó tanto el divorcio de nuestros padres que…
–Serena, basta ya –Yaten parecía sorprendido de su parrafada–. No voy a dejar a Mina.
–Lo siento… –Serena se sintió avergonzada; por eso a ella le gustaba siempre cerrar la boca antes de precipitarse y quedar en ridículo–. Sólo es que… bueno, siempre la he protegido mucho.
–Pero ella es la hermana mayor.
–Sólo un año mayor. Y es mucho más… –Serena se movió en su asiento, intentando encontrar la palabra que pudiera explicar la diferencia entre ellas dos– Frágil –dijo.
Yaten sonrió.
–Mina cree que es dura.
–Tú y yo sabemos que no es así –Serena aspiró hondo y se calmó un poco–. Perdóname por sacar conclusiones precipitadamente. ¿Qué ibas a decirme?
–Tengo que pedirte algo.
–¿A mí?
–Tú estás implicada… Verás –se aclaró la voz–. Voy a pedirle a Mina que se case conmigo.
Serena abrió mucho los ojos. En realidad, no estaba tan asombrada. Sabía que Yaten deseaba formar una familia, pero le asombró que él pensara que Mina estaba lista.
–Yaten, es estupendo, pero… ¿no crees que vas demasiado deprisa?
–Estoy loco por ella –se rascó la cabeza y se sonrió un poco, como si le confundiera lo enamorado que estaba–. Llevamos juntos casi… –hizo una pausa para contar los meses–, De acuerdo, sólo han sido dos o tres meses. Pero para mí es suficiente. Tu hermana es una mujer deliciosa.
Serena sonrió.
–Veo que tú estás seguro. Sin embargo, estoy pensando en Mina. Tal vez te cueste atarla.
–Sí, pero le tengo preparada una sorpresa que tal vez la convenza. Sólo necesito algo de ti. Mina mencionó un anillo, ¿es posible? O más bien la oí hablar de ello contigo.
De pronto Serena lo entendió.
–Quieres el anillo –el estómago se le encogió.
Yaten intentó estudiar su expresión.
–Si es apropiado.
–El anillo era el de compromiso de nuestra abuela. Se lo dio a mamá, que a su vez se lo dio a Mina cuando papá y ella se volvieron a casar. Querían un anillo nuevo, ya ves…
No estaba segura de si debía hablarle o no de la apuesta que habían hecho el día de la boda de sus padres. En un principio, Mina había tenido la intención de darle el anillo a ella, con el pretexto de que ella no pensaba casarse y que nunca lo utilizaría. Pero Serena sabía ya entonces que a Mina le importaba el anillo, a ambas desde que eran pequeñas, y al final habían decidido que aquella preciada herencia sería el premio para quien ganara la apuesta. No habían planeado hacer balance hasta un año después, cuando podrían ver cómo se habían desarrollado los cambios en sus vidas, pero los eventos se habían sucedido mucho más deprisa de lo que habían anticipado.
–Mina es la mayor… Ella debería tener el anillo.
Yaten percibió su vacilación.
–¿Hay algo que…?
–No –Serena decidió no decir nada–. Que le propongas en matrimonio con el anillo de la abuela significaría mucho para Mina.
–Me sorprende que le importe tanto un símbolo tradicional.
–Es una cosa de chicas. De pequeñas, cuando mamá se lo quitaba para hacer las tareas domésticas o para ducharse, nos peleábamos para ver quién se lo ponía ese rato. Mina se lo puso una vez cuando tenía quince años, sin que se enterara mamá, claro. Yo pasé muchos nervios hasta que lo devolvió al joyero.
Yaten sonrió.
–Al menos no lo perdió. Ni lo empeñó.
–¡No! –dijo Serena–. Ese anillo es probablemente la única cosa en la que Mina cree. Hasta que llegaste tú –de pronto sintió una alegría extrema; se puso de pie y abrazó a Yaten–. Estoy tan feliz por ustedes dos.
–¿Entonces crees que tengo alguna oportunidad?
–Claro, aunque tal vez te cueste un poco convencerla. Inténtalo con el chocolate.
–Tal vez.
–Cuando se mudó a su apartamento nuevo, me dio el anillo para que se lo guardara. Ya sabes, en mi casa está más seguro…
Su voz se fue apagando al tiempo que se daba cuenta de lo que estaba diciendo. ¡Le había dado la llave de su casa a un hombre que había estado en la cárcel y que había robado una joya!
–¿Serena, estás bien?
–Sí, lo estoy –Serena salió de su ensimismamiento–. Esto, lo buscaré en casa y…
¿Qué le diría a su hermana si se hubiera perdido el anillo? Mina se quedaría fatal.
–Podría pasar a buscarlo yo, si lo prefieres
Serena pensó deprisa. Lo mejor era que él no fuera a su apartamento; por si acaso.
–No, iré yo. En cuanto pueda, te lo llevo al restaurante –cruzó los dedos por debajo de la mesa–. ¿Para cuándo lo necesitas?
–La comida es la semana que viene, así que hasta entonces no lo necesito. Después le voy a dar una sorpresa, en el muelle.
Serena se echó a reír.
–Bueno, no dejes que te tire al agua si se te lanza a los brazos.
–Espero que se emocione tanto como para eso –Yaten se levantó para marcharse–. Gracias por ofrecerme el anillo, Serena. Eres una joya.
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
Seiya avanzó con los hombros pegados contra la pared de ladrillo. El cielo era de un suave azul gris claro que se agarraba a la luz y prometía un largo verano. Era aquel un callejón sórdido donde no llegaba el sol y había mucha humedad; maloliente de las basuras y sólo apto para gatos callejeros y las babosas. Y las ratas. De las de cuatro patas y de las de dos, pensaba mientras veía a una escondiéndose detrás de unos contenedores.
Se preguntó qué estaría haciendo Serena. Seguramente habría vuelto a casa del trabajo. Se la imaginó en el apartamento, preparando la cena, ahuecando los almohadones, fregando los platos, y después sentándose a leer un libro con un cuenco de caramelos a mano. Segura.
Ella era segura.
Esa mañana, después de dejarla en el taxi había dado la vuelta a la manzana para poder salir detrás del Buick, que no se había movido de sitio. Había observado a Rubeus y a su acompañante, que era uno de los criminales jóvenes que buscaba las casas de empeño, hasta el mediodía, cuando finalmente se habían cansado y se habían marchado. Eso le había indicado a Seiya que Rubeus sólo había estado probando. De haber habido órdenes estrictas, se habría aplicado a cumplirlas. Pero él sólo no tenía iniciativa; era un vago.
Serena era segura. Seiya podría volver allí y estar también seguro si tenía mucho cuidado.
Por la tarde había vuelto al apartamento de Serena para ponerse su ropa. El disfraz estaba bien para salir a la luz del día, pero no podría pasar desapercibido.
Finalmente la puerta trasera se abrió y salió Andrew, escondido detrás de unos paneles de cartón de dibujos animados.
–Eh. ¿Seiya?
Se adelantó sin apartar la vista de la parte de la calle que se veía desde el callejón.
Andrew asintió; entonces prendió una cerilla y se encendió el cigarrillo que le colgaba de los labios. Era el camarero del garito de la acera de enfrente; él veía y oía todo lo que se cocía en el East Side. Veinte meses atrás, Seiya había ayudado a Andrew a sacar a su hermana pequeña de la calle, y desde entonces el camarero le había sido de gran valor.
–¿Qué te has hecho en el pelo?
Seiya se ajustó el pañuelo tipo pirata para taparse el cabello.
–Es un nuevo look.
–Sí, siempre has tenido estilo –dijo Andrew–. Unazuki sigue enamorada de ti.
–¿Qué tal le va a tu hermana?
–Está yendo a una escuela de peluquería y belleza. Vuelve a casa oliendo a química, de las permanentes que hacen.
–Podría ser peor. Podría oler como tú.
Andrew sonrió amigablemente con el cigarrillo en la boca. Seiya observó la puerta, la calle, la escalera de incendios oxidada.
–Así que estás metido en un lío otra vez.
–¿Lo sabes? –Seiya entrecerró los ojos–. ¿Has oído algún rumor?
–Sólo que Diamante y Rubeus están detrás de ti. Diamante vino anoche e hizo correr la voz.
Como Seiya había sospechado, no estaría seguro si se acercaba a los sitios conocidos.
–Tenía pensado ir a tu casa, supongo que esperando a que te presentaras. ¿Qué hiciste?
–Me atraparon con las manos en la masa.
Andrew pellizcó entre los dientes la boquilla del cigarrillo.
–¿Lo sabe ya El Gordo?
–Sin duda.
–Estaré todo lo alerta que pueda.
–Tan solo aguza el oído. Estaré en contacto.
Se dieron la mano.
–¿Tienes dónde dormir? –le preguntó el camarero.
Seiya no pensaba acercarse a la lapa de Unazuki.
–Sí –respondió, aunque no estaba seguro de si debía volver donde Serena. Tal vez se presentara algo; o tal vez volviera.
Debería centrarse en el caso, en lugar de estar pensando en meterse en la cama calentita de Bombón y pasarse toda la noche abrazado a ella.
Bueno, "Elton Kou" ya logro despistar a Diamante y Rubeus con su look, pero ahora lo más importante es ¿Seiya volvera al departamento de Serena? :[Jujuju]:
Ya lo descubriremos el proximo capitulo.
Me despido por ahora esperando que les haya gustado el capítulo de hoy, como siempre, les pido que no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Muchos saludos para todos y ¡nos vemos en el proximo capitulo!
XOXO
Serenity
Se preguntó qué estaría haciendo Serena. Seguramente habría vuelto a casa del trabajo. Se la imaginó en el apartamento, preparando la cena, ahuecando los almohadones, fregando los platos, y después sentándose a leer un libro con un cuenco de caramelos a mano. Segura.
Ella era segura.
Esa mañana, después de dejarla en el taxi había dado la vuelta a la manzana para poder salir detrás del Buick, que no se había movido de sitio. Había observado a Rubeus y a su acompañante, que era uno de los criminales jóvenes que buscaba las casas de empeño, hasta el mediodía, cuando finalmente se habían cansado y se habían marchado. Eso le había indicado a Seiya que Rubeus sólo había estado probando. De haber habido órdenes estrictas, se habría aplicado a cumplirlas. Pero él sólo no tenía iniciativa; era un vago.
Serena era segura. Seiya podría volver allí y estar también seguro si tenía mucho cuidado.
Por la tarde había vuelto al apartamento de Serena para ponerse su ropa. El disfraz estaba bien para salir a la luz del día, pero no podría pasar desapercibido.
Finalmente la puerta trasera se abrió y salió Andrew, escondido detrás de unos paneles de cartón de dibujos animados.
–Eh. ¿Seiya?
Se adelantó sin apartar la vista de la parte de la calle que se veía desde el callejón.
Andrew asintió; entonces prendió una cerilla y se encendió el cigarrillo que le colgaba de los labios. Era el camarero del garito de la acera de enfrente; él veía y oía todo lo que se cocía en el East Side. Veinte meses atrás, Seiya había ayudado a Andrew a sacar a su hermana pequeña de la calle, y desde entonces el camarero le había sido de gran valor.
–¿Qué te has hecho en el pelo?
Seiya se ajustó el pañuelo tipo pirata para taparse el cabello.
–Es un nuevo look.
–Sí, siempre has tenido estilo –dijo Andrew–. Unazuki sigue enamorada de ti.
–¿Qué tal le va a tu hermana?
–Está yendo a una escuela de peluquería y belleza. Vuelve a casa oliendo a química, de las permanentes que hacen.
–Podría ser peor. Podría oler como tú.
Andrew sonrió amigablemente con el cigarrillo en la boca. Seiya observó la puerta, la calle, la escalera de incendios oxidada.
–Así que estás metido en un lío otra vez.
–¿Lo sabes? –Seiya entrecerró los ojos–. ¿Has oído algún rumor?
–Sólo que Diamante y Rubeus están detrás de ti. Diamante vino anoche e hizo correr la voz.
Como Seiya había sospechado, no estaría seguro si se acercaba a los sitios conocidos.
–Tenía pensado ir a tu casa, supongo que esperando a que te presentaras. ¿Qué hiciste?
–Me atraparon con las manos en la masa.
Andrew pellizcó entre los dientes la boquilla del cigarrillo.
–¿Lo sabe ya El Gordo?
–Sin duda.
–Estaré todo lo alerta que pueda.
–Tan solo aguza el oído. Estaré en contacto.
Se dieron la mano.
–¿Tienes dónde dormir? –le preguntó el camarero.
Seiya no pensaba acercarse a la lapa de Unazuki.
–Sí –respondió, aunque no estaba seguro de si debía volver donde Serena. Tal vez se presentara algo; o tal vez volviera.
Debería centrarse en el caso, en lugar de estar pensando en meterse en la cama calentita de Bombón y pasarse toda la noche abrazado a ella.
Bueno, "Elton Kou" ya logro despistar a Diamante y Rubeus con su look, pero ahora lo más importante es ¿Seiya volvera al departamento de Serena? :[Jujuju]:
Ya lo descubriremos el proximo capitulo.
Me despido por ahora esperando que les haya gustado el capítulo de hoy, como siempre, les pido que no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Muchos saludos para todos y ¡nos vemos en el proximo capitulo!
XOXO
Serenity
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
Serenity leí el capítulo desde que lo subiste pero apenas hoy pude comentar, me parece que el look al estilo elton john llamaría mas la atención jajaja a decir verdad no me imagino a seiya Rubio, ni con esa facha pero a decir verdad me resulta interesante la propuesta debido a la excentricidad del asunto jajaja a mi se me hace que seiya regresara con serena con el pretexto de protegerla, espero que así sea puesto que aun falta mucho entre ellos x resolver, cuidate in saludito!!
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
Jajajaja morí de la risa imaginando a Seiya como Elton John! jajajaja
Me fascina esta historia, incluso más que la del elixir. Es que la intriga de los policías me mata! jajaajaj
Espero el siguiente
cariños!
Me fascina esta historia, incluso más que la del elixir. Es que la intriga de los policías me mata! jajaajaj
Espero el siguiente
cariños!
natu_rw- Sailor Inner Scout
- Mensajes : 180
Edad : 34
Sexo :
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
Gran capitulo!!!
Jajajajaja el imaginarme a Seiya con un look extravagante es divertido jajaja
Espero con ansias el siguiente capitulo!!!!!!!!!!!
SALUDOS!!!
Jajajajaja el imaginarme a Seiya con un look extravagante es divertido jajaja
Espero con ansias el siguiente capitulo!!!!!!!!!!!
SALUDOS!!!
MaRyMG- Sailor Scout
- Mensajes : 62
Edad : 34
Sexo :
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
¡Hola!
¡Mil gracias a todas por sus comentarios! ¡Me alegra muchisimo que les haya gustado el capitulo anterior!
Por fin les traigo este nuevo capitulo en donde responderemos la pregunta del millón ¿Seiya volvera al departamento de Serena? :[Jujuju]: Ya lo descubriremos unos momentos más ¡Espero que disfruten de este capitulo!
Capitulo 6
No había nadie en el apartamento. Serena se dio cuenta nada más entrar. Pero vacío no quería decir que le hubiera robado nada. No había emoción, ni peligro. Seiya no estaba allí.
Dejó el maletín en la mesita de la entrada y se quitó los zapatos. Una noche extraña y Seiya, y de pronto su hogar ya no era seguro.
Vivía allí desde que una amiga de la familia se lo había alquilado nada más salir de la facultad, y se había dedicado a pintarlo, a arreglarlo y a mejorarlo. Siempre se había sentido feliz y a gusto allí, con sus libros y su tele, sus armarios bien surtidos, su ropero ordenado, con sus amigos cerca, pero también con su intimidad cuando la necesitaba.
Y de pronto...
Recogió los zapatos y fue al dormitorio. El joyero estaba abierto. Debía de haberlo dejado así cuando había corrido a casa después de la visita de Yaten a la tienda esa tarde. Había encontrado el anillo exactamente donde lo había guardado, y no había visto ni rastro de Seiya salvo unas toallas húmedas en la cocina y un par de plumas sueltas de los ridículos trajes de Blair. Se había reprendido a sí misma por no confiar en él, pero también había sacado el anillo y lo había escondido en un lugar seguro: dentro de un par de calcetines de lana blancos que había metido en el fondo del cajón de los calcetines.
El anillo estaba seguro. Yaten lo tendría la semana próxima. Y al menos su hermana se sentiría feliz.
Después fue a la puerta de servicio que daba al patio y comprobó la cerradura. La cadena estaba sin echar, ya que ella misma la había dejado así, sin detenerse a pensar por qué. Rápidamente se desvistió y se puso una camiseta y un pantalón de pijama de algodón, y entonces se acordó de la faja que había metido debajo de la cama el día antes y tuvo que agacharse de rodillas para sacarla.
Cuando fue a echarla al cesto de la ropa sucia, cambió de opinión y la tiró a la basura. Su estilista le había aconsejado bien en cuanto a maquillaje y ropa, pero no pensaba ponerse una faja. No tenía nada de malo tener un cuerpo con curvas. Se suponía que el estilo de Rubens estaba de moda. Además, Seiya parecía haber admirado sus curvas el día anterior. Claro que no sabía hasta dónde había sido sincero.
Se cepilló el cabello y recordó el día que Mina la había llevado a la peluquería. Su hermana no había tenido idea, pero el pensamiento de Serena había sido sacarse a Seiya de la cabeza. Claramente eso había fallado, incluso antes de presentarse a su puerta.
Se puso una diadema y se lavó rápidamente la cara y las manos. Su vida habría sido tan sencilla si se hubiera quedado con Darién Chiba. Él era como ella: pausado y cómodo.
Darién era el opuesto a Seiya Kou.
Pero había hecho un pacto con Mina. Y había llevado a cabo todo lo que había prometido. Aunque el anillo no estuviera de por medio, no podía echarse atrás ya. Para ella y desde un principio el pacto había tratado más sobre sí misma y sobre su necesidad de cambiar de vida que sobre el anillo de la abuela.
Blair estaba trabajando en el club, así que Serena no esperaba hablar con ella, pero Mina la llamó unos minutos antes de irse a la cama.
Serena acababa de taparse con las mantas, y tenía en la mano una novela que había estado leyendo esos días, “Felizmente Sola”. La había elegido porque una nunca sabía cuándo podría necesitar consejos para contrarrestar la soledad de una chica. La autora utilizaba frases como “femineidad arrolladora” y aconsejaba disfrutar de los hombres durante treinta días y después deshacerse de ellos. Cuando Serena terminó el segundo capítulo se dio cuenta de que su hermana le habría dicho lo mismo. Aquella autora era sin duda la hermana gemela que Mina había perdido al nacer.
Sonó el teléfono.
–¡Serena! –dijo Mina cuando su hermana contestó–. ¿Qué ha pasado? No me llamaste siquiera para contarme lo de la reunión esa.
–Llegué tarde a casa –Serena dejó la novela a un lado y se tapó hasta la barbilla–. Además, no fue demasiado interesante. Vi a unos cuantos amigos, bebí ponche, bailé con mi antiguo profesor de ciencias, hablamos de los viejos tiempos y volví a casa en tren.
Mina se quedó en silencio unos segundos.
–¿Entonces Seiya no se presentó?
–¿Qué sabes de Seiya?
–Nada, por eso te pregunto.
–Quiero decir, por qué ibas a pensar que...
–¿Que era la persona que esperabas ver? Vamos, Serena, ¿crees que no me acuerdo de cuando estábamos en el instituto? Aunque fuera a un curso superior al tuyo, siempre estuvimos muy unidas, y yo sabía lo que sentías por Seiya.
–Y yo que pensé que había sido tan discreta.
–A ti esas cosas se te notan mucho, cariño.
–Ya no.
–¡Ja! Eres transparente.
–Te sorprendería lo bien que puedo guardar un secreto.
En realidad, dos.
Su hermana se quedó callada, como si intentara descifrar el críptico comentario. Controló la necesidad de explicarse, y se sintió muy bien consigo misma por haberlo conseguido. Mina se moriría si supiera lo que había pasado en las pasadas veinticuatro horas. Pero Seiya contaba con Serena. Aunque desapareciera de nuevo de su vida, no pensaba traicionarlo.
–Vamos, cuenta –la animó Mina–. ¿Qué clase de secreto?
Serena decidió desviar la atención.
–No es mío, con lo cual no puedo decir nada.
–¿Entonces de quién?
–Sin comentarios.
–No me digas más. Mamá está embarazada.
Sus padres habían vuelto por fin de su luna de miel y se habían ido a vivir a la antigua casa familiar que habían vendido al divorciarse y que últimamente habían conseguido volver a comprar con intención de enmendarse de sus errores pasados. Ambas hermanas se sentían inseguras en relación a todo aquello. Aun así, resultaba estupendo ver de nuevo juntos a sus padres.
–¿Embarazada a sus cincuenta años? Espero que no –dijo Serena–. Contigo ya tengo bastante. Me da la impresión de que mamá va a tener nietos muy pronto.
–Entonces será mejor que te espabiles.
–Pero tú me hiciste romper con Darién. Soy una mujer de negocios consagrada. Tú, en cambio...
–¡Eh, ni se te ocurra!
–Yaten sería un padre estupendo –dijo Serena con entusiasmo, aunque no lo dijo por influenciar a su hermana.
Mina suspiró.
–Sí...
Serena siempre había imaginado que ella acabaría casada y con hijos, y que su hermana tomaría un avión desde algún lugar exótico un par de veces al año, cargada de regalos y de mimos.
Tal vez tuviera que cambiar de opinión; y de vida, ya puestos. De acuerdo, ningún problema. Llevaba bastante tiempo comportándose de un modo previsible. Abrir un negocio y cortarse el pelo sólo era el calentamiento. Ya estaba lista para arriesgarse de verdad. Pensaba dejar atrás sus inhibiciones y dedicarse a disfrutar de su condición de mujer.
–¿Sabes algo de lo que está tramando Yaten esta semana? –preguntó Mina–. Lleva unos días muy misterioso.
Serena hizo una mueca.
–¿Y cómo iba a saberlo? Han estado muy ocupados preparándose para el evento benéfico.
Mina los había sorprendido a todos con su nueva actitud responsable.
–Es la semana que viene. Ya me estoy poniendo un poco nerviosa.
¿Mina nerviosa?
–¿Por qué?
–No quiero que me salga mal esta vez.
–No tengas miedo. Vas a dejarles a todos boquiabiertos.
–Lo harán los postres de Yaten. Eso te lo puedo asegurar.
–Claro, pero también puedes confiar en ti misma. ¿Es que aún no lo sabes?
–Veremos –dijo Mina–. No soy como tú, tan estable y sabia cuando se trata de asuntos de negocios –Mina hizo una pausa–. Bueno, tengo que dejarte. Mañana hay que levantarse temprano –dijo Mina, como si no se diera cuenta de lo extraño que resultaba que ella se levantara temprano–. ¿Estás segura de que no quieres contarme ese secreto? ¿Ni darme al menos una pequeña pista?
–Ni por el anillo de la abuela.
Mina se echó a reír.
–¿Desde cuándo eres tan descarada? Siento lo de Seiya, hermanita –le dijo después de prometerle que la llamaría pronto.
Ella no lo sentía. Serena dejó el teléfono en su sitio. Mina no tenía idea de lo mucho que iba a cambiarle la vida en un día; ni de lo mucho que ya había cambiado la de su hermana.
¡Mil gracias a todas por sus comentarios! ¡Me alegra muchisimo que les haya gustado el capitulo anterior!
Por fin les traigo este nuevo capitulo en donde responderemos la pregunta del millón ¿Seiya volvera al departamento de Serena? :[Jujuju]: Ya lo descubriremos unos momentos más ¡Espero que disfruten de este capitulo!
Capitulo 6
No había nadie en el apartamento. Serena se dio cuenta nada más entrar. Pero vacío no quería decir que le hubiera robado nada. No había emoción, ni peligro. Seiya no estaba allí.
Dejó el maletín en la mesita de la entrada y se quitó los zapatos. Una noche extraña y Seiya, y de pronto su hogar ya no era seguro.
Vivía allí desde que una amiga de la familia se lo había alquilado nada más salir de la facultad, y se había dedicado a pintarlo, a arreglarlo y a mejorarlo. Siempre se había sentido feliz y a gusto allí, con sus libros y su tele, sus armarios bien surtidos, su ropero ordenado, con sus amigos cerca, pero también con su intimidad cuando la necesitaba.
Y de pronto...
Recogió los zapatos y fue al dormitorio. El joyero estaba abierto. Debía de haberlo dejado así cuando había corrido a casa después de la visita de Yaten a la tienda esa tarde. Había encontrado el anillo exactamente donde lo había guardado, y no había visto ni rastro de Seiya salvo unas toallas húmedas en la cocina y un par de plumas sueltas de los ridículos trajes de Blair. Se había reprendido a sí misma por no confiar en él, pero también había sacado el anillo y lo había escondido en un lugar seguro: dentro de un par de calcetines de lana blancos que había metido en el fondo del cajón de los calcetines.
El anillo estaba seguro. Yaten lo tendría la semana próxima. Y al menos su hermana se sentiría feliz.
Después fue a la puerta de servicio que daba al patio y comprobó la cerradura. La cadena estaba sin echar, ya que ella misma la había dejado así, sin detenerse a pensar por qué. Rápidamente se desvistió y se puso una camiseta y un pantalón de pijama de algodón, y entonces se acordó de la faja que había metido debajo de la cama el día antes y tuvo que agacharse de rodillas para sacarla.
Cuando fue a echarla al cesto de la ropa sucia, cambió de opinión y la tiró a la basura. Su estilista le había aconsejado bien en cuanto a maquillaje y ropa, pero no pensaba ponerse una faja. No tenía nada de malo tener un cuerpo con curvas. Se suponía que el estilo de Rubens estaba de moda. Además, Seiya parecía haber admirado sus curvas el día anterior. Claro que no sabía hasta dónde había sido sincero.
Se cepilló el cabello y recordó el día que Mina la había llevado a la peluquería. Su hermana no había tenido idea, pero el pensamiento de Serena había sido sacarse a Seiya de la cabeza. Claramente eso había fallado, incluso antes de presentarse a su puerta.
Se puso una diadema y se lavó rápidamente la cara y las manos. Su vida habría sido tan sencilla si se hubiera quedado con Darién Chiba. Él era como ella: pausado y cómodo.
Darién era el opuesto a Seiya Kou.
Pero había hecho un pacto con Mina. Y había llevado a cabo todo lo que había prometido. Aunque el anillo no estuviera de por medio, no podía echarse atrás ya. Para ella y desde un principio el pacto había tratado más sobre sí misma y sobre su necesidad de cambiar de vida que sobre el anillo de la abuela.
Blair estaba trabajando en el club, así que Serena no esperaba hablar con ella, pero Mina la llamó unos minutos antes de irse a la cama.
Serena acababa de taparse con las mantas, y tenía en la mano una novela que había estado leyendo esos días, “Felizmente Sola”. La había elegido porque una nunca sabía cuándo podría necesitar consejos para contrarrestar la soledad de una chica. La autora utilizaba frases como “femineidad arrolladora” y aconsejaba disfrutar de los hombres durante treinta días y después deshacerse de ellos. Cuando Serena terminó el segundo capítulo se dio cuenta de que su hermana le habría dicho lo mismo. Aquella autora era sin duda la hermana gemela que Mina había perdido al nacer.
Sonó el teléfono.
–¡Serena! –dijo Mina cuando su hermana contestó–. ¿Qué ha pasado? No me llamaste siquiera para contarme lo de la reunión esa.
–Llegué tarde a casa –Serena dejó la novela a un lado y se tapó hasta la barbilla–. Además, no fue demasiado interesante. Vi a unos cuantos amigos, bebí ponche, bailé con mi antiguo profesor de ciencias, hablamos de los viejos tiempos y volví a casa en tren.
Mina se quedó en silencio unos segundos.
–¿Entonces Seiya no se presentó?
–¿Qué sabes de Seiya?
–Nada, por eso te pregunto.
–Quiero decir, por qué ibas a pensar que...
–¿Que era la persona que esperabas ver? Vamos, Serena, ¿crees que no me acuerdo de cuando estábamos en el instituto? Aunque fuera a un curso superior al tuyo, siempre estuvimos muy unidas, y yo sabía lo que sentías por Seiya.
–Y yo que pensé que había sido tan discreta.
–A ti esas cosas se te notan mucho, cariño.
–Ya no.
–¡Ja! Eres transparente.
–Te sorprendería lo bien que puedo guardar un secreto.
En realidad, dos.
Su hermana se quedó callada, como si intentara descifrar el críptico comentario. Controló la necesidad de explicarse, y se sintió muy bien consigo misma por haberlo conseguido. Mina se moriría si supiera lo que había pasado en las pasadas veinticuatro horas. Pero Seiya contaba con Serena. Aunque desapareciera de nuevo de su vida, no pensaba traicionarlo.
–Vamos, cuenta –la animó Mina–. ¿Qué clase de secreto?
Serena decidió desviar la atención.
–No es mío, con lo cual no puedo decir nada.
–¿Entonces de quién?
–Sin comentarios.
–No me digas más. Mamá está embarazada.
Sus padres habían vuelto por fin de su luna de miel y se habían ido a vivir a la antigua casa familiar que habían vendido al divorciarse y que últimamente habían conseguido volver a comprar con intención de enmendarse de sus errores pasados. Ambas hermanas se sentían inseguras en relación a todo aquello. Aun así, resultaba estupendo ver de nuevo juntos a sus padres.
–¿Embarazada a sus cincuenta años? Espero que no –dijo Serena–. Contigo ya tengo bastante. Me da la impresión de que mamá va a tener nietos muy pronto.
–Entonces será mejor que te espabiles.
–Pero tú me hiciste romper con Darién. Soy una mujer de negocios consagrada. Tú, en cambio...
–¡Eh, ni se te ocurra!
–Yaten sería un padre estupendo –dijo Serena con entusiasmo, aunque no lo dijo por influenciar a su hermana.
Mina suspiró.
–Sí...
Serena siempre había imaginado que ella acabaría casada y con hijos, y que su hermana tomaría un avión desde algún lugar exótico un par de veces al año, cargada de regalos y de mimos.
Tal vez tuviera que cambiar de opinión; y de vida, ya puestos. De acuerdo, ningún problema. Llevaba bastante tiempo comportándose de un modo previsible. Abrir un negocio y cortarse el pelo sólo era el calentamiento. Ya estaba lista para arriesgarse de verdad. Pensaba dejar atrás sus inhibiciones y dedicarse a disfrutar de su condición de mujer.
–¿Sabes algo de lo que está tramando Yaten esta semana? –preguntó Mina–. Lleva unos días muy misterioso.
Serena hizo una mueca.
–¿Y cómo iba a saberlo? Han estado muy ocupados preparándose para el evento benéfico.
Mina los había sorprendido a todos con su nueva actitud responsable.
–Es la semana que viene. Ya me estoy poniendo un poco nerviosa.
¿Mina nerviosa?
–¿Por qué?
–No quiero que me salga mal esta vez.
–No tengas miedo. Vas a dejarles a todos boquiabiertos.
–Lo harán los postres de Yaten. Eso te lo puedo asegurar.
–Claro, pero también puedes confiar en ti misma. ¿Es que aún no lo sabes?
–Veremos –dijo Mina–. No soy como tú, tan estable y sabia cuando se trata de asuntos de negocios –Mina hizo una pausa–. Bueno, tengo que dejarte. Mañana hay que levantarse temprano –dijo Mina, como si no se diera cuenta de lo extraño que resultaba que ella se levantara temprano–. ¿Estás segura de que no quieres contarme ese secreto? ¿Ni darme al menos una pequeña pista?
–Ni por el anillo de la abuela.
Mina se echó a reír.
–¿Desde cuándo eres tan descarada? Siento lo de Seiya, hermanita –le dijo después de prometerle que la llamaría pronto.
Ella no lo sentía. Serena dejó el teléfono en su sitio. Mina no tenía idea de lo mucho que iba a cambiarle la vida en un día; ni de lo mucho que ya había cambiado la de su hermana.
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
No se despertó de repente. Lo hizo despacio, soñando con besos y con caricias, sólo para darse cuenta de que estaba sola en la cama, abrazada a una almohada que no le correspondía. Un perro... se compraría un perro...
Sin abrir los ojos se dio cuenta por los ruidos que le llegaron del exterior que aún era de noche. Por la mañana podría volver a la rutina y olvidarse de...
Estaba confusa, pero Seiya dominaba todos sus pensamientos. ¿Qué iba a hacer? Después de diez años sin verlo, de no hablar de él a nadie, había conseguido arrinconarlo en su mente. Pero de pronto...
Los sueños la habían dejado vulnerable, y la necesidad que sentía por él era tan visceral que sintió como si estuviera con ella en la habitación.
Se volvió mientras emitía un gemido suave. Y de pronto estaba allí; una figura oscura de pie junto al cabecero de su cama.
Se le quedó la boca seca. Pestañeó y entrecerró los ojos. Había desaparecido. Tan solo había sido su imaginación.
Se levantó sobre los codos, casi con miedo a moverse, como si eso fuera suficiente para devolverle a la realidad. Pero entonces le llegó un ruido muy suave, como si alguien caminara descalzo sobre la moqueta, esa vez al otro lado de su cama.
–¿Seiya? –susurró con una mezcla de pánico y emoción.
–Shhh...
Las cortinas impedían que entrara luz de la calle. Seiya era una figura oscura, agachada junto a la cama. ¿Arrodillado, tal vez?
Sintió ganas de abrazarlo, pero en lugar de eso hundió la cabeza aún más en el almohadón, agarrada a la sábana que era lo único que la cubría.
–Pensé que no ibas a volver
Él tardó un buen rato en contestar. Entonces emitió un suspiro que pareció una confesión triste. El colchón se movió cuando él se echó sobre la cama.
–Tal vez no debería haber vuelto.
–Estás cansado –se arqueó hacia él, amoldándose instintivamente a su cuerpo; él había estirado los brazos y tenía la cabeza apoyada sobre ellos–. Duerme –le dijo mientras le acariciaba los hombros.
Se acercó un poco más y apoyó la mejilla sobre su cabeza, que olía a tinte y al aire de la noche.
–Me iré –dijo volviendo solamente la cara hacia ella.
Su respiración pareció llenar la habitación, de lo excitada que se sentía.
–Quédate –tiró de él.
Él suspiró de nuevo. Levantó la mano y le rozó la mejilla.
–Qué caliente estás.
–Estaba durmiendo.
Él dejó caer la cabeza y aspiró hondo.
–Las sábanas huelen a ti.
Estaba medio tumbado encima de la cama. Ella estaba de espaldas otra vez, con el brazo echado sobre Seiya.
–Ven aquí, junto a mí.
Seiya levantó la cara y ella lo vio por fin, aunque no con claridad.
–¿Estás segura? –le preguntó, y sólo su voz fue suficiente para que se sintiera convencida.
Asintió, sin pensar en si él la habría visto o no asentir, porque sabía que él lo entendería, que no tendría que decir en voz alta lo que deseaba.
Seguramente lo sabría desde hacía tiempo.
Sin duda siempre había sabido lo mucho que ella deseaba estar con él.
Ella lo besó primero. Tenía la mandíbula áspera, pero sus labios eran suaves, ligeramente separados. Él dejó que ella lo besara, y en la oscuridad exploró la forma de sus labios, la textura de su lengua, el sabor de su boca. Había estado bebiendo. Whisky, pensó, mientras se lo imaginaba en un bar oscuro y sórdido donde las prostitutas lo mirarían como si fuera un saco de oro. Esa noche era suyo.
Y no pensaba vacilar ni un momento más.
Él empezó a besarle y a lamerle el cuello. Se estremeció junto a él, pero no era frío lo que tenía. Una sensación como miel caliente se propagó por su cuerpo, y sintió un suave cosquilleo, como si se le hinchara la piel.
Él, a diferencia de ella, no era tímido y ella estaba experimentando un éxtasis que no se parecía a nada de lo que había experimentado en su vida. Había tenido relaciones sexuales satisfactorias, placenteras, pero jamás había sentido nada tan estremecedor y alucinante como la que estaba sintiendo con Seiya.
Porque sabía sin miedo a equivocarse que él sería capaz de darle todo eso. Aunque fuera una sola vez.
Se reprendió por pensar en eso; por pensar siquiera. No debía pensar. Tan solo sentir, sentir, sentir. Estaba perdida en un sueño. Aquello tenía que ser un sueño. Era demasiado glorioso, demasiado notable para ser parte de su vida real.
Sin pensarlo, Serena se dejó llevar. Todas las inseguridades se desvanecieron mientras se rendía a la emoción de hacer el amor con Seiya. Era un amante perfecto, sabiendo cuándo ser firme, cuándo aminorar, cuándo besar, acariciar y lamer, y cuánto placer podía soportar sin perder el control. Ni siquiera se dio cuenta del momento en que se quitaron la ropa. Ambos se devoraban mutuamente en la oscuridad, dando vueltas, con las piernas enredadas, riéndose un momento e incoherentes de pasión al otro.
Pero otros pensamientos empezaron a bombardearla con preguntas sobre quién sería él, o sobre cómo podría haber llegado a eso con él. No era su cuerpo el que vacilaba, sino su cabeza.
Serena lo deseaba, lo acogió de buen grado, pero él debía de haberse dado cuenta de que había despertado de un sueño, porque de pronto se retiró y se apartó de ella. Ella se quedó sorprendida, sin poder moverse, aunque tambaleándose. Sólo se movió para cubrirse rápidamente con la sábana cuando Seiya fue a volverse hacia ella. Se puso de lado y se puso los pantalones del pijama y apretó los muslos con fuerza antes de pegar las rodillas al pecho. Tenía la camiseta debajo de ella, colgándole de un hombro.
Oyó que Seiya se ponía los pantalones, y se encogió, sintiéndose culpable. No sólo no se habían mirado a la cara, sino que ni siquiera se habían desvestido adecuadamente.
Le puso la mano en el brazo, y ella se puso tensa. Le acarició la espalda con suavidad, hasta llegar al hombro. Entonces se lo presionó, como si quisiera que él se volviera. Ella se resistió.
–Bombón…
–Vamos a dormir –dijo–. Tengo que levantarme temprano.
–Pero…
Se tapó un poco más.
–Duérmete –añadió al notar que iba a hablar de nuevo
Sin abrir los ojos se dio cuenta por los ruidos que le llegaron del exterior que aún era de noche. Por la mañana podría volver a la rutina y olvidarse de...
Estaba confusa, pero Seiya dominaba todos sus pensamientos. ¿Qué iba a hacer? Después de diez años sin verlo, de no hablar de él a nadie, había conseguido arrinconarlo en su mente. Pero de pronto...
Los sueños la habían dejado vulnerable, y la necesidad que sentía por él era tan visceral que sintió como si estuviera con ella en la habitación.
Se volvió mientras emitía un gemido suave. Y de pronto estaba allí; una figura oscura de pie junto al cabecero de su cama.
Se le quedó la boca seca. Pestañeó y entrecerró los ojos. Había desaparecido. Tan solo había sido su imaginación.
Se levantó sobre los codos, casi con miedo a moverse, como si eso fuera suficiente para devolverle a la realidad. Pero entonces le llegó un ruido muy suave, como si alguien caminara descalzo sobre la moqueta, esa vez al otro lado de su cama.
–¿Seiya? –susurró con una mezcla de pánico y emoción.
–Shhh...
Las cortinas impedían que entrara luz de la calle. Seiya era una figura oscura, agachada junto a la cama. ¿Arrodillado, tal vez?
Sintió ganas de abrazarlo, pero en lugar de eso hundió la cabeza aún más en el almohadón, agarrada a la sábana que era lo único que la cubría.
–Pensé que no ibas a volver
Él tardó un buen rato en contestar. Entonces emitió un suspiro que pareció una confesión triste. El colchón se movió cuando él se echó sobre la cama.
–Tal vez no debería haber vuelto.
–Estás cansado –se arqueó hacia él, amoldándose instintivamente a su cuerpo; él había estirado los brazos y tenía la cabeza apoyada sobre ellos–. Duerme –le dijo mientras le acariciaba los hombros.
Se acercó un poco más y apoyó la mejilla sobre su cabeza, que olía a tinte y al aire de la noche.
–Me iré –dijo volviendo solamente la cara hacia ella.
Su respiración pareció llenar la habitación, de lo excitada que se sentía.
–Quédate –tiró de él.
Él suspiró de nuevo. Levantó la mano y le rozó la mejilla.
–Qué caliente estás.
–Estaba durmiendo.
Él dejó caer la cabeza y aspiró hondo.
–Las sábanas huelen a ti.
Estaba medio tumbado encima de la cama. Ella estaba de espaldas otra vez, con el brazo echado sobre Seiya.
–Ven aquí, junto a mí.
Seiya levantó la cara y ella lo vio por fin, aunque no con claridad.
–¿Estás segura? –le preguntó, y sólo su voz fue suficiente para que se sintiera convencida.
Asintió, sin pensar en si él la habría visto o no asentir, porque sabía que él lo entendería, que no tendría que decir en voz alta lo que deseaba.
Seguramente lo sabría desde hacía tiempo.
Sin duda siempre había sabido lo mucho que ella deseaba estar con él.
Ella lo besó primero. Tenía la mandíbula áspera, pero sus labios eran suaves, ligeramente separados. Él dejó que ella lo besara, y en la oscuridad exploró la forma de sus labios, la textura de su lengua, el sabor de su boca. Había estado bebiendo. Whisky, pensó, mientras se lo imaginaba en un bar oscuro y sórdido donde las prostitutas lo mirarían como si fuera un saco de oro. Esa noche era suyo.
Y no pensaba vacilar ni un momento más.
Él empezó a besarle y a lamerle el cuello. Se estremeció junto a él, pero no era frío lo que tenía. Una sensación como miel caliente se propagó por su cuerpo, y sintió un suave cosquilleo, como si se le hinchara la piel.
Él, a diferencia de ella, no era tímido y ella estaba experimentando un éxtasis que no se parecía a nada de lo que había experimentado en su vida. Había tenido relaciones sexuales satisfactorias, placenteras, pero jamás había sentido nada tan estremecedor y alucinante como la que estaba sintiendo con Seiya.
Porque sabía sin miedo a equivocarse que él sería capaz de darle todo eso. Aunque fuera una sola vez.
Se reprendió por pensar en eso; por pensar siquiera. No debía pensar. Tan solo sentir, sentir, sentir. Estaba perdida en un sueño. Aquello tenía que ser un sueño. Era demasiado glorioso, demasiado notable para ser parte de su vida real.
Sin pensarlo, Serena se dejó llevar. Todas las inseguridades se desvanecieron mientras se rendía a la emoción de hacer el amor con Seiya. Era un amante perfecto, sabiendo cuándo ser firme, cuándo aminorar, cuándo besar, acariciar y lamer, y cuánto placer podía soportar sin perder el control. Ni siquiera se dio cuenta del momento en que se quitaron la ropa. Ambos se devoraban mutuamente en la oscuridad, dando vueltas, con las piernas enredadas, riéndose un momento e incoherentes de pasión al otro.
Pero otros pensamientos empezaron a bombardearla con preguntas sobre quién sería él, o sobre cómo podría haber llegado a eso con él. No era su cuerpo el que vacilaba, sino su cabeza.
Serena lo deseaba, lo acogió de buen grado, pero él debía de haberse dado cuenta de que había despertado de un sueño, porque de pronto se retiró y se apartó de ella. Ella se quedó sorprendida, sin poder moverse, aunque tambaleándose. Sólo se movió para cubrirse rápidamente con la sábana cuando Seiya fue a volverse hacia ella. Se puso de lado y se puso los pantalones del pijama y apretó los muslos con fuerza antes de pegar las rodillas al pecho. Tenía la camiseta debajo de ella, colgándole de un hombro.
Oyó que Seiya se ponía los pantalones, y se encogió, sintiéndose culpable. No sólo no se habían mirado a la cara, sino que ni siquiera se habían desvestido adecuadamente.
Le puso la mano en el brazo, y ella se puso tensa. Le acarició la espalda con suavidad, hasta llegar al hombro. Entonces se lo presionó, como si quisiera que él se volviera. Ella se resistió.
–Bombón…
–Vamos a dormir –dijo–. Tengo que levantarme temprano.
–Pero…
Se tapó un poco más.
–Duérmete –añadió al notar que iba a hablar de nuevo
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
Nada más levantarse de la cama, Seiya se dio cuenta. Aunque agotado, no había podido dormir con ella a su lado. Cada tantos segundos, desde que le había dado la espalda, había sentido que se sacudía levemente. Maldita sea, habría podido sentir su frustración a un kilómetro de distancia.
De habérselo permitido, él habría continuado y ella no habría tenido que sufrir. Aunque no hubiera tenido la cabeza en ello, su cuerpo habría respondido y se habría liberado de la tensión acumulada. Pero no pensaba de ninguna manera tocarla si ella se quedaba allí encogida y avergonzada, pensando que había hecho el amor con un canalla.
No importaba que fuera policía. Ella de todos modos no lo sabía.
De haber sido un caballero, habría reconocido que hacer el amor con Serena no era buena idea. Debería haberla dejado en paz; sin embargo, no estaba dispuesto a renunciar a ella. Toda vez que había vuelto a su vida, sabía sin duda que quería que permaneciera junto a él. Desgraciadamente, con aquel trabajo que tenía resultaba casi imposible. Tal vez tendría alguna oportunidad si abandonaba su estilo de vida actual. Hasta ese momento, lo único que podía esperar era que ella no se diera por vencida y le dijera que no quería volver a verlo. No podía contarle la verdad, al menos hasta que no hubiera recopilado pruebas suficientes para cerrar el caso. Así que de algún modo tendría que convencerla para que creyera en él. Para que confiara en él al cien por cien.
Estaba claro que no lo hacía. Todavía no.
Se había acurrucado, temblando en silencio hasta que había pensado que él se había dormido, momento en el que se había levantado de la cama y había salido del dormitorio. Había cerrado la puerta, pero la oía moverse de un lado a otro, como si estuviera paseándose por el pasillo.
Esperó un poco hasta que le pareció que podría haberse librado de la energía acumulada. Entonces se levantó para aclarar el asunto.
–Bombón –dijo de espaldas a ella.
Ella saltó y chilló al mismo tiempo.
–¡No me vuelvas a hacer eso!
–Lo siento, no quería asustarte.
–Carraspea o algo. Tose o da un golpe con el pie en el suelo. Pero no vuelvas a acercarte a mí así.
Hablaba como si él fuera a quedarse una temporada. Se preguntó si se habría dado cuenta de la implicación de sus palabras; si tendría idea de lo que latía el corazón sólo de pensar en la posibilidad.
–Lo tendré en cuenta.
–Bien –soltó con rabia mientras entraba en la cocina.
Estaba preciosa cuando se enfadada. Incluso el pelo corto le sentaba bien. No dejaba de tocárselo, de colocárselo detrás de la oreja a cada momento, pero la parte de arriba la tenía de punta como un puercoespín.
De punta. Así era como estaba ella en ese momento. Pero sabía cómo tocarle su punto débil. Los caramelos.
Se acordó de que había un cuenco en el salón y fue por ellos antes de entrar con ella en la cocina. Estaba preparando té otra vez.
–No necesitas un té; necesitas esto –adelantó hacia ella la mano abierta y le ofreció un caramelo de café con leche.
Ella vaciló; entonces lo miró a los ojos.
–Toma uno –dijo–. O dos.
Serena hizo lo que le decía; desenvolvió un caramelo y se lo metió en la boca. Él hizo lo mismo y se guardó el resto en el bolsillo. La dulzura de la leche le impregnó la boca mientras chupaba el dulce, llevándose el sabor de los labios de Serena.
–¿Quieres contarme lo que te ha pasado?
–¿A qué te refieres con eso?
–Te perdí, al final.
–Estaba ahí. Tal vez no lo hiciera... –aspiró hondo– Muy bien.
–Lo hiciste bien. Estuviste perfecta. Hasta el final, cuando decidiste dejar de sentir para ponerte a pensar.
Ella se encogió de hombros, pero dejó de preocuparse.
–¿Por qué te diste la vuelta? Habría querido satisfa...
–¿Por qué lo hiciste? –le preguntó con rabia. Tenía las mejillas coloradas y masticaba el caramelo con brusquedad.
–Sabía que no estabas en ello, por eso me retiré.
–Pero...
–¿Pero qué? Te lo voy a decir. Era demasiado tarde para detenerse, pero si hubiera continuado, habría sentido como si te estuviera utilizando sin más.
–Ah –dijo ella, y se quedó inmóvil.
–No ha sido porque no te deseara... –se dio cuenta de que ambos se sentía rechazados.
–Ah.
–Pensé que habías cambiado de parecer.
Ella bajó la vista.
–Eso fue lo que me pasó, más o menos. Lo siento... no pude evitarlo. Al principio fue todo maravilloso, pero después...
–Seguramente pensaste qué diablos hacías acostándote con un ex presidiario, ¿verdad?
Ella resopló.
–Algo así.
Él se arriesgó y le dio un abrazo.
–De acuerdo, de acuerdo. No te culpo.
Ella movió la cabeza, y él la soltó aunque en realidad habría querido abrazarla mucho más.
–Sólo es que te comportas de un modo tan misterioso. Y esos tipos que te persiguen... –se estremeció–. Si supiera qué está pasando, tal vez podría ayudarte. Si supiera que puedo confiar en ti...
–Bombón, puedo explicártelo.
–Claro –lo miró con reproche y se puso a preparar té.
Él consideró sus opciones.
–Sólo puedo decir que no soy tan malo como tú crees. Me he metido en algunos líos, pero en este momento estoy intentando salir de todo esto.
–¿Quiénes son los dos hombres que vinieron a mi puerta? ¿Por qué se hacen pasar por policías? ¿Y por qué están detrás de ti?
Él eligió la respuesta más fácil.
–Dicen que son policías porque es la manera más rápida de obtener información. Y hacerse pasar por policías es otro delito que añadir a los cargos que tienen en su contra. Pero esa clase de tipos nunca piensan que les vayan a atrapar.
–¿Esa clase? ¿Tú no eres uno de ellos?
–En realidad no.
–¿Por qué has estado en la cárcel?
Él se encogió de hombros. Que pensara eso.
–No me has dicho quiénes son –recordó.
–Porque no puedes saberlo.
–Ni por qué te persiguen...
–Los he engañado.
Ella abrió los ojos como platos.
–Sospecharon algo de mí y me dieron una paliza –dijo, dándole la verdad superficial mientras se llevaba la mano a las costillas–. La cosa habría empeorado, pero conseguí escapar. Fue entonces cuando vine aquí. Mi última opción. De haberme atrapado, ahora estaría muerto. Eso te lo garantizo.
Ella se estremeció.
–¿Entonces por qué no les das lo que quieren y terminas con todo esto?
Ya estaba metida en ello, pero en ese momento sólo en la periferia. Parecía que Diamante y Rubeus no se habían dado cuenta de su implicación, de modo que aún estaba relativamente a salvo.
Hasta que él se había colado en su dormitorio. No tenía voluntad cuando se trataba de Serena, y eso hacía de ella un talón de Aquiles muy peligroso.
Ninguno de ellos parecía dispuesto a meterse en la cama, de modo que Serena no se sorprendió cuando Seiya la siguió al salón.
Encendió la lámpara y se enroscó en su butaca. Empezó a beberse el té a sorbos y evitó la mirada de Seiya.
Había sido directo. Aunque el hecho de hablar del motivo por el cual ella se había quedado cortada la hubiera molestado, se alegraba de haber hablado con él. La consideración de Seiya había sido una sorpresa agradable para ella.
Con Darién ella no siempre se había mostrado tremendamente receptiva en su relación íntima con él, pero Darién nunca había notado la diferencia. Algunas veces le preguntaba si le había gustado mientras se apartaba de encima de ella, pero incluso si ella no contestaba él jamás se había dado cuenta. Que Seiya se mostrara tan afín a ella, tan atento, le parecía una especie de milagro.
Había estado tan segura de que lo decepcionaría.
Si en eso se había equivocado tanto... ¿qué pasaría con el resto?
Más o menos había admitido ser un ladrón. Era posible que estuviera intentando reformarse.
De un modo u otro tenía la certeza de que estaba en peligro y eso era suficiente para ella. Le dejaría que se quedara el tiempo necesario.
Pero eso no quería decir que estuviera lista para confiarle su corazón. Tal vez su cuerpo... si aprendiera a separar los dos.
Seiya carraspeó para romper el silencio.
–Gracias por ser mi amiga.
Ella arqueó las cejas.
–Es por si no te lo había dicho.
–¿Quieres decir cuando estábamos en el instituto?
–Entonces y ahora. Eres una persona muy amable y generosa, Bombón.
–Mis amigos piensan que soy demasiado adaptable. Tranquila hasta el aburrimiento. Supongo que lo era, pero gracia a Dios que tengo a Mina. He estado pensando en hacer cambios en mi vida. Ella fue la que me animó a hacerlos.
–¿El corte de pelo?
Ella sonrió.
–¿Por qué estás tan empeñado con el pelo?
–Porque siempre te he imaginado con el pelo largo.
¿Él se la había imaginado? ¿Siempre?
–Sí –respondió, leyéndole el pensamiento–. He pensado en ti mucho durante estos años.
Ella tragó saliva. No se había dado cuenta de que tal vez él hubiera sentido algo también por ella. Sorprendente.
¿Querría eso decir que Seiya le había hecho el amor? ¿Que no había practicado sólo el sexo porque le había resultado conveniente?
–No tenía ni idea –dijo–. Cuando estábamos en el instituto me tratabas como a una hermana pequeña. Era tolerable, útil, me tenías cariño...
–Eras más que eso.
–No sé si puedo creerte.
–¿Porque nunca te lo dije? –se inclinó hacia delante y apoyó un codo en el muslo, como si quisiera que ella lo mirara–. ¿Porque nunca te besé?
–Sí –susurró con la vista fija en la taza que tenía en la mano.
–Bombón, estabas fuera de mi alcance. Ni siquiera iba a intentarlo.
–¿Cómo? –preguntó con incredulidad–. Podrías haber tenido a cualquier chica, incluida a mí.
–Lo sabía. Pero yo fui más listo que tú, al menos en ese sentido.
–No te entiendo.
–Tal vez tú te sintieras intrigada por mí temporalmente, pero no habríamos durado como pareja. Tú ibas a ir a la facultad. Yo a ningún sitio.
–No, Seiya; tú eras lo suficientemente inteligente. Podrías haber ido a la universidad de haberlo intentado.
Pero entonces recordó lo mucho que le habían disgustado las aulas, lo mucho que había desdeñado a los profesores autoritarios, las reglas arbitrarias. Lo había ignorado todo y había hecho lo que le había apetecido. Por eso era por lo que siempre había resultado tan fascinante.
–¿Y tus padres? ¿Qué habrían dicho si hubieras empezado a salir conmigo?
Ella se encogió de hombros.
–¿A quién le importa?
–Sabes que a ti te habría importado, para empezar.
Ella lo miró a los ojos.
–Nunca me diste oportunidad. Tal vez te habría sorprendido.
Él la miraba con fascinación.
–Me has sorprendido ahora.
–Me he sorprendido a mí misma.
–¿Crees que tenemos alguna oportunidad?
Él corazón le empezó a latir con tanta fuerza que apenas podía respirar.
–Tal vez la haya.
–¿Qué tendría que hacer para que eso fuera verdad?
–Ser sincero.
Él suspiró y desvió la mirada.
–Qué diablos, sabía que ibas a decir eso.
–¿Ni siquiera lo quieres intentar?
–Es más complicado que todo eso.
–Tú lo estás complicando.
Estaban en el mismo lugar en el que habían empezado. Sólo que ya había probado lo que era hacer el amor con Seiya. Había atisbado su buen carácter y las emociones que él tenía cuidado de no mostrar. Y lo deseaba aún más por todo ello.
Parece que las cosas entre Serena y Seiya volvieron al punto de partida, excepto por una pequeña gran excepción ¿y ahora que pasara con ellos? Ya lo sabremos en el proximo capitulo.
Me despido por ahora esperando que les haya gustado el capítulo de hoy, como siempre, les pido que no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Muchos saludos para todos y ¡nos vemos en el proximo capitulo!
XOXO
Serenity
De habérselo permitido, él habría continuado y ella no habría tenido que sufrir. Aunque no hubiera tenido la cabeza en ello, su cuerpo habría respondido y se habría liberado de la tensión acumulada. Pero no pensaba de ninguna manera tocarla si ella se quedaba allí encogida y avergonzada, pensando que había hecho el amor con un canalla.
No importaba que fuera policía. Ella de todos modos no lo sabía.
De haber sido un caballero, habría reconocido que hacer el amor con Serena no era buena idea. Debería haberla dejado en paz; sin embargo, no estaba dispuesto a renunciar a ella. Toda vez que había vuelto a su vida, sabía sin duda que quería que permaneciera junto a él. Desgraciadamente, con aquel trabajo que tenía resultaba casi imposible. Tal vez tendría alguna oportunidad si abandonaba su estilo de vida actual. Hasta ese momento, lo único que podía esperar era que ella no se diera por vencida y le dijera que no quería volver a verlo. No podía contarle la verdad, al menos hasta que no hubiera recopilado pruebas suficientes para cerrar el caso. Así que de algún modo tendría que convencerla para que creyera en él. Para que confiara en él al cien por cien.
Estaba claro que no lo hacía. Todavía no.
Se había acurrucado, temblando en silencio hasta que había pensado que él se había dormido, momento en el que se había levantado de la cama y había salido del dormitorio. Había cerrado la puerta, pero la oía moverse de un lado a otro, como si estuviera paseándose por el pasillo.
Esperó un poco hasta que le pareció que podría haberse librado de la energía acumulada. Entonces se levantó para aclarar el asunto.
–Bombón –dijo de espaldas a ella.
Ella saltó y chilló al mismo tiempo.
–¡No me vuelvas a hacer eso!
–Lo siento, no quería asustarte.
–Carraspea o algo. Tose o da un golpe con el pie en el suelo. Pero no vuelvas a acercarte a mí así.
Hablaba como si él fuera a quedarse una temporada. Se preguntó si se habría dado cuenta de la implicación de sus palabras; si tendría idea de lo que latía el corazón sólo de pensar en la posibilidad.
–Lo tendré en cuenta.
–Bien –soltó con rabia mientras entraba en la cocina.
Estaba preciosa cuando se enfadada. Incluso el pelo corto le sentaba bien. No dejaba de tocárselo, de colocárselo detrás de la oreja a cada momento, pero la parte de arriba la tenía de punta como un puercoespín.
De punta. Así era como estaba ella en ese momento. Pero sabía cómo tocarle su punto débil. Los caramelos.
Se acordó de que había un cuenco en el salón y fue por ellos antes de entrar con ella en la cocina. Estaba preparando té otra vez.
–No necesitas un té; necesitas esto –adelantó hacia ella la mano abierta y le ofreció un caramelo de café con leche.
Ella vaciló; entonces lo miró a los ojos.
–Toma uno –dijo–. O dos.
Serena hizo lo que le decía; desenvolvió un caramelo y se lo metió en la boca. Él hizo lo mismo y se guardó el resto en el bolsillo. La dulzura de la leche le impregnó la boca mientras chupaba el dulce, llevándose el sabor de los labios de Serena.
–¿Quieres contarme lo que te ha pasado?
–¿A qué te refieres con eso?
–Te perdí, al final.
–Estaba ahí. Tal vez no lo hiciera... –aspiró hondo– Muy bien.
–Lo hiciste bien. Estuviste perfecta. Hasta el final, cuando decidiste dejar de sentir para ponerte a pensar.
Ella se encogió de hombros, pero dejó de preocuparse.
–¿Por qué te diste la vuelta? Habría querido satisfa...
–¿Por qué lo hiciste? –le preguntó con rabia. Tenía las mejillas coloradas y masticaba el caramelo con brusquedad.
–Sabía que no estabas en ello, por eso me retiré.
–Pero...
–¿Pero qué? Te lo voy a decir. Era demasiado tarde para detenerse, pero si hubiera continuado, habría sentido como si te estuviera utilizando sin más.
–Ah –dijo ella, y se quedó inmóvil.
–No ha sido porque no te deseara... –se dio cuenta de que ambos se sentía rechazados.
–Ah.
–Pensé que habías cambiado de parecer.
Ella bajó la vista.
–Eso fue lo que me pasó, más o menos. Lo siento... no pude evitarlo. Al principio fue todo maravilloso, pero después...
–Seguramente pensaste qué diablos hacías acostándote con un ex presidiario, ¿verdad?
Ella resopló.
–Algo así.
Él se arriesgó y le dio un abrazo.
–De acuerdo, de acuerdo. No te culpo.
Ella movió la cabeza, y él la soltó aunque en realidad habría querido abrazarla mucho más.
–Sólo es que te comportas de un modo tan misterioso. Y esos tipos que te persiguen... –se estremeció–. Si supiera qué está pasando, tal vez podría ayudarte. Si supiera que puedo confiar en ti...
–Bombón, puedo explicártelo.
–Claro –lo miró con reproche y se puso a preparar té.
Él consideró sus opciones.
–Sólo puedo decir que no soy tan malo como tú crees. Me he metido en algunos líos, pero en este momento estoy intentando salir de todo esto.
–¿Quiénes son los dos hombres que vinieron a mi puerta? ¿Por qué se hacen pasar por policías? ¿Y por qué están detrás de ti?
Él eligió la respuesta más fácil.
–Dicen que son policías porque es la manera más rápida de obtener información. Y hacerse pasar por policías es otro delito que añadir a los cargos que tienen en su contra. Pero esa clase de tipos nunca piensan que les vayan a atrapar.
–¿Esa clase? ¿Tú no eres uno de ellos?
–En realidad no.
–¿Por qué has estado en la cárcel?
Él se encogió de hombros. Que pensara eso.
–No me has dicho quiénes son –recordó.
–Porque no puedes saberlo.
–Ni por qué te persiguen...
–Los he engañado.
Ella abrió los ojos como platos.
–Sospecharon algo de mí y me dieron una paliza –dijo, dándole la verdad superficial mientras se llevaba la mano a las costillas–. La cosa habría empeorado, pero conseguí escapar. Fue entonces cuando vine aquí. Mi última opción. De haberme atrapado, ahora estaría muerto. Eso te lo garantizo.
Ella se estremeció.
–¿Entonces por qué no les das lo que quieren y terminas con todo esto?
Ya estaba metida en ello, pero en ese momento sólo en la periferia. Parecía que Diamante y Rubeus no se habían dado cuenta de su implicación, de modo que aún estaba relativamente a salvo.
Hasta que él se había colado en su dormitorio. No tenía voluntad cuando se trataba de Serena, y eso hacía de ella un talón de Aquiles muy peligroso.
Ninguno de ellos parecía dispuesto a meterse en la cama, de modo que Serena no se sorprendió cuando Seiya la siguió al salón.
Encendió la lámpara y se enroscó en su butaca. Empezó a beberse el té a sorbos y evitó la mirada de Seiya.
Había sido directo. Aunque el hecho de hablar del motivo por el cual ella se había quedado cortada la hubiera molestado, se alegraba de haber hablado con él. La consideración de Seiya había sido una sorpresa agradable para ella.
Con Darién ella no siempre se había mostrado tremendamente receptiva en su relación íntima con él, pero Darién nunca había notado la diferencia. Algunas veces le preguntaba si le había gustado mientras se apartaba de encima de ella, pero incluso si ella no contestaba él jamás se había dado cuenta. Que Seiya se mostrara tan afín a ella, tan atento, le parecía una especie de milagro.
Había estado tan segura de que lo decepcionaría.
Si en eso se había equivocado tanto... ¿qué pasaría con el resto?
Más o menos había admitido ser un ladrón. Era posible que estuviera intentando reformarse.
De un modo u otro tenía la certeza de que estaba en peligro y eso era suficiente para ella. Le dejaría que se quedara el tiempo necesario.
Pero eso no quería decir que estuviera lista para confiarle su corazón. Tal vez su cuerpo... si aprendiera a separar los dos.
Seiya carraspeó para romper el silencio.
–Gracias por ser mi amiga.
Ella arqueó las cejas.
–Es por si no te lo había dicho.
–¿Quieres decir cuando estábamos en el instituto?
–Entonces y ahora. Eres una persona muy amable y generosa, Bombón.
–Mis amigos piensan que soy demasiado adaptable. Tranquila hasta el aburrimiento. Supongo que lo era, pero gracia a Dios que tengo a Mina. He estado pensando en hacer cambios en mi vida. Ella fue la que me animó a hacerlos.
–¿El corte de pelo?
Ella sonrió.
–¿Por qué estás tan empeñado con el pelo?
–Porque siempre te he imaginado con el pelo largo.
¿Él se la había imaginado? ¿Siempre?
–Sí –respondió, leyéndole el pensamiento–. He pensado en ti mucho durante estos años.
Ella tragó saliva. No se había dado cuenta de que tal vez él hubiera sentido algo también por ella. Sorprendente.
¿Querría eso decir que Seiya le había hecho el amor? ¿Que no había practicado sólo el sexo porque le había resultado conveniente?
–No tenía ni idea –dijo–. Cuando estábamos en el instituto me tratabas como a una hermana pequeña. Era tolerable, útil, me tenías cariño...
–Eras más que eso.
–No sé si puedo creerte.
–¿Porque nunca te lo dije? –se inclinó hacia delante y apoyó un codo en el muslo, como si quisiera que ella lo mirara–. ¿Porque nunca te besé?
–Sí –susurró con la vista fija en la taza que tenía en la mano.
–Bombón, estabas fuera de mi alcance. Ni siquiera iba a intentarlo.
–¿Cómo? –preguntó con incredulidad–. Podrías haber tenido a cualquier chica, incluida a mí.
–Lo sabía. Pero yo fui más listo que tú, al menos en ese sentido.
–No te entiendo.
–Tal vez tú te sintieras intrigada por mí temporalmente, pero no habríamos durado como pareja. Tú ibas a ir a la facultad. Yo a ningún sitio.
–No, Seiya; tú eras lo suficientemente inteligente. Podrías haber ido a la universidad de haberlo intentado.
Pero entonces recordó lo mucho que le habían disgustado las aulas, lo mucho que había desdeñado a los profesores autoritarios, las reglas arbitrarias. Lo había ignorado todo y había hecho lo que le había apetecido. Por eso era por lo que siempre había resultado tan fascinante.
–¿Y tus padres? ¿Qué habrían dicho si hubieras empezado a salir conmigo?
Ella se encogió de hombros.
–¿A quién le importa?
–Sabes que a ti te habría importado, para empezar.
Ella lo miró a los ojos.
–Nunca me diste oportunidad. Tal vez te habría sorprendido.
Él la miraba con fascinación.
–Me has sorprendido ahora.
–Me he sorprendido a mí misma.
–¿Crees que tenemos alguna oportunidad?
Él corazón le empezó a latir con tanta fuerza que apenas podía respirar.
–Tal vez la haya.
–¿Qué tendría que hacer para que eso fuera verdad?
–Ser sincero.
Él suspiró y desvió la mirada.
–Qué diablos, sabía que ibas a decir eso.
–¿Ni siquiera lo quieres intentar?
–Es más complicado que todo eso.
–Tú lo estás complicando.
Estaban en el mismo lugar en el que habían empezado. Sólo que ya había probado lo que era hacer el amor con Seiya. Había atisbado su buen carácter y las emociones que él tenía cuidado de no mostrar. Y lo deseaba aún más por todo ello.
Parece que las cosas entre Serena y Seiya volvieron al punto de partida, excepto por una pequeña gran excepción ¿y ahora que pasara con ellos? Ya lo sabremos en el proximo capitulo.
Me despido por ahora esperando que les haya gustado el capítulo de hoy, como siempre, les pido que no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Muchos saludos para todos y ¡nos vemos en el proximo capitulo!
XOXO
Serenity
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
Ay pero que buen capítulo, iba a haber piel y al final ya no!! Ay seiya ya deja de pensar tanto las cosas, creo que a pesar de lo que parece es mas sencillo pero el se hace bolas en su cabeza, al menos confeso sentir algo x ella desde la escuela espero de verdad con ansia la actualización, cuidate serenity ojalá eres muy bien saluditos!!
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
Te he dicho lo mucho que me gusta este fic?
Es que ay me encanta Seiya y Serena, esa relación de peligro, de ocultar cosas. Confiará Seiya en Serena o no le dirá que es policía. Y Serena? seguirá interrogándolo o decidirá confiar en Seiya sin cuestionarse.
Quedo atenta al siguiente
Cariños!
Es que ay me encanta Seiya y Serena, esa relación de peligro, de ocultar cosas. Confiará Seiya en Serena o no le dirá que es policía. Y Serena? seguirá interrogándolo o decidirá confiar en Seiya sin cuestionarse.
Quedo atenta al siguiente
Cariños!
natu_rw- Sailor Inner Scout
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Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
¡Hola!
¡Mil gracias a todas por sus comentarios! ¡Me alegra muchisimo que les haya gustado el capitulo anterior!
Bueno, chicas, tengo que comunicarles algo muy importante: estamos entrando en la etapa final de esta historia.
Lo sé, a mi tambien me entristece, pero como todas las cosas, este fic algun día tiene que terminar. Pero mientras tanto, les traigo este capitulo que, al igual que los anteriores, ¡espero que disfruten!
Capitulo 7
Durante los dos o tres días siguientes no ocurrió mucho más. Serena y un Seiya disfrazado salían cada día de su apartamento, pero en ningún momento vieron rastro de los hombres que lo habían seguido. Él la acompañaba a La Cosita Más Dulce sin incidentes. Siempre lo invitaba a pasar, pero él le decía que tenía cosas que hacer y desaparecía. Regresaba a mitad de la noche y se iba directamente al sofá sin hablar con ella.
El tercer día, Seiya se presentó de pronto en la tienda unas horas antes de cerrar. Iba disfrazado, aunque la camiseta azul pálido de la mañana la había cambiado por una brillante. Los empleados de Serena se quedaron boquiabiertos cuando se acercó con él a presentárselos.
–Bueno, esta es mi tienda –dijo después de las presentaciones.
–Es un sitio increíble –Seiya se maravilló del efecto del cristal y el cromo brillante con el arco iris de colores chillones que se desplegaban a su alrededor.
Una fila de clientes esperaba delante del mostrador de los caramelos, otros paseaban por la tienda, y otros estaban sentados a las mesas con refrescos y bolsas de golosinas que acababan de comprar.
–Estoy sorprendido –dijo él.
–¿Sorprendido?
–Cuando me dijiste que habías abierto una tienda de golosinas, me imaginé un sitio de los antiguos. Pequeño y lleno de gente, como una tienda corriente. Esto es todo lo contrario.
–La presentación es lo más importante en Manhattan –le explicó–. Hay mucho margen en el negocio de los caramelos, así que me concentré en la luminosidad, en el volumen y en los turistas. También tenemos una página web y estamos preparando un catálogo para que la gente empiece a comprar por Internet.
–¿No son los mismos caramelos que se venden en la tienda de la esquina?
–Sólo algunos. Otros son especiales, o marcas antiguas. Investigué durante varios meses para localizar a algunas empresas pequeñas. En algunos casos pude convencerles de que hicieran un tipo de golosina especialmente para mí a cambio de hacer un pedido grande.
–Tu éxito es impresionante.
–Gracias –dijo Serena mientras se acercaba a una fila de latas de colores que en realidad eran máquinas llenas de golosinas–. ¿Tienes una moneda de veinticinco centavos?
Seiya introdujo la moneda en la ranura de una de las máquinas; cuando bajó la manivela la máquina escupió un paquete de Smarties.
Serena abrió una pequeña ventana de plástico y sacó sus caramelos. Sonrió.
–¿Así que te gustan los Smarties?
–Prefiero los besos con sabor a café con leche.
Sonrió tímidamente, pero tenía la mirada atrevida. Tocó la máquina que contenía sus caramelos favoritos.
–¿Tienes otra moneda?
Él le besó la mano. Un beso breve pero tentador.
–Algo dulce –dijo en voz baja.
Su expresión fue de placer.
–Eso era lo que mi madre solía decir cuando rompía una dieta. “Niñas, necesito algo dulce”. De ahí se me ocurrió el nombre de mi tienda.
–Y para ti.
–Adulador –le dio un leve empujón–. Vas a destapar tu disfraz.
–¿Qué hay arriba?
–Te lo enseñaré.
Serena lo condujo hacia la escalera de caracol que había entre un grupo de columnas muy altas que se alzaban hasta el balcón. Cada columna estaba hecha de plexiglás y llena de golosinas, bolas de chicle y piruletas, pero sobre todo caramelos de varios tamaños y colores. Verdes, naranjas, rosas, rojos y amarillos.
Rojos, pensó de pronto mientras subía las escaleras con la vista fija en los caramelos. No. Era una locura. Tanto que tal vez funcionara.
–¿Qué se supone que es esto? –le preguntó a Serena.
Habían llegado al segundo piso y él se apoyó sobre la barandilla, examinando la parte superior de una de las columnas. Sobre la superficie había una trampilla bien hermosa.
–Grandiosidad –Serena se echó a reír–. Mina dice que tengo complejo de Willie Wonka.
Seiya pasó la mano por encima de la trampilla.
–¿Esto es para rellenarlas?
–Sí, aunque no creo que se gasten enseguida. Son decorativas; una especie de depósito de caramelos.
Él se volvió hacia ella.
–Qué interesante.
El rubí le estaba haciendo un agujero en la punta de la bota. Lo llevaba ahí desde hacía unos días, desde que Rubeus lo había pillado rebuscando en la caja fuerte de la tienda de empeños del Gordo. Sólo había estado intentando verificar que varias piezas eran robadas; el rubí era identificable aunque lo hubieran sacado de la montura. Pero Rubeus lo había acusado de robar. Mientras que aquel criminal estaba ocupado llamando a Diamante para que le diera instrucciones, Seiya había conseguido guardarse el rubí en la bota. Diamante había llegado y, cumpliendo órdenes del Gordo habían llevado a Seiya hasta un almacén del muelle para “interrogarlo”. Afortunadamente, sólo habían ido buscando armas. Sólo echaron de menos el rubí y, horas más tarde, a Seiya.
Desde entonces había tenido mucho cuidado, insistiendo mucho con sus informadores para cerrar el cerco alrededor del Gordo y sus esbirros. El rubí robado era una prueba crucial, pero Seiya se había visto en una situación demasiado arriesgada para ponerse en contacto con Taiki y darle el rubí. Había pensado en esconderlo en el apartamento de Serena, pero al final había descartado esa opción por el peligro que entrañaba. Diamante y Rubeus podrían aparecer en cualquier momento.
–Mi despacho está por aquí.
Seiya la siguió y se detuvo a la puerta. La habitación estaba amueblada con sencillez en madera oscura. Las paredes eran grises.
–Es... agradable.
Ella arrugó la nariz.
–No tiene nada que ver con el resto de la tienda. Se me ocurrió que debería tener una habitación que fuera más normal, pero ha sido un error. El diseñador me sugirió algo más a tono con el local, pero me preocupé un poco pensando que no podría trabajar en un despacho de colorines.
–Yo no podría trabajar en ningún despacho, fuera como fuera.
Ella ladeó la cabeza.
–¿Lo has intentado?
–En realidad no.
Seiya se quedó pensativo, recordando cómo había entrado en la academia de policía y cómo se había metido a agente secreto nada más graduarse.
Serena lo miraba con dureza.
–Necesitas encontrar un trabajo de verdad, Seiya.
–Sí, señorita.
–¿Has pensado alguna vez en ponerte en contacto con la policía?
Él la miró con total sorpresa.
–¿Para un trabajo?
–¡Ja! No, para informar de lo que está pasando.
–No hay necesidad. Sé cuidarme solo.
–Ya –resopló–. Veo que las rozaduras casi se te han curado. ¿Qué tal las costillas?
–No hay problema.
Se puso las manos en jarras y dobló el cuerpo para que viera que ya no le dolían.
Serena bajó la voz.
–¿Y si la llamo yo?
–¿Y por qué ibas a hacer eso?
–Porque estoy preocupada por ti y creo que necesitas protección –continuó apresuradamente–. Además, no puedes esconderte en mi casa para siempre. Al final...
–Me estoy ocupando de eso.
–¿Es ahí donde estás, “ocupándote de eso”, hasta las dos de la madrugada?
–Te he estado despertando. Lo siento.
Sólo sentía que ella no le hubiera invitado de nuevo a su cama. Después de lo que había pasado al final de la primera y única vez, se había prometido a sí mismo que no volvería a cometer el mismo error.
–No es eso, Seiya. Me preocupas.
–A mí no me va a pasar nada. Y te prometo que pronto saldré de tu vida.
Ella levantó la cara y lo miró a los ojos. Recordaba que a los dieciséis tenía la misma expresión en aquellos momentos ocasionales en los que se cansaba de hacer de alfombra y se rebelaba.
–Si crees que eso es lo que quiero –le dijo enfadada– Entonces no has estado prestando ninguna atención.
–Estoy prestando atención. ¿Por qué crees que sigo aquí?
Ella abrió mucho los ojos.
–Dímelo.
–Porque...
Sonó el teléfono, pero ella lo ignoró.
–Contesta –le dijo–. Cuando termines te invito a cenar y podemos hablar de todas las maneras en las que puedo demostrarte mi interés por ti.
–¿Una cena de verdad? ¿En público?
Él sonrió.
–Contesta el teléfono.
Serena fue a descolgar el teléfono.
Aprovechó para salir del despacho a la zona del balcón. Los empleados estaban cerrando la tienda, acompañando a la puerta a los clientes que aún quedaban. Limpiando las mesas. Ninguno de ellos miraba para arriba.
Se arrodilló y se desató la bota. Entonces metió la mano para sacar el rubí. Tenía que ser parte del conjunto que había sido sustraído de Park Avenue la semana anterior. Cuando los peristas lo constataran, finalmente tendría prueba de que Boris Cheney comerciaba con objetos robados.
Serena seguía hablando por teléfono. Se apoyó sobre la barandilla y abrió la trampilla de la columna que estaba llena de caramelos rojos. Se fijó en las palas y en las máquinas de moneda al final de cada columna. El rubí estaría a salvo allí escondido al menos durante un tiempo.
Se estaba poniendo la bota cuando Serena salió del despacho con un maletín en la mano. Lo miró con curiosidad.
–¿Se te ha metido una piedrecilla en el zapato?
–Me había comido el calcetín.
–¿No crees que hace demasiado calor para usar botas?
–Seguramente.
–Eres un tipo muy raro, Seiya. No sé por dónde atraparte.
–¡Eh, los de ahí arriba! –gritó una de las empleadas–. Serena, te importa si ponemos la máquina de discos mientras limpiamos.
Serena se asomó por el balcón.
–Claro que no.
–Vengan aquí con nosotros.
Serena miró a Seiya.
–¿Te apetece? –le preguntó mientras empezaba a sonar una canción–. Pedí que me metieran canciones en la máquina de discos que tuvieran que ver con el tema de los caramelos y esas cosas –le explicó mientras bajaban.
Los jóvenes estaban bailando al son de la música mientras limpiaban las mesas y barrían el suelo antes de fregarlo.
Serena abrió el bolso y sacó unas cuantas monedas de veinticinco centavos para echarlas en la máquina de discos.
–Prefiero canciones más movidas –dijo, y apretó los botones de Sugar, sugar, de los Archies y de Lollipop de las Chordettes.
–¿Es una invitación para bailar?
–Bueno, yo... –parecía tímida.
Miró a los empleados, que movían los brazos y meneaban las caderas. Así que le tomó la mano a Seiya, que enseguida se soltó un poco al ver la cara sonriente de Serena mientras daba vueltas y movía las caderas, chasqueaba los dedos y meneaba el trasero. La música era contagiosa.
Aquella noche estaba particularmente atractiva, con las mejillas sonrosadas y los labios sensuales sonriendo. La falda no era corta pero sí ajustada, y le ceñía el trasero que ella meneaba de un lado a otro al compás de una canción cuyo estribillo decía “quiero caramelos”.
Al poco estaban todos coreándolo, moviendo los brazos sobre la cabeza como si estuvieran en un concierto de rock.
–Quiero caramelos –cantaron.
Seiya se colocó detrás de Serena y le agarró los brazos hasta bajárselos a la altura del pecho. Esperó a que llegara el estribillo y entonces le susurró al oído:
–Quiero a Bombón.
Ella se puso tensa. En eso coincidían.
Abrió la boca, pero no le salió la voz. La canción se terminó y todos dejaron de bailar.
–Se acabó la fiesta –dijo Serena.
Muy animados, los tres empleados terminaron de recoger y se marcharon juntos después de despedirse de ellos. Seiya se dio cuenta de que Serena era una jefa querida, claro que eso no lo sorprendió. Seguramente les dejaría probar todos los caramelos que quisieran gratis.
Ella se apartó de él.
–¿Entonces... la cena?
–Después de una canción más.
Sintió que se ponía nerviosa cuando empezó a sonar la música y Seiya se acercó a ella despacio. La canción que había elegido era Cúbreme de Dulzura, de Def Leppard.
–Yo debería estar… esto… cerrando –balbuceó, pero sus palabras vacilantes no resultaron convincentes.
Tal vez porque él sólo la estaba mirando, no escuchando.
Cuando estaba a punto de abrazarla, ella se retiró.
–Deja que cierre la puerta.
–Buena idea.
Corrió a la puerta y echó los cerrojos.
–Y apaga las luces –añadió en tono suave y sugerente, aunque con aquel escaparate todo de cristal estarían a la vista de cualquiera que pasara.
La tienda quedó a oscuras y Seiya fue hacia Serena y le levantó los brazos para que los apoyara sobre sus hombros. Le puso entonces las manos en la cintura. Ella soltó un gemido suave y se pegó a él sin dejar de menear las caderas lentamente con un ritmo sensual. La música palpitaba y pareció aumentar en intensidad mientras se provocaban el uno al otro.
El deseo latía en el ambiente. A él sin duda le estaba volviendo loco. Serena estaba hecha de un montón de curvas sugerentes, desde las piernas y el canalillo que dejaba entrever la blusa hasta la suavidad de sus brazos que se enroscaban a su cuello con calidez. Lo miraba fijamente a los ojos mientras bailaban.
Pensó que al menos esa vez sabía lo que estaban haciendo.
–¿Eres... –le pegó los labios al oído y le susurró las palabras del cantante– Dulce y caliente?
Ella se estremeció junto a él, emitiendo un ronroneo que no fue una respuesta, tan solo una invitación.
Él le deslizó las manos hasta el trasero. Ella movió sus muslos redondeados contra su cuerpo, y él se excitó tanto sólo de pensar en estar entre esos muslos, que olvidó dónde estaban y por qué ella no debía tener nada con él. Lo único que le empujaba era un inmenso y palpitante deseo.
–Estoy deseando descubrirlo –le dijo mientras le deslizaba la boca por la mejilla hasta pegar la frente a la de ella.
Le pasó la lengua por los labios.
–Estoy lista.
¡Mil gracias a todas por sus comentarios! ¡Me alegra muchisimo que les haya gustado el capitulo anterior!
Bueno, chicas, tengo que comunicarles algo muy importante: estamos entrando en la etapa final de esta historia.
Lo sé, a mi tambien me entristece, pero como todas las cosas, este fic algun día tiene que terminar. Pero mientras tanto, les traigo este capitulo que, al igual que los anteriores, ¡espero que disfruten!
Capitulo 7
Durante los dos o tres días siguientes no ocurrió mucho más. Serena y un Seiya disfrazado salían cada día de su apartamento, pero en ningún momento vieron rastro de los hombres que lo habían seguido. Él la acompañaba a La Cosita Más Dulce sin incidentes. Siempre lo invitaba a pasar, pero él le decía que tenía cosas que hacer y desaparecía. Regresaba a mitad de la noche y se iba directamente al sofá sin hablar con ella.
El tercer día, Seiya se presentó de pronto en la tienda unas horas antes de cerrar. Iba disfrazado, aunque la camiseta azul pálido de la mañana la había cambiado por una brillante. Los empleados de Serena se quedaron boquiabiertos cuando se acercó con él a presentárselos.
–Bueno, esta es mi tienda –dijo después de las presentaciones.
–Es un sitio increíble –Seiya se maravilló del efecto del cristal y el cromo brillante con el arco iris de colores chillones que se desplegaban a su alrededor.
Una fila de clientes esperaba delante del mostrador de los caramelos, otros paseaban por la tienda, y otros estaban sentados a las mesas con refrescos y bolsas de golosinas que acababan de comprar.
–Estoy sorprendido –dijo él.
–¿Sorprendido?
–Cuando me dijiste que habías abierto una tienda de golosinas, me imaginé un sitio de los antiguos. Pequeño y lleno de gente, como una tienda corriente. Esto es todo lo contrario.
–La presentación es lo más importante en Manhattan –le explicó–. Hay mucho margen en el negocio de los caramelos, así que me concentré en la luminosidad, en el volumen y en los turistas. También tenemos una página web y estamos preparando un catálogo para que la gente empiece a comprar por Internet.
–¿No son los mismos caramelos que se venden en la tienda de la esquina?
–Sólo algunos. Otros son especiales, o marcas antiguas. Investigué durante varios meses para localizar a algunas empresas pequeñas. En algunos casos pude convencerles de que hicieran un tipo de golosina especialmente para mí a cambio de hacer un pedido grande.
–Tu éxito es impresionante.
–Gracias –dijo Serena mientras se acercaba a una fila de latas de colores que en realidad eran máquinas llenas de golosinas–. ¿Tienes una moneda de veinticinco centavos?
Seiya introdujo la moneda en la ranura de una de las máquinas; cuando bajó la manivela la máquina escupió un paquete de Smarties.
Serena abrió una pequeña ventana de plástico y sacó sus caramelos. Sonrió.
–¿Así que te gustan los Smarties?
–Prefiero los besos con sabor a café con leche.
Sonrió tímidamente, pero tenía la mirada atrevida. Tocó la máquina que contenía sus caramelos favoritos.
–¿Tienes otra moneda?
Él le besó la mano. Un beso breve pero tentador.
–Algo dulce –dijo en voz baja.
Su expresión fue de placer.
–Eso era lo que mi madre solía decir cuando rompía una dieta. “Niñas, necesito algo dulce”. De ahí se me ocurrió el nombre de mi tienda.
–Y para ti.
–Adulador –le dio un leve empujón–. Vas a destapar tu disfraz.
–¿Qué hay arriba?
–Te lo enseñaré.
Serena lo condujo hacia la escalera de caracol que había entre un grupo de columnas muy altas que se alzaban hasta el balcón. Cada columna estaba hecha de plexiglás y llena de golosinas, bolas de chicle y piruletas, pero sobre todo caramelos de varios tamaños y colores. Verdes, naranjas, rosas, rojos y amarillos.
Rojos, pensó de pronto mientras subía las escaleras con la vista fija en los caramelos. No. Era una locura. Tanto que tal vez funcionara.
–¿Qué se supone que es esto? –le preguntó a Serena.
Habían llegado al segundo piso y él se apoyó sobre la barandilla, examinando la parte superior de una de las columnas. Sobre la superficie había una trampilla bien hermosa.
–Grandiosidad –Serena se echó a reír–. Mina dice que tengo complejo de Willie Wonka.
Seiya pasó la mano por encima de la trampilla.
–¿Esto es para rellenarlas?
–Sí, aunque no creo que se gasten enseguida. Son decorativas; una especie de depósito de caramelos.
Él se volvió hacia ella.
–Qué interesante.
El rubí le estaba haciendo un agujero en la punta de la bota. Lo llevaba ahí desde hacía unos días, desde que Rubeus lo había pillado rebuscando en la caja fuerte de la tienda de empeños del Gordo. Sólo había estado intentando verificar que varias piezas eran robadas; el rubí era identificable aunque lo hubieran sacado de la montura. Pero Rubeus lo había acusado de robar. Mientras que aquel criminal estaba ocupado llamando a Diamante para que le diera instrucciones, Seiya había conseguido guardarse el rubí en la bota. Diamante había llegado y, cumpliendo órdenes del Gordo habían llevado a Seiya hasta un almacén del muelle para “interrogarlo”. Afortunadamente, sólo habían ido buscando armas. Sólo echaron de menos el rubí y, horas más tarde, a Seiya.
Desde entonces había tenido mucho cuidado, insistiendo mucho con sus informadores para cerrar el cerco alrededor del Gordo y sus esbirros. El rubí robado era una prueba crucial, pero Seiya se había visto en una situación demasiado arriesgada para ponerse en contacto con Taiki y darle el rubí. Había pensado en esconderlo en el apartamento de Serena, pero al final había descartado esa opción por el peligro que entrañaba. Diamante y Rubeus podrían aparecer en cualquier momento.
–Mi despacho está por aquí.
Seiya la siguió y se detuvo a la puerta. La habitación estaba amueblada con sencillez en madera oscura. Las paredes eran grises.
–Es... agradable.
Ella arrugó la nariz.
–No tiene nada que ver con el resto de la tienda. Se me ocurrió que debería tener una habitación que fuera más normal, pero ha sido un error. El diseñador me sugirió algo más a tono con el local, pero me preocupé un poco pensando que no podría trabajar en un despacho de colorines.
–Yo no podría trabajar en ningún despacho, fuera como fuera.
Ella ladeó la cabeza.
–¿Lo has intentado?
–En realidad no.
Seiya se quedó pensativo, recordando cómo había entrado en la academia de policía y cómo se había metido a agente secreto nada más graduarse.
Serena lo miraba con dureza.
–Necesitas encontrar un trabajo de verdad, Seiya.
–Sí, señorita.
–¿Has pensado alguna vez en ponerte en contacto con la policía?
Él la miró con total sorpresa.
–¿Para un trabajo?
–¡Ja! No, para informar de lo que está pasando.
–No hay necesidad. Sé cuidarme solo.
–Ya –resopló–. Veo que las rozaduras casi se te han curado. ¿Qué tal las costillas?
–No hay problema.
Se puso las manos en jarras y dobló el cuerpo para que viera que ya no le dolían.
Serena bajó la voz.
–¿Y si la llamo yo?
–¿Y por qué ibas a hacer eso?
–Porque estoy preocupada por ti y creo que necesitas protección –continuó apresuradamente–. Además, no puedes esconderte en mi casa para siempre. Al final...
–Me estoy ocupando de eso.
–¿Es ahí donde estás, “ocupándote de eso”, hasta las dos de la madrugada?
–Te he estado despertando. Lo siento.
Sólo sentía que ella no le hubiera invitado de nuevo a su cama. Después de lo que había pasado al final de la primera y única vez, se había prometido a sí mismo que no volvería a cometer el mismo error.
–No es eso, Seiya. Me preocupas.
–A mí no me va a pasar nada. Y te prometo que pronto saldré de tu vida.
Ella levantó la cara y lo miró a los ojos. Recordaba que a los dieciséis tenía la misma expresión en aquellos momentos ocasionales en los que se cansaba de hacer de alfombra y se rebelaba.
–Si crees que eso es lo que quiero –le dijo enfadada– Entonces no has estado prestando ninguna atención.
–Estoy prestando atención. ¿Por qué crees que sigo aquí?
Ella abrió mucho los ojos.
–Dímelo.
–Porque...
Sonó el teléfono, pero ella lo ignoró.
–Contesta –le dijo–. Cuando termines te invito a cenar y podemos hablar de todas las maneras en las que puedo demostrarte mi interés por ti.
–¿Una cena de verdad? ¿En público?
Él sonrió.
–Contesta el teléfono.
Serena fue a descolgar el teléfono.
Aprovechó para salir del despacho a la zona del balcón. Los empleados estaban cerrando la tienda, acompañando a la puerta a los clientes que aún quedaban. Limpiando las mesas. Ninguno de ellos miraba para arriba.
Se arrodilló y se desató la bota. Entonces metió la mano para sacar el rubí. Tenía que ser parte del conjunto que había sido sustraído de Park Avenue la semana anterior. Cuando los peristas lo constataran, finalmente tendría prueba de que Boris Cheney comerciaba con objetos robados.
Serena seguía hablando por teléfono. Se apoyó sobre la barandilla y abrió la trampilla de la columna que estaba llena de caramelos rojos. Se fijó en las palas y en las máquinas de moneda al final de cada columna. El rubí estaría a salvo allí escondido al menos durante un tiempo.
Se estaba poniendo la bota cuando Serena salió del despacho con un maletín en la mano. Lo miró con curiosidad.
–¿Se te ha metido una piedrecilla en el zapato?
–Me había comido el calcetín.
–¿No crees que hace demasiado calor para usar botas?
–Seguramente.
–Eres un tipo muy raro, Seiya. No sé por dónde atraparte.
–¡Eh, los de ahí arriba! –gritó una de las empleadas–. Serena, te importa si ponemos la máquina de discos mientras limpiamos.
Serena se asomó por el balcón.
–Claro que no.
–Vengan aquí con nosotros.
Serena miró a Seiya.
–¿Te apetece? –le preguntó mientras empezaba a sonar una canción–. Pedí que me metieran canciones en la máquina de discos que tuvieran que ver con el tema de los caramelos y esas cosas –le explicó mientras bajaban.
Los jóvenes estaban bailando al son de la música mientras limpiaban las mesas y barrían el suelo antes de fregarlo.
Serena abrió el bolso y sacó unas cuantas monedas de veinticinco centavos para echarlas en la máquina de discos.
–Prefiero canciones más movidas –dijo, y apretó los botones de Sugar, sugar, de los Archies y de Lollipop de las Chordettes.
–¿Es una invitación para bailar?
–Bueno, yo... –parecía tímida.
Miró a los empleados, que movían los brazos y meneaban las caderas. Así que le tomó la mano a Seiya, que enseguida se soltó un poco al ver la cara sonriente de Serena mientras daba vueltas y movía las caderas, chasqueaba los dedos y meneaba el trasero. La música era contagiosa.
Aquella noche estaba particularmente atractiva, con las mejillas sonrosadas y los labios sensuales sonriendo. La falda no era corta pero sí ajustada, y le ceñía el trasero que ella meneaba de un lado a otro al compás de una canción cuyo estribillo decía “quiero caramelos”.
Al poco estaban todos coreándolo, moviendo los brazos sobre la cabeza como si estuvieran en un concierto de rock.
–Quiero caramelos –cantaron.
Seiya se colocó detrás de Serena y le agarró los brazos hasta bajárselos a la altura del pecho. Esperó a que llegara el estribillo y entonces le susurró al oído:
–Quiero a Bombón.
Ella se puso tensa. En eso coincidían.
Abrió la boca, pero no le salió la voz. La canción se terminó y todos dejaron de bailar.
–Se acabó la fiesta –dijo Serena.
Muy animados, los tres empleados terminaron de recoger y se marcharon juntos después de despedirse de ellos. Seiya se dio cuenta de que Serena era una jefa querida, claro que eso no lo sorprendió. Seguramente les dejaría probar todos los caramelos que quisieran gratis.
Ella se apartó de él.
–¿Entonces... la cena?
–Después de una canción más.
Sintió que se ponía nerviosa cuando empezó a sonar la música y Seiya se acercó a ella despacio. La canción que había elegido era Cúbreme de Dulzura, de Def Leppard.
–Yo debería estar… esto… cerrando –balbuceó, pero sus palabras vacilantes no resultaron convincentes.
Tal vez porque él sólo la estaba mirando, no escuchando.
Cuando estaba a punto de abrazarla, ella se retiró.
–Deja que cierre la puerta.
–Buena idea.
Corrió a la puerta y echó los cerrojos.
–Y apaga las luces –añadió en tono suave y sugerente, aunque con aquel escaparate todo de cristal estarían a la vista de cualquiera que pasara.
La tienda quedó a oscuras y Seiya fue hacia Serena y le levantó los brazos para que los apoyara sobre sus hombros. Le puso entonces las manos en la cintura. Ella soltó un gemido suave y se pegó a él sin dejar de menear las caderas lentamente con un ritmo sensual. La música palpitaba y pareció aumentar en intensidad mientras se provocaban el uno al otro.
El deseo latía en el ambiente. A él sin duda le estaba volviendo loco. Serena estaba hecha de un montón de curvas sugerentes, desde las piernas y el canalillo que dejaba entrever la blusa hasta la suavidad de sus brazos que se enroscaban a su cuello con calidez. Lo miraba fijamente a los ojos mientras bailaban.
Pensó que al menos esa vez sabía lo que estaban haciendo.
–¿Eres... –le pegó los labios al oído y le susurró las palabras del cantante– Dulce y caliente?
Ella se estremeció junto a él, emitiendo un ronroneo que no fue una respuesta, tan solo una invitación.
Él le deslizó las manos hasta el trasero. Ella movió sus muslos redondeados contra su cuerpo, y él se excitó tanto sólo de pensar en estar entre esos muslos, que olvidó dónde estaban y por qué ella no debía tener nada con él. Lo único que le empujaba era un inmenso y palpitante deseo.
–Estoy deseando descubrirlo –le dijo mientras le deslizaba la boca por la mejilla hasta pegar la frente a la de ella.
Le pasó la lengua por los labios.
–Estoy lista.
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
–Ese no es Seiya –dijo Rubeus–. Mira cómo va vestido; parece una nena. Mira qué pelo de payaso.
–Eres idiota.
–Te digo que...
–Cállate la boca y déjame pensar.
Diamante entrecerró los ojos y miró por el retrovisor, observando cómo arrancaba el taxi. Seiya no perdió tiempo en meter dentro a la mujer. Diamante la recordaba. Era la del primer apartamento en el bajo, junto al de travestí.
Bajó la vista y la fijó en el folleto arrugado y manchado de la reunión. Lo había recogido la noche que se habían tenido que pasar horas buscando a Seiya bajo la lluvia. Entonces sólo le había echado una mirada y lo había tirado al suelo del coche. Esa mañana le había echado un vistazo cuando había ido a quitarse un zapato. Y allí había visto la foto del Seiya en blanco y negro. Del instituto. Su nombre real era “Seiya” Kou; Seiya era sólo un mote. No había más información, excepto que recordaba dónde había encontrado el folleto. Llevaban desde el mediodía esperando a la puerta del apartamento, y con cada minuto que pasaba se había sentido más insultado. Esa chica del bajo le había mentido. Lo del pañuelo le había olido mal, pero ella le había parecido tan sincera que lo había dejado pasar.
–¿Seiya es también un travestí? –Rubeus estaba planchándose con la mano las arrugas de sus pantalones–. Compartimos el water. El muy pervertido debió de ir a ver cómo la tenía.
–Es un disfraz, imbécil.
Pero Diamante no estaba del todo seguro. Kou tenía una razón para escoger aquel apartamento en particular; había una conexión. Tenía que ser por algo más que por los viejos tiempos. En cuanto a la ropa...
Diamante hizo una mueca. Maldita sea, esos dos seguramente se lo estarían haciendo en ese mismo momento. Observaron las ventanas, pero no se encendió ninguna luz.
Rubeus se estiró los puños.
–¿Puedo ir ahora por él?
Diamante esbozó una sonrisa burlona. El chico era grande y fuerte, pero tenía demasiada prisa.
–Estamos esperando. El Gordo quiere que recuperemos primero el rubí. Entonces podrás hacer lo que quieras.
–Eres idiota.
–Te digo que...
–Cállate la boca y déjame pensar.
Diamante entrecerró los ojos y miró por el retrovisor, observando cómo arrancaba el taxi. Seiya no perdió tiempo en meter dentro a la mujer. Diamante la recordaba. Era la del primer apartamento en el bajo, junto al de travestí.
Bajó la vista y la fijó en el folleto arrugado y manchado de la reunión. Lo había recogido la noche que se habían tenido que pasar horas buscando a Seiya bajo la lluvia. Entonces sólo le había echado una mirada y lo había tirado al suelo del coche. Esa mañana le había echado un vistazo cuando había ido a quitarse un zapato. Y allí había visto la foto del Seiya en blanco y negro. Del instituto. Su nombre real era “Seiya” Kou; Seiya era sólo un mote. No había más información, excepto que recordaba dónde había encontrado el folleto. Llevaban desde el mediodía esperando a la puerta del apartamento, y con cada minuto que pasaba se había sentido más insultado. Esa chica del bajo le había mentido. Lo del pañuelo le había olido mal, pero ella le había parecido tan sincera que lo había dejado pasar.
–¿Seiya es también un travestí? –Rubeus estaba planchándose con la mano las arrugas de sus pantalones–. Compartimos el water. El muy pervertido debió de ir a ver cómo la tenía.
–Es un disfraz, imbécil.
Pero Diamante no estaba del todo seguro. Kou tenía una razón para escoger aquel apartamento en particular; había una conexión. Tenía que ser por algo más que por los viejos tiempos. En cuanto a la ropa...
Diamante hizo una mueca. Maldita sea, esos dos seguramente se lo estarían haciendo en ese mismo momento. Observaron las ventanas, pero no se encendió ninguna luz.
Rubeus se estiró los puños.
–¿Puedo ir ahora por él?
Diamante esbozó una sonrisa burlona. El chico era grande y fuerte, pero tenía demasiada prisa.
–Estamos esperando. El Gordo quiere que recuperemos primero el rubí. Entonces podrás hacer lo que quieras.
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
–No voy a prometerte nada, Serena.
–Lo sé. No te preocupes. No estoy hecha de azúcar. Tal vez llore un poco cuando me dejes, pero no me derretiré.
Serena le acarició la mejilla con los nudillos y lo miró con la misma ternura con que la estaba acariciando.
–No quiero hacerte llorar, tampoco.
–Entonces quédate conmigo –lo abrazó–. Por favor –le rogó, aunque se había prometido a sí misma que no le rogaría.
Quería tomar las cosas como llegaran y no caer en la trampa de intentar arreglarle la vida. Seiya era un hombre hecho y derecho.
Pero no era su hombre. Salvo esa noche.
–Paciencia –le dijo mientras le acariciaba el cuello–. Nunca se sabe cómo van a salir las cosas.
Le mordisqueó el lóbulo de la oreja, y su aliento le hizo cosquillas.
–¿De acuerdo? –añadió.
Ella se aguantó de preguntar lo que significaba aquello. Se dijo que no debía pegarse, ni rogar.
Debía recordar que estaba felizmente soltera y tan en control de su sexualidad como de su profesión.
Le pasó la mano por la cabeza.
–De acuerdo.
Se tumbaron en el sofá, abrazados ya. Él habría querido hacer el amor con ella en su despacho de la tienda, pero ella no se había atrevido.
Seiya se había resistido un poco a entrar por el portal, aparentemente aún preocupado de cubrir su identidad, pero ella le había señalado que tenía bien puesto el disfraz, y entonces se habían empezado a besar en el asiento trasero del coche. Enseguida había dejado de pensar en todo menos en meterla en el apartamento lo más rápidamente posible, estuvieran o no vigilándolos.
En ese momento Seiya la estaba besando e intentando desabrocharle los botones. Le dejó terminar y después se quitó la blusa, pero le cubrió las manos al ver que iba a desabrochar el cierre delantero del sujetador.
–Paciencia –le dijo ella con una sonrisa, repitiendo lo mismo que él le había dicho–. Espera aquí.
Se quitó los zapatos y corrió a la cocina, sin preocuparse de encender la luz, ya que siempre dejaba encendida una pequeña sobre la cocinilla. Abrió un armario, agarró una bolsa de golosinas de la tienda, y corrió al lado de Seiya.
Él estaba tumbado. Se había quitado todo, incluso las vendas, salvo aquel pantalón tan ridículo, remangado de modo que dejaba al descubierto sus pantorrillas peludas, pero eso no le restaba en modo alguno virilidad. A Seiya no pareció importarle la espera. Le sonrió mientras la miraba, hasta que de pronto recordó que ella también estaba medio desnuda y de pie delante de él con una bolsa de golosinas en la mano.
–En la tienda me dijiste... –empezó a decir mientras abría la bolsa de golosinas– Que te cubriera de dulzura.
Él fue a incorporarse, pero ella le plantó la mano en el pecho y le obligó a tumbarse de nuevo. Inclinó la bolsa y un reguero fino de gránulos de azúcar se precipitó sobre el pecho de Seiya.
–Buena idea. Ya sabes que me gustan las cosas dulces, calientes y pegajosas.
Se inclinó del todo sobre él, contenta del modo en que aguantaba la respiración. Sacó la lengua, recogiendo un poco de azúcar. Entonces le dio un lametazo más largo.
–Mmm, estás tan dulce –musito mientras, en medio de besos, capturaba con sus labios el azúcar que había esparcido en el cuerpo de Seiya.
–¿Puedo probar? –Seiya le atrapó la boca y enredó su lengua con la suya.
–¿Te gusta?
–Sólo me sabe a ti –dijo–. Pero déjame probar.
Partió a la mitad una de las pajas llenas de azúcar y vertió el contenido en el canalillo de sus pechos, que tenía apoyados sobre el suyo. Entonces partió otra paja y le echó el contenido por encima, y ella se echó a reír de cómo se estaba poniendo.
–¡Espera! –protestó–. Me voy a llenar de cucarachas.
–¿En el sujetador?
Ella soltó otra carcajada, encantada al ver el brillo de sus ojos y su sonrisa pícara.
–No dejaré de lamerte hasta que haya encontrado cada uno de los gránulos –dijo, abrazándola con fuerza
Serena se dejo llevar ante las emociones que sentía mientras Seiya estaba absorto en su cuerpo, cubierto de azúcar.
Se olvidaría del resultado y de la apuesta con Mina. Se olvidaría de la incertidumbre que le provocaba el pensar en el tiempo que Seiya estaría allí. Sabía que había ganado algo que permanecería con ella para siempre.
La estimulación se volvió más intensa. Ella se arqueó y pegó las caderas a las de Seiya, perdida en aquel calor intenso, pero consciente de que aquello no era un sueño.
Aquello era real.
Minutos después, tal vez más tiempo después, Seiya se puso de pie hasta que todo dejó de darle vueltas; entonces ayudó a Serena a ponerse de pie. Tenía las mejillas sonrosadas, la sonrisa amplia, el cabello revuelto… Seiya se preguntó si se daría cuenta de lo preciosa que era.
Intentó decírselo, pero se le puso la lengua de trapo. Ella se limitó a sonreír; y extendió la mano y le hizo un gesto para que se acercara. Entrelazaron sus manos y caminaron juntos hasta el dormitorio.
Volvió a besarla despacio, colocándose con ella lentamente en posición horizontal en la cama. Tenía la cara resplandeciente, verdaderamente hermosa.
–Eres preciosa, Bombón –le dijo–. La mujer más preciosa del mundo –musito mientras mutuamente se quitaban las prendas que aun llevaban puestas–.Tan preciosa que no puedo dejar de mirarte.
Finalmente se unieron en uno solo. Seiya se vio envuelto por su calor resbaladizo, y la necesidad que creció en él no tuvo nada que ver con el erotismo de su unión carnal. Tenía que ver con el amor que sentía por Serena Tsukino; por su dulce Bombón. La chica que no pudo ser suya y la mujer que siempre desearía tener.
–Lo sé. No te preocupes. No estoy hecha de azúcar. Tal vez llore un poco cuando me dejes, pero no me derretiré.
Serena le acarició la mejilla con los nudillos y lo miró con la misma ternura con que la estaba acariciando.
–No quiero hacerte llorar, tampoco.
–Entonces quédate conmigo –lo abrazó–. Por favor –le rogó, aunque se había prometido a sí misma que no le rogaría.
Quería tomar las cosas como llegaran y no caer en la trampa de intentar arreglarle la vida. Seiya era un hombre hecho y derecho.
Pero no era su hombre. Salvo esa noche.
–Paciencia –le dijo mientras le acariciaba el cuello–. Nunca se sabe cómo van a salir las cosas.
Le mordisqueó el lóbulo de la oreja, y su aliento le hizo cosquillas.
–¿De acuerdo? –añadió.
Ella se aguantó de preguntar lo que significaba aquello. Se dijo que no debía pegarse, ni rogar.
Debía recordar que estaba felizmente soltera y tan en control de su sexualidad como de su profesión.
Le pasó la mano por la cabeza.
–De acuerdo.
Se tumbaron en el sofá, abrazados ya. Él habría querido hacer el amor con ella en su despacho de la tienda, pero ella no se había atrevido.
Seiya se había resistido un poco a entrar por el portal, aparentemente aún preocupado de cubrir su identidad, pero ella le había señalado que tenía bien puesto el disfraz, y entonces se habían empezado a besar en el asiento trasero del coche. Enseguida había dejado de pensar en todo menos en meterla en el apartamento lo más rápidamente posible, estuvieran o no vigilándolos.
En ese momento Seiya la estaba besando e intentando desabrocharle los botones. Le dejó terminar y después se quitó la blusa, pero le cubrió las manos al ver que iba a desabrochar el cierre delantero del sujetador.
–Paciencia –le dijo ella con una sonrisa, repitiendo lo mismo que él le había dicho–. Espera aquí.
Se quitó los zapatos y corrió a la cocina, sin preocuparse de encender la luz, ya que siempre dejaba encendida una pequeña sobre la cocinilla. Abrió un armario, agarró una bolsa de golosinas de la tienda, y corrió al lado de Seiya.
Él estaba tumbado. Se había quitado todo, incluso las vendas, salvo aquel pantalón tan ridículo, remangado de modo que dejaba al descubierto sus pantorrillas peludas, pero eso no le restaba en modo alguno virilidad. A Seiya no pareció importarle la espera. Le sonrió mientras la miraba, hasta que de pronto recordó que ella también estaba medio desnuda y de pie delante de él con una bolsa de golosinas en la mano.
–En la tienda me dijiste... –empezó a decir mientras abría la bolsa de golosinas– Que te cubriera de dulzura.
Él fue a incorporarse, pero ella le plantó la mano en el pecho y le obligó a tumbarse de nuevo. Inclinó la bolsa y un reguero fino de gránulos de azúcar se precipitó sobre el pecho de Seiya.
–Buena idea. Ya sabes que me gustan las cosas dulces, calientes y pegajosas.
Se inclinó del todo sobre él, contenta del modo en que aguantaba la respiración. Sacó la lengua, recogiendo un poco de azúcar. Entonces le dio un lametazo más largo.
–Mmm, estás tan dulce –musito mientras, en medio de besos, capturaba con sus labios el azúcar que había esparcido en el cuerpo de Seiya.
–¿Puedo probar? –Seiya le atrapó la boca y enredó su lengua con la suya.
–¿Te gusta?
–Sólo me sabe a ti –dijo–. Pero déjame probar.
Partió a la mitad una de las pajas llenas de azúcar y vertió el contenido en el canalillo de sus pechos, que tenía apoyados sobre el suyo. Entonces partió otra paja y le echó el contenido por encima, y ella se echó a reír de cómo se estaba poniendo.
–¡Espera! –protestó–. Me voy a llenar de cucarachas.
–¿En el sujetador?
Ella soltó otra carcajada, encantada al ver el brillo de sus ojos y su sonrisa pícara.
–No dejaré de lamerte hasta que haya encontrado cada uno de los gránulos –dijo, abrazándola con fuerza
Serena se dejo llevar ante las emociones que sentía mientras Seiya estaba absorto en su cuerpo, cubierto de azúcar.
Se olvidaría del resultado y de la apuesta con Mina. Se olvidaría de la incertidumbre que le provocaba el pensar en el tiempo que Seiya estaría allí. Sabía que había ganado algo que permanecería con ella para siempre.
La estimulación se volvió más intensa. Ella se arqueó y pegó las caderas a las de Seiya, perdida en aquel calor intenso, pero consciente de que aquello no era un sueño.
Aquello era real.
Minutos después, tal vez más tiempo después, Seiya se puso de pie hasta que todo dejó de darle vueltas; entonces ayudó a Serena a ponerse de pie. Tenía las mejillas sonrosadas, la sonrisa amplia, el cabello revuelto… Seiya se preguntó si se daría cuenta de lo preciosa que era.
Intentó decírselo, pero se le puso la lengua de trapo. Ella se limitó a sonreír; y extendió la mano y le hizo un gesto para que se acercara. Entrelazaron sus manos y caminaron juntos hasta el dormitorio.
Volvió a besarla despacio, colocándose con ella lentamente en posición horizontal en la cama. Tenía la cara resplandeciente, verdaderamente hermosa.
–Eres preciosa, Bombón –le dijo–. La mujer más preciosa del mundo –musito mientras mutuamente se quitaban las prendas que aun llevaban puestas–.Tan preciosa que no puedo dejar de mirarte.
Finalmente se unieron en uno solo. Seiya se vio envuelto por su calor resbaladizo, y la necesidad que creció en él no tuvo nada que ver con el erotismo de su unión carnal. Tenía que ver con el amor que sentía por Serena Tsukino; por su dulce Bombón. La chica que no pudo ser suya y la mujer que siempre desearía tener.
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
–¿Te ha gustado?
Serena apenas había recuperado la respiración. Habían hecho el amor de una manera maravillosa y ella lo había disfrutado más que nunca. Y si él no se había dado cuenta de que habían experimentado algo fantástico...
Lo miró a la cara.
–Es una broma, ¿verdad?
Él sonreía.
–Menuda sonrisa de suficiencia, señor Elton Kou. Tengo un montón de cosas con las que hacerte chantaje. ¿Te gustaría que tus ex compañeros criminales supieran que llevas ropa de travestí y que utilizas preservativos de sabores?
Él se puso serio.
–Sé que estás bromeando, Bombón, pero por favor date cuenta de que no le puedes hablar a nadie de mí. Nunca.
–Pero mis empleados te conocen. Y Blair...
Seiya frunció el ceño.
–Con los empleados no hay problema; estaba disfrazado y no me habían visto antes. En cuanto a Blair... Es demasiado lista. Tendré que hablar con ella para que mantenga la boca cerrada.
Serena se estremeció. Parecía tan tenso...
–Caramba. ¿Entonces qué vas a hacer para que no hable? ¿Matarme?
Se echó a reír, pero su risa no pudo disimular su recelo repentino.
–Yo no, Bombón –le dijo y le tomó la mano–. ¿No me conoces mejor que todo eso?
–Claro, pero está esta situación tuya. ¿No crees que sea mucho pedir que confíe en ti?
Él se puso de lado y apoyó la cabeza en el brazo.
–¿Y no confías en mí?
–¿Confiar en ti? –tragó saliva–. Supongo que sí.
Si después de acostarse con él dos veces no confiaba en él...
Buscó la sinceridad en su mirada. Se le daba demasiado bien disimular sus pensamientos, y en ese momento fue lo que hizo.
–¿Quieres decir que te arrepientes de haber hecho el amor conmigo?
–Arrepentirme, no. Sólo quiero tener cuidado.
Reflexionó sobre sus palabras, sopesando la satisfacción emocional con las circunstancias extrañas de su reunión.
–De acuerdo. No le hablaré a nadie de ti.
–Bajo ningún concepto.
–Sí, señor.
–Excepto si estás en peligro, en cuyo caso tienes que decir o hacer cualquier cosa para salvar tu vida.
La conversación no era muy alentadora.
–Crees que corro peligro si continuamos viéndonos, ¿verdad?
–Por eso he tenido cuidado. Pero seguramente no el suficiente.
Intentó no demostrar sus preocupaciones, pero una se le escapó.
–¿Crees que podremos tener alguna vez una relación normal?
Sorprendentemente, él no reaccionó mal. Incluso la abrazó.
–Eso espero.
Cerró los ojos.
–Y yo –susurró.
–Porque tengo una idea para la versión de hombre a mujer del caramelo que me gustaría probar contigo.
Se acurrucó junto a él, satisfecha con su respuesta. Seiya no había cambiado demasiado desde su adolescencia; estaba acostumbrado a guardarse sus sentimientos. Se preguntó cuánto le costaría reconocer que tal vez se estuvieran enamorando.
Por algo siempre me han gustado los caramelos... Y si son compartidos como lo hicieron Serena y Seiya, mejor aún jajaja.
Aunque ni todos los dulces del mundo cambiaran el hecho de que Diamante y Zafiro ya descubrieron en donde y con quien esta Seiya ¿Y ahora que va a pasar?
Ya lo sabremos en el siguiente capitulo.
Me despido por ahora esperando que les haya gustado el capítulo de hoy, como siempre, les pido que no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Muchos saludos para todos y ¡nos vemos en el proximo capitulo!
XOXO
Serenity
Serena apenas había recuperado la respiración. Habían hecho el amor de una manera maravillosa y ella lo había disfrutado más que nunca. Y si él no se había dado cuenta de que habían experimentado algo fantástico...
Lo miró a la cara.
–Es una broma, ¿verdad?
Él sonreía.
–Menuda sonrisa de suficiencia, señor Elton Kou. Tengo un montón de cosas con las que hacerte chantaje. ¿Te gustaría que tus ex compañeros criminales supieran que llevas ropa de travestí y que utilizas preservativos de sabores?
Él se puso serio.
–Sé que estás bromeando, Bombón, pero por favor date cuenta de que no le puedes hablar a nadie de mí. Nunca.
–Pero mis empleados te conocen. Y Blair...
Seiya frunció el ceño.
–Con los empleados no hay problema; estaba disfrazado y no me habían visto antes. En cuanto a Blair... Es demasiado lista. Tendré que hablar con ella para que mantenga la boca cerrada.
Serena se estremeció. Parecía tan tenso...
–Caramba. ¿Entonces qué vas a hacer para que no hable? ¿Matarme?
Se echó a reír, pero su risa no pudo disimular su recelo repentino.
–Yo no, Bombón –le dijo y le tomó la mano–. ¿No me conoces mejor que todo eso?
–Claro, pero está esta situación tuya. ¿No crees que sea mucho pedir que confíe en ti?
Él se puso de lado y apoyó la cabeza en el brazo.
–¿Y no confías en mí?
–¿Confiar en ti? –tragó saliva–. Supongo que sí.
Si después de acostarse con él dos veces no confiaba en él...
Buscó la sinceridad en su mirada. Se le daba demasiado bien disimular sus pensamientos, y en ese momento fue lo que hizo.
–¿Quieres decir que te arrepientes de haber hecho el amor conmigo?
–Arrepentirme, no. Sólo quiero tener cuidado.
Reflexionó sobre sus palabras, sopesando la satisfacción emocional con las circunstancias extrañas de su reunión.
–De acuerdo. No le hablaré a nadie de ti.
–Bajo ningún concepto.
–Sí, señor.
–Excepto si estás en peligro, en cuyo caso tienes que decir o hacer cualquier cosa para salvar tu vida.
La conversación no era muy alentadora.
–Crees que corro peligro si continuamos viéndonos, ¿verdad?
–Por eso he tenido cuidado. Pero seguramente no el suficiente.
Intentó no demostrar sus preocupaciones, pero una se le escapó.
–¿Crees que podremos tener alguna vez una relación normal?
Sorprendentemente, él no reaccionó mal. Incluso la abrazó.
–Eso espero.
Cerró los ojos.
–Y yo –susurró.
–Porque tengo una idea para la versión de hombre a mujer del caramelo que me gustaría probar contigo.
Se acurrucó junto a él, satisfecha con su respuesta. Seiya no había cambiado demasiado desde su adolescencia; estaba acostumbrado a guardarse sus sentimientos. Se preguntó cuánto le costaría reconocer que tal vez se estuvieran enamorando.
Por algo siempre me han gustado los caramelos... Y si son compartidos como lo hicieron Serena y Seiya, mejor aún jajaja.
Aunque ni todos los dulces del mundo cambiaran el hecho de que Diamante y Zafiro ya descubrieron en donde y con quien esta Seiya ¿Y ahora que va a pasar?
Ya lo sabremos en el siguiente capitulo.
Me despido por ahora esperando que les haya gustado el capítulo de hoy, como siempre, les pido que no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Muchos saludos para todos y ¡nos vemos en el proximo capitulo!
XOXO
Serenity
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
No puedo creer que ya vaya a terminar! Es que está tan buena! No quiero que termine :(
Amo a este Elton John jajaajja
Amo a este Elton John jajaajja
natu_rw- Sailor Inner Scout
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Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
Este capítulo me. Resulto x demás meloso jajaja será que tanto dulce lo provoco??? Jajaja muy buena idea la de serena no cabe duda que sabe sacarle provecho a lo que vende jajajaja lastima que se avecina el peligro, ojalá todo salga bien y ninguno resulte herido espero con ansia el sig capítulo, se que esto terminara pero nos traerás algo nuevo, tan bueno como siempre, un saludito!!
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
¡Hola!
¡Mil gracias a todas por sus comentarios! ¡Me alegra muchisimo que les haya gustado el capitulo anterior!
¡Espero que disfruten del capitulo de hoy!
Capitulo 8
A la mañana siguiente, después de prepararle un abundante desayuno, Seiya se empeñó en que salieran por la puerta de atrás del apartamento. Pero como él había dicho que tenían que tener cuidado, ella le siguió la corriente. Entonces la sorprendió de nuevo. En lugar de desaparecer como hacía normalmente, accedió a acompañarla a la tienda. No sabía si era por protegerla o por estar con ella, pero tampoco quiso preguntárselo. Mejor disfrutar de aquel ladrón de corazones mientras pudiera estar con él.
Después de ponerle un mandil de rayas blancas y naranjas para que le hiciera juego con el pelo, lo puso a trabajar detrás del mostrador. Seiya se compenetró enseguida con los demás empleados; hacía días que no lo veía tan de buen humor.
Aunque él le había advertido que no se le ocurriera pensar en nada para organizarle la vida, empezó a imaginar que le ofrecía un empleo. Eso de cambiar de vida estaba empezando a ser su especialidad, ¿o no?
Con la suya le había ido muy bien, si conseguía que Seiya no le rompiera el corazón.
Intentó quedarse en su despacho para terminar algo de trabajo atrasado. Pero siempre había algo de la tienda que acababa interrumpiendo su trabajo en el despacho; y con Seiya allí, no pudo resistirse. Se pasaron toda la tarde despachando golosinas, mientras una de sus empleadas, se ocupaba de la caja y de servir las bebidas, la otra chica que tenía allí, estaba en la parte de atrás, haciendo inventario y abriendo un pedido nuevo.
—¿Te diviertes? —le preguntó de pronto Serena.
Estaba esperando a que un par de chicas adolescentes decidieran qué golosinas querían comprar.
—¿Y a esto lo llamas trabajo?
—No te olvides del dolor de pies y de las ampollas —arrancó una tira de caramelos que le dio a un chico—. Despachar gominolas puede causar fractura de muñeca.
—Sí, claro.
—Te ofrezco seguro médico —le dijo mientras él atendía a las chicas—. Tienes un empleo cuando quieras.
Le echó una mirada pero no dijo nada. Era mediodía, y de pronto la tienda se llenó de oficinistas. Serena llamó a Lita y juntas despacharon golosinas como locas durante la hora siguiente.
Cuando dejó de entrar tanto público, Seiya parecía menos audaz. Serena le dijo que necesitaban un descanso, así que sirvió dos refrescos y se fueron al almacén. Se sentaron en sendas cajas de cartón, rodeados de estanterías llenas de cosas. En el techo había adhesivos brillantes y coloridos de distintas marcas de caramelos y golosinas.
—Estás acalorada —le dijo él.
—Te lo he dicho... Es un trabajo agotador.
Él se echó a reír.
—No es para tanto.
—No, pero es divertido, ¿verdad? Me encanta ver a los niños con la cara y las manos pegadas al escaparate, todos emocionados. Y es una risa cuando entra gente mayor y se emociona al ver que tenemos los caramelos que solían comer de pequeños y que no veían desde hacía años. Las golosinas le traen buenos recuerdos a mucha gente.
Seiya, que estaba sentado enfrente de ella, asintió.
—Eres una persona muy dulce, Bombón.
—Sé que no es algo tan importante como la medicina o la ciencia espacial. Supongo que no querrías ponerte un mandil y despachar caramelos toda tu vida, ¿eh?
—Se me ocurren trabajos peores.
Ella se puso seria.
—A mí me parece que podrías abandonar tu línea de trabajo cuando tú quisieras.
—Tienes razón —dijo inesperadamente con expresión distraída.
—¿Y bien?
—En cuanto acabe con este caso.
Serena frunció el ceño.
Él se enderezó como movido con un resorte.
—Me refería a un garito... —se calló de nuevo y resopló con fastidio—. Olvídate de lo que has oído.
Seiya estaba muy serio. Se pasó la mano nerviosamente por la cabeza y evitó su mirada.
El instinto le dijo que aquel hombre encerraba más misterios de los que había sospechado en un principio, pero no sabía qué sacar de las pistas.
Él volvió la cabeza con evidente frustración.
—Maldita sea, estoy perdiendo nervio.
—Eso le pasa a uno cuando viene al país del dulce —dijo Serena con una risilla nerviosa. Seiya golpeó su refresco contra la superficie de una caja.
—Esto no me funciona. Tengo que salir de aquí.
Ella no se atrevió a preguntarle. Estaba pensativa, cavilando sobre lo que él le había dicho, que bien pensado podría perfectamente ser algo que dijera un detective...
Él se levantó para marcharse, y entonces volvió y se acercó a ella. Ella levantó la vista. Entonces Seiya le agarró la cara con las dos manos y la besó con toda la dulzura y la emoción que no había estado ahí en su primer beso. Le cubrió las manos con las suyas, deseando desesperadamente prolongar el momento porque le pareció un adiós.
—Te quiero —le dijo en cuanto él empezó a retirarse—. Y creo que tal vez tú me quieras a mí.
—Ese es otro de mis errores —le dijo, y salió del almacén.
Ella apretó los puños y los dientes y cerró los ojos con fuerza. Cualquier cosa para conseguir controlar el miedo, la esperanza, la locura.
¡Mil gracias a todas por sus comentarios! ¡Me alegra muchisimo que les haya gustado el capitulo anterior!
¡Espero que disfruten del capitulo de hoy!
Capitulo 8
A la mañana siguiente, después de prepararle un abundante desayuno, Seiya se empeñó en que salieran por la puerta de atrás del apartamento. Pero como él había dicho que tenían que tener cuidado, ella le siguió la corriente. Entonces la sorprendió de nuevo. En lugar de desaparecer como hacía normalmente, accedió a acompañarla a la tienda. No sabía si era por protegerla o por estar con ella, pero tampoco quiso preguntárselo. Mejor disfrutar de aquel ladrón de corazones mientras pudiera estar con él.
Después de ponerle un mandil de rayas blancas y naranjas para que le hiciera juego con el pelo, lo puso a trabajar detrás del mostrador. Seiya se compenetró enseguida con los demás empleados; hacía días que no lo veía tan de buen humor.
Aunque él le había advertido que no se le ocurriera pensar en nada para organizarle la vida, empezó a imaginar que le ofrecía un empleo. Eso de cambiar de vida estaba empezando a ser su especialidad, ¿o no?
Con la suya le había ido muy bien, si conseguía que Seiya no le rompiera el corazón.
Intentó quedarse en su despacho para terminar algo de trabajo atrasado. Pero siempre había algo de la tienda que acababa interrumpiendo su trabajo en el despacho; y con Seiya allí, no pudo resistirse. Se pasaron toda la tarde despachando golosinas, mientras una de sus empleadas, se ocupaba de la caja y de servir las bebidas, la otra chica que tenía allí, estaba en la parte de atrás, haciendo inventario y abriendo un pedido nuevo.
—¿Te diviertes? —le preguntó de pronto Serena.
Estaba esperando a que un par de chicas adolescentes decidieran qué golosinas querían comprar.
—¿Y a esto lo llamas trabajo?
—No te olvides del dolor de pies y de las ampollas —arrancó una tira de caramelos que le dio a un chico—. Despachar gominolas puede causar fractura de muñeca.
—Sí, claro.
—Te ofrezco seguro médico —le dijo mientras él atendía a las chicas—. Tienes un empleo cuando quieras.
Le echó una mirada pero no dijo nada. Era mediodía, y de pronto la tienda se llenó de oficinistas. Serena llamó a Lita y juntas despacharon golosinas como locas durante la hora siguiente.
Cuando dejó de entrar tanto público, Seiya parecía menos audaz. Serena le dijo que necesitaban un descanso, así que sirvió dos refrescos y se fueron al almacén. Se sentaron en sendas cajas de cartón, rodeados de estanterías llenas de cosas. En el techo había adhesivos brillantes y coloridos de distintas marcas de caramelos y golosinas.
—Estás acalorada —le dijo él.
—Te lo he dicho... Es un trabajo agotador.
Él se echó a reír.
—No es para tanto.
—No, pero es divertido, ¿verdad? Me encanta ver a los niños con la cara y las manos pegadas al escaparate, todos emocionados. Y es una risa cuando entra gente mayor y se emociona al ver que tenemos los caramelos que solían comer de pequeños y que no veían desde hacía años. Las golosinas le traen buenos recuerdos a mucha gente.
Seiya, que estaba sentado enfrente de ella, asintió.
—Eres una persona muy dulce, Bombón.
—Sé que no es algo tan importante como la medicina o la ciencia espacial. Supongo que no querrías ponerte un mandil y despachar caramelos toda tu vida, ¿eh?
—Se me ocurren trabajos peores.
Ella se puso seria.
—A mí me parece que podrías abandonar tu línea de trabajo cuando tú quisieras.
—Tienes razón —dijo inesperadamente con expresión distraída.
—¿Y bien?
—En cuanto acabe con este caso.
Serena frunció el ceño.
Él se enderezó como movido con un resorte.
—Me refería a un garito... —se calló de nuevo y resopló con fastidio—. Olvídate de lo que has oído.
Seiya estaba muy serio. Se pasó la mano nerviosamente por la cabeza y evitó su mirada.
El instinto le dijo que aquel hombre encerraba más misterios de los que había sospechado en un principio, pero no sabía qué sacar de las pistas.
Él volvió la cabeza con evidente frustración.
—Maldita sea, estoy perdiendo nervio.
—Eso le pasa a uno cuando viene al país del dulce —dijo Serena con una risilla nerviosa. Seiya golpeó su refresco contra la superficie de una caja.
—Esto no me funciona. Tengo que salir de aquí.
Ella no se atrevió a preguntarle. Estaba pensativa, cavilando sobre lo que él le había dicho, que bien pensado podría perfectamente ser algo que dijera un detective...
Él se levantó para marcharse, y entonces volvió y se acercó a ella. Ella levantó la vista. Entonces Seiya le agarró la cara con las dos manos y la besó con toda la dulzura y la emoción que no había estado ahí en su primer beso. Le cubrió las manos con las suyas, deseando desesperadamente prolongar el momento porque le pareció un adiós.
—Te quiero —le dijo en cuanto él empezó a retirarse—. Y creo que tal vez tú me quieras a mí.
—Ese es otro de mis errores —le dijo, y salió del almacén.
Ella apretó los puños y los dientes y cerró los ojos con fuerza. Cualquier cosa para conseguir controlar el miedo, la esperanza, la locura.
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
—Estoy sin un quinto —dijo Jedite Pickles cuando Seiya finalmente consiguió alcanzar al mendigo en las canchas de baloncesto de la calle Delancey; le mostró una mano temblorosa—. ¿Lo ves? Necesito fumar.
Seiya sacó un billete de veinte dólares.
—Cómprate un sándwich de paso —le dijo, aunque sabía que no era probable; la nicotina no era la única adicción de Jedite—. ¿Seguiste al Gordo?
—No tengo buenas noticias —Jedite se frotó la nariz.
—Déjate de rollos. ¿Qué has descubierto?
—El hombre está reunido.
Seiya maldijo entre dientes. Cheney estaba finalmente moviéndose, y allí estaba él, entreteniéndose en una tienda de golosinas y dejando que una mujer del pasado le obnubilara la mente.
—¿Reuniéndose con quién?
—Con mucha gente. Con gente gorda.
—¿Te refieres a familia?
Había resultado muy difícil reunir pruebas en contra de Boris Cheney porque aquel tipo apenas hablaba con nadie. Diamante estaba más cercano a él, pero él y Rubeus seguían haciendo el trabajo sucio.
Jedite se rascó el sobaco.
—Mi madre necesita un aparato de aire acondicionado nuevo. Estuvo a punto de morirse cuando hubo la ola de calor.
—Ya.
Seiya no se molestó en discutir; simplemente le pasó otro billete.
Le quedaban menos de cincuenta dólares. Había tenido gastos, por ejemplo el de la camiseta y la cinta para el pelo que le había comprado a un vendedor ambulante. Sabía que Elton Kou no saldría de la Zona Este de la ciudad, de modo que se había puesto la camiseta encima de la otra y se había atado el pañuelo a la cabeza.
—¿Jedite... dónde fueron las reuniones? ¿Quiénes eran esas personas?
—Seguí el coche del Gordo como tú me dijiste. Diamante lo conducía. Fueron al centro recreativo de Grand Avenue.
—¿Estás seguro?
—Sí, sí, sí —Jedite asintió con la cabeza.
Seiya miró hacia las canchas que rodeaban las calles, donde había una actividad normal. Se arriesgaba mucho yendo allí. Pero tenía que terminar aquel caso antes de poner a Serena en peligro.
—Dímelo.
—Entré para echar un vistazo. El Gordo estaba en una reunión con un grupo de gente gorda. Algunos de ellos eran como elefantes.
—Jedite, bobo. Era una de esas reuniones que hacen la gente obesa para perder peso.
—Sí, sí, lo sé. Comelones Anónimos. Me dijiste que vigilara al Gordo, y eso fue lo que hice.
Seiya contó hasta diez antes de hablar.
—Devuélveme el dinero —sacó una mano y agarró a Jedite del cuello de la camisa—. No me interesa el problema de peso de ese hombre.
—¡Eh, espera! Tengo más.
—Espero que sea bueno.
—Lo oí esta mañana cuando entré en O'Shaughnessey's para tomar un trago. ¿Conoces a Alan? ¿El hombre a quien El Gordo arruinó?
Seiya lo soltó.
—Sí.
—Esto salió porque Rubeus está seduciendo a la hermana de Alan. Anoche Rubeus le estuvo contando a la chica cómo te localizaron en casa de una chica. Te tienen, hombre. Saben dónde te has estado escondiendo.
—Eso es imposible —respondió Seiya-. Habrían ido por mí.
Jedite se encogió de hombros.
—Lo único que sé es lo que oí; algo de una reunión de instituto —se echó a reír mientras retrocedía—. Me alegro de no estar en tu piel. Te vas a arrepentir de haber engañado al Gordo.
Seiya sacó un billete de veinte dólares.
—Cómprate un sándwich de paso —le dijo, aunque sabía que no era probable; la nicotina no era la única adicción de Jedite—. ¿Seguiste al Gordo?
—No tengo buenas noticias —Jedite se frotó la nariz.
—Déjate de rollos. ¿Qué has descubierto?
—El hombre está reunido.
Seiya maldijo entre dientes. Cheney estaba finalmente moviéndose, y allí estaba él, entreteniéndose en una tienda de golosinas y dejando que una mujer del pasado le obnubilara la mente.
—¿Reuniéndose con quién?
—Con mucha gente. Con gente gorda.
—¿Te refieres a familia?
Había resultado muy difícil reunir pruebas en contra de Boris Cheney porque aquel tipo apenas hablaba con nadie. Diamante estaba más cercano a él, pero él y Rubeus seguían haciendo el trabajo sucio.
Jedite se rascó el sobaco.
—Mi madre necesita un aparato de aire acondicionado nuevo. Estuvo a punto de morirse cuando hubo la ola de calor.
—Ya.
Seiya no se molestó en discutir; simplemente le pasó otro billete.
Le quedaban menos de cincuenta dólares. Había tenido gastos, por ejemplo el de la camiseta y la cinta para el pelo que le había comprado a un vendedor ambulante. Sabía que Elton Kou no saldría de la Zona Este de la ciudad, de modo que se había puesto la camiseta encima de la otra y se había atado el pañuelo a la cabeza.
—¿Jedite... dónde fueron las reuniones? ¿Quiénes eran esas personas?
—Seguí el coche del Gordo como tú me dijiste. Diamante lo conducía. Fueron al centro recreativo de Grand Avenue.
—¿Estás seguro?
—Sí, sí, sí —Jedite asintió con la cabeza.
Seiya miró hacia las canchas que rodeaban las calles, donde había una actividad normal. Se arriesgaba mucho yendo allí. Pero tenía que terminar aquel caso antes de poner a Serena en peligro.
—Dímelo.
—Entré para echar un vistazo. El Gordo estaba en una reunión con un grupo de gente gorda. Algunos de ellos eran como elefantes.
—Jedite, bobo. Era una de esas reuniones que hacen la gente obesa para perder peso.
—Sí, sí, lo sé. Comelones Anónimos. Me dijiste que vigilara al Gordo, y eso fue lo que hice.
Seiya contó hasta diez antes de hablar.
—Devuélveme el dinero —sacó una mano y agarró a Jedite del cuello de la camisa—. No me interesa el problema de peso de ese hombre.
—¡Eh, espera! Tengo más.
—Espero que sea bueno.
—Lo oí esta mañana cuando entré en O'Shaughnessey's para tomar un trago. ¿Conoces a Alan? ¿El hombre a quien El Gordo arruinó?
Seiya lo soltó.
—Sí.
—Esto salió porque Rubeus está seduciendo a la hermana de Alan. Anoche Rubeus le estuvo contando a la chica cómo te localizaron en casa de una chica. Te tienen, hombre. Saben dónde te has estado escondiendo.
—Eso es imposible —respondió Seiya-. Habrían ido por mí.
Jedite se encogió de hombros.
—Lo único que sé es lo que oí; algo de una reunión de instituto —se echó a reír mientras retrocedía—. Me alegro de no estar en tu piel. Te vas a arrepentir de haber engañado al Gordo.
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
Serena debía dejar el anillo de compromiso en Decadencia de regreso a casa, pero lo había dejado metido en el calcetín esa mañana. Llamó a Yaten por teléfono y quedó con él a la mañana siguiente, cuando él tenía pensado proponer a Mina en matrimonio.
Con la esperanza de que Seiya se presentara, Serena se quedó en la tienda todo el tiempo que le pareció razonable; después quince minutos más. Finalmente, decidió que era demasiado tarde para caminar, y como evitaba tomar el metro de noche, tomó un taxi a casa.
—Al principio fue divertido —empezó a decirle al taxista—. Pero ahora la emoción se está pasando.
—Eso siempre ocurre —dijo el hombre mientras le echaba una mirada comprensiva por el retrovisor.
Se mordió el labio. No era el sexo; eso le resultaba tan emocionante y estupendo que no se imaginó que pudiera cansarse de ello. Pero la incertidumbre...
—¿Qué tiene de malo que a una le guste la estabilidad? —le dijo al taxista—. Así soy yo. Quiero un hogar feliz al que regresar cada noche. Claro, sería perfecto si hubiera también un hombre, pero no tengo tal necesidad como para aceptar cualquier cosa que me dé Seiya sólo porque me haya enamorado de él de los pies a la cabeza. Ya fui su alfombra una vez. Tengo mis límites, ¿sabe?
—Mmm.
¿Cuáles eran sus límites?
Para empezar, infringir las leyes. Mentir, incluso mentiras por omisión. ¿Entonces por qué había estado ayudando e induciendo a un criminal? ¿Porque la hubiera besado hasta hacerle perder el sentido?
—¿Pero cómo es que no tengo calambres en el estómago? Cada vez que hago algo malo, me pongo mala de pesar. Esta vez... nada. ¿Puede ser que mi instinto sepa algo que mi cabeza no sabe sobre Seiya Kou?
Caramba. Tal vez fuera cierto.
El taxi había llegado a la manzana donde estaba su edificio, que ella señaló al taxista. Mientras sacaba la cartera el hombre volvió la cabeza y le dijo:
—Siempre le digo a mi hija que siga los dictados de su corazón. Por supuesto, eso lo saqué de una novela rosa que leí hace tiempo.
Serena lo miró con sorpresa. Era la primera vez que un taxista le ofrecía consejo.
—Gracias —le dijo mientras le entregaba el importe y una sustanciosa propina—. Muchas gracias.
Una de las vecinas de Serena llegó en ese momento al portal con su perro, un galgo llamado Chin Chin. Mientras la vecina abría el portal, Serena volvió la cabeza para ver si había algún Buick aparcado por allí. El único coche que le llamó la atención fue un Caddy grande de color blanco aparcado unos portales más allá. Tenía las lunas tintadas, pero distinguió una figura voluminosa en el asiento trasero. La solitaria figura la hizo estremecerse.
—Chin Chin lleva toda la noche comportándose de un modo extraño —dijo la vecina mientras accedían al vestíbulo.
El galgo soltó un ladrido agudo y tiró de la correa, intentando acercarse a la puerta del apartamento de Serena.
Chin Chin era un perro nervioso, pero Serena sonrió y le acarició la cabeza.
—Que tengas una buena noche —le dijo a la vecina mientras esta tiraba del perro para subir las escaleras.
Cuando metió la llave en la cerradura, le pareció que el pomo de la puerta estaba flojo. Lo giró y la puerta se abrió. Vaya...
El apartamento estaba a oscuras. Sintió que no había nadie, pero le pareció también como si alguien hubiera entrado allí.
—¿Seiya? —susurró de pie a la puerta.
Encendió la luz del vestíbulo. Desde allí le pareció que todo estaba en su sitio.
Sacó el móvil del bolso, lista para llamar a la policía a la primera señal de alarma, y avanzó por el pasillo. Vaciló un momento antes de cerrar la puerta de entrada, pero finalmente lo hizo, aunque no echó el cerrojo por si tenía que escapar a toda prisa. A lo mejor había olvidado echarlo esa mañana después de despedir a Blair. Como habían salido por la puerta de atrás podía ser que lo hubiera olvidado.
—¿Hay alguien? —dijo mientras avanzaba con cautela.
Echó una mirada en la cocina y, fue suficiente. Todos los armarios y cajones estaban abiertos y los contenidos desparramados por el suelo. Volvió la cabeza hacia la derecha, al salón, y vio el mismo panorama. Cuando buscó con la mirada su teléfono inalámbrico, vio unos pies que sobresalían del sofá. Unos pies de hombre.
—¡Seiya! —gritó mientras dejaba todo en el suelo y corría hacia el sofá—. Por favor, Dios... —cuando se plantó delante del que estaba allí tumbado, vio que no era Seiya, sino Darién Chiba—. ¡Darién! —gritó—. ¿Estás... ?
Le buscó el pulso bajo la gruesa cadena del reloj de pulsera. Nada. Tenía la camisa cerrada y la corbata anudada, y Serena le tiró de la corbata y le buscó el pulso en la arteria carótida. Ah, tenía pulso.
—Gracias a Dios.
No había signos claros de violencia, tan solo un montón de rosas caídas sobre su figura desfallecida. Su primer pensamiento fue que debía de haber llegado con más flores y sorprendido a algún ladrón.
—¿Darién? Soy yo, Serena. ¿Me oyes?
El gimió. Le temblaron los párpados.
—No te muevas. Voy a pedir ayuda.
Darién le agarró la mano cuando fue a levantarse. Levantó la cabeza.
—La tengo...
Ella le sujetó la cabeza y sintió un bulto grande.
—¿Qué, Darién? No...
Emitió un sonido inteligible y cerró los ojos de nuevo. Estaba pálido, pero el pulso le latía con normalidad. Serena le dijo que se quedara allí y fue a buscar el teléfono.
El destrozo en su apartamento la distrajo. Habían abierto todos los cajones y tirado el contenido de todos los estantes al suelo. Había varios jarrones hechos añicos en el suelo, libros tirados y los cojines del sofá abiertos en canal.
Ella no tenía muchas cosas de valor monetario, pero tenía el anillo de la abuela cuyo valor era sentimental. Entró en la habitación. El joyero estaba abierto y vio que el collar de perlas había desaparecido, pero eso no le importó. Se volvió hacia la cómoda, cuyos cajones estaban también totalmente abiertos. Cerró el de la ropa interior y metió la mano en el de los calcetines. Encontró enseguida el par de calcetines de lana blancos, sólo que ya no estaban juntos. El intruso que hubiera entrado allí los había separado.
Y se había llevado el anillo.
Los calcetines vacíos se le cayeron de las manos. Se dijo que debía pensar en Darién y abandonar la búsqueda. Descolgó el teléfono del dormitorio y marcó el número de emergencias; le dio a la operadora su dirección y explicó lo que había pasado mientras regresaba al salón y a Darién, que seguía tumbado y en ese momento se estaba quejando.
Entonces sonó el timbre de la puerta. Demasiado pronto para la ambulancia, de modo que se acercó con recelo y acercó el ojo a la mirilla. La cara de Blair.
Serena abrió la puerta.
—¡Dios mío, Blair! Necesito tu ayuda. Han entrado a robar y Dar...
—Lo siento —gritó Blair al ser empujada por la puerta al vestíbulo, con la cabeza torcida de mala manera. Había dos hombres pegados a ella, y uno de ellos la tenía agarrada por el cabello.
—Oí a Darién en tu puerta y...
—Cállate —el más alto le dio un tiró del pelo, y Blair hizo una mueca de dolor, toda llorosa.
Serena retrocedió lentamente. Reconoció a los dos hombres, que eran los que habían estado persiguiendo a Seiya.
—Seiya —se le quebró la voz, pero tragó saliva y subió el tono—. Seiya no está aquí.
—Seiya no es mi preocupación principal —dijo Diamante, que las apuntó con una pistola, primero a Blair y después a Serena—. Quiero el rubí.
—No tengo ni idea de lo que está hablando —respondió Serena mientras se encogía por dentro.
Era una mentirosa nefasta; seguramente la verdad se le notaba en la cara.
—Yo creo que sí. Sabemos que Seiya ha estado aquí unos días. Yo mismo lo vi, y la pelirroja finalmente lo ha confesado —Diamante avanzó hacia Serena con los ojos entrecerrados—. Estoy seguro de que te puedo hacer hablar a ti también.
Se armó de valor y entrecerró los ojos mientras alzaba la barbilla.
—Supongo que sí, pero le llevará un tiempo, y ya he llamado a la policía. Vendrán con una ambulancia de un momento a otro.
—Te dije que teníamos que haberla sorprendido en la puerta —le dijo el otro.
Diamante apuntó a Serena en el brazo y después en la mano con el cañón de la pistola.
—¿Eh, chica, tienes el rubí?
Ella le mostró las manos.
—No. Ya me han quitado todos mis objetos de valor; y quiero que me los devuelvan. Me han robado el diamante de mi abuela.
—¿Rubeus, le has quitado un anillo de diamante?
Él se echó a reír.
—Yo no. Tal vez haya sido Seiya.
—Te digo una cosa —dijo Diamante, tan cerca de Serena que percibió el aroma dulzón de su perfume—. Dime dónde está el rubí y yo seré bueno a cambio. Obligaré a Seiya a que te devuelva el anillo.
Se oyó el ruido de unas sirenas. Aunque era muy común en la ciudad, Rubeus se puso nervioso.
—Tenemos que salir de aquí —dijo mientras le tiraba a Blair del pelo en dirección a la puerta.
Ella pegó un grito, agarrándose el cabello.
—De acuerdo —dijo Serena, que no quería que las mataran ni a Blair ni a ella—. Les diré dónde está el rubí si nos dejan en paz.
Diamante esbozó una sonrisa seca.
—Me lo pensaré. Pero primero habla. ¿Dónde ha puesto Seiya el rubí?
Serena se estrujó el cerebro, intentando imaginar algún sitio plausible. Lo único que se le ocurrió fue el único otro sitio donde Seiya y ella habían estado juntos aparte de su apartamento.
Tal vez pudiera llegar y rescatarlas.
—En La Cosita Más Dulce, mi tienda de golosinas.
Con la esperanza de que Seiya se presentara, Serena se quedó en la tienda todo el tiempo que le pareció razonable; después quince minutos más. Finalmente, decidió que era demasiado tarde para caminar, y como evitaba tomar el metro de noche, tomó un taxi a casa.
—Al principio fue divertido —empezó a decirle al taxista—. Pero ahora la emoción se está pasando.
—Eso siempre ocurre —dijo el hombre mientras le echaba una mirada comprensiva por el retrovisor.
Se mordió el labio. No era el sexo; eso le resultaba tan emocionante y estupendo que no se imaginó que pudiera cansarse de ello. Pero la incertidumbre...
—¿Qué tiene de malo que a una le guste la estabilidad? —le dijo al taxista—. Así soy yo. Quiero un hogar feliz al que regresar cada noche. Claro, sería perfecto si hubiera también un hombre, pero no tengo tal necesidad como para aceptar cualquier cosa que me dé Seiya sólo porque me haya enamorado de él de los pies a la cabeza. Ya fui su alfombra una vez. Tengo mis límites, ¿sabe?
—Mmm.
¿Cuáles eran sus límites?
Para empezar, infringir las leyes. Mentir, incluso mentiras por omisión. ¿Entonces por qué había estado ayudando e induciendo a un criminal? ¿Porque la hubiera besado hasta hacerle perder el sentido?
—¿Pero cómo es que no tengo calambres en el estómago? Cada vez que hago algo malo, me pongo mala de pesar. Esta vez... nada. ¿Puede ser que mi instinto sepa algo que mi cabeza no sabe sobre Seiya Kou?
Caramba. Tal vez fuera cierto.
El taxi había llegado a la manzana donde estaba su edificio, que ella señaló al taxista. Mientras sacaba la cartera el hombre volvió la cabeza y le dijo:
—Siempre le digo a mi hija que siga los dictados de su corazón. Por supuesto, eso lo saqué de una novela rosa que leí hace tiempo.
Serena lo miró con sorpresa. Era la primera vez que un taxista le ofrecía consejo.
—Gracias —le dijo mientras le entregaba el importe y una sustanciosa propina—. Muchas gracias.
Una de las vecinas de Serena llegó en ese momento al portal con su perro, un galgo llamado Chin Chin. Mientras la vecina abría el portal, Serena volvió la cabeza para ver si había algún Buick aparcado por allí. El único coche que le llamó la atención fue un Caddy grande de color blanco aparcado unos portales más allá. Tenía las lunas tintadas, pero distinguió una figura voluminosa en el asiento trasero. La solitaria figura la hizo estremecerse.
—Chin Chin lleva toda la noche comportándose de un modo extraño —dijo la vecina mientras accedían al vestíbulo.
El galgo soltó un ladrido agudo y tiró de la correa, intentando acercarse a la puerta del apartamento de Serena.
Chin Chin era un perro nervioso, pero Serena sonrió y le acarició la cabeza.
—Que tengas una buena noche —le dijo a la vecina mientras esta tiraba del perro para subir las escaleras.
Cuando metió la llave en la cerradura, le pareció que el pomo de la puerta estaba flojo. Lo giró y la puerta se abrió. Vaya...
El apartamento estaba a oscuras. Sintió que no había nadie, pero le pareció también como si alguien hubiera entrado allí.
—¿Seiya? —susurró de pie a la puerta.
Encendió la luz del vestíbulo. Desde allí le pareció que todo estaba en su sitio.
Sacó el móvil del bolso, lista para llamar a la policía a la primera señal de alarma, y avanzó por el pasillo. Vaciló un momento antes de cerrar la puerta de entrada, pero finalmente lo hizo, aunque no echó el cerrojo por si tenía que escapar a toda prisa. A lo mejor había olvidado echarlo esa mañana después de despedir a Blair. Como habían salido por la puerta de atrás podía ser que lo hubiera olvidado.
—¿Hay alguien? —dijo mientras avanzaba con cautela.
Echó una mirada en la cocina y, fue suficiente. Todos los armarios y cajones estaban abiertos y los contenidos desparramados por el suelo. Volvió la cabeza hacia la derecha, al salón, y vio el mismo panorama. Cuando buscó con la mirada su teléfono inalámbrico, vio unos pies que sobresalían del sofá. Unos pies de hombre.
—¡Seiya! —gritó mientras dejaba todo en el suelo y corría hacia el sofá—. Por favor, Dios... —cuando se plantó delante del que estaba allí tumbado, vio que no era Seiya, sino Darién Chiba—. ¡Darién! —gritó—. ¿Estás... ?
Le buscó el pulso bajo la gruesa cadena del reloj de pulsera. Nada. Tenía la camisa cerrada y la corbata anudada, y Serena le tiró de la corbata y le buscó el pulso en la arteria carótida. Ah, tenía pulso.
—Gracias a Dios.
No había signos claros de violencia, tan solo un montón de rosas caídas sobre su figura desfallecida. Su primer pensamiento fue que debía de haber llegado con más flores y sorprendido a algún ladrón.
—¿Darién? Soy yo, Serena. ¿Me oyes?
El gimió. Le temblaron los párpados.
—No te muevas. Voy a pedir ayuda.
Darién le agarró la mano cuando fue a levantarse. Levantó la cabeza.
—La tengo...
Ella le sujetó la cabeza y sintió un bulto grande.
—¿Qué, Darién? No...
Emitió un sonido inteligible y cerró los ojos de nuevo. Estaba pálido, pero el pulso le latía con normalidad. Serena le dijo que se quedara allí y fue a buscar el teléfono.
El destrozo en su apartamento la distrajo. Habían abierto todos los cajones y tirado el contenido de todos los estantes al suelo. Había varios jarrones hechos añicos en el suelo, libros tirados y los cojines del sofá abiertos en canal.
Ella no tenía muchas cosas de valor monetario, pero tenía el anillo de la abuela cuyo valor era sentimental. Entró en la habitación. El joyero estaba abierto y vio que el collar de perlas había desaparecido, pero eso no le importó. Se volvió hacia la cómoda, cuyos cajones estaban también totalmente abiertos. Cerró el de la ropa interior y metió la mano en el de los calcetines. Encontró enseguida el par de calcetines de lana blancos, sólo que ya no estaban juntos. El intruso que hubiera entrado allí los había separado.
Y se había llevado el anillo.
Los calcetines vacíos se le cayeron de las manos. Se dijo que debía pensar en Darién y abandonar la búsqueda. Descolgó el teléfono del dormitorio y marcó el número de emergencias; le dio a la operadora su dirección y explicó lo que había pasado mientras regresaba al salón y a Darién, que seguía tumbado y en ese momento se estaba quejando.
Entonces sonó el timbre de la puerta. Demasiado pronto para la ambulancia, de modo que se acercó con recelo y acercó el ojo a la mirilla. La cara de Blair.
Serena abrió la puerta.
—¡Dios mío, Blair! Necesito tu ayuda. Han entrado a robar y Dar...
—Lo siento —gritó Blair al ser empujada por la puerta al vestíbulo, con la cabeza torcida de mala manera. Había dos hombres pegados a ella, y uno de ellos la tenía agarrada por el cabello.
—Oí a Darién en tu puerta y...
—Cállate —el más alto le dio un tiró del pelo, y Blair hizo una mueca de dolor, toda llorosa.
Serena retrocedió lentamente. Reconoció a los dos hombres, que eran los que habían estado persiguiendo a Seiya.
—Seiya —se le quebró la voz, pero tragó saliva y subió el tono—. Seiya no está aquí.
—Seiya no es mi preocupación principal —dijo Diamante, que las apuntó con una pistola, primero a Blair y después a Serena—. Quiero el rubí.
—No tengo ni idea de lo que está hablando —respondió Serena mientras se encogía por dentro.
Era una mentirosa nefasta; seguramente la verdad se le notaba en la cara.
—Yo creo que sí. Sabemos que Seiya ha estado aquí unos días. Yo mismo lo vi, y la pelirroja finalmente lo ha confesado —Diamante avanzó hacia Serena con los ojos entrecerrados—. Estoy seguro de que te puedo hacer hablar a ti también.
Se armó de valor y entrecerró los ojos mientras alzaba la barbilla.
—Supongo que sí, pero le llevará un tiempo, y ya he llamado a la policía. Vendrán con una ambulancia de un momento a otro.
—Te dije que teníamos que haberla sorprendido en la puerta —le dijo el otro.
Diamante apuntó a Serena en el brazo y después en la mano con el cañón de la pistola.
—¿Eh, chica, tienes el rubí?
Ella le mostró las manos.
—No. Ya me han quitado todos mis objetos de valor; y quiero que me los devuelvan. Me han robado el diamante de mi abuela.
—¿Rubeus, le has quitado un anillo de diamante?
Él se echó a reír.
—Yo no. Tal vez haya sido Seiya.
—Te digo una cosa —dijo Diamante, tan cerca de Serena que percibió el aroma dulzón de su perfume—. Dime dónde está el rubí y yo seré bueno a cambio. Obligaré a Seiya a que te devuelva el anillo.
Se oyó el ruido de unas sirenas. Aunque era muy común en la ciudad, Rubeus se puso nervioso.
—Tenemos que salir de aquí —dijo mientras le tiraba a Blair del pelo en dirección a la puerta.
Ella pegó un grito, agarrándose el cabello.
—De acuerdo —dijo Serena, que no quería que las mataran ni a Blair ni a ella—. Les diré dónde está el rubí si nos dejan en paz.
Diamante esbozó una sonrisa seca.
—Me lo pensaré. Pero primero habla. ¿Dónde ha puesto Seiya el rubí?
Serena se estrujó el cerebro, intentando imaginar algún sitio plausible. Lo único que se le ocurrió fue el único otro sitio donde Seiya y ella habían estado juntos aparte de su apartamento.
Tal vez pudiera llegar y rescatarlas.
—En La Cosita Más Dulce, mi tienda de golosinas.
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
Seiya tuvo suerte. Pasó por la habitación que tenía alquilada y vio que la habían vuelto patas arriba, pero que no habían encontrado su escondrijo. De allí sacó otro documento de identidad, un arma, munición, su placa y unas esposas. Podía volver al trabajo.
Desde el taxi llamó a Taiki, que a su vez llamó a comisaría y le dijo que un coche de policía y una ambulancia habían acudido a casa de Serena, en Chelsea. Por un momento Seiya se quedó helado. Entonces Taiki le dijo que la ambulancia estaba sacando a un hombre herido del apartamento. No había rastro de Serena, aunque según el testimonio de una de las vecinas la había visto llegar a casa del trabajo.
De pronto tuvo un presentimiento y le pidió al taxista que lo dejara en el Village. Si no estaba en la tienda, perseguiría a Cheney hasta dar con ella.
La mayoría de las tiendas cercanas a la de Serena habían cerrado ya, pero había gente por la calle y un poco de tráfico, con lo que Seiya salió del taxi sin llamar la atención y se acercó a la tienda.
Un Caddy blanco estaba aparcado junto a la acera un poco más abajo. Cheney estaba sentado en el asiento trasero, tan tranquilo y rotundo como un Buda sonriente. En La Cosita Más Dulce las luces estaban encendidas, y Seiya vio varias figuras que se movían en su interior.
O bien arrestaba a Cheney y se arriesgaba a alertar a los que estuvieran dentro, o dejaba escapar a Cheney y se centraba en rescatar a Serena.
El móvil empezó a sonar, pero lo cortó. Si Taiki supiera que iba a hacer aquello solo se pondría hecho una furia. No importaba. Si pedía refuerzos, la policía de Nueva York llegaría haciendo ruido y crearía un caos de una situación que tal vez pudiera controlar él solo.
Esperó a que pasara un grupo de peatones por delante de la tienda antes de arriesgarse a correr hasta la puerta. Tal vez Cheney lo hubiera visto, pero eso no podía ya evitarlo.
Seiya iba pensando en volar la cerradura de un tiro, pero cuando empujó la puerta de cristal vio que estaba abierta. Vio a Diamante dentro de la tienda con la pistola en alto. Serena señalaba las latas y bolsas de golosinas y caramelos.
Seiya recitó una oración para sus adentros, empujó la puerta y entró en la tienda con la misma naturalidad como si fuera a comprar una bolsa de gominolas.
—¡Yo te diré dónde está el rubí! —gritó Seiya para que todos lo oyeran.
Serena emitió un grito entrecortado.
Diamante apuntó el arma hacia Seiya.
—¿Bueno, bueno, a quién tenemos aquí? —Diamante miró a Seiya a los ojos—. Seiya, o como te llames —se acercó a él pero mantuvo la distancia, sin dejar de apuntarlo—. Dame el rubí que le quitaste al jefe y nos largaremos.
Seiya se encogió de hombros.
—De acuerdo. Puedes llevarte el rubí.
—Bien dicho. Dime dónde está —Diamante le hizo un gesto a Seiya para que entrara en la tienda—. Rubeus, vigila a estas dos. Si Seiya intenta algo, ya sabes lo que tienes que hacer.
Rubeus agarró a Blair del cuello y tiró de ella.
—Claro que sí.
Seiya miró a Serena al pasar junto a ella, pero ella no supo si le estaba diciendo algo con la mirada. Supuso que si podía debía desarmar a Rubeus. ¿Pero con qué?
—Está arriba —dijo Seiya.
Diamante lo siguió por la escalera de caracol.
—¿Pero qué diablos es esto? —dijo mientras levantaba la cabeza hacia las columnas llenas de caramelos que llegaban hasta el techo—. ¿Dónde?
—Ahí dentro. Lo dejé caer dentro por la trampilla de la parte superior. Claro que a lo mejor se ha resbalado y ha caído más abajo.
—Hijo de perra. Será mejor que no me engañes.
Serena los siguió con la mirada. Seiya estaba diciendo la verdad. De pronto se acordó del día en que lo había llevado allí por primera vez; él se había interesado por las columnas. Cuando ella había salido de su despacho después de contestar el teléfono, había visto la trampilla abierta y a él poniéndose la bota.
Diamante se inclinó sobre la barandilla.
—Rubeus, tú y las chicas miren desde ahí abajo. Empieza a vaciarla si es necesario.
—Eso no funcionará —dijo Serena—. Necesitaríamos muchas monedas de veinticinco centavos.
—Es como una máquina de caramelos gigantesca —dijo Rubeus.
Diamante le había hecho una señal a Seiya para que levantara la trampilla. Serena le miró la cara cuando él se inclinó sobre la barandilla y metió las manos en la columna de caramelos para encontrar el rubí.
—Necesitamos algo para sacar los caramelos.
Diamante fue al despacho de Serena y salió con la bandeja donde ella dejaba el correo y se la dio a Seiya. Este empezó a sacar caramelos con la bandeja a modo de pala y empezó a vaciar el contenido en el suelo. Diamante iba echando a un lado con el pie los caramelos, que rodaron en todas las direcciones; algunos de ellos cayeron al primer piso y se partieron al chocar contra el suelo.
—Creo que lo tengo —dijo Seiya mientras se estiraba lo más posible para alcanzar los caramelos.
Tenía medio cuerpo inclinado sobre la barandilla, agarrado a ella mientras se estiraba para llegar lo más posible a la torre de caramelos.
Diamante se acercó para verlo mejor.
—No... llego...
Serena retrocedió unos pasos para ver mejor. Sabía que tenía que estar lista para actuar cuando Seiya lo hiciera.
Se retiró.
—Lo siento, no he podido alcanzarlo. El rubí está ahí, pero no llego.
—Yo lo haré —Diamante empujó a Seiya a un lado; entonces frunció el ceño y lo miró—. No intentes nada o ni tú ni tus amiguitas van a contarlo. ¿Rubeus, estás vigilándolas?
Rubeus volvió la cabeza hacia Serena y Blair, que estaban medio abrazadas, aparentemente tan mansas como un cordero.
Serena le dio a Blair un apretón en el brazo e intentó hacerle una señal. Mientras tanto Diamante había metido el brazo en los caramelos y los removía a medida que el brazo llegaba más abajo. Seiya se asomó a la columna de plexiglás, urgiendo al otro hombre a que continuara.
—Está ahí... sólo a unos centímetros más... sigue intentándolo...
—¡Ahh! —gritó de pronto Diamante.
Serena alzó la vista. Seiya había empujado a Diamante. Tenía la cabeza y los brazos atrapados dentro de la columna y parecía que no podía hacer nada para salir de allí.
Un ruido seco agitó la columna. Seiya gritó en el mismo momento.
Al principio Serena pensó que se había rajado. Pero la alarma en la voz de Seiya le hizo darse cuenta de que Diamante había disparado dentro de la columna de caramelos.
Rubeus se apartó de la columna de un salto. Entonces pisó uno de los caramelos, perdió el equilibrio y cayó al suelo golpeándose en el codo. El golpe hizo que su pistola saliera disparada.
Serena y Blair corrieron por ella, pero también lo hizo Rubeus. Se lanzó y terminó encima de ellas justo en el mismo momento en que Blair atrapaba la pistola. Serena se quedó sin aliento del golpe.
—¡Perra! —Rubeus le agarró la mano a Blair con violencia; con la otra le aplastó la cara contra el suelo.
—¡Policía! —gritó Seiya desde el balcón—. ¡Alto!
Los tres miraron hacia arriba. Diamante estaba esposado a la barandilla, escupiendo y maldiciendo. Seiya bajaba por las escaleras, agarrando la pistola con ambas manos y apuntando a Rubeus.
—Blair, Serena, quítense de en medio.
Serena se retiró, deslizándose con el trasero. Blair estaba demasiado enzarzada con el ladrón como para poder moverse. Cuando Rubeus se dio cuenta, le echó un brazo a la cintura y se giró de lado, utilizándola de escudo.
—¡No te muevas! —gritó Seiya desde el pie de las escaleras.
—No deberías disparar a una mujer —dijo Rubeus, aun intentando arrebatarle el arma a Blair.
—¿Ah, sí? —se burló Seiya—. Bueno, esta es un travestí. En otras palabras, es un hombre.
Rubeus, asustado al verse allí tumbado y abrazado a la cintura de un travestí, se quedó inmóvil un instante.
Seiya aprovechó para avanzar y plantó el pie embotado sobre la muñeca del criminal. Y sin perder ni un momento le asestó un golpe en la parte de atrás de la cabeza.
—Quédate dónde estás, Rubeus.
Blair rodó toda llorosa hacia donde estaba Serena, que automáticamente consoló a su amiga, mientras miraba a Seiya con asombro.
—¿Eres policía?
—Sí —la miró pero no perdió la compostura, allí de pie sobre Rubeus mientras las sirenas de los coches de policía inundaban las calles. Se oyeron varios frenazos y vieron el reflejo de las luces de los coches patrulla a través de las ventanas.
—No me lo creo —Serena había estado perdida, pero jamás hubiera imaginado que fuera policía—. Entonces esa es tu pistola.
Él sonrió. Pero no pudo contestar porque en ese momento un grupo de agentes de policía entró en la tienda empuñando sus armas. Seiya puso el seguro de su pistola y levantó las manos mientras los policías se echaban encima de él y de Rubeus.
Seiya gritaba que era policía, y eso fue lo último que Serena le oyó decir.
Dos policías llevaron a Blair al hospital para que le hicieran pruebas por el golpe que Rubeus le había dado en la cabeza. Serena la acompañó, además de dos policías que la interrogaron a fondo en una sala de espera vacía. Ella les contó todo, desde la aparición de Seiya a la puerta de su casa, hasta el incidente en su tienda. Ellos no le confirmaron que fuera policía, pero ella sintió que era así.
Finalmente salió un médico y le dijo que Blair tenía un esguince de muñeca y una leve contusión en la cabeza. Nada serio, pero que tendría que permanecer esa noche en observación.
Tras unas palabras de consuelo, a Serena la llevó a casa un agente de policía muy amable que incluso entró con ella y encendió las luces. Cuando el policía vio cómo estaba su apartamento, donde ya había estado la policía recogiendo pruebas, se ofreció a llevarla a un hotel o a casa de algún familiar.
Serena decidió quedarse allí, y le dio las gracias. Cuando se marchó el policía, cerró bien la puerta y dio una vuelta por su casa. Ya no era el paraíso que había sido; claro que había dejado de serlo desde que había llegado Seiya y le había partido el corazón.
Ella había querido cambiar de vida, y al final lo había hecho. O más bien, él lo había hecho.
Después de tomarse un té y algo de comer, Serena se dio un baño bien caliente, intentando no pensar en lo que habría sido del anillo de la abuela, intentando, aunque sin éxito, no pensar en Seiya.
Él no era un ladrón. Era un policía. ¡Qué sorpresa!
Serena se metió en la cama y cerró los ojos, deseosa de poder conciliar el sueño.
Seiya ni siquiera le había echado una mirada después de llegar la policía. Mientras que unos sacaban de allí a Diamante y Rubeus esposados, otros habían empezado a buscar el rubí, que aparentemente sí que estaba escondido entre sus caramelos. Seiya había estado discutiendo fuera antes de que desapareciera de pronto. No tenía ni idea de dónde había ido, y no estaba segura de querer saberlo.
Desde el taxi llamó a Taiki, que a su vez llamó a comisaría y le dijo que un coche de policía y una ambulancia habían acudido a casa de Serena, en Chelsea. Por un momento Seiya se quedó helado. Entonces Taiki le dijo que la ambulancia estaba sacando a un hombre herido del apartamento. No había rastro de Serena, aunque según el testimonio de una de las vecinas la había visto llegar a casa del trabajo.
De pronto tuvo un presentimiento y le pidió al taxista que lo dejara en el Village. Si no estaba en la tienda, perseguiría a Cheney hasta dar con ella.
La mayoría de las tiendas cercanas a la de Serena habían cerrado ya, pero había gente por la calle y un poco de tráfico, con lo que Seiya salió del taxi sin llamar la atención y se acercó a la tienda.
Un Caddy blanco estaba aparcado junto a la acera un poco más abajo. Cheney estaba sentado en el asiento trasero, tan tranquilo y rotundo como un Buda sonriente. En La Cosita Más Dulce las luces estaban encendidas, y Seiya vio varias figuras que se movían en su interior.
O bien arrestaba a Cheney y se arriesgaba a alertar a los que estuvieran dentro, o dejaba escapar a Cheney y se centraba en rescatar a Serena.
El móvil empezó a sonar, pero lo cortó. Si Taiki supiera que iba a hacer aquello solo se pondría hecho una furia. No importaba. Si pedía refuerzos, la policía de Nueva York llegaría haciendo ruido y crearía un caos de una situación que tal vez pudiera controlar él solo.
Esperó a que pasara un grupo de peatones por delante de la tienda antes de arriesgarse a correr hasta la puerta. Tal vez Cheney lo hubiera visto, pero eso no podía ya evitarlo.
Seiya iba pensando en volar la cerradura de un tiro, pero cuando empujó la puerta de cristal vio que estaba abierta. Vio a Diamante dentro de la tienda con la pistola en alto. Serena señalaba las latas y bolsas de golosinas y caramelos.
Seiya recitó una oración para sus adentros, empujó la puerta y entró en la tienda con la misma naturalidad como si fuera a comprar una bolsa de gominolas.
—¡Yo te diré dónde está el rubí! —gritó Seiya para que todos lo oyeran.
Serena emitió un grito entrecortado.
Diamante apuntó el arma hacia Seiya.
—¿Bueno, bueno, a quién tenemos aquí? —Diamante miró a Seiya a los ojos—. Seiya, o como te llames —se acercó a él pero mantuvo la distancia, sin dejar de apuntarlo—. Dame el rubí que le quitaste al jefe y nos largaremos.
Seiya se encogió de hombros.
—De acuerdo. Puedes llevarte el rubí.
—Bien dicho. Dime dónde está —Diamante le hizo un gesto a Seiya para que entrara en la tienda—. Rubeus, vigila a estas dos. Si Seiya intenta algo, ya sabes lo que tienes que hacer.
Rubeus agarró a Blair del cuello y tiró de ella.
—Claro que sí.
Seiya miró a Serena al pasar junto a ella, pero ella no supo si le estaba diciendo algo con la mirada. Supuso que si podía debía desarmar a Rubeus. ¿Pero con qué?
—Está arriba —dijo Seiya.
Diamante lo siguió por la escalera de caracol.
—¿Pero qué diablos es esto? —dijo mientras levantaba la cabeza hacia las columnas llenas de caramelos que llegaban hasta el techo—. ¿Dónde?
—Ahí dentro. Lo dejé caer dentro por la trampilla de la parte superior. Claro que a lo mejor se ha resbalado y ha caído más abajo.
—Hijo de perra. Será mejor que no me engañes.
Serena los siguió con la mirada. Seiya estaba diciendo la verdad. De pronto se acordó del día en que lo había llevado allí por primera vez; él se había interesado por las columnas. Cuando ella había salido de su despacho después de contestar el teléfono, había visto la trampilla abierta y a él poniéndose la bota.
Diamante se inclinó sobre la barandilla.
—Rubeus, tú y las chicas miren desde ahí abajo. Empieza a vaciarla si es necesario.
—Eso no funcionará —dijo Serena—. Necesitaríamos muchas monedas de veinticinco centavos.
—Es como una máquina de caramelos gigantesca —dijo Rubeus.
Diamante le había hecho una señal a Seiya para que levantara la trampilla. Serena le miró la cara cuando él se inclinó sobre la barandilla y metió las manos en la columna de caramelos para encontrar el rubí.
—Necesitamos algo para sacar los caramelos.
Diamante fue al despacho de Serena y salió con la bandeja donde ella dejaba el correo y se la dio a Seiya. Este empezó a sacar caramelos con la bandeja a modo de pala y empezó a vaciar el contenido en el suelo. Diamante iba echando a un lado con el pie los caramelos, que rodaron en todas las direcciones; algunos de ellos cayeron al primer piso y se partieron al chocar contra el suelo.
—Creo que lo tengo —dijo Seiya mientras se estiraba lo más posible para alcanzar los caramelos.
Tenía medio cuerpo inclinado sobre la barandilla, agarrado a ella mientras se estiraba para llegar lo más posible a la torre de caramelos.
Diamante se acercó para verlo mejor.
—No... llego...
Serena retrocedió unos pasos para ver mejor. Sabía que tenía que estar lista para actuar cuando Seiya lo hiciera.
Se retiró.
—Lo siento, no he podido alcanzarlo. El rubí está ahí, pero no llego.
—Yo lo haré —Diamante empujó a Seiya a un lado; entonces frunció el ceño y lo miró—. No intentes nada o ni tú ni tus amiguitas van a contarlo. ¿Rubeus, estás vigilándolas?
Rubeus volvió la cabeza hacia Serena y Blair, que estaban medio abrazadas, aparentemente tan mansas como un cordero.
Serena le dio a Blair un apretón en el brazo e intentó hacerle una señal. Mientras tanto Diamante había metido el brazo en los caramelos y los removía a medida que el brazo llegaba más abajo. Seiya se asomó a la columna de plexiglás, urgiendo al otro hombre a que continuara.
—Está ahí... sólo a unos centímetros más... sigue intentándolo...
—¡Ahh! —gritó de pronto Diamante.
Serena alzó la vista. Seiya había empujado a Diamante. Tenía la cabeza y los brazos atrapados dentro de la columna y parecía que no podía hacer nada para salir de allí.
Un ruido seco agitó la columna. Seiya gritó en el mismo momento.
Al principio Serena pensó que se había rajado. Pero la alarma en la voz de Seiya le hizo darse cuenta de que Diamante había disparado dentro de la columna de caramelos.
Rubeus se apartó de la columna de un salto. Entonces pisó uno de los caramelos, perdió el equilibrio y cayó al suelo golpeándose en el codo. El golpe hizo que su pistola saliera disparada.
Serena y Blair corrieron por ella, pero también lo hizo Rubeus. Se lanzó y terminó encima de ellas justo en el mismo momento en que Blair atrapaba la pistola. Serena se quedó sin aliento del golpe.
—¡Perra! —Rubeus le agarró la mano a Blair con violencia; con la otra le aplastó la cara contra el suelo.
—¡Policía! —gritó Seiya desde el balcón—. ¡Alto!
Los tres miraron hacia arriba. Diamante estaba esposado a la barandilla, escupiendo y maldiciendo. Seiya bajaba por las escaleras, agarrando la pistola con ambas manos y apuntando a Rubeus.
—Blair, Serena, quítense de en medio.
Serena se retiró, deslizándose con el trasero. Blair estaba demasiado enzarzada con el ladrón como para poder moverse. Cuando Rubeus se dio cuenta, le echó un brazo a la cintura y se giró de lado, utilizándola de escudo.
—¡No te muevas! —gritó Seiya desde el pie de las escaleras.
—No deberías disparar a una mujer —dijo Rubeus, aun intentando arrebatarle el arma a Blair.
—¿Ah, sí? —se burló Seiya—. Bueno, esta es un travestí. En otras palabras, es un hombre.
Rubeus, asustado al verse allí tumbado y abrazado a la cintura de un travestí, se quedó inmóvil un instante.
Seiya aprovechó para avanzar y plantó el pie embotado sobre la muñeca del criminal. Y sin perder ni un momento le asestó un golpe en la parte de atrás de la cabeza.
—Quédate dónde estás, Rubeus.
Blair rodó toda llorosa hacia donde estaba Serena, que automáticamente consoló a su amiga, mientras miraba a Seiya con asombro.
—¿Eres policía?
—Sí —la miró pero no perdió la compostura, allí de pie sobre Rubeus mientras las sirenas de los coches de policía inundaban las calles. Se oyeron varios frenazos y vieron el reflejo de las luces de los coches patrulla a través de las ventanas.
—No me lo creo —Serena había estado perdida, pero jamás hubiera imaginado que fuera policía—. Entonces esa es tu pistola.
Él sonrió. Pero no pudo contestar porque en ese momento un grupo de agentes de policía entró en la tienda empuñando sus armas. Seiya puso el seguro de su pistola y levantó las manos mientras los policías se echaban encima de él y de Rubeus.
Seiya gritaba que era policía, y eso fue lo último que Serena le oyó decir.
Dos policías llevaron a Blair al hospital para que le hicieran pruebas por el golpe que Rubeus le había dado en la cabeza. Serena la acompañó, además de dos policías que la interrogaron a fondo en una sala de espera vacía. Ella les contó todo, desde la aparición de Seiya a la puerta de su casa, hasta el incidente en su tienda. Ellos no le confirmaron que fuera policía, pero ella sintió que era así.
Finalmente salió un médico y le dijo que Blair tenía un esguince de muñeca y una leve contusión en la cabeza. Nada serio, pero que tendría que permanecer esa noche en observación.
Tras unas palabras de consuelo, a Serena la llevó a casa un agente de policía muy amable que incluso entró con ella y encendió las luces. Cuando el policía vio cómo estaba su apartamento, donde ya había estado la policía recogiendo pruebas, se ofreció a llevarla a un hotel o a casa de algún familiar.
Serena decidió quedarse allí, y le dio las gracias. Cuando se marchó el policía, cerró bien la puerta y dio una vuelta por su casa. Ya no era el paraíso que había sido; claro que había dejado de serlo desde que había llegado Seiya y le había partido el corazón.
Ella había querido cambiar de vida, y al final lo había hecho. O más bien, él lo había hecho.
Después de tomarse un té y algo de comer, Serena se dio un baño bien caliente, intentando no pensar en lo que habría sido del anillo de la abuela, intentando, aunque sin éxito, no pensar en Seiya.
Él no era un ladrón. Era un policía. ¡Qué sorpresa!
Serena se metió en la cama y cerró los ojos, deseosa de poder conciliar el sueño.
Seiya ni siquiera le había echado una mirada después de llegar la policía. Mientras que unos sacaban de allí a Diamante y Rubeus esposados, otros habían empezado a buscar el rubí, que aparentemente sí que estaba escondido entre sus caramelos. Seiya había estado discutiendo fuera antes de que desapareciera de pronto. No tenía ni idea de dónde había ido, y no estaba segura de querer saberlo.
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
Seiya volvía a ser un ladrón. Había ido allí a robarle el corazón a Serena.
Todo había terminado bien, sin embargo, no sentía la sensación de triunfo que habría esperado.
No era de extrañar. Después de la subida de adrenalina que había experimentado durante las últimas horas, estaba totalmente agotado. Le dolía todo el cuerpo de cansancio. Pero algo más grande que la fatiga o incluso la justicia le había llevado hasta la puerta de atrás de Serena.
Algo que tenía que terminar antes de que amaneciera.
Entró en la casa sin hacer ruido. Esa vez, el dormitorio no estaba a oscuras. Las luces del pasillo y el cuarto de baño estaban encendidas.
Sabía lo que le habían hecho a Serena, pero su habitación no estaba demasiado desordenada, de modo que debía de haberla ordenado. Esa era su Bombón.
Pensó brevemente en dejar lo que había tomado aun arriesgándose a recibir otro regaño del departamento. Pero eso sería de cobardes. A los diecisiete años, no se había dado cuenta de lo que valía Serena, ni como amiga ni como posible novia. En el presente era distinto. Y esperaba ser suficiente hombre para ella.
La buscó con la mirada... y entonces la vio sentada en la cama, observando todos sus movimientos. Tenía las rodillas encogidas y las manos apoyadas en ellas.
—Estoy despierta.
Al oír su voz, sintió que desaparecía algo de su tensión. Era tan receptiva, tan cálida.
—¿Me esperabas?
—No. En absoluto.
—Ah.
—Creí que no te volvería a ver, ahora que ya no puedo serte útil.
Tal vez no tan receptiva. Tendría que ir con cuidado.
Sin embargo se sonrió para sus adentros; seguía creyendo en ella. Él estaba acostumbrado a avanzar con cautela, y ella merecía una explicación.
Se acercó a la cama pero no se sentó, aunque estaba deseoso de sentir su cuerpo abrazado al suyo.
—Nunca fue mi intención utilizarte...
Ella soltó una risotada.
—Lo sé... lo he hecho; igual que he hecho con todos los contactos de los últimos meses en los que he estado trabajando en este caso. ¿Qué puedo decir? Lo siento, pero tenía que hacer mi trabajo independientemente de mis sentimientos hacia ti.
Ella suspiró y agachó la cabeza.
—¿Sientes algo por mí?
—He mentido sobre casi todo lo demás, pero no en eso.
Se sentó en la cama y se acercó a ella. Apoyó las manos en el cabecero a ambos lados de la cabeza de Serena y se acercó tanto que percibió el aroma a jabón en su piel.
—Te quiero, Bombón.
Ella levantó la cabeza, y Seiya vio que tenía los ojos brillantes.
—No te conozco, Seiya.
Él le dio un beso breve en los labios.
—Sí que me conoces.
—No —entreabrió los labios—. Estás aquí, has estado conmigo en mi casa, y no te conozco.
Se agarró con fuerza al cabecero para no tomarla entre sus brazos.
—Empezaremos a conocernos ahora. Después te lo contaré todo.
Ella le puso la mano en el cuello con timidez y lo miró a los ojos.
—Tal vez esto sea un sueño.
—No. Es real —dijo, y entonces la besó de nuevo.
Ella le puso las manos sobre el pecho, reacia a ceder.
—Primero tenemos que dejar las cosas claras, antes de seguir adelante.
—Tienes razón. ¿Qué tal está Blair?
—Se pondrá bien. Tiene un esguince en la muñeca y una leve contusión en la cabeza.
—¿Y el otro tipo... tu antiguo novio?
—Darién Chiba. También se pondrá bien, pero es definitivamente mi ex. ¿Por cierto, escapó Cheney?
—No.
—¿Por eso desapareciste así de rápido?
—Sí. Una de nuestras unidades lo detuvo cuando iba hacia el norte.
—¿Entonces se acabó todo?
Todavía quedaban muchas cosas, pero Seiya dijo que sí.
—¿Tendré que testificar?
—Seguramente. Pero no será tan horrible, Bombón. Yo estaré contigo.
—¿Me lo prometes?
—Si me dejas.
Estaba distraída.
—Lo pensaré. Pero primero quiero saber cómo te hiciste policía.
—No fue una decisión tomada de buenas a primeras. No te puedo enumerar las razones. Sólo sé que llegó un momento en el que sería o perderme o tomar el camino recto. Y por una vez en la vida, tomé la decisión correcta.
—¿Entonces cuánto tiempo llevas de agente secreto?
—Seis años. En varios casos. Eso quiere decir que vivo, como y duermo con la identidad que tengo en la calle, y he tenido muy poco contacto con mi departamento. Es un estilo de vida muy solitario...
Ella le pasó la mano por el hombro:
—¿Y el tiempo que pasaste en prisión? ¿Cómo pudiste hacerte policía si...?
—Eso no es legítimo. Tan solo un detalle más de mi identidad falsa. Fui a la cárcel, pero sólo lo suficiente para que luego resultara creíble.
—¡Pero todo el mundo lo cree!
—Se supone que debe ser así.
—¿Incluso tus padres?
—Saben la verdad, pero no pueden decir nada.
—Es horrible pedirles eso, Seiya. Los padres quieren estar orgullosos de los logros de sus hijos.
—Supongo que la mayoría lo están. Pero de todos modos nunca estuvimos tan unidos. Tú sabes algo de los problemas... —se encogió de hombros—. Son gente reservada; viven discretamente. No es como si fueran sociables y extrovertidos, y tuvieran que explicar continuamente que su hijo es un criminal...
—Aun así.
Él tragó saliva.
—Sí importa o no, ya se acabó.
Ella lo miró con incredulidad.
—Lo dejo. Este caso fue el último de mi carrera de agente secreto. Se lo dije a Taiki esta noche. A mi contacto, ¿sabes? Ni siquiera intentó convencerme de que me quedara, así que supongo que entiende que estoy quemado.
—¿Estás seguro?
—Totalmente. Quiero una vida de verdad.
—De verdad...
—Contigo, Serena —se echó a reír.
—Pero yo...
—Sí, sí, no me conoces —dijo—. Eso no es del todo verdad. Me conoces mejor que nadie, creo yo —la agarró por la cintura y la miró a los ojos—. Hola.
—Hola —sonrió con sensualidad y timidez.
—¿Te gustaría salir a cenar conmigo?
—¿Cuándo?
—No inmediatamente. Tengo que hacer un informe. Pero volveré en cuanto pueda. Si estás dispuesta a esperar.
—Es una cita —dijo con gravedad, y entonces se echó a reír.
Él se echó a reír también. Bombón era una mujer sorprendente.
De nuevo la besó mientras le abrazaba la cintura. Ella estiró las piernas, amoldándose a su cuerpo mientras se deslizaban sobre la cama.
—¿Mientras tanto... —le dijo mientras la besaba— Puedo dormir contigo esta noche?
—Mmm. No sé, no sé. Pero Seiya... No sé, ese hombre es capaz de convencerme casi de todo. Tendría que tener eso en cuenta.
—Hay una cosa más.
—¿Sí?
—Dame la mano.
Ella hizo lo que le pedía mientras él se metía la mano en el bolsillo del pantalón. Inclinó la cabeza y empezó a besarle los dedos. Mientras lo hacía, le deslizó el diamante en el dedo anular.
Ella aspiró hondo.
—¿Seiya?
—Me enteré de que te quitaron esto. Es una prueba, claro. Oficialmente aún no puedo devolvértelo, pero no siempre sigo las reglas —levantó su mano hacia la luz—. Tal vez esta vez te alegre.
—Mucho —respondió con emoción—. Tenía tanto miedo de haberlo perdido. Yaten va a pedir mañana a Mina en matrimonio y no sería lo mismo para ella sin el anillo, y yo me habría sentido tan mal... —levantó la mano de nuevo para admirar la joya—. Gracias, Seiya.
—¿Se lo vas a dar a Mina?
—Sí.
—Bien.
—Mina se pondrá tan contenta.
—¿Y tú?
Serena abrió mucho los ojos.
—Yo no voy a comprometerme.
—Aún no. Después de todo, apenas me conoces —juntó la palma de la mano con la suya y entrelazaron los dedos, guardando así todos los sueños entre las palmas de sus manos—. Pero siempre hay un futuro, Bombón.
Bueno, ahora si ya estamos más cerca del final, pero descuiden, que aun nos queda el epilogo.
Me despido por ahora esperando que les haya gustado el capítulo de hoy, como siempre, les pido que no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Muchos saludos para todos y ¡nos vemos en el epilogo!
XOXO
Serenity
Todo había terminado bien, sin embargo, no sentía la sensación de triunfo que habría esperado.
No era de extrañar. Después de la subida de adrenalina que había experimentado durante las últimas horas, estaba totalmente agotado. Le dolía todo el cuerpo de cansancio. Pero algo más grande que la fatiga o incluso la justicia le había llevado hasta la puerta de atrás de Serena.
Algo que tenía que terminar antes de que amaneciera.
Entró en la casa sin hacer ruido. Esa vez, el dormitorio no estaba a oscuras. Las luces del pasillo y el cuarto de baño estaban encendidas.
Sabía lo que le habían hecho a Serena, pero su habitación no estaba demasiado desordenada, de modo que debía de haberla ordenado. Esa era su Bombón.
Pensó brevemente en dejar lo que había tomado aun arriesgándose a recibir otro regaño del departamento. Pero eso sería de cobardes. A los diecisiete años, no se había dado cuenta de lo que valía Serena, ni como amiga ni como posible novia. En el presente era distinto. Y esperaba ser suficiente hombre para ella.
La buscó con la mirada... y entonces la vio sentada en la cama, observando todos sus movimientos. Tenía las rodillas encogidas y las manos apoyadas en ellas.
—Estoy despierta.
Al oír su voz, sintió que desaparecía algo de su tensión. Era tan receptiva, tan cálida.
—¿Me esperabas?
—No. En absoluto.
—Ah.
—Creí que no te volvería a ver, ahora que ya no puedo serte útil.
Tal vez no tan receptiva. Tendría que ir con cuidado.
Sin embargo se sonrió para sus adentros; seguía creyendo en ella. Él estaba acostumbrado a avanzar con cautela, y ella merecía una explicación.
Se acercó a la cama pero no se sentó, aunque estaba deseoso de sentir su cuerpo abrazado al suyo.
—Nunca fue mi intención utilizarte...
Ella soltó una risotada.
—Lo sé... lo he hecho; igual que he hecho con todos los contactos de los últimos meses en los que he estado trabajando en este caso. ¿Qué puedo decir? Lo siento, pero tenía que hacer mi trabajo independientemente de mis sentimientos hacia ti.
Ella suspiró y agachó la cabeza.
—¿Sientes algo por mí?
—He mentido sobre casi todo lo demás, pero no en eso.
Se sentó en la cama y se acercó a ella. Apoyó las manos en el cabecero a ambos lados de la cabeza de Serena y se acercó tanto que percibió el aroma a jabón en su piel.
—Te quiero, Bombón.
Ella levantó la cabeza, y Seiya vio que tenía los ojos brillantes.
—No te conozco, Seiya.
Él le dio un beso breve en los labios.
—Sí que me conoces.
—No —entreabrió los labios—. Estás aquí, has estado conmigo en mi casa, y no te conozco.
Se agarró con fuerza al cabecero para no tomarla entre sus brazos.
—Empezaremos a conocernos ahora. Después te lo contaré todo.
Ella le puso la mano en el cuello con timidez y lo miró a los ojos.
—Tal vez esto sea un sueño.
—No. Es real —dijo, y entonces la besó de nuevo.
Ella le puso las manos sobre el pecho, reacia a ceder.
—Primero tenemos que dejar las cosas claras, antes de seguir adelante.
—Tienes razón. ¿Qué tal está Blair?
—Se pondrá bien. Tiene un esguince en la muñeca y una leve contusión en la cabeza.
—¿Y el otro tipo... tu antiguo novio?
—Darién Chiba. También se pondrá bien, pero es definitivamente mi ex. ¿Por cierto, escapó Cheney?
—No.
—¿Por eso desapareciste así de rápido?
—Sí. Una de nuestras unidades lo detuvo cuando iba hacia el norte.
—¿Entonces se acabó todo?
Todavía quedaban muchas cosas, pero Seiya dijo que sí.
—¿Tendré que testificar?
—Seguramente. Pero no será tan horrible, Bombón. Yo estaré contigo.
—¿Me lo prometes?
—Si me dejas.
Estaba distraída.
—Lo pensaré. Pero primero quiero saber cómo te hiciste policía.
—No fue una decisión tomada de buenas a primeras. No te puedo enumerar las razones. Sólo sé que llegó un momento en el que sería o perderme o tomar el camino recto. Y por una vez en la vida, tomé la decisión correcta.
—¿Entonces cuánto tiempo llevas de agente secreto?
—Seis años. En varios casos. Eso quiere decir que vivo, como y duermo con la identidad que tengo en la calle, y he tenido muy poco contacto con mi departamento. Es un estilo de vida muy solitario...
Ella le pasó la mano por el hombro:
—¿Y el tiempo que pasaste en prisión? ¿Cómo pudiste hacerte policía si...?
—Eso no es legítimo. Tan solo un detalle más de mi identidad falsa. Fui a la cárcel, pero sólo lo suficiente para que luego resultara creíble.
—¡Pero todo el mundo lo cree!
—Se supone que debe ser así.
—¿Incluso tus padres?
—Saben la verdad, pero no pueden decir nada.
—Es horrible pedirles eso, Seiya. Los padres quieren estar orgullosos de los logros de sus hijos.
—Supongo que la mayoría lo están. Pero de todos modos nunca estuvimos tan unidos. Tú sabes algo de los problemas... —se encogió de hombros—. Son gente reservada; viven discretamente. No es como si fueran sociables y extrovertidos, y tuvieran que explicar continuamente que su hijo es un criminal...
—Aun así.
Él tragó saliva.
—Sí importa o no, ya se acabó.
Ella lo miró con incredulidad.
—Lo dejo. Este caso fue el último de mi carrera de agente secreto. Se lo dije a Taiki esta noche. A mi contacto, ¿sabes? Ni siquiera intentó convencerme de que me quedara, así que supongo que entiende que estoy quemado.
—¿Estás seguro?
—Totalmente. Quiero una vida de verdad.
—De verdad...
—Contigo, Serena —se echó a reír.
—Pero yo...
—Sí, sí, no me conoces —dijo—. Eso no es del todo verdad. Me conoces mejor que nadie, creo yo —la agarró por la cintura y la miró a los ojos—. Hola.
—Hola —sonrió con sensualidad y timidez.
—¿Te gustaría salir a cenar conmigo?
—¿Cuándo?
—No inmediatamente. Tengo que hacer un informe. Pero volveré en cuanto pueda. Si estás dispuesta a esperar.
—Es una cita —dijo con gravedad, y entonces se echó a reír.
Él se echó a reír también. Bombón era una mujer sorprendente.
De nuevo la besó mientras le abrazaba la cintura. Ella estiró las piernas, amoldándose a su cuerpo mientras se deslizaban sobre la cama.
—¿Mientras tanto... —le dijo mientras la besaba— Puedo dormir contigo esta noche?
—Mmm. No sé, no sé. Pero Seiya... No sé, ese hombre es capaz de convencerme casi de todo. Tendría que tener eso en cuenta.
—Hay una cosa más.
—¿Sí?
—Dame la mano.
Ella hizo lo que le pedía mientras él se metía la mano en el bolsillo del pantalón. Inclinó la cabeza y empezó a besarle los dedos. Mientras lo hacía, le deslizó el diamante en el dedo anular.
Ella aspiró hondo.
—¿Seiya?
—Me enteré de que te quitaron esto. Es una prueba, claro. Oficialmente aún no puedo devolvértelo, pero no siempre sigo las reglas —levantó su mano hacia la luz—. Tal vez esta vez te alegre.
—Mucho —respondió con emoción—. Tenía tanto miedo de haberlo perdido. Yaten va a pedir mañana a Mina en matrimonio y no sería lo mismo para ella sin el anillo, y yo me habría sentido tan mal... —levantó la mano de nuevo para admirar la joya—. Gracias, Seiya.
—¿Se lo vas a dar a Mina?
—Sí.
—Bien.
—Mina se pondrá tan contenta.
—¿Y tú?
Serena abrió mucho los ojos.
—Yo no voy a comprometerme.
—Aún no. Después de todo, apenas me conoces —juntó la palma de la mano con la suya y entrelazaron los dedos, guardando así todos los sueños entre las palmas de sus manos—. Pero siempre hay un futuro, Bombón.
Bueno, ahora si ya estamos más cerca del final, pero descuiden, que aun nos queda el epilogo.
Me despido por ahora esperando que les haya gustado el capítulo de hoy, como siempre, les pido que no olviden dejar sus comentarios, dudas, quejas o sugerencias que tengan. Muchos saludos para todos y ¡nos vemos en el epilogo!
XOXO
Serenity
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
Ay pero que manera de enterarse de la verdad, supuse que así seria pero la verdad me gusto el desenlace, hasta el pobre de darien pago x algo que no hizo jajaja pobre, pero en el fondo se lo merecía x romper con serena ay y ahora que seiya no es policía, de que vivirá? Muero x saber que hará!!! Bueno me encantan como siempre tus historias, cuidate un saludo!
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
Hola Serenity!. Soy la misma Natu.Oh.Darling del foro de Fanfiction.net Así que yo te envié el mensaje el otro día y me alegra que como me respondiste actualizaras pronto.
Woow! Por fin se supo todo! Seiya policía, atrapó a los malos!
Noté un dejo de decepción cuando Serena le dijo que el anillo era para que Yat en le propusiese matrimonio a Mina.
Pero Seiya puede hacerle un anillo de dulces o no? jajaaja.
Qué lástima que ya termina :( Me hubiese gustado más interacción entre las parejas. Pero en fin!
A todo esto, qué hacía Darien en el departamento de Bombón?
Espero leer el epílogo pronto.
Cariños :) y gracias!
Woow! Por fin se supo todo! Seiya policía, atrapó a los malos!
Noté un dejo de decepción cuando Serena le dijo que el anillo era para que Yat en le propusiese matrimonio a Mina.
Pero Seiya puede hacerle un anillo de dulces o no? jajaaja.
Qué lástima que ya termina :( Me hubiese gustado más interacción entre las parejas. Pero en fin!
A todo esto, qué hacía Darien en el departamento de Bombón?
Espero leer el epílogo pronto.
Cariños :) y gracias!
natu_rw- Sailor Inner Scout
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Edad : 34
Sexo :
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
¡Hola!
¡Mil gracias a todas por sus comentarios! ¡Me alegra muchisimo que les haya gustado el capitulo anterior
Ahora si, el tan esperado final de esta historia ¡Espero que lo disfruten!
Epilogo
Ocho meses después.
—¡Sencillamente no lo entiendo! —exclamó Ikuko Tsukino desde uno de los extremos de la mesa de caoba de su elegante y bien iluminado comedor.
Mina y Serena habrían querido celebrar el primer aniversario de la boda de sus padres en Decadencia o en La Cosita Más Dulce, pero Ikuko había insistido en que fuera en su propia casa de Scarsdale.
—¿Qué pasa ahora? —Kenji Tsukino volteó los ojos, como siempre hacía como gesto de tolerancia ante la franqueza de su esposa.
Ikuko lo miró y sonrió.
—Hace ocho meses mis hijas no hablaban más que de proposiciones de matrimonio y anillos de compromiso. Y aquí seguimos —miró a sus hijas—. y ninguna de ustedes se ha casado aún.
Mina se retiró de la cara un mechón de su cabello dorado por el sol.
—No me metas prisa. Yaten y yo acabamos de volver de Las Bermudas. No hemos tenido tiempo de pensar en planear ninguna boda.
—Yaten —dijo Ikuko—. Necesitas meterle prisa a tu prometida.
—Ah, pero estamos disfrutando mucho de nuestro compromiso —Yaten miró a Mina con una sonrisa astuta antes de tomarle la mano y besársela.
Mina y él habían hecho realidad varias y deliciosas fantasías en los meses que habían pasado en alta mar, pero ya que estaban de vuelta pensaban establecerse durante un tiempo y retomar sus empleos en Decadencia.
Ikuko suspiró y se volvió hacia Serena y Seiya, sentados al otro lado de la mesa.
—¿Y bien?
Serena se sonrojó.
—¡Mamá!
No miró a Seiya. Se había metido a trabajar como detective en el departamento de robos, después de haber pasado varios meses agotadores tanto testificando en el juicio contra Cheney como intentando ajustarse a llevar una vida normal, sin secretos ni mentiras. Durante un tiempo, se habían visto poco, pero llevaban saliendo en serio desde Navidad, cuando Serena había sido un instrumento clave en la reunión de Seiya con sus padres.
Seiya le tomó la mano por debajo de la mesa.
—No deja de prometerme hacer de mí un hombre honrado, pero... —se encogió de hombros.
Mina se quitó el anillo de compromiso de la abuela y se lo echó a Serena por la mesa. —¡A ver si te atreves!
Serena lo atrapó de pura suerte.
—Mina, yo no... esto es...
—Nunca llegamos a cerrar la apuesta, ¿verdad?
—¿Qué apuesta? —preguntó Ikuko.
Mina se echó a reír.
—Es un secreto entre hermanas.
—Ya no —dijo Serena.
Sostuvo el anillo entre dos dedos, resistiéndose a las ganas de probárselo.
—Yo diría que a las dos nos ha ido bien —Mina miró primero a Yaten y después a Seiya.
Había mejorado mucho de los días en que Serena a veces lo llamaba su "ladrón de corazones" —. Siempre podríamos compartir el anillo.
Serena negó con la cabeza.
—No, quiero que te lo quedes tú.
—¿Y si te lo presto? —Mina le guiñó un ojo a Seiya—. Sólo para que los dos puedan hacer el compromiso oficial.
—Ah, no... —Serena intentó no mostrar su nerviosismo, pero el corazón le latía alocadamente.
Seiya le soltó la mano.
Se sintió decepcionada, pero entonces se dio cuenta de que lo había hecho para dejar la servilleta en la mesa y tener las manos libres. Entonces retiró la silla y apoyó una rodilla en el suelo.
—¿Serena?
Ella lo miró con nerviosismo.
—¿Seiya?
—Una vez te puse este anillo —le dijo, retirándolo de sus dedos—. ¿Recuerdas?
—Pues claro —suspiró ella.
Jugueteó con sus dedos como había hecho aquella noche inolvidable en su dormitorio, cuando pensó que todo había terminado momentos antes de descubrir que acababan de empezar.
Kenji, Ikuko, Mina y Yaten se pusieron de pie para verlos mejor. Serena cerró los ojos con fuerza. Cuando los abrió, el anillo estaba en su dedo y Seiya la miraba con expectación.
—¿Y bien?
—Seiya —dijo ella.
Él sonrió.
—Mi dulce Bombón.
Serena miró a Mina, que asintió con la cabeza. Era el momento de cambiar de vida.
—¿Te quieres casar conmigo?
Y entonces todos empezaron a aplaudir y vitorear, y Seiya la abrazó con fuerza y le susurró al oído:
—Sí, quiero.
No me queda más que agradecerles enormemente a cada una de ustedes por acompañarme a lo largo de esta historia, en donde reimos, lloramos, sufrimos y disfrutamos cada momento de esta pareja tan especial.
XOXO
Serenity
¡Mil gracias a todas por sus comentarios! ¡Me alegra muchisimo que les haya gustado el capitulo anterior
Ahora si, el tan esperado final de esta historia ¡Espero que lo disfruten!
Epilogo
Ocho meses después.
—¡Sencillamente no lo entiendo! —exclamó Ikuko Tsukino desde uno de los extremos de la mesa de caoba de su elegante y bien iluminado comedor.
Mina y Serena habrían querido celebrar el primer aniversario de la boda de sus padres en Decadencia o en La Cosita Más Dulce, pero Ikuko había insistido en que fuera en su propia casa de Scarsdale.
—¿Qué pasa ahora? —Kenji Tsukino volteó los ojos, como siempre hacía como gesto de tolerancia ante la franqueza de su esposa.
Ikuko lo miró y sonrió.
—Hace ocho meses mis hijas no hablaban más que de proposiciones de matrimonio y anillos de compromiso. Y aquí seguimos —miró a sus hijas—. y ninguna de ustedes se ha casado aún.
Mina se retiró de la cara un mechón de su cabello dorado por el sol.
—No me metas prisa. Yaten y yo acabamos de volver de Las Bermudas. No hemos tenido tiempo de pensar en planear ninguna boda.
—Yaten —dijo Ikuko—. Necesitas meterle prisa a tu prometida.
—Ah, pero estamos disfrutando mucho de nuestro compromiso —Yaten miró a Mina con una sonrisa astuta antes de tomarle la mano y besársela.
Mina y él habían hecho realidad varias y deliciosas fantasías en los meses que habían pasado en alta mar, pero ya que estaban de vuelta pensaban establecerse durante un tiempo y retomar sus empleos en Decadencia.
Ikuko suspiró y se volvió hacia Serena y Seiya, sentados al otro lado de la mesa.
—¿Y bien?
Serena se sonrojó.
—¡Mamá!
No miró a Seiya. Se había metido a trabajar como detective en el departamento de robos, después de haber pasado varios meses agotadores tanto testificando en el juicio contra Cheney como intentando ajustarse a llevar una vida normal, sin secretos ni mentiras. Durante un tiempo, se habían visto poco, pero llevaban saliendo en serio desde Navidad, cuando Serena había sido un instrumento clave en la reunión de Seiya con sus padres.
Seiya le tomó la mano por debajo de la mesa.
—No deja de prometerme hacer de mí un hombre honrado, pero... —se encogió de hombros.
Mina se quitó el anillo de compromiso de la abuela y se lo echó a Serena por la mesa. —¡A ver si te atreves!
Serena lo atrapó de pura suerte.
—Mina, yo no... esto es...
—Nunca llegamos a cerrar la apuesta, ¿verdad?
—¿Qué apuesta? —preguntó Ikuko.
Mina se echó a reír.
—Es un secreto entre hermanas.
—Ya no —dijo Serena.
Sostuvo el anillo entre dos dedos, resistiéndose a las ganas de probárselo.
—Yo diría que a las dos nos ha ido bien —Mina miró primero a Yaten y después a Seiya.
Había mejorado mucho de los días en que Serena a veces lo llamaba su "ladrón de corazones" —. Siempre podríamos compartir el anillo.
Serena negó con la cabeza.
—No, quiero que te lo quedes tú.
—¿Y si te lo presto? —Mina le guiñó un ojo a Seiya—. Sólo para que los dos puedan hacer el compromiso oficial.
—Ah, no... —Serena intentó no mostrar su nerviosismo, pero el corazón le latía alocadamente.
Seiya le soltó la mano.
Se sintió decepcionada, pero entonces se dio cuenta de que lo había hecho para dejar la servilleta en la mesa y tener las manos libres. Entonces retiró la silla y apoyó una rodilla en el suelo.
—¿Serena?
Ella lo miró con nerviosismo.
—¿Seiya?
—Una vez te puse este anillo —le dijo, retirándolo de sus dedos—. ¿Recuerdas?
—Pues claro —suspiró ella.
Jugueteó con sus dedos como había hecho aquella noche inolvidable en su dormitorio, cuando pensó que todo había terminado momentos antes de descubrir que acababan de empezar.
Kenji, Ikuko, Mina y Yaten se pusieron de pie para verlos mejor. Serena cerró los ojos con fuerza. Cuando los abrió, el anillo estaba en su dedo y Seiya la miraba con expectación.
—¿Y bien?
—Seiya —dijo ella.
Él sonrió.
—Mi dulce Bombón.
Serena miró a Mina, que asintió con la cabeza. Era el momento de cambiar de vida.
—¿Te quieres casar conmigo?
Y entonces todos empezaron a aplaudir y vitorear, y Seiya la abrazó con fuerza y le susurró al oído:
—Sí, quiero.
Fin
No me queda más que agradecerles enormemente a cada una de ustedes por acompañarme a lo largo de esta historia, en donde reimos, lloramos, sufrimos y disfrutamos cada momento de esta pareja tan especial.
XOXO
Serenity
Re: Algo Dulce [S/S] UA - Terminado
wow que manera de terminar con este fic de verdad es muy bonito y le da un giro inesperado a la historia muy bien serenity en serio es un gran final
eternity moon- Reina Serenity
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