Los Puentes de Madison [UA] Dram/Rom S/ND final
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Re: Los Puentes de Madison [UA] Dram/Rom S/ND final
Primero que nada quiero pedirles un millon de disculpas, no me habia dado cuenta que aqui no habia subido la actualizacion!!!!, asique por ese motivo les dejo los dos ultimos capitulos, espero que lo disfruten, por supuesto esperare sus comentarios!!!!! gracias por todo el apoyo que me han brindado!!! besossss
Ya era de noche en Madison County. En el año 2008, el día que Serena cum plía sesenta y siete años. Hacía dos horas que se había acostado. Veía, tocaba, olía y oía todo lo sucedido veintidós años atrás.
Había recordado y había vuelto a recor dar. La imagen de esas luces rojas que avanzaban hacia el oeste por la 92 la perse guía desde hacía dos décadas. Se tocó los pechos y sintió tensarse los músculos de Seiya sobre ellos. Dios, cómo lo había amado. Lo había amado entonces más de lo que le parecía posible, y ahora lo amaba todavía más. Habría hecho cualquier cosa por él menos destruir su familia, y des truirlo tal vez también a él.
Bajó la escalera y se sentó ante la vieja mesa de la cocina con tapa de fórmica ama rilla. Darien había insistido en comprar una nueva, pero Serena a su vez pidió que conservaran la vieja en un galpón, y la envolvió cuidadosamente en plástico antes de guardarla.
"De todos modos no sé por qué le tienes tanto apego a esta vieja mesa", protestó él mientras la ayudaba a moverla. Cuando Darien murió Mamoru volvió a llevarla a la casa a pedido de su madre y nunca le preguntó por qué la quería en lugar de la nueva. Sólo la miró con aire inquisitivo, pero Serena no dijo nada.
Ahora estaba sentada ante esa mesa. Luego fue hasta el armario y sacó dos velas blancas con pequeños candelabros de bron ce. Las encendió y puso la radio, moviendo lentamente el dial hasta encontrar música suave.
Se quedó de pie junto a la pileta largo rato, con la cabeza levemente hacia arriba, mirándolo a la cara, y susurró: "Te recuer do, Seiya Kou. Tal vez el Gran Amo del Desierto tuviera razón. Tal vez fuiste el último. Tal vez todos los cowboys están ya ahora cerca de su extinción."
Antes de la muerte de Darien nunca se había atrevido a llamar a Kou, ni siquiera a escribirle, aunque durante años había estado en el filo de la navaja. Si le hablara una sola vez más se iría con él. Si le escribiera, sabía que él vendría a buscarla. Porque estaban muy cerca. A lo largo de los años Seiya nunca volvió a llamar ni a escribir, después de enviarle el único paquete con las fotos y el manuscrito. Serena sabía que él conocía sus senti mientos y las complicaciones que podía provocar en su vida.
Se suscribió a la National Geographic en septiembre de 1987. El artículo sobre los puentes cubiertos apareció al año siguien te: allí estaba Roseman Bridge en la prime ra luz cálida de la mañana, cuando Seiya encontró su nota. La tapa era una foto de Seiya en un tiro de caballos que arrastraban una carreta hacia Hogback Bridge. También había escrito el artículo.
En la contratapa se mencionaba a los au tores de las notas y a los fotógrafos, y de vez en cuando aparecían fotos. A veces estaba Seiya. Los mismos largos cabellos negros con algunos rastros del paso del tiempo en color plata, la pulsera, los jeans o los panta lones caqui, las cámaras colgando de sus hombros, las venas marcadas en los brazos. En el Kalahari, en los muros de Jaipur en la India, en una canoa en Guatemala, en el norte de Canadá. El camino y el cowboy.
Serena las recortaba y las guardaba en el sobre marrón junto con el artículo sobre los puentes cubiertos, el manuscrito, las dos fotografías y la carta. Guardaba el sobre bajo la ropa interior en un cajón de la cómoda, un lugar donde Darien nunca buscaba nada. Y como una observadora distante que lo siguiera a través de los años, veía envejecer a Seiya Kou.
La sonrisa seguía allí, también el cuerpo flaco, con sus buenos músculos. Pero Serena vela el paso de los años en las líneas alrededor de los ojos, en los fuertes hom bros ligeramente encorvados, los contornos de la cara más sumidos. Lo veía. Había es tudiado ese cuerpo con más detenimiento que cualquier otra cosa en su vida, más que el suyo propio. Y las señales de la edad hacían que lo deseara aún más, si era posible. Sospechaba, o más bien sabía, que él estaba solo. Y así era.
A la luz de las velas sobre la mesa estu dió los recortes. El la miraba desde lugares lejanos. Apareció la foto especial de un número de 1989. Seiya estaba junto a un río en el Este de África, frente a la cámara y cerca de ella, en cuclillas, preparándose para tomar una foto.
Cuando, años antes, Serena miró por primera vez ese recorte, vio la cadena de plata con una medallita que él llevaba colgada al cuello. Mamoru estaba ausente, es tudiando en la universidad; cuando Darien y Rini se acostaron Serena fue a buscar la poderosa lupa que Mamoru usa ba cuando era más chico para su colección de estampillas y la acercó a la foto.
-Dios mío -dijo casi sin aliento. El medallón decía "Bombon". Una única pequeña indiscreción, que ella le perdonó sonriendo. En todas las fotos posteriores aparecía el medallón en la cadena de plata.
Después de 1997 nunca volvió a verlo en la revista. Tampoco volvió a aparecer su firma. Buscó en todos los números, pero no encontró nada. Ese año Seiya cumpliría sesenta y dos.
Cuando murió Darien en 2001, después del funeral, cuando los hijos ya habían vuelto a sus hogares, Serena pensó en llamar a Seiya. El tendría sesenta y seis años; ella tenía cincuenta y nueve. Todavía había tiempo, a pesar de la pérdida de catorce años. Lo pensó mucho durante una semana y finalmente buscó el número en su libreta y lo llamó.
Sintió que se le paraba la respiración cuando empezó a sonar el teléfono. Oyó que levantaban el receptor y estuvo a punto de colgar. Una voz de mujer dijo: "Segu ros McGregor". Serena se desmoronó, pero se recuperó lo suficiente como para preguntar a la secretaria si había discado el número correcto. Le respondieron que sí. Ella agradeció y cortó.
Después probó con la operadora de infor maciones de Bellingham, Washington. Nada en la guía telefónica. Probó en Seattle. Nada. Luego en las oficinas de la Cámara de Comercio de Bellingham y en Seattle. Pidió que buscaran en las guías te lefónicas de cada ciudad. Lo hicieron, y no figuraba Seiya Kou. "Puede estar en cualquier parte", pensó ella.
Recordó la revista; él le había dicho que lo llamara allí. La recepcionista fue cortés, pero era nueva y tuvo que buscar a alguien que la ayudara con el pedido. El llamado de Serena fue transferido tres veces hasta que la comunicaron con un editor asociado que estaba en la revista desde hacía veinte años. Ella le preguntó sobre Seiya. Por supuesto el editor lo recorda ba.
-Está tratando de ubicarlo, eh? Era un estupendo fotógrafo. Era un poco quisqui lloso, no en el mal sentido: era persistente. Le importaba el arte por el arte mismo, y eso no funciona muy bien con nuestros lectores. Nuestros lectores quieren buenas fotos, fotos bien hechas pero nada demasiado audaz. Siempre decíamos que Kou era un poco extraño; ninguno de noso tros lo conocía fuera del trabajo. Pero era muy positivo. Podíamos mandarlo a cual quier parte y él hacía el trabajo, aunque disintiera con nuestras decisiones editoriales la mayoría de las veces. En cuanto a dónde puede estar ahora, he estado revisando los ficheros mientras hablábamos. Dejó la revista en 1997. La dirección y el número de teléfono que tengo aquí... -Leyó los mis mos datos que tenía Serena. Después de eso ella abandonó el intento, un poco por miedo de lo que podría descubrir.
Siguió sin rumbo fijo, permitiéndose pensar cada vez más en Seiya Kou. Todavía manejaba bien, y varias veces por año iba a Des Moines a almorzar en el res taurante donde él la había llevado. En uno de esos viajes compró un cuaderno con tapas de cuero. Y en esas páginas comenzó a escribir con su letra clara los detalles de sus amores con él y sus pensamientos acer ca de él. Tuvo que llenar tres de esos cua dernos antes de considerar terminada la tarea.
Winterset mejoraba. Había un activo cír culo de arte, compuesto en su mayor parte por mujeres y desde hacía algunos años se hablaba de restaurar los viejos puentes.
Gente joven e interesante construía casas en las colinas. Las costumbres ya no eran tan rígidas, nadie se quedaba mirando a los que llevaban el pelo largo, aunque todavía pocos hombres usaban sandalias y los poe tas eran escasos.
Sin embargo, excepto algunas amigas, Serena se apartó completamente de la comunidad. La gente lo comentaba, y tam bién que se la veía muy a menudo de pie junto a Roseman Bridge y a veces junto a Cedar Bridge. Las personas de edad a veces se vuelven raras, decían, y se contentaban con esa explicación.
El 2 de febrero de 2004 un camión de encomiendas del United Parcel Service entró en su sendero. Ella no había encar gado nada, y se asombró. Firmó al recibir el paquete y miró la dirección. "Serena Chiba, RR2, Winterset, Iowa 50273". El remitente era un estudio de abogados de Seattle.
El paquete estaba prolijamente cerrado y llevaba seguro extra. Serena lo puso en la mesa de la cocina y lo abrió con cuidado. Contenía tres cajas, bien envueltas en plás tico grueso. Sobre una de ellas había un pequeño sobre acolchado. Sobre otra, un sobre comercial dirigido a ella, con remi tente del estudio de abogados.
Retiró la cinta engomada del sobre y lo abrió, temblando.
25 de enero de 2004
Sra. Serena Chiba RR2
Winterset, IA., 50273
Estimada señora Chiba:
Representamos el patrimonio de Seiya Kou, recientemente fallecido.
Serena dejó la carta en la mesa. Afue ra volaba la nieve sobre los campos inver nales. Ella la vio azotar los rastrojos, arrancar espigas, apiladas en un ángulo del alambrado. Leyó una vez más las palabras:
"Representamos el patrimonio de Seiya Kou, recientemente fallecido..."
-Ay, Seiya, Seiya, no... -dijo suavemente Serena, y agachó la cabeza.
Una hora después pudo seguir leyendo. El lenguaje llano de la ley, la precisión de las palabras la enfurecían. "Representamos..," Un abogado que llevaba a cabo sus obligaciones con un cliente.
El hombre parado en el estribo de un camión llamado Harry que se volvía para verla morir en el polvo de un sen dero de campo en Iowa... dónde estaba él en esas palabras?
La carta debía haber sido de mil páginas. Debía haber hablado del final de las cade nas evolutivas y de la pérdida de las grandes extensiones, de los cowboys que pug naban por pasar el alambrado, como las cáscaras de trigo en invierno.
...El único testamento que dejó data del ocho de Tulio de 1989, donde expli cita sus instrucciones para que se le envíen a usted los objetos adjuntos. Si no pudiéramos encontrarla, debería mos incinerar los objetos.
Dentro de la caja señalada con la palabra "Carta" hay un mensaje que él dejó para usted en 2001. Selló el so bre, que no ha sido abierto.
Los restos del señor Kou fueron cremados. A pedido suyo no hay indicación alguna del lugar donde se en cuentran. A pedido suyo sus cenizas fueron esparcidas cerca de su casa, señora, por un asociado nuestro. Creo que la localidad se llamaba Roseman Bridge.
Si podemos serle útiles en cualquier sentido, por favor no vacile en comu nicarse con nosotros.
La saluda atentamente
Allen B. Quippen. abogado.
Serena ahogó un gemido, volvió a se carse los ojos y comenzó a examinar el resto del contenido de la caja.
Sabía lo que había en el pequeño sobre acolchado. Lo sabía con la seguridad con que sabía que después del invierno volvería a llegar la primavera. Lo abrió cuidadosamente y buscó adentro. Sacó la cadena de plata. El medallón tenía rayaduras y decía "Bombon". En la parte posterior, grabado en letras diminutas, decía: "Quien lo en cuentre, por favor, envíelo a Serena Chiba, RR2, Winterset, Iowa, USA".
La pulsera de plata de Seiya estaba envuelta en papel de seda en el fondo del so bre. Junto con la pulsera había una hoja de papel. Decía: "Si quieres cenar otra vez `cuando las mariposas nocturnas estén en vuelo', vuelve esta noche cuando hayas terminado". La nota de Roseman Bridge. Hasta eso había guardado entre sus recuer dos.
Entonces recordó que esa nota era lo úni co que él tenía de ella, la única evidencia de que ella existía, aparte de las huidizas imágenes fotográficas en lento deterioro. La notita de Roseman Bridge. Estaba man chada y ajada, como si la hubiera llevado largo tiempo en la billetera.
Ella se preguntó cuántas veces la habría leído a lo largo de esos años, lejos de las colinas que bordeaban Middle River. Imaginaba a Seiya leyendo la nota a la escasa luz de una lámpara en un jet sin esca las a quién sabe dónde, sentado en el suelo en una cabaña de bambú en el país de los tigres; leyéndola a la luz de la linterna, do blándola y guardándola en una lluviosa noche de Bellingham, luego mirando las fotografías de una mujer apoyada en un cerco una mañana de verano, o bajando de un puente cubierto en el atardecer.
Las tres cajas contenían una cámara con un lente. Estaban rayadas, deterioradas. Al dar vuelta una de ellas se leía "Nikon" en el visor, y justo en la `parte superior izquierda de la etiqueta la letra "F". Era la cámara que ella le había entregado en Cedar Bridge.
Finalmente Serena abrió la carta de Seiya. Estaba escrita a mano en su papel con fecha 16 de agosto de 2001.
Mi dulce Bombon:
Espero que te encuentres bien. No sé cuándo recibirás esta carta. Algún tiempo después de mi partida. Tengo sesenta y cinco años, y hoy hace trece que nos conocimos, cuando entré en tu sendero para pedir indicaciones.
Espero que este paquete no perturbe tu vida en modo alguno. No podría soportar pensar que las cámaras queden en estuches gastados en algún ne gocio de segunda mano, o en poder de un desconocido. Estarán bastante es tropeadas cuando te lleguen. Pero no tengo a quien dejárselas, y te ruego que me perdones por ponerte en riesgo enviándotelas.
Entre 1987 y 1997 estuve casi todo el tiempo viajando. Para alejar la ten tación de llamarte o ir a verte, una tentación que tengo virtualmente en todos mis momentos de vigilia. Acep té todas las misiones que pude fuera del país. A veces, muchas veces, me dije: "Al diablo, me voy a Winterset. Iowa, y me llevo a mi Bombón conmigo a cualquier costo".
Pero recuerdo tus palabras, y respe to tus sentimientos. Tal vez tengas ra zón; no lo sé. Lo que sé es que salir de tu sendero esa calurosa mañana de un viernes fue lo más duro que me tocó hacer en la vida. En realidad dudo de que muchos hombres hayan hecho jamás algo tan difícil.
Dejé la National Geographic en 1997 y dediqué el resto de mis años de fotógrafo a cosas elegidas por mí, ha ciendo algún trabajo donde lo encon traba, temas locales o regionales que sólo me obligan a estar afuera por unos días cada vez. Desde el punto de vista financiero es duro, pero me las arreglo. Siempre me las he arreglado.
Gran parte de mi trabajo gira alre dedor de Puget Sound, y eso me gusta. Parece que cuando los hombres enve jecen se acercan al agua.
Ahora tengo un perro, un perdiguero dorado. Lo llamo "Camino", y viaja conmigo casi todo el tiempo, sacando la cabeza por la ventanilla, buscando buenas presas.
En el ochenta y ocho me caí de un acantilado en Maine, en el parque na cional de Acadia, y me fracturé un to billo. Con la caída se rompieron la cadena y el medallón. Afortunadamente cayeron cerca. Los encontré y mandé repararla cadena a un joyero.
Vivo con el corazón cubierto de pol vo. Esa es la mejor manera en que puedo expresarlo. Hubo mujeres antes de ti, algunas, pero después de ti nin guna. No hice ningún voto de celiba to; sencillamente no me interesan.
Una vez vi un ganso en Canadá a quien unos cazadores le habían matado la pareja. Sabes que se aparean para toda la vida. El ganso anduvo en círculos alrededor del estanque durante muchos días después de lo sucedi do. Cuando lo vi por última vez nada ba solo en medio del arroz silvestre, siempre buscando. Supongo que la analogía es demasiado obvia para el gusto literario, pero es así como me siento.
En mi imaginación, en mañanas ne blinosas o en tardes en que el sol se pone sobre las aguas al noroeste, trato de pensar qué puede ser de tu vida y qué estarás haciendo mientras pienso en ti. Nada complicado... salir al jar dín, sentarte en la hamaca del porche, estar de pie ante la pileta de la cocina. Cosas así.
Recuerdo todo. Tu olor, tu sabor de verano. La sensación de tu piel contra la mía, tus susurros cuando te amaba.
Una vez Robert Penn Warren usó esta frase: "... un mundo que parece abandonado de Dios...". No está mal, se parece bastante a lo que siento a veces. Pero no puedo vivir siempre así. Cuando esos sentimientos se hacen demasiado intensos, cargo las cosas en Harry y me voy de viaje por unos días con Camino.
No me gusta tenerme lástima. No soy de esa clase de hombre. Y la ma yor parte del tiempo no me siento así. En cambio me siento agradecido por haberte encontrado. Podríamos haber pasado uno junto al otro sin percibirnos, como dos porciones de polvo cós mico.
Dios o el universo, o lo que uno eli ja para nombrar los grandes sistemas de equilibrio y orden, no reconoce el tiempo terrestre. Para el universo, cuatro días no es distinto de cuatro mil millones de años luz. Yo trato de tenerlo siempre presente.
Pero, al fin y al cabo, no soy más que un hombre..Y todas las elucubra ciones filosóficas que puedo conjurar no me salvan de desearte, todos los días, a cada momento ni del despia dado gemido del tiempo, el tiempo que nunca puedo pasar contigo, den tro de mi cabeza.
Te amo profundamente, totalmente. Y será siempre así.
El Ultimo cowboy, Seiya
P.S.: El verano pasado le puse un motor nuevo a Harry. Anda muy bien.
El paquete había llegado cinco años antes. Y mirar el contenido se había converti do en uno de los rituales de cumpleaños de Serena. Tenía las cámaras, la pulsera y la cadena con el medallón en un comparti miento especial del placard. Un carpintero local había construido, según el diseño de Serena, una caja de madera de nogal, con protección para el polvo y partes acol chadas en el interior. "Muy bonita la caja",dijo el carpintero. Serena se limitó a sonreír.
La última parte del ritual era el manus crito. Siempre lo leía a la luz de las velas, al final del día. Lo llevaba del living a la cocina y lo colocaba cuidadosamente sobre la formica amarilla, cerca de una de las velas, encendía su único cigarrillo del año, un Camel, bebía un sorbo de brandy y empezaba a leer.
Capitulo Nº 8 …. Cenizas
Ya era de noche en Madison County. En el año 2008, el día que Serena cum plía sesenta y siete años. Hacía dos horas que se había acostado. Veía, tocaba, olía y oía todo lo sucedido veintidós años atrás.
Había recordado y había vuelto a recor dar. La imagen de esas luces rojas que avanzaban hacia el oeste por la 92 la perse guía desde hacía dos décadas. Se tocó los pechos y sintió tensarse los músculos de Seiya sobre ellos. Dios, cómo lo había amado. Lo había amado entonces más de lo que le parecía posible, y ahora lo amaba todavía más. Habría hecho cualquier cosa por él menos destruir su familia, y des truirlo tal vez también a él.
Bajó la escalera y se sentó ante la vieja mesa de la cocina con tapa de fórmica ama rilla. Darien había insistido en comprar una nueva, pero Serena a su vez pidió que conservaran la vieja en un galpón, y la envolvió cuidadosamente en plástico antes de guardarla.
"De todos modos no sé por qué le tienes tanto apego a esta vieja mesa", protestó él mientras la ayudaba a moverla. Cuando Darien murió Mamoru volvió a llevarla a la casa a pedido de su madre y nunca le preguntó por qué la quería en lugar de la nueva. Sólo la miró con aire inquisitivo, pero Serena no dijo nada.
Ahora estaba sentada ante esa mesa. Luego fue hasta el armario y sacó dos velas blancas con pequeños candelabros de bron ce. Las encendió y puso la radio, moviendo lentamente el dial hasta encontrar música suave.
Se quedó de pie junto a la pileta largo rato, con la cabeza levemente hacia arriba, mirándolo a la cara, y susurró: "Te recuer do, Seiya Kou. Tal vez el Gran Amo del Desierto tuviera razón. Tal vez fuiste el último. Tal vez todos los cowboys están ya ahora cerca de su extinción."
Antes de la muerte de Darien nunca se había atrevido a llamar a Kou, ni siquiera a escribirle, aunque durante años había estado en el filo de la navaja. Si le hablara una sola vez más se iría con él. Si le escribiera, sabía que él vendría a buscarla. Porque estaban muy cerca. A lo largo de los años Seiya nunca volvió a llamar ni a escribir, después de enviarle el único paquete con las fotos y el manuscrito. Serena sabía que él conocía sus senti mientos y las complicaciones que podía provocar en su vida.
Se suscribió a la National Geographic en septiembre de 1987. El artículo sobre los puentes cubiertos apareció al año siguien te: allí estaba Roseman Bridge en la prime ra luz cálida de la mañana, cuando Seiya encontró su nota. La tapa era una foto de Seiya en un tiro de caballos que arrastraban una carreta hacia Hogback Bridge. También había escrito el artículo.
En la contratapa se mencionaba a los au tores de las notas y a los fotógrafos, y de vez en cuando aparecían fotos. A veces estaba Seiya. Los mismos largos cabellos negros con algunos rastros del paso del tiempo en color plata, la pulsera, los jeans o los panta lones caqui, las cámaras colgando de sus hombros, las venas marcadas en los brazos. En el Kalahari, en los muros de Jaipur en la India, en una canoa en Guatemala, en el norte de Canadá. El camino y el cowboy.
Serena las recortaba y las guardaba en el sobre marrón junto con el artículo sobre los puentes cubiertos, el manuscrito, las dos fotografías y la carta. Guardaba el sobre bajo la ropa interior en un cajón de la cómoda, un lugar donde Darien nunca buscaba nada. Y como una observadora distante que lo siguiera a través de los años, veía envejecer a Seiya Kou.
La sonrisa seguía allí, también el cuerpo flaco, con sus buenos músculos. Pero Serena vela el paso de los años en las líneas alrededor de los ojos, en los fuertes hom bros ligeramente encorvados, los contornos de la cara más sumidos. Lo veía. Había es tudiado ese cuerpo con más detenimiento que cualquier otra cosa en su vida, más que el suyo propio. Y las señales de la edad hacían que lo deseara aún más, si era posible. Sospechaba, o más bien sabía, que él estaba solo. Y así era.
A la luz de las velas sobre la mesa estu dió los recortes. El la miraba desde lugares lejanos. Apareció la foto especial de un número de 1989. Seiya estaba junto a un río en el Este de África, frente a la cámara y cerca de ella, en cuclillas, preparándose para tomar una foto.
Cuando, años antes, Serena miró por primera vez ese recorte, vio la cadena de plata con una medallita que él llevaba colgada al cuello. Mamoru estaba ausente, es tudiando en la universidad; cuando Darien y Rini se acostaron Serena fue a buscar la poderosa lupa que Mamoru usa ba cuando era más chico para su colección de estampillas y la acercó a la foto.
-Dios mío -dijo casi sin aliento. El medallón decía "Bombon". Una única pequeña indiscreción, que ella le perdonó sonriendo. En todas las fotos posteriores aparecía el medallón en la cadena de plata.
Después de 1997 nunca volvió a verlo en la revista. Tampoco volvió a aparecer su firma. Buscó en todos los números, pero no encontró nada. Ese año Seiya cumpliría sesenta y dos.
Cuando murió Darien en 2001, después del funeral, cuando los hijos ya habían vuelto a sus hogares, Serena pensó en llamar a Seiya. El tendría sesenta y seis años; ella tenía cincuenta y nueve. Todavía había tiempo, a pesar de la pérdida de catorce años. Lo pensó mucho durante una semana y finalmente buscó el número en su libreta y lo llamó.
Sintió que se le paraba la respiración cuando empezó a sonar el teléfono. Oyó que levantaban el receptor y estuvo a punto de colgar. Una voz de mujer dijo: "Segu ros McGregor". Serena se desmoronó, pero se recuperó lo suficiente como para preguntar a la secretaria si había discado el número correcto. Le respondieron que sí. Ella agradeció y cortó.
Después probó con la operadora de infor maciones de Bellingham, Washington. Nada en la guía telefónica. Probó en Seattle. Nada. Luego en las oficinas de la Cámara de Comercio de Bellingham y en Seattle. Pidió que buscaran en las guías te lefónicas de cada ciudad. Lo hicieron, y no figuraba Seiya Kou. "Puede estar en cualquier parte", pensó ella.
Recordó la revista; él le había dicho que lo llamara allí. La recepcionista fue cortés, pero era nueva y tuvo que buscar a alguien que la ayudara con el pedido. El llamado de Serena fue transferido tres veces hasta que la comunicaron con un editor asociado que estaba en la revista desde hacía veinte años. Ella le preguntó sobre Seiya. Por supuesto el editor lo recorda ba.
-Está tratando de ubicarlo, eh? Era un estupendo fotógrafo. Era un poco quisqui lloso, no en el mal sentido: era persistente. Le importaba el arte por el arte mismo, y eso no funciona muy bien con nuestros lectores. Nuestros lectores quieren buenas fotos, fotos bien hechas pero nada demasiado audaz. Siempre decíamos que Kou era un poco extraño; ninguno de noso tros lo conocía fuera del trabajo. Pero era muy positivo. Podíamos mandarlo a cual quier parte y él hacía el trabajo, aunque disintiera con nuestras decisiones editoriales la mayoría de las veces. En cuanto a dónde puede estar ahora, he estado revisando los ficheros mientras hablábamos. Dejó la revista en 1997. La dirección y el número de teléfono que tengo aquí... -Leyó los mis mos datos que tenía Serena. Después de eso ella abandonó el intento, un poco por miedo de lo que podría descubrir.
Siguió sin rumbo fijo, permitiéndose pensar cada vez más en Seiya Kou. Todavía manejaba bien, y varias veces por año iba a Des Moines a almorzar en el res taurante donde él la había llevado. En uno de esos viajes compró un cuaderno con tapas de cuero. Y en esas páginas comenzó a escribir con su letra clara los detalles de sus amores con él y sus pensamientos acer ca de él. Tuvo que llenar tres de esos cua dernos antes de considerar terminada la tarea.
Winterset mejoraba. Había un activo cír culo de arte, compuesto en su mayor parte por mujeres y desde hacía algunos años se hablaba de restaurar los viejos puentes.
Gente joven e interesante construía casas en las colinas. Las costumbres ya no eran tan rígidas, nadie se quedaba mirando a los que llevaban el pelo largo, aunque todavía pocos hombres usaban sandalias y los poe tas eran escasos.
Sin embargo, excepto algunas amigas, Serena se apartó completamente de la comunidad. La gente lo comentaba, y tam bién que se la veía muy a menudo de pie junto a Roseman Bridge y a veces junto a Cedar Bridge. Las personas de edad a veces se vuelven raras, decían, y se contentaban con esa explicación.
El 2 de febrero de 2004 un camión de encomiendas del United Parcel Service entró en su sendero. Ella no había encar gado nada, y se asombró. Firmó al recibir el paquete y miró la dirección. "Serena Chiba, RR2, Winterset, Iowa 50273". El remitente era un estudio de abogados de Seattle.
El paquete estaba prolijamente cerrado y llevaba seguro extra. Serena lo puso en la mesa de la cocina y lo abrió con cuidado. Contenía tres cajas, bien envueltas en plás tico grueso. Sobre una de ellas había un pequeño sobre acolchado. Sobre otra, un sobre comercial dirigido a ella, con remi tente del estudio de abogados.
Retiró la cinta engomada del sobre y lo abrió, temblando.
25 de enero de 2004
Sra. Serena Chiba RR2
Winterset, IA., 50273
Estimada señora Chiba:
Representamos el patrimonio de Seiya Kou, recientemente fallecido.
Serena dejó la carta en la mesa. Afue ra volaba la nieve sobre los campos inver nales. Ella la vio azotar los rastrojos, arrancar espigas, apiladas en un ángulo del alambrado. Leyó una vez más las palabras:
"Representamos el patrimonio de Seiya Kou, recientemente fallecido..."
-Ay, Seiya, Seiya, no... -dijo suavemente Serena, y agachó la cabeza.
Una hora después pudo seguir leyendo. El lenguaje llano de la ley, la precisión de las palabras la enfurecían. "Representamos..," Un abogado que llevaba a cabo sus obligaciones con un cliente.
El hombre parado en el estribo de un camión llamado Harry que se volvía para verla morir en el polvo de un sen dero de campo en Iowa... dónde estaba él en esas palabras?
La carta debía haber sido de mil páginas. Debía haber hablado del final de las cade nas evolutivas y de la pérdida de las grandes extensiones, de los cowboys que pug naban por pasar el alambrado, como las cáscaras de trigo en invierno.
...El único testamento que dejó data del ocho de Tulio de 1989, donde expli cita sus instrucciones para que se le envíen a usted los objetos adjuntos. Si no pudiéramos encontrarla, debería mos incinerar los objetos.
Dentro de la caja señalada con la palabra "Carta" hay un mensaje que él dejó para usted en 2001. Selló el so bre, que no ha sido abierto.
Los restos del señor Kou fueron cremados. A pedido suyo no hay indicación alguna del lugar donde se en cuentran. A pedido suyo sus cenizas fueron esparcidas cerca de su casa, señora, por un asociado nuestro. Creo que la localidad se llamaba Roseman Bridge.
Si podemos serle útiles en cualquier sentido, por favor no vacile en comu nicarse con nosotros.
La saluda atentamente
Allen B. Quippen. abogado.
Serena ahogó un gemido, volvió a se carse los ojos y comenzó a examinar el resto del contenido de la caja.
Sabía lo que había en el pequeño sobre acolchado. Lo sabía con la seguridad con que sabía que después del invierno volvería a llegar la primavera. Lo abrió cuidadosamente y buscó adentro. Sacó la cadena de plata. El medallón tenía rayaduras y decía "Bombon". En la parte posterior, grabado en letras diminutas, decía: "Quien lo en cuentre, por favor, envíelo a Serena Chiba, RR2, Winterset, Iowa, USA".
La pulsera de plata de Seiya estaba envuelta en papel de seda en el fondo del so bre. Junto con la pulsera había una hoja de papel. Decía: "Si quieres cenar otra vez `cuando las mariposas nocturnas estén en vuelo', vuelve esta noche cuando hayas terminado". La nota de Roseman Bridge. Hasta eso había guardado entre sus recuer dos.
Entonces recordó que esa nota era lo úni co que él tenía de ella, la única evidencia de que ella existía, aparte de las huidizas imágenes fotográficas en lento deterioro. La notita de Roseman Bridge. Estaba man chada y ajada, como si la hubiera llevado largo tiempo en la billetera.
Ella se preguntó cuántas veces la habría leído a lo largo de esos años, lejos de las colinas que bordeaban Middle River. Imaginaba a Seiya leyendo la nota a la escasa luz de una lámpara en un jet sin esca las a quién sabe dónde, sentado en el suelo en una cabaña de bambú en el país de los tigres; leyéndola a la luz de la linterna, do blándola y guardándola en una lluviosa noche de Bellingham, luego mirando las fotografías de una mujer apoyada en un cerco una mañana de verano, o bajando de un puente cubierto en el atardecer.
Las tres cajas contenían una cámara con un lente. Estaban rayadas, deterioradas. Al dar vuelta una de ellas se leía "Nikon" en el visor, y justo en la `parte superior izquierda de la etiqueta la letra "F". Era la cámara que ella le había entregado en Cedar Bridge.
Finalmente Serena abrió la carta de Seiya. Estaba escrita a mano en su papel con fecha 16 de agosto de 2001.
Mi dulce Bombon:
Espero que te encuentres bien. No sé cuándo recibirás esta carta. Algún tiempo después de mi partida. Tengo sesenta y cinco años, y hoy hace trece que nos conocimos, cuando entré en tu sendero para pedir indicaciones.
Espero que este paquete no perturbe tu vida en modo alguno. No podría soportar pensar que las cámaras queden en estuches gastados en algún ne gocio de segunda mano, o en poder de un desconocido. Estarán bastante es tropeadas cuando te lleguen. Pero no tengo a quien dejárselas, y te ruego que me perdones por ponerte en riesgo enviándotelas.
Entre 1987 y 1997 estuve casi todo el tiempo viajando. Para alejar la ten tación de llamarte o ir a verte, una tentación que tengo virtualmente en todos mis momentos de vigilia. Acep té todas las misiones que pude fuera del país. A veces, muchas veces, me dije: "Al diablo, me voy a Winterset. Iowa, y me llevo a mi Bombón conmigo a cualquier costo".
Pero recuerdo tus palabras, y respe to tus sentimientos. Tal vez tengas ra zón; no lo sé. Lo que sé es que salir de tu sendero esa calurosa mañana de un viernes fue lo más duro que me tocó hacer en la vida. En realidad dudo de que muchos hombres hayan hecho jamás algo tan difícil.
Dejé la National Geographic en 1997 y dediqué el resto de mis años de fotógrafo a cosas elegidas por mí, ha ciendo algún trabajo donde lo encon traba, temas locales o regionales que sólo me obligan a estar afuera por unos días cada vez. Desde el punto de vista financiero es duro, pero me las arreglo. Siempre me las he arreglado.
Gran parte de mi trabajo gira alre dedor de Puget Sound, y eso me gusta. Parece que cuando los hombres enve jecen se acercan al agua.
Ahora tengo un perro, un perdiguero dorado. Lo llamo "Camino", y viaja conmigo casi todo el tiempo, sacando la cabeza por la ventanilla, buscando buenas presas.
En el ochenta y ocho me caí de un acantilado en Maine, en el parque na cional de Acadia, y me fracturé un to billo. Con la caída se rompieron la cadena y el medallón. Afortunadamente cayeron cerca. Los encontré y mandé repararla cadena a un joyero.
Vivo con el corazón cubierto de pol vo. Esa es la mejor manera en que puedo expresarlo. Hubo mujeres antes de ti, algunas, pero después de ti nin guna. No hice ningún voto de celiba to; sencillamente no me interesan.
Una vez vi un ganso en Canadá a quien unos cazadores le habían matado la pareja. Sabes que se aparean para toda la vida. El ganso anduvo en círculos alrededor del estanque durante muchos días después de lo sucedi do. Cuando lo vi por última vez nada ba solo en medio del arroz silvestre, siempre buscando. Supongo que la analogía es demasiado obvia para el gusto literario, pero es así como me siento.
En mi imaginación, en mañanas ne blinosas o en tardes en que el sol se pone sobre las aguas al noroeste, trato de pensar qué puede ser de tu vida y qué estarás haciendo mientras pienso en ti. Nada complicado... salir al jar dín, sentarte en la hamaca del porche, estar de pie ante la pileta de la cocina. Cosas así.
Recuerdo todo. Tu olor, tu sabor de verano. La sensación de tu piel contra la mía, tus susurros cuando te amaba.
Una vez Robert Penn Warren usó esta frase: "... un mundo que parece abandonado de Dios...". No está mal, se parece bastante a lo que siento a veces. Pero no puedo vivir siempre así. Cuando esos sentimientos se hacen demasiado intensos, cargo las cosas en Harry y me voy de viaje por unos días con Camino.
No me gusta tenerme lástima. No soy de esa clase de hombre. Y la ma yor parte del tiempo no me siento así. En cambio me siento agradecido por haberte encontrado. Podríamos haber pasado uno junto al otro sin percibirnos, como dos porciones de polvo cós mico.
Dios o el universo, o lo que uno eli ja para nombrar los grandes sistemas de equilibrio y orden, no reconoce el tiempo terrestre. Para el universo, cuatro días no es distinto de cuatro mil millones de años luz. Yo trato de tenerlo siempre presente.
Pero, al fin y al cabo, no soy más que un hombre..Y todas las elucubra ciones filosóficas que puedo conjurar no me salvan de desearte, todos los días, a cada momento ni del despia dado gemido del tiempo, el tiempo que nunca puedo pasar contigo, den tro de mi cabeza.
Te amo profundamente, totalmente. Y será siempre así.
El Ultimo cowboy, Seiya
P.S.: El verano pasado le puse un motor nuevo a Harry. Anda muy bien.
El paquete había llegado cinco años antes. Y mirar el contenido se había converti do en uno de los rituales de cumpleaños de Serena. Tenía las cámaras, la pulsera y la cadena con el medallón en un comparti miento especial del placard. Un carpintero local había construido, según el diseño de Serena, una caja de madera de nogal, con protección para el polvo y partes acol chadas en el interior. "Muy bonita la caja",dijo el carpintero. Serena se limitó a sonreír.
La última parte del ritual era el manus crito. Siempre lo leía a la luz de las velas, al final del día. Lo llevaba del living a la cocina y lo colocaba cuidadosamente sobre la formica amarilla, cerca de una de las velas, encendía su único cigarrillo del año, un Camel, bebía un sorbo de brandy y empezaba a leer.
Re: Los Puentes de Madison [UA] Dram/Rom S/ND final
La caída desde la dimensión Z
Seiya Kou
Seiya Kou
Hay antiguos vientos que todavía no com prendo, aunque ahora me parece que siem pre he cabalgado sobre su lomo. Me muevo en la Dimensión Z; el mundo pasa por otro lugar, en otro plano de las cosas, paralelo a mí. Como si, con las manos en los bolsillos e inclinándome un poco hacia adelante, lo viera en el interior de una vidriera de una gran tienda.
En la Dimensión Z hay momentos extra ños. Tomando una curva larga y lluviosa en Nueva México, al oeste de Magdalena, la ruta lleva a un sendero y el sendero a una senda para animales. Un movimiento del limpiaparabrisas y la senda se transfor ma en un bosque en el que nadie ha entrado nunca. Otra vuelta del limpiaparabrisas, y otra vez algo, más atrás. Esta vez es una vasta zona helada. Avanzo a través de los pastos cortos, con el cabello enmarañado y una lanza, delgado y duro como el hielo mismo, todo músculo e implacable astu cia. Más allá del hielo, siempre mucho más atrás en la medida de las cosas, están las profundas aguas saladas en las que nado, cubierto de agallas y escamas. No veo nada más, sólo que más allá del plancton está el dígito cero.
Euclides no siempre tenía razón. Pensaba que las paralelas continuaban en forma constante hasta el final de la cosas, pero también es posible un modo de vida no eu clidiano en que las paralelas se tocan, allá, muy lejos. Un punto en el que todo desapa rece. La ilusión de la convergencia.
Pero sé que es más que una ilusión. A veces es posible la unión, la fusión de una realidad con otra. Una especie de suave enlazado. .Sin intersecciones nítidas. En un mundo de precisión, sin el murmullo de la lanzadera. Sólo... sólo la respiración. Sí, así suena, y así se siente también. La respira ción.
Y me muevo lentamente por encima de esta otra realidad, y junto a ella, y debajo y alrededor de ella, siempre con fuerza, siem pre con potencia, y sin embargo siempre entregándome a ella. Y el otro ser percibe, se acerca con su propia potencia, y a su vez se entrega a mí.
En algún lugar, dentro de la respiración, suena la música, y entonces empieza la cu riosa danza en espiral, con un ritmo propio que atempera al hombre del hielo con la lanza y el cabello desordenado. Y lentamente, girando y rodando en adagio, siem pre en adagio, el hombre de hielo cae... desde la Dimensión Z... y dentro de ella.
Al final del día en que cumplía sesenta y siete años, cuando paró la lluvia, Serena puso el sobre marron en el cajón de abajo del escritorio con tapa corrediza. Después de la muerte de Darien había decidido guardarlo en la caja de seguridad en el Banco, pero todos los años en esta época lo lle vaba unos días a su casa. La tapa de la caja de nogal se cerró sobre las cámaras, y Serena colocó la caja en un estante del pla card de su dormitorio. Después del mediodía había visitado Roseman Bridge. Salió al porche, secó la hamaca con una toalla y se sentó. Hacía frió, pero se quedaría allí unos minutos, como siempre. Entonces fue hasta el portón del patio y allí se detuvo. Lue go fue hasta el comienzo del sendero. Vein tidós años después aún lo veía bajar del camión al atardecer, tratando de encontrar el camino; veía a Harry avanzando a los tumbos hacia la ruta principal, luego dete niéndose, y a Seiya Kou parado en el estribo, mirando por el sendero.
Una Carta de Serena
Serena Chiba murió en 2009. Tenía sesenta y nueve años. Ese año Seiya Kou habría cumplido setenta y seis. La causa de la muerte figuraba como "natu ral". "Simplemente se murió", les dijo el médico a Mamoru y a Rini. "En reali dad estamos un poco perplejos. No encon tramos una causa específica para su muer te. Un vecino la encontró con la cabeza apoyada sobre la mesa de la cocina."
En una carta a su abogado con fecha 2007 Serena había pedido que sus restos fueran cremados y sus cenizas esparcidas en Roseman Bridge. La cremación era una práctica poco frecuente en Madison County (de alguna manera se la considera ba demasiado radical, y la voluntad de Serena provocó muchas discusiones en el café, en la estación Texaco y en el nego cio de repuestos y maquinarias. El acto de arrojar las cenizas no fue hecho público.
Después del funeral, Mamoru y Rini fueron lentamente hasta Roseman Bridge y cumplieron con las instrucciones de su madre. Aunque estaba cerca de la casa, la familia Chiba nunca se había interesado gran cosa en ese puente, y Mamoru y Rini se preguntaron una y otra vez por qué esa persona bastante sensata que era su madre se comportaba en forma tan enigmá tica y por qué no había pedido que la ente rraran junto a su marido como era costum bre.
Después los hermanos iniciaron el Largo proceso de examinar y clasificar los objetos que quedaban en la casa. Sacaron la caja de seguridad del Banco y luego que el abogado local la abrió, y revisó el conteni do para la sucesión, se la entregó.
Tomaron cada uno una parte del mate rial contenido en la caja y comenzaron a examinarlo. El sobre marrón estaba en la pila de Rini, debajo de otros varios ob jetos. Ella se admiró al ver el conteni do. Leyó la carta de Seiya a Serena es crita en 1987. Después leyó la carta de Seiya de 2001, y por último la de 2004 del abogado de Seattle. Finalmente estudió los recortes de las revistas.
-Mamoru.
El captó la mezcla de sorpresa y pena en la voz de su hermana e inmediatamente alzó la mirada
-¿Sí?
Rini tenía los ojos llenos de lágrimas, la voz temblorosa.
-Mamá estuvo enamorada de un hom bre llamado seiya Kou. Era fotógrafo. ¿Te acuerdas cuando todos vimos el núme ro de la National Geographic con la nota sobre los puentes? El fue quien tomó las fo tos de los puentes de aquí. ¿Y te acuerdas de que todos los chicos hablaban en esa época del tipo raro de las cámaras fotográfi cas? Era él.
Mamoru estaba sentado frente a Rini, con una corbata floja, el cuello de la cami sa abierto.
-A ver, dímelo otra vez. No puedo creer lo que oí.
Después de leer las cartas él buscó en el placard de la planta baja, luego subió al dormitorio de Serena. Nunca había visto la caja de nogal ni conocía su conte nido. La llevó a la mesa de la cocina.
-Rini, aquí están las cámaras.
En un ángulo de la caja había un sobre sellado con la inscripción "Rini y Mamoru" en la letra de Serena, y entre las cámaras tres cuadernos con tapa de cuero.
-No estoy seguro de poder leer lo que hay en ese sobre –dijo Mamoru–. Léemelo en voz alta, si te sientes capaz.
Rini abrió el sobre y leyó:
7 de enero de 2007
Queridos Hijos:
Aunque me siento muy bien, creo que es tiempo de poner mis cosas en orden (como suele decirse). Hay algo, algo muy importante, que ustedes deben saber. Por eso escribo.
Después de abrir la caja de seguri dad y encontrar el sobre marrón grande dirigido a mí con matasellos de 1987, con seguridad llegarán a esta carta. Si es posible, por favor siéntense a leerla en la mesa de la cocina. Pron to entenderán por qué se lo pido.
Me resulta difícil escribir esto a mis propios hijos, pero debo hacerlo. Esto es algo demasiado fuerte, demasiado hermoso como para que muera conmi go. Y si quieren saber quién fue su madre, con todo lo bueno y todo lo malo, deben saber lo que voy a con tarles. Valor.
Como ya han descubierto, se llama ba Seiya Kou. Era fotógrafo, y estuvo aquí en el año 1986 fotografiando los puentes cu biertos.
¿Recuerdan qué entusiasmo tenía la gente de aquí cuando las fotos apare cieron en la National Geographic? También recordarán que por esa épo ca yo empecé a recibir la revista. Aho ra comprenderán mi repentino interés por ella. A propósito, yo estaba con él, llevándole una de las mochilas con las cámaras, cuando tomó la foto en Cedar Bridge.
Quiero que sepan que yo amé al padre de ustedes con un amor tran quilo. Lo sabía entonces y lo sé ahora. El fue bueno conmigo y me dio dos hi jos, ustedes, a quienes adoro. No lo olviden.
Pero Seiya Kou era alguien muy diferente; no se parecía a nadie a quien yo hubiera visto u oído o sobre quien hubiera leído en toda mi vida. Es imposible que lleguen a entender esto totalmente. En primer lugar, uste des no son yo. En segundo lugar hubieran tenido que estar cerca de é1, mirarlo moverse, oírlo hablar sobre el hecho de estar en un callejón sin sali da de la evolución. Tal vez los ayuda rán los cuadernos y los recortes de las revistas, pero tampoco eso será sufi ciente.
En primer lugar él no era de este mundo. Es lo más claro que puedo de cir sobre Seiya. Siempre me pareció que era un ser parecido a un leopardo que había llegado en la cola de un cometa. Así se movía, y así era su cuerpo. De alguna manera reunía una enorme intensidad con calidez y bondad, y lo habitaba cierto sentido trági co. Sentía que se estaba tornando ob soleto en un mundo de computadoras y robots y de vida organizada en gene ral. Se veía como uno de los últimos cowboys, según decía, y también decía que tenía los colmillos viejos.
La primera vez que lo vi fue cuando se detuvo a preguntar cómo llegar a Roseman Bridge. Ustedes tres estaban en la Illinois State Fair. Créanme que yo no andaba buscando ninguna aventura. Nada más lejos de mi mente. Pero lo miré unos segundos y ense guida supe que lo deseaba, aunque no tanto como llegué a desearlo después.
Y por favor no piensen que él era un Casanova que corría detrás de las campesinas para aprovecharse de ellas. No era así en absoluto. En reali dad era un poco tímido, y yo tuve tanto que ver con lo que pasó como él. En realidad más. La nota guardada junto a su pulsera fue la que yo le dejé en Roseman Bridge para que la viera la mañana después que nos conocimos. Aparte de esa foto mía, es la única evidencia de que yo existía que le quedó a través de los años, de que no era un sueño que él había tenido.
Sé que los hijos tienen tendencia a pensar que sus padres son un poco asexuales, de manera que espero no perturbarlos, y por cierto espero que esto no destruya el recuerdo que tie nen de mi.
Seiya y yo pasamos horas juntos en la vieja cocina. Hablamos y baila mos a la luz de las velas. Y, sí, hici mos el amor allí y en el dormitorio y en la pradera y en cualquier lugar que se nos ocurría. Eran amores increíbles, poderosos, trascendentes, y continuaron durante días sin detenerse. Al pensar en él muchas veces me viene a la mente la palabra "poderoso". Porque eso era él cuando nos conocimos.
Era como una flecha en su intensi dad. Yo me sentía desvalida cuando me hacía el amor. No quiero decir débil; no es eso lo que sentía. Simplemente invadida por su sola fuerza emocional y física. Una vez, cuando se lo susurré, dijo con sencillez: "Soy el camino y soy un peregrino y soy todas las velas que salieron al mar."
Después miré el diccionario. Lo pri mero que uno piensa cuando oye la palabra "peregrino" es "halcón". Pero la palabra tiene otros significados, y él seguramente lo sabía. Uno es "extran jero, extraño". Otro es "vagabundo, andariego, migratorio". El latín pere grinus, una de las raíces de la palabra, significa desconocido. El era todo eso... un desconocido, un extranjero, un vagabundo y, ahora que lo pienso, también era como un halcón.
Comprendan, chicos, que estoy tra tando de expresar algo que no se pue de decir con palabras. Sólo deseo que alguna vez ustedes puedan vivir lo que he experimentado; de todos modos empiezo a pensar que no es proba ble. Aunque supongo que no se estila decir estas cosas en nuestros tiempos más ilustrados, no creo que sea posi ble que una mujer posea el tipo parti cular de fuerza que tenía Seiya Kou. De manera, Mamoru, que con eso quedas afuera. En cuanto a Rini, la mala noticia es que creo que sólo hubo un Seiya Kou, y nada más.
Si no hubiera sido por ustedes y por su padre yo me habría ido con él, de inmediato. Me pidió, me rogó que me fuera con él. Pero yo no quise, y él fue lo bastante sensible y cuidadoso como para no interferir en nuestras vidas después de eso.
La paradoja es que si no hubiera sido por Seiya no sé si hu biera podido quedarme en la granja todos estos años. En cuatro días me dio toda una vida, un universo. Nunca dejé de pensar en él, ni por un mo mento. Aun cuando no estaba en mi mente consciente yo lo sentía en algu na parte, siempre estaba allí.
Pero nunca puso en desmedro nada de lo que yo sentía por ustedes dos y por papá. Si pienso un momento solamente en mí, creo que no tomé una buena decisión. Pero teniendo en cuenta a la familia creo que sí.
Aunque debo ser honesta y admitirlo, Seiya comprendió desde el principio, mejor que yo, lo que for mábamos entre ambos. Creo que sólo con el tiempo comencé, gradualmen te, a captar el significado. Si realmen te lo hubiera comprendido, cuando me pidió cara a cara que me fuera con él, probablemente lo habría hecho.
Él pensaba que el mundo se había vuelto demasiado racional, que había dejado de confiar en la magia como debía. A menudo me pregunté si yo no había sido demasiado racional al tomar mi decisión.
Estoy segura de que mi voluntad sobre mi entierro debe de haberles pa recido incomprensible; tal vez pensa ron que era el producto de la confu sión mental de una vieja. Después de leer la carta del abogado de Seattle de 2004 y mis cuadernos, comprenderán por qué hice ese pedido. Le di mi vida a mi familia; y queria darle a Seiya lo que quedaba de mí.
Creo que Darien sabía que habia algo en mí a lo que él no tenía acceso,
y a veces me pregunto si encontró el sobre marrón que yo guardaba en casa en el escritorio. Poco antes de su muerte estaba sentada junto a él en el hospital de Des Moines y me dijo: "Serena, sé que tú también tuviste tus propios sueños. Lamento no haber podido dártelos yo". Fue el momento más conmovedor de nuestra vida en común.
No quiero que sientan culpa ni pena por ninguna de estas cosas. No es mi intención provocarlas. Sólo quiero que sepan cuánto amé a Seiya. Lo tuve en mis pensamientos todos los días, todos estos años, lo mismo que él.
Aunque nunca volvimos a hablarnos, seguimos indisolublemente uni dos; todo cuanto pueden estarlo dos personas. No encuentro las palabras para expresar esto adecuadamente. El lo expresó mejor cuando dijo que ha bíamos dejado de ser dos seres separados, y que en cambio nos habíamos convertido en un tercero formado por los dos. Ninguno de los dos existía en forma independiente de ese ser. Y ese ser andaba ala deriva.
Rini, recordarás la terrible pelea que tuvimos una vez sobre un vestido color rosa pálido que yo guardaba en mi placard. Tú lo habías visto y querías ponértelo. Decías que no recorda bas habérmelo visto puesto nunca, en tonces, ¿por qué no podía arreglarlo para que te sirviera a ti? Ese fue el ves tido que me puse la noche que Seiya y yo hicimos el amor por primera vez. Nunca en mi vida estuve tan bonita como esa noche. El vestido era un pe queño recuerdo tonto de aquella épo ca. Por eso nunca volví a ponérmelo y me negué a permitirte usarlo.
Después que Seiya se fue de aquí en 1986 me di cuenta de lo poco que sabia de él en términos de la historia de su familia. Aunque creo que me enteré de casi todo lo demás que le concernía, de todo lo que realmente importaba, en esos breves días. Era hijo único, sus padres habían muerto, y él había nacido en un pueblito de Ohio.
Ni siquiera estoy segura de si fue a la universidad, o aun a la escuela se cundaria, pero tenía una inteligencia brillante a su manera cruda, primiti va, casi mística.
Estuvo casado una vez y se divorció, mucho antes de conocerme. No tuvo hijos, y las largas ausencias de en sus viajes fotográficos fueron de masiado para el matrimonio. El asu mía la culpa por la separación.
Aparte de eso, que yo sepa Seiya no tenía familia. Yo les pido que lo consideren parte de la nuestra. Al menos yo tenía una familia, una vida con otros. Él estaba solo. No era justo, y yo lo sabía.
Prefiero, o al menos eso creo, por la memoria de Darien y por la forma en que habla la gente, que de alguna manera todo esto quede en el seno de la familia Chiba. Pero lo dejo a jui cio de ustedes.
De todas maneras por cierto no me avergüenzo de lo que Seiya y yo tuvimos entre los dos. Al contra rio. Todos estos años lo amé desespe radamente, aunque por mis propias razones traté una sola vez de ponerme en contacto con él. Fue después de la muerte del padre de ustedes. Mi inten to fracasó, y temí que le hubiese suce dido algo, y por ese miedo nunca volví a intentarlo. Simplemente no podía enfrentar la realidad. De manera que se imaginarán lo que sentí cuando lle gó el paquete con la carta del abogado en 2004.
Como les dije, espero que comprendan que no pienso mal de mí misma. Si me aman, deben amar lo que luce.
Seiya Kou me enseñó lo que es ser mujer en una forma que pocas mu jeres, tal vez ninguna, experimentará jamás. Era un hombre agradable y cálido, y por cierto merece el respeto y quizás el amor de ustedes. Espero que puedan brindarle las dos cosas. A su manera, a través de mí, fue bueno con ustedes.
Que Dios los acompañe, hijos míos.
Mamá.
Silencio en la vieja cocina. Mamoru inspiró profundamente y miró por la ventana. Rini miró alrededor, la pileta, el piso, la mesa, todo.
Cuando habló su voz era casi un suspiro.
-Ay, Mamoru, Mamoru, piensa en ellos todos estos años, deseándose tan desesperadamente. Ella renunció a él por nosotros y por papá. Y Seiya se mantuvo aparte por respeto a los sentimientos de mamá por nosotros, me resulta difícil pensarlo. Tratamos con tanta indife rencia a nuestros matrimonios, y nosotros fuimos parte de la razón de que ese increí ble amor terminara como terminó.
Tuvieron cuatro días juntos, sólo cuatro. En toda una vida. Cuando nosotros fuimos a esa ridícula feria en Illinois. Mira la foto de mamá. Nunca la vi así. Tan increíblemente hermosa, y no es la fotografía. Es lo que él le hizo. Mírala, tan salvaje y libre. Con los cabellos al viento, el rostro lleno de vida. Está maravillosa.
-Dios mío -fue todo lo que pudo decir Mamoru, enjugándose la cara con un repa sador, y también los ojos cuando Rini no lo miraba.
Rini volvió a hablar.
-Aparentemente él nunca trató de co municarse con ella en esos años. Y debe de haber muerto solo; por eso le hizo enviar las cámaras. Recuerdo la pelea que tuvi mos mamá y yo por el vestido rosa. Duró días y días. Ella se limitaba a decir: "No, Rini, ése no".
Y Mamoru recordó la vieja mesa a la que estaban sentados. Ahora comprendía por qué Serena le había pedido que volviera a traerla a la cocina después de la muerte de su padre.
Rini abrió el sobre pequeño acolchado.
-Aquí está la pulsera, y la cadena con el medallón de plata de él. Y la nota que men ciona mamá en su carta, la que ella le dejó en Roseman Bridge. Por eso es que la foto del puente que él le envió muestra el papel clavado allí con una tachuela.
-Mamoru, ¿qué vamos a hacer? Piénsa lo; vuelvo en un minuto.
Rini subió corriendo la escalera y volvió unos minutos después con el vesti do rosa cuidadosamente doblado en una funda de plástico. Lo desplegó para mos trárselo a Mamoru.
-Imagínala con este vestido y bailando con él aquí, en la cocina. Piensa en todo el tiempo que hemos pasado aquí y en las imágenes que ella debe de haber recordado mientras cocinaba y cuando estábamos todos aquí con ella, hablando de nuestros problemas, pensando a qué universidad ir, comentando lo difícil que es tener éxito en el matrimonio. Dios mío, qué inocentes e inmaduros somos comparados con ella.
Mamoru asintió con un gesto y se volvió hacia las alacenas que había sobre la pileta.
-¿Mamá tendría alguna bebida por aquí? Por Dios, qué bien me vendría. Como respuesta a tu pregunta te diré que no sé lo que vamos a hacer.
Buscando en las alacenas encontró una botella de brandy, casi vacía.
-Alcanza para dos copas, Rini. ¿Quieres?
-Sí.
Mamoru sacó las únicas dos copas para brandy que había en la alacena y las colocó en la mesa de fórmica amarilla. Vertió lo que quedaba del contenido de la botella, mientras Rini comenzaba a leer en si lencio el primer volumen de las memorias de su madre.
"Seiya Kou llegó a mi vida el 16 de agosto de 1986, un lunes. Estaba tratando de encontrar Roseman Bridge. Era casi de noche, hacía calor, y él venía en una pickup a la que llamaba Harry..."
El amor es el sentimiento mas limpio, puro y feroz, no importa la edad que tengas el algún día te encontrará pero en ti estará la decisión de aceptarlo o dejarlo ir.
Yo Serena Tsukino… lo deje ir…..pero lo viví como nunca jamás en sus vidas podrán hacerlo, ahora es tiempo de partir, de ir a sus brazos y acunarme en ellos por toda la eternidad….
Entrevista con "Nighthawk" Cummings
Tanto me conmovió esta historia de Seiya Kou y Serena Chiba, que mi mente trabajaba a mil por hora, preguntándome que fue del ultimo tiempo de este fotógrafo porque no se sabia nada de él.
Eran muchas interrogantes, así que luego de haber leído todos los Diarios de Serena Chiba, y haber hablado a la Nacional Geografic, contrate un detective privado, luego de un año de búsqueda un día me llamo y me dio la información de donde había estado Seiya Kou. No lo dude, tome mi auto, me monte en la carretera y a toda velocidad me fui a Seattle.
Entrevista:
Estaba haciendo unas funciones en Shorty's, en Seattle, donde vivía entonces, y necesitaba una buena foto mía en blanco y negro para publicidad. El contrabajista me dijo que había un tipo que vivía en una de las islas y trabajaba bien. No tenía telé fono, de manera que le mandé una tarjeta.
Vino a verme; era un individuo un poco estrafalario que andaba con jeans, botas y tiradores color naranja. El tipo sacó unas cámaras viejas y estropeadas que nadie hu biera dicho' que funcionaban; yo pensé "Ay, Dios mío". Me puso contra una pared de color claro con el saxofón y me dijo que tocara no más, sin parar. Así que toqué. Los primeros tres minutos se quedó ahí pa rado, mirándome muy atentamente, con los ojos azules más serenos que he visto.
Después empezó a tomar fotos. Y me pi dió que tocara Las hojas muertas. Toqué. Toqué por lo menos diez minutos mientras él disparaba sin cesar, una foto tras otra. Después dijo: "Bueno, ya está. Mañana se las entrego".
Al día siguiente me las trajo y me quedé pasmado. A mí me han sacado muchas fotos, pero ésas eran las mejores, de lejos. Me cobró cincuenta dólares, que me pareció muy barato. Me agradeció, y al salir me preguntó dónde estaba tocando. "En Shor ty's" le dije.
Varias noches después miro al público y lo veo sentado en una mesa de un rincón, escuchando con verdadera atención. Bien, empezó a venir una vez por semana, siem pre los martes; siempre bebía cerveza, aunque no mucho.
A veces, en los intervalos, yo iba a charlar unos minutos con él. Era un hombre callado, no decía mucho, pero era muy agradable, y siempre me preguntaba cor tésmente si no quería tocar Las hojas muertas.
Después de un tiempo llegamos a cono cemos un poco. A mí me gustaba ir al puerto a ver el agua y los barcos; a él tam bién. De modo que llegamos a sentarnos en un mismo banco y a charlar tardes enteras. Éramos un par de viejos que empiezan a marchitarse, a sentirse poco importantes, algo anticuados.
El solía llevar a su perro. Lindo perro. Lo llamaba Camino.
Comprendía la magia. Los músicos de jazz también la conocen. Tal vez por eso nos llevábamos bien. Uno toca una melodía que ya ha tocado miles de veces, y de pronto surge un montón de ideas nuevas del saxo sin que hayan pasado siquiera por la mente consciente. El decía que la fotografía y la vida eran así. Y agregó: "Como hacer el amor a la mujer que uno ama".
El estaba trabajando en algo con lo que intentaba convertir a la música en imáge nes visuales. Me dijo: "John, ¿te acuerdas de ese adorno que casi siempre haces en el cuarto compás de Dama sofisticada? Bien, creo que hace un par de días logré ponerlo en película. La luz pasó muy bien a través del agua y una garza azul giró frente al visor más o menos al mismo tiempo. Se pue de decir que vi ese adorno y lo oí al mismo tiempo mientras disparaba la cámara".
Dedicaba todo su tiempo a ese asunto de poner la música en imágenes. Estaba obse sionado. No sé de qué vivía.
Hablaba poco de su propia vida. Yo sabía que había viajado mucho haciendo fotografía, pero no supe más hasta un día que le pregunté sobre el objeto de plata que lle vaba colgado al cuello con una cadena. Al acercarme vi que decía "Bombon" grabado en el medallón. Entonces le pregunté: "¿Hubo algo especial en eso?".
No respondió de inmediato; se quedó mirando el agua. Luego dijo: "¿Cuánto tiempo tienes?" Bien, era lunes, mi noche libre, de manera que le dije que tenía todo el tiempo que fuera necesario.
Empezó a hablar. Era como haber abierto un grifo. Habló toda la tarde y buena parte de la noche. Yo sentía que era algo que él tenía guardado desde hacía mucho tiempo.
Nunca mencionó el apellido de la mujer, nunca dijo dónde había sucedido todo eso. Pero créame que Seiya Kou era un poeta cuando hablaba de ella. Debe de ha ber sido una mujer especial, una señora increíble. Seiya citó una parte de algo que había escrito para ella... algo sobre la Di mensión Z, según recuerdo. Mientras lo escuchaba pensé que se parecía a una de las improvisaciones libres de Omette Coleman.
Y, mire, él lloraba mientras me lo conta ba. Lloraba con grandes lágrimas, como llo ran los viejos, como las lágrimas que se arrancan con un saxofón. Después entendí por qué siempre pedía Las hojas muertas. Y, bueno, empecé a querer a ese hombre. Cualquiera que puede tener esos senti mientos por una mujer es digno de que lo quieran a él.
Así que me puse a pensar en eso, en la fuerza de eso que había entre la mujer y él. En lo que él llamaba "los viejos hábitos". Y me dije: "Tengo que tocar en el saxo esa fuerza, ese amor, hacer que los viejos hábi tos salgan de mi instrumento". Había algo muy lírico en todo eso.
Y entonces escribí este tema... me llevó tres meses. Yo quería que fuera algo sim ple, elegante. Es fácil hacer cosas complicadas. El verdadero desafío es la simplicidad. Trabajé todos los días hasta que conseguí lo que quería. Lo trabajé un poco más y es cribí unas páginas de guía para el piano y el contrabajo. Por fin una noche lo toqué.
Él estaba allí, entre el público. Un martes a la noche, como de costumbre. Suele ser una noche floja, unas veinte personas en el bar, y nadie le presta mucha atención al grupo.
El estaba sentado allí, en silencio, escu chando con gran atención, como siempre, y yo digo por el micrófono: "Voy a tocar un tema que escribí para un amigo mío. Se llama Bombon".
Lo miraba mientras hablaba. Él miraba la botella de cerveza, pero cuando dije Bombón levantó lentamente los ojos hacia mí, se echó hacia atrás los cabellos grises con las manos, encendió un Camel, y sus ojos azules ya no se apartaron de mí.
Hice sonar como nunca al instrumento, lo hice llorar por todos los kilómetros y los años que separaban a esos dos seres. En la primera parte había una pequeña figura melódica que de alguna manera pronuncia ba el nombre: Bom-bon...
Cuando terminé él se puso de pie, muy erguido, sonrió y saludó con la cabeza, pagó la cuenta y se fue. Desde entonces siempre tocaba el tema cuando él venía. El le puso marco a una fotografía de un viejo puente cubierto y me la regaló como agra decimiento por la canción. Está colgada allí. Nunca me dijo dónde la sacó, pero dice "Roseman Bridge" debajo de su firma.
Un martes a la noche, hace siete años, tal vez ocho, no apareció. No vino tampoco a la semana siguiente. Pensé que estaría enfermo o que algo le pasaba. Empecé a preocuparme, fui al puerto, pregunté por allí. Nadie sabía nada de él. Finalmente tomé un barco hasta la isla donde vivía. Su casa era una vieja cabaña, más bien una covacha junto a la orilla del mar.
Un vecino me vio vagando por allí y me preguntó qué hacía.
Se lo dije. El vecino me dijo que había muerto unos diez días atrás. Dios, cómo me dolió. Todavía me duele. Me gustaba mucho ese tipo. Tenía algo, no sé qué. Me daba la sensación de que sabía cosas que el resto de nosotros no sabemos.
Le pregunté al vecino por el perro. No sabía. Dijo que tampoco conocía a Kou Llamé al corral municipal y allá estaba Camino. Fui a buscarlo y se lo regalé a mi so brino. La última vez que los vi el Inca y el perro estaban en un idilio. Eso me hizo sentir bien.
De todos modos ésa es la historia. Poco después de enterarme de lo que había pasado con Seiya empezó a sucederme que el brazo izquierdo se me entumece cuando toco más de veinte minutos. Es por un pro blema de columna. De manera que no tra bajo más.
Pero créame que nunca olvido la historia que me contó sobre él y esa mujer. Y todos los martes saco el saxo y toco la melodía que escribí para él. La toco aquí, para mí solo.
Y por alguna razón siempre miro la foto que me dio mientras la estoy tocando. No sé qué pasa, pero no puedo quitar los ojos de la foto mientras toco la melodía.
Cada atardecer ahí estoy yo, haciendo llorar al viejo instrumento, tocando esa melodía para un hombre llamado Seiya Kou y una mujer a quien él llamaba Bombon.
FIN[b]
Re: Los Puentes de Madison [UA] Dram/Rom S/ND final
Si mis amores lo siento, llego el final, espero que les haya gustado y que uds nunca cometan ese error, no dejen ir al verdadero amor, jueguensenla con todo cuando lo encuentren.....se los dice Serena Tsukino...
Re: Los Puentes de Madison [UA] Dram/Rom S/ND final
ahhhhhhhhhh no, no, noooooooooooooo, no puedo dejar de llorar, como es posible, que tristesa siento, que hombre tan perfecto era ese seiya kou nooooooooooooooo, serena tonta, tonta, tonta, pelu eres muy mala, me has echo llorar como nunca, me han destrosando el corazon jajaja, que buen final amix, te admiro la verdad, que bello lo que adaptaste, lastima que termino, pero se que nos seguiras deleitando con mas de ti, gracias, felicidades amigx, eres buena...
wendykou- Sailor Outer Scout
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Re: Los Puentes de Madison [UA] Dram/Rom S/ND final
Gracias mi corazon!!!!!, me alegro que te haya gustado!!!. perdon por terrible demora pero espero que valga la pena jajajjaja besos hijita!!!
Re: Los Puentes de Madison [UA] Dram/Rom S/ND final
como que termino????, como que el murio y ella tambien, esto es una joda no???, te juro toy moqueando a mas no poder, como llore, cuanto amor sentia ella por el y otorgo su vida a ese freezer!!!!!!, me muero de amor mi cielo, siempre tan perfecto tan hombre!!!!.
Pelu dejame decirte que honestamente quede helada con este fic, que vamos hacer ahora!!!!1 porfavorrrrrrr no nos dejes asiiii, como voy a extrañar este fic en serio!!!!.
Pero bueno una vez mas te felicito!!!!! sos una genia besos locaaaa
Pelu dejame decirte que honestamente quede helada con este fic, que vamos hacer ahora!!!!1 porfavorrrrrrr no nos dejes asiiii, como voy a extrañar este fic en serio!!!!.
Pero bueno una vez mas te felicito!!!!! sos una genia besos locaaaa
Seiya_bombon_85- Scout Aprendiz
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Re: Los Puentes de Madison [UA] Dram/Rom S/ND final
Ese libro me encanta, siempre que lo leo lloro, nunca me imagine una versión así
SaiilOr cOsmOs ChiiBimOon- Sailor Outer Scout
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